El hotelito (7)

Para mentes abiertas.

EL HOTELITO 7

Estuve toda la noche sin pegar ojo, con el culo abierto, atado y encapuchado, con el estómago revuelto y haciendo grandes esfuerzos por no vomitar; al alba pude cerrar los ojos y dormitar un poco, pero no habrían transcurrido muchos minutos cuando unos fuertes golpes en mis nalgas me sobresaltaron. Miré de reojo la mesilla de noche y comprobé que eran aún poco más de las siete de la mañana y que Sonia estaba azotándome con una zapatilla para que despertara. Estaba claro que se había apropiado de unas llaves de mi casa, de manera que pudiese entrar y salir cuando le viniese en gana.

Me dio los buenos días y me quitó la capucha; la verdad es que recobrar la libertad de mi cara, poder aspirar el aire limpio y no filtrado que recogía a través del cuero, me envolvió en un momento de bienestar, a pesar de mi posición; ella no tenía mucho tiempo que perder, pues tenía que irse a trabajar. Se acercó hasta la cocina y volvió con un bote de guindillas, que una a una fue introduciendo en mi ano, hasta un total de cinco, y a modo de tapón me introdujo un consolador de buen tamaño que ajustó a mis caderas con unas correas. El picor no se hizo esperar, aunque leve al principio, pero sabía que aquel día sufriría mucho.

Soltándome las esposas de pies y manos, me giró sobre la cama, de manera que quedé boca arriba, y volvió a esposarme, pues me dijo que allí iba a pasar todo el día; cogió mi polla con una mano y la estuvo manoseando de forma brutal, pellizcándola y estirando de mis testículos, riendo de mis caras de dolor a cada nuevo apretón. Me sonrió apretando bien mis huevos y salió de la habitación, regresando al instante con una máquina de grapas en la mano; la miré aterrado.

-" No tengas miedo, tonto, que ya verás como no es nada ", me dijo mientras se acomodaba sobre mi cara, aplastándome la cabeza en el colchón.

Miedo no, tenía pánico a sus perversos juegos, pero nada podía hacer; su gran trasero me ocultaba la cabeza por completo, una situación que al menos me gustaba. Pero pronto la calma dio paso a los terribles pinchazos de las grapas, comenzando por mi pecho y mi estómago, que se me retorcía a cada grapa; continuó por mis muslos, mis caderas, y como final de la representación, tomó mi capullo y lo cerró con varias grapas. Pasaron unos segundos hasta que se retiró un poco de mi cara, porque el siguiente objetivo fueron mis labios; me los rellenó con grapas, tanto el superior como el inferior, sintiendo al instante el sabor dulce de mi propia sangre.

-" Ves como no era para tanto, cerdito, si es que te quejas por todo ", me dijo levantándose de mi cabeza.

La vi como se quitaba los pantalones y la ropa interior y me decía que abriese la boca, y con la grapadora en la mano, me cogía la lengua y ponía dos grapas en ella; luego se montó a horcajadas de nuevo sobre mi cara, pegando su sexo a mi boca y me ordenó lamerle por completo, darle el placer que necesitaba cada vez más a diario. Mi suplicio era inmenso, ya que su peso apretaba las grapas de mis labios y el trabajo de mi lengua hacía lo propio. El orgasmo le sobrevino de repente, agarrándome por el pelo y apretándose más aún contra mi cara, regalándome sus flujos que entraron en mi boca como un torrente.

-" Y ahora, a tragarlo todo ", me dijo mientras comenzaba a mear en mi boca.

Como siempre, traté de tragarlo todo, sin dejar escapar una sola gota, pues conocía su furia; el contacto de su orina con mis heridas abiertas en los labios me produjo un escozor terrible, al que solo pude contrarrestar cerrando los ojos con fuerza. Ella me miraba divertida, sin separarse de mi boca, mientras todo iba a parar a mis tripas.

Miró el reloj y vio que se le hacía tarde; se levantó y se vistió rápidamente, fue a la cocina y trajo una bolsa de plástico transparente; sin decirme nada me la puso en la cabeza, ajustándola a mi cuello con una cinta, de manera que quedé atrapado allí dentro, empezando a respirar con dificultad.

Entonces vino lo peor; se sentó sobre mi estómago, con todo su peso descargado de golpe, y mi estómago no pudo más; las arcadas subieron por mi garganta y comencé a vomitar sin poder evitarlo, derramándose todo por mis mejillas, pero quedando todo dentro de la bolsa. Ella se levantó y volvió a sentarse varias veces, hasta que se aseguró que nada quedaba en mis tripas.

Tuvo el detalle de hacer una pequeña perforación el parte superior de la bolsa, para que entrase un poco de aire y no me asfixiase, tras lo cual recogió sus cosas, me enseñó mis propias llaves y se marchó, sin decirme cuando volvería a liberarme.