El hotelito (5)
y ya van 5...
Pasaron dos semanas sin tener noticias suyas; a pesar del pánico que había experimentado al principio de aquella peculiar relación, ahora ya no podía vivir sin ella, anhelaba estar sometido a aquel cruel juego que me llenaba la vida. Las cosas con mi novia se habían suavizado, a pesar de que cada vez más rehusaba su contacto, huía de acostarme a su lado y hacerle el amor, pero había encontrado la estabilidad entre el amor que le profesaba y la pasión que me doblegaba. El hecho de que mi novia viviese en otra ciudad distinta, separada por unos cuantos kilómetros, permitía que llevase aquella doble vida.
Aquel jueves por la tarde por fin me llegó el mensaje que tanto esperaba, como cada vez acudí hasta Valencia a su hotel, pero esta vez me esperaba en el bar, cosa que me extraño; al llegar la saludé del modo más cortés posible dentro del ambiente que nos rodeaba y sin decirme mucho me cogió del brazo y me llevó de vuelta a mi coche. Subimos, yo al volante, y me indicó que volviésemos de nuevo a mi casa, aquella iba a ser la primera vez que sería su esclavo en mi propio hogar, que sería suyo en poco tiempo.
Un tanto contrariado por aquella afirmación arranqué el coche y puse rumbo hacia mi casa; cuando ya habíamos cogido la autopista tomó mi mano derecha, que es la que estaba más cerca de ella y la deslizó bajo su trasero. Comprobé que no llevaba bragas y su coño húmedo pronto impregnó mi mano; me dijo que dentro tenía el anillo que yo tanto quería, así que podía meter uno de mis dedos y tratar de insertar el anillo, pero sin sacar nada del coño. Al mismo tiempo que decía esto me abrió la bragueta del pantalón y me sacó la polla, la acarició y en un abrir y cerrar de ojos se agachó y comenzó a mamármela.
Conduciendo con una mano, con la otra en su sexo y con las caricias de su lengua en mi glande, tuve que hacer ímprobos esfuerzos por mantener la concentración en la carretera; el trayecto, que normalmente se hace en una hora, me llevó casi el doble, eso sí, de noche, con lo cual mi tranquilidad a miradas indiscretas era mayor. Solo pensaba en que la policía no me parase . Ella mantenía un ritmo firme pero apretando mis huevos para que no me corriese rápido, pero justo en la salida adecuada intensificó su trabajo y el producto fue que me dejó eyacular. Pero se sacó mi polla de la boca y derramó todo mi semen sobre mis pantalones y camisa, dejándome pringado; se rió de mi pinta y se arregló justo cuando llegaba al peaje.
Por fin cruzamos el umbral de mi puerta, me sentí a salvo, pero no sabía lo que aún me quedaba por recibir; nada mas entrar me dijo que me desnudara, como cada vez, y que me arrodillara en el suelo, siguiendo sus pasos a través de la casa, pues quería conocerla y hacer algunos arreglos. En su paseo por el salón fue cogiendo todos marcos que albergaban fotos de mi novia y me los iba entregando para que los pusiese en el suelo en fila, al igual que todas las que tenía en mi habitación; cuando estuvo satisfecha con su limpieza, la fila se prolongaba un par de metros, con portarretratos de todos los tamaños.
Se puso al comienzo de la fila y fue caminando por ellos, rompiendo con sus tacones todos los cristales, y tras ella yo iba cogiendo las fotos y amontonándolas sobre la mesa; recogí los cristales con la mano, como ella quería, produciéndome algún corte entre los dedos, pero terminé mi trabajo mientras ella comenzaba a hojear mi álbum de fotos donde había muchas más. Me hizo acercarme al sofá y me puse tumbado en él, y claro, ella aprovechó la ocasión para sentarse en mi cara e ir rompiendo las fotos una a una; reservó cinco de ellas que me dijo que se llevaría y las demás irían a la chimenea.
Por fin se levantó y nos dirigimos a la habitación; me dijo que mi casa le gustaba pero que haría algunos retoques, que la pondría a su gusto ya que pensaba visitarla asiduamente. Me llevó hasta los pies de la cama, que era de hierro con barrotes; me hizo ponerme de cara y me ató las manos a los extremos primero, quedando expuesto, doblado por la cintura; entonces pegó mi cara a la barra horizontal superior y tuve que abrir la boca, para morderla, y de ese modo ató mi cuello con cinta adhesiva. Mi mandíbula quedó forzada por aquel trozo de hierro, mis brazos abiertos y mi culo alzado.
Se fue desnudando lentamente mientras acariciaba mis nalgas con suavidad y se ajustó un arnés a la cintura, con sus zapatos de tacón como único atuendo; no hizo falta que me dijese nada, pues sentí el roce del falo entre mis nalgas y en un instante lo enfundó de un golpe dentro de mi culo. Me estuvo follando así un buen rato, y con cada empujón mi boca se abría más entorno al hierro que me aprisionaba, con mis dientes chirriando a cada empujón. Su mano diestra meneaba mi polla, masturbándome pero sin dejarme eyacular.
Cuando se cansó me sacó el arnés, asió una fusta que traía preparada y fue descargando los golpes por todo mi cuerpo, en las nalgas, la espalda y las piernas, pero cuando llegó a mis testículos, no lo pude soportar más y caí de rodillas, la única forma de caer que tenía. Me dijo que así le facilitaba las cosas, me invitó a abrir las piernas y me dio una fuerte patada entre las piernas que casi me hace desmayar, pero agarrándome del pelo me pidió que las abriese de nuevo. Si hubiese podido le hubiese suplicado, implorado y entregado todo lo que quisiera, pero mi cruel mordaza me lo impedía; abrí las piernas de nuevo, temeroso, y descargó de nuevo la punta de su zapato, hundiéndola en la carne blanda de mi escroto. Por un momento pensé que quería reventarme los huevos, pero tras la tercera patada se detuvo.
Las piernas me sostenían a duras penas, pero ella se subió sobre ellas, clavando sus tacones sobre mis gemelos, y me soltó la mordaza de la boca; estaba llorando de dolor, no soportaba mucho más, estaba llegando al límite de mi aguante. Me pidió que mantuviese los ojos bien abiertos y me escupió en ellos varias veces, nublando la poca vista que aún me quedaba.
Se bajó de mis piernas y se subió a la cama, me dijo que le ofreciese las mejillas y me estuvo dando bofetadas hasta que mi piel se volvió insensible de tanto golpe; ella reía, gozaba, se masturbaba con los golpes que me daba y yo, a pesar de todo, era feliz por estar en sus manos.
Al rato parecía que ya estaba satisfecha con mi tortura, mi educación como ella le llamaba, se bajó de la cama y abrió los cajones donde guardaba mis camisas, mis calzoncillos, se agachó y comenzó a mear sobre la ropa limpia, mojándola toda, cogió un bote de pegamento y fue llenando mis zapatos, se limpió el coño con mis corbatas esas cosas le encantaba hacer, las putadas por el placer de hacerlas. Como último juego descolgó el teléfono fijo de casa y llamó a mi propio móvil, dejándolo descolgado solo porque sí.
Al final reparó en que yo estaba allí atado; se acercó y me soltó, cayendo yo al suelo como un trapo; se tumbó en la cama y me llamó a su lado, colocó mi cabeza entre sus piernas y le tuve que dar placer con la lengua. Con la punta podía notar mi anillo en su interior, mis mejillas estaban aplastadas entre sus mulos y sus manos en mi nuca me presionaban hacia su interior. Pasado un rato me apartó y me tendió en la cama, se subió sobre mi cintura y se penetró con mi polla que estaba muy dura; mientras me cabalgaba me estrangulaba con sus manos, ya que la falta de aire decía que la ponía más dura aún. Me faltaba el aire y más cuando ella comenzó a gemir y gritar a voz en grito; pensé en los vecinos y en las explicaciones que debería dar a la mañana siguiente cuando me cruzase con alguno
Ella se corrió una par de veces sin dejar que yo lo hiciese hasta que no estuvo saciada; al final se bajó de mí y me llevó hasta la cocina. Abrió la nevera y sacó un poco de leche que vertió en un vaso, donde me hizo eyacular y luego me obligó a beberlo todo. Aquella noche dormí en la cama, a su lado, abrazándola. Fue el premio por haberla hecho gozar aquella vez.
Por la mañana, tras vestirse, me dijo que venían a buscarla, que no me preocupara, volvería a llamarme.