El hotel de Beijing (VI y fin)

Antes de partir de vuelta a Madrid, el hotel de Beijing es testigo de la rebelión del esclavo.

En principio no supe identificar qué era aquél maldito sonido. ¿El despertador? Pero si me acababa de dormir. ¿La alarma de incendios? ¿Una guerra nuclear?

A juzgar por lo mal que me encontraba, tenía que ser una emergencia de algún tipo.

Pero no, era el móvil. Sólo el puñetero móvil.

  • ¿Sí? – contesté con voz pastosa.

Era mi jefe. Mi super jefe. Bueno, uno de mis super jefes… en mi trabajo tengo toda una gama de superiores de todos los tipos y colores. Éste era de los importantes, me hablaba a toda velocidad, y yo no era capaz de descifrar qué coño me estaba contando. Mi atención estaba centrada en analizar mis múltiples incomodidades físicas, la principal de las cuales estaba ubicada en mi trasero.

Me toqué, temeroso de lo que me fuera a encontrar. Joder.

Lección número uno: nunca duermas con un vibrador metido por el culo.

Descifrado el misterio de mi malestar, fui capaz de escuchar al super jefe, que en aquel preciso momento decía algo de un ascenso.

  • El caso es que, como él se va, hemos pensado que tú eres perfecto para sustituirle. Enhorabuena, eres el nuevo subdirector. Eso sí, mañana tienes que venir a la oficina para preparar el traspaso de poderes.

  • Espera, espera… ¿mañana? Estoy en China, por si no recuerdas.

  • Llama a viajes y que te cambien el billete para lo antes posible. Te espero.

Y colgó. Miré el móvil con incredulidad. Eran las tres dela mañana. Lastres de la mañana (las nueve de la noche en España) y yo era el nuevo subdirector, con treinta años y un futuro brillante delante de mí. El nuevo subdirector, con Fran directamente a mis órdenes.

Me levanté y me fui al baño. Sentado en la taza del váter, extraje el vibrador lo mejor que pude y lo eché al lavabo. Me olí un brazo. Apestaba.

Lección número dos: si te mean encima, después lávate, cerdo.

Me metí debajo de la ducha, intentando aclarar mis pensamientos. Mi relación con Fran tenía que acabar. Habían sido un par de días muy calientes; sí, joder, los más calientes de mi vida. Sólo de pensar en alguna de las cosas que había hecho, se me volvía a poner dura… cuando Fran me había paseado por la sauna atado con una correa de perro… cuando me había meado encima delante de los chinos… cuando él y el negro me habían follado por delante y por detrás al mismo tiempo…

Pero no. Ahora yo era el jefe de Fran. Tendría que explorar mis rarezas sexuales con algún otro tío. O mejor aún, hacerme activo, echarme un buen novio y dejarme de gilipolleces.

Después de la ducha, envuelto en el albornoz, pasé un par de horas cambiando mi billete de avión. Volvería a Madrid al día siguiente, vía París. A las once de la mañana tenía que dejar el hotel. Eran las cinco y estaba completamente desvelado, lo cual me dejaba seis horas para no hacer nada.

Me tumbé en la cama y me puse a darle vueltas a mis últimos descubrimientos sobre mi sexualidad. ¿De verdad me gustaba que un tío como Fran me diera órdenes y me tratara de esclavo? ¿Que me diera bofetadas cuando le saliera de los cojones y me insultara? ¿Que me meara encima? Mientras pensaba en aquello, la polla se me había vuelto a poner completamente dura.

Ahí tienes tu respuesta, zorra.

Me abrí la bata y me contemplé, allí tumbado. Ya lo he dicho, estoy bastante bueno. Casi sin vello en el cuerpo, y el poco que hubiese tenido, recortado. Un buen rabo, unos buenos huevos. Y subdirector con treinta años. ¿Quién coño se atreve a llamarme esclavo?

Cuando el despertador de la habitación marcó las siete en punto, salté de la cama, me vestí con un pantalón de traje y una camisa entallada y llamé a Fran.

  • ¿Fran? Tengo que hablar contigo.

Oí al cabrón desperezándose.

  • Eres una putilla ansiosa. ¿No puedes vivir sin tu amo?

  • Es una cosa de trabajo, Fran. Vístete y ven a mi habitación.

Colgué sin esperar a que me contestara, con el corazón latiéndome a toda velocidad. ¿Cómo reaccionaría ante lo que tenía que decirle? A lo mejor se cabreaba y me soltaba una hostia. Claro que eso sería una falta grave. Joder, qué lío.

No habían pasado ni cinco minutos cuando llamaron ala puerta. EraFran, vestido con unos vaqueros ajustados, una camiseta negra que se le pegaba al cuerpo como una segunda piel y unas deportivas. Sin esperar a que le dijera nada, entró en la habitación y se sentó en el sofá.

  • Tú dirás.

  • Me han llamado de Madrid. El jefe se marcha, así que me han nombrado nuevo subdirector. Tengo que volver a España hoy mismo; tú te quedas y terminas el programa previsto con normalidad.

  • Joder, enhorabuena. ¿Tengo que llamarte subdirector, ahora? ¿O prefieres jefe?

Sonreí. Era un capullo, pero cuando quería podía ser un encanto de capullo.

  • No jodas. Esto no cambia nada. Lo único es que, si voy a ser tu jefe, no creo que lo que hemos venido haciendo los dos últimos días sea del todo apropiado.

Había ensayado mil maneras distintas de decir esa frase, pero en todas ellas yo parecía igual de gilipollas.

  • Si es un juego, hombre. Y a ti te gusta. No me lo niegues.

  • ¿Es un juego?

  • Claro. Me alegro por tu ascenso, tío. ¿Cuándo te vas?

  • En un par de horas – respondí.

Sin dejar de mirarme fijamente, Fran empezó a frotarse el paquete, que se le marcaba de una forma desmesurada con esos vaqueros ajustadísimos.

  • Escucha. Si te hace sentir incómodo, no tenemos por qué repetir el juego cuando lleguemos a Madrid. Pero hoy todavía estamos aquí. ¿Qué me dices de un polvo de despedida?

Aproximadamente mil voces gritaron al unísono en mi cabeza: ¡no, es una mala idea! Pero una mucho más fuerte gritó desde mi entrepierna: ¡sí, una vez más! Fran tenía una erección, y ahora podía ver claramente el bulto que formaba su rabo debajo del pantalón. Mi propia polla estaba empezando a reaccionar.

  • Venga, quítate la ropa – me dijo.

Despacio, sin dejar de mirarle, empecé a desabrocharme los botones dela camisa. Teníael corazón a punto de explotar. Me acaricié el pecho y me pellizqué con fuerza un pezón antes de quitármela del todo. Fran me miraba embelesado, con la boca entreabierta. Continué quitándome el cinturón. Me descalcé y me quité los calcetines, todo esto sin dejar de mirar a Fran. Después me desabroché el pantalón y me lo quité, quedándome sólo con unos slips negros de Calvin Klein que me hacen el paquete particularmente grande. Por fin me quité también la ropa interior, quedándome completamente desnudo ante Fran, con una enorme y palpitante erección entre las piernas.

  • Qué bueno estás, cabrón – me dijo él.

  • Gracias – repuse, sonriendo. No le dije “amo”; no esta vez.

  • ¿Sabes lo que me gustaría que hicieras?

Ya empezamos.

  • Dime.

  • Que me chuparas los pies.

Sabía que no debía hacerlo, pero joder, no podía evitarlo. Me arrodillé frente a él, que seguía repantigado en el sofá, y le quité la deportiva derecha. Después el calcetín. Acerqué la boca y empecé a lamerle el pie: primero el empeine, después los dedos, al fin la planta del pie.

  • Mmmmm, cómo me gusta.

Sin dejar de chuparle, empecé a quitarle la otra zapatilla. El otro calcetín. Entonces empecé a lamer el otro pie. Mientras me lengua limpiaba el sabor salado de uno de sus pies, Fran me pisaba con el otro mientras emitía pequeños gruñidos.

  • Ahora límpiame el sobaco.

Sin levantarme del suelo, me erguí un poco para poder aspirar el aroma de sus axilas. No olía mal, pero si fuerte: estaba claro que no se había duchado aquella mañana. Pensándolo bien, era imposible que le hubiera dado tiempo. Fran se quitó la camiseta en un único y rápido movimiento, y yo empecé a lamerle debajo del brazo, dejando que mi lengua jugara con los pelos de su sobaco. De vez en cuando volvía a agacharme y le lamía un poco más los pies, para después volver a las axilas, y así varias veces.

  • Te gustan estas guarradas, ¿eh? – me preguntó.

  • Ya sabes que sí.

Entonces se puso de pie. Yo me quedé de rodillas, contemplando cómo el muy mamón se quitaba despacio los vaqueros. Debajo llevaba el tanga, el famoso tanga que ya debía de ser capaz de andar por sí solo. Se lo quitó también, quedándose desnudo frente a mí. Alto, con sus músculos marcados, el torso cubierto de vello recortado y las piernas bien peludas… me ponía a mil.

  • Cuando me he levantado esta mañana he ido a cagar. Pero no me he limpiado el culo. Límpiamelo tú.

  • Tío, eres un cerdo.

  • Venga, zorrita, límpiame el culo con la lengua.

Se dio la vuelta, se agachó un poco y puso el culo en pompa delante de mi cara. Yo se lo abrí con ambas manos y aspiré su aroma. No sé si lo que había dicho sería verdad o no, pero olía a macho, a culo, a sudor… a algo a lo que yo no podía resistirme. Así que le pasé la lengua por el ojete. Una, dos, tres veces. El se abrió más de piernas, y yo continúe chupando, lamiendo, penetrándole el culo con la lengua como si me fuera la vida en ello.

De pronto se dio la vuelta, me agarró por un brazo y me arrojó sobre la cama.

  • Ábrete bien de piernas.

Obedecí, y él se lanzó a comerme el culo. Primero sólo con la lengua, después con un dedo, con dos dedos, con tres dedos.

  • ¿Quieres que te folle, zorra? – me preguntó.

A esas alturas, yo ya estaba completamente entregado.

  • Sí. Fóllame.

  • No, no. Ya sabes lo que quiero.

  • Soy una zorra, pero por favor, fóllame el culo ya.

  • No es eso lo que quiero.

Joder, tú ganas.

  • Amo, fóllame, por favor.

  • No sé, no sé, has sido un esclavo muy malo, a ver que encuentro por aquí…

Se alejó unos pasos de mí y se puso a rebuscar en el suelo. Yo me dí la vuelta en la cama para poder ver lo que hacía. Cogió su tanga, sus calcetines y…

  • Mmmmm, creo que eres más cerda de lo que pensaba. ¿Ésta es la corbata de ayer? ¿La de la sauna?

Si te crees que voy a tirar una corbata de Armani…

  • Sí, amo.

Volvió a acercarse a la cama, y usando la corbata, que aún estaba algo húmeda de la noche anterior, me ató las manos al cabecero dela cama. Confuerza, aunque no tanta como para cortarmela circulación. Despuésme ató los pies, el uno al otro, usando sus calcetines. Y por fin hizo una pelota con su tanga y me lo metió en la boca.

Creo que hubiera podido  soltarme si hubiese querido… pero no quería.

  • Así me gusta, esclavo. ¿Te gusta estar a mi merced? ¿Sí? Me lo imaginaba…

Distraídamente, Fran revolvió entre sus pantalones, cogió una cajetilla de tabaco y se encendió un cigarro.

  • No te importa que fume, ¿verdad?

Obviamente, yo no podía contestar, pero emití un murmullo de asentimiento. Fran se sentó a los pies de la cama, y casi con cariño, me acercó el cigarrillo hasta el tobillo, quemándome un poco.

  • ¿Te gusta esto?

Menos mal que tenía el puto tanga en la boca y no podía contestar, porque no hubiese sabido qué decirle.

Fran dio otro par de caladas, me echó la ceniza en el pecho y apagó el pitillo en el cenicero de mi mesilla. Después me cogió las piernas, me las levantó, apuntó su polla hacia mi ojete y me la metió de un empujón. Volver a tenerla dentro fue como volver a casa después de un largo día de trabajo. Después de aquellos días, yo ya estaba completamente dilatado y lubricado, así que su rabo se deslizó dentro de mí sin ningún tipo de problema.

  • ¿Eres mi puta?

Yo intenté gritar con el tanga en la boca, pero el resultado fueron sólo algunos gruñidos. Él me arrancó el tanga y volvió a gritarme.

  • ¿Eres mi puta?

  • Sí, amo.

  • ¿Te gusta que te folle?

  • ¡Sí, amo!

Siguió follándome sin compasión, y con cada empujó yo sentía que era más suyo, que era imposible que yo renunciase a ese macho y a la magnífica polla que tenía entre las piernas.

  • ¿Así que ahora eres mi subdirector, eh esclavo? ¿Y te pone cachondo darme órdenes?

  • No, amo.

  • ¿Entonces qué te pone cachondo?

  • Tú, amo. Tu polla, tus pies, tus sobacos…

  • ¿Y cuando te meo encima, eso te pone caliente?

  • Sí, amo.

Fran me desató los pies y me abrió bien de piernas, haciendo que su polla entrara aún más adentro.

  • Eres una zorra.

  • Sí, amo.

Sacó la polla de mi culo, en su lugar me metió tres dedos y me puso el rabo tieso, rojo y palpitante delante de la cara.

  • Límpiala bien, esclavo. Que no quede ni rastro de tu sucio culo.

Él se giró un poco, permitiéndome mejor acceso a su polla, mientras él hurgaba con cuatro dedos dentro de mí. Al cabo de un par de minutos, se giró de nuevo y me la volvió a meter.

  • Me voy a correr, mamonaza. Me voy a correr dentro de tu culo. Y va a ser la última vez que te folle.

  • No, amo, por favor.

  • Has sido malo, esclavo. Joder, que me corro…

  • Fóllame siempre que quieras. Soy tuyo.

  • ¿Ah sí? ¿Quieres seguir siendo mi putita?

  • Sí, amo. Soy tu puta, soy tuyo, quiero que me uses, que me folles, que te corras dentro de mí siempre que quieras.

  • Pues si quieres que te vuelva a follar, tienes que hacerte un tatuaje. Donde quieras. Tiene que poner “Soy esclavo de Fran”.

No contesté.

  • ¿Lo harás?

  • No sé…

Él me dio un tortazo en la cara.

  • ¿Lo harás, esclavo?

  • ¡Sí, amo! ¡Lo haré!

En ese momento, Fran me cogió la polla con la mano y empezó a pajearme. Yo estaba tan caliente que empecé a correrme casi en el mismo instante.

  • ¡Joder, me corro! – gritó él -. ¡Me corro!

Noté las sacudidas de su polla dentro de mí al mismo tiempo que mi rabo escupía ingentes cantidades de semen sobre mi pecho.

Lección número tres: asúmelo, chaval, te mola ser esclavo de Fran.