El hotel de Beijing (III)
Tener que irse hasta tan lejos para descubrir que te pone cachondo que un niñato de veiticinco años quiera convertirte en su esclavo...
Lo intentaba, os juro que lo intentaba con todas mis fuerzas, pero me era imposible. Era incapaz de centrarme en la reunión. El jerifalte chino continuaba hablando (en chino, por supuesto), y a pesar de los años de clases de mandarín, yo no conseguía sacar sentido de ninguna de sus palabras.
No podía dejar de pensar en la última noche.
El episodio del negro… pase. Me han follado muchas veces, y unos cuantos negros, para qué negarlo. No voy a dejarme impresionar precisamente por eso. Pero lo de Francisco, eso era otro tema.
Le miré de reojo. Ahí estaba, con los auriculares de traducción simultánea puestos, tomando notas como un maníaco. Como si no pasara nada.
El día anterior, después de correrme sin ni siquiera tocarme el rabo, Francisco se me había quedado mirando con una enorme sonrisa en la cara y con su polla aún erecta dentro de mí.
Sabía que eres una zorra de campeonato. Desde el primer día que te vi, he querido follarte.
Ha estado genial, tío, de verdad…
Nada de tío, quiero que me llames amo.
Sólo recordar aquello me la estaba volviendo a poner dura.
Dios, qué hombre, cómo me pone.
Por otro lado, estaba lleno de dudas. Vale, es evidente, no es la primera que vez que fantaseo con la sumisión. Por Internet, alguna vez por el chat, incluso con aquel juego del Second Life, he jugado a ser esclavo, pero siempre desde el anonimato de un nick inventado y desde la seguridad de mi casa. Dejar que mis fantasías se hicieran realidad precisamente con un compañero de trabajo, con un niñato de veinticinco años que además era mi subordinado, era demasiado, demasiado…
Excitante.
En realidad quería decir demasiado complicado, pero bueno.
- Francisco, ya vale con el jueguecito – había protestado yo, la noche anterior.
Él había sacado la polla de mi culo, se había subido a la cama y me la había puesto frente a la boca.
- Si me llamas amo, te dejo que me la comas, así, recién sacadita de tu culo. ¿A que te gusta la idea, cerda?
No sé qué cómo era posible, pero esa frase había tenido efecto, y mi pene había vuelto a palpitar en un conato de resurrección.
¿Ves? Lo estás deseando. Llámame amo y te dejo limpiármela bien.
Vale, amo, ¿te vale así?
No te veo convencido, no sé, creo que me iré a mi cuarto… - y el cabronazo se había apartado de mí.
Amo, déjame que te limpie la polla.
¡MÁS ALTO, ESCLAVO!
¡AMO, POR FAVOR, QUIERO LIMIPARTE LA POLLA Y QUE TE CORRAS EN MI BOCA!
Francisco no se había hecho esperar. Torpemente, ya que en ningún momento se había desnudado, se subió encima de mí y me había follado la boca como un poseso. Dios, sí que sabía a… a una mezcla de sudor limpio, olor a polla, a meada y a culo recién follado. En apenas un minuto el muy cabrón explotó con una corrida tan abundante que casi se me sale por la nariz.
Después se había retirado para volver a ponerse los calzoncillos y los vaqueros.
- Cuando estemos solos quiero que me llames siempre amo. Y delante de gente, Fran.
Y sin esperar una palabra mía, se había marchado. Por la mañana, en el desayuno, el muy cabrón me había saludado diciendo “Hola, jefe”. Ni que decir tiene que eso me la había puesto dura al instante.
El chino seguía hablando y en algún momento yo tendría que contestar, pero no tenía ni la más remota idea de qué estaría hablando. Una vibración en mi pantalón distrajo aún más mi atención. En el iPhone, un mensaje de Fran. Era una foto suya frente al espejo. No llevaba más que un tanga negro. La erección se adivinaba debajo de la tela… aunque bueno, no hacía falta ser precisamente adivino para saber qué era aquel bulto… Con los dedos hice más grande la foto. Joder, sí que estaba bueno. Torso recubierto de vello recortado, con unos pectorales amplios y definidos y un abdomen firme, sin six pack, pero no tan lejos de conseguirlo.
Una ligera tos detrás de mí llamó mi atención. Era Fran, que se levantaba y salía de sala. Mierda, este niñato ni siquiera coge notas como es debido. Volvió al cabo de cinco minutos escasos, y sin cortarse ni un pelo, se acercó a mí y me entregó una nota.
“He dejado mi tanga en el baño de tíos. Quítate tu ropa interior y ponte mi tanga. Me lo pongo siempre que entreno y llevo días sin lavarlo”.
No sé si llegué a esperar diez segundos antes de salir corriendo de la sala, con el corazón desbocado. Una azafata me señaló el servicio de caballeros. Entré corriendo. Allí estaba: el hijo puta de Fran había dejado su tanga hecho un ovillo dentro de un urinario. Lo cogí y me encerré en un cubículo, me bajé los pantalones y dejé que mi polla, durísima, saltara en libertad. Me la agarré firmemente con la mano derecha y empecé a pajearme mientras desenmarañaba el tanga. Otra nota cayó de su interior.
“Como te corras te mato, zorra”.
El cabrón me conocía bien. Me llevé el tanga a la cara y aspiré su aroma… Dios, era increíble… olía a sudor, a polla, a meada… a macho…
Todo tipo de ideas pasaron por mi mente. Sabía que con ese tío quería explorar mis límites, mucho más allá de lo que había creído posible. Nos imaginé en todo tipo de situaciones, con él dándome todo tipo de órdenes y yo obedeciéndolas todas.
No sabía cómo, pero la idea de ser su esclavo me ponía más cachondo que ninguna otra cosa que hubiera hecho en mi vida… y os juro que he hecho unas cuantas…
Me quité mis bóxer de Emporio Armani (los olí también, para qué negarlo), los tiré al cubo de la basura y me puse el tanga. Creo que nunca había estado tan excitado. Me volví a colocar los pantalones del traje, aunque el bulto de mi erección palpitante era imposible de esconder.
Me senté sobre el váter, saqué en iPhone y pensé durante unos instantes. Al fin me decidí y le escribí un mensaje a Fran:
“Soy tuyo, amo. Me pones a mil”.