El hotel de Beijing (II)

La acción continúa en la soledad de mi habitación, aunque una visita inesperada hace que las cosas sean mucho, mucho más calientes...

El negro se marchó después de correrse. Fue educado, no es creáis: me dio un beso, murmuró algo sobre que había estado genial pero que se tenía que ir corriendo, se levantó y se fue.

Yo me quedé debajo de la ducha, cachondo perdido y con la polla a punto de explotar.

Volví a enjabonarme, me aclaré y fui a vestirme. Eran las diez menos cuarto de la noche… sí, aún tenía tiempo de aventurarme en una sesión solitaria antes de dormir. En cualquier caso, sería incapaz de conciliar el sueño antes de liberar un poco la presión en mis huevos.

Al llegar a mi habitación no perdí el tiempo. Abrí el portátil y enchufé una buena película porno. Saqué el lubricante, el vibrador, me despeloté y me tiré en la cama bien abierto de piernas. Mi ano ya estaba bastante dilatado, así que los tres primeros dedos entraron sin problema alguno. ¿Debería seguir con alguno más? Nene, más de tres ya es vicio. El caso es que una vez probé el fisting, pero eso ya es otra historia…

Me saqué los dedos y agarré firmemente el vibrador. Color carne y absolutamente realista, estaba hecho según el molde de un actor porno famoso. Sin poder evitarlo, me lo metí en la boca y lo chupé unos instantes, pensando en el negro que se había corrido en mi boca sólo unos minutos atrás. Al fin lo saqué, lo miré con ansia, lo unté bien de lubricante y me lo metí por el culo de un solo empujón.

  • Joder – murmuré.

Miré un instante la peli. A un tío a cuatro patas se lo estaban follando por delante y por detrás. Sin querer tocarme la polla aún, apreté el botón mágico que hacía que el trozo de plástico de mi trasero se convirtiera en una máquina de infinito placer. Dios, creo que podría correrme sólo con esto…

Unos golpecitos en la puerta me sacaron de mi ensoñación. ¿Servicio de habitaciones? ¡Yo no había pedido nada! ¿El negro? No tienes tanta suerte, chaval…

  • ¡Un momento!

Cerré de golpe el portátil y apagué el vibrador. Pensé en sacármelo, pero qué demonios, despacharía a quien fuese en medio segundo. Me puse un slip por encima para disimular la erección, me eché el albornoz por encima y corrí a abrir la puerta.

Horror. Era Francisco, un tío que trabajaba en mi departamento y que había venido conmigo a Beijing. Yo tenía tres o cuatro años más que él, y aunque técnicamente yo no era su jefe, mi rango estaba bastante por encima del suyo.

  • Vengo a buscarte para que vayamos a tomar una copa.

Francisco era un tío alto. Bastante más que yo, aunque demonios, eso no es difícil. Moreno, pelo medio largo y barba de tres días. Ese día llevaba una camisa de lino que dejaba adivinar un pecho cubierto de vello cuidadosamente recortado.

En realidad no era mi tipo, aunque la idea de estar hablando con él con un vibrador metido por el culo me estaba poniendo a mil.

  • Lo siento, estoy roto. ¿Mañana mejor?

  • Venga, hombre, no seas soso. ¿Conoces algún bar de ambiente por aquí?

Me quedé bastante sorprendido. No hubiese dicho que Francisco fuese gay, y menos aún que él se imaginara que yo lo era. Aunque al final el mundo es un pueblo y todo se sabe.

  • Hay sólo un par de sitios, bastante cutres, la verdad – contesté -. Vamos si quieres. Pero tienes que darme un segundo para ducharme.

Y para sacarme cierta cosa de un lugar muy concreto , pensé.

  • ¿Te importa si te espero mirando mi correo?

Sin esperar ningún permiso, entró en mi habitación para ver el ordenador sobre la cama, acompañado de un bote de lubricante y de la caja del vibrador. Genial.

  • Te he pillado ocupado, ¿eh?

Me encogí de hombros.

  • Te perdono por ser tú.

Se acercó y cogió la caja del vibrador, en la que se veía, a todo color, al actor porno que había servido de modelo con su miembro en estado imperial. Yo me puse rojo al instante. Francisco me miró de arriba abajo, supongo que adivinando dónde estaba el objeto perdido, sonrió y se acercó a mí. Sin decir ni una palabra, me desabrochó la bata, Yo moví los hombros y la dejé caer al suelo. Mi calvin klain estaba bastante abultado tanto por delante como por detrás.

  • Quítatelo.

Yo obedecí, casi hipnotizado. Francisco se puso detrás de mí, se sentó sobre la cama, agarró el vibrador por la base y empezó a follarme con él. A mí se me escapó un gemido. Despacio, me dirigí a la cama, me subí a ella y me puse a cuatro patas.

  • Tío, qué bueno estás – me dijo, sin dejar de mover el aparato.

Noté que me daba un par de besos en cada cachete y que me sacaba el miembro del culo.

  • Mmmmm, mira que abierto está esto…

De pronto noté que me estaba comiendo el culo. Creo que nunca me lo habían hecho estando tan dilatado. Fue una sensación extraña; sobre todo, muy morbosa. El tío empezó a jugar con algún dedo, mientras yo gemía cada vez más fuerte. Giré la cabeza para mirar hacia detrás. El cabronazo me había metido el puño casi entero, sólo faltaba el pulgar. Yo me aparté de él y me tumbé boca arriba, mirándole con ojos de vicio. Él se puso de rodillas, cogió el tubo de lubricante, se untó bien la mano y volvió a la carga.

  • Cualquiera diría que eres tan guarra viéndote con tu traje y tu corbata, en tu súper despacho de la última planta.

  • Oye, guarra tu madre – respondí.

Alguna vez me puede poner cachondo que me llamen guarra, pero un subordinado… demasiado peligroso.

  • Dime que quieres que te folle.

  • Quiero que me folles – repetí.

  • ¿Ves? Eres un poco puta.

  • Fóllame, anda. Saca esa mano de ahí y méteme la polla.

  • Sólo si me dices que eres una puta.

Me quedé pensativo un instante. ¿Tendría huevos de decir una cosa así? ¿De decirle una cosa así a Francisco?

  • Majete, si yo fuera una puta, tú no tendrías dinero para pagarme. Así que sácate la polla y métemela de una vez.

El muy cabrón de él me clavó la mirada y deslizó el pulgar dentro de mi rasero, haciendo que el puño entero estuviera dentro. No era un puño descomunal, eso hay que reconocerlo, pero quand même… Después empezó a moverlo despacio, muy despacio.

Con la otra mano se desabrochó el vaquero, se lo bajó junto con los boxers y dejó al descubierto una polla más que hermosa, de longitud normal, pero muy gorda.

  • Dime lo que quiero oír y te la meto.

  • Vale, soy una puta, una guarra y todo lo que tú quieras, pero acabemos con esto de una vez. Métemela ya, no puedo aguantar más.

Francisco no se hizo esperar. Sacó el puño de mi culo, se agachó, me lo comió un poco más mientras se colocaba el condón, se incorporó y me metió la polla hasta el fondo. Colocó mis piernas sobre sus hombros, me agarró por la cadera y empezó a follarme como un salvaje, dentro y fuera, dentro y fuera, arrancándome gruñidos de placer con cada embestida.

  • ¡Eres una zorra!

  • Fóllame más fuerte – grité yo.

  • Dime que eres una puta.

  • Soy una puta y quiero que me folles.

  • Quiero que seas mío.

  • Con ese pedazo de rabo, puedo ser tuyo cuando quieras.

  • ¿Quieres ser mi esclavo?

Dios, esto es muy fuerte.

  • Sí, joder, sí, quiero ser tu puto esclavo...

En ese momento, sin tocarme siquiera la polla, me corrí a lo bestia.