El hotel de Beijin (IV)

Las cosas se van saliendo un poco de madre conforme Fran se afianza como mi (inesperado) amo. ¿Podré aguantar la situación?

El hotel de Beijing (IV)

Esa tarde, después de comer (aunque los chinos comen a eso de las doce), tuvimos una conferencia. El ponente era mi jefe local, nuestro responsable en Beijing, por llamarlo de alguna manera. Era un salón de actos con unas cien personas de público, entre empresarios, políticos y demás… ¿Y a que no adivináis dónde esta yo? A la derecha del jefe, mirando de frente a todo el mundo. A la izquierda había otra compañera que también trabajaba en China.

Fran estaba sentado en primera fila.

Por suerte, yo sólo tuve que hablar al principio. Cinco minutillos de presentación, y listo. A escuchar… y a fantasear.

El cabrón de Fran no paraba de mandarme mensajes. “Puta”, de decía él. “Quiero que me folles”, contestaba yo. “Eres mi esclavo, te follaré cuando me salga de los cojones”, continuaba él. “Sí, amo, pero por favor, necesito sentir tu polla dentro de mí”, respondía yo.

Tras ese último mensaje, Fran garabateó algo, se levantó, me entregó una notita y salió del salón de actos.

“¿Estás caliente, zorrita?”.

Al cabo de un minutillo, me llegó una foto al iPhone, un primer plano de su polla meando. Vale, es un cerdo. Un cerdo, sí, pero cómo me gustaba… Miré hacia el frente. Mi polla estaba dura como un palo, apretándose contra el sudoroso tanga de Fran. La situación no podía ser más morbosa. Cien personas mirándome, sin saber que yo estaba cachondo como una perra.

Fran volvió a entrar, clavó sus ojos en mí y tecleó algo en su móvil.

“Vete al baño y méate en la mano. Límpiate con la lengua. Y no te laves las manos”.

Joder, no había forma de que saliera de la conferencia. El jefe estaba hablando, sería una falta de educación horrorosa levantarme de la mesa e irme sin más… pero mi polla estaba pensando por mí. Empecé a simular un ataque de tos, me levanté y abandoné el salón de actos.

Encerrado en el cuarto de baño, me bajé los pantalones y el tanga y me senté en la taza del váter. Tenía el rabo más duro que en toda mi vida, incluso una gota de humedad se estaba formando en la punta. Po encima de los zapatos, me quité los pantalones y el tanga y lo restregué contra mi cara, aspirando su aroma una vez más. Ahora su olor a macho estaba mezclado con el mío propio.

Me agarré la polla con la mano derecha y apreté con todas mis fuerzas, intentando mear. Imposible, con esa erección nunca lo conseguiría. Respiré hondo, pensé vagamente en mi abuela y en alguna otra chorrada y… ahí estaba… un chorro de pis caliente me mojó la mano. Ya que había empezado no podía parar. Me solté toda la meada en la mano. Cuando hube terminado, me la sacudí un poco, me la puse delante de la cara e hice lo que me habían ordenado: me puse a chuparla a conciencia.

No, no era la primera vez que probaba el sabor de una meada. Pero ésa es otra historia.

Aspiré una última vez el olor del tanga y volví a vestirme. Mi polla no quería tranquilizarse, así que con manos temblorosas, escribí a Fran. “Misión cumplida, amo”.

Al entrar de vuelta en el salón de actos, me hizo un gesto para que me acercara a él y me susurró al oído:

  • No me has mandado una foto, esclavo. Te castigaré por esto.

  • Sí amo – respondí.

La conferencia acabó tarde, y todos los compañeros salimos a cenar a un local de noodles muy famoso de Beijing. La conversación era agradable, pero yo sólo tenía ojos para Fran. Lo veía guapo, cachas, increíblemente masculino, morboso hasta el fin… estaba deseando que me diera más órdenes, que doblegara mi voluntad, que me insultara.

¿Qué coño me había pasado? Hace tan sólo un día, le hubiese partido la cara a ese niñato si se le hubiera ocurrido llamarme la mitad de las cosas que yo ahora deseaba que me gritara.

  • Voy al baño – dijo de pronto, mirándome a la cara.

  • Espero, aprovecho y te acompaño – repuse yo.

El servicio estaba desierto, algo raro en un local como ese, así que Fran me empujó contra la puerta y clavó su pie para evitar que se abriera.

  • ¿Te ha gustado mearte en la mano?

  • Sí, amo.

  • Eres una cerda, lo sabes, ¿verdad?

Sonreí ampliamente.

  • Claro que lo sé.

Despacio, se desabrochó el pantalón del traje. Yo llevaba puesto su tanga, así que obviamente él no llevaba ropa interior, de modo que su polla saltó libre al instante. Dios, qué grande, qué gorda, qué húmeda estaba…

  • Cómemela.

Yo me agaché, la cogí con una mano y me metí el capullo en la boca.

  • Así no, zorra. De rodillas.

Él apoyó ambas manos en la puerta para estar seguro de que nadie la abriría, yo me puse de rodillas y me quedé mirándola como si fuera una aparición milagrosa. Era gorda, al menos el doble de gorda que la mía, y bastante más larga de lo que me había parecido el primer día. ¿Quizás un efecto óptico? No estaba circuncidado, pero la puntita rosada asomaba húmeda de la piel del prepucio, que era morena y suave. La polla en sí era recta, como a mí me gustan, morena, con venas bien definidas.

Y los huevos… qué decir. Un macho como aquél no podía sino tener dos cojones como dos naranjas. Los llevaba perfectamente depilados, aunque en el pubis sñolo llevaba el vello recortado, igual que en el pecho.

  • ¿Qué, te gusta mi polla?

  • Me encanta.

  • Me encanta, amo – me corrigió.

  • Me encanta tu rabo, tu polla gigantesca y descomunal, amo – dije, sin dejar de mirarla.

  • Pues deja de mirarla como un gilipollas y cómemela de una vez.

Primero la agarré con ambas manos, la descapullé y la chupé con cariño, saboreando el delicioso sabor de todo un día de trabajo. Pero él dio un empujón y me la metió entera en la boca. Por un instante sentí una arcada, pero enseguida relajé la garganta y dejé que él me follara la boca a voluntad.

Llevábamos dos o tres minutos con esta actividad cuando alguien intentó abrir la puerta. Yo fui a separarme de inmediato, pero él me agarró con una mano y me forzó a continuar.

  • One second! – dijo.

Yo seguí chupando (o mejor dicho, él siguió follándome la boca como un poseso) mientras fuera alguien seguía intentando abrir. Mierda, como sea el jefe se acabó mi carrera. Pero Fran seguía metiéndola y sacándola, cogiéndome el pelo con la mano para que no me apartase. La situación debía de estar poniéndole mogollón, porque a los pocos segundos empezó a correrse, llenándome la boca de tanta lefa que empezó a resbalarme por la barbilla.

  • Traga, maricona – me susurró.

Yo tragué, obediente. Sin moverme de mi sitio en el suelo, le subí los pantalones con cuidado, le cerré la cremallera, le abroché el cinturón y me puse de pie, tratando de hacer el menor ruido posible.

  • Me encanta tu leche, amo.

Fran sonrió, soltó la puerta y dejó que esta se abriera para dejar entrar (gracias a Dios) a un chino ansioso que corrió a uno de los urinarios.

Volvimos a la mesa y proseguimos con nuestra reunión. Cuando acabamos de cenar, tomamos una copa. Después todos anunciaron que estaban cansados y que se irían a dormir, ya que al día siguiente había que madrugar bastante.

  • A mí me apetece tomar algo. ¿Alguien se viene? – preguntó Fran, con su mejor sonrisa inocente.

  • Venga, yo te acompaño – respondí.

Nos despedimos del grupo, salimos del restaurante y echamos a andar calle arriba. Eran las once de la noche.

  • ¿Dónde vamos?

  • A donde a mí me salga de los cojones, ¿o es que no aprendes nada?

Respiré hondo. ¿Todo esto era un juego o estaba yendo demasiado lejos? Mi polla seguía a 100, a 1000, y me moría de ganas de que aquel tío cabrón me follara por todas partes, pero dudaba de si seguía llevando el control. Fran hizo un gesto y paró a un taxi, deteniendo por completo mis reflexiones. Le entregó al taxista un papelito con la dirección, así que yo seguía sin la menor idea de a dónde íbamos.

Cuando llegamos, no me lo podía creer.

  • ¿Una sauna? Tío, es demasiado pronto, no habrá nadie.

Fran se bajó del taxi y me esperó en la calle mientras yo pagaba. Cuando me bajé yo también, me miró a los ojos con una sonrisa viciosa y, sin previo aviso, me soltó un bofetón en la cara. Reconozco que no me hizo casi daño, debió pegarme muy flojo, pero aquello ya terminó de sacarme de mí.

Dios, soy una zorra viciosa.

  • Que sea la última vez que me llamas tío. Soy “amo” para ti. Ahora vamos a entrar en esa sauna, te vas a despelotar, te voy a poner un collar y una correa y te voy a pasear por todas las salas para que los chinitos vean quién es tu amo, ¿entendido?

  • Sí, amo.

Aquello me estaba gustando cada vez más. Seguí a Fran al interior del local, pagué la entrada de ambos y juntos fuimos hasta las taquillas. Él abrió la mía y la señaló. Yo seguía con el traje de trabajar, así que empecé quitándome la chaqueta y desabrochándome la camisa.

  • Déjate la corbata puesta.

Mierda, es de Armani. A tomar por culo.

Obedecí y me quité el resto de la ropa. Lo último fue el tanga. Cuando lo tuve entre mis manos, clavé la mirada en Fran y, poniendo toda la cara de vicio de que fui capaz, me lo llevé a la cara y me lo froté mientras aspiraba su olor una vez más. Él me lo quitó de las manos, lo olió también, escupió en la zona del paquete y volvió a restregármelo por la cara.

  • Me encanta lo viciosa que eres – me dijo.

Cerró mi taquilla con llave, abrió su maletín y extrajo… sí, lo que os imagináis. Un puto collar de perro, con su correa incorporada. Me lo puso por encima de la corbata, guardó su maletín y la llave de mi taquilla en la suya, se guardó la otra llave en el bolsillo y tiró de mí.

Así entramos en la sola de los baños: él completamente vestido con traje y corbata, yo desnudo, con la corbata y con un una correa al cuello.

El muy hijo de puta me arrastró por todas las salas, ante la atónita mirada que los chinos, que nos seguían con cierta distancia cascándosela como posesos. Por último llegamos a la zona de los baños.

  • Siéntate ahí en el suelo y ábrete bien de piernas – me ordenó, soltando la correa y señalando una de las duchas.

Qué remedio, yo obedecí. Ni que decir tiene que durante todo el paseo, mi polla había seguido dura como una roca. Abierto de piernas y recostado en el suelo, con la espalda contra la pared, vi como Fran se bajaba la bragueta para sacarse la polla, que curiosamente estaba sólo morcillota, se acercaba a mí y empezaba a mearme encima mientras no menos de diez chinos presenciaban la escena con los ojos redondos como platos por una vez en su vida.

  • ¡Joder! ¡Sí!

  • ¿Te gusta, zorra?

  • Si, amo, sí, joder, méame encima, échamelo en la cara, en la boca…

De pronto el chorro se cortó.

  • Espérame aquí.

Y desapareció. Los chinos se me quedaron mirando alucinados. Yo tenía la polla a punto de explotar, no podía creerme lo que estaba pasando. Les oía hablar en chino entre sí. Decían: es su puta, mira como le gusta que le meen.

Uno, que debía ser el más valiente, se acercó e hizo amago de mearme también, pero Fran entró completamente desnudo y le apartó de un empujón.

  • He is my slave; you can’t do anything to him without my permission.

  • Ok, ok – respondió el chino.

  • Tú, ponte a cuatro patas.

Así lo hice, dirigiendo mi agujero a Fran y a los diez chinos cachondos. Esta vez el muy cabrón no se entretuvo mucho en lubricarme, aunque bueno, estaba tan caliente y tan húmedo que no hacía mucha falta. Me dio un par de lengüetazos en el culo, me metió un dedo, dos dedos y de pronto, la polla.

  • SIIIIIIII AMO, SÍ, FÓLLAME.

  • ¿Te gusta, zorra?

  • Sí, amo.

  • ¿Qué eres?

  • Soy una puta, soy tu esclavo, soy el esclavo de tu polla…

  • Diles a esos chinos que nos meen encima mientras te follo el culo.

  • ¿Cómo amo?

  • ¡Traduce, joder, imbécil de mierda! Quiero que nos meen a los dos mientras te parto el culo y te hago sentir como la zorra que eres.

Yo les dije rápido a los chinos que vinieran a mearnos, y obedecieron, vaya si obedecieron. Al instante sentí los diez chorros de pis oriental en mi espalda, en mi cara, en mis pies… aunque quizá lo que más me excitaba de todo es que a mi amo también le estaban meando entero…

  • Pajéate, esclavo.

Yo empecé a cascármela a lo loco. Dos o tres chinos habían parado de mear, así que se acercaron y empezaron a pajearme también.

  • ¡Me corro! – gritó Fran -. ¡Puto esclavo de mierda, me corro, voy a reventarte el culo con mi leche!

  • ¡Sí amo! ¡Sí!

En ese momento noté que Fran empezaba a correrse dentro de mí, y al instante me cayeron varios lefazos encima que venían de los chinos. Yo me corrí también a lo bestia, pringado de lefa y de meada, con una polla en el culo y gritando como loco.

  • ¡Sí! ¡Joder, sí!