El hotel

Una avería lleva a la protagonista a un cambio de vida totalmente inesperado.

Aquel verano decidí pasar unos días en una zona desértica buscando paisajes inhóspitos para practicar mi afición a la fotografía. Con un compañero decidimos alquilar un vehículo todoterreno y viajar por antiguos caminos prácticamente abandonados. Cuando ya lo teníamos todo organizado y a los dos días de empezar la aventura mi amigo cogió unas fiebres y me hizo saber que muy a su pesar debería quedarse guardando cama. Me quedé de piedra sin saber que hacer pero la inversión que habíamos hecho era tan elevada que decidí arriesgarme y seguir adelante. Así que al cabo de dos días inicié la ruta en solitario.

Durante tres días el viaje fue fantástico. Hermosos paisajes, ni un alma, fotografías, puestas de sol, amaneceres... dormía bajo las estrellas y al día siguiente continuaba la ruta. Pero el cuarto día el motor empezó a hacer un ruido raro, un humo denso y negro me hizo ver que algo iba muy mal y al final el coche se detuvo y no volvió a arrancar. Estaba a más de cien kilómetros de la civilización, no había cobertura ni manera de comunicarse, así que decidí rápidamente preparar una bolsa con lo imprescindible y seguir a pie.

El tremendo calor y la soledad me hicieron perder la noción del tiempo, andaba y andaba y parecía que no avanzaba. Por la noche estaba extenuada y debía racionar el consumo de agua. El segundo día fue aún peor. De repente entre sueños me pareció oír el motor de un coche... ¡milagro!, un todoterreno venía hacia mí. Se detuvo a mi lado y el conductor bajó a auxiliarme, me dio agua, me hizo descansar y sólo cuando vio que me recuperaba subimos al coche para continuar la ruta.

  • Ha tenido usted mucha suerte señorita, vi su vehículo abandonado y supuse que estaba en un serio problema. Afortunadamente la he encontrado a tiempo, dudo mucho que hubiese conseguido caminar hasta la carretera.
  • Lo sé y se lo agradezco, ahora me doy cuenta de que he sido una inconsciente.
  • Bueno, bien está lo que bien acaba, de todas maneras es muy tarde y anochece, así que me desviaré unos kilómetros hasta un hotel solitario que es el único sitio habitado en esta zona. Mañana la llevaré hasta el pueblo más cercano.

Me quedé dormida y desperté cuando oí el motor del coche que se apagaba. Estábamos a las puertas de un pequeño edificio bien cuidado, con jardín y algunos coches aparcados. Mi acompañante explicó la situación al recepcionista y éste asintió. Me pidió la documentación y me dio la llave de una habitación en el primer piso. Subí y me encontré una habitación limpia y bien cuidada. Arrojé la mochila encima de una silla, me quité toda la ropa, llené la bañera y me metí dentro sintiéndome tan feliz que no tardé en quedarme profundamente dormida.

No sé cuanto rato pasó hasta que desperté. Lentamente salí de la bañera, me envolví en una toalla y volví a la habitación. Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi que mi ropa y mi bolsa habían desaparecido. Miré por todas partes pero no estaba. Sorprendida y preocupada decidí llamar a la recepción.

  • Mire usted, que las cosas que traía han desaparecido.
  • Espere un momento señorita, que informo al director.

Al cabo de unos minutos llamaron a la puerta. La entreabrí y el director decididamente pasó al interior. Iba acompañado de dos tipos con aspecto de gorila que también entraron en la habitación. Encontré de muy mal gusto que irrumpiesen así, y más teniendo en cuenta que yo iba tapada sólo con una toalla. Abrí la boca para quejarme pero el director, mirándome con unos intensos ojos verdes que me hicieron sentir aun más desnuda me interrumpió con autoridad.

  • Vamos a ver señorita, le voy a explicar la situación: estamos a doscientos kilómetros de la civilización y la única manera de salir de aquí es atravesando un desierto que usted ya ha visto como se las gasta. No tiene documentación, efectos personales, dinero, su coche se ha averiado a más de cien kilómetros de aquí y usted ha desaparecido. Cuando den la alarma localizarán el coche, la buscarán unos días y la darán por desaparecida, ni por asomo llegarán hasta aquí. Por lo tanto nos vemos obligados a acogerla, pero deberá trabajar para cubrir los gastos de su estancia. Tiene dos opciones, aceptar su situación por las buenas, lo que le evitará males mayores o por las malas. En ese caso nos veremos obligados a actuar en consecuencia y le aseguro que no será agradable para nadie.

Empecé a notar un fuerte dolor en el estómago a medida que iba viendo cual era la situación en que me encontraba.

  • Debe estar loco si cree que le voy a hacer caso, quiero llamar por teléfono ahora mismo.
  • Mira niña, las líneas telefónicas al exterior están cortadas, los móviles no funcionan, si gritas nadie te oirá y si intentas huir lo máximo que conseguirás es ponerte en peligro, aparte de que cuando te capturemos recibirás una paliza que recordarás toda tu vida... verás como no repites. Y ahora vamos a examinar la mercancía.

De un rápido gesto pegó un tirón a la toalla y me dejó totalmente desnuda. Noté como tres pares de ojos me escrutaban todos los rincones de mi cuerpo. Intenté recoger la toalla pero un fuerte bofetón me cruzó la cara haciéndome un daño increible. A ese bofetón siguieron dos más igual de fuertes.

  • Ponedla de rodillas - ordenó el director a los gorilas.

Todavía atontada de los bofetones no pude oponer demasiada resistencia y me vi de rodillas

  • Muy bien ahora veamos que tal la chupas... y como la toques con los dientes te juro que te los arranco uno a uno.

Se desabrochó los pantalones y acercó su pene a mi boca. La cerré con fuerza y giré la cara. Él me cogió el pelo y tirando con violencia me puso la cara delante de su polla y empezó a restregármela por toda la cara y a golpeármela con ella. Como seguía sin abrir la boca empezó a golpearme con violencia hasta que empecé a chillar y a gemir de dolor, momento en que tirándome del pelo me la metió hasta la garganta. El muy cerdo había ganado la batalla. Su polla se adueñó de mi boca y empezó a moverse por ella con violencia hasta que en una serie de espasmos se corrió llenándome la boca de semen que me obligó a tragar.

Me separó de un empujón tirándome sobre la cama y les dijo a los gorilas "toda vuestra". No se hicieron de rogar y por turnos me follaron primero el coño y luego el culo. Al acabar me quedé destrozada encima de la cama, llena de sudor, semen y lágrimas. Antes de irse el director me dijo:

  • Tienes libertad para ir por la casa y por el jardín. Si quieres comer deberás bajar abajo. Ahí tienes tu nueva ropa. La habitación no tiene cerradura y todos los habitantes de la casa tienen permiso para entrar y utilizarte a su antojo siempre que lo deseen.

Miré la ropa... un corsé y unas mallas de puta, unos zapatos con tacón de aguja y ligueros. Llorando me metí en la cama sin saber que hacer. Estuve cuatro días sin salir de la habitación, sin comer nada. Cada día entraban varios hombres y me utilizaban sexualmente como deseaban. Me di cuenta de que si seguía así enfermaría de debilidad. Tenía que comer. Haciendo de tripas corazón me vestí de puta y bajé a la planta baja. Me encontré al director:

  • Muy bien zorrita, veo que empiezas a aceptar la realidad - dijo tocándome el culo. - Ves a la cocina y come algo, debes estar muy débil... y recuerda que antes de bajar debes arreglarte un poco mejor el pelo, maquillarte, etc. Nos gusta que nuestras putas estén guapas y es bueno para el negocio, entendido?

Sus ojos seguían penetrándome hasta lo más profundo de mi ser, me sentía desnuda e inferior ante su presencia... "Sí Señor" contesté.

  • Después de cenar pasa al salón, es tu lugar de trabajo y hay unos señores que quieren conocerte.

En la cocina una chica de mi edad y vestida como yo me acercó un buen plato de comida y una botella de vino, "bebe, eso te ayudará", me miró cariñosamente y me besó en los labios intentando calmarme. Me dijo que no me preocupase y que pronto me acostumbraría a mi nueva vida. Me entraron ganas de echarme a llorar pero me aguanté.

Al acabar fui al salón. Era una triste barra americana, pequeña, sórdida y lúgubre. Había unos diez hombres todos con muy mala pinta y el mismo número de chicas, todas vestidas como yo. El director me hizo sentarme con él a la barra y me sirvió un combinado. Lo bebí mientras notaba esos ojos, tan verdes, tan profundos... Noté como me pellizcaba los pezones y ya no me aparté, me sentía hechizada por su mirada.

  • Bien zorrita, el combinado que has tomado va haciendo su efecto. Te anula la voluntad y te somete a mí, de manera que a partir de ahora sólo querrás complacerme.

Noté como la cabeza se me iba...

  • Ponte de rodillas y dame tu mejor mamada zorra

Obedecí, estaba de rodillas en el sucio suelo de aquel tugurio chupando una polla sin importarme nada más que llevarla al orgasmo. Oí que mi dueño hablaba con alguien pero no escuché la conversación, aunque me di cuenta de que hablaban de mí y de una cierta cantidad de dinero. Noté que me indicaban que parase de mamarla.

  • Mira zorra, ahora quiero que te vayas con este caballero y hagas todo lo que él te diga entendido?

Aquel caballero era un tipo horroroso, gordo, peludo, seboso, sucio y sudoroso, debía pesar unos 150 kg y parecía más un cerdo que un hombre.

  • Sí señor - contesté pensando en que si hacía un buen trabajo quizá después mi señor me dejaría volver a disfrutar de su polla.

El tipo me cogió en sus brazos y me besó en la boca, Olía a ajo y cebolla, casi vomité pero lo superé y empecé a morrearle y a jugar con mi lengua en su boca.

  • Quítame los zapatos y lame mis pies sudados - Me arrodillé en el suelo, le quité los zapatos y los calcetines, olía fatal, pero empecé a lamerle los pies y a tragar toda su suciedad salada.

  • Ahora la polla - Le desabroché la bragueta, tenía la polla sucia, arrugada y pequeña, pero empecé a mamarla hasta que empezó a coger un buen tamaño.

  • Muy bien niña, vamos a tu habitación - Subimos a la habitación y notaba sus ojos clavados en mi culo mientras no paraba de sobarme. En la habitación me hizo quitarme las bragas, se tiró encima mío con todo su peso y me folló ansiosamente haciendo el mismo ruido que un cerdo. El tipo parecía que iba a tener un infarto y a mí me daba la sensación de que me iba a ahogar. Miré al espejo y vi mi imagen, totalmente enterrada bajo un cuerpo tres veces más grande que el mío que me poseía de un modo patético pero sin dudarlo. Volví a notar esa sensación de estar sometida y cuando me di cuenta... me estaba corriendo como una guarra...

Cuando acabó el tipo se durmió un rato encima mío y luego se fue. Me lavé y me dispuse a bajar al salón de nuevo pero recordando lo que mi señor me había dicho volví al baño y me peiné y maquillé con esmero.

Una semana más tarde ya tenía la sensación de que siempre había vivido allí. Renuncié a huir y pasé el resto de mi vida en el hotel.