El hospital

De cómo a partir de un accidente, un adolescente se ve envuelto en las trampas sexuales de un grupo de médicos y enfermeros en un hospital.

El hospital 1.0.

La emergencia

El sonido del silbato rasga el aire frío junto con el clamor de las voces de las gradas en apoyo a sus equipos favoritos. Quedan todavía 20 minutos de partido, suficientes para que el actual marcador de 2-3 a favor del equipo local dé la vuelta o bien se consolide con un gol más del mejor jugador y capitán, Alfredo Solares. En su posición de delantero, Alfredo se prepara para recibir el pase de su compañero, listo para arrancar hacia la portería contraria. Recibe el balón, corre y finta a uno, dos rivales. Sin embargo, como de la nada, un pie por debajo pretende quitarle la pelota. Falla pero en cambio da de lleno a la pantorrilla de Alfredo, quien sale rodando por el impacto. De nuevo suena el silbato. El árbitro marca falta. Alfredo se encoge, tomando su pierna lastimada. No es de los que acostumbra fingir dolor pero en este caso es genuino. Pronto se hace evidente que Alfredo no podrá continuar. Todavía capaz de caminar, se dirige cojeando hacia la banca cuando de pronto trastabilla. A su alrededor todo empieza a dar vueltas. Cae y antes de perder el conocimiento alcanza a escuchar la voz de su madre que ya corre a ver qué pasa.

Cuando despierta, Alfredo está tendido en una cama. Viste una bata de paciente y tiene una línea en el brazo conectada a una bolsa de suero. A su lado, su madre lo observa angustiada. Del otro lado, un hombre también lo contempla, es el médico. Alfredo levanta la mirada: Bata blanca, camisa y corbata, pecho firme, piel moreno claro, estatura elevada, cabello corto y castaño. Lentes sobre una nariz recta, que se anteponen a un par de cejas pobladas y a unos ojos que lo contemplan menos angustiados que profesionalmente… o quizá hay un destello de un interés mucho menos profesional, mucho más carnal. Pero Alfredo no lo nota, todavía.

Retrocedamos un par de horas. Después de desmayarse, Alfredo había sido trasladado a la enfermería de la universidad. Pronto se hizo evidente que necesitaría más. La ambulancia llegó rápidamente, lo recogió y partió al hospital. En la ambulancia, un paramédico revisó al chico mientras preguntaba a su madre.

“¿Se golpeó la pierna y luego se desmayó?

“Si, primero le pegaron y cuando se levantó de pronto se cayó” decía la madre.

“¿Hace deporte? Preguntó el paramédico mientras le abría quitaba la camisa a Alfredo, dejando al descubierto un pecho bien marcado que hacía la pregunta innecesaria. Puso el estetoscopio sobre su piel libre de vello, sintiendo la firmeza de los músculos.

“Si, fútbol, también nada y va al gimnasio y a veces corre”

“¿Come bien?”

“Eso no sé, come mucho pero yo siempre le he dicho que debe comer más verduras”

“¿Qué edad tiene el chico?”

“18 años”

Ante esta respuesta, el paramédico alzó la vista hacia la madre. El chico tenía buenos músculos para su edad, especialmente las piernas, pero también era de estatura menuda, de piel blanca y cabello rubio. Su cara es todavía infantil, o al menos así le parece a este hombre de 26 años. Es natural que no se lo crea pero así es. El paramédico, quien por cierto es un hombre de raza asiática, de complexión afibrada y fuerte agarre en el club de judo al que asiste, siguió preguntando e inspeccionando a su joven paciente hasta llegar al hospital donde alcanza a decir a la madre que no se asuste, que seguramente sólo es una insolación o una descompensación por falta de líquido. Junto con su compañero, transporta a Alfie, como le dicen sus amigos. Una vez dentro, ve a su alrededor hasta hallar a un enfermero, uno en particular. Un hombre alto y fornido, cabello todavía más rubio que Alfredo, casi blanco, mientras su piel es casi rosa de tan clara. El paramédico lo llama y este se acerca.

“Llévalo tú, con el doctor Suárez. No es grave pero mejor que lo revise él. Tiene algo.” Dice con palabras que a nadie a su alrededor le parecerían extrañas pero que para el enfermero significan más que lo que dicen.

“¿Qué edad tiene?”

“18, no hay problema” dice el paramédico antes de dejarlo al cuidado del enfermero. Este transporta a Alfredo hacia la sala de emergencia. El doctor Súarez llega. El es mismo que Alfredo vio al despertar, un latino de 39 años de espalda y pecho ancho gracias a su afición por las pesas. De aquí en adelante, el doctor Victor Suárez es el encargado de atender a Alfredo y tranquilizar a su madre. Dado que la condición del chico no resulta delicada, posteriormente es trasladado a una habitación de rutina. Es así como Alfredo despierta y se entera que la patada, aunque algo severa, en realidad no tuvo nada que ver. Parece ser que simplemente se desmayó por deshidratación.

“Sin embargo, ya que estás aquí, hemos aprovechado para hacerte algunos exámenes y revisar tu condición. Aún un desmayo es algo raro para un joven como tú” dice afablemente el médico. “Ya es tarde así que tal vez debas pasar aquí la noche”

Alfredo se queja ya que pretendía ir a una fiesta con sus amigos y su novia. Su madre tampoco está tan contenta. Ella es madre soltera. Trabaja de azafata y al día siguiente empieza su turno, dos semanas ininterrumpidas volando de aquí para allá. Para ella que casi no ve a su hijo, es, sin embargo, motivo de orgullo verlo tan sano y tan bien (o al menos no mal) en el colegio y le gusta aprovechar tanto como sea posible estar con él. Tener que dejarlo una noche en el hospital implica cenar sola en casa. Al fin de cuentas, sin embargo, el médico la convence. Después de todo es por bien de Alfie. Así pues, su madre se va, dejando al chico medio enfadado. El doctor también se va, no sin antes checar el suero y tomarle los signos vitales. Alfredo se entretiene viendo la televisión. Al menos esta en una habitación sólo para él, piensa. Al cabo de un rato le dan ganas de ir al baño. Se levanta, sintiendo una ligera brisa fría en su espalda, desnuda y apenas cubierta por la bata. Siempre se ha preguntado por qué demonios las batas de los pacientes se cierran por detrás, dejando a la vista más de lo que la mayoría quiere enseñar. Como sea, se dirige al baño jalando el soporte del suero. Al llegar al retrete y levantar la bata para orinar, descubre algo inusual: ¡Su entrepierna ha sido totalmente depilada! De cualquier forma él no es muy velludo pero esto es increíble. Le habían quitado hasta el último vello del escroto. Su pene circunciso luce pequeño de ese modo. Se enoja. Regresa a su cama después de orinar y toca el timbre para llamar al enfermero. Este es el mismo enfermero rubio que lo recibió. Sergei Ivanov, dice su identificación. El muchacho le reclama por haberle depilado. El enfermero lo escucha incómodo.

“Escucha, chico, te voy a decir la verdad. Yo no fui quien te depilo. Se trata de una enfermera nueva. Llegó esta semana y todavía no se acostumbra la pobre. Ayer confundió la dieta de dos pacientes. Contigo se equivocó en el número de la habitación. El afeitado era para el paciente de lado, le van a extirpar la próstata. Creo que hasta tú entiendes lo poco inteligente que resulta suponer que un chico como tú requiera afeitado para extirparle la próstata pero ella tampoco es muy brillante. Pero no es mala chica. Así que te pido por favor que no armes escándalo sobre esto o puedes perjudicarla” por si fuera poco, Sergei también le mostro una credencial donde aparecía la foto de la enfermera. En verdad era muy bonita, reconoció Alfredo, y no se veía muy lista. Por debajo del suéter del uniforme se le veían sendos melones. Así pues, prometió no decir nada.

“Con tal de que ella me dé el baño de esponja” bromeó.

“No te lo aconsejo, sería capaz de ponerte un enema por error” contestó Sergei. “De cualquier forma, yo soy tu enfermero y si hay algo que se te ofrezca, me avisas.” Sergei volvió a checar el suero y se fue.

Al cabo de una media hora, sin embargo, regresó, trayendo la cena en una bandeja. Si a eso se le puede llamar cena. La comida de hospital es horrible, pensó Alfredo. Mientras cenaba, charló con Sergei. Así se enteró que Sergei era ruso pero había venido al país desde hacía ya diez años. De joven había sido gimnasta pero no llegó a nivel profesional. El futbol le gustaba más o menos, confesó. Sergei por su parte, se enteró de que la madre de Alfie era azafata, que viajaba mucho y que de hecho estaría fuera al menos dos semanas. Ambos vieron un partido en la televisión mientras Alfredo terminaba su cena. Al cabo de lo cual, Sergei recogió la bandeja y se fue. De nuevo Alfredo se quedó sólo. Apagó la televisión. La verdad es que ahora tenía ganas de otra cosa. Metió la mano por debajo de la sábana y de la bata y agarró su ahora lampiño miembro. Como buen muchacho de 18 años, no podía pasar un día sin satisfacerse. No era virgen, ya se había acostado un par de veces con su novia y una vez más con otra chava en una fiesta. Sin embargo, no podía tener una mujer todos los días. En cambio, su mano la tenía todo el tiempo. Y vaya que la usaba. Los menos una o hasta dos o tres veces al día.

Jalando su verga suavemente y con ritmo, Alfredo entrecerraba los ojos pensando en cualquier cosa. Las tetas de alguna modelo, el coño de su novia. De pronto, la puerta de su habitación se abrió. Alfredo volvió bruscamente a la realidad, retirando la mano e incorporándose de súbito, tratando de acomodarse en una posición donde su erección no resultara tan evidente. El que entró era el doctor Suárez, quien solo le hecho una ojeada de pies y cabeza antes de hablarle con toda naturalidad. Le preguntó cómo se sentía y cosas así. También le preguntó por sus hábitos. Ejercicio, dieta. Drogas. Alfredo le contestó honestamente que nunca se había drogado.

“¿Tienes novia? ¿Novio?” dijo el doctor como si nada. Alfredo frunció las cejas.

“No soy puto. Tengo novia.”

“Discúlpame, no tenía intención de ofenderte. Es solo que hoy en día es mejor preguntar abiertamente. Entonces, ¿has tenido sexo con tu novia o con otras mujeres?”

“Como 10 veces”, mintió. “Siempre con condón” en eso también mentía. A la muchacha de la fiesta la había penetrado a pelo pero se había venido fuera.

“¿Pensabas en tu novia hace un rato?” preguntó el médico con una sonrisa de complicidad. Alfredo se puso rojo como un tomate. “No creas que no lo noté. Pero no importa, yo también sé lo que se siente tener ganas” le dijo el médico, sonriendo.”Cuando era estudiante, en el internado, cada noche me la pasaba encerrado en los consultorios vacíos, haciendo ya-sabes-que”

Alfredo no contestó y desvió la mirada evasivamente. El doctor no insistió. Cambió de tema y luego de algunas preguntas más, se puso de pie. Le dio a Alfredo un par de píldoras, quien las tomó en el acto sin prestar atención. Luego le cambió la bolsa de suero. La anterior todavía tenía pero el doctor dijo que era para no tener que cambiarla en la noche y despertarlo. Se fue.

La habitación quedó en silencio y Alfredo pensó por un momento en regresar a donde estaba. Pero después de haber sido interrumpido por el doctor, no le entraban ganas. En cambio, al cabo de un rato, empezó a sentirse medio adormilado. O más que eso, muy muy relajado, ligero. La habitación le parecía muy grande, muy lejana o de pronto casi sentía que podía tocar la televisión con tan solo alargar la mano. Su cuerpo se sentía liviano y cómodo, casi como si fuera  a flotar. Al mover la cabeza de un lado a otro, la sentía pesada como un péndulo que oscilaba. En medio de esas sensaciones extrañas, se quedó dormido o al menos eso creyó. Creía estar dormido, ya que lo que le sucedió a continuación era tan bizarro que no podía ser sino un sueño.

La puerta se abrió nuevamente y alguien entró. El doctor Súarez seguido de Sergei, el enfermero. El doctor se acercó a Alfredo y con su lámpara le inspeccionó las pupilas. Estaban dilatadas.

“Alfredo, Alfredo, ¿me escuchas? Levanta la mano derecha si me escuchas” Alfredo escuchó las palabras de lejos, con un eco. Quiso levantar la mano derecha pero por alguna razón levantó la izquierda. “Va bien” dijo Suárez.

“¿Le abro más al suero, Victor?” preguntó Sergei llamando al médico por su nombre

“No, mejor échale un tiro. Será más rápido.”  Sergei tomó ‘el tiro’, una jeringa, con la que inyectó a Alfredo en la intravenosa del brazo. Alfredo sintió todo su cuerpo todavía más liviano y sus sentidos se elevaron y confundieron todavía más. Su vista era un remolino de imágenes. Los sonidos a su alrededor reverberaban.

“A ver, Alfredo, de nuevo, si me escuchas, levanta la mano derecha” Esta vez, Alfredo apenas movió la cabeza, con los ojos mirando sin mirar a todas partes. “Ya está listo. Excelente muchacho el que conseguimos hoy, Sergh”, dijo Víctor. “Te vamos a dar un trato especial, Alfie” continuó, dirigiéndose al muchacho que, drogado, apenas escuchaba el eco de su voz, sin entender en absoluto. Recordaría muy poco o nada. Víctor acarició la suave piel de Alfredo, se agachó y aspiró su aroma adolescente. Sacó la lengua y le lamió desde el mentón, la mejilla, la nariz y hasta la frente. Sergei a sus espaldas, lanzó una risa.

“Bien decía Takeo, es una excelente oportunidad” dijo, refiriéndose al paramédico que lo había llevado.

“¿Va a venir?” preguntó Víctor.

“Sí, ya viene para acá. Quería traer a Raúl pero hoy estuvo en el turno matutino”

“Que mal. Como sea, aún sin Raúl nos vamos a divertir mucho” sonrió Víctor.”¿Qué te parece si empezamos nosotros antes de que llegue Takeo?”

“Por mí, perfecto, el muchacho se me antoja”

Quitaron las sábanas que cubrían a Alfredo y a continuación Sergei le quitó la bata mientras Víctor empezaba a desanudarse la corbata, siguiendo luego con la camisa y dejando al descubierto su dorso bien tonificado, moreno, sólido, sin un solo vello. Sergei admiró sus grandes y oscuros pezones como siempre que lo veía. A Alfredo, por su parte, lo tendieron desnudo en la cama. En su estado de semiinconsciencia, tenía la verga a medio parar, gracias a las pastillas que Víctor le diera poco antes.

“Tiene buen cuerpo. Qué bueno que lo hayas depilado, así se ve más joven” decía Víctor mientras se desabrochaba el cinturón.

“Si, mucho más” contestaba Sergei mientras se quitaba su propio uniforme. No llevaba más que la camisa de enfermero por lo que al quitársela dejó su pecho desnudo. Blanco como era, sus poderosos y grandes pectorales, acabados en un par de pequeños, duros y respingones pezones rosados, contrastaban con la esbeltez de su cintura y con su marcado abdomen de ex-gimnasta. “Vamos a ver si conseguimos que esto se termine de poner duro” dijo, refiriéndose a la verga de Alfredo.

Sergei se arrodilló a un lado de la cama e inclinó la cabeza. Tomó la verga de Alfredo y empezó a darle lamidas suaves a todo lo largo y ancho, especialmente en su rosado y brillante glande. El muchacho, ajeno al abuso del que era parte, empezó a gemir quedamente.

“Parece que le gusta. Vamos a ver qué más le gusta” dijo Víctor, que ya sólo estaba en trusa. Se acercó al otro lado de la cama y empezó a acariciar con las yemas de ambas manos los pezones del muchacho, que se pusieron duros por el contacto. “Esto también funciona bien. El chico es una brasa” En efecto, Alfredo estaba caliente y sudando, sus gemidos se hicieron un poco más fuertes. Sergei, por su parte, seguía trabajando la verga del joven, con la pura lengua, sin usar los labios.

Luego de un rato, cambiaron papeles. Víctor empezó a lamer al chico. Sergei se quitó el pantalón, mostrando que en lugar de ropa interior llevaba un jockstrap que enseñaba su prominente trasero. Luego siguió pellizcando los pezones del chico, quien a todo esto no hacía más que jadear. En cierto momento, Víctor lo tomó de las piernas y lo jaló al borde de la cama. Agarrándolo de los muslos, le levantó las piernas para dejar expuesto su virginal culo, que también había sido depilado por Sergei, dejando un suave y rosado orificio a la vista.

“A veces te tengo envidia de que puedas verte y tocar estos culitos, Sergh.”

“Es tu culpa, por no ser proctólogo” bromeó el enfermero.

Víctor acarició las suaves y firmes nalgas de Alfredo, en lentos movimientos hacia su culito. Tocó los pliegues de su orificio con los dedos, haciendo que estos se movieran por reflejo. “El chamaco es sensible” dijo Víctor y a continuación acercó el rostro. Sacó la lengua y con la punta tocó el borde de ese tierno hoyito. El chico gimió mas fuerte esta vez. Víctor le siguió comiendo el culo con gula mientras  Sergei le pellizcaba un pezón con una mano y con la otra se jalaba su propia verga, que había sacado del jockstrap. Era este un mástil de unos 18 centímetros, de grosor uniforme y regular y un glande circunciso que tenía una curiosa forma alargada, como si acabara en punta.

En eso estaban cuando alguien llamó a la puerta. Era un toque especial, de forma que ambos supieron quién era. Contestaron y Takeo Murano, el paramédico, entró, trayendo consigo una maleta. Takeo sonrió al ver la escena.

“Cabrones, no pudieron esperarme, ¿verdad? Todavía que soy yo quien les trae estos muchachos.”

“No te quejes, apenas estamos empezando. Ven, ayúdame con esto”, contesto Víctor.

“Espera me pongo más cómodo” dijo Takeo, quitándose el chaleco y la camisa del uniforme. Él era de complexión delgada pero sus músculos eran afibrados y estéticos. También se quitó el pantalón enseñando una poderosas piernas que en nada le pedían a las de Alfredo, ya que Takeo también jugaba fútbol. Llevaba puesto un bóxer de licra que, por el momento, no se quitó. A continuación, tomó el lugar de Víctor trabajando el culo del joven. Víctor se colocó detrás de Sergei, abrazándolo en torno al pecho, hasta tomar sus pezones. Le besó el cuello mientras pellizcaba. Sergei lanzó un gruñido de gozo mientras apretaba con fuerza el pezón de Alfredo quien echó un pequeño grito de dolor que, en medio de la atmósfera de lujuria que empezaba a sentirse, era bastante erótico.

Luego de un rato así, Takeo se incorporó y fue por la maleta. Sacó un tubo de ungüento, que empezó a aplicar alrededor del culo de Alfie, quien se relajaba por momentos. Takeo empezó a acercar los dedos más y más, hasta que metió un solo dedo, de golpe, a la todavía virgen cueva anal de Alfredo, quien se estremeció de sorpresa. Takeo empezó a mover el dedo en círculos, primero lenta y suavemente pero poco a poco más rápido y fuerte. Alfredo empezó a jadear al ritmo del movimiento mientras su cuerpo se estremecía, haciendo vibrar su verga erecta en un movimiento lascivo. Víctor dejó a Sergei y fue a sacar de la maleta una pequeña botella de la cual vertió un poco en su mano. Tomó la verga de Alfredo y empezó a masturbarlo. Sergei se terminó de quitar el suspensorio, se colocó detrás de Víctor y empezó a restregarle la verga por encima de la tela de su trusa. Luego lo abrazó y le besó  y pellizcó los pezones como antes hiciera este con él.

Takeo ya había metido dos y hasta tres dedos. Ya no movía en círculos sino que los metía y sacaba con ritmo. El ungüento hacía su efecto, relajando el esfínter del muchacho, que por cierto estaba limpio, ya que Sergei también le había hecho un enema mientras estaba desmayado.

“Creo que ya está listo” anunció el asiático. “¿Quién quiere ser el primero?” preguntó, mirando pícaramente a sus dos compañeros. Estos se vieron mutuamente. Sergei hizo un gesto de complicidad.

“OK, OK, esta vez te toca a ti, Víctor. Pero que conste que fui yo quien lo afeitó y limpió.”

“Cada quien tiene su turno”, terció Takeo.

Víctor se quitó la trusa, revelando su grueso y venoso miembro. Era de unos 20 centímetros. No estaba circuncidado pero tenía el prepucio retraído, exhibiendo un gran glande moreno como el resto de su cuerpo latino. Se colocó frente a Alfredo, tomándolo de los tobillos para alzar sus piernas. Acercó su mástil erecto al nunca antes horadado culito del muchacho y con firmeza, lo empujó hacia adentro. El muchacho se lo tragó sin esfuerzo, gracias a las hábiles manipulaciones del japonés. La verga entró hasta el fondo. Víctor sintió la suave piel del niño tocando sus pelotas. Dentro, las entrañas se embonaban a la perfección alrededor de su verga. El chico estaba relajado pero todavía apretaba con fuerza.

“Ummm, delicioso.” dijo el médico, y empezó a bombear lentamente, disfrutando en cada centímetro el abrazo anal de Alfie. Este había abierto la boca, echando la cabeza hacia atrás, con los ojos perdidos en el vacío. No sabía lo que pasaba pero podía sentir. Sentía una fuerza, una dureza en su interior, abriéndose camino y retirándose una y otra vez. Al principio había sentido algo de dolor, una presión extraña. Pero ahora mientras esa dureza le atravesaba, sentía un nuevo brío en su interior, como un volcán que se encendía dentro en lo profundo, avivado cada vez que ese nuevo poder que lo dominaba entraba en sí, presionando ahí adentro un punto que, como una mecha, avivaba el fuego de su pasión. Era un sentimiento tan nuevo y tan exquisito que ni siquiera tenía fuerzas para jadear, simplemente se dejaba llevar por el ritmo cada vez más rápido y potente de Víctor.

Mientras tanto, Takeo había visto la erección de Sergei y, comentando que no era bueno desperdiciarla, se había arrodillado frente a él y lo estaba chupando. El ruso gozaba con los ojos entrecerrados de los dulces labios del japonés en su hombría mientras que se pellizcaba sus propios pezones, bien parados y duros como su verga.

Víctor siguió el bombeo por unos minutos más, hasta que sintió la inminente eyaculación. Aceleró el ritmo y descargó su esencia masculina, blanca y abundante en el interior de Alfredo, que recibía así por primera vez el néctar de otro hombre. Víctor lanzó un jadeo de placer y todavía continuó bombeando un poco más, aprovechando la estrechez del chico. Finalmente, sacó su verga, babeante de semen.

“Genial. Nada como coger un muchacho virgen”

“Presumido” dijo Sergei. “Pero ahora no me vengas con que sólo te gustan los vírgenes”

“No, con que estén apretados y sean de chicos como este, no me importa” contestó Víctor. “Pero está casi nuevo. ¿Listo para intentarlo?”

Sergei no se hizo de rogar. Takeo se incorporó y se quitó su bóxer mientras Sergei tomaba el lugar de Víctor. El japonés tenía una verga delgada pero muy larga, casi 23 cm. Era como una espada y, como bien sabían sus amigos, una espada que sabía muy bien cómo utilizar. Sus huevos eran grandes y, embutidos en un pequeño escroto, parecían dos globos llenos de rico esperma, listo para fecundar al chico rubio. Por ahora, sin embargo, Víctor se encargaría de satisfacerlo, lamiendo ese rico y largo pene. Sergei por su parte, estaba listo para darle a Alfie su segunda verga de la noche. Tomó entre sus dedos los restos de ungüento y del semen de Víctor que escurrían del orificio del chico y los uso para lubricar su propio instrumento. Luego, al igual que hiciera Víctor, metió la verga de un golpe, abriendo la cavidad anal por segunda vez. El chico lanzó un gemido al sentir esta nueva intromisión, mismo que se convirtió en un murmullo de placer cuando el ruso empezó a mover la cadera, en un mete y saca intenso y poderoso. No tardaron mucho en acabar, pues a Sergei ya lo había estado trabajando la boca de Takeo. El rubio descargó su leche, mezclándola con la de Víctor en las entrañas del muchacho quien sólo sentía el líquido caliente invadir su sensibilizado interior.

“Diablos, en verdad está apretado, condenado chamaco.” Celebró Sergei, retirando su verga ya semiflácida. Víctor le sonrió, asistiendo en silencio

Finalmente llegó el turno de Takeo quien sin la menor vacilación clavó su espada en la vaina anal. Quizá fuera por ser más larga y llegar más adentro, o porque ya estaba estimulado por las dos vergas anteriores, pero esta vez Alfredo gimió con lascivia, azuzado por los movimientos de su próstata.

“Le gusta tu verga, Take, míralo gemir como perro” dijo Víctor, quien había vuelto a un lado de la cama a pellizcar los pezones del chico. Sergei le frotaba la verga, tratando de no interferir con la hábil penetración del japonés.

“Todavía no la conoce bien” contestó Takeo, acelerando el ritmo de tal forma que todo el cuerpo del muchacho se estremeció, parte por la intensidad del bombeo y parte por el potente escalofrío de placer que le invadía. Cuando Takeo estuvo a punto de venirse, Sergei aceleró la frotación pero luego retiró la mano. La verga de Alfredo se zarandeaba erecta, escurriendo precum mientras su culo era trabajado por Takeo, masajeando su próstata con maestría. Finalmente, como una estocada, Takeo clavó su miembro en el punto exacto, presionando la glándula prostática´. Ambos eyacularon. Takeo lo hizo dentro, añadiendo su licor viril a los del ruso y el mexicano. Alfie, por su parte, se vino en un gran chorro que se elevó y cayó desperdigándose sobre su abdomen, pecho y hasta su rostro de éxtasis.

“¡Que muchacho! Tiene el culo tan estrecho a pesar del relajante” comentó Takeo “Podría acostumbrarme a cogerme un culo así”

“A lo mejor y puedes” contestó Sergei. Takeo lo miró con duda. “La madre está fuera por dos semanas” continuó el enfermero.

“Dos semanas durante las cuales podemos quedarnos con el chico y hacer como nos plazca” terció el médico. “Ya me encargué de los papeles. Alfredo Solares será dado oficialmente de alta mañana en la mañana. Por otro lado, Alex Solano, un joven de 18 años, rubio, con un diagnóstico de demencia juvenil y culo tragón será ingresado bajo mi asistencia personal.”

“Tendremos dos semanas para que Alfredo Solares se convierta en Alex Solano, nuestro amiguito” terminó Sergei.

Takeo los miró con incredulidad que poco a poco se convirtió en asombro. Claro, claro que podrían hacerlo. Dos semanas era más que suficiente. El muchacho era un nato para este negocio, pensó.

“Bueno, el muchacho va a estar drogado otras 3 horas lo menos” dijo Víctor “¿Listos para el siguiente round? Creo que esta vez debe empezar Sergei…”

La noche se prolongó mientras en el hospital, tres machos adultos hacían suyo a un cachorro…


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