El hospital 3

Alfredo duda de las buenas intenciones de los médicos pero no sabe cómo librase de ellos ni de sus prácticas pervertidas.

El hospital 3.0

Terapia de reacondicionamiento.

A la mañana siguiente, Alfredo despertó para encontrarse nuevamente en la misma habitación. A diferencia del día anterior, se sentía menos confuso, aunque igualmente agitado al recordar los extraños sueños que había tenido. Como de costumbre, tenía una fuerte erección matutina. AL levantar las sábanas se dio cuenta, para su sorpresa, que estaba vestido. Bueno, al menos ahora tenía puesta una trusa y una bata. Cuando el doctor Suárez entró, acompañado de otro médico, Alfredo no se preocupó por ocultarlo, pues ya se daba cuenta que de cualquier forma los otros lo notarían. Después de todo, ¿qué puede ser más natural que una erección en las mañanas?

“Buenos días, Álex, espero que hayas dormido bien. Te traemos el desayuno. Déjame presentarte al doctor Raúl Valencia, él es interno pero dentro de poco se graduará. En los próximos días tal vez se una a nosotros en nuestras sesiones de terapia”.

“Hola, Álex, mucho gusto” saluda Raúl. “Me han dicho que juegas fútbol. Yo estaba en el equipo de mi universidad durante el primer año, ¿sabes?. Cuando salgas de aquí, espero poder jugar contigo” comentó sonriendo. En medio de las extrañas cosas que le estaban pasando, Alfredo no pudo menos que sentirse un tanto agradado por Raúl. Después de todo, era mucho más joven que los otros. Por un momento se le ocurrió que quizá Raúl podría ayudarle.

“Claro, yo también espero jugar contigo” contestó, tratando de parecer alegre.

Luego de comer su desayuno, Suárez le tomó algunos signos vitales mientras Raúl observaba. A diferencia de otras veces, Suárez no hizo nada que no pudiera considerarse “normal”. Alfredo se dio cuenta de eso. ¿Acaso no sería que estaba fingiendo debido a que Raúl estaba ahí? Significa que, quizá, Raúl no era parte de ese grupo de doctores que lo creían loco.

“Todo en orden. Bueno, me parece que es hora que el doctor Valencia nos deje un rato. Ya lo veremos más adelante.”

Raúl se despidió, para tristeza de Alfredo y se fue. No bien hubo cerrado la puerta, Suárez ya se incorporaba para ponerle una inyección en la intravenosa.

“Vamos a empezar tu terapia de estimulación. Espero que esta vez cooperes con nosotros” dijo Suárez, sonriendo con cierta malicia. Alfredo, solo e impotente, no tuvo más remedio que ver cómo el médico le ponía la inyección, tras lo cual este le puso el antifaz para no dejarle ver. No bien hubo hecho esto, la puerta se abrió y entró Raúl, quien sólo estaba esperando afuera. Ambos médicos esperaron un rato mientras la droga hacía efecto. “Álex, ¿me escuchas? Dime cuanto es 3 más 3” preguntó Víctor.

Alfredo ya estaba más que divagando gracias a la inyección. Sin poder ver, escuchó la pregunta de Suárez, con cierto eco. La entendió, pero por más que buscara las palabras para responder, no pudo. En cambio, vino a decir: “Cuatro”

“Perfecto, ya está listo” susurró  Raúl.

“Cállate, todavía te podría reconocer” le espetó Víctor. Luego dijo, a Alfredo. “Muy bien, Álex, vamos a empezar. Te voy a someter a algunos estímulos sensitivos. Tú me debes decir si te gustan, OK?” Alfredo movió la cabeza perezosamente, asintiendo. Víctor le quitó las sábanas y la bata, dejándolo desnudo. Luego, al igual que el día anterior, empezó a recorrerle el cuerpo con un pincel de cerdas muy suaves, por todo el torso, el abdomen, deteniéndose en los pezones, rodeándolos, contorneándolos. Alex empezó a respirar un poco más agitadamente, mientras su verga empezaba a despertar. Víctor le guiñó el ojo a Raúl, quien se acercó a la verga del muchacho. Le acarició la suave piel de sus bolas, con lentitud y maestría, excitando más al muchacho. Luego, lenta pero firmemente, acercó la lengua y la pasó desde sus huevos hacia arriba, recorriendo  la base de su verga hasta alcanzar el glande. Álex gimió, como un animalito acosado.

“¿Te gusta, Álex” preguntó Víctor, mientras usaba los dedos para pellizcar suavemente los pezones del joven.

“Te gusta?....??....??” la pregunta le llegaba a Alfredo en un eco dentro de su mente. ¿Qué me gusta? No, eso no, no me toques, quiso decir. Sin embargo, las sensaciones que experimentaba eran intensas, potenciadas por las drogas que le habían puesto y que le embrutecían la mente al mismo tiempo que sensibilizaban su cuerpo a las caricias de sus dominadores. Quiso decir que no, que se detuvieran. Intentó ordenarlo, pero terminó más como una súplica.

“No… ahh… no me toques… pervertido… ahh, ahhhhhh… ahhh.. no me toques… ahh por favor…por favor.. no…”

“Jeje, todavía quiere dar pelea. ¿Qué te parece si le damos más?” susurró Víctor. Raúl asintió en silencio. Se incorporó, dejando la verga de Álex, que ya sacaba un hilo brillante de precum. Rául fue por un supositorio que colocó en las entrañas del chico.

Alfredo sintió un objeto tocando su orificio anal, empujando, pugnando por entrar. Su débil resistencia fue vencida fácilmente. Sintió el objeto, viscoso y ovalado, invadir su interior pero al cabo disolverse rápidamente. A continuación sintió calor, una sensación ardiente, como si pusieran alcohol que se evaporara en su interior. Sin embargo, a diferencia del alcohol, que se evaporaba rápidamente, esa sensación que le quemaba se intensificaba en lugar de desaparecer, invadiendo sus entrañas, haciéndolas desear, desear… ¿desear qué?  Alfredo no sabía, solo sentía la necesidad de algo en su interior. Inconscientemente, su esfínter empezó a contraerse y retraerse, como buscando algo que pudiera penetrarlo. De pronto sintió algo, un objeto delgado y largo. Era firme pero parecía estar articulado y tener vida propia ya que apenas entró, empezó a rascar, a presionar las paredes de su intimidad, provocándole escalofríos de placer.

Raúl siguió moviendo su dedo medio en el culito del muchacho, trabajándolo para que se sensibilizara y relajara. Muy efectivamente, por cierto, a juzgar por los gemidos del chico, que parecía estar en pleno celo, removiendo su cuerpo.

“¿Te gusta, Álex?” preguntó Víctor de nuevo, quien ya estaba usando su lengua para rozar no solo los pezones del chico sino también sus depiladas axilas.

“Ahhh… no… por favor” insistía el muchacho, defendiéndose débilmente. “ahhh, ahh oohh…” seguía gimiendo mientras Rául le metía un segundo dedo.

“Tú sabes que te gusta, Álex. No mientas y dinos las verdad. Dime, Álex, dime que te gusta” insistió Víctor.

“No.. no me gusta… ahhh… por favor… para, detente…”

“No seas niño malo, Álex, si dices mentiras tendremos que castigarte. Dime, ¿te gustaría que te castigaramos?”

“No… noo… ahhh, por favor.. detente…” era lo único que Alfredo podía decir. Su cuerpo era una brasa, su piel sentía la lengua de Víctor mientras su interior era subyugado por los dedos de Raúl.

“Dime que te gusta. No mientas. Te gusta, Álex, tu sabes que te gusta” siguió insistiendo Víctor. “O si no te gusta, deberíamos parar ahora, ¿quieres eso, Álex? ¿Qué nos detengamos?” diciendo lo cual hizo una indicación a Raúl, quien sacó los dedos.

“No… No… noooo, por favor, no te detengas” dijo involuntariamente Alfredo, dominado por las ondas de placer sexual de las que era objeto.

“Ya ves que sí te gusta. Vamos, sé buen niño y dinos que te gusta”

“Si… si… me gusta” se rindió el muchacho.

“Buen chico. No fue tan difícil, ¿verdad?” dijo Víctor. “Pero de cualquier forma nos mentiste, así que tenemos que castigarte” continuó. Raúl entretanto, ya había traído las pinzas, que le colocó al muchacho en ambos pezones. A la señal de Víctor, encendió el aparato, dándole a Álex una descarga eléctrica.

“Ahhh… no, por favor… ahh… duele”

“Eso te pasa por ser malo. Debes obedecernos. ¿De acuerdo? A ver, repite, debo obedecer.”

“debo… debo.. debo de obedecer” dijo Álex en un susurro.

“No te escucho. Más fuerte” lanzó una descarga.

“Debo obedecer” dijo Álex más fuerte.

“Una vez más” descarga.

“Debo obedecer” repitió Álex. Víctor hizo una señal a Raúl, quien dejó el aparato a un lado y, sin previo aviso, insertó tres dedos en el culo del muchacho. Este jadeo ante la sorpresiva invasión anal.

“Repítelo más”

“Aghh.. ahh…. Ahhhhhhh… debo obedecer… debo obedecer… ahh, debo obedecer… ahhh debo obedecer… por favor… ahh… debo obedecer… ahh… más por favor…”

El tratamiento siguió de esta forma por casi 2 horas. AL cabo de las cuales, Alfredo estaba totalmente acabado. Su cuerpo caliente le quitaba todas las energías a su mente confundida, que se veía incapaz de oponerse a nada de lo que le decían. Le habían quitado las esposas y lo hicieron ponerse a gatas en el suelo de la habitación. Mientras Víctor le metía los dedos en el culo, le hicieron mamarle la verga a Raúl.

“Vamos, chico, debes ser bueno, abre la boca y chupa tu medicina.” Le decía Víctor. El muchacho, todavía cegado, hacía como se le indicaba, totalmente dócil. Al cabo de un rato Víctor y Raúl cambiaron posiciones, siempre asegurándose que el culo del muchacho tuviera algo dentro.

En algún momento, Álex perdió el conocimiento. Cuando se recuperó, se vio a sí mismo en su cama, vestido como antes. Rául entró en ese momento.

“Hey, ¿cómo sigues, tigre?”

“¿Qué me pasó?” dijo Alfredo.

“La terapia fue muy intensa para ti. Te desmayaste. No te preocupes, a veces pasa. Es parte del proceso de recuperación. El doctor Suárez me ha dicho que vas muy bien. La próxima vez, quizá yo también esté presente.”

“Si, eso estaría muy bien.”

“¿Porqué?”

Alfredo dudó antes de decirlo.

“Es que… ¿puedo decirle algo?

“Si, pero no me hables así que me haces sentir viejo, llámame Raúl”

“Bueno, lo que pasa es que no estoy seguro de que el otro doctor esté bien conmigo. Me hacen cosas raras. No sé qué, pero es raro.”

“¿Cómo qué cosas?” preguntó Raúl. En ese momento se abrió la puerta y entró Sergei con la comida del día. Alfredo se quedó callado. Mientras comía, Raúl salió un momento, dejando a Sergei a solas con el chico. Alfredo se sintió nervioso pero trató  de no aparentarlo, mientras hablaba con el enfermero de cualquier cosa.

Luego del almuerzo, Sergei se retiró, pero al cabo de un rato entraron Suárez y el paramédico japonés, Takeo.

“Hola, Álex, ¿listo para tu baño?” dijo Suarez, sonriendo con malicia mientras a su lado, Takeo mostraba la bolsa del enema. Alfredo tragó saliva y permaneció en silencio. No sabía lo que pasaba, pero sí sabía que esos médicos estaban enfermos. No él, eran ellos. Tenía que escapar de algún modo…