El hospital 2

De cómo Alfredo es prácticamente secuestrado por los médicos y conducido a una nueva realidad de dominio sexual

El hospital 2.0

Internado

Alfredo abrió los ojos. Miró a su alrededor y tardó en reconocer donde estaba. La habitación estaba iluminada por la luz que entraba a través de las cortinas. Era de mañana. Él se sentía débil pero era una debilidad placentera, como si hubiera estado haciendo mucho ejercicio y se despertara después de la intensa actividad. Estaba un tanto confundido. Había tenido una noche llena de sueños extraños. Rostros con sonrisas maliciosas se confundían con bocas que se acercaban peligrosamente a la suya, introduciendo extraños apéndices entre sus labios. Múltiples manos jugaban con su cuerpo, deslizándose, frotando aquí y pellizcando allá. No podía contar cuantas manos, no podía enfocar los rostros. Sólo sabía que estaban ahí, sonriendo, explorándolo en lo más íntimo, causándole sensaciones muy gratas, peligrosamente gratas en su interior. Mientras recordaba esos extraños sueños, Alfredo se dio cuenta que estaba erecto. ¿Acaso era que se excitaba recordando cómo en su sueño esas manos anónimas lo masturbaban y le exploraban su intimidad anal? No, desechó la idea moviendo la cabeza. Simplemente se trataba de una erección matutina, seguramente. Se trató de poner de pie par air al baño. Descubrió que no podía. Tenía una mano esposada a un borde de la cama. De pronto se sintió alarmado, el pulso se le aceleró y se asustó. No sabía qué había pasado pero no le gustaba estar sometido así. Miró alrededor e intentó llamar al enfermero pero nadie acudió. Empezó a gritar.

“Eyy, auxilio. ¿Qué es esto? ¿Alguien me escucha?” mientras forcejeaba con las esposas

La puerta se abrió. Una enfermera y un enfermero entraron, alarmados por los gritos del chico quien, a todas luces, parecía víctima de un ataque de locura.

“Quítenme esto, déjenme ir” gritaba. El enfermero se abalanzó sobre el muchacho, luchando por retenerlo en la cama mientras la enfermera preparaba una inyección, que le aplicó en el brazo raudamente. El muchacho sintió de inmediato que las fuerzas se le iban y que caía en un profundo sopor. Todavía alcanzó a escuchar las últimas palabras de la enfermera.

“En verdad es una pena, es tan lindo. Que mal que no esté bien de la cabeza, el pobre”

Cuando Alfredo volvió a despertar, estaba de nuevo en cama. Pero esta vez era una habitación diferente. No tenía televisión, el color de las paredes era blanco y los muebles eran menos y más simples. A su lado estaba el doctor Suárez, quien lo miraba paternalmente.

“Por fin despertaste, Alex. Te dio un ataque, les diste a los enfermeros un susto y tuvieron que sedarte. Te hemos movido a esta habitación para que estés más cómodo y podamos atenderte mejor. ¿Recuerdas quién soy yo? Soy el doctor Victor Suárez y este es el enfermero Serghei Ivanov” dijo el médico, señalando al enfermero que lo asistía.

¿Ataque? ¿Álex? ¿Qué estaba pasado? Pensó Alfredo. Claro que recordaba al doctor y al enfermero. Era con él con quien había visto el partido la otra noche. ¿Porqué lo habían llevado ahí? ¿Porqué lo habían esposado? ¿Porqué todavía se sentía tan débil?

“Te hemos puesto un sedante ligero para que te puedas relajar. Te sentirás un poco débil pero sólo es eso, no te preocupes, Alex. Te vamos a ayudar. Tu déjanos  a cargo y verás que pronto recuperas la memoria y la salud.

Alfredo estaba mareado, quizá por el sedante, que lo confundía más. ¿Memoria? Pero si él recordaba quién era. Él era Alfredo, Alfredo Solares. Y no estaba enfermo, sólo se había desmayado. Así lo había dicho el médico, ese mismo médico el día anterior. Intentó hablar, pero estaba todavía muy débil.

“Ahora que ya despertaste, vamos a empezar tu terapia. Te vamos a tapar los ojos. No te asustes, es sólo una terapia de estimulación sensitiva. Trata de identificar lo que sientes” dijo el doctor Suárez, al tiempo que Sergei cubría los ojos de Alfredo, quien no podía luchar.

Ahora que el chico estaba cegado, Victor colocó una ampolleta con ciertas sustancias en su botella de suero, desde donde rápidamente penetraron hacia la sangre del muchacho por la sonda de su brazo. Sergei ya había quitado las sábanas. Debajo, el muchacho estaba desnudo. Victor acercó una grabadora y empezó a tocar música. Era una melodía suave.  En silencio, sonrió a Sergei, quien tenía preparado una especie de pincel, con cerdas muy suaves.

“¿Estás listo, Alex? Vamos a empezar” dijo suavemente el doctor Suárez. Alfredo se empezaba a sentir todavía más mareado, como durante su sueño. Solo que esta vez no estaba soñando… ¿o sí? Empezaba a sentirse caliente. Pero no era calor por temperatura. Era un calor que lo sofocaba, que lo llenaba de urgencias, que le salía a flor de piel, volviéndola muy sensible. Sus pezones se habían puesto erectos y casi podía sentir una brisa de aire acariciándolos, provocando una picazón un tanto insidiosa pero también placentera. En su entrepierna depilada, la misma sensación le provocaba cosquilleo en la verga, que estaba bien erecta. Todavía incapaz de entender lo que pasaba, se dejó llevar por las ricas sensaciones que esa “terapia” le provocaba.

Sergei soplaba ligeramente sobre los pezones de Alfie, mientras Víctor usaba el pincel rozando muy suavemente el escroto del chico, quien, sin darse cuenta, estaba gimiendo. La verga del muchacho se puso erecta en un instante, lo que Víctor decidió aprovechar. Se inclinó hacia la entrepierna del muchacho y, sacando la punta de la lengua, rozó la punta del sensible glande. Alfredo lanzó un suspiro de éxtasis tan intenso que Víctor y Sergei alzaron las cejas y se miraron mutuamente, llenos de morbo por las reacciones del muchacho. Víctor siguió lamiendo el glande del muchacho lenta, gozosamente, mientras Sergei trabajaba sus pezones con el pincel. Luego de un rato, sin dejar de acariciar sus pezones, Sergei se inclinó hacia el oído de Alfredo y empezó a lanzar gruñidos, gemidos y soplidos quedamente.

Alfie se sentía excitado. No entendía qué le pasaba, ni qué tipo de terapia era esa, simplemente gozaba de las caricias y los susurros con su mente perdida en la oscuridad de los sedantes. En algún momento debió terminar porque cuando menos se dio cuenta, ya no tenía la venda en los ojos. Estaba tendido en la misma cama, cubierto por sábanas pero desnudo.  Todavía tenía una sonda en el brazo y el otro esposado a la cama. Aún se sentía confuso y mareado. A su lado, el doctor Suárez lo miraba.

“La terapia terminó hace rato, pero tú te quedaste dormido. Eso es bueno, Alex, significa que tu mente está relajada.”

“Yo… yo… no soy Alex” dijo Alfredo,  con voz temblorosa, quien sabe si por la debilidad que todavía sentía o por la confusión en su cabeza

“Ya, ya, no te esfuerces, Alex. Escúchame atentamente, tuviste un episodio de delirio y debido a eso  tu mente se resintió un poco. Es normal que tengas lagunas de memoria y que creas cosas que no son, pero no te preocupes. Yo te voy a ayudar.”

“No, en verdad… yo no no soy Alex, me llamo Alfredo”

“Si, claro, y ayer decías que te llamabas Pedro” dijo el doctor sonriendo con benevolencia. “Pero en verdad te llamas Alex y por lo tanto, no te enojes si te digo así. Ahora es tiempo de tu baño y de que tomes el almuerzo. Llamaré al enfermero para que te atienda”

El doctor salió, dejando a Alfredo confundido. ¿Delirio? ¿Amnesia? ¿Alex? Era imposible… no podía ser… Además, esos extraños sueños… ¿Qué pasaba? No lo sabía. Entretanto, un enfermero, el mismo de hacía rato, había entrado, acompañado esta vez por un hombre vestido con uniforme de paramédico, de rasgos asiáticos.

“Que tal, Alex. Veo que ya te recuperaste de tu terapia. Ahora voy a darte un buen baño, verás que te encanta. Traje conmigo a un amigo para que nos ayude. No queremos que te nos escapes y salgas corriendo desnudo por los pasillos del hospital como la otra vez, ¿verdad?” dijo el ruso con sorna. Alex se preguntó de qué demonios estaría hablando “Este es mi amigo, Takeo Murano.”

“Hola, Alex, mucho gusto” dijo el paramédico, extendiéndole la mano y estrechándola con vigor. “Me dará mucho placer estar contigo”

Sergei se acercó a Alfredo para levantarlo de la cama, desnudo como estaba, pero este empezó a revolverse y a protestar. Sergei le advirtió que si no se estaba quieto, tendrían que sedarlo. Alfredo no se dejó amedrentar, empezó a patalear y a lanzar golpes, tratando de zafarse de los fuertes brazos del enfermero. Este solo movió la cabeza con resignación y miró a Takeo, quien asintió y preparó una inyección, que le aplicó a Alfredo en el brazo mientras Sergei lo detenía. Alfredo se sintió de inmediato relajado, igual que las otras veces, liviano y sin fuerzas. Sergei lo llevó a la habitación contigua, donde había una regadera. Todavía gimiendo y tratando de zafarse, Alfredo sintió en su piel el agua tibia. Mientras Sergei lo enjabonaba, Takeo preparaba un extraño artefacto, que Alfredo no conocía. Una especie de bolsa de plástico llena de agua, con una manguera. Era un enema. Una vez terminó de enjuagarlo, Sergei colocó el cuerpo inánime de Alfredo en el suelo, lo tomo de los tobillos, alzándolos y doblándolos hacia su tronco, elevando y exponiendo su trasero. Alfredo no pudo ver, sólo sintió un objeto frío y metálico, lubricado, entrar subrepticiamente en su culo. No dolió, sólo sintió un leve tirón. Luego, sintió como el agua inundaba su interior. Al momento siguiente, le retiraban la cánula y Takeo le presionaba el estómago ligeramente, haciéndolo sacar el líquido recién introducido. Así lo hicieron un par de veces más. Antes de la cuarta vez, sin embargo, Takeo agregó el contenido de una botellita que llevaba a la bolsa del enema.

“Aprovecharemos para colocarte tu medicina con este enema” explicó Sergei.

Después de aplicar nuevamente el enema, Takeo no retiró la cánula inmediatamente sino que la retuvo, “sellando” el ano del muchacho. Este sintió el líquido particularmente caliente esta vez, pero no dijo nada, ya que el sedante le estaba haciendo efecto, provocándole mareos. Al cabo de unos 10 minutos, le fue retirado el enema y Alfredo puso expulsar el líquido. Luego, Sergei lo secó muy bien con una toalla y los tres regresaron a la habitación, donde Sergei le colocó en la cama y lo arropó con las sábanas.

“Ya ves, no es tan difícil. Si te portaras bien, incluso podrías disfrutarlo. Espero que la próxima vez te comportes mejor. Ahora es tiempo de que comas.” Dijo Sergei, acercando una bandeja con sopa, pan y un guiso de pollo. Él y Takeo alimentaron a Alfredo, dándole de comer en la boca, dado que el chico estaba aún mareado.  La comida y el baño le dieron sueño por lo que pronto se durmió.

“Este muchacho tiene un culito maravilloso” dijo Takeo, viendo a Alfredo dormir. “A pesar de que nos lo echamos ayer toda la noche, está casi como nuevo”

“Claro, y así lo vamos a mantener. No queremos que se nos ‘afloje’, verdad?” bromeó Sergei. “Aprovechemos que se durmió y pongámosle el supositorio”

Takeo sacó un par de supositorios grandes y lustrosos, que insertó en el hoyito del chico quien únicamente lanzó un quejido entre sueños. Luego, ambos hombres se fueron, dejando a Alfredo en un sopor de ilusiones y espejismos.

Alfredo sintió una voz que le hablaba de lejos. Con trabajo, pudo abrir los ojos y enforcarlos. De nuevo era el doctor… ¿cómo se llamaba? El doctor… Súarez.

“Vamos, Alex, es hora de tu segunda terapia del día. No seas dormilón”

El médico agarró al chico por los hombros, para incorporarlo en la cama, haciendo que la sábana que lo cubría cayera a su regazo, dejando al descubierto su torso bien definido. A continuación, le colocó diversos sensores, botones de metal conectados mediante cables a una máquina contigua. Se los puso en las sienes, a ambos lados del cuello y en medio del pecho. Luego, para sorpresa de Álex, sacó otro par de ‘sensores’ ligeramente diferentes. Estos eran más bien pequeñas pinzas, también conectadas mediante un cable. Se las puso en los pezones. Las pinzas no tenían dientes pero ejercían suficiente presión para mantenerse fijas. Acabados los preparativos, Súarez encendió la máquina, que empezó a desplegar una serie de líneas en una pantalla y se sentó a lado de Alfredo.

“Vamos a empezar, Álex. Primero te explico qué es esto.  Esta es una máquina que usamos para medir las reacciones del cuerpo y de la mente. Detecta variaciones involuntarias, como emociones y nervios. Voy a usar esta máquina para evaluar tu condición mental y tratar de corregirla mediante lo que llamamos ‘retribución negativa’” Alfredo no tenía idea de qué era eso pero no sonaba muy bien. El hecho de estar esposado, desnudo y con un par de pinzas en los pezones tampoco ayudaba mucho. Sin embargo, ya se había dado cuenta que lo mejor era seguir la corriente o de lo contrario simplemente lo sedarían. Aunque aún no sabía que pasaba, lo que sí sabía era quién era y quién no. De alguna forma había quedado atrapado en ese lugar. Si les seguía el juego a estos extraños hombres, quizá pudiera escapar y regresar a casa. Así pues, no puso objeción cuando el médico le colocó una nueva inyección en la intravenosa ni tampoco cuando le cubrió los ojos con unas gafas y puso un par de audífonos, de las cuales fluía una música débil e imprecisa.

Suárez le empezó a hacer preguntas. Eran preguntas bastante simples, como si él fuera un tonto, cosas como cuánto es uno más uno, qué días de la semana no se iba a clase, la capital del país, etc, etc. De vez en cuando también mezclaba una pregunta más directa, como cuántos años tienes, cuál es tu color favorito, tienes hermanos. A cada respuesta, Suárez solo replicaba ‘correcto’ Finalmente, Suárez le preguntó su nombre. Para entonces, el medicamento que le había puesto ya hacía efecto. Alfredo se sentía como en una gran cueva, podía escuchar su voz resonar, también la del médico. A cada pregunta, sentía que para responder tenía que caminar a lo largo de esa gran cueva hasta algún rincón donde encontraba la respuesta correcta, tras lo cual regresaba. Así, sus respuestas se iban haciendo pausadas y lentas. A la pregunta del doctor, respondió

“Me llamo Alfredo Solares”

En ese instante, dio un brinco en su cama. Había sentido una repentina chispa de electricidad en su cuerpo. Lanzó un gemido de dolor.

“Incorrecto” dijo Suárez. “De nuevo, ¿cómo te llamas?”

Alfredo repitió  con seguridad “Me llamo Alfredo Solares”. Nuevamente, una descarga eléctrica acompañada de un gemido atravesó su cuerpo. Esta vez pudo ubicar de donde provenía. Era de las pinzas que tenía en los pezones.

“Incorrecto” repitió Suárez. “Piensa esta vez con calma antes de contestar. ¿Cómo te llamas?”

Alfredo volvió a verse en la gran cueva buscando la respuesta. Fuera por las drogas o por la perspectiva de volver a sufrir una descarga, esta vez pensó detenidamente. Debo seguirles el juego, una parte de él decía. Pero otra se empeñaba en buscar la respuesta correcta. Debo responder. Debo seguirles el juego. Debo responder. Mentir, convencerlos. Qué debo responder. Debo escapar. Cómo me llamo. Qué debo responder.

Suárez veía al muchacho con su cara de perplejidad, esforzándose por encontrar una respuesta que no existía. Alfredo empezó a decir. “Yo… yo… yo me llamo… yo me llamo…” qué debo responder, debo convencerlos, debo seguirles el juego… cómo me llamo…

Súarez repitió las palabras con él. Ambos dijeron. “Yo… me… llamo…” Suárez continuó, arrastrando a Alfredo, quien repitió las palabras. “… Alex… Alex Solano” sí, eso debo responder, pensó el muchacho. Yo me llamo Alex Solano.

“Yo me llamo Álex Solano” dijo en voz dudosa al principio, luego, con mayor firmeza. “Me llamo Álex Solano” no se había dado cuenta, pero estaba cubierto de sudor.

“Correcto” confirmó Suárez. “Te llamas Alex Solano. Ahora dime, ¿cuál es tu deporte favorito?”

“Futbol” dijo Alfredo y así siguió contestando más preguntas sencillas. Hasta que de nuevo el doctor le preguntó por su nombre, él volvió a decir sin problema “Me llamo Alex Solano”.

Por estar ciego, Alfredo no se dio cuenta cuando Suárez le puso una segunda inyección. Las preguntas continuaron.  Luego de un rato Súarez dijo.

“¿Te gusta el sexo?”

“Si, mucho” contestó Alfredo con naturalidad

“Correcto. ¿Te gustan las mujeres?”

“Si” contestó el chico a lo cual sintió el aguijón eléctrico en sus pezones una vez más. Esta vez, sin embargo, estaba tan drogado que no supo muy bien qué pasaba, simplemente sintió el dolor.

“Incorrecto. ¿Te gustan las mujeres?”

“Eh… si” dolor

“Incorrecto. ¿Te gustan las mujeres?”

“Si, me gustan” más dolor

“Incorrecto. ¿Te gustan las mujeres?”

“Eh… eh…si…” dolor “aghh…no!.. NO!!”

“¿No qué?” preguntó Suárez

“No me gustan las mujeres”

“¿Te gusta el sexo?” respuesta afirmativa “¿Te gusta el sexo con mujeres? ¿con hombres?”

Alfredo dudó. Se pasó la lengua por los labios secos. Estaba mareado, le dolían los pezones y sólo quería descansar. No sabía dónde estaba. No sabía por qué lo torturaban. No sabía…

“No sé…”

Suárez decidió dejarlo por el momento. El muchacho ya había tenido suficiente y después de todo había sido un buen comienzo. “OK, Alex, no hay problema, hemos progresado mucho el día de hoy. Ahora es importante que te relajes. Seguro estas cansado. Te voy a poner un sedante para que duermas tranquilo. Alfredo empezó a quejarse. No quería más drogas. Pero de nada le valió. Pronto volvió a sentir que su mente se apagaba como una flama en el agua oscura del olvido.

Esa noche, mientras Alfredo, ahora Alex, dormía profundamente, tuvo un par de visitantes. En esta ocasión se trataba del paramédico Takeo Murano y un nuevo personaje, Raúl Valencia, un interno del hospital. Raúl era mexicano como Víctor, pero tenía ascendencia española, lo que se le notaba en el físico. Alto, de piel blanca pero pelo castaño oscuro y denso, cejas pobladas entre las cuales se elevaba una nariz aguileña y una sombra de barba en el rostro que la rasurada nunca conseguía eliminar del todo. Cubría su vigoroso cuerpo de 23 años con el reglamentario pantalón y bata blanca al igual que Víctor.

“¿Es este? Se ve bien. Se antoja” dijo Raúl con voz jovial.

“Verás que se te antoja más después de probarlo. Aprieta con ganas. Y hoy más ya que hace rato le puse un supositorio con Duvoid. Eso le va a poner los músculos de su culito bien fuertes”

“Pues no se diga más. ¿Empiezo yo o tu?” dijo Raúl mientras empezaba a desnudarse.

“Empieza tu. Yo quiero probar su boca” contestó Takeo, mientras se desabrochaba el cinturón.

En un momento los dos hombres quedaron desnudos. Takeo, naturalmente lampiño, se detuvo a admirar el cuerpo bien trabajado de Raúl cubierto por una capa de vello oscuro. Le gustaba particularmente la forma en la que el vello delineaba su pecho y sus abdominales a la vez que encontraba curioso que, siendo su vello tan oscuro, sus pezones rosados se notaran tanto. Por supuesto, su verga, un instrumento de 20 centímetros de largo, venoso y vibrante, también estaba rodeada de una mata de vello denso. Takeo tomó la iniciativa. Retiró las sábanas que cubrían el cuerpo desnudo de Alex y se encaramó sobre él, colocando sus nalgas asiáticas sobre el pecho del muchacho, quien no se daba cuenta de nada. Le abrió la boca, acercándole su falo, bien erecto. Apuntó la cabeza, que ya babeaba un hilillo de precum, introduciéndola en la boca del durmiente. Por efecto de las medicinas, Alex salivaba abundantemente, cosa que agradó a Takeo. Empezó mete y saca su verga en la boca del muchacho, sintiendo sus labios recorrer su carne caliente. Por otro lado, el interno Raúl ya se había inclinado frente a la cama y alzaba las piernas de Alex, listo para atacar su intimidad con su voraz lengua ibérica. A lametones, acarició las nalgas y la cara interna de los muslos del muchacho, aproximándose velozmente al centro, un hoyito rosado, limpio y libre de vello, que se estremeció al contacto de la lengua rasposa del interno. Luego de un rato de lamer el orificio, procurando dejarlo bien ensalivado, Raúl decidió que era hora de “sondearlo”. Se puso de pie y, como la vez anterior hiciera Víctor, sujetó las piernas de Alex en lo alto mientras acercaba su verga no circuncidada hacia el interior anal. Empujó con más fuerza de la necesaria, pues el esfínter cedió fácilmente, aceptando en su interior los 20 centímetros del viril intruso. Raúl estaba sorprendido.

“Wow, se lo tragó muy fácil. Este muchacho es un carnívoro” diciendo lo cual, empezó a bombear el interior de Alex, raspando con su miembro las paredes de su hasta hace poco virginal culo. Conforme aumentaba el ritmo, pudo comprobar lo que Takeo decía, el chico tenía un culito bien apretado. El japonés, por su parte, disfrutaba igualmente la boca. Así, ajeno a lo que pasaba, Alex era penetrado por los dos extremos, violado sin notarlo por segunda noche consecutiva. Al cabo de largos minutos de intensa acción, dos hombres descargaron casi al unísono sus bolas, liberando sendas raciones de leche al interior del muchacho, una dulce y fluida, la del japonés, otra densa y caliente, la del español. Alex, en sus sueños, simplemente agitó el cuerpo en reacción a estos ataques fálicos. Pronto las vergas perdieron fuerza y salieron de sus respectivos orificios. Por esta noche, eso sería todo, pero ambos hombres sabían que Alex todavía tendría mucho para sentir, pronto, muy pronto.

En sus sueños, Alfredo, quien ahora poco a poco era incitado a nuevas experiencias y sensaciones, se veía nuevamente asaltado por sombras extrañas y poderosas que invadían su interior, llenándolo de efluvios dulces y adictivos.


Gracias a todos los que me han escrito sobre la primera parte. Espero que esta les guste también.

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