El Home-run de Memo
Memo, amigazo, beisbolista que le pega fuerte, aún con la zurda.
El Home-run de Memo.
Poco después de que empecé la universidad comencé a trabajar, con algunas recomendaciones de los chicos empoderados de la facultad no me costó nada entrar a una secretaría “de jóvenes para jóvenes” del gobierno local, hacía bien mi trabajo y me mantuve bien ahí, me gustaba el lugar, éramos puros jóvenes, así que el ambiente estaba excelente y las exigencias me permitían continuar estudiando bien.
Con el tiempo me di cuenta que había una gran variedad de gente, había sus chicos musculosos del área deportiva, gorditos graciosos de informática, los típicos mirreyes-parientes-de-alguien que no hacen nada, los músicos, la gente normal, la gente rara y esa misma variedad la encontrabas en las chicas aunque creo que sobra decir que esa variedad no me interesaba tanto. La verdad uno se entretenía bien la vista, generalmente me gustaban los musculosos deportistas y llegué a liarme con uno que era gimnasta y que hacía unos orales magníficos y que le encantaba que lo ensartaran pero la verdad es que con el tiempo uno se aburría de verlos, y pues sus pláticas se limitaban pronto así que ni para oírlos… los artistas eran más interesantes, pero o les faltaba carne, o les sobraba grasa, sin embargo igual estuve con uno que hacía ballet y vaya si eso deja un peculiar trasero y la elasticidad… hacen maravillas…
Por eso es interesante, incluso para mí, que la historia que narre sea precisamente con Memo, Memo era como un punto de unión entre todos; trabajaba en informática, tocaba la guitarra y practicaba béisbol, era un chico, flaco, moreno, de primera impresión sin gracia, eso sí muy agradable, creo que su mérito fue que juntaba lo mejor de esas áreas. Yo ya me llevaba con él pero fue como al año y medio de trabajar ahí que empezó a agradarme en serio, creo que fue cuando lo visual en los deportistas y las excentricidades de los artistas me llegaron al límite ¿O cuando empecé a tratarlo? No sé, de hecho no recuerdo si él empezó a acercarse o fui yo o fue el trabajo, pero de repente convivíamos mucho y hasta me empezó a alcanzar con su vieja camioneta a mi casa si salíamos al mismo tiempo.
Hubo un momento en el que empezó a ponerme nervioso porque para mí, el era heterosexual y la verdad nunca me ha gustado mezclar amigos con presas y vaya si lo hacía cuando estaba con él… Era muy carismático, como dije, juntaba lo mejor de los tres, tenía el anonimato y sencillez de los de informática (quizá por eso no lo noté hasta buen tiempo después), tenía es cara como de rudo y esa actitud tan peculiar de los beisbolistas y era flaco y desalineado como los artistas, vestía generalmente de camiseta negra con unos jeans viejos y sus rizos ligeros andaban libres sobre su frente o según la almohada hubiera dictado la noche anterior; Sonrisa linda, plática sincera. Lo único que le faltaba era el gran trasero de beisbolista, pero hasta eso, le sentaban bien las discretas pero apetecibles nalgas que traía, buen paquete por cierto.
Dicho sea de paso, a mi no me va tan mal, soy de piel clara, delgado, tampoco una estrella de cine, pero tengo lo mío y de hecho fue por esto que tuve mi primera plática interesante-estresante con Memo, él se dio cuenta de que había algo raro y un día mientras me llevaba a casa me preguntó por qué no le hacía caso a las chavitas que me invitaban a salir, que si estaban bien ricas, que si al menos para divertirme o distraerme. En ese momento fue fácil torearlo y decirle que en general no soy muy bueno para salir pero que de todos modos me divertía.
Oye y con Diego (el gimnasta) –me soltó de improvisto e interrumpiendo mi explicación. – ¿te divertías?
Vaya si fue seco –le dije tratando de controlar la situación, la verdad él nunca usó un tono de reclamo o nada, parecía curiosidad. –sí, no te miento, me divertí bastante.
Se río. –ya sabía que eras demasiado bueno. –dijo. –por mí no hay pedo, somos cuates.
Y bueno la plática se fue desviando hacia otros puntos hasta que llegué a mi casa. Se río mientras se iba, la verdad si me sentí raro. Los días siguientes en el trabajo fueron normales, no cambió nada, aunque ahora cuidaba mucho no mirarlo de más y no dar seña alguna, tuve que buscar otro entretenimiento.
¿Y tienes novio o algo así ahora? –soltó un día en la camioneta, acababa de contarme sobre su novia y sus problemas cotidianos.
Negué con la cabeza, pero vi que tenía ganas de preguntar algo, no era difícil notarlo, Memo es una persona con la sinceridad a flor de piel.
Pregunta lo que quieras. –le animé y como maestro del albur y para romper el hielo agregué. –Estoy “abierto” a tus dudas.
No mames –dijo con su sonrisa de confianza. –no se puede hablar serio contigo…
¿Qué quieres saber? –insistí.
Es que ¿cómo es todo eso? –dijo. –cuando sales con otro hombre, alguno se comporta como mujer o qué pedo, digo, no hablo sólo de la cama, así en general… pienso en que ha de ser como tener un cuate y ya ¿no?
Es lo mismo que con ustedes –le dije. –a veces uno si medio entra en el papel, pero al menos a mí me gusta más que sea como una amistad muy buena, es decir, sólo piensa ¿cada cuando tienes problemas con un cuate? Nunca. Cuentas compartidas, gustos más similares, está bien la verdad, a menos que te joda mucho que no haya una vagina y unos pechos por ahí.
¿En serio no te atraen? –preguntó.
Me parecen graciosos. –respondí.
Está bien, está bien –me respondió con una sonrisa de quien no cree las cosas.
Pasaron algunos días más, la verdad, aunque no me hacía ilusiones, me entusiasmaba verlo ahí en esa camioneta vieja y grande imaginando que preguntas incómodas hacer, era divertido e íbamos agarrando confianza, ya incluso me hablaba sobre sus ex y lo que hacía con ellas… era como un relax íntimo que nos permitíamos a veces al salir del trabajo y que se hacían más frecuentes y variados.
Y qué tipo de chicos te gustan –me preguntó un día con la informalidad de siempre. –¿corro peligro?
Si me gustan los beisbolistas, pero los que tienen las nalgas grandotas así que no te preocupes –le mentí bromeando. –la verdad tengo gustos variados…
Joputa –respondió negando con la cara.
¿Qué, querías correr peligro? –pregunté.
No, no, no, de hecho no me importa, sólo era curiosidad –respondió. –por cierto ¿tú eres más de los que dan que de los que reciben, verdad?
¿Qué quieres decir?
No seas mamón, sabes de qué hablo. –me dijo. Me encogí de hombros, el hizo una mueca, se divertía con esto. –o sea, coges o te cogen.
Generalmente cojo, se llama ser activo –contesté. –a veces me dejo coger, se llama ser pasivo, ves, cosa de niños, lápiz-sacapuntas, botón-ojal…
Soltó una risa. –debo confesarte. –me dijo, reducía un poco la velocidad. –que siempre he querido probar darle por atrás a alguna chica, pero está cabrón ¿te acuerdas de la tipa con la que salí que te dije que era bien guarra? Pues ella accedió pero a la hora, que siempre no, que la podía lastimar, que tenía miedo, que si la tuviera más chica… en fin, me quedé con las ganas.
Me quedé en silencio, lo más discretamente que pude puse mi mochila sobre las piernas, estaba excitado de sólo imaginar eso.
Uy sí, que el trompudo –le dije. –si tanto quieres ve con una prosti y ya.
mmm… bien atento a lo que interesa –me dijo bromeando –No me llama lo de la prosti, me gusta que haya como que deseo real, que ella lo quiera. –agregó.
Es que es eso –contesté. –ella debe quererlo.
Oye y cómo es eso –me preguntó. Le pedí que aclarara más su pregunta y entonces agregó. –no sé, realmente le duele a la persona que se lo hacen; no puedes, no sé, ensuciarte o algo así; qué se siente…
Pues la verdad si puede doler y más si no quieres la cosa, pero si lo quieres se siente bien, en lo personal yo muy pocas veces lo he hecho, es como una presión agradable en el vientre, ahora, con los chicos con que he sido activo, hay algunos que parece que nacieron para eso y te la pasas de maravilla. Ah y generalmente no te ensucias, ahora que si la otra persona quiere ir al baño y la obligas obvio que vas a quedar peor que un pañal… aún así –seguí –¿por qué quieres hacerlo anal? ¿No te basta con la vagina?
Pues tú debes entenderme, ves ese agujero cerradito, pequeño –me dijo apretando su mano para ejemplificar. –es agujerito prohibido, debe sentirse bien apretado estar dentro.
La verdad sí –conteste simplemente.
Es raro –dijo como para sí mismo. –nunca creí que me llevaría así contigo, no te ofendas, no soy homófobo ni nada pero no creí tener tanta confianza con alguien que fuera gay.
Pues es que al final somos hombres, tenemos cosas en común –contesté –velo, ahorita estamos hablando de agujeros.
Sí –dijo, ya nos acercábamos a mi casa. –creo que le paramos porque ya estoy bien duro y hasta el domingo veo a Bere, lástima que con ella ni intentarlo, apenas y he conseguido que me haga un oral… ella si aplica lo de sólo vagina…
Sí, mejor pararle que igual ya se me antojo –le dije. –además creo que ahora el que corre más peligro soy yo con lo guarro que andas.
Ah, no, no te preocupes –me respondió con una sonrisa un poco diferente, bastante diferente. –yo pido permiso antes… además… ¿no que estabas “abierto a mis dudas”?
Tus pinches nalgas ausentes cabrón –le dije ya mientras bajaba. No tenía palabras.
Pues créeme que se compensan muy bien adelante –me dijo señalando el bulto bien delineado en su entrepierna. –nos vemos mañana, ya veré como bajar “esto”.
Se río y se fue. Yo… yo simplemente entré a mi casa, salude escuetamente a mis padres y hermanos y me encerré en mi cuarto a masturbarme como si no hubiera un mañana, esta vez sí que había sido un viaje intenso.
Los días siguientes en el trabajo fueron normales, aunque Memo agarró cada vez más confianza, sentía a que me veía a veces y casi siempre que posaba mis ojos en algún chico, él me cachaba y ladeaba su cabeza con su sonrisa burlona. Igualmente, cada vez hubo más contacto físico entre nosotros, casi siempre en las pláticas grupales me echaba el brazo encima o si estaba trabajando en la compu y el andaba libre se para detrás de mí y me daba una suerte de masaje en los hombros. Nada que una relación hombre-hombre no pudiera tener, sin embargo notaba en sus ojos cierta satisfacción en el cinismo de hacer esos típicos jueguitos gay con tipo que realmente lo es, es como tentar a un niño con un dulce que no se va a poder comer.
Yo no empecé a tomarle tantas confianzas hasta que él me desbordó, un día que estaba ayudando con la nueva área de contacto social, mientas ponía una repisa, dando la espalda al pasillo, él se acercó y haciendo un sonidito de béisbol me restregó su paquete en las nalgas diciéndome “batazo” y haciendo que casi tire la repisa, me quedé sin palabras al sentir con tanta claridad ese cilindro de carne restregarse por cada una de mis nalgas y además trabarse en la línea que las separa. Por si fuera poco esta acción se repitió casualmente en cada repisa que instalé ese día. Ya desde entonces parecíamos de esos chicos de secundaria que se la pasan agarrándose todo el tiempo; sin que nadie nos viera a veces me daba una sonora nalgada o yo le picaba por atrás con algún lápiz y así subiendo de tono hasta llegar al punto en que sólo por joder nos dábamos dolorosos (y para mi interesantes) apretones de paquete.
Finalmente, fue en una fiesta del trabajo en la que después de muchas copas de muchos licores todos ya estaban cayéndose; memo y yo no tomamos mucho pero estábamos más que ambientados y Memo literalmente no se me quitaba de encima, me hablaba demasiado cerca de la cara, no me dejaba alejarme y además me lanzaba unas miradas que la verdad me dejaban muy confundido porque yo sabía lo que suele significar cuando los hombres miramos así.
Y si nos vamos ya –me dijo en una vez que me siguió hasta el baño. –ya me fastidié de estar aquí.
Por mi no hay pedo, aunque aún es temprano –señalé sin darle mayor importancia.
Mejor nos divertimos nosotros aparte –me dijo, mirándome firmemente, dejando mil posibilidades en mi mente.
Salimos sin despedirnos, lo seguí hasta su van vieja y nos fuimos. –¿Qué quieres hacer? –pregunté entré queriendo saberlo y no. Hubo un silencio.
Macho, sin rodeos –me dijo. –sabes que te tengo un chingo de confianza y eres un amigo de verdad, de los mejores que he tenido…
Ajá –dije invitándolo a seguir.
Pues es que las cosas con Bere no andan bien…
¡Sin rodeos! –le dije complacido, reía, ahora era él el confundido y yo el cínico.
¡Tengo un calentón que no puedo con mi vida! –soltó finalmente, igual estaba disfrutando esto.
¿y? –contesté con falsa indiferencia.
Ayúdame a bajarlo –dijo.
¿Yo, y cómo? –seguí en mi papel.
No seas mamón –me dijo, luego lo pensó. –bueno, si quiero que mames, digamos.
Tan caliente estás que vas a empezar a batear por la zurda. –le dije simplemente para no lanzarme de una vez… mi calentura había subido rápidamente.
El que es buen beisbolista, pega duro de ambos lados. –me dijo satisfecho y guarro, hizo una pausa. –ven chécalo tú mismo –acto seguido guió mi mano a su paquete sin un solo intento de resistencia por mi parte.
Ya con la mano ahí que más íbamos a hacer; apreté y sentí dureza a full, no podía dejar de tocarlo.
Se estacionó. Estábamos en una calle normal, apagó las luces y yo seguí con mi mano ahí, apretando, frotando y acariciando, unida como por magnetismo al bulto de Memo.
Vamos, dale una probadita –me dijo. Apagó el motor. –para que vea que si te atreves.
Se desabrochó el pantalón y sacó un nada depreciable pene que parecía agradecer ya no encontrase en el encierro. Dudé un poco, pero la tomé con mi mano, era gruesa, estaba caliente y yo por inercia estaba cada vez más cerca. La puse entre mis labios y metí cuanto pude en mi boca. La tranca creció a un más, era muy grande pero mi boca se esforzaba por complacerla. Memo resoplaba, movía de vez en vez sus caderas.
Para –me dijo. –mejor vamos a tu casa, quiero que lo hagas bien, con todo el espacio que necesites.
Me separé y sin dejar de ver ese pene le respondí: “no se puede en mi casa, vamos a la tuya”
Comparto cuarto con mi hermanito –me respondió. –no podemos.
Pues ni modo. –dije, porque aunque incómodo, ya tenía la calentura hasta el tope y quería continuar con lo mío. Me lancé de nuevo.
Pffff, espera –dijo dándome palmaditas en la cabeza. –Tengo … una idea… revisa la guantera… busca, busca un llavero… azul… de, eh ¡de Pumas!
Con un poco de fastidio me desprendí y busqué en la guantera, encontré el dichoso llavero y se lo di.
¡Perfecto! –exclamó y sin reparar en más puso en marcha la van. Yo no sabía qué onda ni iba a preguntar nada, sólo quería tener eso de nuevo en la boca y poder satisfacer mi propia calentura. Durante el recorrido no podía dejar de verle la polla, la cual al poco tiempo se puso morcillona por la falta de atención. Memo no era indiferente a mis miradas.
¿Te estás muriendo de ganas, verdad? –dijo, sonrisa de oreja a oreja. –paciencia, ahorita que lleguemos vas a tener hasta para llevar…
Tras lo que me pareció un interminable recorrido, llegamos a un lugar conocido, un campo de béis cerca de la ciudad industrial. Había venido un par de veces para ver a memo y a los del trabajo jugar, pero como me resultaba bastante aburrido (sólo este deporte y el basquet, porque los demás me entretienen bastante) dejé de ir.
Estacionamos en una parte oscura, pensé que pasaríamos al amplio espacio trasero de la van, pero Memo se bajó y me hizo señas de que lo siguiera, abrió la verja y entramos al campo, bajo las gradas hay un pasillo abierto que comunica a unos baños, vestidores y una bodega… avanzamos en silencio y en oscuridad, pese a que no había nadie. Memo abrió la puerta de la bodega con una de sus llaves y entramos. Era un cuarto pequeño con un montón de cosas apiladas y un único bombillo colgando de lo alto del techo.
¿Estamos seguros aquí? –pregunté con el resto de conciencia que la calentura me había dejado.
Claro que sí –dijo Memo, al tiempo que pasaba llave a la puerta de la bodega. –y si no decimos que vinimos por material para un evento o algo así.
Asentí, hubo un silencio. Entonces memo desabrochó su pantalón y dejó salir de nuevo su miembro. –Es toda tuya –atinó a decir.
La calentura me hizo no cuestionarme nada, ni las repercusiones en la amistad ni que nos fueran a cachar en pleno acto, ni que su novia me caía super bien, simplemente toda mi atención se centró en esos abundantes centímetros que se erguían frente a mí, me hinqué, Memo se quitó su polo y se apoyó en una mesa. Bajé pantalones y bóxers hasta los tobillos y sin más me dediqué a disfrutar, lamí esa cabeza como si quisiera gastarla, subí y baje por el nervudo tronco y en innumerables veces me dediqué a ese par de testículos que colgaban tan impresionantemente. Trataba de meterla toda a mi boca pero no podía, apenas y lograba sentir sus vellos en mi nariz antes de que el ocupante de mi boca me produjera una arcada.
También descubrí una tableta bien marcada de abdominales y unas caderas afiladas, memo era un flaco deportista, yo nunca había imaginado lo placentero que puede ser tocar y besar ese tipo de cuerpo y él, para nada se imaginaba la intensidad de ser tocado por otro hombre.
En una de esas el me apartó, tenía la respiración agitada y una cara de placer que no podía con ella. –apóyate en la puerta –me dijo. –a esta altura estás bien.
Obedecí, me quité la camiseta porque supuse que pronto se vendría y me puse de cuclillas con la espalda pegada al frío metal de la puerta. Mi amigo se acercó con su sonrisa perversa, apoyó sus brazos en la puerta y me acercó su miembro de nuevo, abrí la boca simplemente y él empezó a moverse. Una delicia, tenía buen ritmo, yo llevé mis manos a disfrutar de su espalda baja marcada y sus nalgas, que aunque pequeñas, no defraudaban como nalgas de beisbolista; creo que ni notaba que las estuviera amasando y acariciando demasiado, su rostro sólo mostraba placer, además, sujetar sus caderas me protegía de que en algún momento de emoción me atravesará la garganta. Se iba poniendo cada vez más guarro, pasaba su glande en mis labios, en mis cachetes, me miraba a los ojos, me follaba la boca con más y más velocidad.
Se detuvo.
–¿Te dejas coger? –preguntó, a secas, entre amable y demandante. Sabía la respuesta.
Y yo sabía que iba a doler, pero ya no podía detenerme, quería darle todo a Memo. Me puse de pie y me quité los pantalones. Me sonreía.
Nunca me había detenido a ver el culo de un hombre. –dijo memo dándome la vuelta. Agarró mis nalgas. –aunque siendo sincero, no me molestaba agarrar el tuyo…
Esta noche le traigo una ganas… –insistió mientras deslizaba mis bóxers, luego separó mis nalgas, inspeccionando. Me soltó una nalgada, más de juego que por guarrada. –mejor apóyate en la mesa.
Yo ya sabía lo que venía, realmente no le encuentro mucho chiste a ser pasivo, pero la sola idea de que a mis espaldas estuviera Memo, de que mi incomodidad era para darle placer a mi amigo y de que nada de esto tendría que estar ocurriendo me ponía absolutamente caliente y ya quería empezar.
Memo en cambio parecía tomarse su tiempo, quizá no sabía qué hacer exactamente, pasaba su pene sobre mis nalgas y entre ellas, frotaba y presionaba su glande en la entrada de mi culo. Finalmente pareció decidirse y empezó a presionar constantemente; yo intentaba relajarme y con mi mano moderaba el avance de mi amigo, cada centímetro debía tomarse su tiempo. Memo resoplaba y me sujetaba de los hombros, por él, hubiera sido todo de un empujón.
Tranquilo –le decía.
No puedo –respondía.
Pero si pudo, y en lo que me pareció una eternidad desde la primera dolorosa presión, sus caderas toparon con mis nalgas.
Te entró todita –me informó, como si yo mismo no sintiera toda esa carne ocupándome, como si no sintiera esos vellos picando la piel de mis glúteos.
Ve tranquilo –fue mi respuesta.
Y Memo inició un pesado y lento vaivén, ahora me sujetaba con firmeza de las caderas y se veía concentrado, prontó quité mi mano dejándole a él todo el control de sus embestidas, empezaba a relajarme y el poco a poco empezó a acelerar.
Gemíamos, roncos, constantes y sincronizados con el sonido del choque entre cuerpos. Él miraba embobado como desaparecía su fierro entre mis nalgas. Yo me concentraba en la sensación que crecía en mi interior, en esa presión caliente y peligrosa que parece que pudiera hacerte explotar.
Sin mucha explicación Memo se separa de mi, me saca de mi trance con un apretón de nalga y se tira en el suelo, con la polla apuntando al techo y su mirada invitando a sentarme… y ahí voy yo, jinete improvisado, a cabalgar por un buen rato, a usar toda la potencia de mis piernas para subir y bajar… sentía que iba a explotar en cualquier momento. Pero Memo me detuvo una vez más.
Exhausto de mi labor, me costó levantarme de aquel tortuoso y placentero asiento. Él se puso de pie con la agilidad de un gato.
Vente –me dijo, dando palmaditas en una mesa de madera. El bamboleo de su pene me hipnotizaba. –súbete.
Sin más se ubicó entre mis piernas, empujándolas sobre mi pecho mientras su pene se acomodaba. Y volvió a deslizarse en mi interior llenándome a plenitud. Y volvió a bombear con ese ritmo adictivo. Y yo, yo me perdí, pudieron ser un par de minutos o veinte, la atmósfera estaba para perderse: la luz amarillenta y escasa, nuestros resoplidos, el sudor cayendo de su pecho y sus abdominales, esa sensación tan culposa entre las nalgas…
Y como somos humanos, llegó el glorioso momento en que me vine, exploté ridículamente, manchando mi pecho, rostro y paredes y al unísono o como consecuencia, Memo depositó en mi su ardiente carga. Resoplamos, nos desplomamos.
Vestirnos fue extrañamente bizarro, nos habría venido bien una buena ducha pero era mucho arriesgarse ir a las del campo. Salimos en sigilo, con las ropas mal puestas y algo sucios. Todo cerrado, aquí no había pasado nada.
El camino a mi casa sería silencioso e incómodo… pero sólo los primeros cinco minutos porque ya en la privacidad de la camioneta Memo soltó la primera carcajada al notar su camisa al revés. Empezaron a salir los comentarios “macho, me sorprende que puedas caminar” “tienes aguante” “Manchaste toda la pared” “Tienes semen en el pelo” etc etc y yo igual le decía “¿hace cuánto que no cogías?” “No sabía que eras tan bueno bateando” y otras guarradas entre broma, entre ciertas.
Finalmente, como ambos estábamos hambrientos y Memo insistía en ser un caballero, me invitó unos tacos (sin importar lo que fuera que pareciéramos con nuestro aspecto) los cuales comimos con la misma voracidad con la que habíamos cogido minutos antes, con esa voracidad que sólo los hombres podemos tener.
No es la última vez que bateo en este campo–me dijo con un apretón de nalga mientras bajaba de la van. –nos vemos.
Nos vemos. –respondí cerrando la puerta, sonriendo.
Estoy retomando mi antigua costumbre de dejar algún punto de contacto para los lectores interesados. Me gusta conocer gente y compartir historias, por el momento pueden contactarme a mi correo: [[email protected]
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