El hombre que tenía complejo de caballo
Un aburrido fin de semana en un club de equitación, perdida en pleno bosque y con un rudo guía demasiado habituado a tratar con caballos...
EL HOMBRE QUE TENÍA COMPLEJO DE CABALLO
Aquel fin de semana me había ido con unas amigas a un conocido club de equitación para pasar el fin de semana entero montando a caballo. Formamos un grupo y avanzamos hacia el bosque, precedidas por un atractivo guía. Yo no sé montar a caballo, peor el día pasa sin incidentes. Sin embargo en un momento dado, justo cuando ya casi llegábamos a las instalaciones del club, mi caballo se asusta y echa a correr, descontrolado. La estampida dura mucho tiempo, y para cuando consigo que el animal se calme, estoy perdida, en medio del bosque y encima está empezando a oscurecer.
Miro a mi alrededor. Estoy muy alterada, pero oigo retumbar los cascos de un caballo a lo lejos y eso me tranquiliza. Al principio solo veo una nube de polvo, pero pronto aparece ante mi el atractivo guía de mi grupo. Aliviada le cuento lo ocurrido y al ver que él sonríe, le pregunto la causa. Yo sé que ha sido él quien antes espantó a mi caballo y se lo doy a entender.
Él no me hace caso, enciende una fogata y me dice que ya es tarde, que no conoce bien el camino y que no podemos volver. Quiero decirle que eso no es cierto, pero de mi boca no salen esas palabras, sino que le pido que se quite los pantalones y que se arrodille. Él me obedece sumiso, sin dejar de sonreír. Yo me agacho, le paso la mano por la piel cálida, dura y sin pelos que resplandece a la luz del fuego y le muerdo levemente en la nalga derecha, sintiendo que la boca se me hace agua. Tiene un sabor magnífico.
Saco la lengua y le lamo la pequeña cavidad, dulce y punzante que es su ano.
Él suspira.
Entonces me concentro en sus testículos, que son enormes, los acaricio y me los meto enteros en la boca. Casi ni me caven.
Mi guía se coloca a cuatro patas, con la cara apoyada en la suave hierba del suelo y con el culo apuntando al magnífico sol que está casi oculto en las lejanas colinas, parece que le está rindiendo un tétrico culto. Le desnudo por completo y yo hago lo propio. Me siento a horcajadas encima de él, me restriego un poco hasta humedecerle la espalda con los jugos de mi conejito y él arquea su musculosa espalda bajo mi peso. Levanta la cabeza y yo aprovecho para agarrarle de las crines y comenzamos a cabalgar, resbalándome en mi propio caldo, sin parar de reír, como si fuera una niña pequeña jugando con su padre, hasta que me siento exhausta y me dejo caer, quedándome tumbada boca arriba.
Él comienza a darle lengüetazos a mi abrevadero como un semental sediento, colocándose sobre mi como en la postura del 69, de tal suerte que tengo su inmensa polla de caballo colgando justo encima de mi boca, y que me recuerda a las zanahorias que ponen delante de los caballos para que avancen.
Yo soy la yegua y su enorme polla es la gigantesca zanahoria rosada que me hace avanzar.
Saco la lengua y comienzo a lamerle el glande, pero me resulta una enorme proeza hacerle en estos momentos una mamada, porque su lengua en mi abrevadero está obrando milagros. Su pene sigue colgado, balanceándose, encima de mi, carne en barra, con sus olores mezclados con un sutil olor a caballo. Me estremezco y me corro en su cara.
Le suplico que pare pero él sigue chupándome y yo sigo corriéndome. Entonces se compadece de mi y acomodando mis piernas sobre sus hombros me pregunta si estoy dispuesta a dar un paseo a caballo...empieza lentamente al paso y, cuando pasa al trote yo vuelvo a sentir que me voy a correr. Él se da cuenta y aumenta el ritmo e inicia un alegre galope sobre mi. Yo me dejo llevar y le comienzo a golpear en los costados para que vaya más rápido, a galope tendido.
Arremete contra mi hasta que, doblándose sobre mi cuerpo con un grito ahogado, noto una explosión dentro de mi, un chorro de esperma caliente que me hace tener el orgasmo más salvaje de mi vida.
Después, él me trata de relajar y tumbados, me acaricia el pelo mientras yo apoyo la cabeza en su bajo vientre y me meto su látigo de carne en la boca, chupando muy despacio su glande hasta que noto cómo lentamente me viene el sueño...
ALIENA DEL VALLE.