El hombre que me excita
Una noche después del trabajo, me masturbo, sabiendo de sobra que alguien muy cercano a mí, me observa detrás de la puerta.
Salí al pasillo que me llevaría a ti, ¡pero no!, esto no puede ser, no puede pasar nada entre nosotros, me eres demasiado joven... y yo, yo soy una mujer madura que tiene 43, me regreso a mi habitación, y en mi calentura, no me percato de que solo entrecierro la puerta, y me sitúo a un lado de mi cama
Sin dejar de pensar en tu verga, desabotono mi blusa, y la deslizo lentamente por mis brazos, sintiendo la caricia de la tela, lo que me excita aún más. Me quité la falda, quedando solo con mi tanga, mi sostén, y mis tacones. Me dirigí a un espejo que tengo de cuerpo entero, y me contemplé en el, una mujer madura, que a pesar de la edad, y de tener un hijo, aún se conserva perfectamente, de tetas firmes, cinturita, y un gran trasero.
Llevo mis manos a mi sostén, dejando al descubierto mis tetas con mis pezones erectos, dejándolo caer al suelo. Con sensualidad, deslizo mi tanga, empinándome para sacarla de mis tacones, al incorporarme, me miro, me excita lo que veo, y mis ganas de masturbarme son palpables, me acaricio las tetas, haciendo que mis pezones se pongan aún más duros, por ello mi vagina se humedece. Bajo una mano, el contacto de mis dedos sobre mis labios me hace estremecer.
Las piernas no me sostienen debido a la excitación, despacio, camino a la cama, me siento, y me sigo tocando las tetas, al voltear, por el rabillo del ojo pude ver una sombra por el resquicio de la puerta, pero no le tomé importancia, y ahora sentada frente a ella, a pesar de estar en penumbras, mi sospechas son confirmadas, y sé que eres tú, mi hijo que espía a su madre desnuda a punto de masturbarse.
Me levanto, prendo la luz, regreso muy sensualmente, y de rodillas me voy hasta la cabecera, donde me siento entre las almohadas, así me ves perfectamente, desde las tetas, hasta mi rajita, aquello me excita, saber que estás mirándome, me tiene muy caliente.
Separo las piernas, con la mano derecha acaricio mi clítoris, a duras penas consigo mantener los ojos abiertos, aún sigues ahí, me gusta que me mires mientras me masturbo, no me detengo, quiero tener mi orgasmo, es el primero que tendré frente a ti.
Perdida en aquellas sensaciones, subo mi otra mano para acariciarme las tetas, mis pezones están más duros de lo que parecen. Después, alterno las manos para beberme mis propios jugos, mi vientre se mueve acompasándose a mi propia masturbación como si un hombre me estuviera poseyendo allí mismo.
Estoy fuera de mí, mi cuerpo se retuerce, y nada más me importa, solo quiero llegar al orgasmo, muevo frenéticamente las manos hasta que alcanzo mi deseo, y gozo delante de ti. Quedo agotada, con mis manos en mi rajita, con los ojos entrecerrados, las piernas abiertas, y la respiración entrecortada, me deslizo por las sábanas, con movimientos torpes me quito los tacones. Así, desnuda y con un orgasmo, el más placentero porque sé que tú me viste, percibo cómo te retiras, no tengo fuerzas para nada, -ya mañana será otro día-, pienso, y me hundo en mis sueños.