El hombre que esperabas.
Lo tenía todo, pero era una apariencia. Un pintor de brocha gorda, le cambiaría la vida.
Algún día, me dije más de una vez, me voy a sacar la careta, el antifaz, la máscara, y voy a mandar todo al carajo. La fama está muy bien, la plata que gano me permite vivir cómodamente y sin sobresaltos, y tengo privilegios y ventajas, por el solo hecho de ser el protagonista de la telenovela de más audiencia: “El hombre que esperabas” que transmite LTWS Panamericana Intercontinental de TV, la emisora más vista de mi país, que vende sus productos, sus “culebrones” a cincuenta y nueve países en los cinco continentes.
Pero eso no me hace feliz.
Como consecuencia de tanta exposición, mi carita de bebé crecido, mis ojos celestes, mi pelo rubio lacio y brillante, mi torso bronceado generalmente desnudo y mi barba de varios días aparece en las pantallas de países lejanos, y así, enamoro, seduzco, atraigo y caliento a cuanta mujer sola, abandonada, romanticona, deprimida, frustrada, mal atendida o con hormonas en plena ebullición hay en el mundo. Enciendo a viejas y a jóvenes, y seguramente muchos gays tapados o no, se hacen la paja, observando con ojos de lobo, mis pectorales perfectos, mis abdominales, mis espaldas anchas, mi eterno bronceado caribe, (de lámpara) mis dientes blancos (blanqueados) mis músculos trabajados producto de largas horas de gym y anabólicos no confesados, mi bulto no disimulado y mi culito duro chiquito y levantadito. De la noche a la mañana me he hecho famoso y para muchos soy ese hombre que esperaban. pero yo, todavía, esperaba a un hombre que me hiciera feliz. En la cama del amante de América, sábanas frías.
Uds. me conocen, soy Juan Marco Arrizaga, el hombre que esperabas, un actor mediocre pero muy carismático que un día, a los veintitrés años, encontró en una de las tantas antesalas a un productor poderoso, que le hizo lo que se llama un casting “sábana” (me la chupaba un par de veces por día) que me abrió las puertas de la fama sin que yo le abriera las puertas de mi culo. Al tipo no se le paraba ya. Y daba unas mamadas horribles con su boca desdentada y reseca, pero era el precio que yo pagaba para tener mi oportunidad. Pero no le guardo tanto rencor (bueno si un poco): otros tuvieron que hacer cosas peores que yo, y con mucha gente, para tener una cuota de pantalla en la TV. Y el viejito se murió sin verme conseguir la fama internacional que él promovió. Viejo asqueroso, si los hay. Que se quede donde esté. Ardiendo lentamente.
Yo quería vender mi apartamento. No porque fuera incómodo o pequeño sino todo lo contrario: era un enorme caserón en un viejo edificio “art decó” del siglo pasado, uno de esas joyas de una época de riqueza y lujo que ya no volverá. Pero había roto recientemente tras dos años y medio, mi relación con mi ex, Felipe José Sciaramella, el baterista de la banda La Culebra, y quería buscar aires nuevos y tenía con qué. Quería olvidarlo a Felipe, sacarlo de mi vida, como se desea dejar atrás una pesadilla que horroriza. Yo el hombre más deseado, había sido abandonado por un músico infiel.
Fue así que contraté un servicio de pintura para dejar impecable y poder vender mejor al dapartamento .
Una cuadrilla de cuatro hombres y un capataz, llegó una mañana a mi casa. El capataz era un hombre mayor, al que le prohibí fumar dentro de la casa, y los cuatro obreros eran tipos callados que le obedecían y lo respetaban. Tres de ellos no me llamaron la atención pero había un pintor que nunca me miraba a los ojos y que me eludía siempre. Su indiferencia me atrajo: después de todo yo era el galán de moda, una celebridad. Lo empecé a mirar bien y para mi pesar, me di cuenta que el muchacho me atraía: había algo entre salvaje y auténtico en su forma de ser, en sus ojos aindiados, en su forma de moverse, en la ropa de trabajo holgada que cubría su cuerpo. Y su indiferencia incrementaba mi interés. ¿Sería tímido? ¿Me detestaba? ¿ Sabría quién era yo ?
Me parecía insoportable que no me conociera, y más allá de eso, que ni me mirara. Mi narcisismo estaba siendo amenazado por la indiferencia. Comencé a observarlo, a formularle algunas preguntas aisladas que el contestaba amablemente pero sin mirarme casi, a los ojos. Me dijo que se llamaba Hilario y que vivía en un barrio del segundo cordón del Gran Buenos Aires, una zona de casas bajas y humildes por el que yo había pasado mucho para filmar unos exteriores cerca de allí.
Una tarde, luego del almuerzo, lo vi tirado en el balcón terraza, con el pecho desnudo y tomando sol. Su cuerpo lampiño, delgado y fuerte me impresionó. Era de una belleza silvestre, rústica, como un pájaro callejero pero de hermosos colores, músculos marcados, y bulto haciendo juego. Hubiera querido tirarme encima suyo para sentir su piel abrazada por el sol, la tibieza de su pecho, los latidos de su corazón, , la voluptuosa curva de su pene dormido, contra mi piel, pero me contuve.
De tanto mirarlo el sol me cegó por un momento y preferí alejarme antes de que él me viera. Dormía. Hay algo en algunos hombres que deslumbra y aturde a quien goza con su belleza: su figura tranquila e inocente durante el sueño, la confiada inocencia de su cuerpo desplegado, las largas pestañas que son como cortinas que ocultan sus ojos cerrados, la extraña paz de su respiración lenta, los cabellos cayendo sobre la frente. Un hombre que duerme es un niño que parece hablar con Dios.
Una tarde, no vinieron los otros tres operarios y el capataz me dijo que solo lo iba a dejar a Hilario porque tenían una emergencia en una obra. Me molestó bastante esa informalidad, pues quería que terminaran el trabajo cuanto antes pero el quedarme a solas con el objeto de mi deseo, disparó mis fantasías y dispersó un poco mi ira. Lo hice pasar y fui al vestidor para cambiarme de ropa. Me puse una camiseta blanca ajustada a mi cuerpo y unos shorts con tajos a los costados. Si, no me lo digan, me vestí para mostrar mi físico. Para ver si despertaba interés en otro macho. Soy puto y no lo voy a negar.
Volví al comedor diario, El me miró como sorprendido por la ropa con que estaba yo vestido En un rato, me miró más de una vez y eso me puso nervioso. Creo que a él también. Para disimular le ofrecí algo de beber y él me dijo que sólo tomaba mate amargo cuando trabajaba. Me miró a los ojos por primera vez, y me pareció que había alguna cercanía. Calenté agua, preparé el mate y comencé a cebarle, y él en un momento me preguntó porqué yo no tomaba. Lo tomo con azúcar le dije, bueno, ponele un poco, me dijo. Su sonrisa apenas esbozada me conquistó: quería que tomáramos mate juntos y para ello admitía que lo azucarara aunque a él le gustaba amargo.
Tomamos mate hasta que el agua se fue enfriando y a mí me calentaba chupar la bombilla donde antes él había apoyado su boca. La bombilla estaba caliente por el agua pero yo también lo estaba. Me dijo “esta frío” y yo le dije que calentaría el agua, no, me dijo, si tomo más mate me voy a mear (orinar) encima….dijo sonriendo. Y al hacerlo inconscientemente se señaló la verga y a mí me dieron ganas de tocarla ahí sin vueltas. Apretarla, sobarla, chuparle la poronga, lamer sus huevos. Comerme su pija. Conversamos un poco. Me dijo que era soltero, sin hijos y que vivía con una tía y me preguntó si yo tenía novia. Le dije que por el momento no, y él me guiñó uno de sus ojos almendrados y me dijo “claro con la cantidad de mujeres que se te deben regalar”. Puse cara de complicidad y me reí y él me siguió mirando como nunca lo había hecho hasta entonces quizás cohibido en otros momentos por la presencia de sus compañeros que se interponían entre nosotros. Yo le mantuve la mirada. Cuando dos machos se miran con intención, comienzan disimuladamente a seducirse. A develar los secretos más íntimos que se esconden en conversaciones aparentemente inocentes. Nosotros nos tanteamos Nos medimos. Nos estudiamos.. El me miró el cuerpo, y en especial las tetillas con los pezones bien marcados por la camiseta de algodón ceñida y el bulto apenas cubierto por mi pantaloncito y yo le miré las piernas abiertas, y musculosas y el bulto que se esbozaba entre ellas, por debajo de su pantalón de trabajo. Después nos miramos a los ojos y desviamos las miradas para no parecer tan obvios. Cuando me levanté de la silla, con la verga algo endurecida, el me miró de arriba abajo o por lo menos yo lo sentí así. Hasta creí sentir sus ojos en mi culo, en mis nalgas, en la raya de mi culo, cuando saqué las cosas de la mesa y ahí pensé, este me quiere coger, pero claro, me contuve: es mi imaginación, me dije.
El siguió pintando y yo leyendo el libreto de mi programa. Cuando se puso oscuro, se detuvo, pasó al baño de servicio, a lavarse y cambiarse y cuando se iba, no sé porqué me pareció que el hielo se había roto, me sonrió abiertamente por primera vez. Era como una sonrisa de niño pícaro pero con cierto pudor, y yo lo vi como un llamado de atención. Como que estaba diciéndome: ya sé que estas caliente conmigo putito, no me engañás. Pero no había soberbia en su mirada, sino una secreta satisfacción. Sus ojos eran como carbones encendidos, húmedos y brillantes.
Aunque había un guarda de seguridad en la planta baja, lo acompañé hacia abajo en el ascensor y ahí sin hablar nos volvimos a mirar, y sus ojos almendrados me acariciaron o así lo sentí. Por un instante pensé que no queríamos separarnos el uno del otro y demorábamos las cosas, pero lo descarté como una fantasía mía de pajero.
Nos despedimos con una última mirada y cuando subí a mi departamento, entré al baño para hacerme una paja: estaba recaliente con el man, la pija se me había puesto dura y no veía otra forma de obtener alivio, hacerme una flor de paja pensando en él. y pegarme un baño Comencé acariciándome el orto, mis nalgas, mis piernas, mi pecho tocando mis tetillas, apretando mis huevos llenos de leche. Sobándome la pija húmeda ya por la calentura.
Estaba en plena “tarea” cuando sonó mi teléfono. celular Era Hilario que llamaba desde una estación del subterráneo, para preguntarme si no había encontrado una billetera de plástico en el baño: desnudo caminé hasta el baño de servicio y observé a mi alrededor y la encontré en un costado de la pileta. Era una billeteranegra con vivos celestes y decía San Francisco.
Si acá está le dije, vení a buscarla agregué. Gracias, me dijo, porque no tengo plata para viajar.
Me bañé y me sequé rápidamente y sin peinarme me vestí con lo primero que encontré. La camiseta blanca ceñida y el short con aberturas en los costados que descubría mis piernas. Al rato, Hilario tocó el timbre de la calle y me dijo que no bajara, que el guardia de seguridad le abriría la puerta, y entonces le dije que subiera. Cuando lo hice pasar, sonreía, Quizás feliz de no haber perdido su billetera ó que no se la hubiesen robado Se la entregué y el retuvo mi mano mirándome a los ojos. Nunca vi ojos tan limpios y brillantes en mi vida. Gracias, me dijo, y como había poca luz se acercó a mi cara y yo retrocedí un paso porque su cercanía me provocaba, su calor me quemaba, su aliento me estremecía pero él se volvió a acercar y no me pude contener y le di un beso en la boca. Pense: ahora me caga a trompadas. En ese segundo tenía la remota esperanza también de que quizás no le molestaría o que si lo había ofendido no me pegaría. Mi boca se estrelló con sus labios cerrados y en ese momento temblé porque creí que me había rechazado. Pero él me devolvió el beso y su boca olía a menta y sus labios estaban húmedos y su lengua lamió la mía, juguetona y posesiva, sus brazos me estrecharon y apoyó su cuerpo contra el mío y tras un silencio, donde intentó calmarse sin lograrlo, me dijo con voz temblorosa que había esperado este momento, toda su vida. Nunca estuve con otro macho, me dijo y yo le creía por la urgencia de sus manos, por la dureza de su verga apretada a la mía, por el temblor de su voz, por sus besos apasionados, por las palabras que repetía a cada rato emocionado como conteniendo un sollozo, palabras que me parecieron prematuras, propias de su emoción, o de su inexperiencia o de su calentura. Te quiero, te quiero, te quiero. Mi amor, mi amor….
Le dije no lo digas, mientras devolvía sus besos. Porque no puedo creerlo. Querer es otra cosa, agregué. No nos conocemos. Los dos ahora estamos calientes, con la pija al palo, deseando cogernos pero no te confundas, proseguí, no hables de amor, esto no es otra cosa que ganas de sacarse las ganas. Lo dije intentando disimular el escalofrío que sus palabras y sus caricias me generaban. El me besó el cuello, las orejas, la nuca y comenzó a desnudarme y a acariciarme los hombros, la espalda, el culo con sus manos resecas y grandes Apretaba y subía mis nalgas, y me besaba y devolvía mis besos. Te quiero, repetía y yo dejé de decirle que no lo dijera. De pronto quise creer que este muchacho era sincero y no me mentía. Quise sospechar que el amor entre dos hombres se puede encender en pocos días o en un momento y que eso que su boca repetía, a medida que lamía mi pecho mis costillas, mis tetillas, mi vientre, mi ombligo, y besaba mi boca con desesperación, era lo que él realmente sentía. Muchas veces había pensado que el hombre que yo esperaba no existía porque el amor entre dos hombres no era posible era apenas sexo, deseo, ganas de desagotar la leche acumulada en algún agujero tibio, suavey amigable, necesidad de compañía, miedo a la soledad, y que había tipos ilusos como yo, que confundían las demostraciones propias del sexo con la expresión de sentimientos genuinos.. El amor si existía era el resultado de una casualidad cósmica, obra del azar, y que surgía de conocerse, de entenderse, de compartir muchas cosas en común, algo que se construye de a dos y que no era solamente la calentura de dos cuerpos desnudos o a punto de estarlo, cuyas pieles se rozaban y deseaban urgidos por el institnto.
Hacía mucho que yo había dejado de decir “te quiero”. No recordaba ya la última vez, Lo veía como una mariconada de puto en celo. Cómo un autoengaño. Pero este muchacho que se abrazaba a mi cuerpo no tenía nada del estereotipo con que muchas veces injustamente la sociedad imagina a los gays.
Acarició mi pelo y besó mis ojos y yo hice lo mismo con él y me alzó en sus brazos y así, en andas me subió por la escalera y me tiró en la cama mientras terminaba de desnudarme. Cerré los ojos y él me dijo, mirame, bebé, mirá como me ponés. Esta iba a ser una cogida hablada: casi nunca los actores de los videos porno hablan y a mí eso me enfría; que sólo haya gemidos, jadeos o monosílabos. Hablar durante el sexo, decirse cosas bellas o apasionadas, demostrar la calentura que erecta la pija y para los huevos, el placer de la fricción con el cuerpo del otro, preguntar “te gusta” con una voz que sale de los huevos, convertir en palabras ardientes esa necesidad de acabar, de echar la leche, de cubrir el cuerpo del otro con su licor es para mí un disparador. Y yo , descreído como soy, y caliente como estaba, le seguí lo que pensaba que era una fantasía, y cuando él me decía palabras definitivas, como te quiero, te amo, te quiero solo para mi , mi amor, mi cosa linda, mi tesoro, yo respondía con palabras similares y él me miraba a los ojos y yo me bañaba en la pureza de sus lágrimas emocionadas, y me convertía por obra de esas palabras, y de esa emoción en el muchacho que alguna vez había sido , el que alguna vez se había enamorado locamente y que había desafiado a todos por ese amor. Antes mucho antes de la desilusión y el desengaño. Antes de la fama, mucho antes.
Nos quedamos desnudos sobre la cama; su piel mate, lisa y lampiña, acariciada por el sol de los mediodías y por los vientos y la lluvia y la mía bronceada artificialmente, se unieron por las partes blancas, las que el sol o la lámpara no visita nunca,
No sé cuantas veces nos besamos, cuantas veces mi mano recorrió su cuerpo, acarició sus flancos, y sobó su pija apretada a sus huevos al principio y alzada luego hacia el cielo, como si saboreara con delectación el placer de mi mano deslizándose por su largo y espesor. Lo mismo hizo él mientras yo me extasiaba agarrándole la poronga entre mis dedos. Descubrir la pija de otro hombre es siempre una experiencia única: si todas las pijas se parecen, también son distintas, sorprenden, excitan, enternecen, inspiran, estremecen. No hay dos vergas iguales, y la piel húmeda, tensa, oliendo a macho en celo, siempre es diferente, siempre es excitante, y dar placer, así acariciando y apretando, bajando el prepucio, o subiéndolo, ciñendo los huevos, sobando los huevos llenos de leche de otro macho mientras el gime y pide que no te detengas , es una experiencia siempre única, obsesiva, casi animal . A veces el otro, antes y después del sexo parece levantar una muralla, parece ser infranqueable, pero en el instante del placer se convierte en alguien totalmente vulnerable, que lo único que desea es vivir ese momento y acabar toda la leche de su alma.
Lamí su poronga con delicadeza, corriendo su prepucio hasta que su cabeza de hongo emergió húmeda y rosada y le chupé la pija mucho tiempo, y el acercaba mi cabeza a su verga para que siguiera para que no me detuviera. Así, seguí mi amor, murmuraba y yo veía su cara, sus ojos cerrados, su frente que parecía surcada por una línea de dolor, hasta que acabó con fuerza y salpicó mi cara y mi cuello y el lamió su semen con su lengua caliente de mi piel y me beso enternecido, como agradecido por el esfuerzo que se reflejaba en mi cuerpo sudado y mi respiración entrecortada.
Besó mi boca y en su lengua percibí el sabor de su leche, la que había lamido de mi piel y devolví el beso y acaricie su cara y él me pidió que lo dejara mamarme la pija. Mi primera pija, dijo y yo abrí levanté y abrí las piernas y el apoyó su cabeza en mi pubis y se fue metiendo la verga despacito entre sus labios, lamiendo mi cabecita, acariciando mis huevos, suspirando y hasta ahogándose con mi pija desatada. Dura como un hierro, caliente , como una brasa. Chupó mi pija por un largo rato, y mirándome a los ojos en algunos momentos como preguntando si lo hacía bien, y yo acariciaba su pelo y acercaba su cabeza a mi poronga hecha fuego, a mis huevos que colgaban expectantes, hasta que acabé como un volcán lleno de lava ardiente, y mi leche se deslizó por su mentón y por su cuello, espesa, profusa, caliente. Con la cara cubierta de mi leche, me miró a los ojos ahora ya no buscando mi aprobación sino feliz del impacto que tenía en mí.
Después nos quedamos dormidos. Abrazados con las piernas entrelazadas, con mi cabeza en su pecho y él me tapó con ternura y se acurrucó a mí y así apretado a mi cuerpo se quedó dormido y yo invadido por una extraña paz, me dormí también.
Eran como las cinco menos veinte de la madrugada cuando me desperté sobresaltado, pensé que todo había sido un sueño y estiré mi mano buscándolo, con terror de encontrar las sábanas frías, con terror de comprobar una vez más mi soledad en jaula dorada, pero estaba allí, durmiendo como un bebé, con una sonrisa apenas esbozada en sus labios y toqué su pelo, su cara, y él se despertó y buscó mi cuerpo, extendiendo sus brazos y nos besamos como si nunca lo hubiéramos hecho antes. Busque su pija para chuparla nuevamente y el acariciaba mi nuca, y decía cosas dulces con su voz todavía invadida por el sueño. Antes de acabar, retiro mi boca de su verga y me puso en cuatro y lubricándome con su saliva y hundiendo uno y luego dos dedos, apuntó su tremendo miembro contra mi culo y despacio, muy despacio se fue metiendo en mi cuerpo, quemándolo, incendiándolo, penetrando todos y cada uno de sus poros, abriéndose camino hasta que entre el dolor y el placer, entre el deseo y la agonía, y venciendo mi escepticismo y desconfianza, retomando mis ilusiones olvidadas, le comencé a decir lo que él había dicho antes , mucho antes, aquella palabras que me habían sonado prematuras: te quiero, te quiero, te amo, y él con cada palabra mía se iba metiendo aún mas, en ese rincón de mi alma que yo tenía guardado, esa parte de mi que lo esperaba, que lo había estaba esperando….
galansoy. Una historia de amor entre dos hombres. Ojalá les guste. Recuerden que mi mail ahora es exlegal64@hotmail.com.