El hombre que deseaba (final)

El recuerdo de ese sueño me estaba angustiando y debía encontrar la manera de acabar con esa desazón. ¿Y qué pasó en ese sueño para que me encontrara tan atormentada?

No sabía como tomarme ese escrito, estaba tan eufórica de haber pasado una noche tan inolvidable que no podía sentirme defraudada. Había perdido mi virginidad, pero de que forma, nunca pensé que sería con tanto deleite, gozo y placer. Por lo demás, en ese escrito no me decía nada que no me hubiera dicho antes de que cediera a mi deseo. Lo que ponía claro era que a él mi cuerpo le había hecho gozar y no como hija sino como mujer. Era evidente que allí no había un padre y una hija, sino un hombre y una mujer que se entregaron sin objeciones a esa follada monumental.

Los días iban pasando y aunque salía con los compañeros de estudio celebrando nuestro final de carrera, de mi mente no se desprendía esa fantástica y gozada perdida de mi virginidad. Si algún chico se me insinuaba lo rechazaba de inmediato, en ninguno veía ese autentico hombre que yo deseaba. Más reafirmaba que ese hombre ya lo había encontrado. Ya vería la forma de que fuera por entero mío.

Había pasado algo más de una semana de la marcha de mi padre cuando comencé a sentir en mi cuerpo algo distinto, me venían unas nauseas matutinas a las que no estaba acostumbrada y el flujo vaginal lo veía más espeso. Entre las cosas que pensé a qué se debía esa alteración de mi cuerpo había una que se llevaba la palma: ¿podía estar embarazada? Aunque me costara creerlo era una gran posibilidad, por dos veces el fondo de mi vagina quedó bañado por el líquido seminal derramado por ese majestuoso pene. No pasó por mi cabeza, ni deseaba, que estuviera protegido con un preservativo; en esa perdida de mi virginidad anhelaba poder sentir como la piel de ese endurecido miembro viril se uniera y acariciara mis paredes vaginales.

Solo había una forma para despejar todas mis dudas: el test del embarazo. Así lo hice y el resultado quedó expresado con toda claridad; estaba preñada. Me quede petrificada y pasmada; en mi vientre se estaba gestando un ser y el progenitor era mi propio padre. Sí que lo consideraba como mi hombre, pero no me había planteado tener descendencia con él. ¿Qué debiera hacer? Por una parte estaba el poder abortar y por otra, engendrar a esa criatura, era fruto de mi entrega al hombre que más quería.

Tenía algo de tiempo para madurar que solución adoptar. Primero quería conseguir ser el centro total como mujer del hombre de mis sueños, si lo alcanzaba, sería cuando pondría de manifiesto mi embarazo y entre los dos decidiríamos que hacer.

Mi padre regresó de su trabajo y como siempre me obsequió con dos besos en la mejilla, pero sin más efusiones, parecía que lo vivido entre nosotros antes de marcharse no hubiera existido. Lo que no dejó de lado era la promesa de celebrar mi licenciatura invitándome a cenar al mejor restaurante de la ciudad. Y así lo hicimos. Pensé que esa cena serviría como preludio para lograr mi propósito: tener su cuerpo de nuevo sobre mí, pero con el deseo de que me poseyera siempre.

¡Vaya restaurante al que fui invitada! Dijo mi padre que me llevaría al mejor de la ciudad y desde luego no le faltaba razón, Tenía conocimiento de que era un gran restaurante, pero nunca había entrado. Mi presupuesto ni de lejos alcanzaba para degustar ni siquiera el plato más económico. Desde luego, no puse ninguna objeción a mi padre por llevarme a semejante lugar. Quería que celebráramos mi licenciatura por todo lo alto y este restaurante le pareció el más adecuado. Para mí solo servía como entreacto de lo que deseaba conseguir.

Todos los platos que nos ofrecieron estaban en consonancia con la categoría del local y el servicio era muy atento; no dejaban que nuestras copas quedaran vacías de la bebida correspondiente a cada plato. Además, no debíamos desentonar mucho como pareja porque el trato que nos dispensaban era el de señor y señora, cosa que en ningún momento mi padre lo desmintió diciendo que yo era su hija. Y sí  puedo decir, echando un vistazo a las diversas parejas que ocupaban el comedor, que nosotros no éramos una pareja que desentonaba. He de aclarar que mi padre se conservaba muy bien y aparentaba bastante menor edad de la que en realidad tenía.

La cena había llegado a su fin y viendo a mi padre tan contento y satisfecho, me animé a pensar como acometer y poder lograr mi propósito cuando llegáramos a casa, pero una nueva sorpresa me llevé. La velada no había acabado, tras la cena, el café y el licor que apeteciese se servía a los clientes en una sala anexa al comedor del restaurante. Una sala donde uno se podía sentar cómodamente y degustar el café y la bebida que gustase al cliente. Aparte, un pianista amenizaba el ambiente con su música y poniendo voz a las canciones que interpretaba. También esa sala disponía de una pequeña pista por si alguna pareja se animaba a bailar y no tardé en ver varias parejas moverse por ella.

Si el ambiente estaba animado puedo decir que mi padre no desentonaba, me cogió de la mano y me hizo levantar de mi asiento para ir a bailar.

-Esta es tu noche y concédame la señora este baile –me dijo sonriendo.

Nos dispusimos a bailar y yo solo estaba acostumbrada a bailar suelto por lo que se me hacía extraño que mi pareja me pusiera las manos en mi espalda y las mías fueran alrededor de su cuello. Me gustó verme unida a mi hombre y viendo como las parejas no se cortaban para bailar más que pegaditos, hice lo propio. Era la señora y mis brazos atenazaron el cuello del señor para que nuestras caras se unieran a la vez que entre nuestras cinturas no corriera el aire. Seguimos bailando bien unidos y ¡oh, sorpresa!, algo endurecido sentí en mi bajo vientre, no cabía duda que mi pareja estaba empalmada lo cual me agradó. Mi cuerpo seguía alterando sus hormonas y eso facilitaría conseguir mi propósito.

No duró mucho estar ceñida al cuerpo de mi hombre, la voz del pianista resonó en la pista con: «cambio de parejas». Por lo visto era una costumbre en esa sala  y enseguida me encontré en los brazos de otro hombre. Era una casualidad o no, que fuera el mismo señor que tanto en la mesa del comedor como en la de la sala, estaba sentado con su pareja justo a nuestro lado. Sí que observé alguna vez ser el centro de sus miradas, pero al mostrarse tan atento conmigo mientras bailábamos, me hizo pensar que no era casualidad el elegirnos a nosotros como cambio de pareja, más bien parecía premeditado,

Terminó ese baile con esa pareja, pero no acabó el estar en su compañía. Muy corteses se brindaron a unirse a nosotros para compartir la misma mesa. Y ahí estábamos con esa pareja tan atenta, aunque tanta amabilidad desbordada hacia nosotros me parecía excesiva. Tenían buena presencia y con una edad no superior a los cuarenta años, si bien ella aparentaba ser algo más joven. Desde el primer momento tomaron la iniciativa en la conversación y poco aportábamos nosotros a ella. Tampoco se privaron de llamar al camarero para que nos trajera unas nuevas bebidas y de iniciar las presentaciones. Nos dieron sus nombres y mi padre se encargó de decir los nuestros

-Mi nombre es José y el de mi señora, María –no eran nuestros verdaderos nombres, pero me satisfizo que me presentara como su señora.

Tras servirnos las bebidas requeridas ese personaje tan expresivo alzó su vaso diciendo al mismo tiempo:

-Un brindis por esta pareja tan encantadora.

De inmediato se unió a ese brindis su señora y nosotros les secundamos. Pero ¿qué planeaba esa pareja detrás de tantos cumplidos?, ni más ni menos que unirnos a ellos en un orgía con el consiguiente cambio de parejas. No lo dijeron a bote pronto; buscaron las palabras más idóneas y adecuadas para no ser bruscos, pero el fin quedaba dicho.

Yo me quedé muda, pero al ver a mi padre sonreír creí que por su parte iba a aceptar ese cambio de parejas y poder llegar a follar con esa mujer que en verdad estaba de buen ver, por no decir más que apetecible, pero me equivoque, a su sonrisa le acompañaron estas palabras:

-Nos vais a perdonar, pero mi señora y yo no necesitamos nuevas experiencias para satisfacernos, nos causa placer y gozo el solo hecho de tenernos el uno del otro.

¡Qué oía! Me entusiasmaron esas palabras, ganaba la partida a esa mujer tan deslumbrante y era yo esa señora deseada. Puede que esas palabras solo fueran para quitarnos esa pareja de encima, pero ahí quedaban.

Aquí se acabó la cortesía de esa pareja, no habían logrado su propósito y ya sus caras no  reflejaban esa cordialidad y amabilidad ofrecida con anterioridad; no tardaron en abandonarnos. Tampoco nosotros tardamos mucho en abandonar el restaurante. El pianista había acabado su función y dimos por cerrada la noche. En verdad fue una velada sorprendente e inimaginable.

Regresamos en taxi a casa y ya estando en ella, mi padre me preguntó que me  había parecido la cena para celebrar mi licenciatura y le respondí lo que me había parecido: una gran cena, además de sorprendente e inimaginable.

-Me siento satisfecho que haya sido de tu gusto –fue su comentario, añadiendo con una amplia sonrisa -¿Y qué te ha parecido la propuesta de esa pareja?

Estaba esperando como agua de mayo esa pregunta y no tardé en responder:

-Lo que me ha parecido maravilloso es lo que les has contestado.

-Bueno, algo había que decirles, esa pareja pretendía que secundáramos sus apetencias.

-A mí daba igual las pretensiones de esa pareja, lo que me ha parecido maravilloso ha sido el sentirme considerara toda la noche como tú señora y culminarla al decir el gozo y placer que experimentamos teniéndonos el uno al otro.

-A ver, mi cielo, lo dicho era para poner claro que se equivocaban de pareja o tú querías que dijese otra cosa.

Había que aclarar una vez por todas mis intenciones y le dije:

-Yo solo quiero una cosa, esta noche he sido tu señora y quiero segur siéndolo siempre.

-Mira, mi cielo, a mí me tendrás siempre, y cómo te escribí, quiero que sigamos queriéndonos mucho, pero como padre e hija.

-Ya sé que soy tu cielo pero piensa que tú eres mi todo; te lo dije y te lo vuelvo a repetir, aparte de padre eres por completo mí hombre y no te engañes con eso que escribiste, sé que sigo atrayéndote como mujer y si no pregúntaselo a tu órgano sexual como se encontraba en el baile al sentir tan cerca mi cuerpo, Y eso es lo que quiero de ti, ser por completo tu señora y tu mujer, hoy y siempre.

Se me quedó mirando fijamente con seriedad como queriéndome hacer ver que de ninguna manera aceptaba mi deseo. Casi vi perdida mi batalla, pero no, se abalanzó sobre mí para abrazarme y después decirme:

-Se acabó, no puedo más, he intentado por todos los medios poner freno a toda esta locura, pero tienes toda la razón del mundo, me atraes muchísimo como mujer y no puedes imaginar cuanto. Y más, después de participar en tu deseo de perder la virginidad, aunque no he podido quitarme de la cabeza el haber llegado a poseer a mi propia hija. Me he considerado un personaje mezquino y despreciable, pero por otra parte, si los dos nos deseamos tanto no tengo porqué sentirme tan ruin. Eres la única mujer que me llena y no solo por ser atractiva, sino porque me es imposible encontrar otra persona que me sienta con ella tan feliz. Si en verdad lo quieres, serás para mí lo que tú desees.

Me uní a su abrazo y le llené la cara a besos. Él también era el único hombre que me llenaba y en todos los sentidos, además, había en mis entrañas un ser que se estaba gestando y también le pertenecía. Sabiendo que ya me consideraba su señora y su mujer, bien podía hacerle participe de mi gestación y decidir los dos que hacer, pero no, antes deseaba acabar esa memorable noche entregándome a mi hombre por completo una vez más.

Así fue, pero tocaba hacer mío y acariciar cada parte de ese cuerpo tan excitante. Si grandioso fue sentir por completo ese erecto pene dentro de mi vagina  y con ello perder mi virginidad, sublime llegó a ser el tener ante mis ojos y mi boca ese impresionante miembro en su total erección. Mi lengua se posó en la punta para después introducirla en mi boca e ir frotándola con mis labios hasta sentirla en mi garganta. Seguí chupando ese miembro cada vez con más celeridad. Me sentía dichosa ver como se retorcía del placer que le causaba hasta que le oí decir:

-Mi vida, voy a correrme en tu boca, si no quieres, para.

No paré y no tardé de oír un grito que salía de su garganta y al mismo tiempo, la mía recibía una tremenda descarga de ese líquido seminal de sabor agridulce que no me importó tragármelo. Algo de ese líquido quedó en mis labios que pronto fue compartido con los de mi hombre el cual me tenía hechizada. Restregamos nuestros labios sin pudor hasta que nuestras lenguas se enzarzaron entre ellas disfrutando de un beso ardiente y apasionado.

Con esa penetración de ese erecto miembro en mi boca y su correspondiente descarga, podía asemejarse el haber sido desvirgada otra zona de mi cuerpo y por supuesto con gozo y placer.

Era maravilloso verse tendida en la cama y estar abrazada por el hombre que me atraía y deseaba. Me sentía inmensamente feliz, solo faltaba que le informara de mi estado y ver que reacción tenía, pero había que esperar porque de nuevo su miembro estaba empinado y había que poner remedio para calmar esa erección. Tomé la iniciativa alzándome poniendo su cuerpo entre mis rodillas, solo era cuestión de apuntar ese erecto pene a mi vagina y una de mis manos se encargó de ello. Un movimiento de mi cuerpo hizo penetrar ese miembro por todo mi conducto vaginal hasta llegar al cuello uterino. Seguí pausadamente con movimientos de arriba y abajo. Era excitante ver como la cara de mi amado se retorcía al mismo tiempo que apretaba los dientes, mi cuerpo se contorsionaba, se estremecía e imprimía cada vez mayor celeridad en el sube y baja de mi vagina por ese endurecido pene.

-Para, para, cariño -oí decir a mi hombre –será mejor que me corra fuera de tu vagina.

Mira por dónde esta vez no le parecía bien derramar todo su semen dentro de mí, por lo visto, en la perdida de mi virginidad no pensó que era necesario detenerse. No paré y ni siquiera le contesté, estaba tan excitada que por nada del mundo quería mi vagina desprenderse de ese ansiado y alterado pene. Debía aliviarse y no tardó en derramar todo su esperma dentro de mí; sus espermatozoides ya no iban a causar ningún efecto, otros se habían adelantado. Y se alivió, dos impresionantes gritos se escaparon de nuestras gargantas y mi alzado cuerpo no pudo más cayendo encima del pecho de mi amado. Me abrazó y mi cara se llenó de sus besos.

-Mi cielo, eres maravillosa y me estás haciendo el más feliz de los mortales. He de decirte también que deberíamos tomar precauciones, podrías quedar embarazada.

-No hace falta –contesté sonriendo.

-Vaya, ¿estás tomando píldoras?

-No –respondí de forma tajante.

-Entonces, ¿por qué no hace falta tomar precauciones?

-Porque ya estoy preñada.

La reacción de mi hombre fue dejarle con la cara estupefacta y de su boca salió un:

-¡Qué me dices!

El asombro que le causé me dio la sensación de no aceptar, por su parte, mi embarazo. Era una posibilidad y entraba dentro de mis razonamientos, aunque fuera mi hombre, lo cierto era el estar fecundada por mi propio padre. Así que le dije.

-No te preocupes, no hay ningún problema porque puedo abortar.

-No, no, mi cielo, no tengas prisa en abortar. En verdad me he quedado pasmado porque no lo esperaba, pero si tú deseas que tengamos ese hijo, no voy a ser yo quien se oponga, solo será necesario hacer las pruebas oportunas para que no existan ninguna anomalía en el bebé. Eres mi vida y piensa que tener un hijo contigo culmina mi felicidad.

Aquí terminaban mis recelos y mis temores. Por completo se cumplía mi gran sueño y me convertía en esa mujer que deseaba ser y tener a mi lado al hombre que colmaba todas mis apetencias.

En verdad era el único hombre que deseaba.