El hombre del parque
Un día de deporte en el parque, un hombre misterioso y como terminó follándome el culo en mi propia casa.
Era una mañana del mes de Octubre, para las fechas en las que estábamos hacía calor, así que quería aprovechar esas primeras horas del día para realizar mi sesión de running por el parque.
Busqué unas mallas en el armario, descarté unas de licra por las altas temperaturas y me puse unas de algodón grises. Hacía mucho que no las usaba y al ponérmelas noté que me marcaban bastante el culo. – Hoy tendré que correr 10 minutos más, pensé.
Tampoco encontraba ninguno de mis sujetadores deportivos, así que me puse uno de los primeros que encontré en el cajón de mi ropa interior, uno verde, me sujetaría menos las tetas pero no podía ir sin nada y se me estaba haciendo tarde. Por último me puse mi camiseta verde transpirable y salí de casa.
Llegué al parque y como siempre empecé a estirar contra una farola, primero haciendo círculos con la punta del pie contra el suelo, luego tirando de mi pie hacia atrás para estirar los cuádriceps, continué girando mi cintura a izquierda y derecha para terminar agachándome intentado llegar a mis pies. Mientras estiraba pensaba en el fin de semana tenso que había tenido, me iba a venir bien sudar un rato.
Me coloqué los auriculares, seleccioné mi lista de música favorita , puse el cronómetro en marcha y empecé a trotar.
Estaba acostumbrada a salir con ropa cómoda a correr y ese día me resultaban molestos los golpes de las tetas en cada salto y el notar las mallas prietas contra mi culo. Iba pensando en estas cosas cuando me di cuenta de que alguien me observaba desde un banco cercano.
Cada vuelta que daba al parque, el hombre del banco me miraba. Realmente se fijaba en el movimiento de mis tetas, incontrolables dentro del sujetador y en mis mallas ajustadas, que dejaban poco espacio para la imaginación. En un primer momento sentí vergüenza y disimulaba cada vez que pasaba a su lado, pero la curiosidad me hacía observarle desde la distancia. Vestía de traje y corbata, pero a su lado tenía una bolsa deportiva, probablemente vendría o iría al gimnasio.
Según me acercaba a él durante mi cuarta vuelta, pensando en quién sería aquel hombre, me llamó la atención el bulto de su pantalón, al vestir unos pantalones tan finos no podía ocultar la erección que le había producido verme. Por un momento me lo imaginé sacándose la polla y haciéndose una paja en mi presencia. Pero volví a ruborizarme y seguí corriendo.
Mi cronómetro me avisó de que habían pasado los 30 minutos, lo paré y aún sin retomar el aliento me fui a casa. Vivía cerca y no tardé en llegar, sudada y pringosa debido al calor, así que fui a prepararme una ducha.
Estaba llegando al baño cuando llamaron a la puerta, me di la vuelta y pregunté:
¿Quién es?
¡Correo! Respondió una voz masculina tras la puerta.
Abrí la puerta con tan mala, o buena suerte, a día de hoy todavía no sabría decirlo, que era el hombre del traje, el mirón del parque.
Entró de golpe y cerro tras de sí.
Me tapó la boca para que no gritara y me dijo que me portara bien. Que no quería hacerme daño. Que quería hacerme disfrutar.
Era alto y corpulento, más incluso de lo que me había parecido sentado en el parque. Llevaba un traje de ejecutivo pero se veía que era un hombre que se cuidaba, se notaban sus horas de gimnasio. Tenía los ojos verdes, una boca no muy grande y unos labios delgados. Debía rondar los 35. Iba afeitado y llevaba el pelo corto entre rubio y castaño, con un flequillo peinado hacia el lado.
Estaba asustada, aparté su mano y corrí por el pasillo hacia el patio interior, pero me alcanzó rápidamente tirándome al suelo y dejándose caer sobre mí.
En ese momento sentí su polla en mi muslo. El traje era tan fino que parecía que no lo llevara puesto.
Me dijo que me tranquilizase y me quitó la mano de la boca. Yo grité, así que me la tapó otra vez y me dijo que si no quería por las buenas sería por las malas, mientras me pasaba la lengua desde la base del cuello hasta la oreja, aspirando mi olor, mojándose de mi sudor. Sentí un enorme escalofrió. Tenía miedo por lo que me podría a hacer, pero no puedo negar que la escena me excitaba.
Agarró una de mis tetas, me dijo que las había visto botar y que le gustaría verlas botar sobre él mientras le cabalgaba, que él tenía lo que una mujer como yo necesita para disfrutar. También me dijo que se había fijado en mi culo mientras estiraba y que aunque parecía de piedra me lo iba a partir con su polla, que a ver si era capaz de aguantar sus embestidas.
Mi miedo se iba convirtiendo en deseo, seguía sintiendo su gran polla contra mi cuerpo y él no tardó en darse cuenta de que me había humedecido. Realmente estaba mojada como una perra en celo y únicamente podía pensar en el rabo que escondía bajo el pantalón.
-¿Te gustaría eh puta? Me dijo.
Yo no pude contestar.
Me levantó del suelo con sus brazos y rodeé sus caderas con mis piernas. Estaba muy fuerte, aunque no musculado, estaba buenísimo.
Me llevó en brazos hasta la mesa del salón, sobre la que me tumbó. Me bajó las mallas y las bragas hasta los tobillos y pudo ver lo húmeda que estaba. Estaba muy cachonda.
- ¿Realmente lo deseas tanto o más que yo eh puta? Volvió a repetir.
- ¿Te pone que un desconocido te folle, no?
Se agachó y empezó a comerme la raja del coño. Lo hacía torpemente, con ansia, pellizcando, mordiendo los labios, como si hiciera mucho que no se comía un buen coñito. El mío estaba mojadísimo, mezcla del sudor de correr y de la excitación del momento.
Empecé a pensar que me estaban violando en la mesa donde desayuno cada día, que él estaba desayunando mi coño sobre esa misma mesa, la idea me ponía cada vez más. Intenté incorporarme, pensé que había llegado el momento de colaborar. Realmente me moría de ganas de ver ese pedazo de polla y metérmela en la boca, pero él me agarró del cuello y me dijo que me estuviese quieta. Mientras tanto rodeó mi cuerpo con uno de sus brazos y me giró sobre la mesa.
Terminó de quitarme la ropa, prácticamente me la arrancó. Él también se desnudó. Yo deseaba verle, pero no me dejaba. Estaba totalmente desnuda sobre mi mesa, con un hombre que no conocía de nada y sin saber lo que me iba a hacer.
Estiró de mis brazos hacia atrás, puso las manos a mi espalda y me las anudó con su corbata rosa. Me tenía a su merced para hacer lo que quisiera. Por un momento volví a pensar en el miedo y tuve otro escalofrío.
Me empujó contra la mesa boca abajo, mis tetas apretadas contra la madera, me agarró del pelo con una mano y con la otra se sacó una polla descomunal. Era enorme, la punta roja, llena de venas, parecía tener vida propia. Nunca había nada igual.
La arrimó a mi raja y empezó a deslizarla arriba y abajo como untándola en mi flujo, recorría desde mi clítoris hasta el ano una y otra vez. Parecía mentira que aun pudiese crecer más, giré la cabeza y vi que lo que tenía en la mano tenía el tamaño de un calabacín. Paró de deslizarla y la pegó a mi culo.
- ¡Por el culo no!! Grité.
- ¡Me va a doler!
En ese momento me pegó una hostia en la cara y me dijo:
- ¡Relájate! Llevo deseando romperte el culo desde que lo he visto en el parque, así que te la voy a meter sí o sí.
Entonces sin meterla empezó a empujar contra mi ano mientras me tiraba del pelo. Empujaba como si me estuviera dando, abriendo camino, relajando mi culo.
Mis tetas resbalaban por la mesa en cada sacudida, notaba la presión de esa polla contra mi culo, no podía entrarme algo así y en caso de que entrase me iba a hacer mucho daño. Pero de pronto, durante un empujón, noté que mi culo cedía levemente.
Automáticamente empecé a fantasear con lo que sentiría con ese pollón dentro de mí, me mordí el labio y cerré los ojos. Imaginaba su cuerpo fibroso, desnudo con una mano en mi cadera y la otra apretando fuertemente su rabo.
- ¡Ahora verás puta!! ¡Te voy a dar como nunca te han dado! ¡no vas a poder sentarte en una semana!
Me dijo, mientras empujaba fuertemente. Tal fue la fuerza del empujón que la mesa se desplazó conmigo encima.
Grité, jadeé, la tenía dentro, toda la tensión se convirtió en excitación, tanta que del coño empezó a caer un pequeño chorro. ¡Me estaba corriendo!!!
Mis gritos de dolor se habían convertido en gritos de placer, de éxtasis.
- ¡Dame más cabrón, reviéntame!! Le gritaba.
Normalmente tengo más problemas para llegar al orgasmo ¿Cómo podía haberme corrido con solo sentirla dentro y con dos empujones que me había dado??
Él sonreía.
- ¡Disfruta putita , zorra! Te he dicho que nunca has sentido una polla como esta.
Sus manos enormes me agarraban los cachetes mientras me daba como un bestia. Cada vez que embestía, la mesa se movía, y yo gritaba de placer, dolor, placer , placer..
De mi coño seguían cayendo gotas, seguía notando las contracciones del orgasmo.
- Ahora me toca a mí. Dijo entre jadeos.
Aceleró en sus embestidas, en el salón solo se escuchaba el ruido de su cuerpo golpeando contra el mío. Su respiración se aceleraba y yo podía sentir que estaba a punto de explotar. Mi cara dibujaba una sonrisa entre los jadeos, sólo pensaba en esa polla llenando mi culo de leche.
- ¡Voyyyyy! Me corroo!! Gritó.
Yo eché mi culo hacia atrás esperando su leche, sin embargo volvió a sorprenderme. Justo se iba a correr cuando sacó la polla de mi culo, tiró de mi pelo hacia atrás poniendo mi cara delante de su polla. Hizo que me arrodillara y agarrando su polla empezó a masturbarse.
- ¡Te voy a bañar puta!! ¡VOYYYYY!!!
Por instinto cerré los ojos. Un chorro explotó en mi cara, impactando en mi frente, ojos, nariz.. Su leche resbalaba por mi boca, barbilla y cuello. Tenía la boca cerrada, pero en ese momento de excitación, sin pensar que era un desconocido, abrí levemente la boca y sacando la lengua saboreé lo que tenía alrededor de los labios.
Le miré a los ojos, como pidiendo permiso y terminé de lamerle la polla hasta dejársela limpia.
Él sin mediar palabra, terminó de correrse, recogió su ropa del suelo, se vistió rápidamente y se alejó por el pasillo mientras se ajustaba la corbata.
Yo estaba exhausta, pensando en lo que acababa de suceder, bañada en el semen de un desconocido mientras oía cerrarse la puerta de la calle.
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