El hombre del gimnasio

Teniendo en cuenta que era un chico de 19 años, virgen, delgado y desgarbado y un completo incompetente con las chicas de mi edad, apuntarme al gimnasio de mi barrio para fortalecerme y ganar confianza para ligar mas con mujeres fue la peor de las ideas. Eso si, no se puede decir que no acabara disfrutando del resultado completamente opuesto al que esperaba.

El Hombre del gym.

Teniendo en cuenta que era un chico de 19 años, virgen, delgado y desgarbado y un completo incompetente con las chicas de mi edad, apuntarme al gimnasio de mi barrio para fortalecerme y ganar confianza para ligar mas con mujeres fue la peor de las ideas. Eso si, no se puede decir que no acabara disfrutando del resultado completamente opuesto al que esperaba.

Al entrar en la universidad decidí hacerlo en una ciudad diferente, donde podría reinventarme y conseguir volverme el chico de mis sueños. Confiado, atractivo, mujeriego y masculino. Allí no me conocía nadie. A nadie debía explicaciones salvo a mis padres por las notas.

Pero en vista que hacer amigos nuevos, y sobretodo amigas me daba el mismo resultado que en casa, tome la decisión de apuntarme a un gimnasio. Había uno cerca de mi calle. En un lugar apartado y discreto. Era perfecto. Un poco caro, pero las instalaciones eran espectaculares. A la hora a la que podía ir, después de las clases vespertinas no había mucha clientela. Mucho mejor. Tan solo un par de tíos más iban a mi hora. Señores algo mayores que miraban todo el rato haciéndome sentir bastante incómodo, y Eduardo, mi monitor.

Éste era un chico de unos 35 o 36 años. Metro noventa de hombre con una musculatura que parecía que iba a reventar. Sus bíceps podían medir como mi cabeza. Definido y depilado su figura era envidiable. No es que quisiera llegar a ése nivel, pero tenía que admitir que el tío estaba cuidado. Además era bastante simpático.

Una vez le expliqué mis objetivos me marcó un plan de entrenamiento basado en ejercicios aeróbicos. Decía que para fortalecer mis músculos, primero necesitaba fortalecer mis pulmones o algo así. El caso es que después de cada sesión de carrera en cinta, bicicleta y máquina elíptica acababa completamente agotado. Pero eso sí, sin ningún progreso muscular.

Una noche en la que sólo estábamos en la sala Eduardo y yo, mientras yo moría poco a poco en la tabla de abdominales, veía a Eduardo levantar millones de kilos o así en las máquinas de musculación. Sus brazos, sus pectorales que marcaban su mini camiseta, esos muslos que iban a reventar el pantaloncito ceñido de nylon… Ver su musculatura era hipnótico. Durante un momento me pareció ver abultando en ese culotte un paquete enorme, y él me descubrió mirando. Con lo que me puse súper colorado y desvié la mirada al momento, pero advirtiendo la sonrisa picarona que me lanzó al verme. Me retiré, muerto de cansancio y de vergüenza al vestuario para darme una ducha e irme.

Antes de poder ducharme, desnudo y con la toalla en la mano entró Eduardo al vestuario:

-¿Cómo lo llevas nene?-me preguntó al verme.-Lo estás haciendo muy bien. Ya mismo estás trabajando como un tío.

-Eso espero.-dije yo.- Porque hasta ahora solo sudo y nada de músculo.

-Tú tranquilo,-respondió- dentro de poco vas a tener músculo de sobra.- ¿porqué no entras en la sauna? Te vendrá bien después de tanto esfuerzo, ya verás.

Yo asentí con la cabeza y entré en la sauna. Extrañamente, no podía ni discutir o pensar distinto a lo que semejante masa de músculos me dijera. Su poder y su sugestión eran sobrecogedores.

Una vez dentro me senté al calor con mi toalla rodeando mi cintura y me relajé en la madera caliente y acogedora. Al momento entró Eduardo, con una minúscula toalla tapando su entrepierna. Enorme, musculoso, brillante del sudor y la luz amarilla de la sauna. Situado justo delante de mí retiró su toalla dejando a un palmo de mi nariz el culo más redondito, fuerte y terso que he visto nunca, casi dándome con la toalla al retirarla.

-Otrás! Perdona nene, casi te doy un toallazo, jajaja – me dijo dándose la vuelta completamente desnudo, con lo que la polla más grande que podía imaginas que existiera se bamboleó delante mía. Dios era enorme, hipnótica.

Hey! Que yo no era marica. No penséis mal, es que cuando te ponen delante de la cara un badajo como ése es normal mirar. El caso es que me puse supercolorado, muerto de vergüenza y con mi hombría reducida al mínimo. No dije nada, solo le dejé sentarse e intenté relajarme otra vez, cerrando mis ojos y no pensando en lo grande, fuerte, musculoso, brillante y definido que era el hombre con el que estaba.

Al cabo de un rato sentí como Eduardo se acercaba a echar más agua sobre las piedras de la sauna y se sentaba junto a mí.

-¿Caliente, eh?- me dijo. Yo lo miré y vi su cabeza rapada mirando hacia arriba, con los brazos extendidos detrás mía y su cuello definido y grueso como un toro.

-Sí, bastante…-respondí tímidamente.

En ese momento su brazo derecho bajó hacia mi espalda y me atrajo hacia él, pegando mi cuerpo al suyo y mi cara contra su pecho. Muerto de miedo, inmovilizado por su fuerza, presencia, calor, vergüenza, cansancio, confusión y pánico no dije ni pío. No podía mover un músculo. Estaba aterrorizado. Completamente indefenso. Su mano comenzó a acariciarme la espalda hasta el culo. Completamente tenso y aterrado atiné a decir tímidamente y en voz baja:

-No… no, para...

-Shhh, calla nene.- respondió él, volviendo su cara hacia mi.

En ese momento apretó mis nalgas con fuerza y cuando abrí la boca de la sorpresa me estampó un beso en los morros metiendo su lengua en mi boca de golpe. Su lengua fuerte recorría el interior de mi boca, abierta de par en par, tanto o más que mis ojos, que parecían dos platos. Yo solo acerté a poner mis manos sobre su pecho e intentar apartarle. Esfuerzo inútil por mi parte, ya que además de estar terriblemente cansado él era como un millón de veces más fuerte que yo.

Sin dejar de besarme, su mano bajó acariciando mi culo sudoroso e introdujo con fuerza uno de sus dedos en mi culo. Del dolor y la sorpresa di un respingo e intenté zafarme de su abrazo. Lo único que mi cabeza confusa acertaba a pensar era “me está volviendo marica”. Pero su otro brazo llegó con fuerza pero sin violencia a mi pecho blanco y húmedo y me volvió a empujar hacia abajo, introduciendo su dedo más aun. Su boca sobre la mía ahogó el gemido de dolor y, placer tal vez?, que me produjo su movimiento, y la mano sobre mi pecho bajó hasta mi pene que sin poder evitarlo ya estaba erecto. Y empezó a masturbarme.

Sometido por un hombre de ese calibre. Caliente y húmedo, dominado y entregado, tuve la mayor erección de mi vida. Y no es que pueda presumir de polla, pero la notaba como nunca. Bueno, nunca me habían masturbado antes. La excitación fue tal que solo pude   entregarme por completo, dejar de luchar y abandonarme al confuso y desviado placer que me invadía. Como si seguir luchando hubiese marcado alguna diferencia. Estaba en sus manos y él lo sabía. Tres movimientos de su dedo en mi culo y tres de su mano sobre mi polla y me corrí como no lo había hecho nunca. Y pajearme sí que lo había hecho, mucho.

Seguía besándome con dulzura, ahogando mis gemidos mientras su mano terminaba de ordeñar mi polla y su dedo se retiraba gentilmente de mi culo. Cuando terminó de ordeñarme, su brazo subió de mi culo a mi cuello y retiró sus labios de los míos mirándome fijamente. Yo aún estaba con la boca abierta y los ojos como platos. Muerto de vergüenza y con ganas de echarme a llorar.

-Te ha gustado, eh nene?- me dijo sonriendo.

-…. – fue mi respuesta.

Así me dejó en la sauna cuando salió. Volvió a los cinco o seis minutos, o cinco horas, no sabría decirlo para decirme:

-Anda, dúchate y te espero fuera nena.- ¿nena?...

Lentamente me levanté y me duché. Con la mente casi en blanco. Completamente confuso y aturdido me fui duchando y vistiendo cada vez más rápido decidido a irme corriendo a casa e encerrarme y no volver nunca por allí. Era jueves. Al día siguiente no tenía clase y podía irme a casa a olvidarme de todo. Ese cabrón no va a volverme marica. Nadie sabrá esto nunca y ya está. Lo olvidaré todo y listo. Vestido a la carrera y sin poder secarme bien salí corriendo del gimnasio para evitarle e irme a casa. Pero no. Al salir él estaba apoyado en la puerta de se BMW 320 azul turquesa esperándome con la mayor de las sonrisas:

-Entra en el coche nenaza.- Me dijo sonriendo y guiñándome el ojo.

¿Qué se ha creído? ¿Qué después de hacerme lo que me ha hecho iba a consentirle confianzas? ¿Qué iba a entrar en su cochazo como la nenaza que me había llamado? Iba pensando mientras entraba diligentemente en su coche con tapicería de cuero beige. No podía creerlo, estaba completamente a su merced. Una vez sentado agaché la cabeza y me puse el cinturón. El entró justo después que yo y arrancó hacia su casa.

Su mano en mi entrepierna, apretando suave pero firme. Su mirada confiada y su sonrisa picarona. Joder, no se si sería marica o no, pero este tío me tenía completamente dominado.

Llegamos a su casa. Aparcamos en su plaza de garaje y nos dirigimos al ascensor, con su brazo enorme sobre mis hombros. Estaba claramente a su merced y lo más extraño es que me sentía seguro. Me gustaba la sensación de su cálido poder sobre mí. Entramos en su piso, moderno, limpio y bien decorado.

-Ponte cómodo nenaza.- me dijo sin dejar de sonreír ni perder ni un ápice de control.

Cogió mi bolsa y la soltó sobre una silla. Se fue hacia la cocina dejándome de pie en medio del salón. Volvió con una botella de vino y dos copas y se sentó en el sofá. Sirvió las dos copas, se encendió un cigarrillo y me miró, diciéndome:

-Nena coño, siéntate que no te voy a morder.

Corriendo fui al sofá, enfrente de él. Aún mirando hacia otro sitio. Eduardo me acercó la copa y sentó a mi lado, ofreciéndome otro cigarrillo, de otro paquete, mas largo. Lo encendí y le di un sorbo al vino.

-No has dicho ni pío en dos horas. Estás bien? – me preguntó.

-Sí, sí…-  respondí – es que… - mis palabras se ahogaron en mi boca, sin saber que decir.

-Que no sabías que eras tan marica, no?- apuntó él- Tu tranquilo, si yo me di cuenta al minuto de verte. – me dijo acariciando mi nuca. – Y además ese rollo de fortalecerte para ganar confianza… Y ligar con tías verdad? Jajaja, a que nunca te has comido un rosco?

  • Yo, bueno… si

-Que no nena, que no! Si te calé al instante.- me respondió dejándome sin argumentos-Además, tu no necesitas fortalecerte y ser un tiarrón. Tú estás hecha para ser una nenaza.

Yo lo miraba fijamente, con su mano acariciando mi nuca, viendo como decía esa última frase cogiendo mi mano en la que sujetaba el cigarrillo largo y colocándola de forma mucho más amanerada. Como una chica coge un cigarrillo.

-Así, mucho mas de tu estilo, ves?- me dijo volviendo a guiñarme el ojo.- Yo no sé porqué pero siempre tuve debilidad por los nenitos como tú, ven conmigo.-continuó incorporándose y levantándome para que lo acompañase.

Me llevó al dormitorio, donde me paré en la puerta. Eso no, ahí no podría entrar. Después de eso no habría marcha atrás

-Entra coño! Relájate que pareces tonta, jajaja. –dijo abriendo el armario y sacando ropas de color blanco.

Yo me acerqué a la cama donde estaba dejando la ropa y me fijé en ella. Eran unas medias blancas de seda o nylon. Unas braguitas de raso con un lacitos y un body blanco con liguero a juego de raso y encaje. Se acercó a mí y comenzó a desnudarme. En mi cabeza estaba huyendo, esquivando su fuerza con mi habilidad y destreza y saliendo por la puerta rápido como un héroe de cómic. Mi cuerpo estaba levantando los brazos para dejar salir mi camiseta y dejando bajar mis pantalones y mis calzoncillos, quedando completamente desnudo frente al hombre más grande y fuerte que nunca vi. Me puso una media, luego la otra. Me puso las braguitas, el body y ajustó las ligas a las medias. Se acercó de nuevo al armario y sacó unos zapatos de tacón blancos. Su mano en mi hombro me sentó en la cama y me puso los zapatos, como el príncipe se los puso a cenicienta.

-No tienes mucho vello, eso es bueno, pero tendremos que quitarlo por supuesto. Hoy es para que vayas entrando en situación nena. –me decía mientras me colocaba un collar larguísimo de perlitas y le daba dos vueltas sobre mi cuello.

Me llevó al baño, agarrándome con cuidado por mi torpeza con los tacones. Allí engominó mi pelo, fijándolo fuerte hacia atrás. Y sacó un maletín con montones de productos de maquillaje.

-Te has afeitado esta tarde no? Bien, ya te enseñaré a maquillarte como debes. Yo no domino esto demasiado, pero para el primer día está bien.

El hecho de que tuviese tanta parafernalia femenina me hizo preguntarme si no sería él mucho más nenaza que yo. Eso me confundió aún más. Pero mis dudas se disiparon pronto.

-Todo esto era de mi último chico. Él fue quién me introdujo el gusanillo de los nenes muy afeminados. – aclaró-. Al final se operó y se cortó la polla. No hubiese funcionado, pero se dejó todo esto aquí y siempre supe que volvería a necesitarlo para alguien.  Jajaja! Quién hubiera dicho que estaría yo aquí usando un pintalabios.

El pintalabios al que se refería era uno de color rosa fucsia brillante, que aplicaba con delicadeza en mis labios. Me hizo cerrar los ojos y trabajó algo en ellos. Sentí una brocha delicada y suave recorrer mis mejillas y mi cara, con un olor sensual, femenino y aterciopelado. Luego sentí un pequeño spray frío en mi cuello y muñecas, llenándome de un perfume delicioso, intenso y muy muy femenino.

-Ya estás, mírate.

La imagen del espejo era extraña. Ofrecía una figura delicada y de algún modo femenina. No veía una mujer, era una figura andrógina, dulce y sensual. Me gustaba esa figura y esa persona en lencería, muy maquillada de forma simple pero intensa, con los ojos muy marcados y sombras moradas, con brillo. Los labios rosa fucsia intensos y brillantes. Y las mejillas resaltadas en rosa. Me cogió de la mano y volvimos al salón con cuidado para no caerme, él me sujetaba por la cintura y yo estaba agarrada a su torso duro y fuerte, cálido y masculino. No podía creerlo, en menos de un día me había sometido, algo asó como “violado” y convertido en una nenaza. Y ahí estaba, pintada como una puta, en braguitas y tacones agarrada a su pecho andando a pasitos cortos y torpes excitada por entre otras muchas cosas, el olor de mi perfume y el sonido de mis tacones al andar por el pasillo.

Una vez de vuelta en el sofá, puso algo de música, se quitó la camiseta dejado su pecho desnudo al aire y sirvió dos copas más de vino. Me ofreció uno de mis cigarrillos largos y el encendió otro. “Jajaja! si es que lo sabía” me dijo cuando comencé a fumar de la forma amanerada que él me había enseñado. Bebió de su copa y me preguntó:

-Bueno, después de tanta experiencia nueva, como te sientes?

-…No sé- acerté a decir bajito después de un par de segundos.- No… no sé, todo esto… no sé.

-Nunca habías estado con otro tío, no? – afirmó, mas que preguntó.- y con tías tampoco, no me cuentes trolas nena. –siguió poniendo su mano en mi muslo, acariciándome por encima de la media. Estremeciéndome con esa caricia. Haciendo que mi pene envuelto en satén blanco empezara a temblar.- Vas a disfrutar como nunca hubieras imaginado cuando lo aceptes, cuando aprendas a amar a otro hombre, y dejes de sentirte hombre. Después acercó su cara rozando la mía, y susurrándome al oído dijo:

-Esta noche te voy a arrancar la poca hombría que te queda. Y te voy a romper el culo como a una zorra.- al oír esa frase me invadió el miedo y el terror y me levanté de golpe intentando correr amanerada y torpemente por culpa de los tacones hacia la puerta. Pero en dos zancadas me alcanzó. Me cogió del brazo y dijo:

-No!...no, no. No nena. Sabes que no.

Al oír sabes que no dejé de tirar. No volví mi cara hacia él pero apreté mi otro brazo contra mi pecho haciéndome pequeña, indefensa y sintiéndome sometida. Tiró de mí hacia su cuerpo dejándome una vez más pegada sobre la piel de su pecho, cálido, fuerte, masculino, y allí me apoyé. Su mano bajó a mi sexo y lo apretó gentilmente sobre el raso. Levantó mi barbilla y mirándome me dijo:

-Acéptalo, vas a dejar de ser un tío y vas a ser mi nena. Hoy vas a aprender a amar a un hombre de verdad.- y posó sus labios sobre los míos. Mi mano libre se posó sobre su pecho, mis piernas temblaron y todo mi cuerpo se vino abajo cuando la mano que acariciaba mi sexo se cerró apretando fuerte todo lo que había dentro de mis bragas. Gemí de dolor y perdí el equilibrio, dejando escapar un par de lágrimas, confusa, impotente y sometida. Me agarró con su brazo por la cintura y me devolvió al sofá, aun temblando por el dolor del apretón en mi sexo y él, delante de mí terminó de desnudarse. Se sentó junto a mí y me ofreció mas vino. Otro cigarrillo y un frasco de aceite corporal. Al ver mi expresión me tranquilizó con una sonrisa y con su mano acariciando mi nuca diciendo:

-Tranquila, que no es para eso. Aún no.

Yo cogí el frasco sin decir palabra y el continuó:

-Tienes que aprender a amar el cuerpo de otro hombre. Cuando disfrutes del cuerpo de otro hombre, podremos arrancarte la poca hombría que te quede y entonces podremos hacerte una nena de verdad.- hizo una pausa, bebió un sorbo de vino, le dio una calada a su cigarrillo y continuó diciendo: -Usa el aceite en mi cuerpo nena, acaricia mi pecho, mis brazos, aprende a amar mi cuerpo.

Sumisamente abrí el frasco y dejé caer un poco en mi mano, lentamente llevé la mano a su pecho y comencé a frotarlo. Estaba duro, pero era tierno. Era cálido, fuerte. Brillante y suave. Pasé mi mano acariciando la suave superficie de sus pectorales. Pasé la mano por los pezones y el gimió. Sus ojos estaban cerrados. Sus brazos relajados, sus piernas abiertas y su sexo al aire. Yo estaba libre, la mesa de café juntó al sofá le impedía el paso a él, no a mí. Estaba libre, podía escapar. Me visualicé soltando los tacones y corriendo hacia la puerta, cogiendo mi bolsa del gimnasio que veía en una silla junto a la puerta, estaba ahí. Me cambiaría en el ascensor y si me alcanzaba sería en el rellano donde podría gritar y eso lo asustaría. Desnudo como estaba no querría dar explicaciones, me cambiaría en el ascensor y volvería a casa a olvidarme de todo esto. Sí!

Me incorpore un poco y me volví a sentar más cerca de él, tocando su muslo con el mío. Dí una calada larga y amanerada a mi cigarrillo. Volví a verter más aceite en mi mano y la dirigí a sus abdominales. Definidos, fuertes, suaves, duros por dentro y tiernos por fuera. Froté y acaricié sus brazos. Froté y acaricié sus hombros, los dos, pasando por delante de él, con su cara a milímetros de la mía. Froté y acaricié sus muslos, grandes, varoniles, brillantes y calientes. Volví a fumar, beber y verter aceite en mi mano, y volví a frotar sus pectorales cuando sus ojos se abrieron y su mano cogió la mía.

-Esto ya lo has acariciado.  Tienes que aprender a amar a un hombre. – decía mientras intentaba bajar mi mano hacia su polla. Su polla seguía ahí, por más que intentara no mirar. Era gruesa, larga, brillante y cálida. Olía de forma intensa, pero no desagradable. Olía a sexo y por eso la temía. Mi mano se negaba a bajar ahí. Nos mirábamos fijamente, el intentando bajar mi mano, yo intentando acariciar su pecho. En el fondo sabía que su fuerza era intratable para mí. Yo no era rival, solo quería que dejase de luchar, que aceptase y aprendiese a amar a otro hombre. Que entregara mi hombría, la poca que quedaba y la poca que nunca tuve. Con nuestras manos en plena lucha me dijo:

-Mírate al espejo.

Y así lo hice, miré al espejo enfrente de nosotros y me vi, sujetando un cigarrillo demasiado largo para ser de un hombre. En tacones altos, bragas y body de satén. Maquillada como una puta y junto a un hombre mucho más alto, fuerte y masculino. Y vi la imagen andrógina y sumisa, vestida de blanco y reflejada en el espejo como bajaba lentamente la mano, como el hombre junto a ella acompañaba su mano con la suya, y sentí un forma larga y gruesa, caliente y suave rodeada por mi mano. Le miré y él sonreía, dejó caer su cabeza atrás y cerró de nuevo los ojos. Miré hacia abajo y vi mi mano libre agarrando la polla enorme del hombre que estaba junto a mí. La acaricié, la froté despacio embadurnándola de aceite, sentí su olor, su calor su fuerza su masculinidad. Noté mi entrepierna temblar de excitación, pequeña sumisa y entregada. Acaricié su polla arriba y abajo, froté su glande enorme con mi pulgar y él gemía. Mi respiración se hacía mas fuerte, me miraba en el espejo y la imagen reflejada era más excitante aún. El volvió a hablar:

-Vamos nena, aprende a amar a un hombre, ya sabes lo que tienes que hacer.

No quería. Solté el cigarrillo y puse mi otra mano sobre su pecho y lancé mis labios contra los suyos. Le besé, le besé fuerte como él me hizo a mí. Pero no era eso. Eduardo me apartó con su enorme brazo y me dijo:

-Eso no es. Eso no es lo que yo quiero, y eso no es lo que tú quieres hacer, y lo sabes. Acéptalo ya. Deja de pensar como un tío y cómete una polla. Se una chupapollas.- dijo cogiéndome de la nuca y llevando mi cabeza a su polla.

Esta vez no pretendía jugar con mi fuerza, no pude evitar que su polla me golpease la mejilla y llegase a mis labios. Mis ojos cerrados y mis dientes apretados decían no. El dijo:

-¡Que me comas la polla hostia!

Y mis ojos se apretaron aún más, y mis dientes se abrieron. Y su polla entró en mi boca. Podría morderle, hacerle daño. Librarme de todo esto con fuerza y violencia, como un tío, como el tío que siempre quise ser. Podía, la bolsa estaba ahí, el estaría anulado por el dolor y seré libre. Vamos!

Mis ojos se abrieron y se cerraron despacio, suavemente. Mis labios apretaron a su invasor y mi lengua recorrió todo la piel del falo que invadía mi boca. Mi cabeza libre, se elevaba para volver a caer hundiendo la polla del hombre que había a mi lado, la polla que a duras penas me cabía en la boca, más adentro. Llenando mi boca con saliva, besando su glande suave, brillante y cálido. Mis manos se posaron suavemente en su muslo y en su pecho. Acaricie sus pezones mientras chupaba su polla torpemente, pero con ansia. Su sabor intenso y su olor a sexo. A hombre mezclado con el suave y femenino olor de mi perfume y pintalabios. Pude huir, pude ser el hombre que siempre soñé… Y acabé chupándole la polla a otro hombre. De mi garganta empezaron a salir gemidos de placer, ahogados por la polla que llenaba toda mi boca. Él gemía y me acariciaba la nuca y mi cabeza engominada. La excitación que sentía se mezclaba con agradecimiento y una felicidad extraña y nueva por sus caricias. Seguí chupando polla durante lo que me parecieron horas.

De repente me levantó. Paro mi cabeza con su mano y me apartó de la polla.

-Tranquila nena, tranquila, que no me quiero correr ahí hoy. Hoy me tengo que correr partiéndote el culo. Ya lo sabes.

Mis ojos como platos. No! No no. Mi cabeza volvió a su polla, cogiéndola rápido y metiéndomela de golpe en la boca. Chupando con fuerza

-¡Que no! Si ya sé que te encanta comer polla.- dijo volviendo a apartar mi cabeza de su polla, con hilitos de saliva colgando de mis labios.

-No no, eso no, no no… no estoy lista, no aun no.

El me agarró fuerte contra su pecho y dijo:

-Shhh. Calla. Sabes lo que toca. Tienes que aprender. Voy a arrancarte la hombría. Voy a penetrarte y hacer de ti una nenaza. Te gustará ya verás.

-No, no!!

Sus brazos ignoraron mis protestas por completo y me agarraron, poniéndome de espaldas a él, con mi cuerpo aprisionado entre el sofá y su enorme cuerpo que puso contra mi espalda. Yo me revolvía y peleaba. Eso no. Eso no!

-Estate quieta! Sabes que va a pasar. Puedes relajarte y dejar que pase o puedes pelear y hacerte mucho daño. Pero sabes que va a pasar. Así que déjate de tonterías y acéptalo.

-Que no coño! Que me dejes!.- decían mis gritos y mi cuerpo, negándose a lo inevitable. –Noooo!-grite más fuerte, mas asustada cuando mis braguitas bajaron y un chorro enorme de aceite cayó por la raja de mi culo.

-Ahh!- suspiré cuando sus fuerte, cálidas, masculinas manos frotaron la parte interna de mis nalgas y un dedo se deslizó suavemente dentro de mi ano.

-Shhh! Tranquila, relájate. Sabes que va a ocurrir. Acepta que vas a perder la poca hombría que te queda nena.

-No no no no! Por favor No!!- volví a gritar cuando su pene se posó sobre mi ano.

-Shhhh! Te gustará, lo sabes.-susurró a mi oído cuando su polla enorme empezó a empujar y su cuerpo suave, fuerte, brillante, musculoso, cálido y masculino se posó sobre mi espalda, tapándome e inmovilizándome por completo

Podría hacer… Me visualicé huyendo de… Podría salir… No. No podría. No podía. Eduardo era mucho más grande y fuerte que yo. Eduardo me tenía inmovilizada con su cuerpo cálido y masculino pegado al mío. Pude huir, y volví a acariciarle. Pude huir y hacerle daño, pero le acaricie la polla con mis labios y mi lengua. Pude, y me quedé. Va a pasar, lo sé.

Mi cuerpo se paró y mis caderas dejaron de moverse. Mis brazos cayeron suaves en el sofá. Mis ojos abiertos y asustados le miraron cuando giré lentamente mi cabeza y le dije:

-No… no me hagas daño, por favor. Hazlo despacio

Eduardo sonrió y me besó en los labios tiernamente. Y me dijo:

-Tranquila nena, tendré cuidado. Tú relájate y aguanta.

La presión fuerte de su polla en mi culo aumentó poco a poco. El glande suave y brillante. Caliente y duro que besaba hace unos minutos comenzó a entrar, abriendo mi ano, entrando en mí. Y el dolor lo confirmaba, me estaba rompiendo el culo. Mis gemidos no eran como cuando le chupaba la polla. Eran de dolor. Su cuerpo cálido calmaba mi espalda y sus palabras y susurros me calmaban el espíritu. Me hacían colaborar. “Tranquila, ya está. Aguanta reina. Tranquila princesa.” Su polla entró un poco más del glande y se detuvo. El dolor profundo e intenso tenía mi cuerpo flojo, inerte e indefenso. Mis manos apretadas igual que mis ojos, dos lágrimas caían por mis mejillas y mis labios suplicaban que parase. No que me dejase en paz. Sus palabras me calmaban. Sus caricias y besos me animaban. Su polla enorme quería más. Mi culo empezó a aceptar lo que Eduardo ya sabía, nada más verme. Que era una nenaza y que aprendería a amar a otro hombre. Que dejaría yo de ser un hombre y ser lo que siempre fui. Otra cosa, llámalo como quieras. Nenaza, marica, no me importaba. No era un hombre. Era un ser dulce, tierno, femenino. Estaba maquillada, llevaba puestas unas braguitas de satén blanco y un body a juego de satén y encaje. Zapatos de tacón alto enmarcaban mis pies y medias de seda mis piernas. Me había besado un hombre. Me había masturbado un hombre. Había acariciado y frotado con aceite el cuerpo desnudo de un hombre. Había chupado la polla de un hombre. Y un hombre estaba rompiendo mi culo y metiendo su polla dentro de mí. Mi culo lo supo. Mi cuerpo lo supo. Y lo aceptó. Mis caderas empujaron hacia atrás y su polla empezó a profundizar en mi culo. A profundizar en mí.  Y yo lo supe

-Ahh!- el primer gemido de placer salió forzado de mis labios, enmascarando y engañando al dolor. El dolor tiene que acabar, mi hombre lo ha dicho. Me gustará. Lo sé.

Su polla entró más adentro y encontró algo que mi cuerpo no sabía que existía.

-Aaaaahhhh.- Placer. Un placer nuevo, extraño, cálido, precioso desbancaba al dolor. Lo sabía. Mi hombre me lo ha dicho, me gusta.

Mis gemidos aumentaron, de placer, no había dolor. Mi cuerpo lo aceptó. Mi culo lo acepto. Mi cuerpo lo sabía y me lo dijo con placer cuando la polla de Eduardo entraba suave y libremente por mi culo. Mi cuerpo se agitaba, no luchando, sino acompañando a mi hombre a arrancarme la poca hombría que quedara en mi cuerpo. Aceptando ser ese ser andrógino, delicado, dulce, sumiso, afeminado… femenino.

Mi cabeza hacia atrás buscaba los labios de mi hombre. Mis labios soltaban palabras de ánimo a mi hombre. Sí. Dame más. Hazme tuya.

Mi pene fláccido temblaba con intensidad a cada embestida. Mi próstata enviaba oleadas de placer a cada centímetro de mi cuerpo. Mi espíritu quebrado y sometido se entregaba al macho que me montaba pidiendo más. Y mi hombre, con su pecho suave y duro, tierno y brillante, cálido y fuerte pegado a mi espaldita hundía su polla en mi culo cada vez con más fuerza, embistiendo mi culo con su falo dominante y poderoso, rindiendo mi culo y mi cuerpo a su poder, haciéndome suya. Gimiendo fuerte y profundo, grave y masculino. Y yo gimiendo fuerte, alto y femenino. Diciéndole lo sé, diciéndole tenías razón, diciéndole Soy Tuya!

De repente sus embestidas se hicieron mas distanciadas, más fuerte, más profundas. Su polla engordó en mi culo y empujándome casi aplastándome entre el sofá y su espalda explotó en mi interior inundándome de algo cálido, viscoso y húmedo. Su polla escupía semen en mi interior bombeándolo hacia adentro y hacia fuera, su semen chorreaba por mis muslos mientras me penetraba. Su espalda se arqueaba hacia atrás y sus caderas me empujaban más y más hacia el sofá, hundida y cachonda, loca de placer y de lujuria. Su mano buscó mi polla, la encontró. Tres embestidas de su polla que aun no perdía su fuerza, y tres sacudidas a mi polla de su mano retorcieron mi cuerpo entre chillidos y espasmos del placer más intenso que podía soportar. No, no podía. De mis ojos cayeron lágrimas y de mi pene salieron chorros de semen caliente. De mi garganta alaridos de placer y mi cuerpo se retorcía y peleaba por que parase. No sabía que se podía sufrir tanto de placer

Al fin caí rendida sobre el sofá, gimiendo y llorando de placer, respirando aceleradamente y temblando como una hoja. Eduardo se dejó caer a mi lado y cubrió mi espalda con su pecho cálido, fuerte, brillante, masculino. Estuvimos así no se, cinco, diez minutos, ocho horas… Respirando y volviendo a la vida.

Ya en la ducha, no sé como llegué a ella, Eduardo entró y me miró. Un hombre alto y musculoso, fuerte y masculino me miraba desnuda. Yo le sonreí. Él entró en la ducha y delicadamente cogió el jabón y empezó a frotar mi cuerpo con sus fuertes manos de forma delicada. Él era un hombre fuerte, masculino, grande. Yo era una criatura dulce, pequeña y delicada, femenina. Y el me trataba como tal.

-Tendremos que buscarte un nombre nena.-Me susurró al oído.

-continuará-