El hombre del gimnasio 2.

El Hombre del gym. Parte II.

…Al fin caí rendida sobre el sofá, gimiendo y llorando de placer, respirando aceleradamente y temblando como una hoja. Eduardo se dejó caer a mi lado y cubrió mi espalda con su pecho cálido, fuerte, brillante, masculino. Estuvimos así no se, cinco, diez minutos, ocho horas… Respirando y volviendo a la vida.

Ya en la ducha, no sé como llegué a ella, Eduardo entró y me miró. Un hombre alto y musculoso, fuerte y masculino me miraba desnuda. Yo le sonreí. Él entró en la ducha y delicadamente cogió el jabón y empezó a frotar mi cuerpo con sus fuertes manos de forma delicada. Él era un hombre fuerte, masculino, grande. Yo era una criatura dulce, pequeña y delicada, femenina. Y el me trataba como tal.

-Tendremos que buscarte un nombre nena.-Me susurró al oído….

….

Sus caricias eras firmes pero tiernas, masajeaba mis músculos rendidos y la suavidad resbaladiza del sus manos jabonosas era deliciosa. Nunca me había sentido así. Tras enjabonarme bien, cogió de la repisa de la bañera una cuchilla de afeitar. De color rosa y formas suaves. Diosa, o algo así. Y con cuidado la fue pasando por mis piernas, mi vientre, mi pecho, mis axilas, mi pubis, mi sexo… El peligro que tenía un artefacto tan afilado por mi piel me hacía temblar, pero me sentía segura en sus manos. Si hubiese decidido romperme el cuello, partirme por la mitad, toda mi fuerza por diez no hubiera podido detenerle. Pero sabía que en sus manos grandes, fuertes, suaves y masculinas estaba segura. Fue repasando mi cuerpo milímetro a milímetro, sin dejar un rincón con vello. Me pidió que me agachara y le ofreciese el culo y lo hice sin más. Sabía que no podría soportar otra penetración como antes, estaba muy, muy dolorida, y algún hilillo de agua ensangrentada resbaló por mis piernas al ducharme. Pero me doblé sin rechistar y le ofrecí mi culo abierto una vez más. Afortunadamente lo que hizo fue pasar la cuchilla por ahí. Menos mal.

Una vez limpia y depilada me sacó de la ducha, me secó y me ofreció leche hidratante que usé en todo mi cuerpo. La sensación de mi piel desnuda y limpia de vello era increíble, tan nueva como todas las “sufridas” hoy, y tan placentera y satisfactoria. Ya hidratada me puso un batín de rosa de color dorado y me llevó de la mano al dormitorio. Se acostó y yo lo hice a su lado. Sus manos se posaron sobre mí y me acarició hasta quedarme dormida. Antes de caer en el sueño más profundo de mi vida le oía decirme lo bien que lo había soportado. Lo orgulloso que estaba de mí. Lo bien que lo iba a pasar con el y la cantidad de cosas que iba a descubrir y experimentar a su lado. Que yo era su nena, que él era mi hombre, y que no me preocupara y confiara en él. Que todo lo que pasaría a partir de entonces me haría mucho más fuerte, y mucho mas realizada. Y me dormí escuchando un nombre…“Begoña”.

Al despertarme estaba completamente confundida. La cama enorme, el cuarto desconocido. El batín de raso… De pronto todo vino a mi memoria. De golpe, De sopetón, una oleada de recuerdos y experiencias intensísimas y completamente nuevas que sacudieron todo mi ser. Nauseas, vergüenza, ganas de llorar y un miedo horrible al “que dirán mis padres, mis amigos, mis compañeros, los vecinos, el panadero y mi portera…”

Sin pensarlo bien salí corriendo a medio vestir con mi bolsa del gimnasio que seguía en la misma silla donde se quedó. Casi ni miré el sofá donde anoche me… No! No pasó nada anoche. Lo olvidaré, nuca le diré nada a nadie, esto no ha pasado…

Todas esas frases se repitieron en mi cabeza todo el trayecto a mi casa. “Begoña”.  Todo el día siguiente. “Begoña”. El fin de semana. “Begoña”. El lunes volvieron los recuerdos, poco a poco, luchando por - “Begoña” -dominar mi cabeza. El martes la imagen de su pecho duro, musculazo, brillante, masculino mientras le frotaba con aceite me produjo una erección. “Begoña”.  No pude correrme masturbándome pensando en mujeres. “Begoña”.  El miércoles me masturbé pensando -“Begoña”- y recordando su pecho en mi espalda y la frase lapidaria que lanzo en mi oído: “-Esta noche te voy a arrancar la poca hombría que te queda. Esta noche te voy a romper el culo como a una zorra.- ““Begoña”. “Begoña”. “Begoña”. “Begoña”. “Begoña”. “Begoña”. “Begoña”…

El jueves estuvo todo el día pensando en ir al gimnasio, y en volverme a casa de mis padres, dejar la carrera y la ciudad y devolver mi vida a donde estaba. Al final, otra de sus frases se impuso en mi cabeza :”Sabes que va a pasar”.

Cogí mi bolsa y volví al gimnasio. Tardé bastante más de lo habitual en decidirme a llegar, vagando por la calle, dando un rodeo enorme al final llegué. No vi su coche en los alrededores. Ese BMW azul turquesa que me llevó al infierno más celestial que existía. Dudé una vez más. Pero bueno, había ido a verle a él o hacer ejercicio?

Entré, me cambié y me fui a la sala de musculación. Directo hacia una de las máquinas de pesas. Me subí en una máquina elíptica de aeróbico. No ha venido. Esto nunca ha pasado. Nunca lo sabrá nadie. Un dedo recorrió mi espalda de la nuca al culo.

-¿Has vuelto eh, princesa? – sonó su voz en mi espalda.

Casi me caigo de la máquina del susto pero sus enormes y musculosos brazos me sostuvieron. Me agarré a él instintivamente y dije:

-Aquí no, que nos pueden ver.

-Jajaja! ¿Y qué? Aquí no le importará a nadie nena. – Respondió.- Espera, no me digas que… No, no, no puedes ser tan boba.

-¿Por qué?¿Que pasa? – le pregunté recibiendo una mirada divertida y tierna de sus brillantes ojos azules.

-A ver reina, ¿dónde está el servicio de señoras? –preguntó.

-Pues… Estará, no sé.

-¿Y no te has fijado que no entran mujeres a este gimnasio?

¿Cómo, que no entran mujeres?¿Que estaba diciendo?

-Sí! Si he visto mujeres. Hace un par de semanas había una rubia en esta misma máquina. – Le respondí confiada y orgullosa de corregirle.

-¿Rubia? – dijo Eduardo.- ¿En esta máquina?... Ah! Sí, ya. – respondió rascando con su dedo una de sus sienes. - No, no es una mujer. Es Gemma, una buena amiga. Es alguien como tú. Bueno, como tú no. Al menos todavía, no sé.

Entonces llevó su mano a mi barbilla, elevó mi cara mirándome a los ojos y me preguntó:

  • ¿Lo has pillado ya tontina?

No! No me lo podía creer. ¿Cómo he sido tan tonta? Me apunté a un gimnasio de hombres. ¡Un gimnasio para Gays!

Mi boca abierta fue toda mi respuesta.

-No me lo puedo creer. Y yo pensando que habías venido buscando guerra… No lo sabía chico, perdona. – me dijo desviando la mirada.

Eso no lo podía creer, estaba descolocada. ¿Me estaba pidiendo disculpas? ¿Se había equivocado conmigo? ¡Claro! Eso es. Estaba equivocado, yo no podía ser gay, ni una nenaza como él decía. Todo había sido un malentendido. El caso es que las piernas me temblaron cuando volvió a dirigir su mirada hacia mí y me beso con firmeza. Restregando sus suaves y húmedos labios por los míos, y su lengua fuerte y jugosa recorriendo mi boca, haciéndola suya una vez más.

Yo sonreí avergonzada y sonrojada. Él me soltó a bocajarro “bueno Begoñita, déjate de chorradas y dame 45 minutos más de elíptica. Después te duchas y me esperas fuera, ¿vale nena?” y se fue dándome una palmadita en el culo no sin antes decirme:

  • Y pasa ya de ese chándal tan horrible tía. Tienes que aprender a venir guapa, que no eres una camionera.

Y se marchó a entrenar guiñándome un ojo. Terminé mis 45 minutos de elíptica sin poder dejar de mirar sus músculos brillantes, masculinos, enormes y fuertes trabajar. Inconscientemente entendí la extraña manera en la que quería que hiciese mis ejercicios, fortaleciendo y moldeando las partes mas femeninas de mi cuerpo, así que terminé mi bicicleta elíptica bamboleando las caderas de la misma forma que vi hacer a esa “chica”, Gemma unos días atrás. Y me sentí genial dando caderazos al ritmo de la música sin importarme las miradas de los otros dos hombres de la sala.

Ya duchada y en la puerta apareció Eduardo en su carroza turquesa indicándome que entrara. Me dijo que no podría quedarse conmigo hoy, que lo sentía mucho pero que no podía ser de otra manera. Tenía que ir a casa de sus padres, en otra ciudad por un problema familiar. Nada grave, aunque molesto. Para él. A mí me tranquilizó saber que no tendría que volver a pasar por lo mismo otra vez. Menos mal.

Así que fuimos a su casa. De vuelta en ese piso me estremecí por completo. Las piernas me temblaban y  tuve que poner mi bolsa delante de mi cintura para ocultar la erección que me produjo visualizarme en ése sofá, follada a lo bestia por un tiarrón y la lujuria desatada que sentía al chupar una polla por primera vez. Me llevó otra vez al cuarto y allí me entregó una maleta. Me indicó que usase en mi casa todo lo que pudiese de lo que había dentro, con cuidado de que no me viesen mis compañeros de piso. No sabía que vivía solo. La posición acomodada de mis padres, sin pasarme, me permitían un apartamento cómodo y cuco en una buena zona sin tener que compartirlo y algo más para mis gastos. Así que por eso no había problema. También me fijé en la marca del paquete de cigarrillos que me ofreció la última vez. No solía fumar habitualmente, pero como chica, me gustaba la idea y quería que fuesen esos tan femeninos. Así que mientras él hacía su propia maleta  no pude contener mi lujuria. Cogí un cigarrillo, me fui al baño, me desnudé, me engominé el pelo hacia atrás, me perfumé con un frasco de “Versace Woman” que tenía en el tocador y encendí el cigarrillo. Dando caderazos, la mano del cigarrillo levantada de forma amanerada y fui al dormitorio, elevándome sobre las puntas, como si llevase los tacones puestos. Y me puse a su espalda de pie, de la forma más amanerada posible.

-No me fumes aquí tía. – me dijo con su atención fija en su maleta. Cuando se dio la vuelta soltó: -Hostía!...

Con la boca abierta y sin palabras me miraba tomar su pantalón y abrir su cremallera despacio, tomándome mi tiempo, con mi larguísimo cigarrillo apoyado en mis labios me arrodillé al sacar su polla del pantalón y metérmela despacio en la boca. La chupé despacio pero firme, saboreándola, tocando mi propia pollita, ridícula a su lado. Chupé como una auténtica puta. Recordando todas las mamadas que vi en las porno y en Internet, sin saber que un día estaría yo en esa posición. Solo que no en el rol que había imaginado. Y no se si era guay que te la chuparan, pero chupársela a un semental, diez mil veces mas hombre que yo antes ya de que me arrancara la poca hombría que tenía, era la experiencia más satisfactoria, excitante y perversa que había sentido.

Seguí chupando un rato, escuchando sus palabras de ánimo y frases de excitación. Adoraba oír como me llamaba puta, y zorra… No podía negarlo, tenía su polla en mi boca por decisión propia. Seguí chupando hasta que se corrió, de golpe, llenando mi boca y mi cara de semen cálido y viscoso. Sabroso, salado y ácido en mi boca… Y dulce ambrosía en mi alma.

No pude tragarlo, me daba cosa aún. Pero rebosaba de mi boca y mi barbilla. Avergonzada y sorprendida le miraba indefensa y… arrepentida?

-Joder tía… Lo sabía, sabía que eras la caña. – Me dijo terminando de ordeñar su polla, y restregando su glande brillante, suave y grueso por mis labios húmedos de semen y saliva.

Me ayudó a incorporarme con su enorme y masculina mano y me llevó al baño a limpiarme y vestirme.

-Venga, vámonos que tengo prisa tía. – me apuró mientras salía del baño.

Una vez en su coche me alcanzó su móvil y me dijo que le apuntara el mío, que me llamaría cuando volviera. Me volvió a recordar que practicara con las cosas de la maleta. Que no me importase soltar pluma, que ya me moldearía y encontraría mi propio estilo. Ya fuese mujer o locaza, eso tendría que venir con tiempo y práctica.

Ya en mi casa me besó con fuerza en la boca y me echó del coche. Repitiéndome que practicara y que me llamaría pronto. Yo cogí mi bolsa del gimnasio, la maleta que me dio y me subí a mi piso colorada como un tomate, sonriendo como una colegiala.

Cuando me repuse y solté la maleta en mi cama me dispuse a abrirla, pero me detuve y seguí mi primer impulso de locaza. Salí a comprar tabaco, de la marca que había fumado con él, chupándole la polla. De vuelta en casa puse la calefacción, me desnudé, me engominé el pelo hacia atrás y encendí un cigarrillo. Después abrí la maleta. En un plis surgió una cacofonía de olores, colores, texturas a cada cual más femenina, más suave, más brillante. Raso, lentejuelas, nylon, encaje, charol… Bragas, sostenes, bodys, tacones, bisutería, un maletín con cosméticos, un par de frascos de perfume, un par de tops, blusa, leggins, falda, un vestidito plateado de lak o vinillo… Nada de algodón, nada de hilo. Solo satén, seda, lentejuelas… Las texturas más femeninas que conocía. Y otras, como ese vestido, completamente nuevas y sugerentes.

Respuesta del shock comencé a probármelo todo. Casi todo era de mi talla. Lo cierto es que me sorprendió, pero ya el otro día me fijé en lo delgada que estaba después de seguir la dieta y los ejercicios que Eduardo me puso al llegar al gimnasio. Había funcionado. No como yo le pedí, claro. Pero estaba supercontenta de verme tan estilizada. Encontré también ropa de deporte para chicas. No sabía si me atrevería a usarlas en el gimnasio, pero las guardé por si acaso en el cajón de mi ropa de deporte. Durante esa noche y todo el fin de semana estuve en casa llevando la ropa, andando y moviéndome de forma amanerada. Navegando en Internet, buscando información sobre maquillaje y maquillarme, fotos, blogs y páginas de travestis. Encontré mucho más de lo que imaginaba. Ya sabía lo que eran las transexuales. Diosas de gigantescas curvas y poderosos penes, que más de una vez había visto en pornografía. Pero después un mundo desconocido, belicoso, excitante y gigantesco de variedad. Chicos convertidos en nena, travestis en la intimidad, crossdressers, locazas, sissy boys, ladyboys, maricas en pintalabios… Cada un@ con su estilo, cada un@ con su belleza, cada un@ y todas. ¿Pero, y yo? ¿Dónde estaba yo?

¿Qué era yo?

Decidí no pensarlo demasiado y disfrutar. Recordando la frase de Eduardo, “ya encontrarás tu estilo, tu fuerza y tu ser”. Así que seguí soltando mis ademanes locazas y femeninas. Vistiéndome y maquillándome mil veces. Andando con tacones, cada vez mejor, más suelta. Adorando el delicioso sonido del tacón contra el suelo. Masturbándome como una loca frente al espejo repitiendo las palabras de Eduardo.

“Esta noche te voy a arrancar la poca hombría que te queda. Y te voy a romper el culo como a una zorra”. “Begoña”.

“Esta noche te voy a arrancar la poca hombría que te queda. Y te voy a romper el culo como a una zorra”. “Begoña”.

“Esta noche te voy a arrancar la poca hombría que te queda. Y te voy a romper el culo como a una zorra”. “Begoña”…

Una y otra vez hasta morir de placer y lujuria.

El domingo por la tarde, recién levantada debo admitir, pues me dormí cerca de las cinco rendida. Aún con tacones y las braguitas puestas llamaron al móvil de un número que no conocía. Al no estar segura, pero loca de deseo por escuchar a mi hombre, puse mi voz más grave de lo habitual.

-Nenaza? Eres tú? Que coño le pasa a tu voz? Jajaja!

Era él! Carraspeé para aclararme la garganta y respondí, con la voz suave y amanerando mi cuerpo.

-Sí, sí, soy yo. Perdona es que no sabía si eras tú o no.

-Tranquila Begoñita. Oye, espérame en la puerta en media hora, paso a buscarte. Y Coge la maleta, ¿vale?.

-Vale.- Y colgué.

Nerviosa me fui a la ducha y volví a repasar mi depilación. Ya había comprado crema hidratante y cuchillas de esas dela Diosael viernes para estar preparada. Además de otras muchas tonterías de higiene femenina. Y digo tonterías, porque no sé si alguna vez le daría uso real, o fue sólo el capricho. Pero tampoco pensé que usase voluntariamente un pintalabios rosa chillón, y mira tú.

Ya en la puerta llegó el carruaje azul turquesa con mi masa de músculos dentro, la que me había arrancado la hombría, la que me rompió el culo como a una zorra, la que metió su polla en mi boca. Pero alguien estaba en mi sitio. La rubia del gimnasio, Gemma. Una rubia perfectamente maquillada que olía a Diosa estaba en el asiento del copiloto con mi hombre. Oh no! ¿Acaso no era mi hombre? ¿Acaso era SU hombre y yo solo una nenaza idiota?

Cuando subí a la parte de atrás estaba roja de vergüenza, celosa y humillada. Su sonrisa divinamente femenina y su saludo extremadamente cariñoso me confundían. Su apariencia de de mujer sofisticada y segura, hermosa, Diosa femenina del sexo y la lujuria, me hizo sentir pequeño, débil, andrógino, asexuado, feo y torpe. Si hubiese tenido algo de hombría para entonces, definitivamente la había perdido ahí. En el mismo coche azul turquesa que me levó al infierno celestial de mi transformación, y en el que no sabía que pintaba yo allí. Una vez más, pensando en si no debería huir y olvidarlo todo.

Mientras llegábamos a su casa mis oídos pitaban de vergüenza y solo podía responder con monosílabos a las preguntas o comentarios de Eduardo o Gemma. Él le comentaba como me conoció, la anécdota de la equivocación de gimnasio, no demasiados detalles sobre nuestros encuentros… genial, además de marica era tonta.

Ya en la casa el piso no parecía igual con ella allí. Eduardo salió diciendo:

-Bueno chicas, os dejo con lo vuestro. Luego vuelvo, tengo que recoger a Juan en media hora y a este paso no llego.

¿Juan? ¿Y éste quién es ahora? ¿Y yo que hago aquí? Solté mi maleta y a punto de romper a llorar y salir huyendo  cuando Gemma me cogió de la mano y me llevó al baño. Ella era todo cordialidad, un torrente de feminidad exagerada de pelo rubio platino y olor a Versace. El perfume que use cuando le chupé la polla a Eduardo, era suyo… Eso me hizo sentir aún peor. Pero algo cambió, tan de repente como todo sucedía en mi cabeza en las últimas horas.

Al comentarme lo feliz que le había hecho Eduardo cuando la llamó para decirle que tenía una “amiguita” nueva, toda ella cordial y cariñosa, disparando caricias y besitos mientras me desnudaba para desnudarse ella también, mi ánimo se infló de nuevo. Volví a sonreír. A sentirme segura y femenina. Me había llamado su “amiguita especial”. Y estando desnuda, duchándonos, mi figura no tenía mucho que envidiar a la de Gemma. No era una Diosa transexual de curvas imposibles y pechos descomunales. Objetivamente era un cuerpo de chico estilizado y grácil. Sus pezones algo más grandes que los míos, y empujando sus tersas aureolas hacia fuera, por las hormonas, eran lo único que destacaba. Mi piel era tan tersa y suave como la suya, mis caderas tan anchas y mi espalda tan poco masculina como la suya. Incluso mi pollita era más pequeña. Su pelo si, largo, ondulado, rubio. Pero el mío crecería. O no, ya lo decidiría. Su maquillaje era solo maquillaje, por muy perfecto y precioso que quedara. No tendría nada que envidiarle… en un futuro.

Fuera del baño, perfumadas y limpias, mientras nos secábamos me dijo que insistió en conocerme, que había sido amiga de Eduardo hace mucho tiempo, desde cuando aún vivía como chico. Que quería ayudarme y aconsejarme, tener una amiga común. Como ella, como yo. Todo esto lo decía desparramando de manera casi organizada y militar un compendio de parafernalia femenina que me desbordaba. Cosméticos, cremas, polvos, sombras, lápices, perfumes, uñas, pestañas, de mil brillos y colores, de mil olores a cada cual más excitante y embriagador, mas femenino.

En el tocador me ayudó a maquillarme, y mientras ella lo hacía también me enseñó algunos trucos para practicar por mi cuenta en casa. Me puso unas uñas postizas que pintamos de color rosa nacarado. Y unas pestañas que triplicaban las mías propias. Respecto a mi pelo:

-Aún no lo tienes lo bastante largo para cortarlo bien tía. Pero ese color, por favor! Eso hay que teñirlo ya. – me gustaba su voz. No era de mujer, pero definitivamente no era de hombre. Intentando imitarla respondí:

-Ya bueno, la última vez engominado quedaba muy guay.

-Bueno, sí. Como estilo no está mal, pero hazme caso – respondía poniéndome una capita sedosa y ligera sobre los hombros y sentándome en un banquillo.- Verás que cambio y que bien, tú hazme caso tía.

Antes de poder decir ni pío tenía el pelo cubierto de una crema viscosa y de olor penetrante. Y Gemma estaba enfrente de mí con unas pinzas de depilar apuntando a mis cejas.

-Oye, eso igual… Ay! – chillé al sentir mis cejas maltratadas.

-Calla tonta! Si no tienes apenas, si tu vieras lo que yo tenía que sufrir día si día no. Lo que hubiera dado por una cejitas como éstas. – iba diciendo mientras seguía ensañándose con ellas.

Cuando me vi maquillada el resultado fue espectacular. No sabia si podría repetirlo por mi cuenta, pero estaba segura de que lo intentaría todas las veces que hiciese falta. Si el día que estuve aquí con Eduardo parecía una puta pintada y lujuriosa, ese día parecía una puta… de las caras. Preciosa, sexy, femenina. Mis mejillas resaltadas por el colorete ocre y el brillo de los pómulos. Mis ojos delineados a la perfección, enmarcados en sombras ocres y doradas, brillantes rematados en unas pestañas de vértigo. Resultaban felinos, femeninos, seductores y mucho más amplios. ¿De verdad eran mis ojos? Mi piel tersa y suave, aterciopelada. Y el olor. Ya acostumbrada al olor del potingue de mi pelo, el olor del maquillaje me mareaba de placer y excitación. Mis labios perfilados en marrón oscuro, mates y simples quedaron voluminosos, perfectos. Gruesos y si, femeninos. Mi pecho sería plano, a mi entrepierna por más depilada que estuviera le colgaba una pollita y dos pelotitas. Pero mi cara, en el espejo, era una mujer.

Mientras enjuagaba mi pelo, con la cabeza volcada hacia atrás en el lavabo me comentó sus conversaciones con Eduardo:

-¿Sabes? Estoy encantadísima de que te haya encontrado. Quedó fatal cuando lo dejó Lucía. – imagino que Lucía era esa última amiguita, la dueña de MI ropa.- Nosotros hablamos mucho, y bueno, me ha contado vuestra cita…-continuó guiñándome el ojo y acariciándome el brazo.- También me ha contado un poco que planes tiene para ti, no se… - para entonces la noté algo más insegura mientras me colocaba una toalla en la cabeza y la enrollaba. Pero siguió, y dijo cogiéndome de las manos y mirándome a los ojos:

-Tú, pase lo que pase aguanta. Si no puedes con ello simplemente no lo harás, igual que la última vez. Por mucho que se pase espero que no te rindas. Ya verás que al final encuentras tu fuerza. Mucha más fuerza y seguridad de lo que pensaste nunca como hombre. Ya lo verás, Begoña va a ser una mujer increíble. – y me dio un besito tierno y dulce en los labios.

-Bueno! Ese pelo ya está. – cambió de tema como quitó mi toalla y secó mi pelo, de golpe y sin avisar. Lo revolvió con una mano, le puso un pegote de gomina enorme y lo peinó fuerte, pegado al cuero cabelludo con la raya en diagonal a un lado. Ver mi pelo así peinado, rubio platino y mi cara maquilladísima fue otro shock. Casi pierdo el equilibrio del mareo que me produjo verme. En el salón el sonido de alguien entrando y charlando me devolvió a la realidad.

-Otras, ya están aquí y nosotras con estos pelos. Salimos del baño de la mano riendo y corriendo al dormitorio para evitar que nos vieran y nos vestimos. Ella se puso un vestidito rojo superceñido y unos tacones rojo charol de vértigo. A mi me dio una tanguita de satén roja y negra con un body a juego, de satén rojo y encaje negro, con ligas para las medias de nylon, negras con costura atrás. Unos leggins de lak negro con efecto de brillantina que ceñían mis piernas hasta la cadera y un corsé en oro y negro, que costó cerrarlo horrores, y entendí a la perfección de que se quejaba Escarlata O’hara cuando mami le hacía lo mismo que Gemma a mi. Pero cuando pude volver a respirar y vi mi cintura en el espejo. Increíble mi cinturita. Me puse unos pendientes de pinzas que dejaban caer de mis orejas tres discos de “oro” a cada cual más grande, anillos y pulseras doradas, marrones y negras. Y unos tacones de11 cm. Con algo de plataforma dorados también, con un lazo al lado. Una vez terminada me ofreció un pintalabios y me dijo:

-El último toque te lo das tú. – y me volvió a guiñar.

Pasé el cilindro cremoso por mis labios, siguiendo las líneas marrones que había marcado Gemma. Una crema brillante y golosa entre dorada y marrón, muy brillante y espesa quedaba en mis labios al paso del delicioso cosmético. Cuando terminé y recibí su aprobación de Gemma, se puso a mi lado, me rodeó la cintura con su brazo y nos miramos al espejo juntas. Ella parecía una actriz porno. Una mujer de bandera sexual y arrebatadora. Yo una figura andrógina, femenina y terriblemente atractiva. Ya no veía nada del chico que llegó a estudiar a esa ciudad. Veía a Begoña, una nenaza rubia y con un atractivo sexual poderoso y rompedor. Y riendo y taconeando nos fuimos al salón.

Allí estaban Eduardo y Juan. Poniendo copas, riendo y poniendo música. Callaron de repente al vernos entrar y sus bocas se abrieron de par en par, tanto o más que sus ojos.

-A ver si os vais a poner a babear ahora! – dijo Gemma mientras cogía un cigarrillo y me pasaba otro a mí, para terminar diciendo: -Bueno, me tomo una copa con vosotros y me voy que Ana me está esperando.

Debo aclarar que después comprendí que Gemma era lesbiana. Transexual, pero lesbiana. Por eso me veía como igual, no como rival, no como posible amante. Eso era genial, pero no mitigó mi decepción y miedo al perder a mi aliada y compañera. Si bien no era capaz de decir que no a Eduardo en ninguna faceta, ya lo tenía comprobado, Gemma era un apoyo y una confianza distinta. Ella era una igual, una amiga. Y tan solo en dos horas ya la consideraba mi mejor amiga.

Así que me presentaron a Juan, otra bestia de gimnasio algo mayor que Eduardo, igual de alto pero no tan guapo. Su masculinidad era igual o más potente, pero su belleza residía en ello, no en los finos y dulces, aunque fuertes, rasgos de mi hombre.

Estuve un poco recatada al principio, al saber que Gemma se iría pronto, pero un copazo súper cargado de Vodka y licor de manzana y la sugerencia de Eduardo al oído después de cogerme el culo y decirme lo buenorra que estaba, de relajarme y soltar toda la pluma que pudiera hicieron el efecto buscado. Estaba cómoda, y aunque sentí la marcha de Gemma, estaba genial agarrada a los brazos de mi chico.

Mientras Juan acompañaba a Gemma a la puerta Eduardo me besó en los labios como le gustaba, marcando su territorio en mi boca, sobando mi muslo y mi entrepierna. Agarrada como me tenía por la cintura, con su enorme brazo rodeándome estaba como le gustaba tenerme, sin salida, sometida, encantada. Cuando Juan volvió y se sentó junto a mí me dijo:

-¿Que te parece Juan? Está bueno, verdad?

-Bueno, sí, es muy sexy. – dije nerviosa e incómoda por la pregunta dando una calada amanerada al cigarrillo.

-Bésale. – me susurró al oído.

-¿Qué? – pregunté, no estaba segura de haber entendido bien.

-Que le beses. Quiero que beses a otro hombre. – Repitió mientras Juan se acercaba seguro y subía su brazo a lo alto del sofá detrás de mi espalda.

-Pero… - intenté decir.

-Pero nada nena. Quiero verte besar a otro hombre. Quiero ver que no te queda nada de hombría. Que eres una puta, que has aprendido a amar el cuerpo de un hombre, no solo el Mio. Quiero ver algo impersonal, algo sexual.- decía seriamente apretándome la polla sobre los leggins negros con brillantina que llevaba puestos. – Quiero ver algo, si, si nena si, quiero verte hacer mariconadas.

Yo lo miraba con mi boca, perfectamente pintada, abierta de par en par. Juan acercó su mano a mi barbilla y noté girar mi cara hacia la suya y su boca acercarse a la mía. Que la recibió abriendo los labios y los dientes y dejando pasar su lengua en mí. El otro hombre me besaba tomando posesión de mi boca igual que lo había hecho mi hombre, el mismo que ahora me entregaba a otro, y que yo dejaba poseer mi boca sin resistencia. Notando como me perdía y me anulaba. Como dejaba de ser Begoña, para no saber quién era. Cómo mi pene se ponía erecto y mi excitación subía.

-Bien, así nena, déjate hacer.- animaba Eduardo sobándome la entrepierna y acariciándome la espalda.

Mis labios se frotaban contra los de otro hombre. Mi lengua acariciaba y dejaba invadir mi boca la de otro hombre en un festival de saliva y gemidos. Mi mano fue instintivamente a su entrepierna y encontró lo que buscaba. Algo dura y grueso, caliente, masculino.

-Así puta, chúpasela. – me dijo Eduardo al oído.

De nuevo en el estado en que no podía negarme a Eduardo, humillada, sin voluntad y entregada obedecí sin rechistar. Separé mis labios húmedos de los del otro hombre y mis manos abrieron su pantalón. Él me ayudó incorporándose y quitándoselos del todo, después vi un festival de músculos tensándose y moviéndose al quitarse la camiseta. Un pecho velludo y masculino, de olor fuerte y penetrante, poderoso, musculoso, masculino, distinto al de Eduardo, pero al que del mismo modo… No, no del mismo modo, pero que acaricié sumisa. Le miré a los ojos bajando mis manos por su pecho hasta su polla, semierecta, gruesa, venosa. La polla enorme de otro hombre. Uno de verdad, no como la mía, que luchaba por crecer encerrada en unos leggins con brillantina y unas braguitas de satén rojo. De pronto sentí un golpe en mi cara. Juan cogía su polla y golpeaba con ella mi carita. Se reía. Me humillaba.

-¿Quieres polla puto?- Golpeaba mis mejillas maquilladas, mis labios pintados. La lujuria de sus ojos se mezclaba con superioridad.

-¿Te gustan las pollas eh, putito? – Otra vez en masculino. Me demostraba que era más hombre que yo. Yo cerraba los ojos y gemía a cada golpe. Mezcla de humillación y excitación. Cada golpe en mi carita maquillada provocaba otro golpecito de mi pollita en mis braguitas luchando por crecer. Inútil y afeminada, mi pollita era cualquier cosa menos masculina. Al fin puse mis manos decorada con anillos y uñas nacaradas sobre la polla de Juan,  abrí mis labios pintados de dorado carmín y me la metí en la boca para lamerla y mamarla dulcemente. Apretando con mis labios, deslizando mi lengua por su carne dura y húmeda de mi saliva. Besando y lamiendo su glande con ternura y pasión. Gimiendo al penetrar mi boca con su polla. Moviendo mi cabeza adelante y atrás, oyendo tan solo sus gemidos, mis chupadas y el alegre tintineo de mis pendientes al moverse y entrechocar.  Disfrutando como una loca de una polla mas grande que la mía. De una polla más masculina que la mía. De la polla de otro hombre. Otro hombre en mi cabeza ya no significaba mi persona. Otro hombre en mi cabeza significaba además de Eduardo. Otro hombre, además de mi hombre.

-Oooh. Que bien, sigue putita sigue. Así. – gemía y me animaba el hombre al que le comía la polla.

-Lo sabía, lo sabía. Sabía que eras una nenaza. – me decía Eduardo, mi hombre. El que me rompió el culo. El que me arrancó la poca hombría que tenía. El que me sobaba la entrepierna y sujetaba mi cabeza para que no dejara de chupar la polla de otro hombre. – Dale fuerte tío, hasta el fondo! – volvió a decir mientras agarraba mi nuca y la acercaba más hacia el pubis del otro hombre que empujaba su polla dentro de mi boca, ahogándome, sofocándome, provocándome arcadas.

Yo intentaba tragar, chupar, mamar. Con dulzura, con ternura, con pasión. Quería provocarle placer, quería que me mirara con ternura y orgullo. Él despreciaba mi boca y la follaba sin piedad y mi hombre le ayudaba. Golpeaba con mis manitas decoradas su vientre duro y musculazo, pidiéndole que me  dejara respirar, que me ahogaba. Pero su polla entraba con fuerza y con desprecio en mi boca y mi garganta. No quería vomitar enfrente de mi hombre. Quería tragar la saliva que inundaba mi boca, la polla que bloqueaba mi tráquea. Intenté tragar moviendo mis manitas decoradas en el aire, con movimientos rápidos y amanerados. Su polla salió de mi boca, el aire entró, la saliva salió y no vomité. Hilos de saliva chorreaban de mis labios recorriendo mi barbilla mientras respiraba a bocanadas, tosía y dos lagrimitas salían de mis ojos perfectamente maquillados hacia mis mejillas pintadas.

Ellos reían. Mi nuca estaba libre de la mano fuerte y musculosa, masculina, poderosa, caliente de Eduardo. Juan volvió a golpearme con la polla en mi carita y Eduardo apretó mi entrepierna hasta hacerme daño. Busqué la polla de Juan. Esta vez lo haría mejor. Le daría placer con mis labios brillantes, cremosos y dorados. Vería su cara de satisfacción al pasar mi lengua por su glande masculino, terso y brillante.

-Mira mira, la zorra quiere más polla. –Dijo Eduardo.

-Pues la va a tener.- Respondió el otro.

Juan me levantó de un brazo y me llevó bruscamente hacia la mesa del comedor. La brusquedad y los tacones me hacían perder el equilibrio, agarrada a su cintura conseguí llegar con pasos torpes y zafios a donde el otro hombre me llevaba. Apoyada en la mesa del comedor, con equilibrio al fin, se puso a mi espalda y pegó su fuerte cuerpo al mío. Yo busqué su beso con mi carita pintada y mis labios cremosos y brillantes. El hombre apartó su cara y me bajó los leggins de golpe junto con las braguitas de satén rojo que encerraban mi pollita. Un gritito de sorpresa salió de mis labios y sus fuertes brazos me subieron a la mesa y me colocaron boca arriba. Eduardo llegó y un fluido frío y viscoso inundó la raja de mi culito. Un dolor frío entró en mí y comenzó a vibrar. El dolor duró poco, la vibración de mi invasor y los golpes de la polla de Eduardo en mi cara me distraían y me excitaban. Busqué su polla enorme con mis labios y la besé, la mamé como pude tumbada en la mesa del salón con mi culo bombeado por plástico frío y vibrante. Eduardo me susurró y me dijo:

-Voy a ver como te parten el culo, zorra.

-MmmmHHmmm! – la polla de Eduardo en mi boca no me dejaba gritar ni negarme, ni pedir piedad.- Sí! Sí sí sí, fóllame entera! – fueron las palabras que salieron de mi boca.

Juan puso su glande en la puerta de mi culo dilatado y empujó con fuerza. Entró de golpe. No fue gentil, ni amable, ni cariñoso como lo fue Eduardo. Juan despreciaba mi culo de poco hombre. Juan despreciaba mi carita maquillada y mis manos decoradas. Juan me despreciaba por no ser hombre, ni ser mujer. Cada empujón era un mensaje de desprecio, un mensaje que decía soy mejor que tú. Soy más hombre que tú. Soy hombre y tú no. Cada penetración era un mensaje descifrado en mi cabeza entre oleadas de placer. Eres hombre y yo no. Eres más hombre que yo. Soy mucho mejor que tú. Dame más. Fóllame más. Dame más placer. Eres hombre y yo no. Dame placer. Eres Juan y yo Begoña, fóllame. Eres hombre y yo no, satisfáceme.

Mis ojos se abrieron y vi los de Eduardo excitado, dándome de mamar su preciosa polla. Vi lujuria, vi placer, vi orgullo, vi excitación, vi cariño y ternura. Mis ojos se volvían hacia atrás a cada embestida, a cada explosión de placer en mi culo y cada chupada a la polla de mi hombre. Juan me tomó en brazos. Agarrada a su enorme espalda su polla me empalaba hasta el fondo. Gritaba de placer y pedía más. Me tumbó en el suelo boca arriba y siguió penetrándome sin piedad. Yo pedía más y más. Me llamaba puta, zorra, maricona, puto… Cada insulto era un golpe de placer. Cada desprecio era un llanto desesperado por intentar creerse mejor que yo. Eres hombre y yo no, dame placer!

Eduardo cogió mi cabeza y me beso con fuerza en la boca, restregando su lengua por mis labios brillantes y dorados, llenándome la carita con su saliva. Yo respondí a su beso con fuerza. Eres mi hombre. A ti me debo. Juan seguí insultándome, despreciándome y follándome. Eres otro hombre, adórame, dame placer.

Eduardo apartó sus labios mojados de los míos y su polla frente a mi cara explotó en un mar de semen caliente, viscoso y sabroso. Ácido y dulce. Masculino y poderoso. Mi lengua lo recogía y lo saboreaba. Eres mi hombre, soy tuya para todo.

Juan empezó a convulsionar más fuerte y su polla explotó en mi culo llenándolo de semen caliente, viscoso y cremoso. Sacó su polla y su chorro de semen continuó sobre mi vientre encorsetado en tonos dorados y negros. Eres otro hombre, me has dado placer, no me has satisfecho.

Yo lamía el semen de Eduardo mirándole fijamente, saboreándolo. Eres mi hombre, soy tuya, quiero darte placer.

El chorro de Juan volvió con fuerza cuando me dí cuenta que ya no era semen viscoso y caliente. Estaba meando sobre mí. Intenté incorporarme sometida una vez más por su desprecio. Su orina, sus meados calientes caían en mi vientre, mi pelo, mi cara. Yo gemía y me movía torpe y hundida. Su semen chorreaba por mis piernas saliendo de mi culo. Su chorro de orina me golpeaba fuerte y caliente, hablándome. Todo hombre es tu dueño. Soy mejor que tú. Soy más hombre que tú. Soy hombre y tú no. Te orino encima y soy tu superior.

Mi cabeza se elevó. Recibí el chorro de orina directamente en la cara. Mis manos en mi pecho apretaban mis pezones. Mis manitas decoradas en mi pollita comenzaron a masturbarme presa de una nueva oleada de lujuria. Mi polla se convulsionó escupiendo semen caliente y viscoso, femenino. Mi espalda se arqueaba y mis labios escupían gemidos empapados en semilla de hombre y orina. Mi cerebro interpretaba en mi cabeza mis gemidos con su orina golpeando mi cara mientras alcanzaba el clímax.  Me orinas encima intentando ser mi superior. Eres hombre y yo no. Eres más hombre de lo que nunca fui. Soy mejor que tú. Todo hombre no es mi dueño.

Recién eyaculada, me incorporé húmeda y dolida. Goteando el semen de otro hombre por mi culo, recorriendo mis muslos. Goteando semen y orina por mi cara y mi barbilla. Goteando semen de mi pollita temblorosa. Me levanté del todo y moví mis caderas sinuosamente mientras el sonido de mis tacones anunciaban mi paso firme y femenino. Me fui hacia el hombre que me había orinado, se había corrido en mí, me había dado placer, y le pasé una uña por el pecho sonriendo mientras agarraba a mi hombre por la cintura y hundía mi cara en su pecho. Levanté mi cara hacia él y esperé su beso.

Su mano fuerte y firme en mi culo y sus labios fuertes, firmes, masculinos en los míos  me hablaron. No eres hombre. Eres la mejor.

Mis labios suaves, gruesos, tiernos, cálidos y femeninos en los suyos le hablaron. No soy hombre. Soy tuya.