El hombre de mis sueños.

Karen amaba todo lo que su hombre le pedía, pero ¿accedería a ir más allá?

El hombre de mis sueños.

Esa tarde, después de hacer el amor, tomó la decisión y me preguntó:

-Entonces…¿Vienes conmigo?

Nunca me sentí una Sugar Baby, a pesar de que fue así como nos conocimos, su trato hacia mí era diferente, era su cómplice, su amiga, “su novia”.

Hacia un calor muy rico cuando llegamos a Madrid, ese tipo de calor playero, que en cuanto pisas tierra firme, quieres quitarte la ropa.

Siempre me ha gustado arreglarme cuando voy de viaje, no suelo ser de esas mujeres que esconden su belleza tras unas gafas y un chongo mal hecho. Era mi primera vez en la Madre Patria, como decimos en México, mi país. El aeropuerto de Barajas me pareció solitario, con poca gente, pensé que sería diferente. Julián tomó mi mano y me apresuró a la salida, una Suburban blanca nos esperaba para llevarnos al Ritz.

Ya en camino, Julián iba checando su teléfono, correos, trabajo, mensajes de voz de Aurora, su esposa, para hacerle algunos encargos. Yo extasiada, bajé el cristal de la ventana de la camioneta, me encantaban las calles, los monumentos, Europa era fascinante. Sentía el aire tibio en mi cara y en el pecho, llevaba un vestido corto, holgado, con un escote discreto. Julián puso su mano en mi muslo izquierdo y la subió lentamente hasta mi ingle, me ruborizó y detuve su mano al momento, sabía que el siguiente paso era meter sus dedos entre mis piernas y acabaríamos cogiendo, dándole al chofer un show muy a la mexicana.

Algo que adoro de mi hombre son sus gustos finos, jamás me exigió vestir como prostituta, era enemigo de eso, era más amante de la discreción y la elegancia. “Una mujer seduce más cuando tratas de adivinar sus formas”, siempre me repetía. Ya teníamos un par de años juntos y era la primera vez que nos aventurábamos a ir juntos a otro continente. Para él, era un viaje de trabajo como muchos otros, para mi, era como nuestra luna de miel; algunas veces hicimos viajes cortos dentro de nuestro país, yo lo apoyaba siendo su asistente y secretaria, haciendo las compras que Aurora le pedía, comprando algún juguete para su hijo y aprovechaba para comprarme algo de lencería que sabía lo volvía loco.

Llegamos por fin al Ritz, el botones ya nos esperaba en la entrada del hotel, tomó nuestras maletas y las llevó puertas dentro. Al tiempo que entrábamos, se nos acercó el recepcionista del hotel:

-Señor y señora Camacho, bienvenidos, mi nombre es Carlos Benavides, aquí ya tengo todo listo señor Camacho, solo falta su firma y enseguida mi compañero les mostrará su habitación.

Camino al elevador dije en voz baja:

-Señora Camacho?!!! Wow!, por un momento me la creí- solté una risita traviesa.

Julián sonrió de lado, con esa sonrisa cómplice que siempre lo ha caracterizado, apretó mi mano y seguimos caminando, rumbo a nuestra lujosa habitación.

Como ya lo he dicho, Julián siempre ha sido de gustos exquisitos, tanto para viajar, comer, beber y hasta para coger.

La habitación era hermosa, las alfombras, el tapiz, un espectáculo para mis ojos.

-Te gustó, ¿verdad? -preguntó Julián

-Claro que si mi amor, es muy linda.

Después de despedir al botones, cerró la puerta con seguro y se paró detrás mío. Me encanta esa parte de llegar a un hotel con mi hombre, porque sé las ansias con las que me desea y yo a él. Se quitó con rapidez su chaqueta blanca y el sombrero que llevaba, me tomó por la cintura y bajó la cremallera de mi vestido, amaba verme desnuda frente a él, con cara de timidez y fuego en los ojos.

-Quítate las panties y acuéstate en la cama.

Yo obedecí a mi amo. Estaba desnuda, en la cama, impaciente, tocándome, mientras él desabotonaba su pantalón y me dejaba ver su pene, que pedía a gritos dentro de mí.

Se recostó junto a mi, desnudo, y en ese momento di un salto de la cama.

-Karen, flaca, ¿qué haces?

Abrí la ventana de nuestro balcón, quería hacerlo esta vez, de una manera diferente.

-Ven mi amor, párate justo aquí, -dije- señalando el balcón abierto.

-¿Para qué? dijo Julián bastante intrigado.

-Lo qué pasa en Madrid, se queda en Madrid, ¿no? dije riéndome, parada desnuda junto al balcón.

Julián obedeció y se paró en el balcón, mostrando las nalgas hacia la calle. Afortunadamente estábamos en el quinto piso y nadie podía ver qué era lo que pasaba en esta habitación. Me hinqué frente a él y metí su pene en mi boca, tomó mi cabeza con una mano, con la otra se detenía del barandal y echó su cabeza hacia atrás. Pasaba mi lengua por sus testículos, por la punta de su verga, con mis manos abrazaba su trasero y lo empujaba contra mi boca, mi cabeza se movía lentamente de un lado a otro. Me encantaba verlo desde abajo, hincada frente a mi hombre, cómo disfrutaba, cómo se entregaba a mí sin respingo, mi boca salivaba sin parar, entraba, salía, lo apretaba con mis labios y un ligero gemido salía de su garganta.

-Aggggh, flaquita, no pares, que delicia! -decía Julián con los ojos cerrados y apenas un hilo de voz.

Por momentos chupaba con fuerza, por momentos con delicadeza, metía su pene hasta mi garganta y lo sacaba para ensalivarlo más.Tocaba sus testículos, los lamía, los chupaba, sentía que estaba a punto de venirse. Puse su verga entre mis tetas y empecé a moverme, hacia arriba y hacia abajo, la volvía a meter en mi boca, la succionaba, lo mordía despacio, hasta que por fin, sentí en mi garganta esa gloriosa venida.

-Me hiciste trampa, flaquita, pero te prometo que en la noche te compensaré -dijo Julián besándome apasionadamente.

Esa tarde, decidimos no dormir una siesta, teníamos que acoplarnos al horario. Salimos a caminar, tomados de la mano, sin escondernos de nadie. Comimos unas tapas con vino y seguimos nuestro andar. Julián viajaba muy seguido a Europa, especialmente a Madrid, en donde se encontraba su mayor socio comercial. Conocía cada rincón, cada restaurante, lo más emblemático de Madrid y esa tarde fue el más perfecto y sexy guía de turista.

Pasamos por una tienda de souvenirs, quise entrar para comprar un imán o algo para recordar nuestro maravilloso viaje.

-Mira amor, ¿puedo? -dije señalando un vestido negro, con unas flores rojas, como los que usan las bailarinas de flamenco.

-Solo si te lo llevas puesto, -dijo Julián en tono de broma.

No fue broma, salí de ese lugar, portando mi vestido negro, sintiéndome una auténtica española, con castañuelas y peineta al cabello.

Seguimos caminando y de momento Julián, pensativo, se detuvo:

-Verte vestida así me ha dado una idea, vamos a un bar a unas cuadras de aquí, tocan música gitana.

Llegamos, era un lugar poco concurrido, la gente aún no llegaba, a pesar de ser viernes.

-Don Julián, -dijo el mesero, aventándosele al abrazo- qué gusto hombre, tenerle de nueva cuenta por aquí. La mesa de siempre, ¿verdad?

Julián asintió y nos movimos al fondo del bar, justo al frente del escenario. Los músicos estaban llegando también y empezaban a sacar sus guitarras.

-Amor, ¿qué es este lugar?, -dije extrañada.

-El lugar perfecto para estrenar tu vestido -comentó Julián.

-Veo que te conocen muy bien aquí, ¿vienes seguido? -dije viendo todo a mi alrededor.

-El lugar no es muy bueno, pero las bailarinas son todo lo contrario, ya verás -dijo Julián guiñando un ojo.

Empezaron a tocar una canción que se me hizo familiar, una de Gipsy Kings. Cuatro hombres sentados, repartidos en el escenario, empezaron a tocar “Djobi, Djoba” y mis pies empezaron a moverse.

-Anda, sube al escenario, aprovecha que aún no hay audiencia, -dijo Julián burlón.

-Excítame mamacita, como lo hacen las bailarinas de aquí, -dijo susurrándome al oído y tocándome una nalga. Ese fue motivo suficiente para que la sangre me hirviera y se me esfumara el miedo escénico.

-Ah, pero permítame señor Camacho, usted también debe colaborar. Desabotoné su camisa negra, dejándole al descubierto su varonil pecho cubierto de vello.

Julián llamó a uno de los meseros, mientras yo esperaba de pie junto a la mesa, le dijo algo al oído, haciéndole señas para que yo subiera al escenario. El mesero asintió con la cabeza y me indicó por donde debía subir al escenario. Los músicos empezaban una nueva melodía, a la par que subía al escenario un chico como de 30 años, español, alto, muy guapo y de cuerpo atlético.

-Guapísima maja, ¿de dónde sois? -me dijo el chico, extendiéndome su mano.

-Vengo de México, con mi novio, -dije, señalando a Julián de inmediato.

-Julián hombre, ¿ésta es tu chica? Si que sois suertudo, -dijo el joven soltando una carcajada.

-Acábala!!! -dijo Julián, elevando su vaso de whisky hacia nosotros.

-¿Alguna vez has bailado esto?, -me preguntó aquel joven.

-No, pero aprendo rápido, -dije en mi defensa.

Manuel, cómo se llamaba este joven, me enseñó algunos pasos rápidos, en lo que terminaba la melodía y empezaba otra.

Julián nos veía desde abajo y notaba su pene duro, que se marcaba muy bien a través de su pantalón blanco. Daba un sorbo a su bebida, sin despegar sus ojos de los míos, sabía perfectamente que eso me calentaba. Ver su pecho al aire, su mano encima de su pene, con una pierna cruzada encima de la otra y esa mirada lujuriosa, me ponía húmeda.

Empezaron a tocar otra canción y me deje llevar, enfatizaba mis pasos de baile, Manuel me tomaba de la cintura y me acercaba hacia él, por momentos ponía su cara entre mi escote pronunciado pero no me importaba, ver a Julián tocándose para mí era el verdadero espectáculo, me hervía la sangre, me movía con fuerza, elevaba mi vestido a propósito para provocar a mi hombre, quería ser la bailarina  española que esa noche lo deslecharia de nuevo. Manuel se me acercaba, sentía mi fiebre, por momentos tocaba mis senos, no sé si deliberada o accidentalmente, pero ya a punto de terminar mi baile, solo quería tenerlos a los dos, a mis pies, manoseándome, chupándome, besándolos al mismo tiempo... y la canción terminó.

Bajé agitada del escenario, sudada, la gente aplaudía, ya empezaba a llenarse el lugar. Con una sonrisa tímida les agradecí el gesto. Mi cabeza estaba ocupada por una idea diferente, algo que nunca había hecho con Julián y que a decir verdad, me daba miedo externar.

Tomamos una copa más y nos retiramos del lugar.

-¿Lo disfrutaste, Maja? -me preguntó Julián mientras caminábamos abrazados rumbo a nuestro hotel.

-Mucho mi amor, y a ti, ¿te gustó como bailé? Digo, para haber sido mi primera vez arriba de un escenario creo que no lo hice tan mal.

-Estuviste perfecta, desde abajo pude ver tus piernas, tus panties, no sabes lo mucho que deseé hacerte mía en ese instante.

Ya en la habitación, me quité mi fabuloso vestido flamenco y fui de inmediato a llenar la tina. Los pies me mataban y el cuerpo lo tenía pegajoso, me urgía un baño de agua caliente. Julián en la habitación contigua revisaba su laptop y hacía algunas llamadas. Me sumergí en la tina, que delicia, recargué mi espalda y cerré los ojos. Los abrí de inmediato al sentir una presencia frente a mí, era mi hombre, desnudo, con dos copas de vino espumoso. Tomé las dos copas para que Julián se metiera conmigo a la tina. Se colocó detrás mío y pude sentir su verga, lista para lo que yo dispusiera. Movía mi cadera y mis nalgas rosaban su pene, tomó una de las copas y la vació lentamente sobre mi cuello al mismo tiempo que lamía los residuos de vino. Incliné mi cabeza, para que su lengua abarcara todo mi cuello. Sus manos apretaron mis senos con fuerza, los pezones no disimularon ni tantito las ganas que tenían de su boca, erectos, firmes. Metí las manos al agua y empecé a tocar su verga, estaba durísima, me di la vuelta para quedar frente a frente y meterla en mi boca.

-No, espera, vamos a la cama, -dijo Julián saliéndose de la tina y alcanzándome una bata.

Llegamos a la cama, me recosté boca arriba, Julián se paró frente a mí y me jaló a la orilla de la cama, vació lentamente una copa de champagne entre mis piernas, se hincó y empezó a besar la parte interna de mis muslos, mi cuerpo se estremecía, mis uñas se enterraban en su espalda, me hacía sufrir, pasaba su lengua por mi vagina, despacito, apenas si rozándome con la punta de su ardiente lengua, me volvía loca, gemía, apretaba su cabeza contra mi concha, mis dedos se perdían en su cabello, coloqué mis pies sobre sus hombros y él tomándome por la cadera, sumergía su lengua en mi vagina, me chupaba, llenaba de saliva mi concha, me mordía el clitoris, lamia mi ano, era un maestro del sexo oral, ya no aguantaba más, lo necesitaba dentro de mi, me urgía.

-Por favor amor, cógeme ya! -le suplicaba a Julián con la voz entrecortada.

-No, aún no estás lista.

Seguía llenándome de saliva la entrepierna, metía sus dedos en mi, soplaba en mi vagina, muy despacio, ese calorcito era delicioso.

-Me voy a venir, me voy a v...-dije, levantando mi cadera y chorreándome en su boca.

-Mmmmh, que delicia flaquita, ya tenía antojo de esto -dijo Julián incorporándose rápidamente.

No pude pronunciar palabra, estaba jadeando, muerta en vida. Quería más, no iba a quedarme con las ganas de tenerlo dentro. En cuanto recobré las fuerzas, fui a la otra habitación, estaba hablando con Aurora, me hizo una señal de guardar silencio y me regresé a la recámara a esperar a mi hombre.

Me acosté en la cama, pensativa, exhausta. Julián entró al baño y sin decirme nada, se lavó la boca y se dispuso a dormir.

-¿Eso fue todo?, ¿pasó algo amor?- pregunté intrigada.

-Nada flaquita, estoy muerto, fueron demasiadas aventuras por hoy, ¿no crees?.

Enojada, me levanté a lavarme la boca, apagué las luces y me arrinconé en el lado de mi cama.

-Flaca, ¿no me vas a abrazar? -dijo Julián en la oscuridad de la habitación.

-No, tengo calor -dije, en tono de reclamo.

Julián sabía perfectamente que me había dejado con ganas de más, que estaba molesta, realmente tendría que hacer algo asombroso si quería que mi enojo desapareciera por completo.

A la mañana siguiente me despertó el timbre de la habitación, Julián ya estaba trabajando en la sala, vestido solo con el pantalón de su pijama.

-Servicio al cuarto, señor Camacho -dijo un camarero al otro lado de la puerta.

-Si por favor, pase y déjelo todo ahí, yo me encargo.

-Como usted ordene, con permiso.

Oí cómo cerró la puerta, me levanté de la cama, fui a hacer pipí, me lavé la boca y fui a ver qué había de desayunar, tenía hambre y seguía enojada.

-Hola princesa!, ¿cómo amaneció mi bella durmiente? -dijo Julián al mismo tiempo que servía dos tazas de café.

-¿Qué hora es? -pregunté sin hacer tanta fiesta.

-Exactamente... 8:20 de la mañana.

No contesté nada ni volteé a verlo, tomé mi taza de café, un pan dulce y me dispuse a revisar mi celular.

-Flaca, no te enojes. Yo sé por qué estás así, pero mira, -dijo Julián hincándose frente a mí y tomándome de la barbilla- veme cuando te hablo, por favor.

Dejé mi café sobre la mesa y lo escuché. Si algo le molestaba a mi hombre era que lo ignorara y si sabré yo que tiene un carácter de los mil diablos.

-No quise hacerte el amor anoche, aunque moría de ganas, tú lo sabes, pero quiero, como bien dijiste, que este viaje sea especial. Lo que pasa aquí, se queda aquí, ¿recuerdas?.

Solo asentí con la cabeza. No podía estar enojada con mi amor por mucho tiempo, él era el dominante, mi cuerpo, mis besos, mi lujuria, eran todos suyos. Lo abracé y comencé a provocarlo, pero Julián seguía firme.

-Te tengo una sorpresa, sé que te va a gustar, lo pude ver ayer en tus ojos. -dijo Julián besándome.

-¿Y eso qué tiene que ver con que me rechaces?- pregunté indignada, ¿dije o hice algo que te molestara?

-No flaquita, al contrario, espero que mi sorpresa no te moleste a ti.

-¿Cuál sorpresa, de qué se trata?-dije sonriendo.

-Ya verás, es muy temprano todavía, desayuna, mientras yo hago unas llamadas y mando unos correos. Aquí desayuno contigo.

Terminamos el desayuno, nos bañamos y arreglamos. Ya no insistí en el tema del sexo, no quería otro rechazo, suficiente humillación tenía y apenas empezaba el día. No entendía qué tenía que ver el sexo con la sorpresa que me tenía Julián.

En fin, salimos del hotel rumbo a visitar al socio comercial. Julián tenía que revisar unos contratos con él y yo, mientras, leía una revista en el lobby de la compañía. Fue breve su cita.

-Listo flaca, nos vamos? -dijo Julián sonriendo.

-Si, ahora ¿qué otra cosa está pendiente?-pregunté.

-De trabajo nada, lo mío es todo por hoy.

-¿Entonces tenemos “China libre”? -dije en un tono travieso.

-“China libre” mamacita, usted déjese llevar por su guía de turista y ya verá.

Salimos del lugar, abrazados y riéndonos.

Visitamos el Palacio Real, subimos a un turibus, fotos en La Puerta de Alcalá, fue un día bastante divertido. Comimos delicioso, ya casi acababa el día, pero aún teníamos cuerda.

-Vamos al bar de ayer, ¿te late? -dijo Julián con su tono de niño travieso.

-¿Es en serio? -dije fingiendo, disimulando las ganas de volver a sentir en mi cuerpo la sensación del día anterior.

-Si no quieres, tomamos algo en el bar del hotel, como tú me digas -dijo Julián.

-Está bien, vamos.

Llegamos y estaba cerrado. Julián tocó tres veces y nada.

-¿Los sábados cierran, amor?-pregunté.

-Si, los sábados está cerrado, pero Manuel, el chico con el que ayer bailaste, ¿recuerdas?.

-Si, claro... cómo olvidarlo,-pensé.

-Ah, pues es el dueño del lugar y nos abrirá solo para nosotros dos.

En eso, apareció Manuel, agitado, y nos invitó a pasar.

-Bienvenidos, Julián, adelante y... ¿cuál es vuestro nombre? -dijo Manuel volteando hacia mí.

-Karen, hola!

-Pues bienvenidos, pasen, estaba ensayando un poco.

Nunca había llamado mi atención alguien tan joven, especialmente desde que conocí a Julián. Bueno, a decir verdad, yo tenía 25, Manuel 31 y Julián... ya estaba entrado en años.

Mientras caminábamos por el bar cerrado, una especie de escalofrío rico recorrió mi cuerpo, ese escalofrío, como el que sientes antes de coger. Llegando al escenario, estaba cubierto con pétalos de rosa, unas diminutas velas resaltaban por aquí y por allá. Julián no soltaba mi mano, y yo asombrada volteé a verlo.

-¿Esta es tu sorpresa? -pregunté.

-Así es. ¿Te gusta?

-Mi amor es muy bello esto, ¡qué romántico! -dije tomando a mi hombre por el cuello y besándolo apasionadamente.

Mi hombre no muy romántico que digamos, a veces le molestaban las cursilerías, eso sí, muy detallista, pero poco romántico.

-Pero ¿y qué vamos a hacer aquí? -pregunté curiosa, volteando a revisar el lugar.

En eso, la canción que un día antes había bailado con Manuel empezó a sonar al fondo del lugar, en esta ocasión, interpretada por los Gipsy Kings.

No sabía que estaba pasando y volteé al escenario y apareció Manuel parado sobre el tapete de pétalos de rosa, descalzo, con el torso desnudo, solo vestía un pantalón negro, ajustado, que dejaba entrever un muy buen “paquete”.

-¿Bailamos? -me preguntó Manuel, estirándome un brazo.

Volteé a ver a Julián, sin saber que pasaba.

-Anda flaca, sube, sé que lo vas a disfrutar de nuevo -dijo Julián, ayudándome a subir al escenario. Manuel me dio sus dos manos y jaló para que yo subiera.

Manuel me tomó de la cintura y de un tirón me acercó a él, pude sentir su pene duro sobre mi pierna. Esta vez, me puse nerviosa, Julián se acomodó en la mesa de siempre, la cual tenía una botella de whisky, tres vasos y hielo. Se quitó la camisa, y quedó igual que Manuel, desnudo del torso.

Empecé a bailar, en esta ocasión mis pies no seguían el ritmo, tal parecía que sabía lo que iba a pasar.

Manuel me miraba fijamente, sus ojos azules se clavaron en los míos, por momentos bajaba su mirada a mis labios, me acercaba a él, estaba sudando, el calor se concentraba más por el lugar cerrado y las velas.

-Esta es mi sorpresa flaquita, un trío. Ayer sentí ese fuego entre ustedes dos y me excitó mucho verlos bailar. Le pedí a mi amigo Manuel hacer esto para ti y estuvo de acuerdo -dijo Julián mientras bebía un sorbo de whisky.

Dejamos de bailar y me quedé viendo a Julián, un escalofrío aún mayor me recorrió el cuerpo cuando oí la palabra “trío”.

-Si no estás a gusto, o no lo quieres hacer, te respeto flaquita, nos vamos de inmediato, -dijo Julián un tanto preocupado al ver mi reacción.

  • ¡Si quiero!, -dije decidida. En ese momento, me humedecí completamente. Julián subió al escenario mientras Manuel se quitaba el pantalón frente a mí.

Manuel tenía la verga más grande que haya visto, lista para mí; me quitó el vestido que traía puesto, yo quedé inmóvil. Julián se paró detrás de mí y desabrochó mi brasier, mientras que Manuel besaba mi vientre y bajaba lentamente mis panties. Cerré los ojos y me dejé llevar, por las manos de mi hombre y las de ese dios griego hincado frente a mí, tal como me los había imaginado. Manuel metió sus dedos en mi vagina y besaba mi vientre. Julián apretaba mis senos y besaba mi cuello.

-Si te hubiera cogido anoche, no estarías disfrutando ahora- me dijo Julián al oído.

Sus palabras hicieron que la piel se me erizara. Solo él tenía ese poder sobre mí, sus gestos, sus palabras, su voz, sus besos, me ponían caliente en cuestión de segundos.

Manuel abrió mis piernas y acercó su boca a mi vagina, pasó su legua por mi clitoris, provocando que empezara a gemir. Me recostaron sobre ese tapete de pétalos, Julián me besaba apasionadamente y Manuel tiraba sobre mi cuerpo, pequeñas gotas de cera caliente, de una de las velas, sobre mis piernas, mis pezones, ardía un poco, pero la calentura era mayor.

Manuel se acercó para besarme junto con Julián y los tres terminamos besándonos. ¡¡¡No podía creerlo, ellos dos para mi solita, wow!!! Era una explosión para mis sentidos. Me puse en cuatro y mientras metía el pene de Julián en mi boca, sentí la verga de Manuel cerca de mi vagina. Empezó a metérmela poco a poco, yo gemía de placer, Julián también era partícipe de ese placer porque mi boca salivaba más, empecé a mamar su verga con fuerza, por momentos mordía suavemente, por momentos succionaba, metía su verga hasta mi garganta. Fue entonces que Manuel empezó a embestirme delicioso, se movía con fuerza, tomaba mi cadera con fuerza y embestía con coraje. Mis nalgas chocaban con sus testículos, podía sentirlos.

  • ¿Te está gustando, princesa? -preguntó Manuel, jadeando.

-Si, si, métemela toda, no pares, muévete más rápido -dije mientras seguía masturbando a Julián.

-Mi turno, -dijo Julián-, cambiando de posición con Manuel. Mi hombre, mi amor, me acostó boca arriba y besó mis senos, mordió mis pezones. Estaba lista ahora sí su verga para mí, y sin decir nada, colocó mis piernas sobre sus hombros y me la metió toda de un solo golpe. Manuel se masturbaba sobre mi cara, tomé su delicioso pene con mis manos y lo llevé a mi boca. Succioné la punta, le gustó y me pedía más. Lo metí en mi boca y empecé a salivarlo, le lamía los testículos, apretaba sus nalgas.

Julián sabía lo que hacía, sabía cómo darme placer, era experto moviéndose, la sacaba, la metía muy despacio, y embestía con fuerza.

Mis adonis estaban bañados en sudor, les escurría por la frente, en el pecho y eso me excitaba más. Finalmente decidieron darme placer al mismo tiempo, uno anal y otro vaginal, no lo podía creer, era de locos, se movían tan bien, que no paraba de gemir, de gritar, me vine mil veces. Ya estaba más muerta que viva, cuando sentí sus venidas en mi cara, en mis senos en mi boca.

Desperté agitada, sudando. Eran las 3:15 de la madrugada, Manuel, mi marido, estaba dormido, al lado mío, por fortuna. Me levanté al baño, regresé a la habitación y me asomé por la ventana, misma que comunicaba a la casa de Julián, mi vecino.

Todo había sido un sueño, volví a mi cama, cerré los ojos, intentando recrear otra aventura al lado del hombre que era mío solo en sueños, no en mi triste realidad.