El hombre de mi vida (5 - Final)

Sabrina se encuentra a Antonio y Amelia casualmente cerca de su casa y Antonio le enseña el piso que compartirá con Amelia y allí sucede algo...

EL HOMBRE DE MI VIDA

Cap. 5

Al día siguiente el timbre de la puerta me despertó. Eran las diez, me levanté y me puse la bata mientras el timbre sonaba intensamente.

Voy, voy – grité mientras me dirigía a la puerta.

Abrí y frente a mí apareció Antonio.

Ya era hora – entró casi empujándome y cerró la puerta con un fuerte portazo.

¿Qué pasa? ¿Qué quieres? – le pregunté.

He venido a aclarar las cosas – dijo – lo de ayer en aquel lavabo....Deberíamos olvidarlo ¿no crees?

No sé, a mi me gustó y lo hice por que te quiero, me parece el acto más hermoso que pueda suceder entre un hombre y una mujer que se quieres ¿por qué tú me quieres, no?

Si, claro...

Entonces no hay nada más que hablar – determiné – nos queremos...

Sí, pero lo nuestro no puede ser – me interrumpió.

¿Por qué no? Yo estoy dispuesta a dejar a Roberto, aunque le quiero y sé que le haré daño.

Pero yo no voy a dejar a Amelia – sentenció Antonio.

Pero tú no la quieres.

Eso es cosa mía ¿no crees?.

Vale, si quieres estropear tu vida y la de ella, hazlo. Es tu vida . Yo entré en ella de forma casual, así que...Hasta pronto – le despedí.

Antonio abrió la puerta y salió de mi piso.

Durante el resto de la semana no volví a ver a Antonio. Roberto y yo salimos un par de veces, además de vernos cada día y comer juntos, aunque me extrañó que un par de veces me dijera que iba a comer con un amigo. Nuestra relación iba viento en popa y yo traté de concentrarme en ella y olvidar a Antonio.

El sábado teníamos que ir a la fiesta de pedida de Antonio que se celebraba en la casa que los padres de Amelia tenían en las afueras de la ciudad. Era un chalet bastante coqueto con cuatro habitaciones, comedor, cocina y nos baños, además del garaje y el jardín donde se celebró la fiesta. Roberto y yo estuvimos juntos durante toda la fiesta y traté de evitar a Antonio tanto como pude. Pero inevitablemente coincidimos más de una vez. Roberto me presentó a sus padres. Yo estaba muy nerviosa, ya que eso significaba dar un paso más en nuestra relación. Pero ambos se portaron muy amablemente conmigo, me hicieron algunas preguntas sobre mí y me invitaron a su casa cuando quisiera.

De repente, a eso de las 12 yo llevaba un rato hablando con Nines cuando me di cuenta de que Roberto había desaparecido.

¿Dónde está Roberto? – le pregunté a Nines.

Ambas buscamos a nuestro alrededor sin éxito.

No sé, no le veo. – dijo Nines.

Pues entonces voy a buscarle. – dije – Estoy cansada y quiero irme a casa.

Muy bien.

Di una vuelta por el jardín pero no le encontré, así que decidí entrar en la casa por si estuviera en el lavabo. Entré por la puerta de la cocina y al salir y entrar en le pasillo me encontré a Antonio.

Hola ¿cómo va todo? – me preguntó.

Bien. ¿Dónde vas? – le pregunté yo.

Estoy buscando a Amelia y tú.

Estoy buscando a Roberto.

Entonces nuestro ojos se cruzaron irremediablemente.

¿Aún estás decidido a casarte con ella? – le pregunté.

Si, ya lo sabes – respondió él.

Y sin poder remediarlo Antonio me abrazó y sin dejar de mirarnos nuestro labios fueron acercándose hasta estallar en un desenfrenado beso. Cuando nuestras bocas se separaron mi cuerpo estaba encendido y deseoso de sentirle.

¿Por qué no buscamos un lugar tranquilo? – le propuse.

Entonces Antonio me soltó y dijo:

Eso no puede ser, ya lo sabes y menos aquí. Lo siento.

Bueno, como quieras – le dije – pero si cambias de opinión ya sabes donde estoy.

Di media vuelta y volví a la cocina para salir de la casa. Desde la puerta de la cocina miré al jardín y entonces oí una voz tras de mí:

¿Qué haces? – preguntó Roberto.

Te estaba buscando . Estoy muy cansada.

Así pues, Roberto me llevó a casa, le invité a subir pero no quiso.

Al día siguiente por la mañana fui a dar un paseo ya que Roberto me había dicho que tenia cosas que hacer y no nos veríamos hasta la tarde. Tras caminar un par de manzanas vi salir de un portal a Antonio y Amelia, cuando esta me vio me saludó:

¡Hola! ¿Qué haces aquí?

Estaba paseando ¿y vosotros? – pregunté con curiosidad – hemos estado un rato colocando cosas en el piso.

Antonio permanecía callado.

Así que aquí tenéis el piso. Pues yo vivo a un par de manzanas.

¿Quieres verlo? – me propuso Amelia.

Bueno. Vale.

¿Por qué no se lo enseñas tú? – le dijo a Antonio – Yo tengo que ir a casa de mi hermana Sonia a buscar algunas cosas ¿Vale?.

Le dio un beso a Antonio en la boca y a mi uno en cada mejilla y se despidió.

Adiós chicos. Hasta luego.

Hasta luego – la despedimos Antonio y yo al unísono.

Bueno, ¿vamos? – me preguntó Antonio abriendo la puerta del portal.

Vamos – dije.

Sin mediar palabra nos dirigimos hacía el ascensor , Antonio iba delante y yo le seguía. Entramos en el ascensor, Antonio picó en el tercer piso, tras cerrarse las puertas el ascensor empezó a subir. Ambos permanecíamos en silencio, el ascensor paró y Antonio salió delante de mí, nos dirigimos hacía la puerta de su piso y tras abrir ambos entramos. Había un pequeño recibidor con dos puertas, una era la cocina y otra el comedor. Antonio me enseñó la cocina y a continuación entramos en el comedor, en el cual junto a la puerta había una mesa cuadrada y unos metros más allá una barra de bar con dos taburetes altos.

¡Guau, que bonito! – exclamé.

¿Te gusta?

Si – respondí acercándome a la barra – me encantaría tener una así.

Bueno, cuando Roberto y tú os decidáis a consolidar vuestra relación podrás tenerla ¿no?

No sé, todavía hay cosas que no tengo muy claras.

Entonces Antonio me cogió por la cintura y me atrajo hacía él besándome apasionadamente.

¿Qué haces? – le pregunté cuando nos separamos.

Ya he encontrado el lugar tranquilo que necesitábamos ayer.

Pero... – intenté protestar.

Calla, por favor, y déjate llevar – dijo volviendo a besarme. Entonces me aupó y me llevó hasta uno de los taburetes sentandome en él.

Empezamos a besarnos, mientras sus manos desabrochaban mi blusa. Nuestros labios se separaron, pero sin dejar de mirarnos él se desabrochó la camisa, mientras yo le desabrochaba el pantalón, cuando le hube desabrochado el pantalón se lo bajé junto a los calzoncillos a la vez que él se quitaba la camisa. A continuación él me subió la falda y me quitó las bragas. Sentí su sexo erecto pegarse al mío y como se separaba de mi y llevando la punta del falo hasta la entrada de mi vagina me penetraba.

¡Oh, ah! – suspiré, al igual que él y entonces nos abrazamos.

Yo empecé a moverme sobre aquel erecto pene, al igual que él. El placer era increíble. Me apoyé sobre la barra y Antonio me quitó el sujetador dejando libres mis pechos y comenzó a lamerlos y chuparlos a la vez que los masajeaba suavemente.

¡Oh, aaaaahhhh! – gemía yo de placer sin dejar de moverme para sentir como aquel falo entraba y salía de mí.

¡Oh, Oh! – gemía él.

Entonces Antonio sacó su sexo de mí.

Date la vuelta – me ordenó.

Así que me puse de espaldas a él, de pie, apoyando una de mis piernas en el travesaño de la banqueta para que mi culo quedara en pompa.

¡Oh Dios, que hermoso culo!

Sentí como guiaba su verga hasta mi sexo y volvió a penetrarme y sujetándome por las caderas empezó a empujar una y otra vez, primero suavemente, haciendo que mi cuerpo se derritiera de gusto. Recosté mi cabeza sobre su hombro mientras sentía como su polla se introducía en mí y luego salía para volver a penetrar.

¡Oh, aaaaaahhhhhh! – suspiré y me recliné sobre la barra.

También él se reclinó sobre mi espalda, llevó sus manos hasta mis pechos y los masajeó virulentamente mientras seguía con sus acometidas una y otra vez, hasta que mi cuerpo empezó a convulsionarse y estremecerse llegando al orgasmo. También Antonio alcanzó el éxtasis dentro de mí. Cuando ambos dejamos de agitarnos Antonio sacó su sexo de mí. Recogió su ropa y se sentó en el sofá que había frente a la barra al otro lado del comedor, yo me abroché la blusa, cogí las braguitas del suelo y me la puse y luego me senté junto a él.

¿Qué te pasa? Estás muy serio.

Es que ayer descubrí algo que me tiene preocupado. ¿Recuerdas cuando nos encontramos en el pasillo, en casa de Amelia?

Sí, claro – le respondí.

Pues yo venía de la habitación de Amelia, donde la había visto a ella y a Roberto enrollándose.

¿Dándose besos? – pregunté ingenuamente.

No, estaban haciendo el amor. – me dijo él.

Algo sospechaba – le dije yo – pero me daba miedo pensar que fuera cierto.

Voy a hablar con Amelia y voy a dejarla.

Sí, yo también hablaré con Roberto.

Así ambos dejamos a nuestras respectivas parejas y unos meses más tarde decidimos hacer pública nuestra relación. Ahora vamos a casarnos.