El hombre de las cumbres
Relato erotico
- PARKER, DOROTHY
(1893 – 1967)
ESCRITORA ESTADOUNIDENSE
‘’ LA MUJER Y EL ELEFANTE NUNCA OLVIDAN.’’
EL HOMBRE DE LAS CUMBRES
Los primeros que lo vieron fueron unos montañeros que acamparon en lo alto del pico del Aguila. Desde allí y con unos prismáticos pudieron observarlo mejor. A la mañana siguiente después de recoger sus tiendas de campaña volvieron a enfocar sus prismáticos en la dirección de la tarde anterior. En el mismo sitio volvía a estar aquella misteriosa, figura envuelta en la que parecía una manta de color oscuro. Al estar el objetivo bastante alejado no pudieron ver más detalles, creyendo que fuese un pastor, emprendieron la marcha sin darle la menor importancia. Tampoco era que les importase lo más minino. Para ellos su meta estaba 2000 ms más abajo por donde transcurría un rio.
Otros excursionistas volvieron a ver a aquel extraño personaje envuelto en la manta, también desde una distancia considerable. Al ser dos parejas los que acamparon, al plegar sus tiendas una de las chicas le lanzó un gritó como para despedirse. El personaje misterioso continuó con la mirada perdida en el curso del rio, que desde aquellas alturas, se volvía como si fuese un trazado de lápiz de color. El personaje, ni se movió ni dio señales de haber oído nada.
Con el tiempo fueron muchos los que lo avistaron, pero nunca nadie llegó hasta el punto donde se le veía. Una profunda hondonada cortaba el terreno hasta este. Posiblemente hasta allí se llegase por otro sendero de la parte norte.
En los duros inviernos fueron cazadores los que también lo vieron. Después en la próxima ciudad y en la comarca se comentaba, la presencia de la misteriosa figura.
Lo que si se supo fue que por aquellas alturas rebaño no había ninguno. La deducción lógica era preguntarse: ¿Qué podía hacer en aquellas altísimas cimas la misteriosa figura, quien debía ser?
Un guasón en un bar y cargado de vino se le ocurrió decir que aquella misteriosa figura era un enviado por el Dios Padre igual que hizo con su hijo Jesús. Como este estaba como una cuba los otros le rieron la gracia. Todos menos uno, que era corresponsal de un diario de la Capital. Este que llevaba años si mandar un reportaje que interesase publicarlo, no se le ocurrió otra cosa que hacer uno y mandarlo sobre la misteriosa figura de aquellos altos cerros. Para dorar la píldora puso que en curaciones hacía milagros. Que solo con el contacto de sus manos sanaba. Igual… igual, que el hijo de Dios hecho hombre. En el mismo también adjuntó un boceto a lápiz de aquella figura vista desde lejos.
Lo que para el Corresponsal era un parida, o más bien un cuento chino, para la Redacción del Periódico no lo fue. Cansados de publicar las chorradas del Partido de la Gaviota, cientos cincuenta y cincos, y desembarcos de energúmenos con porras, aquello fue como y una corriente de aire fresco.
Decidieron lanzar la mini-misteriosa historia, como algo verídico y a doble página acompañada de opiniones y conjeturas de los brillantes e inteligentes (es un decir) personajes que aparecían en las tertulias televisivas. Incluso dieron voz a una vidente que residía cerca de MORA DE EBRO.
Esta, para darse un baño de masas y aumentar su relativo prestigio afirmó que un buen hombre de VILLAREAL que tuvo un accidente, con la bicicleta y en el que perdió su pequeño Príapo, fue allí y cuando dejó la cueva en la que vivía la misteriosa figura, ya llevaba otro de gran calibre. Lo más extraordinario era que no se le cobró nada. También que a partir de entonces el hombre al que se le adaptó milagrosamente aquel gran pepino a su casa no había día que no le llegasen cañas de señoras pidiéndole hora, para poder verlo, tocarlo y todo lo demás. Las pobrecitas decían que en sus casas tenían de todo menos una maza de mortero como aquella. Una cosa de menor importancia pasó a ser noticia por todas los medios de comunicación del Planeta. El único país que no dejó entrar la noticia fue ARABIA SAUDÍ, que como se sabía a las señoras de allá ni se les dejaba conducir un coche. Todo y siendo una monumental montaje, allí en aquella alta montaña iban llegando gentes con todas las razones inimaginables – y desde los lugares más apartados de la Tierra.
El misterioso hombre que las fue atendiendo cubierto con una vieja manta, con una barba de casi un metro y una cabellera que le llegaba a la cintura les iba hablando lentamente, como si estuviese muy cansado, muy cansado y en un extraño idioma. Uno de los que allí llegaron reconoció un dialecto de los cientos o miles que se emplean en los confines AFRICANOS. A todos los que allí llegaban este les entregaba, cuando les decía la única palabra que sabia pronunciar ‘’SANADO’’ – un pequeño fósil marino, que por aquella alta montaña los había a miles, de una especie de caracol que había desaparecido hacia millones de años, cuando lo del Diluvio Universal, en que las aguas cubrieron totalmente la Tierra.
Cuando al hombre misterioso le llegaba alguna hembra de buenas y exuberantes redondeces, este la hacía pasar a lo más hondo de la cueva, fuera del alcance de vistas y oídos de los que allí esperaban con santa paciencia, y allí entre tinieblas la ensartaba con su prodigioso y deformado Príapo hasta que ellas pedían clemencia. A estas les daba 2 fósiles mientras repetía una y otra vez ‘’SANADA… SANADA. Ellas agradecidas, profundamente, le dejaban en la puerta más que una limosna una buena gratificación. Se supo, que la mayoría de las que entraban hasta el fondo de la cueva volvieron repetidamente. Las que más difícil lo tuvieron eran las venidas desde ALASKA o SIBERIA, por las enormes cantidades de hielo que se acumulaban en aquellas lejanas partes del mundo.
Al hombre misterioso todo y prometiéndole grandes sumas nunca aceptó una entrevista delante de las cámaras de TV ni de otros médios. Con lo que disponía estaba satisfecho. Para él, aquellas aportaciones de los que allí llegaban eran suficientes.
Un día y ya a últimas horas de la tarde cuando ya no quedaban visitantes, aparecieron dos mujeres equipadas de montañeras, y con la tienda de campaña enrollada en su espalda y demás utensilios. Ellas que ya llevaban tiempo oyendo contar aquella historia, quisieron cerciorarse de lo que allí se cocía. Ellas sabían mejor que nadie quien era el personaje ataviado, con la manta. Como también sabían que en cuando éste las mirase con sus culos majestuosos y pechugas como balones de RUGBI, las llevaría al fondo de la Gruta. Lo conocían bien, y durante años tal y como lo supusieron, al llegar frente a este, las hizo pasar, ¡SANAR… SANAR! les repetía él, mientras se las llevaba al fondo de la gruta. Allí, en la oscuridad más absoluta, y ya desnudas, el hombre misterioso se implicó en su labor. Los chochos de ellas, uno de detrás de otro fueron casi devorados para después, también encularlas unas tras otra. – Si no tenían bastante, las tendió en el suelo y las montó como un bravo VIKINGO, de aquellos que llegaron de los Hielos Polares. El hombre misterioso si sabia como se manejaban las lanzas. Después, este en la entrada de la cueva encendió una hoguera. A aquella hora, en la alta montaña ya hacia frio. Mientras los tres se comían latas, de guisantes ya preparadas, fue el hombre misterioso quien habló. -¡Ya sabía que me encontraríais! – Les dijo con rictus, de descontento. –Acaso creísteis que no os reconocería, - continuó este. – Vuestros culos los hubiese reconocido entre miles – Continuó. – Nosotras que creímos que estarías contento de volver a vernos – le dijo la más alta de las dos - ¡Como queréis que estuviese contento, si en cuando queríais que os follase y yo no accedía me poníais la camisa de fuerza! – continuó acongojado el infeliz hombre misterioso. – Verás, - le dijo la más baja de las dos – nos dedicas una semana a ambas y en el psiquiátrico diremos que no te hemos visto, e incluso que hemos sabido que te escapaste a Marruecos.
El hombre misterioso no tuvo opción. Durante siete días y sus correspondientes noches se las fue tirando sin prisa, pero sin pausa. Este, asustado, no quería volver al psiquiátrico en donde había pasado casi la mitad de su vida. Tan pronto como aquellas dos psiquiatras se perdieron de vista se preparó para desaparecer otra vez.
A la mañana siguiente emprendió la bajada que lo llevaría a la ciudad ahora ya vestido con pantalones y camisa y con el pelo y barca cortados. Ya allí y en una hípica compró dos mulos de buena estampa. Por suerte que aún pudo encontrar dos alforjas en un local de trastos antiguos. Desde allí emprendió viaje hacia la montaña en donde había vivido casi 9 años. Una vez allí, fue cargando los medianos sacos llenos de billetes y monedas para después ponerlos en las alforjas. Cuando hubo terminado emprendió otra vez viaje a la ciudad. Durante el camino tiró la vieja manta que lo cubrió durante años.
Ya en la ciudad y en la parte antigua, alquiló temporalmente unos pequeños bajos que se tuvieron que utilizar, para encerrar un coche, y allí dejó las alforjas así como su contenido. Las decenas de sacos llenos de dinero.
Después, cerrándolo, se fue hasta la orilla del Rio y una vez allí soltó a los dos nulos. Al volver al local y como ya era algo tarde se acostó allí mismo encima de las alforjas. A la mañana siguiente y con uno de los medianos sacos bajo el brazo se acercó a una Sucursal Bancaria. Al ser una sola unidad no sería tan sospechoso. Cuando abrió la cuenta el cajero le preguntó socarronamente si eran sus ahorros. Astutamente le dijo que vendía en mercadillos – y que al cabo de unos días llevaría otro.
De esta oficina Bancaria pasó a otra. En todas las entidades hizo la misma operación. En los 7 Bancos de la ciudad ingresó lo mismo. Como dirección postal puso la del contrato del local. Durante el resto de la semana fue a comer a un Bodegón de 3ª Categoría, y a dormir al local alquilado en donde tenía el dinero.
La siguiente semana hizo el mismo recorrido, medio saco en cada Banco ingresado. Al segundo ingreso ya se interesó por él hasta el director de la Sucursal.
Cuando ya todo lo tuvo en orden y para celebrarlo se fue a comer a un buen restaurante. Mientras esperaba que lo sirvieran, hojeó el periódico del día. En las ultimas paginas y como una pequeña noticia más se escribía sobre el caso de un hombre de VILLAREAL que había muerto mientras se tiraba a una mujer y que al llegar la ambulancia pudieron constatar de que aquel hombre lo que tenía entre las piernas más que un Príapo era un BAZOCA.
El misterioso hombre que se cubría con una oscura manta, se fue para PORTUGAL, allí volvería a instalarse en la cima de una montaña, y cubriéndose con una manta esperia mejores tiempos así como que le volviese a crecer tanto el pelo como su barba.