El hombre de la casa, conociendo a Bea y su famili

Como empecé a salir con la hermosa Bea, fogoza y con una familia muy bonita...

El hombre de la casa, conociendo a Bea y su familia.

Hola a todo, os quiero contar cómo ocurrieron los hechos que me llevaron a esta situación. Primero me presentaré, me llamo Paco, mido un metro ochenta y siete. Mi cuerpo no es de modelo ni de deportista, pero algo atrae pues más de una ha querido tener conmigo más que una amistad. Tengo los ojos verdes y el pelo castaño. Como ya digo no soy nada especial pero creo que despierto sensaciones en las mujeres que parecen estar dormidas. Y esta historia que os contaré me confirmó que a veces sin buscarlo ni desearlo entra uno en situaciones de lo más caliente, en que es difícil negarse o prácticamente imposible.

La historia empezó cuando comencé mis estudios de Ingeniería en la universidad. Era el segundo año que estudiaba, el primero no me fue nada bien y allí empecé a tener una amistad más profunda con mi amiga Bea, una chica que había conocido en el curso anterior y que al igual que a mí, no le había ido el curso tan bien como se esperaba.

Después de las clases la acercaba a su casa, pues yo tenía coche y ella vivía en un pueblo al que tardaba demasiado yendo en transporte público.

Bea era una chica sensual de veinte años al igual que yo. Medía sobre el metro y sesenta y siete centímetros. Su pelo era castaño, liso y fino. Sus ojos oscuros me fueron enganchando poco a poco, cada día que pasaba con ella sentía más necesidad de estar con ella. Sus grandes pechos eran una delicia. Pero lo que más me atraía de ella eran sus piernas y sus caderas. Solía vestir con faldas cortas y una vez que su corazón me atrapó, mi obsesión era estar entre ellas.

Tomamos la costumbre de ir a algún bar después de clase, antes de acercarla a su casa y en esos momentos de charla fue cuando descubrí que verdaderamente me estaba enamorando. Empezamos a quedar los fines de semana en su casa para realizar trabajos que nos pedían para nuestros estudios. Recuerdo el primer día que entré en su casa.

Aquel día aparqué el coche y salí. Era sábado por la mañana. Llegué a la puerta de la casa donde tantas veces la había dejado y llamé. Ella me había contado que allí vivía con su madre y sus dos hermanas más pequeñas que ella. Marta era su madre, una mujer de cincuenta y un años, morena, no muy alta y de ojos oscuros. Después estaban sus dos hermanas, Tere y Pili. Tere era dos años más pequeña que Bea, tenía dieciocho. Era algo rellenita y muy guapa. Después estaba Pili, la niña como la llamaban las hermanas, era la más pequeña y tenía dieciséis años, era la más alta de todas y medía más de un metro setenta, con unos ojos verdes e inocentes que junto a su hermoso cuerpo pedía ser amada. El padre de las niñas y marido de Marta había muerto hacía ya muchos años. Pues llamé algo nervioso y Bea me abrió la puerta.

-¡Pasa! – Me dijo.

Caminé por el pasillo en el que había dos puertas al lado izquierdo y otra al derecho. Después de la habitación de la derecha se abría el salón que no tenía puerta, era como una habitación en la que no hubiera pared, allí estaba la televisión y era claro que allí hacían su vida pues en medio había una mesa camilla con su ropa para cubrir el bracero de carbón que allí tenían pues era otoño y hacía algo de frío.

El pasillo acababa con una puerta que separaba a este de un pequeño hall, que usaban en verano, pues estaba comunicado con el patio por una puerta y dos ventanas. A la izquierda estaba la puerta del baño, sólo tenían uno aún teniendo espacio para más, pero la verdad es que allí sólo vivían ellas cuatro; casi enfrente de la puerta estaba la ventana de uno de los dormitorios. A la derecha, subiendo dos pequeños escalones estaba la cocina y al final de esta una pequeña habitación que era la despensa. Saliendo al patio te encontrabas un naranjo en medio. Al lado izquierdo estaba la ventana del baño, la puerta de una habitación que usaban para estudiar y otra al final, bajo la escalera que subía a la azotea, que era un pequeño trastero. Llegué hasta el hall y Marta salió de la cocina a recibirme.

-Mamá, este es Paco el compañero del que te hablé.

-Hola hijo. – Me dio la mano y un par de besos en la mejilla. Sentí el delicioso aroma del perfume que usaba.

-Encantado señora… - Respondí con bastante timidez.

Me sentía raro pues era la primera vez que iba a casa de una chica con la que pretendía tener algo más que amistad. Y además allí vivían cuatro mujeres, seguro que Bea les habría hablado de mí y aquello sería más bien un examen para ver como era yo. Yo quería estudiar con Bea, pero en realidad era más una escusa para estar con ella y poder cortejarla. Su hubiera habido una figura paterna me hubiera impuesto algo así como un límite moral, un “como te pases con mi hija te la corto”, pero a cambio apareció aquella hermosa madre que era Marta.

-¡Hola! – Escuché la voz divertida y algo infantil de Pili que aparecía por el pasillo. - ¿Este es Paco?

-¡Mujer, si he dicho que iba a traer a Paco no va a ser otro! – Bea le contestó algo brusca.

No es que estuviera enfadada con su hermana menor, pero pude comprobar que casi todo el tiempo se trataban así pues al ser la más pequeña era la más mimada y casi siempre hacía lo que ella quería.

Se acercó a mí para darme dos besos y pude comprobar que tenía la misma belleza que las otras mujeres de su familia. Iba con un vestido que le llegaba por debajo de las rodillas y no pude evitar fijarme en su cuerpo, tenía unas caderas anchas y una cintura muy marcada, su pelo oscuro, moreno y rizado caía sobre su cara en la que destacaban sus hermosos ojos verdes. Tenía poco pecho, pero toda ella irradiaba una sensualidad que sólo tienen las chicas bonitas de su edad, deseosa de conocer el mundo del amor y la pasión.

-Hijo ¿quieres un café? – Me preguntó la madre.

-¡Vale, toma el café y Bea me ayuda a hacer mí cama! – Dijo Pili.

-¿Y por qué no te ayuda la Tere? – Protestó Bea.

-Tu hermana ha ido a comprar el pan. – Zanjó la discusión la madre. - ¡Ayuda a tu hermana mientras desayuna Paco en la cocina!

-No, sólo un café… - Dije.

-Pues pasa y siéntate en la cocina…

Obedecí las indicaciones que me dieron las mujeres, quién no lo haría, y me senté en la mesa que había en medio de la cocina que no era excesivamente grande. Marta me dio la espalda mientras me preparaba una taza de café.

-¿Entonces que vives en la ciudad? – Preguntó y empecé a fijarme en su menudo cuerpo… y menudo cuerpo que tenía.

A sus cincuenta y un años aún tenía bonitas formas. Sus anchas caderas y robustas piernas se las había dado en herencia a sus hijas. Se giró y pude fijarme que sus pechos no eran demasiado grandes.

-Toma hijo… - Puso la taza en la mesa. - ¿Quieres algo de comer?

-No gracias… - Contesté.

En ese momento sonó la puerta de la calle y ella salió para abrir. La escuché hablar con la que era la última que me faltaba por conocer, Tere llegaba con la compra. Al momento entraba Marta por la puerta de la cocina y detrás le seguía Tere.

-Esta es la última de mis hijas que te falta por conocer. Ella es Teresa.

-Hola. – Dijo ella y me dio dos besos.

-Hola. – Dije yo levantándome y devolviéndole los besos.

Tere no tenía un cuerpo que llamara demasiado la atención, regordeta y con pocas tetas, su culo era demasiado grande. Más me provocaba el cuerpo de su madura madre que ella, pero era la más bonita de todas, con aquellos ojos que te miraban y derretían el hielo, con aquella boca carnosa que deseabas besar por siempre. En fin, que allí estaba yo con las cuatro hembras que allí vivían, enamorado de mi Bea y embriagado por la belleza y sensualidad de las cuatro.

Sobre las once de la mañana, Bea y yo entramos en la habitación de fuera, la que había en el patio y allí íbamos a estudiar. En la habitación había una mesa en medio con una ropa camilla y debajo Marta ya había colocado otro brasero. Cuando entramos había buena temperatura. Colocamos los libros sobre la mesa y nos sentamos uno junto al otro y empezamos a ver que era lo que teníamos que estudiar. Para no estorbarnos al ser la mese algo chica, cogimos un solo libro, así que tuve la escusa perfecta para arrimarme todo lo posible a ella.

Entre los dos empezamos a leer y discutir sobre lo que teníamos que estudiar. Ella agarraba el libro y pasaba las páginas. Yo junto a ella la miraba… ponía más atención en sus ojos y labios que en las palabras que de su boca salían. En ese momento fui consciente que me había enamorado de ella. Ella no apartaba los ojos del libro y los apuntes y seguía estudiando ajena a que yo apenas le echaba cuenta pues estaba concentrado en su belleza.

-¿Qué he leído hasta aquí? – Me dijo mirándome a los ojos. Me incliné levemente hacia ella hasta que mi boca estuvo junto a su oído.

-No lo sé… - Le susurré suavemente. – Pero ¿quieres salir conmigo? – Le besé levemente en la mejilla y me separé para esperar su respuesta. Me miró por unos segundos a los ojos sin decir nada. Me incliné despacio para besar sus labios.

-¡Venga, que hay mucho que estudiar! – Dijo girando la cabeza rápidamente y volviendo a leer.

-Creo que estamos hechos el uno para el otro… - Le susurré al oído y besé delicadamente su hombro.

Coloqué una mano en su muslo para darle suaves caricias por encima del pantalón. Ella siguió leyendo como si nada mientras acariciaba su muslo y me pegué más a su cuerpo. No me había dicho que sí, pero no rehuia mis caricias. Podía sentir el calor de su cuerpo mientras estudiábamos y me encantaba seducirla con mis caricias y mis furtivos besos.

-¿Descansamos? – Dijo sin mirarme.

-¡De acuerdo! – Dije y le di un beso en la mejilla.

Nos levantamos, ya habían pasado tres horas desde que empezamos a estudiar. Eran más de las dos de la tarde. La puerta se abrió y entró la madre.

-¡Vamos, la comida está hecha! – Tenía una preciosa sonrisa. – Pongamos la mesa para comer.

Para mí fue algo especial comer con aquellas cuatro bonitas mujeres. Charlábamos y al momento empecé a cogerles cariño a todas pues me sentía como en familia con ellas. Me llevó más de un mes conseguir convencer a Bea de que saliera conmigo. Siempre tuve que usar la misma técnica para conquistarla, el acoso y derribo. No le hacía nada impropio, pero cada vez que estudiábamos en su casa, que solía ser todos los fines de semana, le daba caricias y le robaba besos. Incluso una vez le di un beso en la boca y si bien no fue correspondido, tampoco me rechazó, lo cual me daba esperanzas de conseguir tener su amor. Y como os cuento, después de más de un mes de “estudios”, le pregunté si por fin quería salir conmigo y por fin aceptó. Nos fundimos en un beso, no ya tan suave, fue un beso donde le mostré toda mi pasión.

Y así llegaron las navidades de aquel año de 1988. La noche buena la pasamos en mi casa, con mis padres y a una hora prudente la devolví a su casa. Para la noche vieja decidimos pasarla en su casa. Su madre se quedaba sola con Pili y Bea quería pasarla allí. Y así comenzamos aquel año 1989, los dos juntos. Después de las uvas decidimos hacer una visita corta a unos familiares de ellas que no vivían muy lejos de allí. Cogimos el coche y en pocos minutos estuvimos en casa de Paco y Pepa. Él era el hermano de Marta y aunque se veían muy a menudo, nos tomamos unas copas y unos dulces en su casa. Dos horas después no volvimos los cuatro a casa de ellas.

Llegamos a su casa y Marta encendió el televisor en el que sonaba música de esos programas tan aburridos que echan todos los fines de año. Ninguna se había cambiado de ropa y las tres estaban preciosas. Estábamos sentados en dos sillones que había a ambos lado de la mesa. La copa calentaba nuestros cuerpos y estábamos tapados hasta el cuello. A un lado estaban Marta y su hija Pili, mientras que al otro Bea y yo mirábamos el televisor.

Bea estaba sentada de lado y apoyaba su espalda contra mi cuerpo. Llevaba una falda de vuelo y que le llegaba hasta casi los tobillos. Yo la abrazaba y mis manos estaban por debajo de la tela de la mesa, la izquierda pasaba por su cintura y con la derecha empecé a acariciar su muslo. No se podía ver nada y hacía movimientos suaves para que no se notara el movimiento de mi brazo. Miraba a Marta y Pili que no apartaban la vista del televisor. Marta de vez en cuando cerraba los ojos y parecía que se iba a quedar dormida, pero al momento volvía a abrirlos.

Mi mano agarró la tela de la falda y empecé a subirla por los muslos de Bea con algo de dificultad. Ella movió una de sus manos y agarró la mía. ¡Ya se acabó! Pensé, pero su mano subió la ropa con más facilidad y después colocó mi mano sobre su muslo cubierto por unas medias. La acaricié y sentí como mi corazón se aceleraba. La estaba tocando con su madre y su hermana frente a nosotros. Sentía el tacto de la coyuntura de su pelvis con su muslo. Mi pene empezó a crecer. Mi mano se movía con dificultad pues la piel poco cuidada de mis manos se enganchaba con las fibras del tejido que la cubría. Me movía suavemente y empecé a tocar entre sus piernas que se abrieron para que tocara todo su sexo. Ella giró la cabeza y me dio un suave beso cuando empecé a masturbarla con suavidad para no ser descubiertos.

-¡Ven cuñado! – Dijo Pili que se levantaba del sillón al escuchar una canción que a ella le gustaba mucho. - ¡Baila conmigo que hace tiempo que no lo hago! – Marta algo asustada abrió los ojos pues no se esperaba la reacción de su hija.

Tuve que dejar de tocar a Bea por la insistencia de su hermana menor que empezó a tirar de mi brazo. Me levanté y empezamos a bailar. Bueno, ella bailaba de una forma algo sensual, yo me movía como si me hubiera dado un calambre sin dejar de mirar el precioso cuerpo que estaba desarrollando aquella preciosa niña de dieciséis años. Sus caderas me volvían loco y llevaba una falda corta que mostraba las impresionantes piernas que tenía. Su cintura me encantaba pues se marcaba perfectamente donde empezaban sus caderas y donde terminaba su torso.

-¡Oh mierda, ya se acaba la canción! – Dejó de moverse mientras Marta y Bea nos miraban. - ¡A ver si es buena la siguiente! – Ahora sonaba una música lenta y bonita. - ¡Vale, ahora una lenta!

No me dijo nada. Pasó sus brazos por mi cuello y pegó su cuerpo al mío. Gracias a que con el baile anterior mi erección se había disimulado, pues todo su cuerpo se pegó. Era más alta que las otras mujeres, sobre el metro setenta, y mis manos la agarraron por ambos lados de su deliciosa cintura.

Tanto se pegó que mis manos quedaban algo artificiales agarrándola, incluso algo incómodo. Deslicé mis manos por toda la cintura y las puse cruzadas tras su espalda. Nos movíamos y una mano la dejé floja cayendo un poco y notando como la espalda dejaba de ser recta para abombarse para dar paso a su redondo y respingón culo. Ella se movía lentamente y me dejaba llevar al ritmo de la música. Me miraba mientras nuestro suave movimiento nos hacía girar hasta que estuve de espaldas a Bea. Pili apoyó su mejilla en mi pecho y sentí como se acurrucaba contra mi cuerpo. No pude evitarlo, ya Bea me había puesto caliente al tocar su parte más íntima. Dejé que mi mano se deslizara suavemente por el cuerpo de Pili y la dejé tocando descaradamente su culo mientras mi erección volvía de nuevo, ahora provocado por la otra hermana, por la pequeña Pili. Ella frotó su cuerpo contra el mío al sentir mi excitación y mi mano la acarició pudiendo sentir el tremendo culo que tenía, incluso sentí como lo ponía duro para provocarme más. No sé cuanto tiempo duró la canción, pero terminó y tuve que separarme con pena de aquella sensual criatura. Pero lo malo es que no podía sentarme con Bea pues la dureza de mi pene ere imposible que no la notara. El presentador empezó a hablar para presentar otra canción.

-¡Vamos, ahora que baile esa hermosa madre! – Dije haciendo tiempo a que mi sexo se calmara. - ¡Venga Marta levántate y mueve ese cuerpo!

-¡No hijo, no! – Se quejaba y protestaba. - ¡Yo no tengo edad para esas cosas!

-¡Vamos mamá! – La animaba Pili ayudándome a levantarla. - ¡Paco baila muy bien! – Dijo mirándome a los ojos agradeciéndome las caricias que le había dado en su culo. – ¡Verás como te gusta!

Con trabajo conseguimos que se levantara y yo la llevaba de la mano para llevarla a trozo de salón que estaba libre y que habíamos usado como pista de baile. Mi erección casi había desaparecido.

-¡No, lenta yo no bailo! – Protestó Marta al escuchar la canción que empezaba a sonar.

-¡Vamos que no se diga! – La agarré por la cintura con fuerza y la pegué a mí con una mano, mientras con la otra agarraba uno de sus brazos para que lo colocara sobre mi hombro. Poco a poco se fue dejando y empezamos a movernos al ritmo de la música.

-Esto no sé bailarlo… si fuera un paso doble que era lo que yo bailaba de joven…

-¡Marta, aún eres joven! – Le dije.

-¡Si, ya, claro! – Me respondió.

Coloqué mis dos manos en su cintura y también notaba como empezaba su culo. Tocar el sexo de Bea, el culo de Pili y tener ahora a la madura madre entre mis brazo hizo que mi pene volviera a tomar cuerpo y a imponer su presencia. Marta se había separado levemente tras empezar a bailar y mi sexo empezó a acariciar su vientre ligeramente. Noté como se pegó un poco, un instante, lo suficiente para comprobar en que estado me encontraba, pero siguió bailando mirando a un lado y otro sin saber bien que hacer, deseando que aquella canción acabara de una vez.

-¡Vaya, esto qué es! – Tere entraba por la puerta y nos veía a los dos agarrados bailando. Marta se soltó avergonzada y roja por el rubor se sentó en el sitio que estaba. - ¿Todavía estáis levantados? Son las cuatro y media de la mañana.

-Aquí estamos viendo el programa este y tu hermana Pili ha sacado a Paco a bailar. – Dijo Bea desde su sillón mientras yo me sentaba junto a ella. – Después él ha sacado a bailar a tu madre.

-¡Pues es la primera vez que veo bailar a mamá! ¡Parece que Paco no sólo te va a ir bien a ti! – Sonrió y se sentó junto a Pili en el sillón tapándose con la ropa camilla. - ¡Qué frío hace ahí fuera!

-¡Bueno, pues yo me voy a ir a mi casa! – Dije.

-¡Nada de eso! – Aseveró Marta. – Con lo tarde que es y la de borrachos que habrá por la carretera, te quedas aquí a dormir. Bea, le preparas la cama mueble que hay en la habitación de fuera…

Durante una hora más estuvieron hablando y viendo la televisión. Yo estaba en el sillón con Bea y seguí acariciándola y tocándola de forma furtiva. Los dos disfrutábamos. Pili fue la primera que se levantó y se marchó a la habitación para cambiarse de ropa. En ese momento yo llevaba mucho tiempo excitado con Bea y si bien no quería ni podía correrme, si me invadió unas ganas tremendas de orinar. Me levanté y me marché al servicio, saliendo al hall y pasando por la ventana de la habitación me llamó la atención el movimiento de Pili que se estaba cambiando de ropa. Paré por un momento y la vi ponerse en pie. Sólo llevaba las bragas y podía apreciar que tenía unas tetas pequeñas con unos pezones muy oscuros y con aureolas pequeñas y muy oscuras. Estaba casi de lado a mí, pero podía apreciar la hermosura de aquel cuerpo, y sobre todo su respingón culo que antes había tocado levemente, cubierto por aquellas deliciosas bragas negras. Se giró un poco más hacia mí y metió sus dedos índices por el filo de las bragas, desde la parte más baja y se las fue colocando bien para acomodarse. Después agarró su pijama y lo colocó sobre su pecho, se puso frente al espejo del ropero y puso su culo en pompa, moviéndose para observar todo su cuerpo.

Yo me había quedado petrificado ante tal espectáculo. Quedé parado dando el paso que estaba dando. Si Bea me había enamorado por su forma de ser y su corazón, Pili tenía una sensualidad natural que me embriagaba la mente en sentimientos lujuriosos.

-¡No te mires más que te vas a gastar! – Dijo Tere entrando en la habitación.

La voz de la hermana me sacó de mi ensueño y entré en el servicio rápidamente. Oriné y en mi mente se repetía la imagen de Pili. De buena gana me hubiera cascado allí una paja a la salud de aquella hermosa niña.

-¡Vamos Paco, ayúdame a montar tu cama! – Bea me hablaba desde el otro lado de la puerta del servicio. - ¡Y corre que todas necesitamos entrar en el servicio!

-¡Ya voy contesté! – Tiré del agua y salí.

Bea llevaba unas mantas en las manos y nos fuimos a la habitación donde solíamos estudiar. Allí tenían en un rincón una cama mueble bastante antigua, bastante pequeña pero que me serviría para pasar aquella noche, la primera noche que dormía en su casa, en la casa de cuatro mujeres. La colocamos, desplegamos e hicimos.

-¿Crees que estarás cómodo? – Me preguntó Bea.

-No sé, pero he dormido en sitios peores… - Me tumbé sobre la cama, vestido como estaba y mis pies sobresalían un poco. - ¡No está mal! - Bea estaba junto a mí con su pijama, un pantalón y una camiseta. La agarré por la mano. - ¡Cierra la puerta!

Me hizo caso y echó el pestillo. Se colocó sobre mí y empezamos a besarnos mientras la madre y las hermanas se preparaban para dormir. Nos acariciábamos y nos besábamos apasionadamente disfrutando de nuestros cuerpos. Ninguno de los dos habíamos tenido antes relaciones sexuales y tenerlas allí aquella noche era muy arriesgado, así que aquello sería un magreo de buenas noches antes de dormir y para irnos calentitos a la cama.

Bea me abrazaba mientras nuestras bocas no paraban de jugar con nuestras lenguas. Estaba casi encima de mí y la agarré por la cintura para que se colocar justo encima, acaricié su culo y agarré sus muslos. Separé sus piernas y su sexo se colocó sobre el mío. Estábamos vestidos y no parábamos de acariciarnos. Mis manos acariciaban su culo y sus pechos. Ella cada vez estaba más excitada y mi pene enfurecido empujaba su prisión contra el sexo de ella. Sus caderas se empezaron a mover instintivamente haciendo que el roce fuera más intenso. Mis manos empujaban su culo contra mí. Me estaba montando y las ropas que llevábamos no evitaban el roce de nuestros jóvenes e inexpertos cuerpos.

No podía más, lo que había ocurrido antes con Pili y Marta, los toqueteos frente a ellas del sexo de Bea y las caricias de ahora consiguieron que mi excitación no pudiera más y mi semen se preparara para salir.

-¡Para, por favor para! – Le imploré para que dejara de frotar su cuerpo contra el mío. - ¡Me voy a correr! ¡Para, para!

-¡Ahora no, ahora no! – Me respondió.

Bea estaba teniendo su primer orgasmo y no podía dejar de darse placer contra mi pene. Se incorporó y sus caderas no paraban de moverse mientras se corría. Su cara estaba descompuesta por el placer que estaba sintiendo, un nuevo placer que nunca antes había experimentado ni siquiera en soledad. El placer que sentir al verla gozar fue superior a mi necesidad de correrme y lo único que fui capaz de hacer fue empujar mis caderas para forzar más el contacto de nuestros sexos y disfrutar del orgasmo que mostraba Bea.

Cayó rendida por el placer sobre mi pecho y no podía hablar, unos leves “Qué bueno, Dios, qué bueno”, era lo único que me repetía en un susurro al oído.

Cuando acabó se levantó y me despedí de ella para que se fuera a la cama. Ella entró en el baño a asearse algo y después entré yo para acabar de desahogar toda la presión que contenía mis testículos. Pensé en todo lo que había pasado esa noche mientras mi mano se agitaba sobre mi pene y al momento empecé a lanzar chorros de semen que cayeron sobre el frío inodoro. Salí del baño y todas las habitaciones estaban apagadas salvo la mía. Me desnudé y me metí como pude en mi pequeña cama, contento y excitado por haber conocido a Bea y a su familia. Me sentí el hombre de la casa.