El Hombre Completo

Una amistad sin fronteras.

Son las 19:24 del 26 de febrero de 2017 (publico esto un 12 de marzo, pero no voy a mentirles) y los últimos pétalos de frío de San Valentín se pudren insultados en el piso. Han pasado apenas 12 días y la euforia colectiva por la búsqueda del sentimiento magnánimo ya casi ha desaparecido. De ella apenas quedan débiles ascuas moribundas en un jardín lleno de cartas de amor, pétalos de rosas en descomposición y canciones hermosas que al ser dedicadas dejarán de ser las favoritas cuando la relación termine.

Pero no os confundáis, no estoy en contra de un día conmemorativo para el amor. Es más, estoy escribiendo esto precisamente por la cadena de acontecimientos que nacieron a partir de aquel día y que hoy han dado, junto a las moribundas flores del mal, su último y delicado aroma, un último respiro.

Probablemente la avaricia, la soberbia, la cobardía y la codicia han dibujado caminos sinuosos en mi existencia. A veces terribles como el tóxico Lorenzo, a veces hermosos y sublimes como el Sr. Escobar (de este último probablemente les cuente algún día, si me lo permiten).

Estamos, sin embargo, aquí por razones ajenas a ambos. Estamos por un tipo especial de hombre que siempre ha significado problemas para mí, porque jamás sé cómo manejarlo. Y siempre que aparece, bajo el nombre de cualquier mortal, trae consigo descargas increíbles de adrenalina o dopamina.

Apuesto a que ya lo habéis adivinado. Se trata de un macho alfa. Sugiero con suma importancia diferenciar a un macho alfa de un imbécil con un ego de mayor tamaño que su pene, porque como todos sabemos, de estos hay muchos. Dicho esto, permitidme retroceder los acontecimientos hasta hace unos dos meses más o menos, desde el día en el que percibo que todo empezó.

Lunes 5 de diciembre de 2016, 20:19. Quito Centro.

—Cariño créeme que si no puedes decirle “vagina” a la vagina, te entiendo menos.

Carolina me daba un aventón hacia casa, y si bien es una de las pocas personas con las que puedo conversar sin tapujos, es también una de las más timidas.

—Bueno pues, lo siento, pero yo no puedo… ya sabes, masturbarme.

Miré sus manos mientras conducía, luego a sus ojos intentando descubrir algún haz de mentira.

—Ok… ok —acepté neutral—. Pero al menos dime que tienes buenos orgasmos con él.

—Creo que ese es el problema —fijó su mirada en el camino, mi teléfono vibró—. No sé lo que es un…

—Oh mierda…

—Ya sabía que te ibas a poner así, para eso mejor no te contaba…

—No, no es eso —dije distraído mirando la pantalla—. ¡El hijo de puta me ha cancelado!

Ambos hicimos silencio, ella mirando al infinito y yo al móvil, frenando conclusiones que me llevarían a otras conclusiones. Observé por la ventana y tomé una decisión.

—Cariño déjame en la siguiente cuadra… sí, en esa calle.

No hizo preguntas hasta que abrí la puerta.

—¿Estás bien? —preguntó antes de que sacara un pie.

Suspiré, le sonreí y con un débil “sí” salí del automóvil.

—Pero —le señalé—. Tu y yo, señorita, tendremos una conversación muy seria acerca de orgasmos.

Sonrió de buena gana, asintió. Cerré la puerta y cuando me alejé un par de pasos escuché el chillido de su claxon. Volví.

—Ey, Don Juan —puso una envoltura de plástico en mi mano no sin antes percatarse de que nadie nos observaba—, protégete.

—Te amo –alcancé a decirle antes de que acelerara.

Caminé un poco hasta terminar de decidirme. Finalmente le marqué:

— ¿Aló —respondió una voz grave—, Daniel?

Tomé un respiro antes de continuar, necesitaba decisión.

—Sí, soy yo. ¿Ocupado?

—Un poco sí —parecía dudar—.  Pero no lo suficiente para decirte que no.

—Aún no te digo nada…

—¿Quieres que nos veamos?

—Bueno, sí…

—Pues no le voy a decir no a eso.

Sonreí.

—Nunca cambies —entré en confianza, me mordí el labio—. ¿Te veo en una hora?

—Ahora estamos hablando mi idioma —pude sentir como sonreía al otro lado de la línea.

Una hora después estaba en la casa de un hombre al que probablemente no le faltaban pretendientes. En el portal de un compañero que gustaba de llamarme a mitad de la noche para tener alguien con quién conversar después de que el amante de turno abandonara su cama. En el hogar de un amigo.

Toqué una vez… no hubo respuesta. Dos, tres veces... A la cuarta me aventuré a empujar y para mi sorpresa la puerta se abrió. Las luces estaban apagadas y por un instante temí que le hubiese ocurrido algo, o peor… que también me haya dejado plantado.

Sentí la rugosidad de sus manos cubrirme los ojos desde atrás. Recordé la primera vez que nos habíamos acostado, hace un año quizá. Él era empleado de mi padre, y bueno, la historia se cuenta sola. Fuimos amigos desde entonces, unos amigos muy… cercanos.

—Oh Romeo, Romeo —su afectación me desarmó—. ¿Dónde estás que no te veo?, dicen que eres hermoso, pero eres feo…

—Oye no soy feo —Le di un pequeño codazo en medio de la oscuridad—. Solo soy… visualmente incómodo.

Ambos reímos. Él se retiró y cerró la puerta, en medio del cuarto oscuro pude sentir como su mirada me analizaba como si fuera su presa.

—Vamos ya —dije algo nervioso, la oscuridad en verdad no se me da—, enciende la luz…

Levanté las manos mientras intentaba acercarme a la pared.

—No, chico malo —Se burló mientras se apoderó de mi brazo y lo colocaba en mi espalda.

Se acercó más y pude sentir sus manos tomarme de la cintura y su aliento rozándome el cuello.

—Este – suspiró—, es un juego de dos

No pidió permiso, tomó algún tipo de tela y ató mis muñecas. Sonreí al comprender un poco su juego, me dejé hacer.

Él sonrío a la par y sus manos no perdieron su ritmo y sin pensárselo dos veces se deshicieron del cinturón y se abrieron paso por el pantalón abierto hasta abrazarme por completo. Sus dedos hicieron un poco de cosquillas, él sabía que me retorcería como gusano con epilepsia así que ambos volvimos a reírnos.

Sus manos, sin embargo, aún tenían el control, con un solo movimiento me dio la vuelta hasta quedar frente a frente. Él por supuesto con 2 o 3 centímetros menos que mis 1.80 m.

El compás de mi respiración agitada perfumaba el ambiente, tan de repente como me había asaltado se apartó de mí. Esperé, pero la oscuridad me inquietaba y justo cuando pensé en preguntar algo, lo que primero se me viniese a la cabeza, sentí una mano detrás de mi nuca.

Fernando enredo sus dedos en mi cabello y con determinación me acercó hacia su rostro. El patán sabía cuánto me ponían esos besos cerdos, salidos, mojados.

Forcé un poco mis ataduras, me di cuenta de que podía liberarme sin complicaciones, quería comerle los labios mientras le devolvía el gesto con las manos. Pero recordé lo del juego, así que una vez más le dejé hacer.

Él pareció adivinarlo, tomó mi rostro con ambas manos y empezó a succionarme al alma. Deliberadamente, y en ocasiones, paseaba su lengua por mi barbilla, o por mi mejilla mientras yo soltaba una pequeña risilla por la ocurrencia.

Andrés podría ser todo, cómico, buen amante, alguien increíble. Y haría feliz a cualquier hombre. Pero ese hombre no era yo, porque había algo que no me permitía dar el siguiente paso y él lo sabía. Pero era tan listo al no pedirme más que me hacía desear poder enamorarme de verdad de él. Y esto a ratos también me lanzaba un poco hacia la culpabilidad, como en ese momento, en el que todo esto se cruzó por mi mente en un segundó y corté la magia por miedo a darle alguna señal errónea mientras él me mordisqueaba el cuello.

—Ey, San Bernardo —bromeé mientras sentía su aliento ardiente en mi cuello—, que tal si nos movemos hacia tu cuarto.

Pareció molestarse un poco, pero jamás lo aceptaría.

—Eres aburrido. ¿Lo sabías?

—Sí, bueno, es que me traes literalmente de los pelos.

—Pretextos, pretextos, es solo hacer…

No lo dejé terminar, de alguna forma cósmica me ubiqué un poco. Rompí los trapos en mis muñecas, lo empujé con una mano hacia la pared mientras con la otra agarré su nuca con brusquedad. Empujé mi cuerpo hacia él mientras enterraba su rostro en el mío.

Sentirle acorralado elevaba mi ego al siguiente nivel. Me dolió que me considerase aburrido. Abandoné sus labios no sin dejarles antes un pequeño mordisco. Acerqué mi boca hacia su oído.

—Quise decir —susurré con total seguridad—, que nos vamos a tu cuarto, AHORA.

—Cabrón… —gruñó—. Como me pones cuando haces eso.

— ¿El qué? —dije como quien no quiere la cosa mientras rápidamente me incliné hacia sus muslos, los tomé con ambas manos y le di un impulso hacia arriba. “¡Upa!” Él entendió y con un gemido me abrazó con las piernas. Mi pelvis rozó sus bajos mientras hundía mi rostro en su cuello.

—Eso —volvió a decir mientras jadeaba.

—Cabrón —le dije yo también separándome de su delicioso cuello—, como me pones tu a mi cuando gimes.

Y era verdad, en todo este trayecto de conocernos, había descubierto que su voz elevaba mi libido a niveles insospechados. Una vez en su cuarto volví a escucharla mientras me fundía dentro de él. Amaba que me dijese de todo, porque sabía que su voz, en ese estado, era lo más sincero que escuchaba en mucho tiempo.

Y a él le encantaba decirlo, y yo se lo permitía. De hecho, si me fijaba, “cabrón” y “puto” iban casi juntas cuando Andrés estaba de espaldas hacia mí, se la metía hasta el fondo y la dejaba allí. Él intentaba escapar, pero eso me ponía más; así que le tomaba de la cintura con fuerza y empujaba un poco más. Él volví a decírmelo y yo le soltaba jadeante. Pensaba que lo iba a dejar, en vez de eso, agarraba sus muñecas, lo levantaba y antes de escuchar una sola queja se la enterraba de nuevo, usando sus manos como anclas hacia mí para que no se suelte.

Y empujaba mi pelvis hasta ver el hermoso espectáculo de sus nalgas rebotando de manera obscena contra mí. Podía ver las gotas recorrer su espalda ancha, su gruesa y sexy voz babeando palabras sin sentido, sus brazos corpulentos tensándose. La noche era un espectáculo oscuro de quejidos, en la tenue luz de su habitación podía ver mis manos agarrando sus muñecas y las suyas tomando las mías...

No duró mucho. Andrés, desde su posición se irguió, giró la cabeza y con una mano acercó nuestros rostros. Me siento culpable al aceptar que quise rechazar ese beso, pues apenas lo sentí supe que era el más suave y dulce de aquella noche, sabía que él estaba cerca así que le devolví el gesto arrojándome sin la opción del remordimiento. Me incliné y le devolví el beso, profundo, suave y desesperado.

Sin embargo, me agradó más la sensación de sus músculos al contraerse en torno a mí mientras él sentía la intensidad de su orgasmo. Nada mejor que la satisfacción de poder llevarlo a ese lugar superior a toda delicia terrenal, al menos por un par de segundos.

Por supuesto, saber que él había tenido su orgasmo le quitó la cadena al mío. No tan intenso, pero sí completo.

Usualmente después de eso me entrarían unas increíbles ganas de dormir, le daría un beso casi de agradecimiento y me tumbaría como roca. Pero él era Andrés, mi amigo, así que con toda la fuerza de voluntad me quedé observando como lentamente volvía a la normalidad. Él no es de los que nos dormimos después del sexo.

—Vaya —Fue lo primero que dijo—. Me duelen los hombros.

—Sí, lo siento.

—No, no, está bien. Me agradó.

Sonreímos, no sabía muy bien cómo empezar de nuevo una charla. Al menos no en esos momentos. Decidí que fuese él quien lleve la conversación, ya veríamos como va luego…

—Entonces…—empezó calmado, luego añadió—: ¿Quién es el imbécil?

“Este tipo es brujo”, pensé. Al menos intenté ocultar mi sorpresa.

— ¿Cuál imbécil?

—Daniel, nos conocemos.

—Está bien —suspiré—, me tienes. Pero no vine aquí solo por eso. En realidad, te extrañaba.

Me miró ya con la débil luz de una lámpara, la profundidad de sus ojos negros intentaba develar el misterio.

—Sabes que puedes contarme todo —Fue lo único que contestó ante mi estúpido intento de disculpa.

—Está casado —solté sin más para minimizar el problema.

Sonrió, pero sus ojos no.

—Y…

—Y pues eso… que me ha dejado plantado.

—¿Hoy?

—Sí, hoy…

—Está bien —concluyó sin más—, pudo haber sido peor.

—¿Peor?

—Sí, peor, vamos, estás corto de palabras para ser tú. Pudiste haber sido tú el casado, como hace un año que no te veo, no me sorprendería.

No contesté a esa clara invitación de pelea. Solo lo observé esperando.

—Vale —giró los ojos—, lo siento, pero en verdad si me cabrea que no me hayas escrito antes, es decir, para nada.

—Tienes razón —asentí esta vez de verdad conmovido—, y lo siento por eso. De hecho, tenía recelo por si tú también me dejarías plantado.

Y mierda, toda esa conversación iba justamente por donde no debería ir.

—Nunca lo haría, que lo sepas.

No contesté de nuevo, este hombre vale oro, lo juro.

—Entonces —continuó con una sonrisa—, ¿vas o no a contarme lo que pasó con el imbécil misterioso?

—Okay —levanté las manos—, tú ganas. ¿Puedo omitir lo detalles melodramáticos?

—Pero si estás aquí justamente por eso.

—Buen punto.

Ambos reímos de nuevo. Busqué un inicio para tan descabellada historia, pero antes siquiera de pronunciar una palabra, escuché mi teléfono sonar en el bolsillo de mi pantalón. Desnudo como estaba salí de la cama para tomarlo mientras Andrés me daba una nalgada juguetona.

Vi el remitente. La sonrisa se me borró del rostro. Mis pupilas alternaban entre la pantalla de mi teléfono y los ojos de mi amigo que empezaban a preocuparse.