El holandés errante
La vida es una comodidad que se vende como muchas otras cosas. Es tan fuerte y a veces tan insignificante.
Extrañaba a mi madre, pero ella murió cuando yo era muy pequeña. Así que me crio mi padre de la mejor manera que pudo. Él era un marino mercante, que gracias a sus constantes viajes no podía cuidarme él solo. Por eso me dejó al cuidado de una institutriz. Pero años después decidió internarme en un convento de monjas.
Yo no era feliz, cada que lo veía le suplicaba para que me llevara con él. Así que desde que cumplí doce años comenzó a llevarme a algunas de sus travesías. El contacto con el océano me dio fortaleza, amé salir con él a pesar de las restricciones que me imponía.
Todo esto hizo que dejara de comportarme como una niña frágil o “modosita”. Mi padre siempre fue firme y autoritario. Aunque conmigo trataba de ser justo y afectuoso, sin conseguirlo. Pero, lo que ni él ni nadie sabía, era la gran necesidad que tenia de un abrazo o un “¡Cuánto te quiero!”
En el tiempo libre los marinos acostumbraban platicar de relatos de fantasmas o monstruos marinos. Cualquier cosa que nos permitiera pasar el rato entre olas y más olas. De todos ellos el que más llamó mi atención fue el de “El Holandés Errante”:
Era un barco fantasma condenado a vagar eternamente por los mares del mundo, sin poder llegar a puerto. No tenía una ruta fija y nadie sabía de una posible redención. Según algunos el castigo se dio por una blasfemia del capitán, algunos otros creían que se maldijo por un asesinato. Esta historia emocionaba a muchos y a otros los llenaba de pavor.
Era costumbre narrar lo sucedido cerca de la medianoche, entre murmuraciones de algún marinero que decía haberlo visto. Lo peor era que se aseguraba traía calamidad a cualquiera que se topara con él.
—Es más —decía alguno—, el navío que se cruce con el buque fantasma de seguro terminara naufragando— En ese momento los demás aclamaban y se iniciaba un intenso debate.
Yo no participaba en las discusiones, solo los escuchaba con interés. Pero algo no terminaba de cuadrarme de esta maldición.
—Solo es un ser incomprendido —llegue a decir en alguna ocasión —Los que me escucharon me vieron con incredulidad y otros estallaron en risas.
Pero algo raro me pasaba: solo de escuchar el nombre de “Willem van der Decken” sentía un intenso escalofrío: Si era cierto lo que decían de ese pobre hombre debía sufrir mucho. «Un Desgraciado al igual que yo». Pensaba.
Desafortunadamente el mar tiene lo mismo de fascinaciones que de peligros: Una tarde del año 1679, cuando recién había cumplido los dieciocho años, un navío pirata nos encontró. Mi padre no se rindió, por lo que los cañonazos no se hicieron esperar dañando seriamente el velamen. La tripulación corrió de un lado a otro para enfrentar el inminente ataque.
—¡Vete a tu camarote y no salgas pase lo que pase! —Me ordenó mi padre. Quise protestar, pero él me abrazó a la fuerza y me encerró en el mismo.
Escuché aterrada disparos de mosquetes y pistolas ¡los piratas estaban abordando mi barco!: gritos, amenazas y golpeteo de metales se escuchaban por todas partes.
—¡Dios mío ayúdanos…! —comencé a orar aterrada.
No comprendo porque pensé en el holandés errante: En ese momento preferiría navegar eternamente que perecer en un asalto pirata. Más de una vez había escuchado la desgracia de las pobres mujeres que se encontraban con ellos. Imploré con todo mi corazón por ayuda divina. La imagen del barco fantasma fructificó en mi mente. Inconscientemente invoqué su ayuda.
Escuché un lamento muy cerca de donde me encontraba. ¡Era mi padre! No pude reprimir un grito de angustia, sin pensar en las consecuencias tomé lo primero que encontré a la mano y salí dispuesta a enfrentar al que lo estuviera atacando. Pero un pirata que estaba cerca me empujó estrellándome contra la pared. Todo era confuso, nunca había estado en un combate y la cabeza me daba vueltas.
El sucio marinero me cargó como si fuera un objeto, me aventó a la cama de mi camarote. Intenté defenderme. Mi agresor reía creyéndose dueño de la situación, hizo ademanes obscenos y comenzó a toquetearme. El horror de imaginar lo que me haría, me hizo sacar fuerzas de no sé dónde: Le di una patada lo más fuerte que pude en sus genitales. Dobló su cuerpo por el dolor, golpee su cabeza con un candelabro y salí corriendo lo más rápido que pude.
Llegué jadeante a cubierta. Vi con horror la cruel pelea: la tripulación de mi padre contra los piratas. El barco se teñía de sangre y muerte. Varios hombres yacían en el piso ensangrentados y aun gimiendo ¡Pero no veía a mi papá por ningún lado! En ese momento un ruido muy fuerte pero extraño se escuchó a lo lejos:
Un inmenso barco emergía de las profundidades y se acercaba a gran velocidad. Resplandecía con luz fantasmal y daba terror solo de verlo. ¡Era el Holandés Errante quien venía a nosotros!
Era más grande y oscuro de lo que jamás hubiera imaginado, no podía dejar de mirar sus inmensas velas tan rojas y terribles como la sangre. Parecía desgastado, pero avanzaba con una fuerza y majestuosidad que lo hacían parecer el Dios de los mares.
Si en ese momento terminaba el mundo, no me importaba. Estaba presenciando la escena más fantástica y terrible de mi vida.
Todos estábamos expectantes, los gritos de la tripulación y los piratas no se hicieron esperar.
Como si se tratara de un flash o una imagen de pesadilla, pude ver a quien creí era el capitán Willem van der Decken dirigiendo a sus hombres. Solo de contemplar su imponente presencia, sentí un temblor espantoso: su cuerpo poderoso, su cabello largo y dorado y esos ojos intensos lo hacían parecer un hombre majestuoso.
Retrocedí asustada, pero no podía dejar de verlo. No comprendía como es que a pesar de la distancia podía apreciarlo, sentirlo, emocionarme. Él se volvió a mí, su chaqueta de cuero era color vino y su voz parecía de trueno. Grandes eran las noticias de él y las desgracias que por su causa ocurrían. A pesar de todo no podía dejar de mirarlo.
¿Qué rayos era todo eso? Una especie de neblina comenzó a cubrirnos. Varios de los hombres corrieron despavoridos.
—¡Es el demonio de los mares! —gritó alguien.
—¡Contra el espectro no podemos luchar! —chilló otro más.
Algunos más osados injuriaron la nueva aparición. No faltó quien comenzara a orar. El barco fantasma ya estaba prácticamente sobre nosotros.
Se enlazó a mi buque, los extraños tripulantes abordaron y comenzaron a pelear contra los piratas. Algunos quisieron huir, pero fueron alcanzados por los fantasmas. Golpes y cuchillazos se oían por doquier ¡Sangre había por todas partes!
Los cuerpos comenzaron a caer, a algunos se les veía incluso parte de sus órganos. No faltó quien hubiera sido decapitado. Ningún pirata salió vivo de aquella carnicería.
—¡Dios mío! ¡Que ya pare todo esto!
Cuando creí que todo había terminado el capitán Van Der Decken se acercó al pirata que trató de mancillarme. Lo maldijo y sin darle tiempo a huir le cortó su cabeza, la cual rodó hacia mí. Grité horrorizada, en cambio él caminó hacia mí como si no pasara nada. De manera solemne tomó mi mano y sin dejar de mirarme la besó. Fue un beso helado, igual que su tacto. Era tan… diferente a todo lo que había sentido en la vida.
Con una voz tan profunda como misteriosa me dijo:
—Catalina, Ese hombre jamás te volverá a molestar
—Yo… no me llamo así —respondí apenas pudiendo hablar. Pero él sin inmutarse ni soltar mi mano continuó:
—Así como invocaste mi nombre puedes volver a hacerlo. Y yo vendré a ayudarte. Por tu padre no te preocupes pronto sanara; al igual que toda su tripulación —Sus ojos brillaron y al instante caí desmayada.
El Capitán Willem van der Decken regresó emocionado a su casa
en Terneuse, Holanda. Abrazó con efusión a su esposa Catalina, la llenó de besos mientras le comunicaba sus buenas nuevas:
Por fin logró el mando de ese poderoso barco mercante. Estaba nervioso y con la adrenalina al tope. Era joven y gracias a su gran dedicación y trabajo consiguió ese puesto tan importante.
Por si fuera poco, su viaje sería hacia las Indias Orientales, cargarían mercancía exótica. Después la revendería a precios muy buenos. Si todo salía según lo planeado, sería la última vez que se embarcara.
—Volveré pronto y seremos ricos —dijo mientras la besaba.
—Pero si ya lo somos. ¡No quiero que vayas a este viaje! me dolerá tu ausencia, el mar es tan…
—¡Excitante! Es una verdadera lástima que en este viaje no quieras ir conmigo —la abrazó con fuerza, mientras lanzaba exclamaciones de júbilo y alegría.
—No, tengo un muy mal presenti… —ya no podía seguir hablando porque los besos de su esposo la abarcaban de toda a toda.
Él estaba feliz, pero ella se tocó el corazón como si algo presagiara. Se separó un poco dándole la espalda, pero él caminó hacia ella, besó sus lágrimas y contempló sus ojos tan profundos.
—Mi amor será mi último viaje y luego invertiré mis ganancias para poder estar contigo y nuestros futuros hijos. Es lo único que me falta para que nuestra felicidad sea completa.
Esa noche el hecho de saber que no se verían en mucho tiempo hizo que dieran paso a sus deseos más profundos. El joven holandés hizo gala de su romanticismo y sensualidad: hubo velas, aroma a incienso, y un poco de mermelada que les sirvió para untarla anudada a su lujuria y amor.
La oscuridad comulgaba con la mediana luz, las sombras se confundían con las figuras de la noche. La mano de él se deslizaba por los turgentes pezones de su mujer estremeciéndolos.
—Te amo.
—¡Oh mi vida, me llevas al placer.
La besó con intensidad. Sus labios rosas en esos momentos le parecieron más hermosos que de costumbre y sus pequeños senos eran para él las montañas de la gloria. Acarició con delicadeza su piel, tan bella como apetecible.
Besar la flor de su feminidad resulto un manjar exquisito, saboreó su néctar con tanta pasión que parecía era la primera vez que lo saboreaba. Catalina se estremecía loca de éxtasis, ser atacada por esa lengua voraz la llevó a la cima de la gloria. No estaban seguros si pecaban o no, pero su pasión y ganas de amarse los llevaron a hacer lo pocas veces imaginado.
Ahora eran los labios de ella, los que acariciaban la parte tan viril y poderosa de su amado. Entre gemidos y palabras pasionales, marcaban el ritmo. Él estaba a punto de explotar, pero hizo esfuerzos por aguantar más.
La cargó poniendo su cuerpo desnudo entre las sábanas blancas. Ver a su amada a la luz de las velas, le dio un toque erótico y a la vez dramático. Sabía que no vería a su esposa en mucho tiempo. Besaba con efusión sus labios expresándole todo lo que sentía. Su parte más íntima se acomodaba entre sus piernas, los movimientos desfilaron de lentos a rápidos, de profundos a prohibidos. Caricias y penetraciones no se hicieron esperar ni por aquí ni por allá.
El éxtasis llegó, el marido se dejó caer sobre el cuerpo sudoroso de su esposa. Si algo no habían hecho antes, era amarse de aquella manera. En otras circunstancias les hubiera parecido pecaminoso, pero en ese momento era la única manera que ellos consideraban para amarse.
A la mañana siguiente la despedida fue muy triste. Mediante miles de caricias y juramentos se encaminaron a la puerta principal. Catalina tomó del brazo a su marido y dijo:
—Tengo miedo que algo te pase y ya no vuelvas.
—No te preocupes mi vida. Te juro por lo más sagrado, que no habrá fuerza ni voluntad divina que pueda separarme de ti —la besó y se fue a toda prisa, porque temía si se quedaba un minuto mas no podría separase de ella. La señora van der Decken miró con tristeza como su marido se desaparecía ente la colina.
El capitán llegó a Ámsterdam, tomó su flamante navío y partió directo a las Indias. Su viaje fue pacífico y sin ningún sobresalto. Cuando no estaba ocupado en sus labores diarias, miraba para el horizonte pensando en su hermosa dama de cabellos rubios y piel blanca y suave como la más fina seda. Su cuerpo tal vez no era el más hermoso, pero sus curvas eran capaces de dejarlo sin aliento. Consideraba que no había mujer más agraciada en su país.
Pero cuando llegó a su destino, la suerte cambió: La mercancía se atrasó por mucho tiempo. Y al joven holandés no le quedó de otra más que esperar, para distraerse tomó pequeños viajes locales, conoció las costumbres del lugar e hizo algunos amigos. Pero extrañaba a su esposa, se cansó de ir a las mismas tabernas, de jugar a los dados con sus hombres y de cuanta cosa hubiera en la costa.
—Me hastía este lugar. —terminó diciendo.
Acostumbraba escribir sus aventuras y desventuras en un diario personal, creía que era la mejor manera de preservar su viaje.
—Hay piratas por los mares, lo siento, pero aun no puedes salir. —Le dijo un día el encargado de la compañía—. Diviértete un rato, ten una mujer y…
—Solo dime cuando podré salir —dijo impaciente.
—Tal vez en un par de semanas.
—Eso me lo has dicho desde hace meses —hizo esfuerzos por no gritar.
—No puedes salir —Simplemente se encogió de hombros y siguió con lo suyo. Willem por su parte se alejó furioso.
El barco por fin pudo zarpar después de dos años. Pero las inclemencias del clima y amenazas de los piratas los obligaron a cambiar de rumbo varias veces. Llegar a nuevos puertos y cambiar de planes a cada momento lo ponía de mal humor.
Más de una vez pensó en abandonar todo y salir por sí mismo, pero de nada le servía; Mientras hubiera malhechores no podía hacer nada. Tenía que permanecer firme y dar aliento a su tripulación. Le gustaba la aventura, no podía negarlo, pero extrañaba a su esposa.
—Mi suerte es buena —trataba de darse ánimos.
Cuando viajaba cerca del cabo de Nueva Esperanza se hizo una promesa:
—Este será el punto de no retorno. Pase lo que pase iré directo a Holanda. No son muchas las semanas que me faltan para estrechar a Catalina entre mis brazos —dijo con determinación.
Pero el destino parecía caprichoso con la suerte de van der Decken. Le faltaba poco para doblar el
cabo, cuando una terrible tormenta se descargó con furia. Avanzó directo, no estaba dispuesto a rodearla y perder tiempo. Al principio creyó que podría pasar a través de ella, pero mientras más avanzaba peor era el temporal.
—¡Esto es el colmo! —Gritó fuera de sí, mientras daba una violenta maniobra al timón—. ¡Estoy harto! Quiero regresar a mi casa y nadie me lo impedirá.
Sin tomar precauciones pasó por en medio de la tempestad. Las súplicas de su tripulación no lo hicieron detenerse. Él mismo dirigiría su destino, él mismo se enfrentaría a los demonios.
—¡Capitán, volvamos a puerto! —gritaban los marinos
—No de nuevo, no otra vez.
—Pero…
—Sean valientes que nuestro destino está marcado ¡Seamos fuertes!
—Al menos refugiémonos en un puerto seguro.
¡No, no, no! El capitán se negó a escucharlos, la furia de él se incrementaba. Unos se quejaban, otros exigían a viva voz. Incluso unos tripulantes intentaron amotinarse. Pero el reacio oficial parecía que estaba dirigido por los demonios, se mantuvo firme, descubrió quien era el líder, y por primera vez sus manos se mancharon de sangre aventando a su hombre por la barandilla.
El mar estaba embravecido. Los tripulantes hacían todo lo posible por mantenerse a flote. El primer oficial discutía con Willem. Pero este egoístamente pensando solo en sus necesidades gritó a todo pulmón:
—Juro que no daré marcha atrás hasta haber llegado a mi destino. ¡Ni siquiera Dios podrá detenerme. Que muera quien tenga que morir!
Apenas terminó de gritar, la oscuridad se apropió del barco, las olas crecieron de manera descomunal. Un rayo negro atravesó el horizonte y… el silencio reinó en su forma más absoluta.
El estado físico del buque sufrió una metamorfosis asombrosa: Las velas cambiaron de blancas a rojas, la madera se volvió negra. El ambiente se hizo denso y la energía fluía de manera diferente. Los marinos vieron cosas que nunca imaginaron.
¡La maldición se había hecho! La calma se fue por siempre. Los tripulantes tenían que aprender a ver a través de la tormenta y la oscuridad.
Derrotado el capitán se dejó caer de rodillas. Tarde entendió las consecuencias de su egoísmo. Ahora que su barco estaba condenado a navegar sin rumbo ni descanso ¡Comprendió que lo había perdido todo!
—¡Catalina! —su grito retumbó por el ancho mar y no pudo retener ni las lágrimas ni la desesperanza.
Todo en el barco era descontrol: Los marinos querían linchar a su propio capitán. Pero eran tan inmortales eran unos como lo eran otros. Viajarían juntos hasta el día del juicio final.
Esa condena que era peor que… lo que sea que hubieran imaginado. El alma de cada uno de los tripulantes se cubrió de tinieblas. Más de uno lloró, más de uno gritó. Y los ruegos y juramentos se prolongaron por tiempo indefinido.
Esa noche la vida de Willem cambio por completo: El hombre jovial y optimista se fue, el justo y honrado capitán ya no estaba en el buque. A cambio surgió un ser “inmortal” más duro, y de cierta manera cruel.
Los años pasaron, la desesperación se convirtió en resignación melancólica. El liderazgo del capitán se hizo patente de nuevo y sus hombres lo siguieron, fieles pero resignados.
Pero no todo estaba perdido: Los marinos podían regresar a tierra cada siete años, aunque solo podían permanecer en ella veinticuatro horas. No era mucho pero al menos era algo. Y además si lograban encontrar una mujer que se enamorara de ellos y se uniera a su suerte, desaparecería la maldición.
Por fin llegó la fecha esperada, todos bajaron a tierra. Willem estaba convencido que si hablaba con Catalina ella lo comprendería y tal vez se iría con él.
—El amor es invencible —Se decía una y otra vez. ¡En eso estaban puestas todas sus esperanzas!
Bajó del barco y se dirigió a su casa lo más rápido que pudo.
Cuando por fin llegó, no se fijó en lo descuidado de la fachada ni los vidrios rotos. No esperó dos veces, tocó a la polvorienta puerta y esta se abrió con un chirrido.
—¡Qué demonios!
Al entrar se encontró un panorama completamente diferente a lo esperado: La casa que antes era colorida, limpia y siempre adornada con flores, estaba llena de polvo, con olor a viejo, a abandono. Los muebles se encontraban desordenados, rotos ¡Igual que su corazón! Del jardín solo quedaba un espacio estéril y lleno de maleza.
—¡Catalina, Catalina! —gritó mientras subía corriendo al segundo piso. El panorama era el mismo: Pocos muebles, un gran desorden y la ausencia de su esposa.
—¡Dios mío! —Exclamó mirando al cielo—. ¿Dónde está ella? ¿Qué pecado he cometido para que me des este dolor tan grande?
Comprendiendo que lamentándose no lograría nada. Buscó entre todas las cosas, tratando de encontrar algún indicio que le ayudara a saber lo que había pasado. Pero nada, no podía encontrar nada.
Trató de guardar la calma. Salió y preguntó a sus vecinos, Nadie supo darle una respuesta coherente. Después de casi una década de ausencia. Muchos se habían olvidado de él. Algunos incluso lo llamaron irresponsable y cerraron la puerta en sus narices.
—¡Siete años esperando para nada! —se dijo, mientras se sentaba en las afueras de su casa.
Cuando creyó que todo estaba perdido, alguien muy allegado a él le entregó una carta que según él estaba escrito por su esposa:
“Han pasado muchos años desde la partida de Willem, no sé nada de él, en estos momentos ya nada de mi vida importa. Fácil puedo deshacerme de todas mis riquezas por un beso suyo.
Mañana a estas horas me arrojare por un acantilado, deseando que mi cuerpo se rompa con las olas y esperar a mi amado esposo en el cielo. ¡Si no es que él ya me espera!”
La ira, la impotencia y la desesperación se apoderaron de él.
—¡No, no, no! —Pateó y arrojó todo lo que estaba a su alrededor. Corrió desesperado comportándose como un loco. Por increíble que pareciera se sintió mucho mejor en su antiguo barco ¿Qué haría ahora que no encontró a su mujer?
Muchas veces llegó a imaginar que la carta era falsa. Algunas veces conjeturó que era un plan urgido por el demonio. Pero, de ser ciertas sus sospechas ¿Cómo encontrarla si su condena no le permitía hacerlo?
Más de una vez se arrepintió por blasfemar en contra de Dios, por sus impulsos y soberbia. Más de una vez pidió perdón de rodillas, suplicó, lloró. No se cansó de rogar por la redención. Pero… la maldición ya estaba hecha.
Pero su tormento más grande era la duda: ¿Qué pasó realmente con Catalina?
Los ruidos de los sobrevivientes eran terribles. La joven despertó varios días después y se dio cuenta que su padre estaba mejorando rápidamente. Con el paso de los días todo volvió a la normalidad. Pero las murmuraciones sobre el buque fantasma no cesaban.
La chica en cambio no decía nada de nada, se sumió en un terrible silencio. Se sentía extraña. Era como si algo hubiera pasado, en otro lugar, en otra distancia
—¿Qué te sucede? —Le preguntó su papá—. Desde el ataque pirata veo un cambio muy diferente en ti. Está muy callada, incluso pareces otra, como si…
—¡Como si me robaron el alma! —Se alejó lo más rápido que pudo con los ojos llorosos.
La impresión por ver al buque le cambió la manera de ver las cosas. Pero no solo era lo que vio, sino lo que pasó después: Sueños, impulsos, deseos. Lo que antes era alegre, ahora era sobrio y cruel. Cuando dormía tenía sueños extraños. Parecía que se transportaba a otro lugar. Estaba en el barco de su padre pero su mente en otro lugar. “El beso en su mano no la dejaba en paz”.
El viaje siguió tranquilo, pero ya ninguno de los navegantes volvió a comentar sobre la leyenda del “Holandés Errante”. Cuando llegaron a puerto descargaron mercancía. Todos bajaron para relajarse un rato, pero la hija del capitán no quiso descender para nada.
—¿Qué es lo que le pasa? —Preguntó un marino a otro
—No lo sé, tal vez cosas de brujería. Uno de los camaradas dicen que ella fue la única que no salió herida en el ataque pirata.
—No digas tonterías —respondió el otro.
Se encogieron de hombros y siguieron su camino.
Cuando el buque fue cargado de nuevo partieron de retorno a Holanda. El viaje fue muy tranquilo, pero cuando se acercaban al Cabo de nueva Esperanza una fuerte tormenta se precipito en altamar. La chica se refugió en su camarote mientras que la tripulación trataba de mantener el barco a flote.
La joven temblaba en su habitación. Inconscientemente pensó en el Holandés Errante. Los siguientes minutos le parecieron interminables. «Vamos a morir» Pensó aferrada a su pequeña cama
Como si fuera una ilusión, vio al capitán Van der Decken y el barco fantasma traspasando el de su padre. Una luz que no sabía de donde venía iluminó su habitación. La tormenta finalizó al poco tiempo. Los marinos exclamaban felices:
—Es un milagro, pasamos airosos el huracán.
Todos estaban muy bien a bordo. Todos, menos la hija del capitán que había desaparecido. Ya nadie la recordaba.
La joven soñadora despertó en un lugar muy oscuro. Escuchaba el fuerte golpeteo de las olas, pero no tenía miedo.
—La tormenta aun no para— se dijo en medio de su ensoñación. Durmió otra vez sin darse cuenta que alguien estaba cerca contemplándola.
Por fin despertó, había una luz suave saliendo por la ventana, parecía que reinaba la calma. Volteó para todos lados: pocos muebles, maderas de color oscuro, un olor extraño, oscuridad y un ambiente denso.
—¿Dónde estoy? —preguntó con miedo.
Sin pensar dos veces salió del camarote, frente a ella estaba el holandés Errante mirándola fijamente. La saludó y ella como toda respuesta dio un grito de terror y de nuevo se encerró en el camarote sudaba de miedo y angustia, sentía que el corazón se le saldría del pecho:
—¿Y ahora qué hago? ¡Dios mío, Dios mío! creo que estoy en el buque fantasma.
Pasaron las horas y no sucedía nada extraño, comprendió que no podía estar ahí para siempre. Abrió la puerta con cuidado y comenzó a recorrer los pasillos. Al igual que en la habitación la penumbra era casi completa, sin embargo sabía dónde estaban las cosas. De alguna manera el lugar le parecía conocido ¿Había estado ahí antes? conforme caminaba su ansiedad aumentaba. Subió a cubierta y al ver las velas rojas casi se desmayó de la impresión.
¡Definitivamente estaba a bordo del Holandés Errante! Miró a todos lados y no había nadie. Quiso correr pero el miedo la hacía permanecer estática, el ambiente del barco era muy pesado, las olas golpeaban el barco embravecidas.
Por fin pudo moverse, a cada paso que daba sentía que el corazón se le saldría del pecho. El velamen daba un aspecto terrorífico. No importaba que caminara por proa o popa. Todo tenía el mismo ambiente de pesadez y desolación. Intentó mirar más allá del barco pero no distinguía embarcación alguna.
La ansiedad se apoderó de ella nuevamente, corrió e intentó arrojarse a las salvajes olas.
—¡Si te avientas morirás! —Willem la detuvo tomándola del brazo, La chica apenas pudo hablar:
—Lo… prefiero… a estar aquí.
—¿Cuántas veces quisiste venir a mi barco en esta vida y en la otra? ¿Cuántas veces quisiste estar conmigo sin importar las consecuencias? —La miró serio como si a través de ella reviviera viejos recuerdos.
—Ninguna, ninguna. Esta horrible, esto debe ser una espantosa pesadilla —exclamó sin pensar en las posibles consecuencias.
—¿Eso dices de quien te ha salvado la vida dos veces? —Preguntó ante el agravio de la muchacha—. Clamaste por mi ayuda y me visualizaste. Tú sabes que has fantaseado varias veces por estar a mi lado.
—Perdone —dijo un poco más sosiega—, es solo que tengo mucho… miedo. Quiero ir con mi padre.
—Mientras estés conmigo no te pasara nada malo —dijo para tranquilizarla—. Vamos a tu camarote para que te relajes.
—No, por favor, está muy oscuro.
—Te daré un candelabro y hare que haya luces por el lugar. Quedarte aquí no es opción.
A la joven no le quedo de otra más que regresar a “su camarote”. El estado tranquilo del capitán le devolvió a ella parte de serenidad:
—Quisiera hablar un poco con usted —solicitó en cuanto llegaron.
—Lo harás, tenemos toda la eternidad —lo dijo con una mueca que hizo a la muchacha estremecerse.
Ella pasó las siguientes horas en el buque acurrucada en un rincón., No sabía qué hacer, no comprendía porque le pasaba todo eso. No se dio cuenta cuando se quedó dormida. A la mañana siguiente entro el capitán mirándola como si se tratara de una niña chiquita. Ella lo miró y no dijo nada
—¿Por qué tienes tanto miedo si dos veces me has invocado?
—Oh no —exclamo asustada—. Yo no…
—Tranquila, no te pasara nada malo —habló con suavidad—. Solo te han pasado cosas nuevas conmigo, no tienes por qué temer
La conversación siguió. Los argumentos del capitán le parecían interesantes, poco a poco se empezaba a calmar.
—¿Y mi padre y su buque?
—Ellos están bien. Siguen camino a su puerto.
—Pe… Pero… Porque estoy yo aquí —le temblaba la voz—. ¿No cree que me extrañen?
—No te extrañaran, Porque… —guardó silencio unos segundos—. Lo comprenderás más adelante.
La muchacha lo miró con terror, empezó a hablar nerviosa, pero cuando se dio cuenta él ya no estaba.
Al atardecer se presentó el capitán con un pescado asado y una botella de vino:
—Esto es lo único que pude conseguirte, ni mi tripulación ni yo podemos comer, a causa de la maldición.
—Oh, entonces la leyenda es cierta.
—No todo —se sentó tranquilamente junto a ella—. No somos infernales, no hacemos mal al que nos encuentra.
—¿Y los desastres a los otros barcos? —Preguntó mirando por primera vez sus ojos brillantes
—Siempre se teme a lo desconocido. Las desgracias se dan por los marinos que pierden los nervios al contemplar mi nave. El castigo es para nosotros, no para ellos.
—¿Y qué es lo que se siente?
—Es algo muy triste, todos nos ven como si fuéramos el mismo demonio —Su mirada se oscureció ante tantos recuerdos—. Perdí todo lo que tenía en la vida. Y no sabes el dolor que produce el rechazo. Todos los barcos se niegan a llevar las cartas a nuestras familias.
»Por eso nunca pude comunicarme con mi esposa, es decir contigo —en ese momento tomó su mano con cariño—. Durante mucho tiempo imploré por una oportunidad para decirte lo mucho que te extrañaba y que me esperabas por siete años.
—Pero yo… no soy tu esposa —retiro con delicadeza su mano.
—Si lo eres —le dijo haciéndole una seña para que lo dejara continuar—. No es la primera vez que estás aquí, Ni siquiera la segunda.
—¿Cuántas veces he venido? —preguntó interesada.
—Tantas veces que es difícil contarlas. La mente es tan poderosa, que cuando hay un amor tan intenso como el nuestro, no hay barreras que los detenga. Si te digo todas no lo comprenderías. Pero sí te puedo mencionar la última ¿Recuerdas el atraco de la otra vez?
Ella asintió con miedo. Él simplemente puso su mano fría en su frente, haciéndola estremecer.
—Tranquilízate y cierra los ojos:
“…El combate entre los marinos y los corsarios era intenso. Uno de ellos trató de mancillar su honor, pero el fantasma la defendió golpeándolo de muerte. Al final lo degolló, el cuerpo del fantasma estaba bañado de sangre pero eso no parecía preocuparle. Como si no hubiera sido suficiente otro de los corsarios quiso matar al Holandés Errante, pero este con la influencia del castigo eterno no puedo morir.
A pesar de todo, la jovencita alcanzó a ser herida por su agresor. Willem no podía sanarla en aquel estado, moriría de seguro por la profundidad de la herida. Al tenerla en sus brazos descubrió que esa mujer le importaba más de lo que creía… Entonces fueron ciertos sus presentimientos con su llamado. Catalina ¡Ella tenía que ser su Catalina! La estuvo buscando casi un siglo y por fin la encontró.
Sin saber qué otra cosa hacer la llevo hasta su buque y la cuidó con los pocos medios que disponía. Creyó que la influencia fantasmagórica del barco la ayudaría, pero ella era una mortal. La maldición no pesaba sobre ella, porque no lo había decidido”
Willem quitó su mano de su frente y ella volvió en sí:
—Creí que era muy pronto para tenerte en mi barco —confesó—, así que con todo el dolor de mi corazón, te devolví con tu padre a manera de que todo fuera un sueño.
—¿Entonces, no lo fantaseé?
—No.
La muchacha tragó saliva, hizo esfuerzos por recordar. Las imágenes se suscitaban una tras otras sin parar. Lo que antes le parecía confuso por fin empezaba a cobrar lucidez. Miró al capitán y poco a poco dejo de tener miedo:
—Desde hace algunos años he tenido sueños muy extraños, en casi todos me veía contigo. Era tú esposa, hacia el amor contigo —Se ruborizó—. Era… parecía que era tan real.
—Te gustó porque era verdad. Porque en tu inconsciencia estabas en mi mundo. Porque a través del mundo onírico estábamos reunidos, la muerte no pudo destruir nuestro amor. Sentías mis abrazos y todo lo que me profesabas—.
El fantasma sin querer contenerse la besó sorpresivamente. Ella quiso resistirse, pero él no le permitió ni siquiera moverse. El beso se fue haciendo más intenso y ella disfrutó el momento al máximo. Pero Willem se separó dejando a esta sorprendida.
—A través de tus sueños has estado conmigo mi amada Catalina. Por eso desde que supiste de mí… tú sabes que cambiaste totalmente —la miró tiernamente—. Pero hoy ves la realidad y te dejas llevar por un miedo tonto. Si supieras la mitad de lo que sufrido me comprenderías.
—¿Cómo?
—El mundo físico no es el único que existe. Hay mucho de lo que puedes comprender. El problema es que muchos se dejan llevar por un superficial raciocinio sin atreverse a ver las cosas más profundas —Exclamó Will mientras se paraba y caminaba en círculos.
Una mezcla de emociones surcaba a la chica, no comprendía porque las palabras del capitán la conmocionaban tanto. Ver la tristeza de su salvador le devolvió el sosiego.
La muchacha se fue relajando conforme pasaban los días. Empezó a convivir más con el fantasma, conoció la historia del buque y su transformación. El ambiente ya no le parecía tan pesado como al principio. Incluso llego a disfrutar la caminata por cubierta y la hermosa vista de la luna. Poco a poco se atrevió a conocerlo en su totalidad, y aunque se llevó más de un sobresalto, comprendió que no había ningún peligro. Conoció Los pormenores de la historia de Willem y Catalina (Aunque seguía sin creer que era ella).
—¿He de temerle a las tinieblas? —preguntó un día mientras caminaban por proa.
—No le temas a la oscuridad. Tenle respeto y precaución a quienes pueden andar en ella sin luz.
—Entonces ¿Cómo debo mirarla? —inquirió mirando con cautela al siniestro barco.
—Eso es elección tuya, pero debo confesarte que la penumbra no es mala. Simplemente algunos seres la usan de cobijo para sus fines infernales.
—Ella se mostró aterrorizada. Pero él tomando sus manos continuó—. Tranquila que hay muchas personas así en el “mundo de los humanos”
De mano del capitán conoció más el mundo submarino y espectral. Ningún barco resultó dañado en su estancia, había ocasiones que realmente disfrutaba estar en aquel lugar. Willem también se veía mucho más feliz. Pero la maldición solo se rompería si ella aceptaba seguir su destino, cosa que no había hecho.
La joven estaba más confundida de lo que percibía el capitán: Peleaba contra su ser interior, una parte de ella se estaba enamorando y quería estar a su lado, pero otro tanto quería alejarse. Extrañaba estar en tierra y sobre todo a su padre, ya no era suficiente escribir cartas que no podía mandar.
Un día se llenó de valor y habló con el Holandés Errante:
—Déjame ir a mi casa por favor —Insistió.
—No puedes —dijo el capitán tratando de no mirarle la cara—. Este barco no puede llegar a ningún puerto.
—Pero, me estás condenando a la misma maldición que tú. Por favor Willem ya he estado mucho tiempo aquí.
—¿Estas segura? Nunca me habías dicho que querías regresar.
—No tenía el valor suficiente para hacerlo —Se frotó las manos nerviosa—. Pero tú tienes que entender que no veo a mi familia en mucho tiempo.
—Al menos dame una noche —Replicó el capitán que tampoco tenía corazón para mantenerla a la fuerza. Sus intenciones desde el principio fueron enamorarla, o al menos hacerla feliz.
—Yo…— se separó del holandés, tratando de aclararse. Tantas emociones la tenían confundida, él era la única persona que le demostró amor y no tenía corazón para dejarlo, pero…
—Solo tú puedes ayudarme —prosiguió el capitán con suavidad—. Hoy quiero que estemos unidos de nuevo.
—No estoy segura de poder —dijo completamente nerviosa—. Nunca he estado con ningún hombre.
—Solo quiero que pases esta noche conmigo, que te dejes llevar, y después si deseas marcharte yo te ayudare —dijo pálido como la muerte, comprendiendo que en ese momento se jugaba el todo por el todo.
Después de una suculenta cena Willem se recargó en el mástil y comenzó a tocar su violín. Era una melodía triste y cautivadora, capaz de transformar sus sensaciones. Ella lo miraba embobada, desconocía su faceta de músico. Cerró los ojos, y se refugió en recuerdos no vividos y momentos idealizados con la mente. Era como si lo conociera y a la vez no.
En su imaginación se aferró a ese hombre llenándolo de besos. Era él, el hombre que amaba desde hace tiempo en secreto. Eso la aterraba. Ya no podía disfrazar sus miedos y deseos con indiferencia. ¿Por qué si siempre había querido estar con él, tenía miedo de dejarse llevar? Tal vez sería porque todos los que amaba desaparecían de su vida.
El navegante eterno al darse cuenta de su estado de ánimo la abrazó con ternura, un rato estuvieron mirando la luna, hablaban de cosas triviales y de pronto de cosas tiernas. Cuando ella se recargó en su pecho él susurro:
—Quítate la ropa y harás este momento perfecto.
—¿Có…mo…?
—La desnudez es lo más exquisito del mundo. Cubre a una flor y se verá horrible, tapa de igual manera a un tigre y su belleza desaparecerá en el instante.
La muchacha lo contempló sumamente nerviosa, quiso apartarse pero el capitán no la dejo. Los ojos penetrantes de Willem la contemplaron, acarició su rostro mientras le dijo:
—La verdadera belleza no tiene estorbos ni ataduras —dijo mientras desabrochaba un poco su vestido.
—No puedo hacerlo —dijo ella nerviosa y se separó.
—Tal vez, pero no te preocupes. Tú sigue con tu ropa y sigue con tus miedos. Así nunca saborearas los verdaderos encantos. —Como si nada más le importara tomo de nuevo su violín interpretando una canción aún más dulce. El juego de seducción se tornaba peligroso como efectivo
Ella estaba aturdida, estaba frente a una encrucijada, quería estar con él, pero tenía miedo. Se acercó con timidez, como si buscara su protección.
—Solo… no… me hagas daño.
—Nunca lo haría—susurró mientras le acariciaba el rostro.
—Pero tú también te quitaras la ropa ¿verdad?
—Claro, pero primero quiero ver la belleza de tu piel. Descubrirás que no hay nada como ser uno mismo —La abrazó y besó suavemente, este gesto, la hizo perder por completo la cordura.
Ella contempló el rostro siempre melancólico de Willem. Si era la última vez que lo vería, tal vez, valdría la pena hacerlo.
Su vestido cayó dejando al descubierto ese cuerpo blanco que deslumbro al navegante eterno. Sus curvas reflejaban un cuerpo delgado. No tenía la belleza de su vida anterior. Pero Willem la amaba de la misma manera. La contempló extasiado haciendo que ella se estremeciera de la emoción. Besó su mano mientras le dijo:
—Hoy puedo apreciar a la maravilla de las maravillas. Lo que suceda después ya no importa —dijo atreviéndose a besar sutilmente una de las partes más sensibles de ella.
La chica sonrió abochornada, lo miró con fijeza. Había más en él de lo que siempre había soñado, tal vez su corazón le hablaba mejor que su mente. Lo abrazó sintiendo que en ese momento una parte de ella se desgarraba. Era como morir y volver a nacer.
El corazón de ambos latía con fuerza. Él la tomó de la mano y la invitó a bailar, una melodía invisible. Nada se oía, solo el ruido de las olas y el silbido del viento. Pero en sus almas brotaba la más dulce canción que escucharan antes.
Willem acercó sus labios al oído de ella, le recitó al oído uno de los poemas más dulces que conocía, besó sus labios. Pausado, como si el tiempo no tuviera nombre, acarició con la yema de los dedos su cuerpo virgen.
La muchacha casi se derrite de placer. La humedad se hizo presente, los suspiros más grandes y ella terminó en la alfombra, extasiada, acariciada y besada de todo a todo. Mirando a su ahora amante. Acarició sus cabellos y le susurró
—Muéstrame tu piel, como lo hacen los tigres.
—Descúbrela tú —Le sonrió con intensidad.
La joven trató de quitar su chaqueta, pero el nerviosismo no la dejaba continuar, él la ayudo y una vez desnudos la invitó a bailar una canción imaginada para los vivos. Pero más que real y elocuente para los muertos. Una lluvia de besos y caricias recorría el cuerpo de los dos amantes. La jovencita que siempre quiso ser libre ahora solo quería pertenecer al capitán fantasma.
El cuerpo de ambos explotó en ese sensual juego llamado sexo y pasión. Willem besaba a quien estaba seguro que era su esposa. Y ella se dejaba hacer por ese hombre que era capaz de llevarla a mundos imaginados solo con pronunciar su nombre.
La alfombra se bañó de líquidos rojos y blancos, sellando con esto la magia del amor. Los rayos de la luna iluminaron esos cuerpos deseosos de ternura y amor, llenos de sexo y pasión, resumidos… en… amor.
—¡Te pertenezco de aquí hasta la eternidad! —exclamó la jovencita llena de éxtasis.
El ambiente dejó de ser sobrio. La atmosfera se aligeró permitiéndoles flotar. Se reconocieron como marido y mujer: por un momento creyeron estar en su pequeña casa colorida y llena de alegría de hace cien años, amándose, disfrutándose:
—Te amo Willem ¡Gracias por venir por mí! —Exclamó mientras era besaba con fervor
—Catalina, mi amor —Y ya no pudo seguir hablando porque se envolvió en esa armonía de amor.
Se acariciaron aun con más fuerza y pasión. En ese momento ya no importaba si estaban en el barco o en el hogar que el destino les arrancó.
Ese hombre sobrehumano le estaba haciendo sentir a la jovencita más felicidad de la que nunca imaginó. Ella juró amor eterno a su marido y fue capaz de derramar lágrimas de felicidad… Los tablones comenzaron a desprenderse del barco. ¡La maldición estaba rota! Los dos pudieron ver la luz y por primera vez se sentía paz.
Las maderas crujían, el gran barco del Holandés Errante se estaba desintegrando. Mientras los dos amantes se amaban el barco desaparecía en el infinito. Willem dejó de ser un fantasma mientras que Catalina era una mortal… se elevaban juntos al cielo.
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