El Historiador (5)
Continua la saga y nuevas historias del... Historiador
Capítulo V.
Al día siguiente ya nos disponíamos a trabajar cuando Javier me comenta:
JGB: -Anoche estuve recordando otra historia que quizás te interese.
RE: No me dirás que es otra historia de putas.
JGB: más o menos en esa línea.
RE: ¡Pero Javier!¡Hemos dedicado más tiempo a tus aventuras que al motivo de estas entrevistas!. Dediquémonos a lo nuestro.
JGB: No, espera y escucha esta última. En realidad son dos distintas, pero te las contaré una a continuación de la otra para que no digas que perdemos tiempo..Ambas son por demás sorprendentes.
Pese a mi poco interés en el tema, no podía despreciar la deferencia del Dr. Javier Gutiérrez Basurto y por lo tanto me dispuse a escuchar. La siguiente es casi exacta la narración de Javier.
Estaba viajando por el oeste de Asia cuando en un pequeño pueblo me encontré con un anuncio que, traducido, decía:
"EL AZOTE. Salones especiales para el castigo de mujeres rebeldes"
Mucho me sorprendió el anuncio y me dirigí al lugar. La entrada, muy lujosa, era seguida por un salón en el cual había decenas de cuadros, fotos y dibujos de mujeres recibiendo diversos castigos. La mayoría de ellas aparecían desnudas, encadenadas o atadas, en jaulas o celdas, suspendidas, etc.
Me dirigí al mostrador de recepción y accedieron a mostrarme alguna de las salas. En ellas había columnas, cruces, postes, caballetes, cepos y distintos elementos para amarrar a la víctima. Las vitrinas estaban llenas de látigos y paletas de todo tipo, forma y tamaño. Algunos de los látigos me hacían estremecer de sólo verlos.
Me explicó que esas salas eran alquiladas por aquellas personas, hombres o mujeres, que quisieran castigar a mujeres rebeldes. Las había más pequeñas para el castigo solamente, otras más grandes que permitía la filmación de las escenas y otras más amplias aun para la presencia de espectadores.
Justamente me comentó que tenía una reservada de las más grandes para las 3 de la tarde (eran las 2:40). Decidí esperar para ser un espectador más. Me acomodé en una de las butacas.
A la hora señalada entraron dos hombres que tomaban a una joven por los brazos. La mujer estaba completamente vestida pero con los ojos vendados. La llevaron al medio del salón. Le ataron las manos que luego unieron a una argolla del techo. Quedaba con sus brazos extendidos por encima de su cabeza. Luego le colocaron unas tobilleras de cuero que unieron a sendas argollas embutidas en el piso.
Las piernas quedaban muy separadas. La figura de la joven era un Y invertida. Procedieron a amordazarla y así quedó frente a los espectadores. Luego hizo su entrada otro joven portando una navaja y comenzó a cortar las prendas que cubrían el cuerpo de la infortunada joven. Poco después eran cortados los elásticos de las bragas con lo cual quedaba completamente desnuda.
Entró entonces un hombre vistiendo ricas prendas. El joven que acababa de desnudar a la mujer dijo:
"Os entrego el cuerpo de esta esclava para que sea azotada por las faltas cometidas". Aguardamos el comienzo.
El hombre de ricas prendas dio vueltas alrededor de la esclava observando todo su cuerpo. Por tener los brazos levantados y por su juventud, las tetas de la joven ( tendría entrte 25 y 30 años) estaban bien expuestas y firmes. Su pubis prácticamente carecía de vello. El hombre se dirigió al armario que contenía los instrumentos de azote y separó cuatro modelos distintos.
Primero empuñó un látigo de cuero trenzado cuya cola tenía un metro de largo. Se ubicó de manera tal que la azotaría en su parte delantera, justamente frente a los espectadores. Levantó el látigo y lo descargó justo en la cintura de la mujer, tocando el ombligo. El cuerpo atado se estremeció pero no pudo emitir sonido alguno.
Nuevamente levantó el látigo para descargarlo ahora en el bajo vientre, a diez centímetros de la entrepierna. Otro estremecimiento de la esclava. El siguiente azote se dirigió a las tetas que quedaron con una gruesa marca roja pasando por los pezones.
Era evidente que este hombre tenía la destreza necesaria para aplicar los azotes justo en el lugar que él quería. Seguramente esto lo había hecho muchas veces anteriormente.
Después de unos diez azotes, todos en la parte delantera, cambió de látigo tomando ahora unas disciplinas de diez colas anudadas y unos sesenta centímetros de largo. Grande fue mi sorpresa cuando ubicándose detrás de la joven la azotó de abajo hacia arriba entre las piernas. El azote le dio de lleno en la vulva, mientras que las puntas de las llegaron hasta la cintura.
La joven tenía ahora nítidas marcas horizontales del látigo y verticales de las disciplinas. Unos tenues gemidos se escuchaban mientras tanto. El hombre volvió con los azotes en la vulva, como el anterior. No quiero ni pensar el sufrimiento de la esclava.
Si bien no conté el número de azotes con las disciplinas, deben haber sido unos diez. Todo el bajo vientre estaba al rojo y cruzado por decenas de rayas y puntos de los nudos del instrumento. Sin embargo allí no terminó el castigo
Tomando ahora una vara muy flexible, se ubicó nuevamente delante de la esclava. El azote con la vara fue dirigido a las tetas que mostraban tres o cuatro marcas. La esclava se movía con desesperación al recibir cada azote, no pudiendo evitar el castigo. Luego de una docena de muy bien dirigidos golpes, los senos de la joven estaban llenos de marcas y magulladuras. La venda que cubría sus ojos estaba húmeda, producto de las abundantes lágrimas derramadas.
Luego el hombre tomó una fusta con una banda de cuero de unos 3 centímetros de ancho por cuarenta de largo y ubicándose detrás de la joven, descargó un sonoro azote en el culo. Le sucedieron muchos más hasta que finalmente dio por finalizado el castigo. Los presentes aplaudieron y felicitaron al hombre por la importante labor cumplida.
Por mi parte me acerqué a la joven que continuaba con sus muñecas y tobillos atados, sus ojos cubiertos y su boca sellada. Observé con detenimiento todas las partes castigadas. Quedé impresionado por el estado de las tetas y la vulva. Si bien el culo estaba muy marcado, es una zona que resiste más los azotes. La espalda no había sido castigada. El vientre también mostraba numerosas marcas.
Media hora después la joven fue desatada, se le quitó la mordaza y la venda en los ojos. Le colocaron una soga alrededor del cuello y algo similar a unos grilletes en las muñecas. Así desnuda debió seguir caminando, detrás del carruaje que llevaba el hombre que la había azotado.
JGB: Ricardo, quieras o no, no me podrás decir que no es una historia muy particular. En estos salones el único castigo admitido era el de los azotes. La otra historia que quería contarte tiene que ver con un viaje a Brasil.
Andaba investigando la llegada de los portugueses al interior de Brasil y me interné en el Mato Grosso. Se cuentan historias terribles de estas selvas. Desde los reducidores de cabezas hasta los caníbales, pero esas son historias para aterrorizar a los incautos. Pasé largo tiempo allí y nada de eso ocurría.
En una de las excursiones por un pequeño río (siempre iba acompañado por dos nativos) comenzamos a escuchar el batir de parches de tambores. Ante mi pregunta, me informaron que eso anunciaba la muerte de un guerrero y que seguiría la ceremonia con sus herederas mujeres. De inmediato les comenté que quería determinar la influencia portuguesa en esa ceremonia y de allí descubrir el fusionamiento cultural de las razas nativas con las europeas. Por supuesto ellos no entendieron que quería hacer pero como todo el trabajo era pago, allá nos dirigimos.
Por suerte el funeral acababa de finalizar. Nunca me gustaron los funerales. Ahora comenzaría la ceremonia con sus herederas mujeres. Parece que este guerrero había puesto la picha por todas partes, ya que se reconocían como hijas unas 45 hembras de todas las edades desde las recién nacidas hasta la mayor de 30 años. Por supuesto había casi otro tanto de varones que serían sólo espectadores. Viéndome extranjero me cedieron un lugar de privilegio cerca del estrado dónde se realizaría la ceremonia.
El Mandamás del asentamiento indicó que serían partícipes de la ceremonia las mujeres mayores de 15 años y que las menores lo serían dentro de otros quince años cuando la recién nacida cumpliera los 15 años. Las mayores, unas 25, se adelantaron y subieron al estrado.
El "Maestro de Ceremonias" indicó que se colocaran en fila, la mayor a la derecha y la menor a la izquierda y que comenzarían con la mayor.
"La mayor de las hijas de nuestro querido guerrero ofrecerá, en honor de la memoria de su padre, su cuerpo por tres días al que fuera el fiel amigo del guerrero. ¿Hay alguna objeción?"
"No habiendo objeciones el cuerpo de esta joven pertenecerá por tres días al fiel servidor del guerrero. Esperemos que quede embarazada y de esa unión nazca otro bravo luchador"
Hubo un griterío de aprobación. La joven se dirigió dónde se encontraba el aludido amigo y se arrodilló a sus pies.
" La siguiente mostrará su cuerpo a los presentes para que con los bienes que los presentes entreguen como tributo, se levante un mausoleo en honor de su padre para su veneración."
Hubo otro griterío de aprobación, que solo fue superado cuando la joven se quitó la última prenda que cubría su cuerpo. En la desnudez total pidió a los presentes que hicieran sus ofertas. Todos entregaban algo valiosa a cambio de magrear su cuerpo e introducir su verga en alguno de los agujeros.
Así continuaron hasta la décima que, de una manera u otra, estaban listas para el polvazo aunque con un noble fin en todos los casos. Más curioso fue el caso de la onceava.
"La onceava de las hijas de nuestro guerrero muerto quiere ofrecer su cuerpo a los espíritus para que estos flagelen su cuerpo y de esa manera les llegue la paz a nuestros guerreros muertos en combate"
La joven comenzó a quitarse la ropa. Una vez totalmente desnuda dos hombres la condujeron a un costado donde habían instalado dos postes verticales a un metro de distancia de uno a otro. Allí ataron las muñecas de la joven a cada uno de los postes, lo mismo que sus tobillos. Ahora parecía una X totalmente expuesta y lista para recibir el castigo.
El Maestro de Ceremonias convocó a los espíritus para que flagelaran a la joven. Como no apareció, lógicamente, ningún espíritu, entonces convocó a los presentes a flagelar a la joven. Se formó una larga fila de interesados. Por un lado podrían ver y tocar a la joven sin restricciones aunque no cogerla. Por otro lado tendrían oportunidad de flagelarla.
El primero en llegar fue un joven que luego de palpar sus partes íntimas empuñó el látigo y descargó un sonoro azote en el culo. El grito de dolor retumbó en los árboles que rodeaban el lugar. Volvió a levantar el terrible instrumento para ahora azotar su espalda. Dos azotes más fueron dirigidos a las piernas y el final al vientre. Los gemidos se escuchaban en toda la comunidad.
El turno del segundo no se hizo esperar. Primero le tocó la vulva, separando los labios e introduciendo un dedo en la vagina. Luego subió hasta los pezones que apretó entre sus dedos, para luego empuñar el látigo. El primer azote fue dirigido directamente a las tetas. Otro gemido doloroso partió de la garganta de la joven mientras gruesas lágrimas mojaban su rostro.
El segundo azote también fue dirigido a las tetas. Ahora dos gruesas marcas rojas cruzaban los pechos de la joven. El tercero fue dirigido a la vulva. Con un movimiento de abajo hacia arriba impactó directamente sobre los labios de la raja. El grito fue más fuerte que los anteriores. Otro azote en concha y el final en el culo.
Recién habían pasado dos de los más de treinta postulantes a reemplazar a los espíritus. Creo que no era el único que pensaba que no podría resistir tanto castigo, pero ese había sido su deseo y era necesario respetarlo.
El tercero se concentró en las tetas. Los cinco azotes que le correspondían los descargó en esa carnosa parte. Además que las marcas que se hacían más notable con el paso de los minutos, los pezones se hinchaban por efecto de los azotes.
Luego de terminado el último de los postulantes al castigo, el cuerpo de la pobre joven era irreconocible. Sumado a las decenas de marcas de todo su cuerpo, apenas podría luego caminar. Los numerosos azotes recibidos en la vulva habían hinchado los labios exageradamente y debería caminar con las piernas separadas.
Luego de ser desatada del poste, se le amarraron las manos y los pies juntos, inmovilizándola, debiendo permanecer así hasta la mañana siguiente.
Las jóvenes que continuaban en la lista, finalizaban desnudas ofreciendo su cuerpo para el placer de miembros del cuerpo de guerreros.
La vigésimo tercera presentó una particularidad, un tanto similar la undécima. Quería ser torturada por 28 de sus 42 hermanastros varones. (Sólo los mayores de 12 años) De inmediato se formó la fila para cumplir los deseos de la joven.
Concretamente quería que se le clavaran espinas de cactus en su cuerpo. Fue desnudada y atada también en X en los postes en el extremo de la tarima. Pidió ser amordazada. De inmediato uno de los nativos trajo un cuenco lleno de largas espinas de cactus de la variedad pinchus afilatis. Son agujas entre diez y quince centímetros de largo.
El primero de los hermanastros tomó media docenas de espinas (ese era el número previsto para cada uno) y se acercó a la joven. Tomó su pezón derecho entre el pulgar y el índice y lo estiró todo lo posible. En la otra mano tenía una de las espinas que comenzó a clavar hasta atravesar de lado a lado el pezón. La joven intentaba gemir pero la fuerte mordaza de su boca evitaba la emisión de sonido alguno.
De manera similar procedió con el pezón izquierdo. Volvió al pezón derecho y clavó otra espina, pero ahora perpendicular a la anterior. Repitió la operación en el izquierdo. Luego el destinatario de las otras dos espinas fue el ombligo.
La joven lloraba en silencio. Esas primeras seis espinas habían sido mucho más cruentas de lo que esperaba. Se acercaba el segundo de los varones para infligirle el castigo que se había auto impuesto. Éste se arrodilló para tener los labios de la vulva a la vista. Ese sería el destino de las próximas espinas. Tomó uno de los labios exteriores y lo atravesó por tres espinas. Luego tomó el otro entre sus dedos y lo atravesó por otros tres.
El siguiente eligió clavarlas en los glúteos, profundamente. Otro de los varones lo hizo en las tetas, alejado de los pezones. Así la hija del guerrero recibió 168 afiladas espinas clavadas en su cuerpo. Muchas de ellas en las tetas y el culo pero también en los muslos, el vientre la espalda y por supuesto en la concha. Permanecería así toda la noche y recién por la mañana se procedería a retirarle las espinas y desatarla. A medianoche se le quitó la mordaza, justamente cuando se daba por finalizada la ceremonia excepto el retiro de las espinas. También su hermanastra, la onceava castigada, permanecería atada en el estrado hasta la mañana siguiente.
RE: Lo que me ha contado, es terrible. ¿Cómo pueden ocurrir estas cosas? No entiendo cómo, voluntariamente, estas mujeres se ofrecían a ser violadas, vejadas o torturadas.
JGB: Mi estimado Ricardo. Las costumbres son costumbres y la mente humana tiene muchos rincones muy oscuros.