El hijoputa (y 2)

La historia que voy a contar es real, me ocurrió a mí, y todo es riguroso, excepto los nombres y algunos detalles. Es recomendable, pero no imprescindible, leer la primera parte.

Aclaración: este relato tiene muy poco (o nada) de erotismo. Avisados estáis si lo leéis.

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Ocurrió ayer, mientras tenía ya escrita a medias la segunda parte del relato de "El hijoputa". Mi amigo, el que me había proporcionado la historia a través de una confesión hecha una noche de borrachera, después de enterarse de que había publicado en forma de relato los inicios de su peripecia, me había llamado por teléfono muy cabreado. Me ordenó que eliminase el relato y que me olvidase del asunto. Si no lo hacía, me aseguró que se encargaría de que no pudiese teclear mucho más en el ordenador.

No sé si se refería a que me iba a sacudir o que me iba a destrozar el portátil.

El caso es que sus amenazas no me achantaron. Ni siquiera me dejó preguntarle si había leído el relato, ya que su historia, aunque basada en la realidad, no ofrecía el menor resquicio para obtener detalles que pudiesen relacionarle. Incluso había cambiado las edades de los personajes. Solo trató de intimidarme con su advertencia y luego colgó.

Tres horas después me llamó de nuevo al móvil. Su tono de voz ya no era firme, ni estaba enfadado. Eran las nueve de la noche. Me pidió con un susurro de voz que quedásemos al cabo de unos minutos en un bar cercano. Acepté y se lo comenté a mi mujer, que arrugó el hocico ante lo que era una clara muestra de "hazme la cena, mujer. Mientras, espero con un amigote a beber unas birras en el bar".

Cuando llegué estaba sentado en la barra, Rodrigo había empezado a beber sin mí. Tenía la vista fija en el botellero que tenía enfrente. Al acercarme a él me miró con expresión ausente, como si no me reconociese, y volvió a fijar la mirada en el botellero. No había más banquetas, por lo que me quedé de pie, a su lado.

-¿Qué tal? –saludé.

-Me acabas de joder la vida, puto cabrón –me soltó Rodrigo con voz monocorde, sin un asomo de enfado, haciendo más creíbles sus palabras.

Carraspeé y me encendí un cigarrillo. Le ofrecí, pero ni me miró la cajetilla.

-¿Por qué lo dices? –pregunté, tirándole de la cuerda.

Señaló con un gesto una bolsa de deporte que había junto a él. No me había fijado en ella. Era grande y parecía llena hasta los topes.

-Mi padre se han enterado de lo del video, gracias a tu relato, y me ha echado de casa.

Tragué saliva. El camarero se me acercó y le pedí un botellín para mí.

-¿Y cómo se han enterado tus padres de lo del relato? –pregunté ya más por curiosidad que por morbo.

Chasqueó la lengua y un sonrisita irónica se dibujó en su cara.

-Quién me iba a decir que mi padre se traga más porno que yo, fíjate –dijo Rodrigo tras dar un trago a su botellín.

-Pero no entiendo –dije extrañado-, en el relato no había ningún detalle que le permitiese

-Ya sabía lo del video de mi hermana –me cortó con el mismo tono ausente.

Tragué saliva por segunda vez. La verdad es que ya era mala suerte: padre primero e hijo después descubren que a su hija y hermana la han grabado haciendo porno. Ninguno de los dos lo sabe pero cuando yo destapo el tarro de los secretos, el padre se entera de lo que ha hecho el hijo con su hermana y le pega una patada en el culo: "a la puta calle".

-Mi madre aún no lo sabe. Si se entera se muere del susto –se terminó la cerveza de un trago y pidió otra-. Se supone que todo esto estaba ya olvidado, me lo había pasado bien durante unos días. Pero llegas tú y la jodes.

Miré al suelo algo nervioso. La verdad es que me sentía mal. Miré de reojo la bolsa de deporte que mi amigo tenía al lado y pensé que era lamentable que toda su vida se redujese a una bolsa.

-¿Qué llevas dentro? –pregunté de nuevo curioso, intentando desviar la conversación hacia otro asunto.

-Pues ropa sobre todo. Pero no te he llamado para contarte cuantos calzoncillos llevo en la bolsa. Te he llamado para saber cómo vas a arreglar todo esto.

Alcé la vista y le miré estupefacto. Rodrigo no sonreía, sino que adoptó una expresión de seriedad absoluta.

-No me mires así –explicó-. Tú me has metido en este marrón; tú me sacarás de él.

-No jodas… -protesté.

-No, perdona –contestó Rodrigo-. Tú ya me has jodido. Es caso es cómo te las vas a arreglar para desjoder todo esto.

Me terminé la cerveza de un trago y, al igual que él, pedí otra. Necesitaba pensar.

Pero al cabo de un cuarto de hora no se me ocurría gran cosa.

-Quédate hoy a dormir en mi casa, por lo menos –ofrecí.

Me miró como diciendo "es lo menos que puedes hacer, cabrón". Pagué las consumiciones y nos fuimos a mi casa. Antes de llegar llamé a mi mujer al móvil. No le hizo nada de gracia el que Rodrigo se viniese a dormir.

-Haz lo que te dé la gana –bufó al final, colgándome. Estaba bastante enfadada.

-No le haces mucha gracia –le expliqué a Rodrigo.

-Y ella a mí tampoco. ¿Te ha contado la vez que se la preparé antes de que os casárais?

Le miré extrañado. ¿De qué coño estaba hablando? Sin embargo, por no parecer que entre Sonia y yo no había secretos, afirmé con la cabeza.

-Cómo se puso… -sonrió el hijoputa, mirando al suelo y negando con la cabeza-. Vaya dos estáis hechos

La duda me estaba carcomiendo. No salté sobre él de puro milagro, obligándole a patadas que me contase con pelos y señales qué había ocurrido tiempo atrás con Sonia. Respiré hondo y traté de calmarme. Al fin y al cabo, pensé, eso fue agua pasada.

Subimos al piso donde hacía poco nos habíamos mudado de alquiler Sonia y yo. Al entrar en casa, ella nos recibió con el mandil puesto y una expresión de fingida alegría. Mi mujer es morena, de pelo corto y liso, peinado a cazuela. Es un poco baja, un metro sesenta y pico, y de cuerpo menudo. Conserva, aún a su edad de veintitrés años, un rostro aniñado que inspira bastante ternura cuando se entristece. En honor a la verdad, Sonia es bastante guapa, y su cuerpo tiene curvas muy pronunciadas. Nos fuimos a vivir juntos cuando encontramos curro en la misma empresa, somos contables; nos habíamos conocido en la universidad.

-¡Cuánto tiempo, Rodrigo! –dijo dándole dos besos. Luego me miró a mí y sus ojos se entrecerraron, pareciendo decirme "ya hablaremos tú y yo…"

Fui al servicio a mear y cuando volví los oí cuchicheando en el salón. Me oculté tras la puerta y escuché conteniendo la respiración.

-...una puta, eso es lo que eres, Sonia. Ya han pasado varios meses, se supone que estaba ya todo olvidado.

-Donde las dan las toman, así aprenderás, ¿qué te creías, que ibas a salirte de rositas?

-¡Mierda! –alzó la voz Rodrigo. En ese momento iba a intervenir para soltarle varias hostias al que pensaba era un amigo al que había destrozado la vida con mi relato. Nadie le habla así a mi mujer. Pero lo que oí después me dejó lívido.

-¡Baja la voz, joder, a ver si nos va a oír! –chilló con voz queda Sonia, casi histérica.

-Y qué más da, si ya lo sabe, ¿no? –respondió Rodrigo.

Hubo un silencio. No les veía pero oí como Sonia suspiraba. Cogí aire sintiendo como la cabeza me daba vueltas. Una risa apagada, casi rota salió de Rodrigo.

-El muy idiota me ha dicho que lo sabía, pero ya veo que no se lo has contado todo –cuchicheó.

-No le he contado nada, que no es lo mismo –dijo Sonia con voz tan baja que casi no la escuché.

-Vaya, vaya –respondió con retintín Rodrigo.

-Por lo que más quieras, por favor, ni una palabra a él o te destrozo la vida, ya sabes de lo que soy capaz.

Suspiré hondo. Ya no quería escuchar más. Me alejé en silencio de la puerta del salón y volví sobre mis pasos hacia ellos arrastrando los pies para que me oyeran llegar.

Me miraron unos instantes y Sonia marchó cruzando a mi lado. Ni me tocó. Al poco la oí en la cocina:

-Ya está la cena.

Cenamos los tres unos sanjacobos y después de ver un poco la tele abrimos el sofá-cama del salón y le dimos unas sábanas a Rodrigo.

Sonia y yo nos fuimos a la cama al dormitorio mientras Rodrigo se hacía la suya. Nos dimos un beso de buenas noches y apagué la luz.

Cuando escuché los ronquidos de Sonia al cabo de media hora, yo, que había permanecido despierto y sereno todo ese tiempo, me levanté y fui al salón. Rodrigo estaba sentado en la cama, con unos calzoncillos.

-¿Los remordimientos te impiden dormir? –preguntó en voz baja.

-Sí, los remordimientos, no te jode

Rodrigo captó mi tono de voz resentido y ató cabos rápidamente. Siempre fue rápido para atar cabos.

-Nos escuchaste antes y quieres saber qué pasa, ¿no?

Me senté a su lado y asentí con gesto serio.

-Pues resulta que mi padre no era tan pervertido, fíjate tú.

Le interrogué con la mirada sin saber a qué se refería.

-Que fue Sonia, joder, que fue tu mujercita quien le informó sobre tu relatito de los cojones, coño.

-¿Sonia? –pregunté anonadado- ¿Por qué?

-Dijiste que ya lo sabías… -respondió Rodrigo sonriente.

-No me pongas de más mala hostia que no me reprimo, ¿eh? –dije blandiendo la mano para que viese que iba en serio. Aunque era más joven que yo, Rodrigo era un tirillas que no aguantaría ni media hostia.

Como supuse, tragó saliva y asintió.

-Ocurrió hace un año, pocos meses antes de que os casarais

Calló unos instantes, como reconsiderando el contármelo.

-Sigue –ordené con voz ronca. Rodrigo y yo nos conocíamos desde pequeños y sabía cómo manejarle.

-Lo de mi hermana no fue la última vez que hacía chantaje a una chica… –continuó.

-Ya –respondí secamente, imaginándome por dónde iban a ir los tiros. Se me iba calentando la cabeza por momentos y no sabía cómo iba a acabar todo esto. Pero sabía que Sonia jamás me lo contaría, así que sólo tenía a este mequetrefe para enterarme.

-Te juro que ella empezó, de verdad –dijo con voz suplicante.

-Que lo cuentes, hostias –dije blandiendo de nuevo la mano.

Rodrigo me miró entrecerrando los ojos y lo que dijo a continuación me dejó pasmado.

-Mira, lo mejor es que te lo escriba, igual que hiciste tú con lo mío.

-¡Me cagüen la hos…! -dije a punto de atizarle.

-Me lo debes, Ginés, vosotros me habéis arruinado la vida. Es lo menos que puedes hacer.

En cierto modo tenía razón.

-Tienes esta noche –dije levantándome y yendo a por el portátil-. Mañana, cuando me levante, te quiero fuera de casa. No quiero volver a verte en tu puta vida, ¿está claro?

Rodrigo me miró mientras le tendía el ordenador y asintió con gesto serio.

Me metí en el dormitorio después. Sonia continuaba roncando. Yo no dormí en toda la noche. De vez en cuando oía teclear a Rodrigo. Me costó dormirme pensando en qué estaría escribiendo, qué es lo que habría sucedido hacía tiempo entre él y mi mujer.

Cuando sonó del despertador a las seis y media, ambos salimos al salón y estaba vacío. Rodrigo había dejado el portátil encima de la cama.

Sonia recorrió la casa y me informó con voz cansada.

-Se ha marchado. Se ha llevado su ropa y se ha marchado por la noche.

Me encogí de hombros haciéndome el ignorante y cuando ella despareció en el cuarto de baño para ducharse encendí el ordenador y me envié el archivo odf que me había dejado en el escritorio al correo electrónico para leerlo en el trabajo.

Dos horas después, cuando ella bajó en la empresa a tomar el café con los compañeros, durante la pausa, quedándome solo, abrí el correo y empecé a leer su escrito. Era éste:

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Ya hacía unos meses que Sonia salía con nosotros, en nuestro grupo, quiero decir. A todos nos parecía una chica bastante guapa. Como cuando leas esto ya estaré lejos, te puedo decir que lo de guapa es un eufemismo: todos pensábamos que estaba para follársela por delante y por detrás. Y luego repetir. Carita de ángel y cuerpo de demonio, perdona la frase hecha pero Sonia estaba (y está) para pasarte el día matándola a polvos.

El caso es que cada vez que la traías al fútbol o al bar perdíamos la concentración de todo lo que hacíamos. Tú estabas a por uvas, claro, ni te dabas cuenta. Además, déjate que te confiese, Sonia parecía una putona de cuidado. La encantaba exhibirse y hacernos posturitas, regalándonos visiones muy particulares de su coñito o de sus tetas botando. La verdad es que pensábamos que la encantaban las orgías. Incluso una vez se lo propusimos, ya sabes, la vez que fuimos al Athletic-Valladolid, cuando marchaste a mear durante el descanso. No se lo tomó muy bien cuando se lo propusimos. Como poco me acuerdo que nos llamó hijos de puta. Segura que te acuerdas de lo tensa que estaba cuando volviste y de cómo te convenció para que os marcharais poco después, antes de terminar el partido.

El caso es que para nosotros, en concreto, Luis, Iván y yo, se estaba haciendo la estrecha, la dura. O sea, que en verdad quería montárselo con nosotros. Así que se me ocurrió una pequeña putada con la que ganaríamos mucho cuando surgió la oportunidad. Luis e Iván no tuvieron nada que ver, lo ideé yo, aunque sí participaron. Te vas a reír un huevo.

Seguro que te has preguntado infinidad de veces cómo es que poco después de acabar la universidad encontraseis trabajo. Además, un contrato fijo. Incluso uno donde trabajaseis los dos juntitos. Qué mono

Yo soy la respuesta. Mi padre (ya sabes, ése que me ha echado de casa gracias a vosotros dos), trabaja en una consultoría de asesoría fiscal, no sé si lo sabrás. El caso es que un día en casa nos viene en la comida y comenta que os ha visto en una entrevista de trabajo en su empresa (qué casualidad, ya ves, trabajáis en la misma empresa que mi querido papi), y que os ha recomendado para el puesto. No teníais un currículo ganador pero como sabía que erais mis amigos, pues, más o menos, os enchufó, redactando recomendaciones. Ya estabais dentro, pero aún no lo sabíais. Cogí la cartera de mi padre donde guardaba los documentos del trabajo mientras se echaba la siesta y cogí las "recomendaciones", haciendo unas fotocopias.

Total, que se lo cuento a esos dos, y esa tarde llamamos a tu chica del alma. No quería quedar con nosotros, claro, pero las palabras mágicas que la hicieron cambiar de opinión fueron "trabajo fijo".

Quedamos en mi casa, la tenía solo para mí. Se presentó con un faldita cortita, plisada, y un suéter de esos de pelo, de color rosita. Llevaba unas medias oscuras y unos taconazos con los que casi llegaba a nuestra altura. Se había pintado la cara y tenía un aspecto bastante atractivo. Si ya es guapa de por sí, imagínate como iría esa tarde. Una putita, vaya. Mira que venirnos así vestida, provocando

Tenía un miedo que no veas. Para que te hagas una idea: nos dijo que había quedado contigo en media hora, cuando los chicos y yo sabíamos que estabas fuera de la ciudad, con un familiar o algo así; tú lo sabrás mejor que yo. Tenía miedo de que ocurriera algo, de que la ocurriera algo. Y con razón.

Fuimos al grano, no quiso tomar una cervecita: chica lista. La enseñé las recomendaciones. Las había manipulado en el ordenador para ocultar que mi padre ya las había presentado, y se las mostré como una posibilidad de que mi padre las presentase. La convencí de que sólo faltaba mi visto bueno, ya que os conocía mejor. Parece mentira que se lo creyese, pero ya sabes que el tema del trabajo está chungo… En cuanto las leyó y nos miró, se imaginó por dónde íbamos, Sonia es muy lista.

-¿Qué quieres a cambio? –preguntó lamiéndose los labios.

Me abalancé sobre ella y la tumbé boca arriba sobre el sofá. Se dejó hacer, claro. La levanté el suéter y la camiseta que llevaba debajo. Llevaba un sujetador negro, de encaje, con transparencias. Iván se lo arrancó y sus tetas blanquitas aparecieron ante nosotros. Te diré que tu mujercita tiene unos cuantos lunares en el pezón derecho, rosita por cierto, por si quieres pruebas, ya sabes que no hace topless. Los tenía ya erizados, la muy puta. Mientas esos dos se dedicaban a magrearla las tetas, yo la levanté la falda y la bajé las bragas. Tenía el coño recortado, con un ligero enrojecimiento en la ingle: se había cortado al afeitarse. Nos pidió que nos pusiéramos condones pero no la hicimos caso. Nos la follamos por turnos como te imaginas. Ponía una cara seria total, pero se la notaba que disfrutaba porque de vez en cuando ahogaba un gemido y fruncía el ceño. Nos fuimos corriendo dentro suyo sin muchos miramientos, íbamos a lo que íbamos. Siempre callada como una puta. Cuando terminó Luis, el último, se pensó que con eso ya bastaba. Qué ilusa. Se estaba subiendo las bragas cuando la dijimos que esto acababa de empezar.

Fue entonces cuando se asustó de veras. Dijo que ya bastaba, que ya nos la habíamos follado y manoseado las tetas, que la diéramos las recomendaciones y listo. Casi lloraba.

Iván y Luis la sujetaron poniéndola a cuatro patas sobre el sofá. La bajé las bragas de nuevo y esta vez sí que me puse condón porque me iba a follar su lindo culito. Un poco de lubricante en el nabo y listo.

No veas como chillaba tu linda mujercita, ja, ja. Me llamó de todo, pero cuantas más pestes me soltaba, más apretaba. Luis e Iván, en honor a la verdad, se acojonaron al verla llorar y suplicar que parase. Ellos no participaron, para que lo sepas. Cuando terminé, tenía el culo roto y gimoteaba bastante desvalida. Decía que iba a llamar a la policía, que me iba a denunciar y todo eso.

Al día siguiente me llamó al móvil. Os habían llamado de la empresa para empezar a trabajar. Me hizo jurar que jamás lo sabrías por boca de nosotros. Ella dice que te quiere mucho, y cosas así, y que si te enterase nos matabas en ese momento. Por eso nunca te ha contado nada, por eso esta historia sólo la sabíamos nosotros cuatro.

No te creas que fue la última vez, no. Me permití (yo solo, Iván y Luis no quisieron) ciertos dispendios carnales a costa de ella cada pocos días. Hasta que un día se enteró de toda la historia cuando conoció a mi padre en la empresa. Ya sabes, mi padre quiso un favorcillo, tu mujer se hizo la remolona y mi progenitor jugó la carta del favor a cambio de favor. Se me acabó el chollo. Sonia me amenazó con contárselo todo a mi padre si seguía beneficiándomela. Cuando ayer te dije eso de que mi papi me había echado de casa, no fue solo por lo de mi hermana, sino también por lo de tu mujer; Sonia se lo había contado todo. Bueno, hasta donde ella sabía.

Hala, ahora ya lo sabes todo. Seguro que ahora estás pensando en matarme. Por eso he puesto pies en polvorosa antes de que leyeses este relato. No me encontrarás, te lo aseguro. En cuanto a Iván y Luis, bueno, ya os recompensaron, supongo que con creces, con lo de vuestra boda. Te habrás preguntado muchas veces porqué fueron tan generosos… Pero seguro que luego piensas, también, que qué mujer más puta tienes. Una jodida "Maquiavela", eso es lo que es.

¿Sabes una cosa? Dicen que cuando hay una crisis en la pareja pueden pasar dos cosas: o que la pareja se rompa o que salga fortalecida.

Yo creo que no sucederá ni una cosa ni la otra. No habrá crisis. Tú no se lo contarás nunca a Sonia. Ella sabrá que lo sabes, no es tonta. Los dos haréis como si yo nunca hubiese existido. La ignorancia es tan confortable... tú ya no tendrás ese confort.

Una última cosa: dile a mi hermana, si la ves, que añoro su coñito. El de tu mujer no; desde que ya no se lo cuida está hecho una porquería.

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Cuando terminé de leer la carta de Rodrigo, borré el email.

No pude evitar el ponerme a llorar instantes después.