El hijoputa

La historia que voy a contar es real, le ocurrió a un amigo, y todo es riguroso, excepto los nombres y algunos detalles que he tenido que imaginármelos o suponerlos porque mi amigo no quiso contármelos.

La historia que voy a contar es real, le ocurrió a un amigo, y todo es riguroso, excepto los nombres y algunos detalles que he tenido que imaginármelos o suponerlos porque mi amigo no quiso contármelos.

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Todo comenzó una tarde de agosto, estaba de vacaciones y me encontraba solo en casa, masturbándome viendo videos porno en internet.

Mi nombre es Rodrigo y tengo casi diecinueve años, vivo con mis padres y mi hermana Mabel y aunque ella hace poco que se ha comprado un piso, como todavía no lo ha amueblado del todo, teniendo solo la cocina y una cama, se queda entre semana en casa con nosotros a dormir y a comer. Mabel tiene veinticuatro años y yo la veo como una hermana (o la veía) pero mis amigos dicen que está muy buena. Con alguno he salido a hostias cuando me enteraba de lo que querrían hacerla si pudiesen, pero supongo que, al final, tenían razón. En realidad yo fui peor.

El caso es que vivimos mis padres y yo en un piso de tres habitaciones, y en el salón, a mano derecha nada más entrar, está el ordenador, donde esa tarde me masturbaba de lo lindo. Era sábado y mis padres se habían ido ayer en una excursión guiada de tres días a visitar los pueblos costeros de Cantabria. Se supone que nadie me molestaría porque, como ya he dicho, mi hermana no aparece por casa los fines de semana. Me acababa de duchar y andaba desnudo por casa. Normalmente me hago una paja en la ducha, pero como tenía la casa para mí solo, decidí que esa tarde prescindiría de revistas e imaginación y vería a las guarrillas en movimiento. En internet hay muchas páginas que permiten ver videos porno online y gratis, así que abrí en el navegador varias docenas de pestañas con otros tantos videos cargándose y después de prepararme un bocadillo con queso de merienda, diez minutos después, ya tenía listos todos los videos para ser degustados.

El caso es que estaba dándole a la zambomba con un video en el que una amateur era sodomizada por un negro con un rabo enorme (los gritos de ella por los altavoces eran desgarradores) cuando oí la puerta de casa abrirse. Normalmente dejo las llaves en la cerradura, para evitar interrupciones imprevistas, léase mis padres, pero me creía solo y no me preocupé de ello. El caso es que, antes de que tuviese tiempo de hacer poco más que taparme la polla empalmada con una camiseta que había dejado tirada y apagar el monitor, entró mi hermana.

El corazón me latía a mil por hora y sentía una presión en la garganta fuera de lo normal. Se me quedó plantada, mirándome sin decir nada, con la misma cara de vergüenza que exhibía yo. Ya estaba pensando en la excusa que podría poner a esta situación para minimizar el daño, la cual incluía la opción de que estaba viendo una película descargada por el emule y que hacía mucho calor, cuando los gritos de la chica amateur destrozada por el culo del video invadieron el salón a todo volumen. Me había olvidado de apagar los altavoces, el ordenador seguía encendido. Me notaba la cara ardiendo, roja absoluta.

-¿Te he pillado, eh? –sonrió Mabel también ruborizada. Supongo que es un palo eso de pillar a alguien haciéndose una paja en la intimidad, creyéndose solo.

-No, verás, la verdad es que… -a pesar de los inhumanos gritos de la chica resonando yo estaba empeñado en negar la evidencia-…estaba viendo una película que recién acaban de estrenar

-Bueno, por mí no te cortes, Rodrigo, ya me imaginaba que estarías haciendo algo así, te tendría que haber avisado antes por teléfono que iba a venir –llevaba un bolso colgado al hombro cuyas tiras retorcía entre sus manos con evidente nerviosismo.

Tragué saliva. Mi hermana me estaba excusando, o eso me pareció.

-¿Se lo dirás a papá y mamá? –pregunté para estar seguro de que no me delataría.

-Claro que no –dijo desapareciendo en dirección a su habitación- . Solo he venido a coger un bikini, porque el que tengo en casa está tendido y quería ir mañana a la piscina. Solo te pediría, por favor, que te tapases un poco hasta que yo me vaya.

No hacía falta decirlo dos veces. Me temblaba todo el cuerpo y las piernas me sostenían en pie a duras penas. Pero conseguí deslizarme hasta mi habitación, después de apagar el ordenador, tapándome la polla con la camiseta y ponerme algo de ropa. Aun sentía el corazón latir con fuerza pero la opresión en la garganta había disminuido. No creía que al final este desliz acabase tan bien. Necesitaba estar seguro que iba a salir indemne. Por eso fui hasta su habitación.

Mi hermana se había dejado la puerta de la habitación entornada y me asomé por la rendija. Iba a preguntarla si estaba segura de no contar nada a papá y mamá, pero ningún sonido salió de mi boca cuando la vi. Estaba de espaldas a mí, desnuda. El corazón me latió con más intensidad y mi garganta volvió a cerrarse. Nunca antes había contemplado el cuerpo de mi hermana desnudo. Su habitación era un poco más grande que la mía, con un escritorio amplio en una esquina y una cama de forja al otro lado. En un armario junto a la puerta guardaba su ropa y una alfombra tapizaba el suelo. Todo estaba muy ordenado. Mi madre siempre ponía como ejemplo a mi hermana para inculcarme algo de orden en mi habitación porque siempre tenía desperdigada toda la ropa, la tiraba en cualquier parte. Mabel es alta, mide un poco menos que yo, metro setenta y pico, de cabello castaño ondulado y muy largo, hasta la cintura. La gustaba llevarlo en una trenza como hoy y estaba muy orgullosa de su pelo. Lo que había más abajo del cabello era algo a lo que nunca antes había tenido acceso.

Tenía el cuerpo bastante proporcionado, con unos hombros anchos y cintura estrecha. Tenía la piel muy morena porque tenía un corrillo en las nalgas redondas muy blanco, donde un tatuaje destacaba con colores azulados en la nalga derecha. Sus piernas eran esbeltas, bastante largas incluso sin tacones como ahora estaba. La verdad es que en conjunto mi hermana tenía un cuerpo bastante bonito. Se había puesto la braga del bikini y para colocarse el sujetador se giró para poder mirarse al espejo que tenía enfrente. Tragué saliva mientras me acariciaba el paquete. No tuve tiempo de escandalizarme por notarme excitado al ver a mi hermana desnuda, ni por tocarme, tenía ya la polla dura como antes y el corazón se me iba a salir por la boca de un momento a otro. Al girarse mi hermana me regalo una visión de perfil de sus tetas. Tenía unos pezones puntiagudos, oscuros, y el pecho se notaba lleno, pesado. Cuando se colocó el sujetador se metió las tetas dentro de las copas y se colocó la carne a su gusto. Sonrió al verse en el espejo mientras acomodaba sus tetas dentro de la prenda. El pezón erecto destacaba sobre la prenda con una morbosidad increíble. La pareció gustar el efecto de su pezón erizado y se lo pellizcó sobre la tela para que destacase aún más. No pude evitar, al verla sobarse las tetas, soltar un gemido ronco. Ella se giró hacia mí al instante y su semblante cambió hacia la ira eliminando su sonrisa.

-¡Serás pervertido, no me jodas, Rodrigo! –y de dos zancadas cerró la puerta de un golpe.

Yo estaba totalmente anonadado. Y muy asustado. Tenía miedo de haber enfurecido tanto a mi hermana que largase a mis padres lo de mi paja de antes. Pero aun en el pasillo, junto a la puerta de mi hermana, me continuaba tocando el nabo sin remedio. Fue entonces cuando eyaculé. Me había tocado tanto y estaba tan excitado, tanto por lo del video como por lo de mi hermana que descargué toda el semen dentro de los calzoncillos. Ahogué unos jadeos mientras iba sintiendo como el líquido tibio iba formando un corrillo oscuro en mi bragueta. No tuve más remedio que cambiarme de pantalones, poniéndome otros, también cortos.

Me senté después en el sofá, pensando en otra excusa para perdonar mi segundo desliz esa tarde. Encendí la tele y pensé en decirla la verdad: que quería estar seguro de que mi paja sería nuestro secreto y que al acercarme a su habitación no pude evitar verla desnuda. Al fin y al cabo, ella se había dejado la puerta medio abierta. Sería perfecto siempre y cuando no se hubiese dado cuenta de que me estaba frotando la polla por encima del pantalón mientras la espiaba.

Mi hermana apareció unos minutos después. Se había puesto de nuevo la ropa que llevaba antes, una camiseta ceñida y unos shorts. Antes de que pudiese explicarme me cortó con un gesto de la mano.

-No digas nada. La culpa es mía, por haberte cortado la paja antes (nunca había oído decir a mi hermana la palabra paja con tal significado, y menos refiriéndose a mí. La verdad es que tenía mucho morbo). Tenía que haber cerrado la puerta. La verdad es que

Se detuvo al fijarse en el pantalón que ahora llevaba, distinto del anterior.

-Te has cambiado de pantalón. ¿No te habrás corrido al verme en pelotas, no, Rodri?

Negué con la cabeza con tan poca convicción que mi hermana no pudo más que entornar una sonrisa ante mi lamentable actuación.

-Joder, hermanito, tú sí que estás enfermo, macho –y rompió a reír a carcajadas. Se sentó a mi lado y me palmeó los muslos. Como ya he dicho, yo llevaba pantalones cortos, y el contacto de su palma con mi pierna fue algo electrizante. Me crucé de brazos y adquirí una postura lo más hermética que pude. Intentaba parecer lo más serio posible, ya que el mostrarme horrorizado por la idea de que me hubiese corrido por verla ya era algo imposible.

-No te pongas así, anda, que no pasa nada –intentó tranquilizarme, todavía sonriendo.

-Entonces… -pregunté carraspeando- ¿Borrón y cuenta nueva?

-Pues claro, hermanito, borrón y cuenta nueva, aquí no ha pasado nada. Yo te he pillado haciéndote una paja, tú me has visto las tetas y el chumino, así que estamos en paz.

-La verdad es que solo te vi las tetas, y de refilón, ¿eh? –contesté sintiendo la garganta aún bastante oprimida.

Ella sonrió.

-Pues espero que no quieras verme el coño para estar parejos, porque entonces sí que tenemos un problema, macho.

Negué de nuevo con la cabeza, con la misma escasa convicción que antes lo hice. La verdad es que sí quería. La verdad es que sí quería verle el coño a mi hermana.

Mabel volvió a sonreír de nuevo aunque se la notaba una sonrisa tensa al leerme los pensamientos.

-Ni lo sueñes, tío. Quítatelo de la cabeza cagando leches –dijo en voz baja.

A continuación surgió un silencio bastante tirante entre nosotros. No sabía qué decir aparte de que estaba muy buena y que quería verla desnuda de nuevo. Este pensamiento me trastornaba tanto que me parecía ajeno a mí, como si alguien me hubiese colocado esa idea en la cabeza. Era mi hermana, joder.

Seguimos sin hablar durante unos minutos y fue ella quien, palmeándome de nuevo el muslo, me preguntó:

-Y…, bueno… ¿qué películas guarras ves, cuáles te gustan, eh, pillín? –preguntó con sorna.

Tragué saliva y el corazón se me vino otra vez a mil por hora. Esto no estaba pasando, de verdad, parecía una pesadilla. Mi hermana me estaba preguntando que gustos tenía en cuanto a porno se refiere. Decidí que otra pregunta irreverente era la mejor respuesta.

-¿Qué tipo de chicas son las que hacéis estos videos?

La pregunta provocó un enrojecimiento en su cara digno de ser inmortalizado. No se esperaba que la atacase de forma tan directa. Me miró con ojos abiertos y aspecto de haberla dado un susto de muerte. Se puso lívida y el labio inferior le tembló ligeramente.

-Pues… no sé… -titubeó embarazada cruzando los brazos- Chicas que necesiten algo de dinero, creo, no estoy segura. Supongo que alguna habrá que la guste, pero sobre todo lo hacen porque necesitan el dinero. Creo yo, vamos. ¿Por qué… porqué preguntas eso, Rodrigo?

-Por dinero, dices… -contesté evasivamente, deleitándome en su azoramiento. Aunque la verdad es que Mabel estaba tan asustada que su gesto me parecía algo exagerado. En realidad solo la había pagado con la misma moneda, haciéndola otra pregunta capciosa, pero la respuesta de su rostro había sido bastante extrema. Era como si la hubiese pillado, como si hubiese descubierto un secreto y estuviese mareando la perdiz, sin decirlo abiertamente.

Me miró sin parpadear, respirando con gravedad. Realmente estaba muy alterada, casi aterrorizada.

-¿Qué sabes? –susurró de repente, sin dejar de mirarme.

Sonreí lo más ladinamente que pude, intentado ocultar el hecho de que no sabía nada, pero sin mostrar mis cartas sobre la mesa. En cierto modo me sentía mal por hacer pasar este fatídico trago a mi hermana, pero en el fondo sabía que aquí había algo de lo podría aprovecharme.

-¿Lo has visto? –preguntó con voz más queda que antes. Sus ojos comenzaron a inundarse de lágrimas que al poco desbordaron cayendo por sus mejillas. La verdad es que esto era demasiado. No quería hacer daño a mi hermana, y esta estaba en verdad aterrorizada por algo que había hecho y que, se suponía, yo sabía.

Iba a decirla que dejase de llorar, que era todo una broma, cuando sonó el teléfono.

Vi por la pantalla del móvil que eran nuestros padres y en vez de tranquilizar a Mabel pidiéndola que dejase de llorar, que no sabía nada, sólo la dije:

-Son papá y mamá.

Lo que provocó que rompiese a llorar con más fuerza aún, hundiendo su rostro entre las manos, agachándose. Me daba tanta lástima

Bajé el volumen de la tele y descolgué.

-Hola, mamá, ¿qué tal por allí? –dije con voz alegre, para nada acorde con la gravedad de la situación que se cocía entre Mabel y yo.

Mamá me contó que habían visitado varios pueblos y que iban a volver ya para el hostal donde cenarían. Me preguntó qué tal tenía de limpia la casa y qué hacía.

-Bien, bien, hoy he pasado el polvo y estaba viendo la tele cuando llegó Mabel… sí, vino a recoger algo de ropa…sí, sí, estaba todo recogido, claro… ah, ¿quieres que se ponga?, vale.

En este punto mi hermana se irguió y se secó las lágrimas con el dorso de las manos, sorbió con la nariz y me pidió unos segundos antes de que le pasara el móvil, que me esperase, mientras cogía aire y se intentaba tranquilizar.

-Hola, mamá, ¿qué tal estáis? –preguntó algo sonriente. Me miró de reojo pero al punto, al ver mis ojos fijos en los suyos, desvió la vista hacia abajo, como acobardada. Intentaba que su tono de voz no transluciese aquello que la atormentaba.

No sé qué me ocurrió entonces. Al fin y al cabo, la iba a decir que se olvidase del asunto, cualquiera que fuese, que podía confiar en mi silencio. No sé si fueron sus labios húmedos por las lágrimas derramadas o sus mejillas ruborizadas. El caso es que me acerqué a ella en el sofá y deslicé una mano por su vientre internándola en sus shorts.

Dio un respingo y me miró como se mira a una aleta de tiburón aparecer delante de ti en un mar aparentemente calmado. Ojos como platos, labios abiertos y una expresión de incredulidad absoluta.

Bajo sus pantalones cortos su carne estaba caliente. Mis dedos alcanzaron la goma de las bragas y se escabulleron dentro sin detenerse. Las puntas de mis dedos acariciaron el vello púbico ensortijado y siguieron descendiendo encontrando aún más calor. Nos miramos unos instantes. Ella negaba con la cabeza mordiéndose el labio inferior, supongo que incapaz de creerse que su hermano estuviese metiéndola mano.

-¿Eh?... no mamá, no se ha cortado, sigo aquí –continuó con voz quebrada mientras mis dedos alcanzaban tope debido a que no podía meter más la mano por culpa de lo reducido de la abertura del pantalón- …no, no me pasa nada, ¿Por qué lo dices?

Ni corto ni perezoso, le desabroché el botón superior del pantalón y le bajé la bragueta hasta abajo. Llevaba unas braguitas azules, con el dibujo de una flor en medio. Metí mi mano de nuevo. Mis dedos destacaban bajo la tela y constaté que aún me quedaba recorrido por cruzar hasta llegar a mi destino. Miré de nuevo a mi hermana mientras intentaba convencer a mi madre que su tono de voz roto no obedecía a más razones que un ligero resfriado. Seguía negando con la cabeza y se mordía el labio inferior dejándose marcas lívidas en la carne. Pero no me detuvo, aunque sí se revolvió en el sofá tratando de zafarse de mí, sin tocarme. Lo único que consiguió fue que tuviese más libertad de movimiento para descender bajo la braguita.

Cuando llegué al inicio de los pliegues de su sexo noté un calor extremo en los dedos. Algo parecía latir con fuerza bajo ellos. Además están húmedos.

Tragué saliva. Mabel se estaba humedeciendo gracias a las caricias de mis dedos. De los dedos de su hermano. Sentía mi polla dura y a punto de reventar mi pantalón. Comencé a manosearla por encima. Mi hermana me miró expresando un profundo asco y repugnancia. Su cara, lejos de parecerme disuasoria, me enardeció aún más. Mi dedo medio se internó entre los labios y recorrió el interior pringoso y tórrido que anunciaba la entrada de su vagina. Incluso a su pesar, mi hermana estaba lubricando gracias a mis movimientos. Yo continuaba tocándome por encima del pantalón con la otra mano.

Tuvo urgencia por colgar, pero mi madre parecía tener ganas de charlar por más tiempo. Mabel respiraba hondamente, expandiendo su pecho con cada inspiración, aunque algunas veces contenía el aliento cuando mis dedos realizaban recorridos circulares en torno a la entrada de su vagina. Vi como una gota de sudor resbalaba por su sien. Ya no negaba con la cabeza pero se seguía mordiendo el labio con saña. Sus pezones, antes invisibles bajo la camiseta, emergieron bajo la tela. Dejé de tocarme y pellizqué uno de sus botones a través de la camiseta y el sujetador. Mabel dio otro respingo y cerró los ojos. Su cuerpo estaba receptivo, parecía alegre, obviando el hecho de que era yo quien lo hacía estar tan excitado.

Mabel se fue despidiendo de mi madre y cuando parecía que la conversación iba a acabar

-¿Qué me pasas con papá…? –me miró con odio asesino mientras la seguía masajeando el sexo ya encharcado y apresando sus pezones con mis dedos-… ¡hola, papá!

Cruzó las piernas impidiéndome seguir con el juego ahí abajo y también se asió los pechos con la mano libre. Se fijó en el bulto enorme de mi entrepierna con aborrecimiento extremo y luego me miró a los ojos con rencor.

-… te paso con Rodrigo, qué lo paséis bien… sí, sí… -y me tendió el móvil para que hablase con papá.

Se levantó del sofá y salió a paso vivo del salón. Escuché el sonido de la puerta del cuarto de baño cerrarse con un golpe.

Mientras hablaba con mi padre olisqueé mis dedos, los que habían masajeado el sexo de mi hermana. Olían fuerte, una mezcla de sudor y aroma penetrante, muy salado aunque no lo probé.

A los pocos minutos, cuando terminó la llamada, subí de nuevo el volumen de la tele. Al poco apareció mi hermana por la puerta. Se detuvo allí, sin entrar en el salón, con cara de cansancio inmenso, pero un ceño fruncido y unos ojos encolerizados.

-¿Sabes lo que es el incesto, Rodrigo? –preguntó con lentitud, casi mascando las palabras.

Decidí que, si anteriormente una pregunta como respuesta a otra me había salvado, aquí también podría servir.

-¿Qué crees que dirán papá y mamá cuando lo sepan? –pregunté con voz calmosa- ¿Y los vecinos, y los familiares, eh, qué crees que dirán?

Mabel bajó la mirada, y luego la cabeza; dejó caer los brazos, abatida. Comenzó a llorar de nuevo, sin levantar la cabeza, evitando mirarme.

Me levanté y me dirigí a ella. La tomé del brazo y la senté junto a mí en el sofá.

-Lo siento mucho… -dijo entre sollozos e hipos. Cada poco se secaba las lágrimas y los mocos con un pañuelo de papel que se había sacado del bolsillo de los shorts.

Yo, en vez de consolarla (en lo que fuese que se supone sabía), me aproveché de la situación. Me bajé la bragueta y me saqué la polla mientras ella tenía los ojos cerrados, tratando de cortar el torrente de lágrimas que surgían de ellos. La pasé un brazo por detrás y poco a poco la fui obligando a agacharse. Ella pensaba que podría apoyarse en mi hombro, confortándola. Pero cuando noté como su cara se estampaba sobre mi pene, se puso derecha de nuevo, como un resorte, y me miró con cara alucinada.

-¡No pretenderás…! –comenzó a decir con un gesto en su rostro de estupefacción total.

Entorné una sonrisa siniestra, lo más siniestra que pude, y volví a tirar de ella para que se agachase sobre mi polla. Esta vez tenía los ojos abiertos y antes de internarse entre mis piernas, levantó la vista y me suplicó con la mirada que no continuase.

Su mirada imploraba entre sollozos que no la obligase. No quería continuar. Pero tampoco oponía resistencia. Al ver que no me ablandaba, frunció el ceño.

-Eres un monstruo –consiguió decir antes de que se metiese mi nabo en la boca.

Su interior era cálido y húmedo. Se ayudó de las manos para erguir mi pene y descorrer el prepucio. Se aplicó con rudeza, igual que se hace una mamada de pasada, sin miramientos. No osó tocarme los huevos, solo la base de la polla. Ésta comenzó a crecer hasta que no pudo tenerla entera dentro de la boca. Me lamió el glande con la punta de la lengua, como si fuese una brasa que quemase.

-Vamos, Mabel –dije entre divinos retortijones de tripas-, sé que puedes hacerlo mejor, hazme una buena paja con tu boca, como tú sabes.

Oí un lamento proveniente de su garganta; el comentario la había dolido. Pero engulló mi polla con más ansia, poniendo más empeño en la mamada.

Su saliva recorriendo todo el talle del pene comenzó a ensuciarme el pantalón. Ella continuaba incansable, solo algunas veces se detenía para colocarse la gran trenza al otro lado del cuello para que no molestase. Yo crucé los brazos detrás de mi cabeza y me concentré en la experiencia.

Mi hermana me la estaba chupando. No por propia voluntad, claro, pero el empeño que le estaba poniendo era encomiable.

Cuando comencé a sentir los primeros espasmos de mi orgasmo, mi hermana lo notó al verme sacudirme y respirar con fuerza, y se apartó de mí.

-¡Abajo! –rugí muy enfadado, enterrando su cara en mi polla. El pene pringoso la ensució la cara y ella gimió dolorida.

Pero se tragó de nuevo la polla e incrementó los movimientos hasta que noté como las descargas de semen impactaban en su paladar. Sentí como me clavaba las uñas en el muslo mientras iba llenando su boca de leche. Su interior se volvió más húmedo y pegajoso.

Cuando terminé, Mabel se irguió con la boca abierta, escurriéndosela el semen por los labios. Tenía los labios y el mentón brillantes por la saliva y el semen y goteaban pringosos sobre su camiseta. Se tragó sin querer algo de mi leche y se atragantó. Su cara evidenció un profundo asco y se levantó corriendo para desaparecer en el cuarto de baño donde oí como el grifo del lavabo se abría para lavarse con agua y escupir toda mi lefa.

Me limpié el pene brillante y me lo guardé muy contento dentro de la bragueta. Al poco apareció mi hermana en el pasillo junto a la puerta del salón con el bolso al hombro, con intención de marcharse.

Me miró con los ojos entrecerrados. Su mirada reflejaba un odio infinito. Me asusté pero no dejé que se transluciese.

-Hasta la próxima –dije con una sonrisa de hijoputa.

Mabel dio un respingo asustada y salió de casa como alma que lleva el diablo, cerrando la puerta con un golpe.

En cuanto se marchó, encendí el ordenador y tecleé en Google "Mabel+video+porno". Tuve como resultado setenta y pico mil páginas. Probé añadiendo los apellidos y hubo menos, pero, igualmente, demasiados.

Las siguientes horas de esa tarde fui realizando más búsquedas y visitando infinidad de páginas web. Me bebí al anochecer un café y continué durante toda la noche, incansable.

Tenía los ojos como tomates y la boca pastosa. Me dolía el estómago de no comer y la cabeza me daba vueltas.

Mi hermana estaba horriblemente enfadada conmigo (y con razón) y si no tenía algo a lo que agarrarme, su venganza sería mayúscula.

Visité tantas páginas web que ya, al cabo de muchas horas, creía que algunas eran nuevas cuando en realidad ya las había visto.

Por fin, cuando estaba amaneciendo, fue recompensado mi esfuerzo con el objetivo de mi búsqueda. No tuve más remedio que pagar con varios mensajes con el móvil pero estaba seguro que había tenido éxito en mi indagación.

Cuando descargué el video, y lo copié para más seguridad en un cd, me dispuse a verlo con una mezcla de perplejidad y fervor absoluto.

Abrí los ojos y la boca anonadado mientras lo veía. Menos mal que no tenía encendidos los altavoces porque, si no, los vecinos se habrían asustado.

Duraba poco, unos diez minutos. Pero en esos diez míseros minutos había material suficiente para poder extender mi dominio sobre mi hermana hasta más allá de mis locuras más extravagantes.

Sonreí. Al poco me salieron unas carcajadas siniestras, graves.

Luego caí rendido y me dormí sobre el teclado, sin dejar de sonreír.

CONTINUARÁ.

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Ginés Linares

gines.linares@gmail.com

http://gineslinares.blogspot.com

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