El HIJO tullido y su piadosa MADRE

Enzo es un muchacho enfermizo que sufre una extraña dolencia degenerativa. Su mente es lúcida, pero su cuerpo raquítico no crece, y sus articulaciones cada vez están más atrofiadas. Los médicos le han dado pocos meses de vida, y su bondadosa madre piensa en darle un premio antes de que sea tarde.

AlmaDeCántaros -    (completo)

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El más amargo de los infortunios se encariñó de Lidia, a muy temprana edad, acompañándola incansablemente hasta sus días presentes. Un cúmulo de indeseables desgracias se alinearon para sabotear el destino de una mujer que nunca se ha rendido; una heroína anónima que siempre ha sacado fuerzas de flaqueza, y que no ha dejado que nada ni nadie lograra aplastar su espíritu.

No dio su brazo a torcer cuando el borracho de su padre intentó abusar de ella, aun siendo una cría, con la complicidad de una madre demasiado cobarde. Prefirió darse a la fuga y enfrentarse a una existencia clandestina antes que permanecer cerca de aquellos que la maltrataban.

No se dejó amedrentar por los inconvenientes de la supervivencia callejera, ni siquiera cuando el hombre en quien confiaba la violó, y la dejó embarazado siendo ella aún menor.

Ni siquiera optó por el aborto cuando, ya avanzado el embarazo, los médicos le comunicaron que el bebé desarrollaría una grave enfermedad, y que, seguramente, no llegaría a la adolescencia.

Los primeros años de Enzo fueron como los de cualquier otro bebé sin padre. El resto de su infancia fue algo más complicada, como ya era de esperar, pero es ahora, cuando el diagnóstico letal de los especialistas se impone, definitivamente, a las pocas esperanzas que madre e hijo aún atesoraban respecto a la esperanza de vida del chico.

Harta de ser explotada en empleos penosos y mal remunerados que le impedían cuidar del niño cuando él más la necesitaba, Lidia optó por darle un giro a su rumbo vital. Dejó la ciudad y, junto a su pequeño lisiado, se instaló en la casa de una amiga; en un pueblo montés afectado por la despoblación.

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ENZO: ¿Ahora ya n.no trabajarás?

LIDIA: Sí, mi vida, pero lo haré desde casa, con el ordenador. Ya te lo dije.

ENZO: ¿Y la asist.tenta? ¿Y la psico.cologa? ¿Y los me.médicos?

LIDIA: Todo eso ya se acabó. De ahora en adelante, solo estaremos tú y yo.

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El mozo asiente complacido. Siempre se ha sentido protegido por su amada madre; la valiente luchadora que ha superado incontables problemas consiguiendo que ambos salieran adelante año tras año.

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-¿Estás cómodo así?- le pregunta ella recolocando la almohada a la espalda del nene.

-Sí, m.mamá. Estoy perfecto- responde con muecas de gratitud.

-Te dejo con tus libros y voy a la otra habitación, ¿vale?-

-Bien. A ver si te.termino la historia de este ma.marinero intrépido-

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Una afectuosa caricia facial de la mujer ejerce de despedida justo antes de que se ausente del cuarto de su hijo. Se trata de una amplia estancia rústica en la que son visibles las desiguales piedras que conforman cada una de las paredes. No hay demasiadas cosas en la sala: una cama individual, un televisor de tubo catódico, un vetusto armario destartalado…

Los aposentos de Lidia no son muy distintos, sin embargo, una enorme tela de color burdeos cubre la pared que colinda con el cabecero de una cama doble más glamurosa que la de Enzo: sábanas sedosas, grandes cojines rojos, colorido alumbrado…

Una cámara permanece encumbrada en lo alto de un trípode, cerca del colchón, conectada a un ordenador portátil que reposa encima del escritorio. Así es la oficina del nuevo trabajo de Lidia.

Si bien el decoro de esa hermosa joven ha encorsetado sus generosas curvas a lo largo de toda su vida, ha llegado un punto en el que dicha decencia tiene un precio demasiado alto. No en vano, los mayúsculos atributos de Lidia son un activo demasiado valioso como para permanecer en el anonimato, ocultos bajo el uniforme de la empleada de una fábrica.

En cuando la madre de Enzo tomó consciencia de que podría atender mejor a su hijo y ganar más dinero si aparcaba su recato lejos del objetivo de la cámara, dejó su puesto en la cadena de montaje y se mudó lejos de la capital. Ahora trabaja desde casa y no tiene que dejar al pequeño en manos de funcionarios sociales, ni de cuidadores ajenos.

Cada vez que iniciara sesión en aquella plataforma puntera en el mundo de los shows por webcams, se olvida del asco que le dan los hombres consciente de que ninguno de ellos podrá franquear una pantalla cristalina que los mantiene a cientos, o incluso a miles de kilómetros.

Tititititít – Titititití – Titititití

El móvil de Lidia suena llamando su atención insistentemente.

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LIDIA: Hola, Ada.

ADA: Hola, cariño. ¿Cómo estás?

LIDIA: Bien. Muy bien. Gracias a ti, en gran parte. No sabes cuánto te lo agradezco.

ADA: Ya te lo dije, cariño. Esta casa no hacía más que acumular polvo.

LIDIA: Lo sé… … Me gusta el pueblo. Es bonito.

ADA: Sí, es precioso. Aunque solo queda gente mayor por esos lares.

LIDIA: Ya sabes que no soy muy sociable. No he venido aquí para hacer amigos.

ADA: Ya, ya… … ¿Cómo está tu chiquillo?

LIDIA: Bien. No sufre mucho dolor, pero cada vez tiene menos movilidad, ya sabes.

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Hace algunos años, cuando la desesperación pisaba los talones de Lidia, esa madre primeriza sintió la imperiosa necesidad de hablar con otra mujer. Carente de amigas, terminó acudiendo al teléfono de la esperanza. Ahí encontró a Ada, una interlocutora cuyas palabras le llegaron al alma alejándola del abismo. De ese encuentro fortuito nació una peculiar amistad que ya cuenta con más de una década en sus cimientos.

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ADA: ¿Y el trabajo?

LIDIA: Fácil, cómodo, rentable. Nunca pensé que haría algo así, pero…

ADA: Claro que sí. Solo es tiempo, y ningún hombre te pondrá la mano encima.

LIDIA: Parece mentira el dinero que algunos tíos son capaces de desembolsar solo por recibir un poco de atención online.

ADA: Tu trabajo no es tan diferente al mío. Piénsalo. Si estos pajeros fueran felices y tuvieran una vida sexual plena, no irían tan desesperados por la red, buscando a alguien como tú.

LIDIA: Nah. Son primates. No se plantan el suicidio. Simplemente están calientes.

ADA: A mí no solo me llaman personas al borde del suicidio. Ya te conté.

LIDIA: Sìií. Menuda fauna la tuya, también. Uy, espera. Tengo a mi primer cliente.

ADA: Vale, guapa. Te dejo con tus quehaceres telemáticos.

LIDIA: Adiós, Ada. Hasta pronto.

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AlmaDeCántaros se desentiende de su móvil y, acto seguido, activa la videollamada de don CerditoValiente; un gordo salido que se emociona al contemplar el nimio camisón semitransparente que a duras penas puede contener las grandes mamas de su musa internauta.

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-Hola, Cerdito. Hoy he soñado contigo. Estábamos en un establo y había mucho barro-

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Enzo oye un rumor musical procedente del cuarto contiguo. No tiene mucha idea de en qué consiste la labor que desempeña Lidia, aunque cree que se trata de un asunto relacionado con la venta de cosméticos por internet.

Despreocupado, se sumerge en las aventuras de su navegante favorito; un apuesto galán que tiene un amor en cada puerto. Cada día le cuesta más pasar las páginas de aquel grueso tomo, pero todavía se apaña por sí solo.

Cuanto más limitadas están sus atrofiadas articulaciones, más pasión siente por las novelas que le transportan alrededor del mundo, a lomos de unas épocas que rezumaban épica y romanticismo a raudales.

Enzo es tan buen lector como mal orador, pues su enfermedad también afecta a su habla, así como al desarrollo de su menudo cuerpo enfermizo. Sin embargo, su mente permanece lúcida, y es plenamente consciente del destino tan cruel que le deparan los meses venideros. Sabe que su madre no le dejará sufrir, y que recurrirá a la eutanasia para ahorrarle un final doloroso.

Se cumplen las diez de la mañana cuando unos definidos rayos de sol se cuelan por la ventana abierta de tan desdichado muchacho talmente como si el astro rey quisiera animarle, pero la luz de ese cálido martes primaveral solo le inocula unas mayores ansias de vivir, de viajar por los confines del mundo, de surcar los siete mares como lo hacía el capitán Tentáculo…

Aunque lo que más le gustaría a ese protagonista postrado es hallar el amor, y dar rienda suelta a una floreciente sexualidad recién llegada. Sus hormonas adolescentes están descontroladas, y no son pocas las inoportunas erecciones que ha experimentado, aquel pobre mozalbete, a raíz de las desacomplejadas carantoñas cariñosas de su propia madre.

Los cerdos son los reyes del sexo. Sus orgasmos pueden durar hasta media hora y sus eyaculaciones alcanzan el medio litro de semen. No obstante, don CerditoValiente se ha quedado muy lejos de semejantes registros. Su precocidad no juega a favor del cronómetro de AlmaDeCántaros, y apenas unas cuantas gotas de esperma son las que humedecen el clínex de ese obeso porcino.

Lidia cierra el portátil y reflexiona acerca de su rutina con el que ya se ha convertido en su mejor cliente:

“Siempre lo derramo en pocos minutos. Estaría disgustada si el mínimo por la conexión no fuera de media hora”

No tiene dudas acerca de la conveniencia de hacer lo que hace, pero suele notar la necesidad de realizar un pequeño examen de conciencia al finalizar cada sesión.

“Hubiera tardado tres horas en la fábrica para ganar lo que acabo de ingresar en quince minutos”

La madre de Enzo se siente premiada por el simple hecho de permanecer en casa, junto a su hijo, sin tener que dejarlo al cuidado de manos extrañas.

Todo el amor que jamás recibió de los individuos que han ido desfilando por su vida, ella se lo entrega a su príncipe, sin reparos. El padre de Lidia, el tipo que la violó, los distintos jefes que ha tenido, compañeros, vecinos, pretendientes, clientes online…

“Los hombres que he conocido son una basura humana; todos menos el pequeño que salió de mí; el único que no tendrá la oportunidad de vivir y de ser amado por una mujer”

Le repatea esa realidad tan arbitraria, pero hace mucho que aprendió que la vida no es justa por definición, como pretenden los más ingenuos. Ella está más que curtida en esa realidad.

“Es irónico que, precisamente yo, haya elegido AlmaDeCántaros como nick”

Está al tanto de los anhelos y las inquietudes de su único amor, pues la confianza que comparte con su hijo no tiene tabús.

La semana pasada, Lidia se puso en contacto con un par de chicas de la plataforma en la que trabaja. Se trata de modelos eróticas que suelen ofrecer sus servicios presenciales a determinados clientes que ellas mismas eligen. Sin embargo, terminó por descartar el contratarlas, dado que no le fue necesario tratar mucho con ellas para constatar su frivolidad.

“No voy a permitir que la primera, y quizás la última de las amantes de mi niño lo trate como a una atracción de circo. Enzo merece recibir una ternura erótica que no sea sospechosa de albergar asco ni repulsa. Esas pelandruscas podrían, incluso, llegar a burlarse de él en pleno acto”

Lidia no anda desencaminada.

Quizás la apariencia de su hijo no desate el pánico en la vía pública, pero su desnudez es algo más chocante.

El paso de los años no ha visto crecer un cuerpo enclenque propio de un enjuto niño de sis anys. Contrastando con ello, aquella cabeza prominente de peculiar arquitectura, junto con una palidez casi polar, le da a Enzo la apariencia de un retoño alienígena acechado por la desnutrición.

Al poco de silenciar la música sugerente que aún sonaba en su alcoba, la joven escucha un ruido que dispara todas sus alarmas.

Enzo no ha sido capaz de alcanzar la cama en su regreso del lavabo, y ha caído al suelo, aparatosamente, desplazando el somier sobre las gastadas baldosas de esa casa decimonónica.

Lidia acude a toda prisa en su auxilio. AlmaDeCántaros no ha tenido tiempo de adecentar su aspecto, y todavía anda con su diáfano camisón de tonos ocres.

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-!Cariño! pero ¿qué haces?- protesta mientras le ayuda a incorporarse

-¿Por qué no me pides ayuda? Si me quedo en casa es para cuidar de ti-

-Ya pu.puedo - proclama un tanto avergonzado -prefiero hacerlo so.solo-

-Ya está- susurra una vez restablecida la reposada postura de su hijo sobre el colchón

-¿Te has hecho daño?- se preocupa inspeccionándolo.

-Mamá…-

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Enzo ha sido el primero en darse cuenta de cuan indecente resulta la escueta indumentaria de su madre.

Abochornada, ella intenta remediar la indiscreción de sus transparencias cubriéndose los pezones con ambas manos, pero el tamaño de sus formidables mamas es demasiado basto y, por mucho que abre los dedos, la fémina no consigue cobrar la compostura que pretende.

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ENZO: Pe.pero m.mmh.

LIDIA: No te asustes, cariño. Esto no es… … no es lo que parece.

ENZO: ¿Qué pa.parece?

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Lidia guarda unos instantes de silencio. No estaba preparada para tan inesperada vicisitud.

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ENZO: Pensé q.que vendías co.cosméticos online.

LIDIA: Sí, amor, pero es que…

ENZO: ¿Por eso te pi.pintas así?

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El maquillaje que luce Lidia es extremado:

cejas perfiladas, pestañas de vértigo, sombra de ojos, algo de colorete, unos labios tremendamente jugosos… pero nada de eso justifica la ligereza de su único atuendo.

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ENZO: Sea lo q.que sea, puedes contármelo. Nnunca te ju.judgaría.

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La mirada maternal de la joven suele subestimar la madurez de ese adolescente tullido. De algún modo, el semblante infantil de Enzo se sirve de la subjetividad de aquella madre sobreprotectora para sugerirle un menor conocimiento por parte del aplicado lector que tiene a su cuidado. Por si fuera poco, las dificultades del chico en su habla no hacen más que fomentar dicha percepción.

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LIDIA: Hago algunos videos, cariño. Siempre yo sola.

ENZO: ¿Pe.pero por qué?

LIDIA: Es el modo de poder estar contigo, en casa, y ganar más dinero que en la fábrica.

ENZO: Enti.tiendo… … lo haces por mí.

LIDIA: Claro, mi vida. Haría cualquier cosa por mi niño.

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Un vistazo del mozalbete, algo tímido y temeroso, le permite peinar la piel de su madre de reojo. Le resulta fácil comprender que la nueva ocupación de tan despampanante mujer resulte mucho más rentable que la cadena de montaje.

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LIDIA: No puedes quedarte solo. Lo sabes. Podrías tener una crisis.

ENZO: Sí. Lo entiendo, m.mamá.

LIDIA: Te quiero tanto… Sabes que jamás he encontrado el amor junto a ningún tío. Tú eres el único hombre de mi vida.

ENZO: Ah.h. Voy a po.ponerme rojo. J.jh.

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La sonrisa de aquel entrañable engendro no es favorecedora, pero despierta la ternura de su enfermera materna.

Lidia inspira profundamente. Esos instantes de silencio no son nada embarazosos, pues, en contra de lo que cabía esperar, aquella confesión ha sido liberadora, y le ha servido para quitarse un peso de encima.

“Prefiero no hablarle de mis clientes, pero ahora no siento que esté mintiendo a la única persona importante de mi vida”

Más sosegada a cada momento que pasa, Lidia toma asiento a un lado de la cama. Ya no intenta enmascarar sus portentosos atributos mamarios, e incluso se divierte divisando la huidiza mirada incomodada del nene.

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LIDIA: Puedes mirarme, cariño. Si otros hombres pueden, como voy a negártelo a ti.

ENZO: Ya… … Ya, pe.pero yo no debería…

LIDIA: NADA es como debería ser en nuestras vidas. Olvídate de todo eso.

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Tras unos segundos de quietud dubitativa, Enzo deja de enfocar a aquella ventana soleada para centrarse en su madre. Si bien la expresión del chaval nunca le hace parecer avispado, es ahora cuando su mueca boquiabierta más le asemeja a un bobo orejudo que a duras penas puede contener sus babas.

Lidia ha tomado una pose recostada y muy favorecedora inclinando la cabeza a un lado y hacia atrás. Uno de sus brazos le sirve de apoyo mientras el otro se alza para acomodar esa exuberante melena negra. Aun con los ojos cerrados, nota cómo la lascivia del pequeño indaga en sus grandes pechos.

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-¿No dices nada?- le pregunta ella todavía sin mirarle.

-No te.tengo palabras- contesta él casi sin aliento -Eres tan guapa…-

-Siempre has sabido que soy guapa. Lo que quieres decirme, ahora, es otra cosa-

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Los ojos de Lidia vuelven a conectar con los de su hijo, pícaramente, espolvoreando un guiño que resulta de lo más confuso para el titular de una flamante erección casi espontánea.

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-… … Estás muy bu.buena, mamá- admite tras una breve reflexión.

-!Oh!- exclama la joven con los ojos muy abiertos -Pensé que no te atreverías-

-Me si.siento como el Joroba.bado de Notredam. Mi pijama no es ta.tan glamuroso como tu camisón… … y yo parezco aún más defo.forme a tu lado-

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La sonriente expresión de Lidia se apena súbitamente. No había contemplado que sus gloriosos encantos pudieran intimidar a su imberbe paciente esmirriado.

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-Noooh. Amor, olvídate de tus libros por una vez- le ruega encarecidamente.

-Pero si soy co.como él- protesta enfurruñado -Jamás hallaré el amor c.con una mujer-

-Yo te amo, mi vida. ¿Es que no te parece importante mi amor?-

-Sabes a q.qué me refiero- susurra resignado -No es lo mi.mismo-

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Lidia comprende a su hijo. Cree firmemente que bajo aquella grotesca apariencia desmejorada se esconde el alma más romántica y apasionada que ha conocido.

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LIDIA: ¿Y qué le pasa a tu pijama? Era el más bonito de la tienda.

ENZO: Lleva un esta.tampado de los Minions, mamá. No tengo ochocho anys.

LIDIA: !Te gustaban!

ENZO: !Cuando era pe.pequeño! He madurado, aunque mi cu.cuerpo no haya crecido.

LIDIA: Es que tu talla es la de un niño. Sigo comprándote la ropa en tiendas infantiles.

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Ambos sonríen ante esa cómica tragedia. Aprendieron, hace tiempo, a tomarse su desventura con humor.

El azul y el amarillo predominan en la prenda de la discordia. Se trata de un cómodo atuendo veraniego de algodón cuyo estreno se remonta pocos días atrás.

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LIDIA: Estuve pensando en aquello de lo que hablamos la semana pasada. ¿Te acuerdas?

ENZO: ¿Lo de te.tener sexo antes de morirme?

LIDIA: No quería usar estas mismas palabras, pero sí. Hablé con un par de chicas, pero…

ENZO: No0h ¿Te refiere a… pu.putas? No querría que nadie me lo hiciera po.por dinero.

LIDIA: Lo sé, lo sé. Tranquilo. Al final desistí; descarté esa idea.

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La voz de Lidia es gruesa pero femenina a la vez, y su suave tono amable es como un cálido abrazo para el chico.

Pese a su desenfadada retórica y a su perpetuo disimulo, ese Quasimodo sin joroba sigue un tanto violento y no sabe dónde mirar cuando no mantiene sus ojos fijados en los de su madre.

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-Dime una cosa, cariño- sugiere Lidia -¿Se te ha puesto dura, ahora?-

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El nene ha quedado petrificado con la vista fijada en una de las esquinas del pie de la cama. Si bien sospechaba que alguna de sus asiduas erecciones no había pasado inadvertida para su cuidadora, jamás habían hablado del asunto.

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LIDIA: No tiene que darte vergüenza. Me lo tomaré como un halago.

ENZO: Sí, pe.pero es que…

LIDIA: Soy yo quien te ha dicho que podías mirarme… … !Eh!… … Estoy aquí.

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Mediante una mímica sobreactuada, Lidia gesticula para recuperar la atención de Enzo, quien, por fin, le devuelve el sentido a su mirada perdida para focalizar a su madre de nuevo.

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-Si de verdad te parece que estoy tan buena, aprovéchate y alégrate la vista-

-Pero, ma.mamá- responde el chico un tanto ruborizado.

-Aún no me has contestado- insiste ella con una sugerente sonrisa de párpados caídos.

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Enzo enmudece mientras termina de arroparse hasta la cintura para mantener el misterio que intenta desvelar su interlocutora.

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-Vamos, amor mío. No será la primera vez que te empalmas por mis mimitos. ¿Acaso crees que no me he dado cuenta? Sé que es mi culpa. Estas en una edad que… Y yo, a veces, soy demasiado cariñosa contigo, pero es que te quiero tanto…-

-No sé qué clase de ju.juego es este, pero no es di.divertido- murmura el muchacho.

-No estoy jugando contigo, mi vida- le rebate ella con una repentina seriedad -Solo quiero que experimentes el erotismo de parte de alguien que realmente te ama-

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Otra vez con la mirada baja, la mente de Enzo divaga entre la ambigua proposición de su madre, las censuras moralistas de la sociedad y la peculiaridad de su fatídico destino. Pensativo, evoca la lapidaria frase que ha acuñado Lidia:

NADA es como debería ser en nuestras vidas

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LIDIA: Olvídate del resto del mundo; de lo que pensarían; de lo que la gente cree que está bien o mal. Piensa solo en nosotros.

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Tal y como si tuviera vida propia y quisiera expresar su opinión, uno de los tirantes de ese sedoso camisón acentúa la directriz de su usuaria despeñándose por su brazo diestro.

Aún navegando en un mar de dudas, Enzo se permite vislumbrar una vasta y nutrida superficie cutánea cada vez más expuesta. El hechizo de esos cántaros carnosos de sutiles trazos azules deslumbra la libido de un adolescente que ya había tirado la toalla respecto a sus pretéritas aspiraciones libertinas.

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-¿Quieres que te las enseñe?- pregunta ella, sonriente, mientras juega con su pelo.

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El nene asiente a la vez que sus ojos suben y bajan para devolverle la mirada a su madre con intermitencia.

Con gestos gráciles, Lidia se desentiende de las finas tiras que sostenían su atavío nocturno dejándolo caer sobre sus muslos. Todavía sentada a un lado del colchón, arquea su espalda para que sus soberbias tetas desnudas se vean aún más escandalosas.

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-¿Quieres tocármelas, amor?- pronuncia ahora con un interrogante más sugerente.

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La muda reacción de Enzo se asemeja a su primera respuesta, pero, en esta ocasión, el niño no logra despegar la vista de los rugosos pezones oscuros de su madre. Su pasmo desconcertado se traduce en una parálisis corporal que renuncia a cualquier iniciativa proactiva.

Lidia, en cambio, se apresura en encaramarse encima de su hijo, sentándose sobre esos raquíticos muslos arropados. No lleva bragas, por petición expresa de don CerditoValiente, pero su camisón desvanecido sigue ejerciendo de minifalda pese a una holgada condición que amenaza con desvelar sus secretos.

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-Venga- susurra con un tono cómplice -Son para ti, cariño-

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Enzo se atreve, por fin, a sostener los opulentos pechos que tan generosamente le ofrece AlmaDeCántaros. Aunque quizás no sea el alter ego de Lidia el que ha tomado las riendas en el último lapso de tiempo, pues es la faceta más humana e implicada de la mujer la que ansía cumplir los sueños más lujuriosos de aquel pobre mozalbete enfermo.

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LIDIA: ¿Te gustan, mi vida?

ENZO: Sí… … mamá… … pe.pero esto… … esto no…

LIDIA: Tú no te preocupes. ¿Acaso piensas que somos los primeros que hacemos esto?

ENZO: Yo… … creo q.que sí.

LIDIA: No. He conocido casos de madres que masturbaban a sus hijos minusválidos.

ENZO: ¿Sí? ¿Dde verdad?

LIDIA: También sé de prostitutas que han sido fichadas para atender asuntos parecidos. Quizás no se tratase de chicos tan lúcidos como tú, pero tampoco eran terminales a quienes se les agotaba el tiempo.

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Lidia termina por convencer a esa alma de puro corazón de la legitimidad de aquel magreo incestuoso, aunque es posible que no hayan sido tanto sus razonamientos verbales, sino los motivos carnales de esa voluptuosa mujer los que han doblegado los tenues reparos de tan canijo muchacho.

No en vano, los hipnóticos balanceos de tan fastuosas mamas, mientras fluctúan entre las manos y los dedos de Enzo, embrujarían al más santurrón de los célibes ninguneando sus valores y haciéndole caer en la tentación irremediablemente.

Un par de gruesas almohadas elevan el torso del pequeño de la casa para ayudarle a adoptar la mejor pose para leer. Dicha disposición resulta de lo más conveniente para llevar a cabo semejantes manoseos, y el nene no tiene dificultades para gozar de lo lindo de aquel par de ubres maternas

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ENZO: Pe.pero… … que tetas, mamá. Me las comería ente.teras.

LIDIA: Pues va. ¿A qué esperas?

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Lidia se apoya en el cabecero de la cama, con ambos brazos, para que sus enormes pechos cuelguen sobre el rostro imberbe de su joven galán.

Enzo se deja llevar por un inédito instinto caníbal y devora el prodigioso busto de su madre como si no hubiera un mañana. Por lo visto, las babas que el chaval ha conseguido contener hasta el momento no dejan de rezumar de su boca mojando los atributos más llamativos de tan espectacular hembra.

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-Así… … Así- susurra Lidia notando la lengua empapada de su hijo en los pezones.

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En cuanto la joven vuelve a apoyar sus notables nalgas en el regazo del chico, se percata de la presencia de una pétrea erección que le había pasado inadvertida hasta el momento.

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-!O0h! Cariño- exclama con una sonrisa -Por fin tengo la respuesta que buscaba-

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Absorto en ese delicioso festín mamario, Enzo percibe las palabras de su musa como si de un eco lejano se tratara. Se dedica a oprimir aquel adiposo pechamen con ambas manos devorando, uno tras otro, los epicentros erógenos de su madre con demasiado entusiasmo.

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-Uy… … Cuidado, mi vida- protesta ella dolorida -No me las comas de verdad-

-Lw swyntw mmm- responde el pequeño sin despegarse de ella.

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Lidia retrocede provocando la ansiedad famélica de su hijo. No obstante, esa ostensible desazón se desvanece en cuanto Enzo se percata de las licenciosas intenciones de su madre. Inmóvil, observa cómo la mujer destierra la fina sábana que le cubría, y cómo le baja el pantalón del pijama con osadía.

El miembro tumefacto de tan enclenque lisiado no se muestra afectado por los problemas de crecimiento que incumben al resto de su cuerpo, pues aquel pollón bermejo y venoso es mayor que muchos de los falos empalmados que lucen con orgullo los clientes más asiduos de AlmaDeCántaros.

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-Menuda tranca, cariño- exclama entusiasmada -Jamás lo hubiera imaginado.

-N.no pap.parece que sea gran co.cosa cuando está morci.cillona. J,jh-

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La tropezada observación risueña del nene hace gala de un orgullo poco frecuente en él, aunque también entraña cierta sorpresa, dado que no recuerda haber alcanzado, jamás, unas cotas de virilidad tan mayúsculas.

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-Ahora verás- dice Lidia arrastrando el ligero cuerpo de Enzo a un lado de la cama.

-¿Qué? Mamá, ¿q.qué haces?- pregunta alarmado y ya sin pantalones.

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Los palitroques que tiene como piernas han quedado colgando, en el lateral del colchón, sin que sus pies lleguen a contactar con el suelo. Está asustado, pero le embarga la emoción.

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LIDIA: Voy a hacerte algo que muchos hombres han deseado que les haga, en vano.

ENZO: ¿Q.qué? ¿Qué?

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Lidia no contesta, sabe que será mucho más elocuente con una demostración práctica que con una definición verbal. No tarda en abrazar la imponente verga del chico con sus pálidas tetas escondiéndola casi por completo en su prieto canalillo; un suave caño que debe su angosta condición a la presión que la joven ejerce, con ambas manos, para mantener sus pechos juntos.

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-O0h… … Mamáh- pronuncia con una voz quebradiza.

-¿Estás bien, mi amor?- se interesa ella sin dejar de mover sus mamas arriba y abajo.

-Sí. S.síiì- responde él más afirmativo que nunca -Mejor que bieeeeen-

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Talmente como si hubiera recuperado su mejor motricidad, Enzo se saca la camisa y acomoda una almohada tras de sí.

La tersa piel desnuda de Lidia se sirve de un vehemente sol matutino para lucir con todo su esplendor. Esos voluminosos senos se modulan, dinámicamente, bajo el cálido fulgor de unos rayos directos que no han tenido que atravesar nubes ni cristal alguno.

Los ojos vidriosos de Enzo observan cómo el glande colorado del chaval se asoma, intermitentemente, como si necesitara respirar antes de volver a sumergirse en aquellas generosas carnes que ansían oprimirle de nuevo.

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-¿Té gustah, mi vida?- le pregunta ella entre suspiros.

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Al muchacho se le ha comido la lengua el gato, pero, con los ojos muy abiertos, asiente dando una respuesta obvia a tan fútil interrogante.

Lidia siente vergüenza de sí misma al constatar que, lo que había comenzado como un acto puro de compasión, se está convirtiendo en una de las experiencias más ardientes de su vida. Se ha puesto realmente cachonda notando cómo el granítico miembro de su hijito transitaba entre sus pechos, y sospecha que no será capaz de conformarse tan solo con procurarle un buen orgasmo al pequeño.

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-M.mamá… … creo que… … Uuh… … Mmh-

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La mirada desorbitada de Enzo se torna bizca un instante antes de que su madre se vea regada por un abundante torrente lechoso que embadurna sus tetas obscenamente.

Las insistentes contracciones fálicas del mozo le otorgan una presión inaudita a una corrida que, encañonada a quemarropa, no deja de salpicar a una joven tetona que no sale de su asombro.

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-Pero… … cariño…- pronuncia sin dar crédito a tan caudalosa corrida.

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Lidia recibe un par de borbotones albinos en su cara, el segundo de los cuales logra hallar sus jugosos labios pintados.

Enzo padece unos incontrolables espasmos que llegan a preocupar a su entregada cuidadora. Por suerte, el sosiego regresa, paulatinamente, apoderándose de un deleitado enfermo que no consigue inhibirse de cierta culpa.

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-Lo si.siento, mamá- pronuncia cerrando los ojos con fuerza.

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La ausencia de respuesta le insta a levantar los párpados, de nuevo, para percatarse de la ausencia de su concubina materna. Acto seguido, escucha un sonido acuático proveniente del lavabo.

No logra encajar lo que acaba de ocurrir, pues una nueva perspectiva, libre del bullicio de su propia lujuria incestuosa, le permite escuchar claramente los reproches morales que le dicta su consciencia:

“!Me he corrido en las tetas de mamá! ¿Cómo hemos llegado a esto?”

Avergonzado, Enzo intenta refugiarse en los argumentos que le ha dado su madre, previamente, al tiempo que se esfuerza en recuperar las piezas de un pijama que ha quedado desparramado sobre el colchón.

Frente al espejo del baño, Lidia se mira a los ojos como si pretendiera penetrar en el subjetivo interior de su propio reflejo. Se ha lavado la cara concienzudamente, así como el busto y cualquier zona sospechosa de haberse visto mancillada por la copiosa eyaculación de su hijo, pero siente que hay algo más intangible que jamás podrá limpiar.

“No. Esto es lo mejor para mi hijo. Nada más importa. No voy a castigarme por lo que acabo de hacer”

Vuelve a contar con el escaso recato que le ofrece aquel sedoso camisón de reflejos de oro, pero su talante difiere mucho sin un ápice del maquillaje que llevaba hace solo un par de minutos.

Cuando reaparece en la habitación de Enzo, advierte cómo el pequeño termina de subirse los pantalones cortos de ese pijama infantil estampado con distintos Minions.

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-¿Estás bien, mi vida?- se interesa con un hilo de voz.

-… … Sí, mamá, pero me da ve.vergüenza haberme co.corrido tan pronto-

-Eso es porque estoy muy buena, y porque es tu primera vez- señala sonriente.

-¿Mi pri.primera vez?- susurra dando forma a un confuso interrogante.

-¿Acaso habías estado con alguna otra mujer antes que yo?- pregunta inquietada.

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Sin mediar palabra, el nene ladea la cabeza a modo de negación.

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ENZO: Aunque, te.técnicamente, aún soy vi.virgen.

LIDIA: ¿Insinúas que no es una primera vez si sigues siendo virgen?

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El muchacho asiente lentamente pero con vehemencia.

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LIDIA: ¿A eso te referías el día que lo hablamos? ¿A perder la virginidad?

ENZO: Sí. Aunque nu.nunca insinué que quisiera pu.putas, y mucho menos…

LIDIA: ¿Es que me prefieres mucho menos que a una puta?

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El rostro del chico se pinta de pánico ante una interpretación tan errónea como perversa. Otra vez con los ojos como platos, Enzo intenta discriminar ese hiriente equívoco:

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-Nooh… … Mamá. T.te prefiero a ti más que a mil pu.putas: más q.qe a ninguna mujer-

-¿En seerioo?-

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La fingida desconfianza de la joven tiene tintes de burla; así lo transmite su musicado tono sinuoso. Alentada por la sincera confesión de su hijo, Lidia se encarama sobre el colchón con traviesos gestos felinos.

Enzo resta inmóvil. Ha recuperado su habitual pose de reposo, estirado bocarriba en el centro de la cama, y no parece que tenga la intención de levantarse ni de ir a ningún sitio. El costillar crudo que define su escuálido torso aún permanece desnudo, y el rubor que había invadido su palidez durante su clímax orgásmico se ha disipado casi por completo.

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-Entonces, ¿no me cambiarías ni por Esmeralda?- pregunta ella ya acostada junto a él.

-No… … Ella no tiene tus te.tas… … ni esta ta.tan buena- responde un tanto intimidado.

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El nene no se equivoca, pues ninguna de las representaciones gráficas del amor platónico de Quasimodo le hace sombra a la viva imagen de AlmaDeCántaros. Al lado de esa dama tan bien nutrida, Enzo se ve todavía más canijo, enjuto y esquelético.

Las cálidas manos de Lidia peinan el pecho lampiño de su hijo con una peculiar lascivia que se disfraza de ternura. La cercanía entre el uno y la otra se acentúa provocando un sinfín de roces que van de pies a cabeza.

Los rollizos muslos de la mujer se enfrentan a los palillos del chiquillo en una contienda desigual. Al mismo tiempo, esas grandes tetas, aún mojadas y a duras penas contenidas en aquel pequeño camisón, invaden los atrofiados pectorales de Enzo mediante un jubiloso abordaje mamario.

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-Te.te ves muy distinta sin maqui.quillaje- susurra él muy de cerca.

-¿Me parezco más a tu mami?- pregunta ella con un tono aún más bajo.

-Creo que… … sí. Pu.puede ser-

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El chico se siente acosado por la insostenible proximidad facial de su madre, pero una parte de él no tan solo quiere mantenerla, sino que incluso ansía extinguirla. Es consciente de que el beso resultante, en la presente tesitura, sería muy distinto a cualquiera que haya tomado forma en el seno de esa pequeña familia binaria; eso le asusta y le frena,

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LIDIA: En nuestro cuento, no eres Quasimodo, eres mi príncipe.

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Aquella proclama amorosa de aliento compartido se acompaña de un inmediato contacto labial. Ese morreo indecente rebasa una nueva frontera de impudicia, escapando del cariño materno para degenerar en el más incontestable de los incestos.

Enzo jamás imaginó que un día saborearía la lengua de su madre con la suya propia. No sospechaba que las babas de ella se verterían en la boca de él mezclándose en un coctel exquisito más embriagador que un licor de alta graduación alcohólica.

Mientras Lidia sigue comiéndole la boca a su hijo, el pequeño nota cómo, desde su bajo vientre, una inesperada intrusión digital supera los límites elásticos de su pijama azulado. Le acecha la vergüenza por unos fugaces momentos, pero pronto percibe un resucitado vigor que le llena de orgullo.

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-0Ooh, cariño- le susurra ella en el oído -Estás hecho un machote-

-M.Mamaáh- protesta él sintiendo esa lengua empapada en la oreja.

-¿No te gusta esto, mi churri?- le pregunta apoderándose de ese pene erecto.

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Un instante antes de emitir su negativa, Enzo se percata de que incurriría en una falsedad, e interrumpe su respuesta.

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-Lo que voy a hacerte ahora seguro que sí te gustará- anuncia su madre animosamente.

-¿Q.Qué? ¿Qué vas a…? ¿Q…?- balbucea con una curiosidad creciente.

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Lidia se incorpora para gatear sobre el colchón. Una vez ubicada, vuelve a bajarle el pijama a su niño con vehemencia, liberando aquel portentoso miembro inflamado.

El camisón que suele lucir AlmaDeCántaros no es de su talla, y la fuerza gravitatoria de tan pesadas tetas, en esa nueva pose, es más de lo que aquella irrisoria prenda puede sostener. En consecuencia, los pezones de la joven se asoman, impunemente, sin que su dueña haga nada para remediarlo.

Enzo queda hipnotizado ante semejante espectáculo, y no reacciona hasta que nota la humedad bocal de Lidia mojándole el nabo.

El chaval entra en shock. Para él, la virtud de su madre era inmaculada hasta hace unos minutos, pero su percepción de la decencia de tan escultural mujer no ha dejado de caer en barrena en un descenso vertiginoso que parece no tener fin.

Primero ha sido la confesión de AlmaDeCántaros sobre su verdadero trabajo online, luego: un exhibicionismo de difíciles calificativos, después: esa pretérita cubana orgásmica, y ahora…

“No puede ser que mamá me la esté mamando. Esto tiene que ser un sueño, o quizás he muerto y estoy en una dimensión paralela”

Enzo se enorgullece de haber desmentido a los médicos más pesimistas, pero sabe que su diagnóstico fatal terminará por cumplirse más temprano que tarde, y no son pocas las fantasías en las que ha divagado acerca de una vida postmortem.

“Creí que había contemplado todos los posibles escenarios del otro mundo, pero jamás me hubiera atrevido a imaginar que mamá...”

La felación hambrienta de Lidia se vuelve más obscena a medida que sus profundas engullidas van ganando sonoridad. Notando cómo el largo trabuco de su hijo profana su garganta, esa madre chupona pierde de vista el punto en el que acaba su compasiva generosidad y empiezan sus ansias lujuriosas.

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-Mhmh… … xt… … mmm… … mhm… … chp… … mmmmh-

-Joo0h… … Mamaáh… … Uugh-

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Cuanto más progresa ese vergonzoso altercado sexual, más relevancia cobra el desmedido gozo del muchacho, y más se debilitan sus reparos moralistas.

Ya no le importa lo inconcebible que resultaría aquello para las incontables personas que nunca conocerán su secreto. Solo quiere seguir disfrutando del premio que está recibiendo de parte del único amor verdadero que ha habido y habrá en su vida.

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LIDIA: mhmmh… … xchp… … mmMmh… … Mhmwh… … xt… … mm… … chp…

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Enzo se muerde el labio inferior sin dejar de admirar la destreza con la que su madre le come la polla. El repertorio bocal de Lidia es fascinante, y se articula por medio de unos movimientos de cabeza circulares muy fluidos y nada repetitivos. Chupones sonoros, atragantamientos con arcadas incluidas, lametazos le canto, dolorosos mordiscos, besos reparadores…

Poseída por su faceta más viciosa, AlmaDeCántaros se azota la cara con el duro falo de su hijo mojándose con su propia saliva, y propiciando el estiramiento de varios hilos babosos que se descuelgan para terminar bañando el regazo desnudo de Enzo.

Acto seguido, tiene lugar una efusiva comilona cojonera que coge desprevenido a un chaval que ya se habría corrido de no ser por su eyaculación previa. Aquellas sensaciones tan nuevas para él le transportan a un elevado edén donde reina el presente, y en el que no existen las penurias del pasado ni las preocupaciones por el futuro.

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LIDIA: !MmmM!… … !MmMmmM!… … !MhmhmM!… … !MmMMmM!

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La androfobia perenne de Lidia siempre la ha impedido disfrutar plenamente de sus contadas experiencias sexuales, pero, tratándose de su amado hijo, se siente libre de miedos, ascos, recelos, inseguridades o competencia alguna.

Sigue con su cometido oral tumbada lateralmente sobre el colchón, con una de sus axilas sobre los delgados muslos del chico. Sus grandes pechos siguen a la intemperie, y no tardan en ser alcanzados por las curiosas manos de aquel nene sobrepasado que nunca, antes de hoy, había tocado a nadie con deseo.

Lidia sonríe complacida y, de inmediato, escupe en la verga de su retoño solo un instante antes de volverla a engullir entera. Se la embucha, una y otra vez, con gran entusiasmo, dando forma a la última ráfaga de tan gloriosa mamada.

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LIDIA: Mmngh… … No vayas a correrte aún, pequeño. Seguirías siendo virgen.

ENZO: N.no… … Todavía puedo un po.poco más.

LIDIA: ¿Estás listo para convertirte en un hombre?

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Ambos saben que aquella ardiente mujer bromea al relacionar esos conceptos tan frívolamente, pero el sentido del interrogante está más que claro para los dos, y el asentimiento de Enzo no hace más que consentir la inminente extinción de su virginidad.

Al tiempo que se seca las babas de la cara con el reverso de su mano, Lidia se encarama sobre el regazo del mozalbete con la firme intención de darle el mejor meneo de su vida. Una vez encima de él, alza los brazos e inclina la cabeza, con gestos muy sensuales, para desprenderse de su camisón, por encima de la cabeza, quedándose completamente desnuda.

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-Así… … mmh… … Ahora verás- susurra ella frotando sus partes íntimas con las de él.

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Enzo aún no había divisado el coño pelado de su madre, y ni siquiera ahora puede verlo con claridad, pues unas lágrimas emocionadas distorsionan su visión dotando a Lidia de una aura celestial de místicos destellos solares.

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-Oo0h… … Síiìh- gime ella sugerentemente -Toda dentro… … Mmh-

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La joven nota cómo la firme virilidad de su hijo penetra en las profundidades de su intimidad vaginal. Siente un placer reconfortante que no había experimentado a lo largo de su desdichada vida, y se desentiende de todo lo que no sea el aquí y el ahora para recrearse con tan inédito placer.

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LIDIA: Mmmh… … Sí, mi príncipe… … hhh… … mi amor.

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Enzo ha perdido el don de la palabra. Con sus brillantes ojos muy abiertos, se limita a disfrutar de la ondulada coreografía de su madre, así como del reiterado trayecto lubricado de su falo.

El reposado trajín con el que ha dado comienzo esa cópula se va enfureciendo por momentos, volviéndose más trepidante con cada una de las embestidas de Lidia.

Los muelles de aquella cama arcaica empiezan su canto coral, aliñando la sinfonía de unos femeninos jadeos apasionados que difieren mucho de sus homónimos masculinos.

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LIDIA: 0Ooh… … Que polla, cariño… …cómo la siento0h.

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Los contoneos mamarios de esa diva de internet son dantescos. A lomos de una fervorosa cabalgada que amenaza con desmontar al pequeño y con quebrar el somier, aquellos pechos enormes chocan entre si zarandeados por una inercia caótica: arriba, abajo, a un lado al otro, en círculos asimétricos… revoloteando violentamente a diestro y siniestro.

A Enzo le abruma semejante derroche de voluptuosidad. Sacando fuerzas de la severa flaqueza que castiga su cuerpo, logra alzar los brazos para alcanzar ese par de ubres indomables. No es la primera vez que se hace con ellas, pero ahora las nota distintas: más vitales y salvajes.

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LIDIA: Síh… … Tómalas, mi vida… … hhh… … Son tuyas.

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La mujer relaja su galope y se apoya en la almohada de su hijo con ambas manos. Sus redondas nalgas no dejan de rodar encima del regazo del muchacho, perpetuando un sublime tráfico genital, pero sus tetas vuelven a pender sobre el rostro de Enzo con una estabilidad relativa; sin eludir unos roces faciales que pronto se convierten en besos y lametones.

Lidia intenta justificar su propio deleite sintiendo la inminente llegada de una explosión de placer que no entraba en sus planes:

“No. No es lo que buscaba, pero estoy a punto de venirme. Yo no quería. No pensaba que esto...”

Ni siquiera puede completar sus propios pensamientos atosigada por una fruición de intensos matices incomprensibles.

“Lo hago por él. Enzo quería experimentar el sexo antes de que fuera demasiado tarde”

Aquellas contradicciones no atacan a ese pequeño tullido. Oprimiéndole las tetas a su madre con todas sus escasas fuerzas, nota cómo su virilidad, infranqueable por unos gloriosos minutos, empieza a estar en tela de juicio amenazada por un tremebundo orgasmo secundario.

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LIDIA: o0Oh… … hhh… … me corro, amor mío… … Síh.

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Extasiado por su propia cúspide de placer, Enzo oye las palabras de Lidia como si escuchara la verbalización de su propio pensamiento al tiempo que se viene dentro de ella.

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-Uuuummh- se estremece la mujer conteniendo su jolgorio tanto como puede.

-O0oh… … Mamaáh- se lamenta él casi sin aliento -Nooh-

-¿Qué ocurre, mi niño?- pregunta con varios mechones en la cara -¿Te has corrido ya?-

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La repentina flacidez del muchacho contesta a ese interrogante mejor de lo que lo haría cualquier explicación. No obstante, Lidia no se muestra preocupada:

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LIDIA: No sufras, cariño. Seguro que no me dejarás embarazada.

ENZO: Espe.pero que no. ¿Te imaginas?

LIDIA: ¿Tan malo sería?

ENZO: !Soy t.tu hijo! Aunque, pe.pensándolo bien, peor que yo no creo que te saliera.

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Habituada al humor negro, la joven está a punto de soltar una broma acerca de un repuesto para aquel hijo enfermo a quien le quedan pocos meses de vida, pero, esta vez, prefiere callar.

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[EL HIJO TULLIDO Y SU PIADOSA MADRE]

-por GataMojita-