El hijo del jefe de mi esposo (2)

Era odioso. Ese mocoso imberbe dándole órdenes a mi marido, quien debía soportarlo todo por conservar su empleo.

EL HIJO DEL JEFE DE MI MARIDO II

Esa noche conversamos como hacía tiempo no hacíamos. Me di cuenta de los terribles temores que habían atormentado a mi marido durante meses, la precariedad de nuestro futuro y su impotencia para hacer frente a la nueva situación. Nadie contrata un ingeniero de cincuenta años, amor, me dijo. Ahora hay muchos chicos brillantes y encima baratos, que están dispuestos a comerse el mundo. Recién comienzan y creen que lo pueden todo. Las empresas los prefieren a un hombre viejo y lleno de manías al que, piensan ellos, le costará adaptarse, y por añadidura caro, acostumbrado a un sueldo importante.

Yo estaba desconcertada. Recordaba lo que me había dicho Gladis, su secretaria. Y aunque siempre me quedaba la amargura de que le hubieran dado el puesto que él se merecía al hijito majadero e inepto del dueño de la empresa, pensaba que su trabajo había dejado de estar en peligro. Es más, estaba segura de que el imberbe ése por lo menos había tenido la inteligencia de darse cuenta de que sin mi marido esa oficina se iría al garete y que le había rogado que se quedara para pasar a ser una especie de figura decorativa, mientras mi esposo se encargaba de la buena marcha de los proyectos.

Sin embargo, según su relato, esto no había sido así. Por el contrario, él me decía que había tenido casi que rogar para que no lo echaran, que mencionar sus años de servicios y su lealtad a la empresa y que al final sólo había conseguido conmover al chiquillo insolente ese cuando le habló de mí, le enseñó mi foto y le dijo que lo hiciera por mí, por su esposa, que quedaría prácticamente desamparada.

Por supuesto yo no podía mencionarle la versión de Gladis, ya que no quería que él supiera el nivel de diálogo que tenía con ella. Pero si le mencioné el aumento, que era información que él mismo me había proporcionado y que coincidía con dicha versión. En realidad era lo único que coincidía, pero no era poca cosa, sobre todo si se tiene en cuenta que habían estado a punto de despedirlo y esto no es compatible con un aumento de sueldo. Un descuento, más bien, era lo esperable. Pero me dijo que juancito, así lo llamó, no era en realidad una mala persona y que había podido conmoverlo y que como era muy generoso le había dicho que no se preocupara, que todo marcharía muy bien y hasta le había concedido el aumento.

Claro que ahora él se sentía obligado, en realidad lo estaba, se corrigió, a redoblar sus esfuerzos en el trabajo, a demostrar que era útil y también a compartir nuevos espacios con juancito. Tienes que entender, me dijo, que estos chicos traen una forma distinta de ver las cosas. Para ellos el trabajo es su espacio, es decir, donde estén son lo que son por su trabajo. No son como los de mi generación, que separamos el trabajo y el hogar, la familia. Ellos no. Si después del trabajo no compartes con ellos, te miran mal, creen que no eres confiable ni comprometido. ¡Comprometido! No pude contenerme, tu compromiso es con los proyectos, con ver que todo salga impecablemente y con la excelencia que se requiere, y en eso no hay nadie mejor que tú, eso le dije, a punto de perder la paciencia, después termina tu compromiso con ellos y comienza el que tienes conmigo, añadí harta de escucharle llamarlo juancito al subnormal comechado ese.

Pero no pude estar fastidiada mucho tiempo. Apenas le vi el rostro de desaliento cambié de actitud. Parecía decirme, por favor entiéndeme, trata de comprender, estoy a punto de quedarme en la calle. Si "juancito" me dice para ir a tomar un trago después de la oficina pues tengo que ir, si me dice para ir a una boite tengo que ir, si le provoca amanecerse conmigo lo tengo que hacer...¿no te das cuenta? ¿tengo que decirlo explícitamente? ¿tengo que decirte que un chico al que le doblo la edad me puede liquidar en este instante? ¿Que la casa, los carros, los viajes, los restaurantes, el club, el gimnasio, tu manicurista, tu ropa, en fin, nuestra forma de vida, dependen de él?

Así que yo lo miré con todo el amor del que fui capaz, que es el más grande que se pueda tener en el mundo, y le dije que no se preocupara, que yo sabía que nadie lo iba a echar porque sino ése despacho no valdría ni un penique, pero que me parecía bien que compartiera con los chicos de la oficina y que además lo notaba renovado como un mozalbete. Nos reímos mucho y dejamos atrás esos feos asuntos y lo abracé muy fuerte y le dije cuánto amor, cuánto, cuánto amor sentía por él, y que estaba segura de que no había hombre más maravilloso sobre la faz de la tierra.

Conversamos hasta tardísimo, hicimos el amor muy rico como hacía tiempo no lo hacíamos y sobre todo conversamos mucho. Me dijo que estas salidas con juancito le habían hecho apreciarlo mucho y ver en él a un chico lleno de temores e inseguridades y que se había hecho el íntimo propósito de apoyarlo en todo.

Pero además, añadió, había encontrado un raro picante que nunca había saboreado y quería incorporarlo a nuestra relación, que él siempre había sido un tipo demasiado acartonado y que nuestra sexualidad se había convertido en un acto rutinario y que por eso se había tomado la libertad de hablarme así, con palabras sucias y que eso lo había excitado mucho y que quería usar otras fantasías, desinhibirse y dar rienda suelta a su imaginación.

Bueno, yo creo que no hay mujer en su sano juicio que pueda despreciar una propuesta de esa naturaleza. Sencillamente muchos hombres buscan a otras mujeres porque no son capaces de hacer con las suyas lo que sueñan. Un falso pudor se los impide y a nosotras el mismo falso pudor nos impide explicitar nuestras necesidades.

Así que le dije que estaba encantada y que a mí también me había excitado mucho cómo me había hablado y tratado. Pero que por favor fuera él quien llevara la iniciativa porque yo, lamentablemente, era muy corta de ideas al respecto, aunque estaba dispuesta a seguirlo en todo, que para eso era mi marido y que entre nosotros no podía haber vergüenzas ni niñerías, que a mí me encantaría ser más imaginativa, pero que tuviera en cuenta que me había casado jovencita con él y que me la había pasado metida en la casa y que él, como hombre y además mayor que yo, tenía más experiencia al respecto, pero que yo haría lo posible para, alguna vez, ofrecerle algo de mi propia cosecha. Me dijo que me tomaba la palabra y que me sorprendería con alguna cosa de vez en cuando y que yo debía seguirle el juego sin protestar, así vería como nuestra vida sexual volvería a renacer y sería tan deliciosa como jamás pudiera haberlo imaginado.

Yo estaba feliz. Recuperaba a mi marido y encima alcanzábamos un nivel de comunicación y complicidad que no habíamos tenido. Era como si de pronto me diera cuenta de que con él siempre había guardado las formas y de repente nos mostráramos uno al otro como realmente éramos y nos gustáramos y nos volviéramos a enamorar pero más profundamente, porque ahora éramos los verdaderos, mostrábamos nuestro verdadero ser, sin guardar ningún convencionalismo tonto. Así nos encontró la mañana.

Me sorprendió la prontitud con que echó a andar nuestro acuerdo, ya que ese lunes mismo al abrir mi correo electrónico me encontré con una carta de un remitente desconocido que usaba el seudónimo de VACO. En el "asunto" brillaba anotada la siguiente frase: "Si quieres convertirte en puta, léelo". OH, amor, pensé. Lo abrí temblando y con las rodillas apretadas. Decía lo siguiente: "Quiero que sepas que ni por un segundo dudé que abrirías este correo. Sé que eres una puta natural y yo sólo me voy a encargar de que todo tu puterío salga a flote. Lo primero es conseguirte ropa de puta, te vistes demasiado convencional. Ahora te vas a poner las mayas y el top que usaste el sábado para ir al gimnasio, sin sostén, por supuesto, igual que el sábado y vas a ir a...aquí añadía una dirección...y revisar bien los escaparates, comprarás el vestido de licra fucsia de una sola pieza con manga larga. Es el único que se exhibe así que no hay excusas. Te lo pones en la misma tienda y vuelves. Por supuesto deberás ir y volver en ómnibus, olvídate de tu carro o de tomar un taxi"

Cuando acabé de leer estaba completamente mojada, jamás había sospechado el fuerte componente sexual que tiene el lenguaje. Estaba incluso tocándome. Me costó un gran esfuerzo levantarme de mi silla y cambiarme. Sólo quería tumbarme allí mismo donde estaba y masturbarme como una loca. Por fin logré salir a la calle y reponerme un poco. Una vez en el ómnibus pude percibir la atención con que me miraban los hombres e incluso algunas mujeres. Felizmente no estaba muy lleno pues estoy segura que de estarlo algunos habrían aprovechado la ocasión para sobarse conmigo, lo que por supuesto no estaba dispuesta a aceptar. Una cosa era jugar con mi marido y otra muy distinta aguantarle malacrianzas a nadie. Estaba segura de que nuestro acuerdo no comprendía esos extremos y si así fuera sencillamente lo rompería.

Cuando vi el vestidito casi me caigo muerta. La faldita era mínima, insignificante, me daba vergüenza verla incluso en el maniquí. Era impensable vestir algo así. No pude menos que echarme a reír. Pero qué ocurrente, pensaba, está loco si cree que me voy a poner algo semejante. Me pareció que como primer día de juegos ya había estado bueno así que decidí volver a la casa, en taxi por supuesto. Ansiaba contarle todas las sensaciones que me había provocado y me comía la ansiedad de que me cogiera y me besara y me hiciera el amor, cuando sonó mi celular. A pesar de ir con ropa deportiva había llevado cartera ya que necesitaba dinero para comprar el vestido. Era un mensaje de texto muy escueto enviado desde un teléfono desconocido. Decía:"¿qué esperas?" . Diablos, pensé, está acá. Volteé a mirar por si lo descubría, pero me fue imposible, pensé si estaría disfrazado, pero lo descarté, no era su estilo, sencillamente estaría escondido, pero me alegró saber que estaba allí y me sentí nuevamente excitada y además con confianza, una sensación de seguridad me invadió. Entré decidida a la tienda.

Sin embargo apenas salí de allí vistiendo ese retazo de licra obscenamente fucsia volví a perder todo mi empuje, me sentía desnuda de la cintura para abajo, si a eso se suma que no llevaba sostén, por lo que mis pezones se marcaban rotundamente, se comprenderá que me faltara presencia de ánimo. Tomé mi celular y envié un mensaje de texto al número que me había escrito, "regresaré en taxi". Y estaba esperando uno para marcharme de allí cuando me contestó: sólo si caminas unas cuadras, si no lo haces se acabó el juego, no vuelvas a contar conmigo. Ay amor, pero que antipático, pensé.

Bueno, empecé a caminar hacia una avenida de doble vía que estaba a unas cuadras, incluso me sería más fácil conseguir un taxi allí. Nuevamente sonó mi celular, que culazo de puta que tienes, me dijo, no se te ocurra voltear, sigue caminando. Era la voz de mi marido pero impostada, trataba de deformarla pero era él. Pude reconocerlo porque sólo conseguía el efecto de alguien imitándolo y me excitó mucho más esa idea de hacerme creer que era otra persona la que me daba órdenes, una especie de admirador secreto al que yo me rendía y obedecía. Una sensación nueva se apoderó de mis piernas y pezones, en realidad de toda mi piel. ¿No te da vergüenza pasearte por la calle enseñándole el culo a todo el mundo? Continuó.

Dios mío, cómo me temblaban las piernas, era como si toda mi piel se hubiera convertido en una zona erógena. Suelta tu carterita, suéltala ahora, ¡hazlo ya! Obedecí. Recógela. Lo hice y la faldita se me subió hasta media nalga, me la iba a acomodar cuando escuché, déjatela así, es mejor, la gente puede apreciar mejor tu culazo de perra, sigue caminando. Oh señor, cuanto tardaba en llegar a la avenida, estaba roja y transpiraba, pero no podía acelerar el paso, con las justas podía caminar. No veía ni escuchaba a las personas que volteaban a mirarme y que me decían porquerías, sólo tenía oídos para él y de pronto una sensación se apoderó de mi trasero, exactamente en el centro de mi trasero, en el mismo agujero anal, una sensación indescriptible, que lo conectaba con mi clítoris, era como si la yema húmeda de un dedo paseara suavemente por allí. Pensé que me iba a caer.

Y las tetazas que te manejas, continuó, y sin sostén en la vía pública a plena luz del día, te encanta que te vean los pezones, te encanta que todo el mundo se entere de lo puta que eres, te encanta mojarte el calzón en la calle, que te chorree la concha, que se te mojen las piernas desde la concha y los muslos hasta los tobillos, que te resbale ese líquido pegajoso que te sale de la concha por la parte de adentro de tus muslos hasta tus rodillas y que de allí recorra tus pantorrillas hasta tus tobillos, sí, cómo te gusta.

Llegué a la avenida, busqué con desesperación un taxi, paró uno, los músculos se me pusieron tensos, se me agarrotaron, los muslos parecían querer romper la piel, tanta era la tensión, me llevé la mano libre al abdomen. Señora ¿se siente bien? Me dijo el taxista, estás teniendo un orgasmo puta, me dijo la voz en el teléfono, apóyate en la ventana del taxi, mete el cuerpo por allí, eso es puta, que el taxista te vea bien las tetas, abre las piernas, saca el culo arriba, bien, todo el mundo te está viendo tener un orgasmo en la vía pública, estás prácticamente con el culo al aire y abierta de patas en la calle ¿sientes la brisa que te acaricia el culo, la concha y los muslos?. ¿Señora? ¿se encuentra bien? Insistió el taxista, ehh, sí, lo siento, es que, ..sólo lléveme a mi casa. Le di mi dirección, me derrumbé ovillada en el asiento de atrás, todavía mantenía el teléfono en mi oreja, eso es puta, encógete, aprieta las piernas, tócate, por fin puedes hacerlo. El taxista recorría las calles a toda velocidad, no se preocupe señora, aguante un poquito, en un instante llegamos. Tirada en el asiento escuchaba los bocinazos, frenadas de otros autos, insultos que le dirigían exigiéndole manejar bien. Dejé el teléfono, con la mano derecha liberé mi seno, apreté con fuerza mi pezón y me lo lamía, con la otra mano me metía el dedo a la vagina.

Cuando mi esposo llegó a la casa yo ya estaba decididamente histérica y al borde de un síncope, lo odiaba por demorarse tanto, ya me había tomado media botella de vino y quitado las bragas, de vez en cuando las olía y las besaba, me las metía en la boca echada en el sillón de la sala mientras me masturbaba. Ni bien entró me arrojé sobre él que se hizo el sorprendido con mi espectáculo, ¡oh, pero qué odioso! mientras yo le quitaba el pantalón y el calzoncillo, prácticamente se los arranché a jirones, no cesaba de decirme con un tonito inocente e hipócrita, pero cariño ¿se puede saber qué es lo que te ha pasado? Esto es lo que me ha pasado, le dije yo, cogiendo su formidable erección y metiéndomela en la boca.

Luego de un rato saboreando intensamente su miembro lo senté en el sillón y me coloqué en cuclillas con los pies sobre el asiento, me quité las mangas y el traje se me quedó enrollado en la cintura, chúpame las tetas le dije, comenzó a hacerlo tan rico, tan rico, que no pude aguantarme más. Me senté sobre su pene y me lo clavé hasta el fondo de un solo envión, pensé que podría salirme por la boca, oré a Dios en voz alta para que esto sucediera.

La verdad es que esa aventura nos alcanzó durante bastante tiempo. El sólo recordarla me ponía en un estado calamitoso y, cosa que nuca había hecho antes, lo llamaba a la oficina y le rogaba que viniera prontito por favor. Yo lo esperaba con el vestido aquel y un poco borrachita pues me había aficionado a tomar media botella de vino cuando me encontraba así, ya que de lo contrario me sería insoportable la espera.

Pero poco a poco, el mismo recuerdo de aquella tarde me fue incitando a buscar más. No sabía como insinuarlo, dado que al haber adoptado el papel de un admirador secreto, algo rudo, no podía decirle claramente lo que me pasaba ya que esto, consideraba, rompería con toda la magia.

Todos los días revisaba mi correo por ver si me había escrito algo y lo mismo hacía con mi teléfono celular, pero nunca encontraba nada, lo que me desesperaba ¿por qué no me escribe? Me decía, es muy malo, ¿acaso no ve cómo me tiene? y cada vez que llegaba a la casa me arrojaba sobre él y lo llenaba de besos y le rogaba que me la metiera hasta el fondo, bien adentro, más, mucho más, que terminara conmigo, que me matara, que quería morir con su verga adentro.

Pero pasaban los días, primero, y después los meses, y no había vuelto a tener otra aventura como la anterior. Decidí tomar la iniciativa, total en eso habíamos quedado, en que yo también intentaría darle alguna vez una sorpresa. Claro que no sabía como hacer, así que solo le escribí a la dirección electrónica desde donde me habían enviado la primera carta. Traté de ser escueta. Mientras escribía tenía los labios resecos, los pezones tiesos, las piernas apretadas, sentía mis muslos frotarse uno junto al otro. Sólo le puse: ya no te acuerdas de mí. Me has abandonado.

Al día siguiente recibí su respuesta: Muy bien puta, eso me gusta, ahora tienes que rogarme que me haga cargo de ti. De inmediato le contesté: Por favor hazte cargo de mí, no me abandones, te lo ruego. El me contestó: muy pronto tendrás noticias mías, he decidido romperte el culazo que tienes. Una puta que se respete debe tener el culo bien abierto. Sé que tu marido nunca te la ha metido por el culo así que yo debo poner remedio a eso.

Me quedé helada. Efectivamente, nunca había querido penetrarme por allí y yo nunca lo había extrañado, pero era evidente que mi trasero despertaba la inquietud no sólo de él sino de casi todos los hombres que conocía, y desde ese día en la calle con el vestidito fucsia yo también sospechaba que me aguardaban intensos placeres por allí aunque temía que me doliera y por eso nunca me había atrevido a insinuarme al respecto. Ahora todo indicaba que pronto tendría que afrontar esa posibilidad. Decidí que si me resultaba doloroso desistiría del juego. Lo importante de este juego es gozar, me dije, no sufrir y con eso me quedé muy tranquila.

Para esto llegaron las fiestas navideñas y, como todos los años, la oficina organizó una reunión para festejarlas. Yo, como se comprenderá, renuncié a ir. No había depuesto mi amargura y antipatía por el aniñado del hijito de papá que le había quitado el puesto a mi marido y, a pesar de que él no había dejado de elogiarlo cada vez que podía, y que era evidente su intención de hacerme cambiar de opinión, en vez de eso no había conseguido sino todo lo contrario, que mi animadversión empeorara y cada vez que lo oía llamarlo "juancito" tenía que hacer denodados esfuerzos para no dar de alaridos. De manera que le dije con toda firmeza que de ninguna manera contara conmigo, que no iría, y no, y no, y no.

Pero los hombres tienen todos una porción de maldad que aflora en los momentos peor indicados. Empezó a castigarme con su indiferencia justo cuando yo más lo necesitaba, justo cuando esperaba con tanta ilusión su nueva fantasía. No hubo fantasía de ninguna especie y no contento con ello también en la casa se mostraba distante, malhumorado. ¡Ah, muy bien! Me dije, con que esas tenemos, pues como tú quieras.

El día de la famosa reunión se duchó, cambió, afeitó, perfumó, etc, con una parsimonia exasperante. Yo estaba furiosa pero me hacía la indiferente. Por supuesto descorché una botella de tinto muy seco y me puse a beber y a ojear una revista como si tal cosa. El sabía cómo me ponía el vino, así que era una forma de fastidiarlo, qué me importa, me decía, cuando me haga efecto el vino él ya se habrá ido y entonces me masturbaré a conciencia ¿para qué necesitamos a los hombres? Sólo sirven para hacernos renegar. Por fin me dijo, bueno amor entonces me despido, que pases bonita tarde. Irónico encima, pensé yo. Claro que sí, le contesté, hay un montón de cosas que puedo hacer sola. Excelente, que te diviertas, después me cuentas. Lárgate, pensé yo, te odio, ya un poco picada por el vino y le di un beso con una sonrisa.

Me quedé solita sin saber que hacer aparte de renegar. Por último me dije, a mí que me importa y puse el equipo de música a todo volumen, pasaban un buen rock, Satisfaction, de los rollings stone. Descorché otra botella y me puse a bailar. Pero mientras más bailaba y más tomaba, más me excitaba y más molesta me ponía. No sé cuanto rato estuve así, pero ya había oscurecido y la segunda botella estaba casi vacía cuando escuché el timbre de la puerta. Fui corriendo a abrir porque pensé que era él que volvía, pero me di con la sorpresa de encontrarme con Gladis, su secretaria. Detrás de ella, en la pista, estaba cuadrado un carro de la compañía.

Pero querida ¿qué es esto? Me dijo, no puede ser, he venido a llevarte a la fiesta, todo el mundo pregunta por ti. No quiero ir le dije, estoy molesta, los hombres son todos unos estúpidos. Ella se quedó mirándome y de pronto me soltó: de verdad que eres una engreída y una majadera, de verdad que el ingeniero Gómez tuvo mala suerte contigo, de verdad que no aprecias lo que hace por ti. ¿Crees que para él es fácil? Pero a ti nada te importa, sólo te interesa que alguien haga algo para que tu puedas estar aquí tomando y bailando y dándote la gran vida y no importa qué sacrificios tenga que hacer él por ti...Me quedé helada, nuevamente mi egoísmo me había impedido ver las cosas. Oh Dios, pensé, pobrecito, debo estar con él. Gladis debo bañarme y alistarme, por favor ayúdame, debo estar hermosa para que él esté orgulloso de mí. Esa es mi chica, me dijo, tú ve duchándote mientras yo te escojo la ropa.

El agua fría de la ducha me disipó un poco, había tomado mucho, pero sentía mi corazón henchido de amor y mi cuerpo excitado por verlo y por abrazarlo y por sentirlo pegado a mí. Gladis me había separado mi traje sastre, el que lucía en la foto que mi esposo tenía sobre su escritorio y una ropa interior blanca calada, con bordados, muy rica, aunque me dio un poco de vergüenza que ella la viera porque era algo atrevida y las bragas se me metían por detrás.

Tuve un ingreso triunfal. Es muy hermoso sentirse así de apreciada, todo el mundo me aplaudía y decía cosas amables, incluso me piropeaban, todos estaban, también, algo bebidos. Me sentí muy feliz de estar allí, y se me quitó la incomodidad que había sentido al vestirme y notar que había engordado un poco y que el traje me quedaba algo ajustado. Además los zapatos que me había escogido Gladis eran de taco muy alto por lo que la falda parecía más corta, pero dado que había prisa no pude protestar mucho y al final Gladis me sacó de mi casa casi empujándome, me subió al auto y en un tris estábamos en la oficina.

Al ver el recibimiento que me hacían me olvidé de esa incomodidad y me sentí a mis anchas. Fui directamente donde mi marido y me abracé a él y lo besé en la boca ante los silbidos, algarabía, festejos y risas de todos. Por supuesto el niñato indeseable del bebé del dueño de la empresa se acercó a saludarme. Antes de que se le ocurriera hacerlo con un beso yo le estiré la mano y le dediqué mi más gélida sonrisa. Estaba dispuesta a ponerlo en su lugar, en eso me propuse ser intransigente. Después me dediqué a ignorarlo y a pasarla bien conversando con todo el mundo menos con él.

Apenas sonó mi celular sentí que se me erizaba la piel, busqué a mi marido con la mirada pero no lo hallé, contesté con los músculos del abdomen contraídos y una sensación de vacío en el estómago. La voz dijo: ve al baño, puta. Volví a buscarlo, pero no estaba por ninguna parte. Una vez en el baño me ordenó, siéntate en el excusado, quítate el calzón de puta que te has puesto, métetelo en la boca y mastúrbate. Dios, cómo podía conseguir que me mojara tanto sólo diciéndome esas cosas. Obedecí rendida, entregada y al borde del orgasmo. Sí, le dije a la voz en el teléfono, te extrañé tanto, por fin te acuerdas de mí ¿Te gusta puta? Oh, si, me gusta lo que haces conmigo ¿Te gusta ser mi puta? Oh sí, sí, debes obligarme a putear, debes emputecerme completamente. Muy bien, ahora quítate el sostén y déjalo junto con el calzón encima de la taza del baño, luego sal de allí y vas a la oficina de tu esposo, te desnudas completamente, quiero que estés completamente calata, sólo te dejarás los zapatos, cuelgas tu ropa en el perchero que está al lado de la puerta, te sientas en la silla, pones las piernas bien abiertas sobre el escritorio y te metes el consolador que está en el primer cajón, después iré a romperte el culo ¿has entendido? Oh sí, le dije, lo haré, lo haré todo como me dices amor.

Salí de allí temblando y crucé por la oficina delante de todo el mundo, pensé que si fueran observadores se darían cuanta de que iba sin calzón ya que cuando lo llevaba se me marcaba en la falda. Vi a mi esposo al otro lado del salón, me sonreía, yo también le sonreí, abrí la puerta y me metí a su despacho.

Desde allí podía observarlo todo puesto que tenía un amplio ventanal con vidrio polarizado que impedía que los que estaban fuera vieran el interior de la oficina, pero que permitían que desde el interior se viera perfectamente hacia fuera. Se había diseñado así con el propósito de que mi marido pudiera controlar que los empleados se dedicaran a sus labores sin distracciones ni perdidas de tiempo.

Eso potenció mucho más mi excitación, era indescriptible la sensación que me producía estar allí completamente desnuda (excepto por los zapatos) introduciéndome ese grueso pene de látex en la vagina y lamiéndome un pezón duro como un tarugo de madera, mientras veía a todos los empleados beber, reír, conversar, bailar, etc. Incluso algunos dirigían la mirada hacia la ventana, puesto que muchos me había visto entrar. Seguro se preguntarían qué estaría haciendo solita la mujer del ingeniero en su oficina, ignorantes de que yo estaba teniendo un orgasmo tras otro delante de ellos.

Fue en ese instante cuando Juan abrió la puerta de par en par con exasperante parsimonia, entró en la oficina y la cerró detrás de si. Yo me quedé helada, sin atinar a hacer nada, inmóvil, como estaba, con las piernas abiertas, totalmente expuesta, con mi lengua sobre un pezón y con el consolador completamente dentro de mí. Encima pude notar que varias personas, que justo estaban por allí pudieron verme con toda claridad. Juan se acercó al escritorio, marcó un número de teléfono, apretó el botón del altavoz y esperó. Yo lo miraba con los ojos desmesuradamente abiertos, lo único que había sido capaz de hacer era dejar de lamerme el pezón.

¿Diga? Aquí seguridad, oí una voz en el teléfono. Sí, seguridad, dijo él, habla el arquitecto Juan Benavente, vengan inmediatamente al despacho del ingeniero Gómez para retirar de las instalaciones a la esposa del ingeniero. Sí arquitecto, enseguida vamos. Prepárate a salir calata delante de todos, te gusta jugar a ser puta ¿no? Pues hoy se acabó el juego, hoy todo el mundo verá que lo eres de verdad. No, por favor, no me hagas esto, atiné a decir, te lo ruego. Pues tienes muy poco tiempo, háblales tú misma, diles algo, convéncelos mientras yo te chupo la concha y, sobre todo, no se te ocurra cortar la comunicación. ¿Escuchaste eso? Volvió a decir el altavoz del teléfono. Por supuesto que escuché, es el arquitecto juancito con la señora Lucia, la esposa del ingeniero Gómez. Ya sé, idiota, me refiero a si escuchaste que el arquitecto le va ha chupar la concha a la señora Lucia. Claro que sí, no estoy sordo...Bueno arquitecto, entonces vamos para allá de inmediato. No, escuchen, habla Lucia Gómez, la esposa del ingeniero Gómez, fue sólo una falsa alarma, ohhhhhhh. ¿Se siente bien señora? sí, sólo fue un vahído, no será necesario que vengan, estoy bien, el arquitecto se preocupó por mí, pero no es nada.

El miserable me había recostado sobre el escritorio, había colocado el teléfono al lado de mi mejilla y me mantenía con las piernas abiertas mientras introducía su lengua en mi vagina. Vaya, esta concha está súper empapada, nunca le había lamido la concha a una puta tan cachonda, dijo. Oh Dios, basta por favor, en cualquier momento entrará mi marido, no me hagas esto te lo ruego. Tranquila putita, no te preocupes por él, en estos momentos está muy ocupado, más bien ahora te voy a meter la lengua al culo, ponte en cuatro sobre el escritorio para estar más cómodos. Eso, eso, arquitecto, métale la lengua al culo. Señora Lucia, déjeme decirle que tiene usted el culo mas bello que he visto en mi vida, continuaba hablando el teléfono, aquí en seguridad todos estamos de acuerdo. Vamos arquitecto póngala en cuatro como una buena puta y perfórele el culo con la lengua. Yo hacía denodados esfuerzos por no gemir pero cuando el maldito me introdujo el consolador por la vagina sin dejar de lamerme el ano no pude más y emití ronco y prolongado suspiro. Eso es señora Lucía, ladre con confianza, se nota que ha tenido su primer orgasmo del día, corearon desde el teléfono.

Al parecer las personas que me habían visto cuando Juan abrió la puerta habían hecho correr la voz, porque notaba que varios dirigían sus miradas hacia el ventanal intentando ver al interior. Yo estaba angustiada pensando que en cualquier momento mi esposo entraría a la oficina y más bien me sorprendía que aún no lo hubiera hecho y por otro lado me aterraba pensar que las habladurías pudieran llegar a sus oídos. No sabía qué era lo que iba a ocurrir primero y lágrimas de desesperación rodaban por mis mejillas.

Bueno puta es hora de meterte la verga hasta el fondo, ven por acá. Muy bien arquitecto, métasela todita, enséñele a esa puta de que está hecha esa pinga, jajajaja, hoy no se podrá quejar señora Lucia, va a salir bien despachada de aquí. Juan me llevó hasta el ventanal y me hizo apoyar las manos en él, inclinándome hacia delante. Estaba parada con las piernas bien abiertas y me hizo levantar mucho el trasero, me metió el miembro de un solo envión y mi mejilla se tuvo que apoyar en la ventana. Podía ver a las personas que se reían y conversaban con sus tragos en la mano y cómo algunos lanzaban escudriñantes miradas al ventanal. Juan me daba muy duro y muy rápido y yo, por más esfuerzos que hacía, no podía evitar los gruesos gemidos que se escapaban de mi boca. De pronto se inclinó hacia delante y escupió en la ventana. Ahora lame lo que acabo de escupir puta, me dijo, abre bien la boca y saca la lengua mamona que tienes, esa con que te encanta chupar verga y lame bien esa ventana mientras yo te clavo la concha. No, por favor, eso no, es asqueroso, no me pidas eso, le rogué. Lame, puta, si no quieres que te saque ahora mismo, así clavada, para que todos vean lo puta que es la esposa del ingeniero Gómez. Lama bien la ventana señora Lucia, saque su lengüita mientras recibe su buena ración de pinga. Tuve que hacerlo, era evidente que Juan no bromeaba, no podía permitirme correr ningún riesgo. Con dificultad, mientras recibía los embates de Juan y mis senos se balanceaban para adelante y para atrás lamí todo el escupitajo de la ventana a la vez que veía a un grupo de personas que se había aglomerado frente a ella y miraba hacia adentro, me parecía que me podían ver, aunque sabía que esto era imposible, pero yo me sentía así, como si me estuvieran viendo. Eso es puta, lo has hecho muy bien, ahora de nuevo, y volvió a escupir. Siga lamiendo esa ventana señora Lucia, hágalo a conciencia, intervinieron desde el teléfono.

Quienes estaban frente a la ventana sonreían, brindaban entre ellos y le pasaban la voz a otros más que se unían al grupo. Mi esposo, al fondo del salón, conversaba animadamente con Gladis, pero al ver a la gente parada frente a la ventana de su oficina empezó a mirar también con curiosidad en esa dirección. Me constaba que me había visto entrar y estaba casi segura de que también habría visto entrar a Juan, por lo que en mi desesperación le supliqué a éste: por piedad date prisa juancito, te lo ruego, ahora si que vendrá mi esposo, juancito, ten compasión, oh Dios, ya basta, ya no puedo más, no me aguanto más juancito, ohhhhhhhh. Efectivamente, toda mi resistencia se había quebrado, a duras penas conseguía mantenerme de pie. Yo misma apoyé mi mejilla en la ventana y aunque no había mas saliva allí saqué mi lengua y lamía todo mientras juancito me penetraba una y otra vez. Vaya, el arquitecto le está metiendo buena verga a la puta esa, escuchen cómo no para de ladrar esos gemidos riquísimos, vamos señora Lucía, no sea tímida, aquí nos estamos haciendo sendas pajas escuchando sus orgasmos. Vamos cariño, me tranquilizó juancito, ya te he dicho que no te preocupes por él, además ahora toca lo más importante, es hora de romperte el culo. Eso es arquitecto, estalló el teléfono, destrócele el culo, vamos arquitecto, hágalo por nosotros...

Juancito colocó el sillón rodante frente a la ventana y se sentó, a mí me colocó de espaldas a él para que pudiera seguir viendo lo que ocurría en el salón con las piernas abiertas y los pies apoyados en los brazos del sillón, me levantó con sus enormes manos sosteniéndome desde debajo de las nalgas y me sentó sobre la punta de su pene, sentí cómo la punta hirviendo del glande se acomodaba, buscaba el centro de mi ano hasta ubicarse perfectamente como si tuviera voluntad propia. Yo estaba un poco inclinada hacia atrás, con la espalda apoyada en el pecho de juancito y las manos en el asiento del sillón. El ventanal además de permitirme ver claramente a las personas en el salón de la oficina, también reflejaba mi imagen, me parecía increíble que esa persona fuera yo, mi rostro no respondía a mis mandatos y por más que intentaba adoptar un aire sereno tenía el ceño ligeramente fruncido, los ojos entornados, la mirada lánguida, la boca medio abierta, y mi lengua recorría mis labios una y otra vez en un inútil intento por refrescarlos.

Ahora cógete las pantorrillas y lleva tus piernas hacia atrás, me ordenó, quiero que tus tobillos estén a la altura de tus orejas, pero que mantengas las piernas abiertas como una buena puta para ver bien tus tetazas reflejarse en la ventana.

En ese momento escuché otra voz que se incorporaba al concierto del teléfono ¿qué diablos es lo que ocurre aquí? ¿qué desorden es este? Preguntó. Buenas noches señor supervisor, disculpe usted, es que el arquitecto Juan está a punto de romperle el culo a la esposa del ingeniero Gómez. Vaya, ¿pero qué es lo que están diciendo? Dejen de hablar tonterías y todos vuelvan a sus puestos. Es verdad Supervisor, lo estamos escuchando todo desde aquí, la mujer es toda una puta y no ha parado de gozar desde que comenzaron. Yo le he contado cuatro orgasmos supervisor, terció otra voz. ¿Así? ¿Pero es cierto lo que dicen? No puede ser, bueno, pensándolo bien ya era hora ¿no? Todo el mundo sabe que el ingeniero Gómez es un inútil que no sirve para nada, ni siquiera se acuerda de cómo se lee un plano el pobre, no podría supervisar ni una mezcla de cemento y arena. Si quiere seguir recibiendo su buen sueldo es justo que el hijo del dueño se culee a su mujer. Sí, así es, es lo que decíamos aquí, es lo más justo, si no se quiere ir a la calle su mujer debe entregarle el culo al hijo del dueño, además es un culo como no hay en ninguna parte, es perfecto, ese incompetente no se merece un culo como ese, y con la cara de puta que se maneja la mujercita no era difícil darse cuenta de que se moría por darle el culo al arquitecto juancito, todo el mundo hablaba de que la pobre no veía las horas de que el arquitecto la enculara y que no hacía sino insinuársele cada vez que podía en la misma cara pelada de su marido así que por fin tendrá lo que ha estado deseando hace tanto tiempo.

Sentí que mi esfínter se dilataba y que la cabezota gruesa del glande de juancito se introducía por mi ano, nooooooo, volví a suplicar, me duele, me duele juancito, por favor no lo hagas, siento que me arde, me quema, es muy grueso, me vas a destrozar, ten compasión. Poco a poco mi mismo peso iba haciendo que resbalara hacia abajo y el grueso pene se me introducía cada vez más y más, yo seguía agarrada a mis pantorrillas, como si estuviera aferrada a dos columnas, no podía reconocer esa imagen en la ventana, era inconcebible que esa persona con las piernas abiertas y levantadas de esa manera tan radical y con ese grueso miembro horadando su ano pudiera ser yo.

En el salón de la oficina, al unísono, los empleados empezaron a decir ¡qué hable, qué hable! ¡vamos ingeniero, unas palabras como sólo usted sabe hacerlo!¡ eso es, bravo, muy bien! Trajeron una silla y mi esposo subió sobre ella, a su lado Gladis lo ayudaba a sostenerse cogiéndolo de las piernas. Yo tenía medio pene dentro de mí y pensé que no podría resistir un centímetro más. Oh juancito, basta ya, detente, mira como está, me estás anchando el trasero, no puedo creer que sea tan grueso, ya no lo soporto. Pero mi cuerpo seguía su camino hacia abajo y pronto sentí que mis nalgas se apoyaban en sus muslos.

Gracias queridos amigos, dijo mi esposo tratando de hacer equilibrio sobre la silla, muchas gracias.

Eso es puta, ya lo tienes todo adentro. Bravo arquitecto, bien hecho, ahora dele duro, enséñele quien manda aquí.

Mi cuerpo ya no me pertenecía, era como una especie de trapo que juancito manipulaba a su regalada gana. Me levantaba con sus manotas tan grandes y de dedos tan fuertes y cuando yo creía que me liberaría de ese garrote que tenía dentro del ano me soltaba y me dejaba caer con todo mi peso, clavándome yo misma su miembro hasta el fondo de mis entrañas y de mi alma. Era imposible dejar de gritar cada vez que él hacía eso.

Bravo arquitecto, festejaban desde el teléfono, se nota que la puta está gozando de lo lindo, ábrale el culo, que tenga que usar pañal, grita puta, chilla, goza, córrete.

Este es un año muy especial para todos nosotros, continuaba mi esposo, no sólo por los éxitos profesionales obtenidos, sino porque hemos recibido la llegada de un nuevo miembro de esta familia, un nuevo miembro que, me enorgullece decirlo, nos ha demostrado todo su valor a lo largo de exigentes jornada laborales. No hay duda de que la empresa está en buenas manos y que...

Juancito estiró su brazo y cogió el consolador que se había quedado sobre el escritorio. Me lo dio y me ordenó que me lo metiera en la concha mientras él seguía embutiéndome el ano. Los empleados habían hecho una especie de hemiciclo alrededor de mi marido cuya abertura daba precisamente al ventanal y parecía que él hablaba como dirigiéndose a la ventana, es más, todos miraban hacia ella en vez de mirarlo a él que era a quien deberían prestar atención.

...Podemos decir con satisfacción que con un jefe de esas condiciones al mando del buque, el éxito está garantizado, continuó. Por otra parte, su don de gentes, su amabilidad, su delicadeza, su compañerismo, su respetuosa manera de ser no han hecho sino ganarle, además del respeto que se merece por el alto cargo que ocupa, el cariño y la amistad de todos nosotros y yo soy el primero en reconocerlo publicamente: muchas gracias señor arquitecto Juan Benavente por ser como es y desde aquí le rogamos que no cambie nunca.

Mientras juancito continuaba levantándome y soltándome sobre su miembro yo me introducía y sacaba como una poseída el consolador de mi vagina con toda la fuerza y rapidez de la que era capaz.

¡Bravo! Estalló el público de mi marido ¡muy bien dicho, ingeniero! ¡sabias palabras! Cuan honestas y sentidas y, sobre todo, exactas. Con que facilidad y sencillez enumera usted las virtudes del arquitecto.

En ese momento sentí cómo el miembro de juancito estallaba dentro de mí con un derroche de líquido hirviendo que me inundó toda. Él seguía pistoneándome el ano con más fuerza si cabe, mientras un torrente de semen caliente me colmaba, me henchía. Me parecía que mis senos se hinchaban y que pronto mis pezones expulsarían miríadas de leche, que mi vientre se hinchaba, se colmaba, sentí que mis pantorrillas se tensaban, mis pies se estiraban hasta los dedos, la piel de mis muslos, erizada, parecía templarse como la de un tambor. Dejé el canorte dentro de mi vagina y con las dos manos me abrí las nalgas todo lo que pude para ver en el ventanal cómo la lechada de juancito se desbordaba por mi ano a pesar de tenerlo taponeado por su enorme verga. Solté un ronco gemido que era más bien como el estertor de un animal en agonía, vi como mi esposo se acercaba a la ventana con una copa en la mano rodeado de todos los empleados, levantaba la mano hacia la ventana y brindaba: a su salud arquitecto juancito, que la vida le depare sólo alegrías y satisfacciones y que consiga siempre todo lo que se proponga, absolutamente todo lo que se proponga sin excepción, salud. Eso, salud arquitecto, sí, a su salud, lo secundaron todos los empleados, mientras yo gritaba el orgasmo más potente que había tenido en mi vida.

Estaba tan exhausta que me derrumbé hacia atrás, mi cabeza calló sobre el hombro de juancito. Él me giró la cabeza sin que yo hiciera nada por impedirlo y me dio un largo beso en la boca, su lengua se metió dentro de mi boca hurgando y llenándomela de saliva, eso es puta me dijo, luego me escupió dentro de ella y me ordenó que me pasara su saliva. Desde el teléfono el alboroto era indescriptible; bravos, hurras y bien hecho, se escuchaban a gritos.

Juancito me obligó a pararme. Ahora vístete y sal que tu esposo debe estar pensando qué es lo que te demora aquí conmigo. Debes ser más atenta con él, no porque hayas estado buscando que te rompa el culo puedes ser desconsiderada con ese buen hombre que hace tantos sacrificios por ti. Ya tienes lo que tanto querías así que ahora puedes salir y reunirte con él. Yo me quedé estupefacta de que me hablara así, pero no supe qué decirle, de inmediato me di cuenta de que a partir de ese momento él podría hablarme y hacerme lo que quisiera sin que yo pudiera hacer nada por evitarlo. Sólo acerté a pedirle mi ropa interior. Atención seguridad, dijo él al teléfono por toda respuesta. Si arquitecto, mande usted. Me dice la señora del ingeniero Gómez que en el baño alguien ha olvidado un calzón y un brassier. Vayan a ver inmediatamente si es cierto y vean si pueden averiguar de quién es. A la orden arquitecto, inmediatamente.

Bien, ya está solucionado lo de tu calzón y tu sostén ahora largo de aquí, tengo que decidir si vale la pena que te vuelva a culear o si mejor me olvido de una puta barata como tú y de un polvo tan insípido como éste. Yo casi me desplomo cuando lo escuché, pero él sin más se dirigió a la puerta la abrió y salió al salón teniendo el cuidado de dejarla abierta de par en par. Lo recibió un coro de felicitaciones, todos los empleados lo rodearon y le palmeaban los hombros y querían brindar con él. Yo fui rápidamente a cerrar la puerta, pero fue inevitable que otro grupo de personas me viera completamente desnuda. Estaba aterrada, me vestí como pude, no sabía qué hacer, quería morirme, desaparecer de la tierra, cualquier cosa con tal de no salir, pero pensé que si salía podría evitar que llegaran a los oídos de mi marido los chismes mal intencionados y que de inmediato le diría que me encontraba indispuesta y que me llevara a la casa. Tomé aire profundamente, y armándome de valor salí de allí.

Aquí está su bella esposa, dijo juancito, que estaba en un grupo con mi esposo, me acerqué a ellos temblando y ya le iba a decir que nos fuéramos, cuando se aparecieron en medio del salón dos miembros de la seguridad con mi ropa interior en la mano. Arquitecto, hemos encontrado esta ropa en el baño, probablemente alguna dama la haya olvidado. A ver ¿qué tenemos aquí? Dijo él, a ver permítanme esto. Yo estaba aterrada, sentía mi rostro rojísimo, no sabía con que iría a salir y para colmo de males Gladis estaba mirando con atención las prendas y era más que obvio que ya las había reconocido pues me lanzaba miradas furtivas con una sonrisa socarrona en la cara.

Todo el mundo se reunió con nosotros y entre risas comentaban la escasa decencia de las prendas, proporcional a la tela usada en su manufactura, y se las pasaban de mano en mano. Por último juancito las pidió y se las dio a mi marido diciéndole ¿cuál es su opinión ingeniero? El ingeniero Gómez es un experto con respecto a las mujeres muchachos, estoy seguro de que él tendrá algo qué decir. Se hizo un silencio sepulcral mientras le alcanzaban mis prendas a mi esposo, Gladis me miraba con unos ojos que me quemaban la piel y una sonrisa cruel, inconcebible en mi antigua cómplice. Mi esposo tomó el calzón y lo estiró delante de todos, lo volteó al revés y al derecho, se lo llevó a la nariz y aspiró profundamente y luego con voz muy nítida sentenció: es de una buena zorra, no hay ninguna duda. Estallaron las risas por todos lados y todos le festejaban la salida, luego juancito le preguntó ¿y que le parece que hagamos con ellas ingeniero? Pues yo creo que lo mejor es que las pongamos en el periódico mural para que la dueña las pueda reconocer y las reclame, contestó. Entre risas y hurras con unos chinches clavaron mi ropa interior estirándola bien en el tablero de corcho que había en la pared de la oficina. Gladis me pidió prestado mi lápiz de labios y escribió con él una nota en el calzón que decía: mi dueña es una zorra. Me devolvió el lápiz mirándome fijamente a los ojos entre los aplausos de la concurrencia incluido mi esposo. Bueno, ahora salud con todos, dijo juancito, y feliz navidad.

Gladis me cogió la cabeza por la nuca y me dio un beso en los labios, con la mano derecha me acarició el trasero por encima de la falda. Fue como si se hubiera dado una señal de partida, porque empezaron a desfilar para saludarme. Feliz navidad, me decían, me besaban en la boca con descaro, y me acariciaban el trasero o los senos o, incluso algunos, la dos cosas a la vez. Gladis, a mi lado, me levantó la parte de atrás de la falda y empezó a recorrerme las nalgas ahora sí con total desparpajo.

Yo hacía lo posible por evitar que mi marido se percatara de lo que estaba ocurriendo, felizmente los empleados lo tapaban un poco y no pudo ver cuando Gladis se puso de rodillas detrás de mí, me separó las nalgas con las manos y me empezó a lamer el ano. Yo lo miré con desesperación y con un sentimiento contradictorio en el corazón: por un lado le pedía ayuda con la mirada, le suplicaba que hiciera algo ¿es que no te das cuenta de lo que me está pasando? Le decía ¿por qué no haces algo? Y por otro rogaba que, precisamente, no se diera cuenta de nada.

Hace años que me moría por chuparte el culo, dijo Gladis, tan alto que me pareció una gran suerte que mi esposo no escuchara nada, porque estoy convencida de que fue el único que no escuchó. Salió de debajo de mí y me volvió a besar en la boca, me pasó el semen de juancito que había recogido de allí. Ahora te lo tragas, me ordenó. Sentí que alguien frotaba su pene desnudo sobre mis nalgas. Unos pasos más allá mi esposo observaba todo con una breve sonrisa, tenía una dulce, beatífica mirada en el rostro. A su lado, el Arquitecto Juan Benavente, hijo del dueño de la empresa, le decía: Ah, mi querido ingeniero Gómez, usted se merece un nuevo aumento, sí señor, un nuevo magnífico aumento.