El hijo del estanciero

Rocco es un chico que quiere ser feliz teniendo sexo...

EL HIJO DEL ESTANCIERO

Rocco se había criado en la gran estancia. De pequeño siempre pasaba los veranos ardientes en aquella enorme casona rodeada de grandes y enormes árboles. Siempre condenada a estar con mucha gente yendo y viniendo. Eso le dio siempre un trato social, distinto, a otros chicos de su edad.

En fin criado entre grandes siempre fue muy curiosos y preguntón. Como sea, allí pasaba sus vacaciones , en invierno  estudiaba en la capital.

En la primaria también la rutina había sido así. Los días de clases en la ciudad, junto a su madre y hermanas. Al fin cuando llegaba el verano se iba a la gran estancia junto a su padre y los abuelos y los peones y todos los que andaban rondando por allí.

Los caballos eran su debilidad. Los adoraba. Tenía unos cuantos desde hace mucho. El tobiano mas viejo era Abdul. En el invierno habían traído a Zonda, lo estaban preparando para cuando llegara el, en verano. El domador de caballos, que era trabajador de aquella estancia de años, de cuando era muy joven, conocía a Rocco, sabía de su debilidad por los caballos, por eso se había comprometido a tenerlo domado a Zonda para cuando llegara el en el verano.

__¡Sabes bien Franco, que debes tenerlo listo!!

__¡Sí patrón, lo tendrá!!__ le decía en aquellos días Franco a Rocco.

__¡No me llames patrón, eso déjalo para el viejo!!

__¡Muy bien Rocco!!__ sonreía diciendo así el domador de caballos. Los peones pasaban de un lado a otro acarreando fardos y avena fresca para los potros que vivían en aquel corral inmenso.

Ahora había llegado el verano. Rocco habíase levantado muy temprano. Era domingo y una paz diferente se respiraba en aquellos inmensos campos verdes. El sol se levantaba a plomo.

Desayunaba en su balcón. De donde dominaba gran parte de la gran estancia. Era muy joven. De cuerpo torneado por las prácticas atléticas y porque le gustaba estar bien. Desde allí observaba a placer los establos, donde se encontraba su joven caballo Zonda, tan joven como el.

Tomaba su jugo de naranjas y miraba en silencio el horizonte. El calor sería importante. El canto de los pájaros invadía todo el campo.

Luego del frugal desayuno, paso por el baño. Le gustaba ducharse unas cuantas veces al día. Recién empezaba aquel domingo. Solo se puso una larga bermuda de color verde. Bajo las escaleras y se cruzo con algunas muchachas que trabajaban en la casa, las saludo a todas.

Las miradas de las chicas no lo inquietaron, estaba acostumbrado a que lo mirasen así. Llegó a los establos. Se detuvo un instante, lejos, de allí observo a Franco, que hablaba casi al oído de Zonda, que parecía que lo escuchaba. Se sonrió para el mismo. El cuerpo de Franco sin remera lo obnubilaba desde siempre.

Se sentó en la cerca apoyando el pecho sobre una madera y usando otro travesaño de banco. Así lo hacía desde siempre. Desde chico. Lo observó Franco, el domador, de reojo. Rocco vio también el sudor corriendo por el pecho de aquel macho que lo había iniciado hacia unos años en el camino de las pijas.

__¡Hola Rocco!

__¿Como estas Franco?

__¡Bien, como te dije, el caballo está listo!!__ dijo dejando las riendas de Zonda en el piso. Acercándose al chico que temblaba de calentura.

__¿Y tu, estas listo?

__¡Siempre!__ mientras decía esto, Franco paso por detrás de la cerca y acarició las tetillas del muchacho desde atrás. Rocco tiró la cabeza hacia atrás y el macho le lamió el cuello perfumado. Lo mordió y escuchó los ayes resoplados de aquel chico que lo ponía a mil. Con un leve movimiento de cadera y cintura, el chico se quitó la bermuda y quedó con su hermoso culo duro al aire. Tiraba la cola hacia atrás y el domador de caballos acarició las preciosas lunas que poseía.

Franco busco la boca del  hijo de su patrón y le metió la lengua a fondo. Los cuerpo ya chorreaban sudor. Se mojaban y apareció restregándose en las nalgas la tranca de Franco. El chico empujaba sus caderas hacia atrás. La vergota jugaba con la carne endurecida, nerviosa, rocosa.

__¡Me vuelves loco!!__ murmuraba el domador en los oídos ardientes del chico. Zonda miraba extrañado y apenas se movía, haciendo de espectador de lujo de aquellos poseídos.

Franco se mojo los dedos. Y  llegó al ojete masajeándolo.  Rocco gemía, gozando, y dejando hacer al macho. Hundía sus dedos en el ojete, ahora, pugnaba por entrar en aquel orificio que le brindaba aquel muchachito pleno de juventud. Pleno de deseo.

Franco ya en edad madura sabía sacarle el jugo a su placer, y sabía hacer gozar a los muchachitos como aquel hijo de su patrón. El macho se prendió a la verga de Rocco que ya estaba férreamente dura y parada. La apretó y acarició las bolas. Las estrujó en su mano.

__¡Oh papi métela ya, métela, quiero acabar con tu pija en mi culo!!

__¡Ya va amor, no seas ansioso, cariño, perra lujuriosa!!__ Franco se escupió la lanza, la masajeó un poco más, y fue entrando en las entrañas del chico.

Al sentirse ensartado Rocco sacaba su culito mucho mas atrás, haciendo que la poronga se  clavara  adentro y los vaivenes de la bombeada hacían que las bolas del macho golpearán fuertemente en las duras nalgas del chico. Gruñía como loco, aullaba, sentía la pija del macho clavándolo a fondo.  Se inflamaba aquella poronga un poco en cada embestida, su ojete se ensanchaba y la gozaba a pleno. Se aferraba a la madera, estaba casi colgado, mientras Franco lo tomaba de las caderas, para hundir su garrote en la dulce carne de aquel joven que conocía de tantos años y al cual había ayudado a conocer el sexo entre machos.

Mordía la nuca, sin dejar de empujar, casi levantando al chico ensartado en su verga potente.

__¿Vas a llenarme papi??

__¡Ya ya!__ diciendo así el hombre fue largando su leche, en tanto, Rocco hacía lo mismo con su propia orgasmo, regando el suelo del establo como tantas veces lo había hecho. Zonda miraba a los seres humanos extrañado.  Franco besaba las orejas del chico y chupaba el cuello delicioso, largo y blanco. Latía aún la verga dentro del culo, cuando la sacó, la bamboleante poronga chorreaba sus líquidos, y del interior del túnel de Rocco se venían en catarata los jugos del macho que lo había poseído.

No tardó mucho tiempo en vestirse con su bermuda verde. Antes de montar al potro le dio un largo beso de lengua al domador de caballos, se abrazaron y  Rocco montó a Zonda. Salió a campo traviesa sintiendo como los jugos de su ojete aún salían con fuerza.

El sol golpeaba a pleno ya, muy arriba en el cielo azul. Cabalgó hasta la laguna llena de pájaros que salieron en desbande. Se quitó de un salto la ropa y se metió en el agua. Allí se quitó el resto de semen. Gozando de sus deditos en su propia hendidura.

Hundió varias veces la cabellera en esas aguas mansas y tranquilas, en un momento vio venir al jinete de lejos. Espero con medio cuerpo afuera. Era Rosendo, el lagartija, hombre mayor vecino de la gran estancia.

__¡Buen día joven Rocco!

__¡Rosendo, buen día!

__¡Hace calor!__ dijo mientras chupaba la pipa y largaba humo al aire libre del campo.

__¡Pero aquí está bueno!!

__¡Seguro!¿Y como va el nuevo potro?

__¡El Zonda!¡Muy buen potro!

__¡Yo lo vi y se lo señale al Franco!!__ dijo el Rosendo mientras bajaba del caballo

__¡No sabía!¡Gracias Rosendo!!__ el hombre se acercó a la orilla. Se veía imponente. toco el agua con los dedos. Miro hacia todos lados. No se veía un alma rondando por ahí.

__¡La verdad que estaría bien darse un baño!!

__¿Y por qué no, don?__ diciendo así se quitó las ropas salvo el calzoncillo y se lanzo al agua refrescante. Rocco sintió que su mirada brillaba perversa.  Hizo unos movimientos.

__¡Esta buena che!

__¡Si viste Rosendo!!

__¡Has crecido un poco muchacho!

__¡Y si, los años pasan para todos!!

__¡Ahora me tratas de viejo!!

__¡No Rosendo por favor!!__ se reía Rocco.

__¡Tu sabes que me dicen lagartija!!

__¡Sí claro!

__¿Y sabes porqué?_ burlón dijo el maduro gaucho

__¡Bueno…creo que…es!!

__¡Si..por lo que piensas!!__ diciendo así saltando de la laguna, mostró la bamboleante sabandija que tenía entre las piernas.

__¿Lo ves?__ preguntó

__¡Sí lo veo Hummmm!!

__¿Te gusta?

__¡Sí!__ dijo babeando el chico

__¡Puedes tocarla!__ invitó el hombre

__¿En serio?__ preguntó acercándose el muchacho, con su sangre encendida. Llegó adonde estaba el macho con la vaina semi blanda, casi adormecida, le paso los dedos. El gaucho suspiro, su cara se transfiguró. Hizo una mueca que el chico recordaba bien de aquella tarde en que comió esa vergota por vez primera, hacía ya unos años.

__¡Bésalo Rocco, si ya lo conoces bien!!

__¡Lo extrañaba tanto!¡Es tan hermosa tu poronga Rosendo!

__¡Ya calla y traga de una vez!__ ordenó el macho con su lanza poniéndose erecta lentamente. La boca de Rocco se abrió y fue tratando de comer aquella hermosa poronga. Le pasaba la lengua cual si fuera un helado cremoso, firme. Bufaba el macho Rosendo. Los años no habían disminuido su voracidad. Hundía la lanza en la caverna del muchacho goloso que tan bien conocía. Deseaba su cola. Deseaba clavarlo. Ensartarlo como hace cinco años atrás, en aquella cabaña al fondo de la gran estancia. El chico gozaba del caramelo. Mamaba.

Luego se trepó al mástil. Lo metió en su agujero y comenzó a cabalgar al hombre maduro. Subía y bajaba con el perno en su interior.

Gemían los amantes y los caballos miraban extrañados y quietos aquel comportamiento. Las manazas de Rosendo abrían las nalgas del chico, le daban palmadas suaves y a veces un poco mas gruesas, que hacían saltar chispas al chico penetrado, gozoso, salvaje que saltaba sobre la poronga firme del maduro amante.

__¡Que diablillo eres Rocco!!

__¡Me encanta tu poronga!!¡¡Ahhh, me vuelve loco tu lagartija!!!

__¡Eres tan putita!!

__¡Cógeme, anda, soy tuyo, ohh, ohh, ohh!!__ se quejaba el chico calentón y ardiente con el pistón ensartado en su culito joven y duro. Rocco había abierto la camisa del gaucho y jugueteaba con las duras tetillas, gordas, pellizcando, el hombre se volvía loco, sentía que su lagartija se inflaba mas y mas.

El macho empezó a largar su jugo en el rosado ojete del chico, que tragó toda la leche que salía de aquel bicho grande y maravilloso. Quedaron un momento unidos. La cabeza de Rocco apoyada en la frente del gaucho que buscaba aire. El calor era cada vez mas insoportable.

Volvieron al agua y allí Rosendo volvía a clavar al chico. Parados. Con sus manos en la pija del muchacho que largo su semen en unos breves minutos, tan caliente como siempre. Imparable e insaciable. Rosendo tardó un  poco mas. Lo taladro suave. Pero con ganas poderosas. Masajeó los duros pezoncitos del muchacho aquel que lo volvía loco. No podía imaginarse una mañana mejor. Descargó por segunda vez, luego de unos besos tuvo que alejarse y volver a su casa donde lo esperaba la mujer.

Rocco montó en su potro  joven y se lanzó a cabalgar un rato mas para luego regresar a la gran casa.

__¡Rocco, Rocco!!__ lo recibieron los gritos de los chicos jóvenes, que se lanzaban a buscarlo.

__¡Chicos!!__ se abrazaron con los gemelos Toto y Tico, sus primos, un poco mas chicos que el, pero ya muchachos grandes.

__¡Que hermoso potro!!__ dijo Toto

__¿Te gusta?

__¡Es imponente!!__ habló sonriente Tico, mientras acariciaba el hocico del animal negro azabache, brillante de sudor.

__¡Es hermoso!__ dice Toto

__¿Cual es su nombre?__ pregunta Tico

__¡Zonda!__ contestó Rocco

__¡Buenísimo! ¡Me lo dejaras montar supongo!

_-¡A ti te deja montar todo lo que el monta!!__ dijo burlón Toto abrazando a Rocco y este abrazándolo también compinches.

_-¿Qué vamos a hacer estos días?__ preguntó Toto

__¿Qué quieres hacer?__ respondió con la pregunta el hijo del estanciero

__¡Tu sabes lo que quiere hacer!

__¿Una fiesta?

__¡De esas que organizas tu!!__ dijo perverso Tico

__¡Había resultado muy vicioso el perrito!!__ comenta el gemelo Toto.

Días después comienza a llegar gente en autos muy potentes e importados. Gente de todo tipo y color. Mujeres, trans, jóvenes, viejos, chicos, chicas. El mundo tranquilo de aquellas tierras se ve convulsionado.

La música a volumen alto. Risas. Algunos bailan, otros beben. Van y vienen. Bocadillos. Abrazos. Saludos. En los establos los animales se mueven nerviosos.

El sol sobresale en el cielo azul claro del día veraniego y salvaje.

Se han colocado cerca de la pileta que está abarrotada de gente y al sol pleno, unas carpas cómodas y espaciosas, para varias personas que no quieran estar al sol.

Los cuerpos prontamente comienzan a brotarse. A exaltarse. Rocco frotaba su cuerpo con un recién conocido. Un enorme hombre de ébano. Fibroso. Lleno de músculos, sudoroso y alto como una puerta.

La tarde avanza y ya la gente está repartida por los distintos ambientes de aquella estancia enorme. En una de las amplias carpas, en  sillones mullidos los gemelos Toto y Tico atienden a Rosendo. Acarician la lagartija humeante y rocosa. Le dan lengüetazos lujuriosos. El hombre brama y rechina los dientes. Los gemelos son audaces. Insaciables. Muerden las tetillas del macho. Toto acaricia además el esfínter de aquel hombre sacado. Tico lame los huevos inmensos, tan grandes como su herramienta alzada.

Rocco en una especie de sala de estar, baila desnudo delante del muchacho de ébano que lo mira acariciando el cipote bravío y gigante. Se acerca, levanta la cola, abre sus cachas, muestra su agujero. El negro acaricia con un dedo. Busca entrar. Lo saliva. Lo hunde. La pija de Rocco se endurece, pero sigue su danza sensual delante del macho aquel que lo enloquece.

Toto lame y chupa la cabeza del miembro de  Rosendo que pone los ojos en blanco. Tico arrodillado, detrás del gaucho potente, mete la lengua, en el hoyito del macho que se abre de a poco. Gozando.

El negro abierto de piernas tirado en el sillón dorado de la sala de estar, recibe la boca desaforada del hijo del estanciero, que baña la tremenda poronga de aquel amante renegrido, se retuerce sintiendo el placer de aquel salvaje, de aquel enajenado ser humano tan sexual, tan caliente. Atravesado por miles de agujas retiene el placer, que le da el muchacho con cada bocado.

Rosendo deja que los chicos chupen su ojete. De paso dan lengua y lengua a sus bolas rellenas, gordas y duras, tan duras como su perno erguido y saltarín. Los dedos de Tico entran en el túnel oscuro. Rosendo se retuerce, crispado, enorme macho alzado. Tira su ojete hacia atrás para que sea ensartado.

La lengua de Rocco sacude el miembro. Lo aprieta, lo lame y es un gran bocado dándole pequeños mordiscos. Las bolas son engullidas, sobadas. Están infladas y gordas. Los gemidos del negro casi se escuchaban mas que la música que alguien había subido un poco .

Los gemelos ahora tienen los culos abiertos. La lengua filosa de Rosendo los abre. Las nalgas están de par en par y los ojetes se van dilatando de a poco. Calientes. Aullaban los gemelos. Mas aun cuando la lanza traviesa del lagartija Rosendo se hundió en cada uno de esos traseros. Toto y Tico, lloraban de placer, cuando aquella poronga potente y fuerte se introdujo por completo, primero en un orto y luego en otro. Los aritos se abrieron de par en par, gozando.

Lanzando leche por todas partes los gemelos, regaban, el suelo de la carpa. Serruchaba el macho potente. A Toto pellizcando sus tetillas, luego a Tico, hundía su vara fogosa y ardiente. Clavaba tomando sus caderas. Iba y venía dentro de aquellos muchachos lujuriosos y llenos de sexo.

Rocco recibió el machete negro sentándose sobre el mismo. La carne se hundió. Saltaba Rocco sobre el semental. Mordía la nuca del chico. Lo besaba. Sintiendo que el anillo lo comía, lo succionaba. Gemían arrebolados. Sabrosos cuerpos. Se gozaban mutuamente.

Lagartija Rosendo gruñendo fue largando su semen entre las bocas golosas de Tico y Toto, los gemelos voraces.  Las caras bañadas de la espesa leche del macho. Los jóvenes se chupaban los rostros para quitarse el jugo del hombre. Rosendo se tiro desarmado por unos momentos en el sillón que había allí cerca.

El hombre de ébano se corría dentro del ojete de Rocco. La leche entraba a chorros en las entrañas del joven hijo del estanciero, mientras aullaban de placer y fogosos se besaban cruzando sus lenguas de serpientes venenosas. Quedaron un instante enredados, Rocco sintiendo la poronga del hombre negro, latiendo en su interior. La dejo un rato allí para que el chico siguiera extasiado con un animal como aquel, disfrutando, amante amoroso aquel hombre de ébano.

Los gemelos ahora besaban el agujero de Rosendo. Lo chupaban. Lo besaban a ese ardiente anillo. Rosendo bufaba y se retorcía. Acariciaba las vergas de los dos. Tocaba y sobaba las pelotas de los chicos. Ellos arremetían con el bocado.

__¡Oh chicos ustedes son el demonio!!__ comentaba Rosendo mientras bufaba y resoplaba

__¡Nos encanta tu culo!!

__¡Sí, así, chúpenlo, ahhh!!!__ ahora los dedos entran en el túnel. Juegan con el anillo que explota de calentura. Quieren que el macho les pida que lo empernen sin piedad. Que grite y suplique desgarradoramente. Divertidos y excitados rebeldes.  Toto hace que Rosendo se monte en su poronga. Baja y sube. Tico pasa la lengua por la espalda del hombre que ya ha hundido aquella vara en su culito. Y de paso besa las bolas del hermano.

Rocco se ha encontrado con el domador de caballos y entre los dos se comen la barra de carne del hombre de ébano que parece resucitado. Franco pasa la lengua por la boca del chico y luego ataca la morcilla. El macho negro se retuerce animal enardecido. En tanto Franco mete los dedos en el ojo lujurioso de su amigo y lo coge sin reservas y sin detenerse. Luego deja que siga el hijo del estanciero jugando con la estaca del negro y emperna sin miramientos ese culito que tanto le gusta. Su verga recorre ese túnel que desea y empuja y empuja, embistiendo ese anillo dilatado. Bello.

Tico ha entrado en el hueco de Rosendo que grita. Enloquecido de placer. Esta al punto del desmayo. Los pernos lo empotran. Lo hacen sentir que pronto va a estallar en mil pedazos. Las porongas lo tienen tomado. Una locura. Exaltan los sentidos. La lujuria es total, no puede sentirse mas colmado. Los gemelos lo tienen ensartado y lo cogen rítmicamente. Baja la cabeza y besa a Toto que le lame los labios. En tanto Tico muerde la nuca y el cuello, la espalda.

Rocco recorre el garrote firme del hombre de ébano. Lloriquea mientras la barra de Franco lo somete. Choca las bolas en las nalgas. El besa las pelotas del macho negro, saborea hasta el anillo blanquecino y jugosos, como un manjar extasiado. Una fruta exquisita.

Luego el macho de ébano se levanta y se coloca detrás del domador de caballos. Besa los hombros de este, los acaricia, besa y chupa el cuello. Después se pierde en el anillo, lo moja, lo humedece.

Toto y Tico llenaron de semen el culito de Rosendo que no sale de su estado de conmoción y calentura. No quiere que salgan de allí. Siente latir su ojete y las porongas que lo calvan, que se van desfalleciendo, que se van desinflando.

Franco siente la estaca en su cola. Siente el encule, se mueve, agarran ritmo los tres cuerpos, parece una danza. Locos de placer,  entran, salen, chocan, se aferran, se muerden, gimen, explotan en los anillo, desahogados en líquidos, en jugos mezclados, llenos, satisfechos por momentos. hasta que la llama se vuelva a incendiar. Vivos, se sientes vivos, enfermos de sexo, de olores, de sudores.

Toto, Tico y Rosendo se acercan donde están los otros tres. Los gemelos se abrazan al hijo del estanciero, luego Rosendo se abraza al chico, los cuerpos se regodean. En unos instantes volverán a comenzar la ronda.-