El hijo de la vecina (II)

Continúan mis aventuras con el hijo de mi vecina, yendo un poco más allá en mis travesuras e implicando a su madre en el juego.

Al día siguiente me encontré con Silvia, mi vecina, que me saludó alegremente y me preguntó acerca de la mudanza. Le conté lo amable y atento que había sido Juan y la gran ayuda que me había prestado, así que le comenté que me gustaría agradecérselo con algún detalle.

  • No hace falta mujer – replicó Silvia – si él lo hizo con mucho gusto y además me comentó que tu también eres una chica muy maja y agradable. Estuvo toda la tarde hablando de ti, y eso que no es muy conversador. ¡Ay!, que me parece a mí que a este niño me lo estás trastocando – agregó en tono preocupado.

  • Anda no seas tonta, serán cosas de las edad y las hormonas –le repuse para quitarle importancia al tema, pensando para mí “sí y a mí me gusta jugar con él”.

  • Con las hormonas anda loco, todo el día en su habitación con el ordenador viendo… yo que sé lo que verá, pero después huele allí…-dijo ruborizándose en ese momento al percatarse de que tal vez estaba mostrando demasiada confianza conmigo.

  • Es lo que tiene la juventud, que es muy fogosa – le contesté con una risa, intentando que se sintiera más cómoda – no le veo mayor importancia.

  • Ya, pero es que además no sale nunca con chicas, sólo tiene unos cuantos amigos que tampoco tienen novia ni nada parecido… -dijo Silvia aprovechando la complicidad que le brindaba.

  • Bueno, no le metas prisa, ya encontrará a alguna que le guste –respondí para animarla.

Descubrí así, aunque ya lo suponía, que Juan era un pervertido que se pasaba las horas en su habitación masturbándose y, por lo que adiviné de la conversación, imaginaba que seguía siendo virgen. Esos detalles daban más morbo a mi juego de provocación y calentamiento, así que decidí averiguar algo más sobre sus gustos. Pero no tenía muy claro cómo hacerlo. La ocasión se presentó esa misma tarde, porque Silvia, a la que parecía que había caído muy bien y se la notaba  necesitada de alguien con quien charlar y contar intimidades, me invitó a tomar café en su casa.

Hablamos sobre la familia, la vida en el barrio, etc. Me enteré de que su marido había fallecido hacía 10 años, siendo Juan un crío y que, desde entonces, ella se había encargado de su educación, pero que le preocupaba sobre todo en los últimos años porque no parecía tener muchas relaciones con mujeres. Yo por mi parte, le confesé por qué me había marchado de mi  ciudad natal, intentando alejarme de mi ex marido, el cual empezaba a hacerme la vida imposible. No le conté nada acerca de los motivos de nuestra ruptura ni, al menos de momento, de la vida liberal en el terreno sexual que ambos practicábamos y que era el origen de todos los problemas maritales. No me sentía con la suficiente confianza todavía para eso. Sin embargo, Silvia, sin muchos reparos, sacó la conversación del sexo, o más bien, la carencia de él que sentía desde la muerte de su marido.

  • ¿Y no has estado con ningún hombre desde entonces? –le pregunte sorprendida, no me parecía lógico que una mujer joven prescindiera del sexo.

  • Pues no, ya te digo que mi papel de madre me ha absorbido tanto que no he tenido tiempo para pensar en hombres, ni ganas de complicarme la vida –respondió de manera resignada.

  • Mujer, no te digo que te cases otra vez, pero un polvo sin compromiso de vez en cuando… -añadí - ¿y cómo te calmas las calenturas?

  • Me toco… - repuso ruborizándose repentinamente. A pesar de tener una clara necesidad de comunicar sentimientos reprimidos a alguien de confianza, el pudor heredado de su educación resultaba evidente. – ya sabes, cuando lo necesito.

Lo que Silvia no sabía era que a mí comerme un coño de vez en cuando no me disgustaba nada y, de manera inconsciente, se me representó mentalmente su imagen desnuda dándose placer en su intimidad, provocando un súbito aumento de mi temperatura interior. Vaya, mi relación con mis vecinos empezaba a ser bastante especial.

Aprovechando que Silvia fue a la cocina a preparar más café y, utilizando la confianza que ya había surgido entre nosotras, me levanté y pasee por su casa, curioseando descuidadamente. Descubrí la habitación de Juan, con la puerta abierta y no pude evitar la tentación de mirar dentro. Típica habitación de adolescente, desordenada y caótica. El ordenador estaba encendido y, como sabía que Silvia estaba ocupada en la cocina, me acerqué a él y comencé a curiosear. No me costó nada encontrar carpetas con videos, así que abrí el primero y como imaginaba, era de porno. Abrí otros más y todos eran de mujeres de una cierta edad, no jovencitas como se pudiera esperar. A Juan le ponían las maduras. Además, eran escenas bastante fuertes, en lo que me dio tiempo pude ver varias mamadas y sexo anal. Me llamó la atención uno de los videos en los que un jovencito recibía una fenomenal mamada de una mujer rubia. Aquella mujer agarraba del culo al chico y le empujaba hacia su boca, tragándose toda su polla, una y otra vez, mientras yo me calentaba imaginando una situación similar. No pude mirar mucho más porque escuche a Silvia que volvía con el café, retirándome rápidamente de la habitación y volviendo al salón. Tras el café, me despedí de Silvia y volví a mi apartamento.

Por la tarde me metí en el baño nerviosa y excitada, esperando que mi voyeur estuviera espiando desde la planta superior. La ventana estaba nuevamente abierta, pero esta vez era adrede. Entré desnuda y con disimulo miré hacia arriba y allí estaba la sombra del día anterior. Esta vez no corrí las cortinas de la ducha y dando la espalda al observador, me enjaboné, deteniéndome en mis nalgas. El roce de mis manos por mi entrepierna y el saberme observada llevaron a que poco a poco empezara a acariciar mi coño y mi clítoris y, apoyada en la pared, empecé a masturbarme. Mientras metía varios dedos en mi vagina contoneaba el culo al ritmo, imaginando la paja que Juan se estaba haciendo en ese momento. En un par de minutos me sobrevino una corrida brutal que me hizo tambalearme, esperando que el espectáculo también hubiera sido suficiente para que él se corriera. Terminé mi ducha, algo más relajada, y salí descuidadamente, repitiendo la escena del día anterior. Al llegar a la habitación, volví a masturbarme con el recuerdo de la situación experimentada, que ya empezaba a escapárseme de las manos. Necesitaba ya mismo una polla, pero tirarme al hijo de mi vecina me parecía todavía demasiado precipitado.

Estaba decidida a calmar mi calentura y, como no conocía mucho la ciudad, necesitaba que alguien me diese algunas indicaciones sobre bares de moda, sitios por los que salir etc., así que pensé rápidamente en Silvia. Al día siguiente fui yo quien bajó a su casa y le comente mi idea, a lo que ella repuso que hacía tiempo que no salía y que había perdido todo contacto con el ambiente nocturno de la ciudad.

  • Pues entonces vente conmigo y así lo recuperas – sugerí para ver su reacción.

  • ¡Ay no!, que yo ya estoy vieja para estas cosas –me respondió sin dejarse atraer por mi propuesta.

  • Qué vas a estar vieja, mujer, estás en la mejor etapa de tu vida, sin compromisos, Juan ya es mayor… además, yo no puedo ir sola, no está bien una mujer solitaria en un bar –repuse tratando de convencerla.

  • No sé, me sentiría algo rara, además, no tengo qué ponerme… -argumento Silvia tratando de librarse.

  • Por eso no te preocupes, yo te puedo prestar algo, debemos tener una talla parecida.

  • No sé… bueno… tienes razón, no tengo que rendirle cuentas a nadie y Juan sabe apañárselas muy bien solo – dijo Silvia- venga, vámonos de marcha esta noche.

Silvia me empezaba a agradar cada vez más como amiga, lo que me provocaba sentimientos de culpabilidad por mi comportamiento con su hijo, pero también pensé que si tan preocupada estaba por la falta de vida sexual de Juan, mi juego con él podría desembocar en una mejora sustancial de la misma, así que tampoco me estaba portando tan mal con ella. Era un poco extraño el razonamiento pero me consolaba. En esos pensamientos estaba yo cuando apareció Juan en la cocina, que había vuelto de clases. Dio un beso a su madre y a mí me saludo con un “hola Laura” bastante tímido.

  • Cariño, esta noche Laura y yo vamos a salir a tomar algo por ahí, así que te preparas la cena y lo dejas todo organizado y limpio ¿vale? – dijo Silvia.

  • Claro mamá pero, ¿y eso?  -inquirió Juan claramente extrañado.

  • ¿Qué pasa, es que parece mal que tu madre se divierta un rato? – replicó Silvia.

  • No, no, si para mí es una alegría ver que te apetece salir.

  • Pues si me gusta, ve acostumbrándote hijo, que tu madre no quiere seguir apartada del mundo – sentenció Silvia, dando por concluida la explicación.

Silvia me acompañó a mi apartamento y se dejó asesorar respecto a la ropa que debía ponerse. Elegí una camisa blanca entallada y una falda negra que quedaba algo por encima de las rodillas, complementado por un par de zapatos de medio tacón. Volví a mi apartamento  y me dediqué a arreglarme para la noche. Vestido negro ajustado con buen escote, medias de rejilla y zapatos a juego de tacón alto. A las 10 bajé al apartamento de Silvia y al abrirme la puerta Juan pude comprobar que mi atuendo haría su efecto en los hombres, a juzgar por la forma en que abrió los ojos y me miró de arriba abajo. Cuando vi a Silvia me sorprendió, porque con un poco de maquillaje y una ropa adecuada, ganaba bastante y se le veía muy atractiva. Juan también parecía sorprendido con el look de su madre, supongo que por la falta de costumbre.

  • Bueno cariño, no nos esperes despierto – se despidió de Juan con un beso en la mejilla.

  • Eso, no nos esperes despierto, no vayas a ver más de la cuenta –le dije con toda la malicia sabiendo que aquello haría que estuviera bien atento a nuestro regreso, a la vez que le daba un beso en la mejilla.

Silvia me llevó a una zona de la ciudad famosa por sus bares de moda y entramos en uno de ellos que tenía un buen ambiente. Al principio Silvia se mostraba muy cortada, sin saber muy bien cómo comportarse, pero después de un par de copas empezó a soltarse y conseguí que se animase a bailar un rato conmigo. Mientras estábamos en la pista, vi a un par de chicos jóvenes cerca de nosotras con buena planta y le dije a Silvia al oído:

  • Oye, ¿no te cogerías a uno de estos y le darías un buen repaso?

  • Qué cosas tienes Laura, yo no me atrevería a eso, soy muy tradicional – respondió Silvia.

  • Pues deberías soltarte Silvia, porque tienes que disfrutar de la vida mientras puedas –le repuse.

  • Ya, ¿y tu cómo lo harías? –me pregunto interesada.

  • Fácil, te acercas a uno de ellos y le dices “oye vienes al baño conmigo” y verás cómo no falla.

  • No creo que sea tan fácil como dices, a lo mejor no le gustan las maduras como yo –dijo demostrando su falta de confianza.

Mirándola con picardía le guiñé un ojo y me volví hacia los chicos, me dirigí a uno de ellos y le susurré al oído. Al momento lo llevaba de mi mano en dirección a los baños, notando la mirada incrédula de Silvia. Nada más entrar en el baño y cerrar la puerta, el chico me agarró desde atrás por los pechos y comenzó a besarme en el cuello.

  • Me siento muy perra, quiero que me folles con fuerza – dije mientras palpaba su polla por encima del pantalón.

Subió mi falda y me bajó las bragas apresuradamente, a la vez que me hacía reclinar sobre el lavabo. Sacó su polla y me la metió de un solo golpe hasta el fondo, empezando a bombear con fuerza.

  • Sí, dame gusto, más fuerte –le animé mientras le atraía hacia mí poniendo una de mis manos en su culo.

  • ¿Te gusta así, zorra, te gusta que te follen duro?

  • Sí, quiero que me trates como la zorra que soy –contesté mirándole a través del espejo del baño que tenía enfrente de mí.

Me agarró del pelo y empezó a tirar hacia atrás de él, a la vez que seguía con sus fuertes embestidas. Me corrí rápidamente con ese tratamiento y el chico seguía con fuerzas, así que me volví hacia él y le dije:

  • Esta perrita se merece que le folles el culito ¿no crees?

Note su expresión de sorpresa, pero aquel chico estaba acostumbrado a meter caña, así que sin pensarlo mucho saco su herramienta de mi encharcado coño y la enfiló a la entrada de mi culo. Yo con ambas manos abrí mis nalgas para facilitar la entrada y empecé a sentir como aquella barra caliente se adentraba poco a poco en mis entrañas. Con la única lubricación de mis jugos vaginales, la sensación era dolorosa, de quemazón, pero mi calentura era muy alta y necesitaba buena ración de polla por todos lados. Cuando la tuvo toda dentro empezó a bombear nuevamente con fuerzas y al poco, el dolor inicial se convirtió en puro placer de sentirme bien llena por aquella polla.

  • Uff, que buena zorra eres, tienes un culo apretado que da gusto follar.

  • Sí, fóllame el culo, déjamelo bien abierto – dije entre suspiros de placer, con mi cuerpo apoyado en el lavabo y mi manos abriendo mis nalgas.

  • Ya estoy a punto de correrme, te voy a llenar el culo de leche – dijo mientras me agarraba fuerte de las caderas y aceleraba sus embestidas.

Noté su corrida en mi interior, el calor de su semen me invadió las entrañas y un nuevo orgasmo me sobrevino en ese instante. Se retiró de mi interior mientras yo seguía en la misma posición, disfrutando de mi orgasmo.

  • Ha estado genial tía, follas de maravilla – me dijo mi amante ocasional.

  • A mí también me ha gustado mucho, lo necesitaba – respondí incorporándome y volviéndome hacia él.

Me agaché y me metí su polla en la boca que, a pesar del orgasmo, seguía teniendo un buen tamaño, y me dediqué a limpiar los restos de corrida que todavía quedaban en ella.

  • Una buena perrita debe dejar bien limpia la polla que le ha dado tanto gusto- le dije mientras pasaba mi lengua a lo largo de su tallo.

Me deleité un buen rato en disfrutar de aquella polla a medida que iba perdiendo fuerza. Cuando estaba bien limpia y ya había perdido buena parte de su grosor, la guardé dentro de su pantalón y me levanté.

  • Ha sido un placer –le dije dándole un beso en la mejilla.

Recompuse mi ropa y peinado sin prestar más atención al joven, que viendo que todo había terminado, salió del baño. Yo volví a buscar a Silvia, a la que encontré en la barra, sin compañía.

  • ¿De dónde vienes? ¿no te habrás atrevido a… ya sabes? –preguntó Silvia intrigada.

  • Claro, ¿para qué crees que he salido esta noche? –le respondí.

  • Pero que descarada eres, así sin más en el baño, con un desconocido… -noté el desconcierto de Silvia, aunque también su interés porque le contara más, pero no lo dijo.

  • Y tú mientras ¿qué, aquí aburrida? – repuse a su reproche.

Estuvimos un rato más en el bar charlando y bebiendo, aunque notaba a Silvia muy pensativa. Sobre las 3 de la mañana decidimos volver a casa y cogimos un taxi. Ya entrando en el portal, Silvia no pudo contener más su curiosidad y me preguntó:

  • Entonces ¿lo pasaste bien con ese chico?

  • Sí, bastante bien, sabía cómo hacer las cosas –respondí de manera escueta a su pregunta, incitándola a que siguiera indagando.

  • ¿Qué cosas? – volvió a preguntar, y noté cómo aquello empezaba a despertar su morbo.

  • Pues ya sabes, tratar como se debe a una mujer, darle lo que necesita cuando va caliente… - dejé en el aire la respuesta, para hacer volar su imaginación.

Subimos a casa de Silvia y me invitó a tomar la última copa en su casa. Desde el mismo momento en que entramos imaginé que Juan estaría al acecho de nuestro regreso, aunque aparentemente estaba dormido en su habitación. Silvia sirvió las copas y se sentó a mi lado en el sillón, volviendo a preguntar.

  • Cuéntame algo más que tengo curiosidad ¿cómo según tú se debe tratar a una mujer?

  • Bueno cada una tiene sus gustos, ya que insistes en saberlo, a mí me gusta que me follen fuerte, sentirme sometida por un macho – contesté dejándome llevar por su afán de conocer más detalles – y eso hizo el chico, follarme fuerte hasta terminar en mi culo.

  • ¿Te dio por el culo? – preguntó incrédula – no me creo que hayas sido capaz de una cosa así.

  • Si quieres puedo demostrártelo –le respondí con total descaro.

  • A ver, demuéstralo –replicó desafiante Silvia, a la que los colores de su cara la delataban, aquella conversación y el efecto del alcohol ingerido la estaban poniendo cachonda.

Me levanté, me di la vuelta y, mostrándole el culo, baje mis bragas e introduje un dedo en el ojete, sacándolo lleno de restos de semen que el chico había depositado un rato antes.

  • Ves, es semen del chico –dije acercando el dedo a Silvia, que me miraba incrédula, aunque sin replicar nada.

Durante unos segundos miró mi dedo en silencio, como queriendo comprobar que mi afirmación era cierta y, cuando más absorta estaba, retiré el dedo y lo llevé a mi boca para chuparlo.

  • Además está muy bueno – dije mientras degustaba su sabor, entre dulce y amargo - ¿quieres probarlo?

Silvia no respondió, se limitó a mirarme a los ojos con cara de desconcierto, mezcla de curiosidad, pudor y recelo. Ante su silencio, repetí la operación e introduje de nuevo el dedo en mi culo para sacarlo lleno de semen y se lo acerqué a la boca de Silvia. Ella se quedó pensativa, sin saber cómo reaccionar.

  • Vamos Silvia, no me digas que no has probado nunca la leche de hombre

  • No, nunca – respondió con voz quedada, mostrando su claro nerviosismo

  • Pues venga, ahora tienes la oportunidad, que estamos en confianza

Cerró los ojos y abrió levemente la boca, sacando la lengua para acercarla a mi dedo. Probó un poco de su contenido, notando su sabor. Abrió más la boca y empezó a chupar mi dedo, impregnándose de su sabor hasta dejarlo limpio.

  • ¿Qué te parece? – pregunté para sacarla de su trance.

  • No me disgusta el sabor, no me imaginaba que supiese así, pensaba que era más asqueroso.

Saqué algo más de semen y le di de nuevo a probar. En ese momento noté una sombra moverse levemente en el pasillo, que Silvia no pudo ver por estar a su espalda, y supe al instante que era Juan espiando. Estaba viendo cómo su recatada madre probaba por primera vez el semen, además directamente sacado del culo de otra mujer.

  • Pues deberías animarte a tomarlo directamente del recipiente – le dije pícaramente a Silvia que, cada vez más desinhibida, se dedicaba a disfrutar de ese nuevo sabor.

Me senté de nuevo a su lado y seguimos charlando sobre temas de sexo. Aunque aquello me había calentado bastante y no me hubiera importado abalanzarme sobre Silvia y desnudarla, no estaba segura de su reacción, y no quería arriesgarme a romper con nuestra amistad sin estar totalmente segura de su aceptación. Además, ver a su madre montándoselo con su vecina hubiera sido seguramente demasiado para Juan. De todas formas, la actitud de Silvia me hacía pensar que no me resultaría difícil llevarla a mi terreno, pero quería ir con prudencia.

Terminé mi copa y me despedí de Silvia hasta el día siguiente.