El hijo de la vecina (I)

Una nueva ciudad donde comenzar una nueva vida, sin amistades ni familia, pero el hijo de mi vecina se encargará de hacerme más llevadera la adaptación.

Cuando me mudé a aquella ciudad por motivos personales, me sentía totalmente perdida y desorientada, sin conocer a nadie y sin saber muy bien qué iba a ser de mi vida a partir de ese momento. Lo primero era encontrar un sitio para vivir, así que me dediqué los primeros días a consultar los periódicos locales buscando pisos de alquiler, dentro de las limitaciones del presupuesto del que disponía. Con 35 años y lejos de mi familia biológica, mis pocos ahorros acumulados constituían el único apoyo en aquella ciudad desconocida. Mientras encontraba donde vivir, me alojaba en una pensión barata, y mis cosas las había depositado en un trastero de alquiler temporal.

Encontré un anuncio que se correspondía con mis posibilidades, así que realicé las gestiones oportunas con el propietario y, tras ver el apartamento que se publicitaba, decidí quedarme con él. No obstante, necesitaba buscar un trabajo lo antes posible, porque en 2 meses no tendría dinero para seguir pagando el alquiler. Mientras estaba haciendo la mudanza e iba metiendo algunas cajas en mi nueva residencia, escuche una voz femenina a mis espaldas.

-          ¿Hola que tal?

Me volví y descubrí a una mujer de unos 40 años, morena de pelo corto y algo rellenita, que lucía una amplia y franca sonrisa.

-          Hola… -respondí de manera automática

-          Me llamo Silvia y soy la vecina del 3º B. Veo que te mudas aquí y, bueno, solo quería saludarte y darte la bienvenida al edificio

-          Encantada, yo me llamo Laura –dije devolviéndole la presentación

-          Si necesitas cualquier cosa sólo hace falta que me lo digas, ya sé que los primeros días son complicados, mientras guardas las cosas y te organizas.

-          Muchas gracias, muy amable de tu parte – conteste a su ofrecimiento.

-          Además, mi hijo puede ayudarte a subir cosas pesadas, es un chico joven y no creo que le importe echarte una mano –agregó la amable vecina.

-          Pues la verdad es que tengo algunas cosas que yo sola no creo que pueda subir hasta aquí. – la verdad es que su ofrecimiento me resolvería la papeleta, porque al no conocer a nadie no tenía muy claro cómo iba a subir algunos muebles que tenía guardados todavía en el trastero.

-          Ah, pues no te preocupes, en cuanto te haga falta me lo dices y le digo a Juan que te ayude –respondió sin dudar.

Tras este contacto inicial, la vecina se despidió y yo seguí con mi tarea de organización inicial del apartamento, sacando cosas de las cajas y buscándoles una ubicación. La mayoría venían en cajas de tamaño manejable, así que dedique parte de la mañana a abrirlas y guardar su contenido en los muebles del apartamento que,  al ser tan pequeño, no tenía muchos. A media mañana ya había vaciado todas las cajas y solo restaba para completar mi mudanza traer las cosas del trastero. Como quería agilizar la instalación, recordé el ofrecimiento de Silvia y, aunque no quería quedar como una aprovechada, presentí que su intención de ayudarme era sincera, así que fui a su apartamento y llamé al timbre. Al abrir la puerta apareció ante mí un chico joven, con cara aniñada y pinta de ser bastante tímido.

-          Hola, tú debes ser Juan ¿está Silvia? soy Laura la vecina del 2ºA

-          Hola, sí mi madre está dentro, pasa por favor – me respondió haciendo el ademán para que entrara en el apartamento.

Nada más cruzar la puerta noté que aquel joven me desnudaba con la vista y conforme avanzaba por el pasillo, pude sentir sus ojos clavados en mi cuerpo, en concreto en mi culo (las mujeres tenemos un sentido especial para detectar esas cosas). Llevaba puesto unos vaqueros ajustados que me sentaban bastante bien y hacían que mi trasero se mostrara respingón y marcado. En la cocina encontré a Silvia, enfrascada en la elaboración del almuerzo. Me invitó a tomar algo, a lo que yo accedí gustosa, ofreciéndome una cerveza mientras charlábamos un rato.

-          ¿Cómo va la mudanza? – me preguntó Silvia

-          Pues ya está casi terminada, la verdad es que vengo con poca cosa. Sólo queda lo que tengo guardado en el trastero alquilado, y como antes te ofreciste tan amablemente a ayudarme pues… - dejé en el aire la frase para que ella la terminara.

-          Claro, ahora mismo se lo digo a Juan, pero ¿cómo piensas traértelas hasta aquí? – me preguntó.

-          Pues pensaba alquilar una furgoneta para eso, porque no tengo coche – respondí.

-          Ah, entonces no te preocupes, Juan te llevará en nuestro coche y te ayudará a cargarlas.

-          Creo que eso sería abusar –repuse – tendríamos que dar varios viajes.

-          No importa mujer, para eso estamos los vecinos ¿no? ¡Juan! Ven cariño

Juan acudió a la cocina y Silvia le contó el plan. Él no puso ningún reparo, así que cuando terminé la cerveza, bajamos a la calle y nos montamos en el coche. Era un vehículo familiar con asientos traseros abatibles, lo que le daba una gran capacidad de carga, más que un coche utilitario. Dirección al trastero noté que Juan era un chico bastante tímido, porque no soltaba palabra, aunque sí veía como de reojo me miraba mientras conducía, echando fugaces pero intensas miradas a mi escote.

Sin demasiada conversación, llegamos al lugar y pedí al portero que abriese el trastero. Lo más pesado era una bicicleta, que pensaba usar como medio de transporte, al menos temporal, y algunos muebles que me había traído de casa, más por su valor sentimental que por su utilidad. Empezamos a cargar el coche entre ambos, primero lo menos pesado y después los muebles. Cuando llevábamos una mesa de escritorio entre ambos, la postura me obligaba a inclinarme hacia delante, mostrando parte de mi pecho a través del escote de la camisa, y noté que Juan me miraba descaradamente con ojos desorbitados. Aquello empezaba a ponerme cachonda, aquel chico era un salido y había posado su objetivo voyeur en mí, así que decidí jugar un poco con él. Cuando volvimos al trastero, desabroché otro botón de mi camisa con disimulo, así que al volver a cargar ambos un arcón de madera, tenía a su vista gran parte del encaje del sujetador, y su cara era un poema, casi tropieza dos veces antes de llegar a la calle.

Terminamos de cargar el coche y volvimos al apartamento. No me abroché de nuevo el botón y, haciéndome la disimulada, dejé que se recrease durante el trayecto de vuelta en la visión del generoso escote. También noté como un bulto se iba formando entre sus pantalones y, a juzgar por el tamaño, el chaval no iba mal armado. Al subir los muebles al apartamento se repitió la escena anterior, ofreciéndole un buen banquete de tetas mientras me ayudaba. A estas alturas, y después de un tiempo sin sexo, mi excitación era considerable, pero no quería problemas tan pronto con el vecindario, así que intenté controlarme.  Despedí amablemente a Juan por su ayuda dándole un beso en la mejilla, aunque bastante cerca de sus labios.

-          Gracias Juan, has sido un cielo, te debo un favor – dije pícaramente

-          De nada Laura, encantado de ayudarte –respondió sin decidirse a mirarme directamente a los ojos

-          Ya sabes, si necesitas algo, aquí estoy – me despedí de él.

Tras el esfuerzo me sentía sudorosa y me dirigí al baño a darme una ducha. Me metí en ella y, cuando me estaba enjabonando, caí en la cuenta de que había dejado la ventana abierta, la cual daba al patio interior del edificio. Entreabrí la cortina de la ducha con la intención de cerrarla, pero entonces miré hacia arriba y vi una sombra en la ventana de la planta superior. Esa debía ser la ventana del baño del apartamento de Silvia y supuse que la sombra era la de Juan. Vaya con el diablillo, seguro que estaba espiándome desde allí. Le imaginé intentando adivinar mi cuerpo desnudo tras la cortina y con su pene en la mano, masturbándose con mi visión (o lo que intuía de mí). Pues ese pequeño mirón se iba a llevar una alegría, me dije.

Cerré el grifo de la ducha y abrí la cortina, mostrándole mi cuerpo al natural cubierto de agua. La sensación de estar siendo observada me produjo una repentina excitación que hizo que mis pezones se endurecieran y mi coño empezara a palpitar. Descuidadamente, cogí la toalla y empecé a secarme dejando partes de mi cuerpo al descubierto. Cuando terminé de secarme dejé caer la toalla al suelo y me volví hacia el espejo, con lo que mi mirón tenía ahora una visión completa de mi perfil desnudo. Me unté de crema hidratante de manera pausada, recreándome especialmente en los pechos y la barriga, aunque sin llegar a ser demasiado lasciva para no desmontar el encanto de Juan ignorase que le había descubierto.

Terminé de darme crema y salí desnuda del baño, mostrando esta vez mi parte trasera al atento observador. Aquella calentura me había puesto como una moto, así que me tumbé en la cama y me masturbé como una loca pensando en la polla de aquel chico que hacía lo mismo hace un momento contemplando mi cuerpo. Le imaginaba moviendo frenéticamente su mano mientras miraba mis tetas, mi culo, y cómo soltaba una gran cantidad de semen a mi salud. Cuando me corrí y me relaje, una sonrisa malévola se dibujo en mi boca, estaba decidida a jugar con Juan, a calentarle, me encantaba la idea porque me provocaba una gran excitación y… bueno ya veríamos en qué podría acabar la cosa.