El héroe inconsciente (4: en Lloret)

Después de engullir el desayuno en la cama, Soc se despide de Genís y se traslada a Lloret, donde les esperan sobresaltos y banquetes impresionantes.

EL HÉROE INCONSCIENTE 4: EN LLORET

Con la vista fijada en las vigas de madera del techo, la mano jugueteando con el sexo, Soc esperaba. Hacía un buen rato que se había despertado. Por fin había descansado convenientemente, sin interrupciones, y se sentía motivado para emprender el viaje hasta la Costa Brava. Pero había recordado de pronto el despertar del día anterior, y esperaba pacientemente que el joven Genís le sirviera el desayuno en la cama. Siete lineas de luz se dibujaban contra la pared, modelando un juego de sombras que realzaba el grosor de su pene, tieso y expectante.

El gemido de la puerta le recordó que se encontraba en una casa de más de doscientos años de antigüedad. Era Genís.

-Oye, ya son las once. Tú, ¿no te ibas?

Soc sólo sonrió. El precioso cuerpo del chico se ofrecía para la observación entre la matizada penumbra. Llevaba el tórax descubierto y unos pantalones muy caídos, sin rastro de ropa interior. El profesor alargó el brazo para acariciar el oído doblemente perforado, un empuje fetichista que lo acercó al joven. Éste se dejó acariciar sin decir nada, presumiendo de belleza incuestionable. Luego el adulto lo agarró del pescuezo con amabilidad pera acercarlo a su rostro. Los labios iban a soldarse, pero Soc notó una fuerza que cerraba las mandíbulas de su amigo. Le miró los ojos juguetones.

-Eso no. Nada de morreos. Ya lo sabes.

-¿Tienes miedo de que te guste demasiado?

-Venga, que ya soy mayorcito y tengo los gustos decididos.

-Cualquiera lo diría, viéndote la otra noche...

-De vez en cuando, y según con quién... se puede hacer una excepción.

-El otro día, si no llega a estar tu hermano... seguro que pasa algo entre nosotros.

-Es que a mi hermano le gustas todavía. Quizá incluso más que antes. Fuiste amable con él.

-No supuso ningún sacrificio. Lo quiero un montón. Pero tú...

La mano se posó sobre la bragueta del muchacho, pero se encontró con otra mano que trabajaba bajo la tela. Fue Genís quien acercó la boca a la del visitante. Otro beso, ágil y esponjoso. En el segundo intento la lengua del mayor consiguió cruzar el umbral y confirmar cuán lejos están las palabras de los hechos. Cuando se separaron el profesor sonreía, sabiéndose parcialmente vencedor. Genís, en cambio, lanzó un suspiro de satisfacción. Su polla ya estaba fuera del pantalón.

-Ah, veo que me has traído el desayuno al lecho... -bromeó.

Tiró de la tela para dejar al descubierto las nalgas del joven. La prenda cayó al suelo. De un salto, Genís se lanzó sobre Soc intentando insertarle el miembro en la boca abierta. Lucharon un rato sin muchas ganas, como si les avergonzara ir al grano, pero no tardó mucho la polla del chaval en sentirse rodeada de una atmósfera absorbente.

-Hueles muy bien. Y estás delicioso -afirmó, separándose unos segundos, el profesor.

-Gracias. Es el perfume que me regaló mi novia. Nunca me lo pongo por la mañana, pero hoy... como despedida...

-¡Me vas a dejar que te folle!

Los dedos centrales de las dos manos abrazadas a las nalgas intentaron una incursión. No encontraron obstáculo, pero tampoco facilidades.

-Nada de eso. Pero hoy me apetece...

No terminó la frase. Simplemente se dio la vuelta y quedó casi sentado en el rostro del invitado.

Soc se entregó a lamer obsesivamente el esfinter del chico. Era uno de sus placeres favoritos. Además, Genís era, en cierta manera, un proyecto fracasado. No se dejaba clavar, pero en cambio disfrutaba enormemente cuando le comían el culo. El joven reprimía los gemidos mientras notaba el paso rasposo del apéndice alrededor de sus fibras más íntimas. Soc respiraba muy hondo, procurando mantener el aplomo. Se estaba encendiendo, lo notaba en el sexo. Habitualmente las lamidas de culo terminaban en follada, pero hoy, si no es que todos los oráculos se equivocaban, tendría que venirse envuelto de placeres gastronómicos.

-Soc -interrumpió con voz algo ronca el muchacho.

-¿Mmmmmm?

-Hoy no voy a correrme. Ayer por la tarde mi novia me notó raro, como desganado. Y no quiero que se de cuenta de nada.

Dijo estas palabras con manifiesta suavidad. Había quedado claro que no quería ofender al invitado, pero tampoco renunciar a la decisión que había tomado. Soc continuó un rato lamiendo y chupando, pero maldijo la afición de algunos chavales a echarse novia. Para él era evidente que las relaciones entre hombres son mucho más normales, profundas y naturales. La facilidad con que se crean complicidades entre machos justifica, según el punto del vista del hombre, que el sexo pueda presidir las relaciones entre amigos. Buscó con la mano la polla del joven. Estaba rebosante de energía y felicidad. No le costaría nada manosearla un poco para que arrojara los fluidos que contenía. Pero Genís no se lo permitió. En cambio, acercó su mano al duro apéndice del invitado para procurar su placer.

Soc estaba disfrutando enormemente, pero no se sentía cómodo. Negada la posibilidad de llegar hasta el final, pensó que lo mejor era ahorrarse también la corrida. Como despedida, su lengua jugueteó intensamente con los contornos del ano hasta que arrancó una serie de gemidos antológicos, que parecían preceder el orgasmo. Animado, siguió chupando con una entrega propia de un hambriento, hasta que el chaval exclamó, exhausto de placer:

-¡Basta! He dicho que no quiero correrme.

Y se dejó caer en la cama, al lado de su oponente. Abrió su envergadura y acogió a Soc con un abrazo. Éste, conformado a su suerte, comenzó a lamer la axila depilada del joven.

-¡Para! ¡Esto también me gusta mucho!

Y para que cesara el juego, ofreció su bella boca para sellar la relación. La lengua, bañada en múltiples sensaciones, trabajó sin tapujos. Una vez separados, Soc comenzó a entonar con vos áspera una canción sugestiva.

-Solamente una vez...

-¿Y yo qué quieres que te diga, si me van las tías? -se disculpó Genís-. Me caes de puta madre, y ya lo probé contigo, pero... no me quiero liar.

-Solamente una vez... -continuaba e profesor.

-Si te viera más a menudo... -se justificaba el chaval-. Estoy a gusto contigo, y esa vez no fue mal... Pero era un crío. Ahora ya soy un hombre y... ya tengo claro lo que quiero...

-Entonces, ¿por qué nos acompañaste a espiar a los scouts? ¿Por qué te lanzaste a follar con desconocidos y a mí me niegas oportunidades?

Soc no quería llegar al fondo de la cuestión. Ya sabía de sobras que no existen motivos claros ni justificados para romper algunas veces una clara tendencia. Además, la conversación se podía tornar amarga, y eso era lo último que deseaba, teniendo en cuenta que los abrazos de Genís eran del todo espontáneos y que certificaban en cierta manera, un cariño especial. Y una despedida.

-¡Y yo qué sé! ¡Me excitó ver a los chavales! Si llegas a estar ahí, frente a mí, también te hubiera follado. -Se quedó pensativo un momento-. De hecho, creo que me gustaría hacerte gritar de placer.

Los dos callaron, aunque Genís abrazó con más fuerza al adulto y le propinó un beso en la frente. Dado que se habían puesto trascendentes, sus sexos reposaban tranquilos tendiendo hacia el lateral.

-¿Sabes? Me gustaría ser realmente tu amigo -resolvió al fin el campesino, con algo de amargura.

Soc se sintió inmediatamente enrojecer. Se dio cuenta de que sólo había buscado sexo con el hermano menor de su amigo, y que a lo mejor lo que él deseaba realmente era contar con él para una amistad sincera. Constató que sabía muy poco del joven, que no le había preguntado por sus cosas, por su ambiente, por sus amigos... ni por su novia. Que sólo lo conocía superficialmente. Y al mismo tiempos se dio cuenta de que a su lado se encontraba muy a gusto, desde aquel lejano día en que Àngel se lo había presentado, avisándole de que no se dejaría seducir. Y el muchacho se había comportado excelentemente, aceptando su guiaje y sus bromas, resolviendo con paciencia los intentos nada inocentes del compañero de su hermano, sus juegos de palabras, sus insinuaciones... Ni siquiera cuando pudo poseerlo, tiempo después, se preocupó por descubrir el interior del muchacho, sus opiniones, sus manías, sus aspiraciones. "No hago más que recibir palos" -pensó. "A ver si aprendo."

Pensaba en todo esto cuando viajaba hacia Lloret. La despedida había sido tierna. Se habían abrazado como dos amigos ante la mirada algo celosa de Àngel, y Genís le había dicho al oído, entre triste y resignado:

-Ya sé que vives a 500 kilómetros, pero me gustaría que nos viéramos más.

-Tienes que venir de visita a Bilbao. Seguro que no has estado nunca allí.

-No.

-Y tú también, Àngel -se dirigió al colega-. Tenemos que buscar unas fechas y pasáis unos días conmigo.

Iba a alcanzarle la mejilla para depositar un beso cariñoso, pero se encontró con el doble anillo de su oreja. Su cerebro empujó un chorro de sangre hacia su polla. ¡Cuánto le excitaban dos simples pendientes! Despistado, no supo reaccionar cuando recibió un amable roce en los labios.

En plena ruta recibió una llamada telefónica. Temió por un momento que se tratara del enano, extrañamente silencioso desde hacía dos días. Pero no. Era Jordi.

-¡Hola, Jordi!

-¡Hola! ¿No me llamas cariño?

-Ya me gustaría. Pero... ¿y si llega a ponerse tu madre?

-¿Cómo va a llamarte mi madre que está en Barcelona con mi teléfono que está en Inglaterra? ¡Tienes cada cosa!

-Hay que ser precavido. Pero ahora ya no hay problemas: ¡Hola, cariño! ¿Cómo te va?

-Bien. Bueno, me voy adaptando. Los ingleses son un poco raros, muy fríos. Y como fatal.

-Pues debes alimentarte para conservar ese cuerpo perfecto -y se imaginó la belleza desnuda del chico, que tanto le gustaba.

-Ya. Pero en casa... Suerte que por lo menos desayuno bastante bien.

-¿Has hecho amigos? ¿En la familia que te aloja, hay chicos de tu edad?

-Una chica de catorce. Y un chavalín de diez años, como Oriol. La chica pasa olímpicamente de mí. Y el niño es muy travieso, pero bastante feo. Pelirrojo y pecoso, como el amigo de Harry Potter. Se pasa el rato haciéndome bromas.

-¿Bromas?

-Sí. Yo tengo mi propia habitación, con armario, cajones... Pues esta mañana me había escondido todos los calzoncillos que había dejado en un cajón.

-Hum, ¿así que vas sin ropa interior?

-Pues claro. ¡Imagínate que me ha dejado toda una colección de braguitas de su hermana!

-Apuesto a que te has probado alguna -dijo Soc, formándose una cómica imagen de un chaval tan atlético vestido con ropa interior femenina.

-Lo he intentado. Pero las bragas son un asco. No te sujetan el paquete, y me aplastaban los huevos...

-Hablando de huevos... ¡cuánto te echo de menos!

-¡Vaya morro! ¿Sólo los huevos?

-No, también tu polla.

-Ya sabía yo que sólo buscabas sexo. ¡Todos los hombres sois iguales! -Dijo esto último con un tono satírico que a Soc le recordó a la madre de Oriol-.

-¡Que a gusto te comería ahora!

-¡Toma! ¡Y yo! ¡Creo que voy a pasar más hambre! Pensando en ti me han dado un par de calenturas... pero no puedo pajearme, porque el niño entra siempre sin llamar. Creo que quiere verme en pelotas.

-¿Calenturas? ¿En qué pensabas?

-Nada en especial. ¿Es que no ha habido materia suficiente durante el último mes? ¿Te recuerdo los momentos más importantes?

-Me encantaría. Sí, en serio, ¿qué momentos de esos días sagrados destacarías?

-Me excita mucho recordar cómo empezó todo. La naturalidad con que nos desnudábamos, yo con mi miedo de enfrentarme al sexo... la primera noche... Y luego pienso mucho en Lalo. Cuando él llegó el grupo mejoró en muchas cosas. Después también recuerdo las fotos que nos hicimos Oriol y yo, cuando tú te fuiste de caza...

-Vaya, no me lo perdonas...

-Para mí no tiene ninguna importancia. ¿Te crees que no me imagino lo que vas a hacer durante este mes de agosto? ¿Cuántos polvos llevas ya?

-Luego te cuento.

-Pues eso... me acuerdo muy bien de las primeras veces que Lalo se lanzó al sexo. Oye, yo no quiero perder el contacto con él, ¿de acuerdo?

-No te preocupes. ¿Qué te parece si en septiembre vamos unos días a las fiestas de Majadahonda? Podemos estar en casa de Ray, o incluso en casa de Lalo, si no está su padre...

-Genial. ¿Sabes algo de él?

-¿De Lalo? No. No me ha llamado y yo no me he acordado de llamarlo. He estado muy ocupado.

-A ver. Cuenta tus aventuras. ¿Cuántos chicos?

Soc se enterneció ante la tolerancia del chico. Lo amaba con toda el alma, él lo sabía; pero también conocía las dificultades que tienen los teenlovers para centrarse en un solo amor. Lo más sorprendente es que lo aceptaba, no sólo con naturalidad, sino incluso con curiosidad y buen humor. Era realmente un chaval extraordinario, imposible no amarlo con locura.

-Estuve en casa de un amigo con quien compartí piso en Barcelona. Tiene un hermano. Y a parte, habían unos scouts acampados. Pero nada comparable a la suavidad extrema de tu piel cálida y perfumada cuando te abrazo. ¡Lo que pagaría para tenerte aquí a mi lado!

-¿Qué me harías?

-Te bajaría los pantalones y... sin calzoncillos... ¡qué sabrosa polla! No, mejor: te abrazaría ese tórax tan fuerte que tienes...

-Eso es lo que más echo de menos: pasarme gran parte del rato abrazado a alguien. A ti, a Lalo, al enano... Ayer por la tarde el crío no estaba muy juguetón, y me apeteció abrazarlo cariñosamente... Estuvo toda la tarde pegado a mí, sin soltarme. Creo que le falta cariño. Ya te he dicho que esta gente es muy fría.

-También te puedes abrazar a la chica...

-¿Esa? Es una estúpida creída. Ni siquiera sabe que existo. Bueno, de hecho... yo no sé si algún día me gustarán las chicas, pero de momento... creo que me gustan los hombres.

-Ah, ¿si? ¿Te has fijado en alguno?

-Verás, en casa sólo estoy a última hora de la tarde, y para la cena, y para dormir y desayuno... El resto del tiempo estoy en la academia. Allí hay gente de todo tipo y de toda edad. He visto chicos guapos, bastantes; pero no he entablado amistad con ninguno.

-De momento. ¿Y dónde estás ahora?

-En un pueblo antiguo. He visitado una casa donde nació alguien importante... ¿Lo adivinas?

-Dame más pistas. ¿Un escritor?

-Bueno, algo así. Un dramaturgo.

-¡Qué poco originales son esos ingleses! Estás en Stratford-upon-Avon, ¿no es cierto? Oye, en una taberna conocí a un chico, hace años... en Bridge Street...

-Vale, vale, ¿quieres que lo busque y le de recuerdos?

-Ja ja. No, hombre. ¿Ya has visto la casa de Shakespeare?

-Sí. Oye, ese era de los nuestros, ¿no?

-Por lo visto. Sus célebres sonetos están dedicados a un hombre... seguramente Marlowe. O al revés.

-¿Al revés?

-Sí. Quizá los escribió Marlowe para Shakespeare. En fin, eso se llama la Teoría Marlowe. Ya te informarán, aunque los ingleses no son muy amantes de esa teoría.

-Cuéntame un poco...

-Shakespeare era un buen actor, pero sus obras de juventud no dejan entrever que vaya a ser un gran dramaturgo. Marlowe triunfaba entonces con un estilo mucho más sólido. Y bien, Marlowe muere en circunstancias extrañas y justo en ese momento Shakespeare comienza a escribir obras más rigurosas y a tener éxito... Por lo visto Marlowe fingió su muerte y se quedó en casa de su amante, el joven Shakespeare, para quien siguió escribiendo obras espléndidas...

-Entonces ¿quién escribió Romeo y Julieta?

-Probablemente Marlowe.

-Pues no se entiende nada. Bueno, es que nos han pasado un dvd y no he entendido nada...

-No te preocupes. El estilo es artificioso y rebuscado. No todos los ingleses lo entienden. Pero puedes disfrutar de la sonoridad del verso. Es muy elegante, y no hace falta comprender el significado para captar la música...

-Joder, ¡te echo de menos!

-Otro día te cuento lo de la alondra y el ruiseñor. Ahora debo dejarte. Ha habido un accidente en la carretera y hay policía. Un beso muy fuerte. Y una mamadita. Y una folladita.

-¡Ojalá fuera tan fácil!

-No te preocupes. Un mes pasa rápido. Y, por cierto... ¡disfruta todo lo que puedas! Si conoces a un chico... ¡adelante! Recuerda: carpe diem.

-Un besazo, Soc. Y no les hagas mucho daño a los chicos a los que vas a romper el corazón...

-¿Yo? ¿Daño? Un montón de besos.

-¡Adiós, cariño!

Soc colgó con pereza. Durante el resto del trayecto la imagen del chico, ese ser maravilloso que había tenido la suerte inmensa de haber conocido, estuvo todo el tiempo en su cabeza. Constató su amor creciente por él, el deseo incontenible de abrazarlo, de vivir a su lado la maravillosa etapa de la adolescencia, de mantener con él una amistad profunda y duradera... Pero se impuso la realidad. Dentro de unos meses, si la naturaleza no ponía remedio, se iría a vivir a Nueva Jersey. Diez mil kilómetros de separación. La amargura lo envolvió inevitablemente. Podía salvar quinientos kilómetros en cuatro horas de coche. Pero saltar el océano... Se sintió algo desdichado. ¿Por qué entre los grandes amores se interpone las distancia? Soc recordó el momento en que formuló esa pregunta ante un vidente, la única vez que había acudido a consultar a una persona con extraños poderes.

-¿Por qué siempre que conozco a un chico interesante y me enamoro, se entromete la distancia? ¿Por qué se alejan todas las personas que amo?

La respuesta del vidente fue concisa y contundente:

-Porque tú lo hiciste en su momento. Abandonaste a tu madre muy joven. Y ella te ha querido siempre con locura. Sufrió cuando te fuiste, y la vida te paga con la misma moneda.

Soc se quedó impresionado. ¿Cómo podía saber aquél joven que se había marchado de casa apenas cumplidos los dieciséis años? ¿Cómo podía saber que su madre había sufrido, si lo había aceptado con resignación? Jamás regresó ante un vidente ni formuló otras preguntas, pero aceptó con conformismo que muchos de sus amores fueran devastados por la separación. ¿Acaso no le había sucedido hacía un año, cuando Miki se había trasladado de ciudad en el mejor momento de su relación? Y en el mes de julio, ¿acaso no eran chicos muy alejados geográficamente todos los que había conocido? Pensó en Germán, que estaba impaciente por reunirse con él. Vivía tan solo a un poco más de cien kilómetros. Se lo planteó fríamente y llegó a la conclusión de que tenía pocas ganas de estar con él. Después de la intensidad de cariño vivida con Jordi, Oriol y Lalo, ¿cómo podía amar a otro chico sin establecer comparaciones? Y, puestos a comparar, ¿Había en el mundo alguien tan especial, tan digno de cariño como Jordi? A punto estuvo de parar el automóvil y dar media vuelta. Pero no. Germán no se merecía aquello. No tenía ninguna culpa de sus adversas circunstancias. En Fraga había estado muy a gusto con él. Le pareció un chico legal, y él confiaba en alojarlo en su casa para vivir una relación quizá tan fructífera como las de julio. No podía defraudarlo. Finalmente llegó a una conclusión ya consabida: un amor intenso sólo puede olvidarse con otro amor intenso; una belleza exultante sólo puede ser substituida por otra belleza exultante. Jamás olvidaría a Jordi, ni a Oriol, ni a Lalo. Pero debía encarar el futuro sin permitir que la nostalgia le amargara la vida.

Al acercarse a la Costra Brava comenzaban los atascos. El aire acondicionado hacía pasable la temperatura, pero la sed... A la entrada de Lloret divisó una máquina de bebidas junto a un supermercado. Tomó un refresco de naranja y se apoyó bajo una cornisa para degustarlo. Lo que vio en aquel momento cambió su vida en pocos instantes. Aprovechando una parte del aparcamiento del centro comercial había dos chicos jugando a badmington con unas raquetas playeras. Sin duda sus padres estaban dentro, comprando, y ellos habían preferido quedarse fuera. Soc se quedó plantado e inmóvil, aturdido por la belleza suprema que sus ojos contemplaban.

El chico que estaba de espaldas contaba con doce o trece años. Era rubio pero no albino. El color de su pelo pajizo permitía que su testuz destacara y contendiera en brillo con sus cabellos, cortos pero muy bien recortados. Su cuello era ancho y prominente, casi demasiado fuerte para la edad del chaval, pero armoniosamente equilibrado con la amplitud generosa de sus espaldas, que sobresalían recortadas bajo la tela amarilla de una camiseta de mangas muy cortas. La linea que dibujaban sus hombros, la silueta de los músculos de esa parte parecía trazada por el cincel del mejor escultor de la historia. Sus omóplatos describían una sensualidad sin límite; su movilidad proporcionaba al conjunto de su espalda el atractivo supremo de lo atlético. La anchura casi sobrenatural de sus hombros se estrechaba tímidamente mientras bajaba la vista hacia su cintura, estrecha pero no comprimida, recta con respecto a sus esbeltos muslos. La magnífica espalda, rígida y muy derecha, se convertía de forma noble y casi imperceptible en un culo majestuoso, impresionante. Las nalgas sobresalían del conjunto mostrando una linea genial. Firmes, vigorosas, musculadas, resplandecían de excelencia llenando de forma exuberante la tela de un pantaloncito de fibra, también muy corto. El vigor y la solidez con que sus nalgas emergían de su dorso reseñaban una línea exquisita que constituía la frontera entre las dos cúpulas. Esa raja sorprendente parecía querer separar las dos prominencias gemelas con un trazo decidido y voluptuoso. Pero una observación más detallada informaba que la linea divisoria entre los dos montes sugerentes constituía un atajo para llegar al hoyo que debía representar el centro del mundo. Redondeadas en su parte inferior, las nalgas invitaban a ser tomadas y sospesadas, a descubrir su solidez y dureza, a reseguir con sumo placer la curva de la derecha para encontrarse con su vecina izquierda y componer un rincón hospitalario como un nido. Poco más abajo, si es que la muerte no te sorprende repasando extasiado la belleza de esa raja, los muslos extraordinariamente estilizados regían el destino de las piernas, robustas y recias, sustentadas por unos gemelos delicadamente tallados que terminaban en unos pies deliberadamente sólidos, calzados deportivamente aunque sin calcetines. A pesar de la trivialidad del juego las plumas escapaban a veces del control de la raqueta. Entonces la refulgencia especial que emanaba de ese cuerpo conmovedor se intensificaba y se repartía entre la fortaleza alucinante de su tórax, el estilo trabajado de sus piernas y la belleza resplandeciente de su rostro, enmarcado por unas orejas pequeñas y muy bien formadas, aplanadas y discretas, con lóbulos finos que reclamaban mordisqueos. Sus cejas, recortadas finamente, limitaban por abajo la deliciosa forma de su frente, viril y ardiente. Los ojos, penetrantes y expresivos, se desvivían para describir un brillo entre azul y verdoso, de un matiz casi hipnótico. Sus mejillas imberbes, de una ternura imponente, se tensaban ágilmente para ofrecer ardorosas sonrisas mediante la carnosidad lujuriosa de unos labios gruesos e inocentemente lascivos. Su nariz, frágil y sutil, centraba ese universo conmovedor repleto de ademanes agradables y expresivos. Por delante, su cuello hercúleo describía aún mayores ímpetus, férreo sin perder elegancia. El pecho, sugerido por la tela tirante, mostraba un vigor y un ánimo vehementes, entregado a la robustez de apariencia. Pectorales ligeramente delineados se esbozaban para acentuar una virilidad apetitosa. Vientre plano y fornido, sensiblemente labrado. La entrepierna, sugerente y lasciva, seducía por su pureza castamente resguardada, insinuando sutiles formas que la imaginación completaba con apetencia. Los muslos, inquietos en su deambular lúdico, macizos hasta la perfección.

Aturdía enormemente contemplar la belleza excepcional del chico. Su compañero, sin ser grosero, pasaba casi desapercibido. En su deambular siguiendo la linea que describía la emplumada pelota se acercaba a veces la belleza suprema hasta pocos centímetros de Soc, y éste resolvía su admiración y veneración con suspiros retenidos y latidos inevitables. Mas guapo que Jordi? Parecía imposible, pero la realidad nos sorprende a veces. En uno de sus acercamientos el chaval casi roza con la raqueta al profesor. Una mirada breve acompañada de una disculpa bastó para que su rostro reflejara una tenue envidia hacia el adulto, concentrada simplemente en la apetitosa bebida que sostenía. Regresó donde su hermano y expuso brevemente su deseo mediante una voz dulce y pausada, como la miel. Distinguió el profesor la fonética algo brusca de la lengua neerlandesa, y se disponía a afinar el oído para captar algún mensaje cuando se sobrecogió al verse observado descaradamente por los dos muchachos. La mirada de los adolescentes, sin embargo, se dirigía inequívocamente hacia el refresco. Hubiera sido de una petulancia imperdonable haberse considerado digno de observación por parte de una criatura tan eminente. Soc entendió pronto la esencia del mensaje, y mostrando la lata vacía se volvió hacia la máquina y extrajo dos latas más. Las ofreció sonriendo a los chicos, que se acercaron sin miedo y aceptaron la ofrenda. El calor sofocante empujó a beber sin espera.

-¿Sois holandeses?

-No, belgas -contestó el menos agraciado-. De Flandes.

-¿Os gusta la Costa Brava? -preguntó Soc, pasándose al inglés.

-No sé -respondió el mismo chico. El otro saboreaba tranquilamente su refresco-. Acabamos de llegar.

No sabiendo muy bien cómo continuar la conversación, el adulto observó deliberadamente los labios empapados de naranja del chico más bello, que le devolvió la sonrisa. No pudo evitar relamerse un poco, gesto que el chico repitió para limpiar su boca. Después, sin dejar que sus oídos se prepararan para la musicalidad exquisita de sus palabras, Vozdemiel manifestó:

-Thank you.

Soc se hubiera desmayado de éxtasis si no llega a estar apoyado en la pared. El sonido fricativo había obligado al chaval a mostrar una lengua ligeramente húmeda, tan tentadora como perfecta y unos dientes regulares y armoniosos.

-¡Erik! -gritó una niña que se lanzó a los brazos del otro chico, que casi echa a perder la bebida.

Se alejaron al momento, no sin saludar a modo de despedida a un Soc que restó entristecido y apagado. Ayudaron a cargar la compra en el portaequipajes del vehículo y montaron seguidamente en los asientos de atrás, separados los dos varones por la bulliciosa niña. Todo había pasado tan rápido que dudó que hubiera sucedido realmente. Pero sí, tenía dos euros menos y un vacío inexplicable. Ya comenzaba a autocompadecerse cuando salió bruscamente del letargo, se metió en el coche y, sin perder de vista el vehículo belga, se lanzó a su persecución.

Después de un par de kilómetros de ruta, el automóvil que contenía la belleza anhelada entró en un camping. Se detuvo un momento en el control de entrada, le levantaron la barrera y se perdió por el interior de la finca. Rápidamente salió el profesor al acoso. Pasó discretamente por delante del control y buscó con la vista el coche extranjero. Lo había perdido. Comenzó entonces un pelegrinaje por las parcelas próximas hasta que encontró, en un rincón apartado y demasiado soleado, una roulotte con el vehículo al lado. Se deslizó tras un parterre para observar mejor, y no tardaron mucho los dos chavales en salir de la caravana y reemprender el juego del badmington. La niña se entrometía en muchas ocasiones, pero Vozdemiel le sugería educadamente que se apartara. Su admiración por el joven estaba creciendo por momentos, y él, ignorante de la contemplación a que era sometido, se despojó de la camiseta ofreciendo una perspectiva emocionante. Lo que creció entonces fue su polla, que se había mantenido cándidamente al margen de manifestar su opinión. Dado que la niña no cesaba de moverse y se acercaba a veces a los matorrales que lo parapetaban, el profesor decidió abandonar la observación alentado al menos por haber conocido el lugar donde poder revisitar aquella belleza exuberante.

Lloret de Mar es un poblado destino turístico de la Costa Brava, demasiado frecuentado por turistas de poco nivel que buscan la borrachera y el sexo fácil. Ya conocía la ciudad de ocasiones anteriores, y no se sorprendió de que, fuera del ámbito del Paseo Marítimo y en las callejuelas del casco antiguo, casi todo el mundo vestía traje de baño con naturalidad. En otras épocas le había chocado que las personas se pasearan sosegadamente, solamente vestidas con la brevedad de un bañador, especialmente los hombres, y más en épocas en que predominaban los speedo. Por esa misma razón deambular por los barrios repletos de tiendas y tabernas podía ser un placer. Muchos hombres extranjeros lucían sus prominentes barrigas con el mismo descaro que otros más afortunados exhibían sus músculos calculadamente modelados. La teórica inocencia de los adolescentes aparecía mucho más turbadora. Con la excusa típica de la minoría de edad se ofrecía al público una variedad de modelos que exigían, tan solo por salud mental, darse la vuelta después de cruzarse con ellos. De pronto se quedó boquiabierto ante el descaro con que caminaba por la calle un individuo, más o menos de su misma edad, luciendo un bañador azul bajo el cual aparecía un bulto enorme que el entendimiento dudaba que fuera un miembro viril. Tal era su robustez y grosor que todas las miradas de los viandantes se refugiaban inevitablemente en su notoriedad, e incluso algunos niños que circulaban delante del profesor se giraron y se rieron, dudosos de que la naturaleza pudiera ser tan pródiga. Soc también se quedó pasmado, y aunque sólo fuera para confirmar que el fenómeno era del todo real decidió dar un rodeo rápido para volver a encontrarse con él de frente. Ya desde lejos se concentró en el inverosímil paquete, pero cuando se hallaba a pocos metros se percató de que el propietario del fenómeno, con rostro simpático y el pelo muy corto, le miraba descaradamente. En el momento en que tensó levemente los músculos faciales para dibujar una sonrisa, el superdotado peatón se rascó la base de los huevos, provocando el escándalo entre dos mujeres mayores que circulaban en su misma dirección y que, por lo visto, tampoco podían apartar la vista de ese pedazo de carne tan atrayente.

Pasados unos metros, Soc se volvió para constatar si el guerrero disponía de otras armas con que completar su encanto, pero se encontró con la mirada previsible y seductora del propietario del portento, que le incitaba a seguirlo. Y lo hizo. Abandonó todos los principios que lo mantenían pendiente de la juventud para seguir, con el corazón latiendo a toda velocidad, a un hombre hecho y derecho que debía tener casi treinta años. No sabía si lo empujaba la curiosidad o la incredulidad, pero notaba un cosquilleo en la entrepierna que solicitaba resolución. Recordó que por la mañana no se había corrido, y por lo tanto sus huevos deseaban vaciarse urgentemente, acostumbrados como los tenía a la actividad diaria desde hacía un mes.

El guiri superdotado caminaba pocos metros delante de él, algo inseguro, como si buscara un espacio acogedor donde abordarlo. De vez en cuando volvía la vista para comprobar que era seguido convenientemente. Por fin, a la vista del único rascacielos del paseo marítimo, se coló en un portal. Soc entró sin pensarlo dos veces, con la polla ya absolutamente tiesa y húmeda. El hombre se había quedado al lado de la escalera, en una especie de pasillo que llevaba hacia el sótano. Estaba bastante oscuro, porque tan solo la vidriera de la puerta de la calle iluminaba el vestíbulo. Después de unos metros, el pasillo tenía un recodo y comenzaban las escaleras. Allí, apoyado en la pared, el extranjero lo miraba con descaro, recortando con dos dedos la forma de su pollón. El profe se arrodilló y acercó su boca al bañador. Ardía en deseos de comerla toda, pero siempre es bueno castigarse un poco y esperar a que los momentos excelentes lleguen más tarde. Besó el bulto y lamió la tela, formando cavidad con la boca para seguir el contorno del miembro que comenzaba a endurecerse amenazadoramente. Bajó hasta los huevos, que le parecieron descomunales, para lamerlos discretamente, pero el hombre apartó la tela y dejó que sus pelotas casi sobrenaturales tomaran el aire, aunque por poco tiempo. Cuando vio aquellas bolas de carnosidad apetitosa frente a su cara, nuestro protagonista abrió las fauces y engulló, engulló y engulló tanta vianda como pudo, dudoso de su capacidad bucal. Eran unos testículos duros, distintos a los de los adolescentes que él acostumbrava a devorar. Pero el hecho de hallarse repleto de carne hasta la saciedad le produjo una excitación diferente, una sugestión tremendamente física, alejada de cualquier apetencia espiritual. Nada le unía con aquél individuo, excepto una pura animalidad sexual. Mordisqueaba alternativamente a izquierda y derecha aquellas bolas sagradas, pero aún no había visto el muñeco que las presidía. Alzó la vista y se encontró con la tela repleta de vitualla y con un pedazo de tronco y un capullazo impresionante que sobresalía del recinto amurallado de la prenda. Se entregó a él sin presentaciones. Admirado de su grosor se lanzó a lamerlo como si a cada lamida pudiera humanizar su dimensión. Olía bien y sabía mejor. Su contorno, con una frontera bien definida seguramente debido a las dimensiones excepcionales, aparecía sugerente como guía de lametones insaciables. Y aunque trataba de resistirse y esperaba aún nuevas sensaciones antes de contenerlo entero se dio por vencido el cabo de pocos segundos y asumió la liturgia más exclusiva. Sus labios, próximos al desgarro, se cerraban alrededor de un tronco de grosor y belleza soberbias. El glande entero se hallaba en su garganta, y la lengua, que había tenido que recluirse para dar paso al monstruo, procuraba recuperar posiciones más propicias al disfrute gustativo. El individuo se preparaba para empujar. Notó sus manos fuertes agarrándolo de los lados, aplastando las orejas y sujetando con firmeza la testa. No se resistió, pero tuvo miedo. No había para tanto. Su boca se había abierto desmesuradamente pero lo más grande ya estaba dentro. Aunque la polla era muy gruesa y recta, después del capullo ofrecía una ligera estrechez. Así fue cómo se vio con medio palmo de carne jugosa dentro. La estaba disfrutando, puesto que el sabor del glande se le hacía presente en el paladar mientras la lengua abarcaba cuanto podía el tronco. El contendiente empujó, pero él dudó que pudiera profundizar más, puesto que la punta se encontraba ya rozando la úvula. Aunque pudiera superar las nauseas que ese roce produce, imaginaba su faringe y su laringe incapaces de dilatarse para engullir más carne y continuar el banquete. Así que se relajó y esperó. El visitante no se dio por vencido e inició un vaivén suave primero, salvaje después. Se percató entonces el profesor de lo previsora que es la naturaleza, notando que el pollón cruzaba una vez y otra el velo del paladar y se adentraba en su garganta acogedora. Su esfuerzo le costaba abrir tanto la boca procurando mantener los dientes algo apartados para no producir lesiones. Disfrutaba. Disfrutaba como un poseso la excepción que constituía zamparse un sexo de ese tamaño, acostumbrado a rendirse ante miembros más jóvenes y, por lo tanto más humildes. Comparó inconscientemente el tamaño con el de Rachid. Si la polla de su amigo marroquí ya le parecía desorbitada, ésta ganaba por puntos. Intentó recordar otros monstruos de la naturaleza que había podido conocer. No, no recordaba nada tan enorme. Mientras tanto, los huevazos sueltos y revoltosos chocaban contra su barbilla, como si reclamaran más concentración en la operación. Toda su cabeza era una máquina succionadora, funcionando como una sola pieza a merced de los movimientos del penetrador, quien de pronto se paró y le buscó la mirada.

-Baiser? ¿Follar?

Soc quiso hablar, pero le resultaba imposible. Aunque hubiera abandonado durante unos segundos el ardor de la lanza que se clavaba en su garganta, hubiera necesitado un buen rato para relajar las fauces y poder pronunciar algo inteligible. Se limitó a negar con la cabeza. El oponente hizo una mueca como si ya lo esperara, y agarró de nuevo al profe de la nuca para manejarlo como a un esclavo. El bilbaíno estaba disfrutando un montón, pero al mismo tiempo temía que el desenlace fuera descontrolado. Un hombre con una polla como esa debía mantener por fuerza muchas relaciones, y eso conlleva riesgo. En su habitual desarrollo las relaciones que solía mantener Soc no entrañaban peligro, puesto que sus chicos solían ser jóvenes e inexpertos, poco expuestos a complicaciones sanitarias. Y aunque no quería disminuir el goce que esa follada oral le estaba proporcionando, el pensamiento le guiaba hacia el temor a una corrida incontrolada. El enigma se resolvió pronto, cuando con un gesto brusco el extranjero lo apartó y eyaculó sobre su pelo, con abundantes trallazos, tanto en ritmo como en calidad. Algunos chorros resbalaron hacia sus ojos, que cerró preventivamente. Menos inquieto, el individuo le pegaba cachetes con su aparato en las mejillas. Ahora que la veía con los ojos, enterita frente a si, quedó alucinado de la capacidad de su garganta. Y decidió que la sola vista de una polla semejante, tan gruesa y tan recta, con ese capullo tan bien formado, bien valía una corrida. Calculó mentalmente su longitud: excedía sobradamente el palmo. Unos veintiséis o veintisiete centímetros. En cuanto al grosor... pensó que lo mejor era calibrarlo científicamente, metiéndose luego en casa una berenjena o un pepino en la boca hasta sentir sus labios a punto de quebrarse y tomar entonces la medida exacta... Pensó que una polla es algo que puede desprender belleza por si misma, disfrutó del olor del semen, de la presencia orgullosa de unos testículos prominentes y del palo grueso y arrogante que acababa de devorar y, abriendo desmesuradamente la boca como si aún la contuviera, se corrió copiosamente contra la pared, mientras su lengua jugaba a promover escalofríos rozando contra el paladar y los dientes. Luego besó el aparato, agradeciéndole los buenos momentos proporcionados y se alzó. Encontró la mirada del exhibicionista y su rostro convulso. Chocaron la mano y se despidieron. Cuando unos minutos más tarde Soc deambulaba por las calles de Lloret sin decidirse a buscar la casa de Germán, sintió un cosquilleo en el interior del ano. Por un momento, lamentó no haber cedido a la demanda. Algún día tendría que hacerse hombre.