El héroe inconsciente (2: La buena obra)

Por culpa de la presencia de los scouts Sócrates debe retrasar su viaje. Siempre está dispuesto para una buena obra.

EL HÉROE INCONSCIENTE 2: LA BUENA OBRA

Ni siquiera esa noche pasada al amparo de la vida rural le fue permitido a Sócrates descansar. Después de la llamada que recibió a las cinco de la madrugada * ya no pudo dormir más. La excitación lo empujaba a manosear su castigado miembro, pero pudo controlarse, aunque el sueño no llegaba. Había decidido desayunar pronto para comenzar el viaje hacia la Costa Brava, pero viendo que disponía de margen suficiente, calculó que podría relajarse y dormir un poco si el sueño le alcanzaba, como sucede tantas veces, justo en el momento que tocaba alzarse del lecho. Cuando casi se había rendido escuchó unos toques en la puerta.

-Está abierta.

Era Genís. Vestía solamente unos pantalones pirata y unas alpargatas. Como es lógico, a Soc le pareció una aparición divina. Se sentó al lado de la cama, no muy lejos de donde reposaba, abandonada, una mano del profesor.

-¿De verdad tienes prisa por marcharte? –preguntó con voz suave el joven.

-Sí. Había quedado en Lloret el día 1 y hoy ya es día 2.

-Es una pena –continuó el bello-. Nos iría muy bien que nos echaras una mano.

-¿Para qué?

-Los chicos del campamento.

-¿Qué les pasa? –inquirió, resuelto, Soc, mostrando un interés creciente.

-No me acordaba que es su día de la Buena Obra. Ya sabes, tienen la obligación de ayudar en lo que pueden a sus semejantes. Se ofrecieron a Àngel para ayudarnos un par de días en las tareas del campo, a cambio del permiso de acampada

-Sí, ya sé de qué se trata. Cuando yo era boy scout creo que molestábamos más que ayudar, pero se agradecía la buena voluntad

-No te creas. Àngel ha diseñado una distribución del trabajo que puede resultar beneficiosa. Sólo faltarían un par de brazos más, sobretodo para supervisar y facilitar las herramientas necesarias. ¿Te apetece quedarte?

Sócrates fingió estudiar la propuesta, pero mientras tanto su mano se acercaba al muslo de Genís, que se encontraba muy cerca. Lo acarició y el adolescente sonrió. Se atrevió más, y buscó las redondeces del trasero. El chico se ladeó un poco para que le pudiera agarrar la nalga completa, sin dejar de sonreír. Los dos aros de su oído realzaban su exótica belleza. El dedo corazón del mayor acariciaba las inmediaciones del ano y la sonrisa continuaba. Soc se alzó y, sin decir nada, fue a colocar su boca justo sobre el paquete de Genís. Lamía la tela áspera, pero notaba la calentura del bulto que se marcaba bajo ella. Tomaba posesión del regazo completo del joven, pero deseaba apartar obstáculos a su hambre matinal. Genís lo entendió y, sin mucho trabajo, bajó su pantalón, No llevaba nada debajo, y su suculento estilete salió a la luz. Soc ya jadeaba antes de comerlo. Nada le apetecía más que comerse un buen rabo antes de desayunar. Se abalanzó sobre el glande para devorarlo delicadamente, aunque la apetencia lo empujaba a saciarse con toda la herramienta.

En cuanto se la tragó entera echó de menos algo más de grosor, pero sintió que la longitud compensaba esa carencia. Los huevos del chico chocaban contra su barbilla. Pensó: "es algo fina, pero está sabrosa", y engulló. Genís lo agarró por la nuca y apretó. Si aún quedaban un par de centímetros de carne escondida, ahora se habían manifestado. El empuje del chaval no permitía la neutralidad, y el vientre del dueño de esos veinte centímetros que engullía se apretaba tanto que casi le impedía respirar. Superada la primera nausea, el esófago se había acomodado a la invasión. Y comenzó la retirada para preceder un nuevo avance, una alternancia férrea y excitante, una auténtica follada en la boca. Soc era el muñeco de Genís, que clavaba sin piedad su polla exquisita en la garganta de su amigo, los ojos cerrados, todo el pubis embistiendo con brutalidad. Se esforzaba para no convertirse en una funda insensible a los arrebatos del joven, cerrando la garganta a cada salida para estrechar el camino durante el regreso, o utilizando la lengua para abrazar y agasajar el glande justo en el momento en que se encontraba a la entrada y cambiaba de dirección. Cuatro minutos de follada salvaje bastaron para darle al profesor una buena ración de leche, entre gemidos y respiraciones cortadas. Con gran maestría, Soc paró la embestida de repente agarrando los huevos con fuerza, así la primera lechada la recibió sobre la lengua. Conocido o más bien reconocido el sabor de su amante soltó la prenda estimable para que Genís se abandonara a su placer. Se la clavó entera y comprimió la testa del contendiente contra si, escupiendo chorros interminables que fueron directamente a su estómago, sin dejar constancia de su sabor. Cuando la violencia de los chorros aún no había terminado, el profe se corrió sobre su propio pecho, opinando como en otras ocasiones que si cada persona es un mundo, cada polla es un universo.

-Ya sabía yo que si se lo pedías tú consentiría en quedarse –concluyó Àngel desde la puerta-. No tardéis mucho que los scouts ya están aquí.

-Vamos –animó Genís mientras se guardaba la polla aún tiesa dentro del pantalón.

-Espera un momento… Yo

-Ahora no. Hay trabajo. Ah, y no esperes mucho más.

Salió de la habitación dejando al visitante envuelto en dudas y con algo de frustración. Pero se acordó de los chavales que acampaban y sintió que la sangre le volvía al miembro. Sí, había decidido quedarse.

Llamó a Germán y el chico se tomó muy mal el retraso de su llegada. Dado que le respondió de una forma un poco grosera, Soc lo amenazó con no presentarse en Lloret y suavizó un poco las exigencias.

Durante un rápido y frugal desayuno Àngel y su capataz explicaron la distribución del trabajo. Los acampados se distribuían en parejas para cubrir todas las necesidades agrícolas y ganaderas de la explotación. Algunas tareas se explicaban a primera hora y los scout se quedaban solos. Bastaba alguna supervisión de vez en cuando. Otras tareas exigían el apoyo casi permanente de alguien de la casa. Así fue como a Soc le asignaron a dos chavales, con sus uniformes impecables, para limpiar los establos. No sabía muy bien qué debía exigir de los colaboradores, pero Genís lo puso al corriente en dos minutos, al mismo tiempo que su mano sondeaba discretamente la temperatura del agujero del joven campesino, que no perdió la concentración en su explicación.

-A ver, Robert y Gabriel debéis acompañarme –fingió leer en un pedazo de papel.

Un chico alto y otro más joven acudieron a su lado. No tardó en reconocer en el alto al apuesto vigilante tan bien dotado de la noche anterior. El otro chico no le sonaba de nada. Durante los quinientos metros hasta los establos no se dijeron nada. Soc iba delante y los muchachos le seguían sin rechistar. El sol aún no estaba muy alto pero el calor comenzaba. Àngel le había prestado unos pantalones viejos que le quedaban bastante ajustados, una camisa y unas zapatillas. Al llegar al establo debían cambiarse de calzado y ponerse unas botas impermeables.

-Veamos –dijo-, yo no soy experto en esto ni mucho menos, pero entre los tres procuraremos hacer un trabajo digno. ¿Os parece?

-Sí –respondió el alto.

-¿Os dan miedo los animales? –inquirió.

-No –certificó nuevamente el alto.

-¿Y a ti?

El más joven respondió con un movimiento de cabeza.

El profesor repartió las herramientas y comenzó el trabajo. Llevaban media hora y aún no había escuchado la voz del pequeño, así que comenzó a observarlo disimuladamente.

Era un chico de un rostro muy bello, casi angelical. Si había cumplido los catorce debía hacer muy poco tiempo. Tenía la piel muy blanca, y el pelo, rubio tirando a castaño, algo ondulado, como descuidado. No pudo menos que recordarse de Jordi, pero fue solo un pensamiento fugaz. Robert, el más alto, le estaba mirando, como si censurara su descanso. Cuando las miradas se cruzaron el chico continuó trabajando y Soc sus pesquisas. Medía más o menos un metro sesenta, y lucía un cuerpo atlético aunque un poco encogido. Lo atribuyó a la timidez. La camisa de uniforme dejaba ver una espalda bien ancha, y los pantalones cortos, algo holgados, insinuaban un bonito culo que se convertía en unos poderosos muslos hasta donde las botas dejaban ver. Ni rastro de pelo, ni en las piernas ni en la cara. Justo en ese momento un poco de estiércol salpicó al muchacho, dejando manchada la pernera de su pantalón. Puso cara de disgusto y casi se le escapa una exclamación, que contuvo discretamente.

-¿Sabéis? Quizá el uniforme no es lo más apropiado para trabajar entre el estiércol –afirmó Soc. Y acto seguido se despojó de la camisa que Àngel le había prestado. Robert, el chico mayor, le imitó. Gabriel se había quedado parado, sin saber qué hacer.

-Veamos, chicos, ¿no tenéis unos pantalones cortos que se puedan ensuciar? Si en los Boy Scout todo va como antes, el uniforme es algo sagrado.

-No nos habían avisado de que podíamos ensuciarnos tanto –contestó el chico alto, mirando la mancha de su compañero.

-¿Lleváis algo debajo de los pantalones?

Los chicos se miraron. Robert asintió.

-Pues lo mejor es que nos quedemos en ropa interior –sugirió el profe-. Así, al final de la jornada, el uniforme permanecerá impecable.

Los chicos no se movían. Soc pensó que debía animarlos y se despojó de su pantalón, quedando en calzoncillos. Llevaba unos abanderado algo antiguos, pero al fin y al cabo, ajustados. Notó las miradas de los chavales en las partes íntimas, pero no quiso darle importancia. Viendo que estaban algo cortados, se rió:

-Sí, ya sé que parece un poco ridículo, en calzoncillos y con botas, pero es lo más cómodo y limpio. Además, pronto va a hacer un calor de muerte. Luego una buena ducha y… ya está.

Pero los chicos, a pesar de haber sonreído cuando se había referido a lo ridículo que se veía ese traje de trabajo, seguían sin moverse ni decir nada. Así que el hombre decidió provocar un poco más. Pegó con la pala contra el suelo y unas salpicaduras de estiércol salieron despedidas en todas direcciones. Dada la distancia entre él y los chavales ninguna acertó sobre sus ropas, pero se convencieron de la conveniencia de desnudarse. Robert lo hizo rápidamente, como si se le hubiera exigido. Gabriel, en cambio, con un ceremonial lento y aburrido, se desvistió, primero la camisa, luego, los pantalones.

El profesor reinició seguidamente el trabajo, pero una ojeada de vez en cuando se escapaba hacia la zona donde limpiaban los chicos. . Robert era realmente alto, más de metro ochenta, escuálido pero equilibrado. Su cuerpo no era de los que exigen la contemplación permanente, más bien pasaba desapercibido. Tórax sin trabajar, brazos largos y no muy fuertes, piernas esbeltas y culo delgado y caído. Algo atractivo, a pesar de todo. Donde sí se detenía la mirada era en su paquete. Sus calzoncillos azul claro no podían disimular que escondían un tesoro de grosor y longitud incalculables.

Gabriel fue una sorpresa. La belleza de su rostro se extendía al resto de su cuerpo. Un cuello fuerte y un pecho de marcada virilidad precedían a un vientre plano y muy sugestivo cuando la mirada avanzaba hacia la única prenda que llevaba. Los brazos no eran fuertes, sin embargo describían ligeros abultamientos musculares cuando se les sometía al esfuerzo, y el resultado era un cuerpo esbelto y armónico, semejante al que la cultura clásica. Su calzón era un poco anticuado, blanco, desahogado, de gomas reblandecidas. No era cómico, más bien sugería la vestimenta de otras épocas en que la ropa interior masculina no era tratada con demasiado cariño por los diseñadores de moda. Bajo la tela respiraba un sexo que se movía con bastante libertad acompañando a los movimientos laborales del muchacho. Se notaba suelto y de una medida interesante. Cuando se giraba, su culo respingón se transparentaba, y los desgastados elásticos dejaban entrever el nacimiento de sus nalgas, poderosas y tersas, y sus muslos blancos y ricos, atractivos en su ligera musculación. Era un bombón, la polla de Soc lo delataba. Por ello decidió dejar un rato solos a los chavales y observarlos desde un escondrijo que había imaginado con anterioridad: un viejo bebedero, separado del establo mediante unas tablas que proporcionaban unas rendijas a medida de miradas inquietas. Los scout continuaron trabajando sin decirse nada durante un rato. La imaginación del amante de la juventud comenzó su escalada creativa. La polla le creció abundantemente en pocos segundos. Observando el enorme paquete de Robert y el candoroso trasero de Gabriel se imaginaba que follaba a éste y chupaba a aquél. Un clásico. Pero en el escenario no sucedía nada que acelerara el proceso de excitación: ni miradas lascivas, ni comentarios jocosos, ni deseo contenido. No le apeteció por tanto al hombre una masturbación observadora, y cuando iba a salir del escondrijo escuchó por primera vez un comentario:

-Deja de mirarme. Me pones nervioso.

Era Robert. Por lo visto Gabriel le lanzaba alguna mirada clandestina de vez en cuando. La relación entre los dos chicos era algo extraña, así que Soc salió de la madriguera para reincorporarse a la escena, trayendo consigo un botijo que había llenado en el grifo del abrevadero.

-¿Tenéis sed?

Robert recibió el botijo con alegría. El menor esperó su turno y cuando bebió, sin demasiada habilidad, sus pectorales se alzaron ofreciendo unos dulces pezones para el goce de la lengua. Su paquete, además, parecía haber crecido un poco en los últimos momentos. En el último trago, Soc salpicó levemente el rostro del bello adolescente. Sorprendido por el juego inesperado, sonrió por primera vez, iluminando la mísera estancia con una dentadura prodigiosa en blancor y simetría. Después, regresó a su comportamiento habitual, cabizbajo, discreto.

Volvieron al trabajo sin pedírselo. Gabriel se quedó en la parte central de la nave, y Robert en una esquina, más cerca del profesor. Éste, sin rendirse, probó una nueva estrategia para romper el hielo.

-Oye, Robert, hace rato que te observo y… vaya… ¿todo eso que se te marca es tuyo?

Se mostró sorprendido al principio, pero pronto respondió:

-¿Esto? –inquirió agarrándose el paquete.

-Veo que sabes de lo que hablo.

Gabriel, desde su zona, escuchaba la conversación simulando que trabajaba.

-Todo mío –dijo con orgullo.

-Pues ahí hay unos cuantos quilos de carne.

-¿Quilos? ¡Toneladas!

Y soltó una carcajada. No hay nada como la vanidad para atacar los puntos débiles de los machos jóvenes.

-¿Y no te caes para adelante con tanto peso?

Rió de nuevo y tardó un rato en contestar, como si buscara alguna respuesta ingeniosa en su imaginación.

-No, porque tengo tres piernas… Ya se sabe, un trípode

Y rió de nuevo, pero siguió trabajando, tocándose disimuladamente la polla de vez en cuando.

-Habría que vaciar esa carretilla –apuntó Soc al cabo de un rato.

-Ya lo hago yo –se ofreció el superdotado, adelantando el pubis, como los toreros.

El profesor esperaba que fuera Gabriel quien se ofreciera para poder estar a solas con el semental, pero aprovechó esa ausencia para acometer al pequeño. Se metió en un box e hizo gestos al chico para que lo acompañara.

-Gabriel

Los ojos del chaval eran de una belleza suprema en su timidez.

-Gabriel, ¿qué te pasa? Aún no sé como suena tu voz. ¿Eres tímido?

-Yo… -balbuceó, mientras bajaba la vista.

-Ven, acércate –le pasó una mano por el cuello, abrazándolo amigablemente-. Ya veo que eres tímido. Y me cuesta entenderlo. Las personas tímidas suelen serlo porque no tienen confianza en si mismas, porque son feas, o inseguras, o tienen algún defecto… Te he estado observando y tú eres… eres… eres guapísimo. Y me parece que aún no te has dado cuenta de ello. Eres bellísimo, y es evidente que vas a hacer enloquecer a muchas mujeres… o quizá a muchos hombres

El comentario hizo el efecto esperado. Un brillo en las pupilas de Gabriel delató sus inclinaciones. Soc se sintió más seguro para continuar. Lo atrajo hacia si y le agarró los hombros con ambas manos.

-Verás, debes dejar de mirar al suelo. Así. Y estos hombros, bien altos, bien derecho. ¿Te das cuenta? Mírame a la cara –se separó un metro para observar-. Estás buenísimo, y tienes que estar orgulloso de tu belleza. Muéstrate más seguro. ¡Dios, eres precioso!

Se acercó de nuevo y acarició el tórax juvenil.

-Fíjate en tu pecho. Es fuerte, viril, las espaldas anchas, los brazos musculados, el vientre plano… un auténtico atleta. Date la vuelta. Y por detrás… joder, tienes un culazo que va a ser el deseo de muchos. Y unas piernas rectas y firmes

Se abrazó al muchacho con suavidad, desde atrás. Una mano exploraba la suavidad del vientre, la otra acariciaba el pelo. La lengua se acercó a la oreja y la lamió. Todo el cuerpo de Gabriel se agitó en un escalofrío. La mano que recorría la barriga se deslizó dentro del elástico del calzón. Halló un manjar de suavidad sin apenas vello hasta que chocó contra algo duro y húmedo. La polla del chico estaba casi del todo dura. Tan sólo agarrarla pareció crecer cinco centímetros. La lengua se olvidó del oído para pasar al cuello. Sin soltar la erguida lanza, la otra mano buscó el contorno de una nalga, sospesándola, explorándola. Y la boca de Soc se deslizó hacia la tierna garganta del chico, que se abandonaba, sin entender muy bien lo que pasaba. La lengua cruzó los labios voluptuosos y se encontró en el edén de la sutileza: la lengua amable y fructuosa, los dientes dóciles, el paladar recio y hospitalario.

Soc hubiera querido tener a todo el chico a la vez, disfrutar de todo su cuerpo al mismo tiempo, pero le urgía enseñarle a Gabriel el inmenso placer que puede abastecer el propio sexo. Se agachó y se comió entera la tierna polla. Una mirada fugaz bastó para observar que era un bello miembro, recto y grueso, de unos dieciséis centímetros, con un capullo bellamente desflorado y húmedo. El scout soltó casi un alarido de placer. Se agarró al cuello de Soc y empujó con timidez. El adulto lo paró y le regaló una lamida resuelta y experta en el glande. Suspiros y jadeos. Bajó y lamió la bolsa que contenía sus apetitosos huevos. Los contuvo en su boca, acariciándolos con la lengua. Con las manos, agarró las nalgas del muchacho y las apretó, para soltarlas luego. Eran firmes y tersas. Antes de volver a adorar el miembro excelso se lamió un poco un dedo. Acto seguido devoró de nuevo el tronco mientras el dedo humedecido se abría camino en un ano sumiso y delicado. El joven se revolvía en espasmos. Soc gozaba de una suavidad enloquecedora, al mismo tiempo que Gabriel descubría la ternura de un masaje en su interior. Se movía para que el dedo lo penetrara más adentro. Pero ya no notaba uno, sino dos dedos, ahora tres… Gabriel explotó en la boca de Soc, cinco, seis veces. Su semen tenía el sabor inolvidable de la juventud. Media mano empujaba hacia las entrañas del chaval, que tenía el culo suelto y dispuesto.

-Exquisito, eres exquisito. No puedes llegar a hacerte la idea de lo delicioso que eres.

Se lanzó y lo abrazó. Esta vez fue el menor el que buscó la caricia de su boca. El chaval besaba con urgencia, con inexperiencia, pero con encanto.

-Ven, tranquilo –calmó el empuje del mozo. Vamos a escondernos ahí.

Entraron en un pajar. Besó sus ardientes labios sin soltar las nalgas. Lamió sus pezones. El chico no se soltaba. Con sus fuertes brazos acompañaba cada gesto del adulto, acentuando la proximidad.

-¿Estás bien?

-Sí. Muy bien.

Su voz sonaba más resuelta y viril.

-De verdad que eres una belleza. Debes tomar conciencia de ello y mirar al mundo con seguridad.

-Lo intentaré.

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