El héroe inconsciente (1: el campamento)

Nada mejor que un amigo para superar la tristeza. Y si tiene un hermano, mejor. Y si además los dos viven cerca de un campamento scout...

EL HÉROE INCONSCIENTE. 1) EL CAMPAMENTO.

Apareció por fin la casa. Una pista forestal escabrosa y deteriorada había conducido a Sócrates hasta ella. Había estado allí una vez, sólo una, pero la recordaba con cariño. Su amigo Àngel, compañero de piso cuando vivía en Barcelona, se había convertido en un interesante campesino en la hacienda de su familia, cerca de Berga. La muerte precipitada de su padre había desencadenado los acontecimientos y Àngel, ingeniero agrónomo, había abandonado la empresa donde trabajaba para hacerse cargo del patrimonio familiar.

Àngel salió a recibirle a la puerta de la masía, sonriente, La vista de Sócrates se desplazó hacia los lados, primero, y circularmente, después.

-No, no está aquí, todavía –saludó Àngel, adivinando el repentino interés por los alrededores.

-Hola, chaval! –respondió Soc, entusiasmado. Las sombras de la pesadumbre se habían desvanecido poco antes- . ¡Estás muy guapo!

Las manos se estrecharon y un cierto empuje por ambas partes convocó a los labios a enlazarse. Fue un beso de amigos, educado, sin irrupciones.

-¡Tú también estás guapo! ¡Llevas un moreno de guiri!

-El aire libre, la piscina, el alta montaña

-Pero yo creía que llevabas un mes encerrado en tu habitación de orgía en orgía –rió Àngel, que estaba al corriente del agitado mes a cuyo torbellino su amigo había sobrevivido.

-¿Desde cuando hay que encerrarse para las orgías?

Entraron. Un gran salón con muebles rústicos pero suntuosos los acogió. Pronto estaban cada uno con una cerveza en la mano. Soc no quería preguntar manifiestamente por el hermano de su anfitrión, pero él adivinó que el interés lo consumía.

-No tardará. Está en casa de su novia –explicó, recalcando la palabra "novia" para provocar una reacción en su interlocutor.

-Vaya, el niño tiene novia.

-Además de novia, tiene veinte años. Se pasó el arroz, ¿no crees?

-Cuando lo vea te lo digo. No sé por qué me lo imagino candoroso y tierno. En tu familia todos tenéis poca barba

El lejano roncar de una moto rasgó el breve silencio. Sócrates inquirió a su amigo, que asintió con la mirada. Un par de minutos después aparecía en la sala un joven alto y bello, de constitución fuerte, pelo rubio, rostro aniñado y sonrisa contagiosa. Pantalones vaqueros bastante caídos y camiseta sin mangas. Dos aros adornaban su oreja izquierda. Caminaba rápido y seguro, orgulloso de su planta. Se acercó a Soc con la mano por delante.

-Joder, ¡como estás, Genís!

La sonrisa se ensanchó. Sócrates se acercó un poco y con la mano izquierda agarró el bíceps del recién llegado.

-¡Estás muy fuerte, y… muy atractivo!

Y se acercó un poco más sin soltar la mano, buscando el contacto de las mejillas, por lo menos, o de los labios, si notaba respuesta.

-¡Quita! –interrumpió el chaval-. No querrás darme un beso en la boca, ¿no?

-Ahora no, pero más tarde… -respondió el profe con seguridad.

-Mi hermano me ha dicho que te quedas esta noche

-Sí, si me aceptáis… Mañana tengo que estar en Lloret, aunque no tengo prisa, y ahora que te he visto tan guapo

Ginés miró el reloj y cambió de tema. Estuvieron contándose esquemáticamente porciones de sus vidas y unos minutos más tarde el joven se disculpó:

-Nos vemos en la cena, ¿no?

-Pues claro.

-Oye Soc –interrumpió Àngel-, mi hermano ya no

-No te preocupes, seguro que antes de irme me permite que le de un achuchón

-No lo creo. ¡Si ni siquiera se deja abrazar!

-Malditas novias, que nos estropean a los jóvenes –bromeó.

-Pero hay alguna novedad –insinuó el anfitrión-, de las que a ti te gustan.

-Ah, ¿si? ¿De qué se trata?

-De un campamento. Un grupo de scouts me pidió permiso para acampar en uno de los prados, cerca del riachuelo.

Sócrates hizo cara de desaprobación.

-¿Qué te pasa? ¿Estás en baja forma?

-No, es que necesito descanso. ¡He pasado un mes de Julio!

Nuestro profesor contó sin entrar en demasiados detalles, el transcurso del anterior mes repleto de intensas experiencias con jóvenes encantadores. Àngel celebró la provechosa estancia de su amigo en el Pirineo de Huesca, como había sucedido tantas veces en los años que compartieron techo en Barcelona.

Puesto que tenían gustos diferentes, nunca habían colisionado en sus intentos por relacionarse con otros hombres. Al ingeniero le interesaban los treintañeros, mientras que nuestro amigo se interesaba por los adolescentes. Ninguna interferencia, ninguna competición. Compartían amistades pero no lechos. Y se congratulaban de los éxitos ajenos, como sinceros amigos.

-¿Entiendes que necesito un reposo? –concluyó Soc.

Estaba oscureciendo cuando entró de nuevo Genís, precedido por su sonrisa.

-Esos tipos de campamento están un poco locos. Adivinad lo que acabo de ver.

-¿Qué?

-Una especie de procesión, solo que… ¡van desnudos!

Àngel y Sócrates rieron. Ellos también habían vivido en sus campamentos juveniles el "Día del Naturista" u otros juegos parecidos. Se lo contaron al joven, que rió pícaramente cuando entraron en detalles de lo que sucedía a menudo en medio del juego, cuando algunos participantes "desaparecían" un rato

En la cena se les unió una tía que pasaba el verano con ellos. Era una señora amable y ocurrente, de unos cincuenta años, con una risa muy pegadiza. Sus guisos eran exquisitos, y Sócrates agradeció sinceramente poder regresar a un régimen más casero. Mientras Genís lavaba la vajilla, los dos amigos se prepararon para divertirse espiando a los scouts acampados a pocos metros. El hermano menor escuchaba sus planes desde el otro lado de la inmensa cocina, hasta que terminó animándose.

-Eh, si no os molesto, yo también voy.

-Vale. Nos vestimos de negro

-No vayamos a pasar calor, mejor sólo calzado y un pantalón corto –sugirió Soc.

Sin poder disimular la excitación por la empresa acometida, salieron de la masía y se dirigieron hacia el bosque. Allí, en un claro, estaba el campamento. Era un verano extremamente seco y las autoridades habían prohibido terminantemente encender fuego en cualquier zona forestal, pero el campamento gozaba de una buena iluminación a base de lámparas de gas. Estaban realizando un juego de comandos. Se deslizaron por entre los fresnos para poder observar mejor. Caminaban a gatas, dejando escapar alguna risita de vez en cuando. Alrededor de la luz había cinco chicos de unos quince años, altos y bastante fuertes. Sin duda habían elegido como guardianes a los más fornidos. Escudriñaban los alrededores con linternas, dispuestos a interceptar cualquier incursión que quisiera arrebatarles parte de su tesoro, consistente en una marmitas llenas de agua. En ese momento, un joven muy blanco de piel cruzó el centro del campamento de forma tangencial. La guardia se movilizó para neutralizarlo, pero mientras tanto otros tres chavales aparecieron por ángulos opuestos y atacaron la base. Sólo uno de ellos consiguió llevarse un par de marmitas, pero una se le derramó por completo, y la dejó abandonada en la huída

-¿Te has fijado en el más alto? –susurró Sócrates.

-¡Pedazo de rabo tiene el cabrón! -.exclamó Àngel, y Soc no pudo menos que recordar la dialéctica de Oriol.

-¿A eso le llamas un pedazo de rabo? –intervino, provocador, el hermano menor.

-Vale, Genís, que ya sabemos lo tuyo –cortó el mayor.

Unos seis años atrás Genís visitó el piso de estudiantes donde su hermano y Sócrates convivían con otros tres jóvenes. Obviamente el profe de inglés se interesó inmediatamente por el visitante, más aún cuando su compañero había comentado docenas de veces que su hermanito "estaba muy bien dotado para las relaciones públicas". El chico sabía la tendencia de su hermano y por lo tanto estaba prevenido respecto a sus amigos, pero Sócrates le pareció simpático y accedió a salir de fiesta con él. Esa noche no pasó nada, pero un año más tarde, en la única ocasión que el vasco había visitado la casa familiar, los lazos se estrecharon algo más y las turbulentas hormonas del joven se tomaron un respiro. Sócrates recordaba bien la polla del chaval, larga y fina, casi desproporcionada. Su longitud la convertía en un deseable pedazo de carne, pero para su gusto le faltaba grosor. Hecho que no había impedido que la probara desde todos los ángulos.

Un ruido se escuchó a la derecha, bastante cerca. Los mayores se dieron la vuelta, creyendo que era el joven quien lo había producido, pero se encontraron con una cara seria que les exigía silencio. Alguien se acercaba. De pronto, los pasos se detuvieron, y un forcejeo sacudió los matorrales que les parapetaban. Pero no los habían visto. Acostumbrados a la oscuridad, sus ojos distinguieron a dos jóvenes que se dejaban caer sobre el pasto. De momento eran dos sombras, pero poco a poco se fue perfilando su silueta. No estaban compitiendo, más bien estaban compartiendo fluidos corporales. Sus rostros estaban pegados y sus brazos acariciaban torsos desnudos, sexos preparados.

Sócrates se arrastró un metro adelante para observar mejor. Ningún ruido lo delató. Pronto vio como Àngel lo imitaba. Estaban a menos de dos metros de la escena erótica. Los chavales tenían buen cuerpo, pero sus rostros quedaban aún ocultos. Sus pollas se insinuaban entre las sombras, sobretodo la del chico que estaba más cerca, que era manoseada cálidamente por su amante. Sócrates se despojó de los pantalones con suavidad. Su polla, orgullosa, señaló hacia la estrella polar. Se quedó de perfil para observar mejor y acariciarse al mismo tiempo. A su lado, otro chico lo estaba imitando. Supuso que sería Àngel, pero pronto se dio cuenta de que era Genís. Había abandonado sus shorts antes de acercarse, y la mínima luz que sólo esbozaba sombras proyectó un brillo furtivo: el glande fino y puntiagudo del chico, algo húmedo, descubierto de su protección.

Fingió el hombre no desear ese apéndice y se concentró en la escena amatoria que presenciaba entre matorrales. Los dos scouts su agarraban las pollas con furia mientras seguían comiéndose la boca, pero por poco tiempo. Muy pronto uno de ellos se abalanzó sobre el sexo tieso y se lo engulló. El gemido de su amante sonó tan cercano que los latidos de los corazones de los mirones se dispararon. Àngel se había acercado, pero prefería mostrarse más sereno, menos excitado. Su atalaya estaba situada también en primera fila, pero él no había bajado aún su prenda, y aunque se notaba una sombra de bulto considerable, el pájaro estaba aún en su jaula. Él siempre había sostenido que no le atraían los adolescentes, y se mantenía en sus trece.

No así Genís, que sin querer rozó el muslo del profe con su rodilla. Éste fingió no percibir la electricidad que le contagió el contacto y siguió observando. El muchacho se zampaba todo el miembro en un rítmico vaivén. Cerraba los ojos y se concentraba en la tarea saboreando el cuerpo del sexo amigo con la profesionalidad de un gourmet. El otro gemía casi imperceptiblemente, jugando con los huevos del mamador, que tenía muy

cerca. Sócrates pensó que el mejor punto de vista sería una buena rama de árbol, pero era imposible encaramarse sin hacer ruido. Se volteó para observar a Àngel. Una sugerente mirada de complicidad fue interrumpida por un crujido. Los dos chavales se estaban devorando mutuamente. No se veía muy bien, pero se intuía que las pollas inauguraban la hospitalidad de las gargantas. Se habían vuelto un poco, se dibujaban perfectamente los dos cuerpos abrazados que intentaban unirse mientras se complementaban. A lo lejos sonaban correrías. Los demás scouts continuaban su juego. Los ruidos cercanos, sin embargo, eran de fricciones y salivazos. De vez en cuando la comilona reposaba y los capullos erguidos se mostraban a la pálida luz. Lamidas y caricias merecidas adornaban la belleza de esos miembros juveniles. No eran demasiado grandes, pero sí muy bien formados y gruesos, apetitosos y dispuestos a ser paladeados.

Genís se acercaba mucho a Soc. Los dos de perfil, sus sexos se miraban y se provocaban. La mano del joven mantenía un largo recorrido hasta la punta de su aparato, buscando encontrarse con la mano del hombre en las avanzadillas. Hubo contacto algunas veces, y entonces Soc buscó la mirada del joven para descubrir hasta dónde estaba dispuesto a llegar. Tuvo que abandonar esos ojos cautivadores, porque los labios del chaval se relamían. Genís se adelantó como para acercar su polla a la boca del profe, pero una rama seca crepitó estruendosamente y los dos jóvenes amantes observados se pusieron en guardia.

-¿Quién va por ahí? –preguntaron, en catalán.

Genís se había quedado paralizado para impedir que el ruido se repitiera, pero la posición era incómoda y resbaló, renovando y multiplicando el crepitar de las ramas.

-¿Quién va? –preguntó el otro scout, alzándose.

-Soy yo, no os preocupéis –dijo con voz temblorosa Genís.

Y de forma completamente imprevisible, se adelantó cuatro pasos y se plantó al lado del chico que se había levantado. Se quedaron mudos, pero las pollas mantenían aún su dureza, y esa era una excelente carta de presentación. El chico que estaba de pie miró al rostro de Genís y sucesivamente a su polla. Se tranquilizó y volvió a echarse, sin dejar de observarlo.

-¿Tú eres el de la casa?

-El mismo –respondió, ahora casi con pedantería.

Loa amantes recobraron la calma y siguieron con su tarea, marginando inexplicablemente al recién llegado. Éste no se cortó: se arrodilló y acercó la punta de su largo miembro a la boca de uno de los chicos, que ya estaba ocupada. La insinuación obtuvo resultados. El muchacho abandonó unos instantes el manjar que degustaba para tragarse los veinte centímetros del artista invitado. No quiso ser descortés y alternó el homenaje un minuto, para intentar contener entre sus fauces los dos pedazos de carne un poco más tarde. El largo pelo que lucía se enmarañaba de vez en cuando con las pollas entrelazadas, pero lo separaba con paciencia. Su compañero se entregaba a su parte, olvidando los gemidos anteriores para expresar su gozo a salivazos.

De pronto Genís se levantó. Soc y Àngel creyeron que iba a delatarlos, y quizá lo deseaban, pero no fue así. Simplemente se acercó al culo del chico que estaba más o menos arrodillado, se lo acarició y lo alzó un poco. Escupió abundantemente y llamó a la puerta. Dado que nadie respondió, entró y tomó posesión de la estancia. Su fino miembro despareció por completo en el interior de chaval cuyo rostro observaban los dos amigos camuflados entre las sombras. Hizo una mueca de placer y se relajó. Las mejillas flotaban y se movían al ritmo de la embestida. El discreto diámetro del miembro del agresor no había causado daño alguno, y el goce fue manifiesto desde un principió. Sócrates tenía la polla, esa maltratada polla que poco había reposado durante el mes anterior, absolutamente hinchada. Sus aficiones de voyeur se veían consumadas, sentía que le gustaba casi tanto ver gozar como ser protagonista.

El chico que yacía en el suelo parecía no haberse enterado de la invasión. Seguía alimentándose del colgajo de su amigo y jugueteando con sus huevos, pero de repente su mano chocó con otro par de testículos que se sumaban a la fiesta i se sorprendió. Los agarró y ya no los soltó. Con el dedo corazón y el pulgar formó una anilla que aprisionó las bellas pelotas de Genís mientras con el índice buscaba el agujero del valiente follador sin dejar de empujar su hierro dentro de la boca del penetrado. Le quedaba otra mano, y a Sócrates le pareció que entre la penumbra un dedo se aventuraba al interior del propio ano. Se iba a lanzar para corregir tal injusticia, pero Àngel lo detuvo. Con una mueca le ordenó que no se entrometiera. El profesor intuyó que su amigo se imaginaba que iba a clavar el trasero de su hermano y él no deseaba verlo, por lo que intentó comunicarle en signos que se disponía a agasajar al otro miembro de la pareja amante. Su amigo, sin embargo, no lo entendió, y lo retuvo agarrándole del hombro. Después notó que la mano del anfitrión se deslizaba suavemente por la espalda hasta llegar al trasero e intentaba tomar posesión de su agujero. Quiso rebelarse y atacar al trío que posaba ante él, pero no tuvo valor de enfrentarse a su amigo y cedió.

Considerando que sus gustos eran bien distintos, era normal que en los años que llevaban de amistad sincera no hubieran compartido ningún rato de cama, pero ahora Sócrates encajaba en los deseos de su compañero, y aunque lo que más le apetecía era mezclarse entre esos cuerpos serenamente jóvenes, se conformó y se abandonó al placer, viniera de donde viniera. Su mirada, sin embargo, se esforzaba en discernir entre las sombras elementos que alimentaran su prolífica imaginación, para que el goce fuera más próximo a sus preferencias.

El scout que yacía en el suelo dio muestras de espasmos, y sin preámbulo alguno se corrió en la boca de su amante mientras su dedo juguetón hurgaba dentro de Genís al ritmo de la follada. Aceleró la carrera para obtener los jugos que merecía y que fueron generosamente concedidos, y luego se levantó. Observó un rato la cogida que no había cesado, se abrazó al pecho en movimiento del añadido y buscó la boca de su amigo, que ahora se alzaba buscando una penetración aún más sentida. Àngel, mientras tanto, demostraba todo su arrojo deslizándose con valentía por el recto de Soc, que tenía unos ojos como platos. Al profesor no se le escapaba detalle, y lo que las sombras o los cuerpos ocultaban se le aparecía por medio de una cámara imaginaria, fruto de su fantasía. Àngel rugió, feliz, y le llenó las entrañas de su espeso semen. Él, reservándose, imaginaba que poseía el lindo rasero de Genís, que oscilaba ante su mirada anhelante, y luego los tiernos culos imberbes de los dos scouts. Más: imaginaba que rasgaba sus uniformes para poseerlos salvajemente mientras saboreaba sus jóvenes gargantas en un beso sin final

No se acordó, no, porque la vida es así y las circunstancias nos rigen más que nosotros a ellas, de los tres jóvenes amigos que había dejado atrás hacía sólo unas horas. No se acordó del amor profundo y honesto que sentía por ellos, en especial por Jordi. No pudo convencerse de que el sexo limita la libertad del individuo porque en ese momento sólo era consciente de que la leche que escupía su miembro extremamente rígido iba dedicada a ese dulce culo que había penetrado pocos años atrás y a la belleza espontánea y turbadora de los adolescentes. Se desplomó de placer sobre las mismas ramas secas que habían dado la alarma minutos antes, pero nadie las oyó crujir. Se quedó quieto con la amable polla de su amigo en su interior, asistiendo impasible a los besos huidizos de los jóvenes que se despedían.

-¿Nos veremos otra noche? –preguntaba el chico del pelo largo.

-No lo creo –respondía Genís, jadeando aún.

-¿Por qué no? –insistía el otro boy scout.

-No sé… Tengo novia y

-¡A la mierda las tías! –exclamó el de la cabellera. Su rostro lucía, hermoso, flanqueado por dos matas de cabello castaño a la luz de la luna.

Sócrates, como siempre, filosofaba para si, se maravillaba de la improvisada elocuencia y la intuitiva sabiduría de la adolescencia.