El hermano de mi mejor amiga (Parte 3)

Encuentros sexuales a escondidas, una pelea y un poco de drama. La adolescencia hace florecer la calentura y también las emociones.

La mañana siguiente se sintió muy bella. Me sentía flotar mientras avanzaba por mi casa, preparándome para ir al colegio. Todavía sentía un poco de incertidumbre por todo el asunto del trato pero, de todas formas, ya había aclarado varios puntos con la conversación. No estaba de acuerdo con su manera de pensar, pero por lo menos ya sabía lo que él pensaba. Por lo demás, el entusiasmo por intentar conquistar a Alex a través del sexo, comenzaba a tomar protagonismo en mi cerebro.

Y en eso estaba, cuando sentí la bocina de un auto sonar fuera de mi casa. Miré por la ventana y descubrí el Mercedes, junto con Alexander y Martina. Mi amiga me saludó a través de la ventana del copiloto. Logré ver la sonrisa coqueta de Alex, pues el resto de su cara quedaba oculta por el reflejo. Corrí a buscar mis cosas y luego me dirigí al auto.

-Buenos días –dije cuando subí-. ¿Qué hacen aquí?

-Alexander insistió en venir a buscarte –dijo Martina. Sentí una agradable sensación en mi vientre.

-Es que Martina no paraba de quejarse de que llegas tarde –argumentó.

-Oh, ya veo. Gracias, entonces –respondí. Una sonrisa picaresca de Alexander destelló en el espejo retrovisor. Sentí cosquillas en mi pecho.

Fernando nos esperaba en las puertas del colegio. Me saludó con leve sorpresa por mi llegada temprana, sumado a que venía con Martina y su hermano. Quienes intercambiaron algunas palabras antes de bajarse del auto.

-¿Y ese milagro divino? –preguntó Fernando, atrayendo mi atención.

-Al parecer, Martina no podía seguir soportando que llegara tarde –le respondí mientras le daba un abrazo de saludo.

-Y no sólo yo –agregó Martina, bajándose del auto, mientras Alexander se iba con una mirada un poco acomplejada. Mi amiga miró a Fernando y agregó-: Nos preocupa que tengas tantos atrasos. Terminarán por llamar a tu mamá, y a ella sí que tendrás que darle explicaciones.

-¿Explicaciones? –pregunté confundido.

-No te hagas, Diego. Te conozco, y algo está pasando que no nos quieres decir –odiaba que fuera tan perspicaz.

-No lo hostigues, Martina –interrumpió Fernando-. Tarde o temprano nos contará ¿Cierto?

-Eh… ¿Contar qué? –consulté aun disimulando.

-¡Argh! Olvídalo –se quejó Martina.

Entramos al colegio, y quedé con una pequeña sensación de culpa. Nunca le había ocultado nada a Martina, y me sentía horrible tener que hacerlo ahora. Pero tenía que ser así, era el precio que pagar para poder mantener lo que teníamos con Alexander. Y no estaba preparado para perderlo tan pronto.

El profesor de la segunda hora de clases había faltado ese día, por lo cual tendríamos ese periodo libre. Nos fuimos a nuestro lugar, y comenzamos a hablar del aniversario del colegio.

-Martina, todavía falta casi un mes para eso –le dije. Ya estaba pensando en lo que se pondría para la fiesta. Sería justo antes de las vacaciones de invierno.

-Un mes pasa volando –dijo-. Quizás compre ese vestido azul que vimos el otro día.

-Amiga… no...Ese se te ve horrible –le dije muy amablemente.

-No te vendría mal un poco de tacto –sugirió Fernando con una sonrisa.

-Pero es cierto. Se le ve mal –repetí-. Martina tiene un lindo cuerpo y lindas piernas.

-¿Tú crees? –preguntó sonrojada.

-Pues sí. Tienes que sacarte partido –la miré, luego miré a Fernando y volví a ella. Entornó los ojos por mi sugerencia-. Necesitas algo más ajustado, que resalte tu figura. Te vendría bien el vestido verde ¿recuerdas?

-¡Dios! Hasta un cinturón me cubre más que ese vestido –se quejó.

-No exageres. Estás acostumbrada a vestirte como un Amish –le dije-. El verde le viene a las mujeres castañas, como tú. Además, resaltará tus piernas y tu culo. Porque, Martina, tienes un culo muy…

-¡Ya! Suficiente –dijo sonrojada.

-¿Verdad que sí? –le pregunté a Fernando.

-¿Qué? Eh… Ajam –se aclaró la garganta-. Sí, es verdad-

-¿Y ustedes que se pondrán? –preguntó ella.

-Ni siquiera lo he pensado –dije. Y era cierto. No había pasado por mi mente esa fiesta.

-Creo que tengo un traje en alguna parte de mi closet –comentó nuestro amigo-. No lo sé.

En eso, divisé a lo lejos una figura que movía sus manos en el aire. Cuando lo detecté hizo una señal que me indicó una dirección a seguir, y luego él caminó hacia allá. Era Alex, quién me pedía ir hacia el baño del pre-escolar.

Me excusé y me dirigí rápidamente en su búsqueda. El patio estaba desierto (salvo por algunos de mis compañeros que estaban repartidos por el lugar), y caminé mirando que nadie estuviera pendiente de lo que hacía. Me colé en el pasillo del baño y golpeé la puerta.

-Entra –dijo Alex desde dentro.

-¿Qué haces? –pregunté una vez entré.

-Salí al baño –respondió con una sonrisa burlesca.

-Ya… -elevé la ceja.

-No hagas preguntas –dijo acercándose a mí. Llevó su pulgar hasta mis labios y trazó un círculo-. Aquí abajo te extrañan.

-¿Sí? Pero si nos vimos apenas ayer –le dije con calor en mis mejillas.

-Diego, no arruines el momento –se quejó-. Sólo baja y ya. No tengo mucho tiempo.

-Que amable –ironicé.

Colocó su mano en mi nuca y me empujó hacia abajo. Era inútil resistirme, pues mi boca comenzó a salivar cuando vio el bulto bajo el uniforme. Me arrodillé y esperé expectante que liberara su trozo de carne.

-Apenas salí del salón se me puso dura al pensar en lo que haríamos –confesó-. No sabes cómo me pones.

Sentí una deliciosa cosquilla en mi pecho. Lo sentí casi como una declaración de amor, aunque estaba a años luz de eso. Su pene salió y su fino glande apuntó hacia el techo. Casi podía sentir el calor que expedía. Su olor masculino inundó mis fosas nasales, provocándome un apetito feroz. Abrí mi boca, y rápidamente aprovechó la oportunidad para meter su pene allí. Succioné. Gimió. Música para mis oídos.

Chupaba con ganas y placer, saboreando cada centímetro. Mordiendo ligeramente su base, y jugando a ratos con sus bolas. Por momentos miraba hacia arriba para comprobar si lo que hacía le agradaba. Sus ojos desorientados y su boca jadeante, me decían a gritos que sí.

Sujetó mi cabeza con ambas manos y comenzó a mover sus caderas, embistiendo mi boca. Aguanté la respiración mientras su glande llegaba hasta mi úvula con cada movimiento. Lo escuchaba gemir a la vez que impactaba su pene en mis fauces.

-¡Mierda! –exclamó. Y luego un río de esperma caliente fluyó sobre mi lengua.

El fuerte sabor cayó por mi garganta, justo cuando sus gemidos comenzaban a silenciarse. Succioné su glande una vez más, y limpié todo vestigio de su leche de allí.

-¿Te gusta la leche? –preguntó-. Te gusta ¿verdad, bebé?

Decía mientras limpiaba cada rincón con mi lengua. En realidad no me gustaba mucho, su sabor era bastante fuerte. Pero aun así, me producía gran morbo tragarla y saborearla, directo desde la fuente. Me levanté sintiendo mi verga apretada por el pantalón. Se acercó a mí y acarició mi pómulo, secando una lágrima que caía debido a la intensidad de la mamada. Luego volvió a acariciar mis labios y recogió una gota de semen que había quedado en mi comisura. La llevó hasta mi boca y la introdujo. Chupé su dedo con alevosía, sin perder el contacto visual. Sus ojos centellaron cuando eso sucedió.

Lentamente retiró su dedo de mi boca, y mordió sus labios. A continuación miró la hora y me dijo que ya tenía que devolverse. Rápidamente salió y me dejó allí con el corazón latiendo a mil por hora. Salí del lugar muy excitado, y con una calurosa sensación en el pecho debido a lo que había sucedido al final. La intensidad de su mirada, junto con la forma en que había tocado mi rostro, me decía que poco a poco estaba consiguiendo que dejara de ser tan frío conmigo.

Tomé un respiro para relajarme y hacer que mi verga se tranquilizara, y luego continué hasta llegar donde mis amigos. Llegué en medio de una importante conversación. Se veían más cercanos (a comparación de cómo estaban anteriormente en los días previos), y cuando me vieron acercar se detuvieron.

-¿Pasa algo? –pregunté.

-No, nada –dijo Martina.

-Han estado raros últimamente –les dije mientras me sentaba, mirándolos de manera sospechosa.

-¿Raros? –preguntó Fernando.

-Sí. Los sentí diferente… Y ahora están más cercanos… No sé –me llevé la mano a la barbilla con gesto pensante-. ¿Pasó algo entre ustedes que no me quieren decir?

-Diego, por favor, no seas paranoico –dijo Martina-. Aquí el que anda raro eres tú. ¿Dónde fuiste?

-Eh… Al baño –respondí.

-¿Y tanto tardaste? El patio está casi vacío –dijo suspicaz.

-No creo que tenga que describirte lo hice en el baño para justificar cuánto me tardé ¿o sí? –le pregunté.

-Yo diría que s…-.

-No… -interrumpió Fernando-. Muchas gracias, pero no quiero arruinar mi apetito.

-Buena elección, amigo –respondí sintiéndome aliviado-. Porque creo que el baño quedó más radiactivo que Chernóbil.

Hicieron una mueca de asco, y pude sentir como el alivio bajaba por mi espalda. La mañana transcurrió sin otra novedad, y rápidamente el día se acabó. Esa noche me tuve que volver a hacer una paja para poder conseguir dormir, puesto que, al parecer, las dos que me hice cuando llegué a la casa no fueron suficiente para calmar el fuego que me había dejado Alex. Necesitaba tenerlo dentro de mí.

La mañana siguiente esperé expectante la llegada de Alexander. Estuve frente la ventana hasta que vi el auto llegar frente a mi casa, con el característico tono musical de la bocina “Tu-tu-tuuuu”. Esperé unos segundos para no parecer ansioso, y salí tranquilamente, como si no hubiese estado 15 minutos esperándolo junto a la ventana.

Cuando llegamos al colegio y nos bajamos del auto (y mientras Martina no escuchaba), Alexander me susurró:

-Nos vemos en nuestro lugar, en el segundo receso – ¿dijo: “Nuestro lugar”? ¡Teníamos un lugar! Era un baño, pero no importaba si él lo consideraba “nuestro”-. Tendré examen de matemáticas, y necesitaré liberar tensiones.

Asentí. Luego caminó hasta donde se encontraba su grupito de matones y se fue con ellos. Noté el cambio en la expresión de Miguel cuando Alexander llegó y todos comenzaron a ponerle atención a él. Estaba seguro que no se sentía muy contento porque Alex lo haya destronado.

Tuve que contenerme para no ser sorprendido con una erección. Ya estaba comenzando a fantasear con lo que se vendría.

-¿Estás bien? –me preguntó Martina.

-Sí ¿por qué?-.

-Te noto ansioso –dijo mirándome con actitud analizadora-. Si tienes algo que contarme, puedes decírmelo. Lo que sea.

-No pasa nada, es sólo que no tomé desayuno, y quiero salir luego al patio para comprar –respondí. Cada vez se me hacía más fácil mentirle, y me sentía horrible por eso.

-¿Algo que compartirle a la clase? –preguntó nuestro profesor al vernos susurrar.

-No, profesor. Disculpe –dijo Martina.

El timbre sonó y salimos al patio. Ya faltaba menos para el segundo receso. Caminé en dirección a nuestro lugar de siempre, pero mi amiga me detuvo.

-¿No se supone que ibas a ir a comprar? –preguntó.

-Es que recordé que no traje dinero –respondí con nerviosismo.

-No te preocupes, yo pago –intervino Fernando. Su papá siempre le daba dinero (más del necesario), y algunas veces nos invitaba a algún snack.

-Eh, bueno –dije. No tenía nada de hambre, pero tenía que hacerme cargo de la mentira. Me compró un rico sándwich de queso y jamón, mi favorito-. Muchas gracias, Fer.

-Gracias –dijo Martina. A ella le había comprado galletas de mantequilla. Lo que siempre solía comprar. Encontraba muy tierno que le supiera los gustos.

Nos sentamos en nuestro lugar a comer. A partir de ahí la hora pasó rápido. Para el segundo receso, rápidamente me excusé y salí en dirección a “nuestro” lugar. Las piernas me temblaban y mis manos sudaban. Esta vez el patio estaba lleno de gente, e intenté pasar entre los grupos sin levantar mayor sospecha. Cuando llegué, Alex ya estaba allí.

-Al fin llegas –dijo mientras salía desde un cubículo. Era gracioso, pues el W.C le llegaba mucho más abajo de las rodillas.

-Hmm… ¿Estabas ansioso? –pregunté.

-He tenido toda la mañana la verga dura, esperando por este momento –confesó mientras se acercaba y me tomaba del hombro-. Además, verte con el pantalón de colegio me pone a mil.

Me condujo hasta un cubículo y me hizo sentar. Puso sus manos detrás de su nunca, y me hizo una señal para que me pusiera manos a la obra. Con más confianza que la vez anterior, desabroché su pantalón y bajé su bóxer. De inmediato su verga caliente salió de su prisión y la albergué en mi boca. El sabor salado y masculino acarició mí lengua. Mis labios se cerraron y comencé a succionar. En tiempo record conseguí hacerlo correr, y sentí mi boca llena de su leche. Me guiñó el ojo y desapareció por la puerta.

Esa noche tuve que hacerme dos pajas para poder dormir. Pero ya necesitaba algo más, extrañaba su tacto en mi cuerpo y que me poseyera. Él se estaba llevando la parte más intensa de nuestros encuentros, mientras que yo sólo me tenía que conformar con las pajas. Ya era momento de que me cogiera, pero las instancias no estaban de nuestra parte.

Alexander igual estaba ansioso por abrirme el culo. Ya llevábamos un par de días juntándonos a escondidas en los baños, y me reveló que ya no aguantaba las ganas de estar dentro de mí. Tocaba mi culo con desesperación, y algunas veces consiguió colar algunos dedos. Lo que me dejaba aún más deseoso de tener su pene dentro. Intentamos concretar después de clases, pero me dijo que estaba ocupado en casa haciendo unas reparaciones, por lo que no podía recibirme ni tampoco ir a mi casa. Además que no conseguíamos ningún momento a solas porque Martina y Fernando siempre estaban presente. Y, por otra parte, el baño no parecía ser un lugar muy cómodo, por lo que debíamos contentarnos con lo que ya teníamos.

Hasta el día del entrenamiento. Como siempre, Martina, Fernando y yo, íbamos a verlo entrenar, para vigilar que no se metiera en problemas. El entrenamiento pintaba bien, salvo por el clima lluvioso. Habían dividido el grupo en 2 para jugar y entrenar algunos tiros. No niego que me encantaba verlo correr mojado, con la camiseta adherida a sus músculos. Pero la lluvia no solo mojaba su ropa, sino que también la cancha, lo que pronto ocasionó un confuso accidente.

-Fíjate por donde pisas, imbécil –dijo Gonzalo, un jugador del otro equipo. Se había resbalado y caído, justo cuando Alexander corría tras el balón. No pudo frenar y accidentalmente tropezó con el chico en el suelo.

-¿Qué te pasa, idiota? –increpó Alex. Era obvio que no había tropezado con intención. Con personas normales eso hubiese terminado ahí, pero con Alex no sucedía-. Tu no me hablas de esa forma ¿oíste?

-Genial, aquí vamos de nuevo –dijo Martina. Se levantó y corrió hasta donde ellos, mientras Fer y yo la seguíamos.

-No sabía que tenía que hablarte de una manera especial –se quejó Gonzalo. Si no se callaba pronto…

-Pues deberías hacerlo, a menos que quieras que mi pie salude a tu cara –amenazó Alexander. Por alguna razón, sus amenazas se escuchaban demasiado terroríficas, aunque la ocasión no lo ameritara.

-¿Quién te crees que eres? Aterriza, Alexander. Esto es un colegio, no tu monarquía –espetó. Admito que tenía valor para continuar enfureciendo a Alex.

-Amigo, no estoy en contra tuya, pero será mejor que dejes esto hasta aquí o te meterás en un lío –dijo uno de sus compañeros que, seguramente, ya conocía a Alexander.

-Estoy harto de que lo adoren como un Dios, sólo porque es un matón con tendencias psicópatas –se quejó Gonzalo-. ¡Estás enfermo! Y no voy a permitir que me trates como una basura.

-Ah ¿sí? –preguntó Alexander. Sus ojos ya no eran los mismos. Esto se habría evitado si Alexander le hubiese dicho a Gonzalo que lo acontecido no fue a propósito y ambos se hubiesen disculpado por el malentendido. Pero Alexander jamás daría su brazo a torcer ni mostraría una señal de debilidad.

-Hermano –llamó Martina. Alexander no la tomó en cuenta. Se acercó a Gonzalo, quién seguía estoico, aunque en sus ojos brillaba el miedo.

-Con que soy enfermo ¿no? –sus manos se empuñaron.

-¿Qué harás? ¿Me vas a golpear? –preguntó. Y antes de que Alex respondiera, aparecieron los inspectores del colegio.

-Alex… -advirtió Martina. Pero su hermano no respondía. Seguía mirando a Gonzalo con tal intensidad que en cualquier momento le prendería fuego. Martina se acercó y le dio la mano. Éste se relajó.

-¿Qué sucede aquí? –preguntó uno de los inspectores.

-Nada, señor –respondió Martina-. Sólo un malentendido.

-¿Está bien, Castillo? –le preguntó el inspector a Gonzalo.

-Creo que sí –respondió.

-Fricciones que se dan en un equipo, solamente –dijo uno de los compañeros de Alexander.

El inspector miró la escena con desconfianza, pero técnicamente no había sucedido nada aún, aparte de una pequeña disputa verbal. Llevaban varias semanas intentando pillar a Alexander en algo malo, pero aún nadie decía nada, ni tampoco lo habían sorprendido en algo. Alex sabía cómo hacer las cosas sin recibir las consecuencias. La mayoría del colegio le tenía miedo, y no se arriesgarían a delatarlo por temor a represalias.

Alex se soltó de Martina y se alejó del grupo. No sin antes hacerme la señal con los ojos que me decía a dónde tenía que ir. Los inspectores se fueron debido a que no había nada más que hacer, y el grupo se disolvió. Con mis amigos nos dirigimos donde siempre, pero me tuve que excusar para ir en búsqueda de Alexander.

-¿Ahora dónde vas? –preguntó Martina.

-Ni mi madre me hace tantas preguntas –me quejé-. Últimamente me interrogas por cada paso que doy.

-Ya… ¿Y dónde irás? –insistió.

-Tengo que ir a buscar mi certificado de alumno regular para postular a la beca en el trabajo de mi papá –mentí rápidamente. Y me fui antes de que siguiera con las preguntas.

Cuando llegué al baño, Alexander se tiró sobre mí. Sus manos recorrieron mi cuerpo y desabrocharon mi pantalón.

-Alex… -susurré mientras bajaba mi pantalón.

-No aguanto más, bebé –dijo. Sus ojos seguían siendo diferentes. Notaba una furia acumulada, sus músculos tensos y su piel caliente pese a lo mojado-. Necesito rellenarte.

-Pero…- no alcancé a replicar. Me tomó de la cintura y me volteó. Tomó mí nunca y empujó hacia abajo, de manera que mi torso quedara en un ángulo de 90 grados, con mi cabeza a la altura del lavamanos.

-Shh… bebé –me silenció-. Si no te follo, tendré que ir a romperle la cara a Gonzalo. Tengo que liberar esto de alguna forma.

-No creo que sea el mejor luga… ah… -gemí. Había metido su cabeza entre mis nalgas.

Cuando su lengua acarició mi ano sentí todo mi cuerpo electrificado. Tuve que sostenerme para evitar caer, pues mis piernas habían perdido la fuerza. Tragué mis quejas y simplemente lo dejé continuar. Tanto él como yo necesitábamos que pasara esto, ya que no aguantábamos más.

Su dedo comenzó a incursionar y casi grité de felicidad cuando lo metió hasta su nudillo de golpe. Lo movía como si fuese una serpiente traviesa, a la vez que mordía mis nalgas con brusquedad. Me tocaba con rabia e intensidad, y eso sólo conseguía encenderme más. Sacó su dedo y metió su lengua para lubricar y luego continuar con dos.

-Bebé, quiero reventarte el culo –decía con la voz cargada de lujuria-. Si no te lo meto ya mismo es porque te rompería…

Sólo podía gemir. Sus dedos frotaban mi próstata y sentía cómo mis piernas se volvían inestables. Mi pene duro babeaba por la excitación, sintiendo como chorreaba por el tronco hasta mis bolas. Y su pene estaba igual, completamente húmedo y palpitante. Recogió un poco de su pre-semen con tres de sus dedos, y sin piedad los introdujo en mí. Me sostuve con fuerza para no caer, pues con ese movimiento había conseguido levantarme del suelo.

-No aguanto más –dijo. Y sacó sus dedos para cambiarlo por su verga. Sentí el aire irse de mis pulmones y solté un quejido aireado. Era maravilloso que la forma de su pene permitiera una entrada tan limpia-. Hmm… que rico y caliente estas.

Empezó a bombearme rápidamente. El dolor era intenso, pero estaba tan excitado que no me importó. Sólo quería tenerlo dentro de mí, y fue extremadamente satisfactorio sentir toda su dureza empalándome. Percibir su glande caliente pulsando bajo mi vientre, era como estar en el paraíso. Amaba sentirlo tan profundamente, y me encantaba que disfrutara de mi cuerpo.

Con cada embestida me hacía saltar y chocar contra el espejo. Y desde allí podía ver como sus ojos se cerraban y gemía, disfrutando de mi presión alrededor de su miembro. Cuando me descubrió mirándolo, mordió su labio inferior y sus ojos centellaron. Sus dedos se hundieron en mi cabello y tiró de ellos hasta hacer que mi cabeza se fuera hacia atrás.

-¿Te gusta? –preguntaba mientras me taladraba-. ¿Eh? ¿Te gusta ser mi perra?

-Ah… Hmm… -me quejaba. Me taladraba con tal rabia que no me permitía articular nada más que solo gemidos.

Nuestras carnes aplaudían y el sonido rebotaba en los azulejos del baño. Esperaba que la lluvia que caía afuera y golpeaba los techos fuera suficiente para acallar el escándalo que teníamos allí dentro. Tiró con fuerza de mi cabello y me hizo gritar. Gimió. Y ahí descubrió que cada vez que me hacía doler, mi culo se tensaba, apretando su verga. Volvió a tirar. Embistió con fuerza. Perdí el equilibrio y casi caí. Sonrió con diversión. Me volteó y me tomó como si fuera un bebé y me hizo sentar sobre un mesón donde se guardaban unos útiles de aseo.

Tomó mis rodillas, y sin perder contacto visual, las separó para meterse entre ellas. Su pene apuntaba al techo y estaba de un intenso color rojo debido a la fricción. Instintivamente rodeé mis piernas sobre su cintura, atrayéndolo hacia mí. Con su mano guio a su mástil y lentamente fue entrando en mí. Gemí cuando su pubis chocó contra mis huevos.

-¿Cómo haces para tener tu culo tan caliente y estrecho? –preguntaba. No estaba seguro si lo decía en serio o sólo por la calentura del momento, pero de todas formas me excitaba.

Sacaba su pene completamente, y luego lo metía hasta el fondo. Literal conseguía arrancarme gritos que tenía que acallar con sus dedos dentro de mi boca. Le encantaba torturarme y verme explotar de placer. Porque, en efecto, al poco rato de hacer eso mi verga comenzó a contraerse avisando de la pronta corrida. Segundos antes alargué mi mano y alcancé a sacar papel del dispensador para poder recibir los disparos de leche. Cuatro disparos espesos de semen empaparon el papel. Era la corrida que hace días esperaba y que me hizo sentir que mis testículos eran estrujados.

-Me encanta que te corras sin tocarte –me dijo mientras veía el espectáculo.

Las embestidas se hicieron más rápidas y profundas y supe que su momento había llegado. Cubrí mi boca para que mis chillidos no alertaran a nadie, mientras que Alexander se vaciaba dentro de mí. Mordió sus nudillos para no gritar de placer, y las venas de su cuello y frente amenazaban por romperse a causa del esfuerzo. A continuación noté un líquido viscoso dentro de mí, junto con sus movimientos más pausados.

Ambos respirábamos de forma irregular, visiblemente agotados por el sobre esfuerzo. Pero, a diferencia mía, Alexander aún tenía su pene duro dentro de mí, aunque sus ojos volvían a ser los de antes.

-¿Qué pasa? –pregunté.

-Aún estoy caliente –me respondió con una sonrisa, pero también levemente sorprendido-. Nunca me había pasado antes. Normalmente estoy listo para una segunda ronda luego de algunos minutos.

Tragué. No estaba seguro de que mi culo aguantaría una segunda ronda. Lo sentía irritado y caliente. Pero Alexander no salía de mí, al contrario, volvía a moverse. Y cuando comenzaba a tomar vuelo, vi una cabeza asomarse por la puerta. Mi cuerpo completo se tensó, y Alexander palideció.

-¿Qué mierd…? –miró en la misma dirección que yo lo hacía-. Martina…

Se salió de mí como si mi cuerpo estuviese en llamas. Rápidamente me incorporé e intenté ponerme mis pantalones. Alexander guardo su miembro con restos de su semen dentro de su bóxer, y quedó parado… completamente congelado.

-Martina… -intenté decir.

-El certificado ya lo habías ido a buscar la semana pasada, ¿recuerdas? –dijo con decepción-. ¿O es que acaso ya me has mentido tanto que ni recuerdas tus propias farsas?

-Martina… -comenzó Alexander, intentando acercarse.

-No te atrevas a hablarme. ¿En serio, Alexander? ¿Después de todo lo que hablamos? Con todas las putas que hay en este puto colegio, ¿se te ocurrió follarte a mi mejor amigo? –me sorprendí de que usara ese lenguaje tan impropio de ella-. Prácticamente se crio con nosotros… Eres un cerdo… Me das asco.

Dicho esto, cerró la puerta y se marchó. Alexander estaba pálido, lucía casi enfermo. Sus ojos estaban ausentes y sus manos se veían temblorosas. Pero no me detuve a hablar con él. Recogí mis zapatos y apenas me los puse, salí corriendo en su búsqueda. El timbre sonó y la multitud de gente hizo que la perdiera de vista. Corrí en círculos hasta que encontré a Fernando.

-¿Qué pasó? –preguntó.

-¿Has visto a Martina? –pregunté haciendo caso omiso a su interrogación.

-Sí, la vi salir del salón con su mochila y se fue sin decirme nada. Estaba muy triste –respondió-. ¿Qué sucedió? Sólo me dijo que esperara. Que sospechaba que estabas metido en algo y te salió a buscar.

-Yo… -sentí mis lágrimas agolparse en mis ojos. Iba a inventar una mentira, pero ya no tenía fuerzas para continuar con el círculo vicioso-. Me encontró follando… con Alexander.

-… -sus ojos se apagaron. Suspiró-. Tarde o temprano lo iba a saber. Hubiese sido ideal que tú se lo hubieras contado. Me retracto, porque lo ideal hubiese sido que no te hubieses envuelto con su hermano.

-¿Ya lo sabías? –pregunté sorprendido.

-Lo sospechaba, es decir, eres un libro abierto, Diego –dijo. Me sentí ligeramente desnudo-. Quizás no hablo mucho, pero observo bastante. Y veo cosas que el normal de la gente pasa por alto.

-No sé qué hacer –dije. Sentí las lágrimas agolparse en mis ojos-. Me muero si Martina deja de hablarme.

-Ve a hablar con ella –me aconsejó.

-Ni siquiera sé dónde está –respondí.

-Sí sabes, es tu mejor amiga. La conoces desde pequeño –dijo mientras me tomaba de las manos y me miraba a los ojos-. Tú mejor que nadie sabes dónde podría ir.

-Tienes razón –contesté. Sequé mis lágrimas.

-Entonces ve. Yo cuidaré tus cosas –me dijo. Asentí.

Giré y me dirigí hacia la parte trasera para saltar la muralla y salir del colegio. Vi a Alexander entrar a su salón con un aspecto horrible, y con el rostro de un color blanco grisáceo. Una vez afuera, corrí hacia el único lugar donde se me hacía sentido que pudiera estar. Con la garganta apretada y con una horrible sensación en el estómago, me dirigí hacia el río con la esperanza de encontrarla allí…