El hermano de mi mejor amiga (Parte 2)

Es difícil resistirse a la tentación luego de que pruebas el fruto prohibido. Pero es peor cuando es el fruto quién te persigue. Además, había algo en su estampa violenta que simplemente era más grande que mi fuerza de voluntad.

Estuve muy intranquilo cuando llegué a clases. En mi mente aún estaba fresco el recuerdo de su tacto sobre mi piel, pero también estaba ese sentimiento frívolo que existió al final. Estaba confundido y no sabía qué pensar. No puedo decir que me disgustó lo que hicimos, pero era innegable que la situación había sido muy extraña.

Entré al salón con un cosquilleo anormal en mi vientre. Martina estaba más apagada de lo habitual, y no pude evitar pensar que había sucedido algo con su hermano. Últimamente le estaba dando muchos problemas. Fernando me saludó con un movimiento de cabeza, y le respondí con una señal de paz con los dedos. Me dejé caer sobre la silla junto a mi amiga.

-Llegas tarde –señaló-. Deberías dejar que Alexander te pase a buscar.

-No, gracias –respondí. Escuchar su nombre me provocó un escalofrío-. No quiero molestar. Ya es suficiente con que me vaya a dejar.

-No es molestia. Además fue él quien en un principio se ofreció. Y eso es inusual –me estremecí. Por un momento me quedé mudo-. ¿Y por qué llegas tarde?

-No sé. Creo que ando un poco pensativo, y eso me hace andar algo lento –le contesté cuando la profesora entraba.

Rápidamente la clase entró en sopor, atentos a las explicaciones sobre los orbitales de los átomos. La hora se me pasó volando. Justo cuando no quería que fuera así. Tenía miedo de volver a encontrarme con Alexander, pues no estaba seguro de qué forma iba a reaccionar mi cuerpo.

Al salir al patio, los tres nos dirigimos a nuestro lugar retirado de la multitud. Pese a que Martina la notaba un poco extraña, me sentí mucho más seguro allí, donde estaba lejos de Alexander. Pero no contaba con la presencia de Matías, quién al vernos se acercó con esa sonrisa metálica desesperante. ¿No podíamos tener un momento de paz?

-Si vienes para acá, es mejor que te devuelvas –dijo Fernando. Hace algunas semanas estaba comenzando a sacar la voz y dejar atrás la estampa de niño nuevo.

-¿Me lo vas a impedir tú? –preguntó Matías amenazante. Ahora se hacía el rudo sólo porque no estaba Alex cerca. Desde ese encuentro que tuvieron a principio de curso, Matías evitaba todo lugar en donde pudiese encontrarse a Alexander.

-No tendría problema para hacerlo –Fernando se levantó con actitud amenazante. Se veía mucho más hombre de cómo llegó al inicio de semestre. Martina se preocupó.

-Basta, Fernando. No gastes tu tiempo con él –dijo. Los miré a ambos, hacían una linda pareja. Estaba esperando el momento en que se decidieran a estar juntos, pero aún no hacían ningún movimiento, supongo que por miedo a volver incómoda la amistad.

-Hazle caso a mi bebita y aléjate –se burló Matías. Martina hizo una mueca de asco.

-Matías, en serio, lárgate –le dije.

-No sé qué es lo que te hace pensar que lo que tú digas me importa –me dijo, mirándome con desprecio.

-Me hace pensar que lo harás, porque creo que valoras tu vida –le respondí.

-¿Me estás amenazando? –preguntó.

-No lo digo por mí. Ya sabes que soy alérgico a los perdedores insoportables como tú, y no puedo tocarte. Me salen ronchas –dije con cargado sarcasmo.

-Pues Alexander no está aquí para defenderte otra vez –se estaba enfadando.

-Pero estoy yo –dijo Fernando poniéndose a mi lado.

-Tranquilo, Fer. Matías no hará nada, ¿verdad? –dije provocándolo, e intentando dejar fuera a Fernando.

-No te conviene meterte conmigo, Diego –dijo.

-¿No te aburres de hacer siempre lo mismo? –inquirí-. Ya nos tienes hartos. Entiende que Martina no te quiere cerca.

-Mi segundo nombre es “perseverancia” y… -pero no terminó la oración.

-Y si no te vas, tu nombre será “Matías, el masacrado por Alexander” –dijo Alex apareciendo a la distancia. Lo vi acercarse, y me entretuve llamando la atención de Matías para que no lo viera venir.

-A… Alex –titubeó.

-Creí haberte dejado claro que no te quería cerca de Martina –gruñó Alex. Su voz sonaba gruesa y amenazadora, y sus ojos volvían a cubrirse de oscuridad-. No pensaste que podrías acercarte sin que yo me diera cuenta, ¿o sí?

-Yo… Eh… No –respondió de forma entrecortada.

-Creo que las palabras no son suficientes para que logres entenderme –y lo tomó del suéter, estampándolo en el árbol. Por mucho que me disgustara Matías, nunca he estado a favor de la violencia física, así que esa escena me desagradó.

-Alexander, suéltalo, ya entendió –dijo Martina sosteniendo el brazo de su hermano. Matías tenía un rostro de pánico.

-No va a entender hasta que le dé un buen escarmiento –respondió. Su espalda se veía ancha y fuerte, y casi podía ver sus bíceps a punto de estallar bajo el uniforme.

-Hermano, no –dijo una vez más. Alex la observó y aflojó el agarre. Le dio un golpe con la palma de su mano en la nuca, y lo dejó irse.

-No habrá una tercera vez –le dijo mientras Matías corría por su vida.

Los ánimos se tranquilizaron. Alexander miró con desdén a Fernando, pero de todas formas la cambió por una mirada aprobatoria por haber intentado apartar a Matías. Luego posó sus ojos en mí. Sentí calor subiendo por mi cuerpo.

-Ven, necesito hablar contigo –me dijo.

-¿De qué? –preguntó Martina.

-A ti no te incumbe. Y más te vale mantenerte alejada de Matías –le dijo.

Me tomó del brazo y me llevó con él. Les dijo a Adriano y a Miguel (junto con otros chicos que no conocía sus nombres) que se ausentaría un momento. Asintieron todos, y sólo me quedé con la extraña mirada que Miguel le lanzó, y que Alexander no vio. Caminamos hasta el otro extremo del colegio, en dirección a los baños que eran usados por los niños del pre-escolar usados durante la tarde.

-¿Qué sucede? –pregunté.

-Necesito hablar contigo –dijo.

Me coloqué nervioso, pero otra parte de mí necesitaba esa conversación. Mi mente era un caos, y era de gran utilidad saber cómo serían las cosas después de ese encuentro en su casa. Me metió en el baño, y cerró la puerta.

-Alexander yo… -y antes de que terminara la frase, él ya había desabotonado su pantalón, dejando libre su esbelta verga.

-No sabes cómo se me pone la verga después de golpear a alguien –dijo con la testosterona a tope-. ¿Qué esperas? Ayúdame con esto, no puedo salir así.

-¿Y no puedes pajearte? –le pregunté ofendido.

-¿Yo? ¿Pajearme? ¡Ja! Para eso te tengo –respondió-. Serás mi desahogo aquí. Es todo un honor para ti.

-¿Sí? –no pude evitar sonrojarme. Entre todas las chicas que estaban detrás de él, me había elegido a mí. ¿Se dan cuenta lo estúpido que suena eso? Por suerte mi parte cuerda del cerebro se dio cuenta-. ¿No se supone que yo era un experimento?

-Pues el experimento funcionó bien –respondió-. Ahora chupa.

-Espera –retrocedí-. No estoy muy seguro de esto.

-¿Podemos…? –y el timbre de entrada sonó-. ¡Mierda! Que desagradable. Estaré con las bolas a punto de reventar toda la mañana.

-¿Ah? -.

-Tengo entrenamiento y no tendré tiempo para… -se detuvo cuando se percató que no era lo que me importaba-. ¿A qué hora llegan tus padres a la casa?

-¿Perdón? -.

-Responde –demandó con autoridad.

-A las 5, aproximadamente –respondí con obediencia.

-Ah, genial –respondió-. Pues después de clases iré a tu casa. Allá conversaremos.

-Pero…-.

-¿Quieres respuestas o no?-.

-Bueno, sí-.

-Entonces las tendrás. Pero Martina no puede saberlo, ¿ok? Nadie puede.

-Está bien –dije. Era mejor hablar en un lugar privado y dónde me sintiera cómodo. Necesitaba tener todo claro.

A continuación se hizo a un lado y me dejó pasar. No sin antes arrimarme todo su duro paquete, dejándome pegado en la pared. Mis mejillas se colorearon, pero no tuve tiempo de reaccionar, pues abrió la puerta y se fue.  Salí con rapidez, de lo contrario llegaría tarde a mi salón.

Cuando llegué, Martina me interrogó con la mirada. Le mentí diciendo que su hermano quería hablarme sobre lo sucedido con Matías, y por suerte la profesora nos regañó, por lo que no tuve que seguir dando explicaciones. No pude poner atención a lo que decía la profesora, todavía tenía en mi mente lo que había sucedido en el baño. Aún podía sentir su paquete haciendo presión detrás de mí. La erección debido al recuerdo se mantuvo todo el resto de clase.

Y el hecho de que Alex tuviera entrenamiento, no ayudó mucho a mi control. Pues, como siempre, su entrenamiento significaba una estrecha vigilancia de Martina. Y, obviamente, nosotros la acompañábamos. Me encantaba verlo jugar, siempre tan enérgico, rápido, ágil. Era como un superhéroe, sólo que sus poderes los usaba para el mal. Por suerte el entrenamiento fluyó sin ningún incidente, salvo algún intercambio de palabras fuertes que no pasaron a mayores.

A la hora de la salida nos despedimos de Fernando, como todos los días, y esperamos a que llegara Alex. Venía hablando con su grupo de amigos y riéndose de alguna broma, seguramente. Se despidió de ellos luego de decirles algo que no alcancé a oír y caminó hacia nosotros. No pude evitar fijarme nuevamente en la mirada de Miguel. Algo extraño había ahí.

-¿Todo listo? –preguntó Alexander cuando llegó a nosotros.

-Así es –dijo su hermana.

-Entonces vamos –y lo seguimos hasta donde estaba el auto estacionado.

Nos subimos en él, y al instante sus ojos buscaron los míos en el espejo retrovisor. Miré por la ventana esquivando su mirada. No me hacía bien ver sus ojos grises seductores, mi cuerpo respondía de una forma que no era la apta en un momento en que Martina estaba cerca. Incluso así, y pese a que lo ignoré, sentí mis mejillas ruborizarse.

-¿No irás a dejar a Diego? –preguntó Martina, viendo que su hermano tomaba la ruta hacia su casa.

-No, usaré el auto para ir donde unos amigos un rato. Y me queda de camino a la casa de Diego –mintió-. Por eso te dejaré primero.

-Ya sabes lo que dijo mamá respecto al auto –señaló su hermana.

-Lo sé. Pero sólo será un rato. Llegaré antes que ella –dijo Alex-. No digas nada.

Cuando llegamos a su casa, me despedí de ella y nos dirigimos a mi hogar. Mi corazón comenzó a acelerarse al pensar que estaríamos solos otra vez. Hice un repaso mental de lo que quería preguntar, e intenté ordenar lo que sentía. Y lo que sentía, era que no quería ser un juguete para él. Y tampoco me sentía cómodo mintiéndole a mi mejor amiga. Lo que sea que haya pasado entre nosotros, no debería volver a repetirse. Ambos cumplimos los objetivos que teníamos, y no había razón para continuarlo… Aunque mi mente decía eso, mi cuerpo gritaba todo lo contrario.

-¿Por qué estás tan serio? –preguntó Alex, interrumpiendo mis pensamientos.

-Por nada. Sólo estaba pensando –respondí.

A los minutos siguientes, ambos bajamos del auto para entrar a mi casa. Tenía un amplio antejardín, con un gran árbol en la esquina izquierda, y una mini plantación de tulipanes bajo las ventanas. Era una casa de un piso, lo suficientemente espaciosa para mis padres y yo. Entramos y dejé las cosas en la mesa que estaba en el recibidor. Invité a entrar a Alex, y comenzó a observar todo su alrededor.

-Hace años que no entraba a tu casa –dijo.

-La última vez que viniste fue para mi cumpleaños. A los meses siguientes te fuiste a Canadá –le recordé. Caminó hasta el living, mirando las numerosas fotografías que estaban repartidas por el lugar. Mamá ama llenar cada espacio libre con fotografías.

-No lo puedo creer –dijo con sorpresa. Se había topado con una de las fotos que, francamente, yo adoraba. Capturaba plenamente nuestras personalidades. Había sido tomada para mi cumpleaños número 6. Yo estaba con una amplia sonrisa abriendo los regalos que me habían traído. Alexander salía entregándome uno con una sonrisa triunfante, y Martina salía al costado, enojada porque su hermano se lo había arrebatado de las manos para pasármelo.

-Toda la vida molestando a tu hermana –comenté.

-Para eso son los hermanos –sonrió. Sus ojos grises brillaron con nostalgia. Logré ver la mirada del antiguo Alexander en sus pupilas. Cuando su mente voló a través de los recuerdos, trajo de vuelta su antigua personalidad, y hasta su rostro se veía más angelical. Su cabello color castaño-chocolate brillaba por los rayos del sol que entraban por la ventana, expidiendo destellos dorados…

Sacudí la cabeza y fui a la cocina para traerle algo de beber y poder conversar. Saqué una cerveza para él, y para mí una cajita de leche con chocolate. Cuando volví al living, lo encontré viendo una foto que mamá me había tomado hace dos veranos. Salía con un short celeste, estaba húmedo y contrastaba con mi piel que, en ese momento, estaba bronceada por el sol. Estaba parado a la orilla del lago, observando el atardecer. La foto estaba a contraluz, llena de rayos dorados y anaranjados. Martina decía que en esa foto mi cuerpo se veía muy sexi. Y, a juzgar por el gesto con las cejas que hizo Alex, intuía que él coincidía.

-Gracias –dijo cuando le entregué la cerveza. Bebió un sorbo y luego habló-. Bueno, aquí estamos.

-Eh, sí –respondí-. Hay que hablar.

-Hablemos, entonces –dijo. Pero hubo un momento de silencio.

-Pensé que lo que había sucedido en tu casa, no se iba a volver a repetir –le dije. Sentí un nudo en el estómago cuando continué-: La forma en que terminó todo…

-Ya. Sí, tienes razón –asintió medio ofuscado.

-¿Qué pasó? –le pregunté.

-Nada –respondió cortante.

-¿Nada? Al principio estabas todo entusiasmado y sonriente. Totalmente empecinado en convencerme, y luego… Luego me dejaste como un pañuelo usado, comportándote de forma fría y cortante.

-No fue así –negó.

-¿No? –pregunté dolido.

-Diego, yo no soy gay ¿entiendes? Sólo quería experimentar, nada más. Perdón por no ser romántico y quedarme abrazado contigo –respondió enojado.

-Eso no era necesario –mi corazón se rasgó. En el fondo sentía que sí. Hubiese sido genial eso-. Pero pudiste ser un poco más atento, no lo sé. Por último ayudarme a bajar la escalera. Era mi primera vez ¿recuerdas?

-Lo sé –contestó en susurro. Bajó su cabeza-. Lo siento, no se me ocurrió. Pero tu… ¡Ah! Esto es tan complicado.

-¿Qué es complicado? –pregunté confundido por su comportamiento.

-Se supone que era sexo y ya. Pero tú, no lo sé, fuiste tan tierno y… cursi. No lo sé. Confundes las cosas.

-¿Yo las confundo? -.

-Sí. Es decir. Los hombres no involucramos tanto sentimiento en una follada –contestó. Noté un toque de machismo en sus palabras. Y otro poco de homofobia.

-Pues, si yo soy tan sentimental, ¿por qué me elegiste? ¿Por qué me vuelves a buscar? –pregunté con firmeza. Quedó en silencio por unos segundos.

-Porque eres tú –dijo en voz baja-. Porque te conozco desde siempre, y sabía que contigo sería seguro.

-¿Seguro? -.

-Sí, es decir. Sabía… Sé, que puedo confiar en ti. Sabía que si lo hacía contigo, no lo saldrías divulgando por todo el colegio. Además, al ser la primera vez que lo hacía con un hombre, quería sentirme cómodo.

-Pero tu grupo igual sabe, ¿o no? –le pregunté. Ignorando la última parte de su discurso.

-Sí, pero es diferente. Todos pensamos igual. La idea comenzó allí, y sólo yo faltaba. Es estúpido, en realidad. El juego consistía en que éramos tan “campeones” que podíamos acostarnos con quién nosotros quisiéramos. Y como nosotros sólo nos íbamos a follar unos culitos, seguiríamos conservando la hombría.

-Eso ni siquiera tiene sentido –le dije. Eran los típicos hombres heteros que ven parejas homosexuales y se preguntan quién es la “mujer” y el “hombre” de la relación.

-Tú no piensas como nosotros –dijo.

-Es obvio. Y agradezco que mi mente tenga un poco más de contenido –le dije.

-El punto es que todos lo hicieron antes que yo. Y, si bien concluyeron que los hombres la chupaban mejor, seguían prefiriendo a las chicas, y no lo volverían a repetir. Sumado a que algunos tuvieron problemas para mantener el secreto con los chicos con quienes estuvieron, y tuvimos que… -pensó sus palabras-. Aconsejarles mantener el secreto.

-Ese es un eufemismo del tamaño de Rusia –le dije. Tragué con miedo y desagrado.

-Sí… No fue algo muy agradable –respondió.

-¿Y me pasará eso a mí? –pregunté recordando la manera en que Miguel me miraba.

-No creo que nadie se atreva a tocarte –respondió con voz oscura, pero rápido añadió-: O a Martina. Lo cierto es que sólo faltaba yo, y me insistieron para hacerlo. Y como yo ya notaba que tú me mirabas diferente, sumado a todo lo demás que te dije, pues… bueno, ya sabes lo que pasó.

-Pero eso no explica que quieras… ¿repetir? –dije suspicaz.

-Pues no lo sé. A diferencia de los otros, creo que no me resultó desagradable. ¿Contento?  Fue mejor de lo que creí –confesó. Aunque creo que lo último se le escapó desde su inconsciente-. Además, siempre estoy caliente.

-Pero hay otras chicas. El colegio está lleno de chicas que querrían estar contigo –le dije.

-Es que las chicas son complicadas, y hablan mucho. Lo de las hermanas… se supone que era secreto. Y al día siguiente ambas se encargaron de divulgarlo. Estar conmigo es un motivo de alardeo ¿sabes? –y casi vomité por tanto egocentrismo.

-Y todo esto es para…?

-Para pasarlo bien. Entre tú y yo. En completo secreto –dijo.

Guardé silencio. Definitivamente esto iba a terminar mal. Los motivos, los argumentos, las instancias, las reglas, las creencias, todo. Todo estaba mal. Las cosas en la mente de Alexander funcionaban de una manera extraña, y bajo su entender, lo que hacía tenía todo el sentido del mundo. Yo sólo veía todas las formas posibles en que eso podía salir mal. Pero, como era de esperarse, lo metí en una caja y la lancé en un rincón de mi cerebro. No importaba lo que pasara más adelante, sólo importaba que podría tenerlo cerca ahora.

Y ese era mi problema (bueno, habían muchos más, pero este era el más importante), que por mucho que la vez anterior no haya sido muy agradable, aun así no podía rechazarlo. Pese a que sabía internamente que todo podía salir mal, no quise dar un paso al costado. Y era porque Alexander producía en mí más que sólo calentura. Era impresionante la forma en que mi cuerpo reaccionaba a su presencia, y no estaba dispuesto a dejar de sentir eso.

Lo que más me dolía era que lo que sentía por él no era recíproco. Yo sólo era un juguete sexual más en su lista, mientras que yo… No sabía exactamente lo que sentía, pero sí sabía que mientras más tiempo pasáramos juntos, lo que sentía por él se iba a intensificar.

-Desde aquí puedo escuchar cómo tu mente trabaja. Pensando una y otra vez –dijo mientras se acercaba a mí-. Sólo déjate llevar. No tienes nada que perder.

-Mm… -no estaba tan seguro de eso.

-¿Sabes cuantas personas querrían estar en tu lugar? –preguntó muy cerca de mi oído. Vibré-. Eres la primera persona a quién he tenido que insistir para que esté conmigo.

-¿Me tengo que sentir especial? –pregunté.

-Mmm… No lo sé. Es sólo para que sepas la oportunidad que tienes –me causaba gracia la manera en que él mismo se vendía como si fuera el mejor producto del mercado.

-Yo creo que… -y no alcancé a terminar la frase. Me giró y me abrazó por la cintura, pegando mi cuerpo al suyo. Ahogué un suspiro cuando afirmó su paquete entre mis nalgas.

-Yo creo que deberíamos hablar menos –dijo. Movía su cintura en círculos-. Me encanta como se te ve el pantalón del uniforme. Eres el único a quién le sienta tan bien.

-Alex… Por favor…-.

-Diego, no creo que sea el momento de fingir compostura. Ambos sabemos que lo quieres –sentí que se irguió y miró hacia adelante-. Y no lo puedes negar, porque el bulto en tu pantalón te delata.

Sus manos bajaron por mi vientre hasta llegar al botón de mi pantalón. Mi cuerpo vibró al sentir su tacto tan cerca de mi pene. Pero lo detuve…

-Alexander, no –le dije. Me miró sorprendido-. Aquí no. Vamos a mi habitación.

Una sonrisa lujuriosa se le dibujó en la cara y me siguió hasta mis aposentos. Su pantalón estaba a punto de estallar, pues su verga luchaba por salir de su prisión. Se dio cuenta que miraba su entrepierna. Mordió sus labios, y me tomó de los hombros, acercándose a mí. Hubiese sido una bella instancia para darnos un beso, pero con sus manos empujó mis hombros hacia abajo y me hizo sentar en la cama.

Su abultado pantalón quedó frente a mi cara. Tragué de forma inconsciente al apreciar semejante paquete de carne, palpitando bajo la tela. Elevé la mirada y encontré sus ojos atentos y ansiosos, desesperados por presenciar lo que iba a pasar. Llevó su mano hasta el cordón del pantalón y los desató, para luego meter sus dedos en el elástico y bajarlo. Su pene salió como un resorte y se bamboleó frente a mis ojos. Automáticamente la salivación de mi boca se activó.

-Ya sabes qué hacer –me dijo.

Inhalé profundamente para reunir valor, y encerré mi conciencia en la parte más profunda de mi cerebro. Tomé su miembro desde la base y comencé a acercarme, sintiendo mi corazón latiendo casi en mi garganta. Sentir su pene en mis labios fue glorioso. Me estaba volviendo fan de su aroma y sabor masculino, y al calor que emanaba. Alexander movió su cadera y fue introduciendo más adentro su mástil de carne palpitante, hasta que sentí mi boca llena de él. Succioné, y su gemido se sintió como una caricia en mi corazón.

Movió la cadera y comenzó a marcar al ritmo de la mamada. Me ordenó acariciarle los testículos, y de manera automática obedecí. Jugué con ellos y disfruté su tacto. Se notaban turgentes y calientes, ansiosos por descargar. Lo sostuve de sus marcados muslos, y detuve sus movimientos. Saqué su pene de mi boca y comencé a jugar con mi lengua por sus alrededores. Noté que el camino de bellos de su abdomen estaba depilado, y comencé a besar su sombra hasta llegar a su ombligo. Al notar que estaba con sus ojos cerrados, disfrutando de lo que le hacía, continué subiendo por su abdomen hasta llegar a sus pectorales. Besé y lamí sus tetillas, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía ante esos estímulos. Intenté continuar por su cuello, pero de inmediato me apartó, girándome y tirándome sobre la cama.

Tiró de mis pantalones hasta dejarlos en mis tobillos. Quitó mis zapatos y calcetines, para luego tomar mi pantalón y sacarlo por completo. Quedé tendido sobre la cama con mis nalgas desnudas ante él. Me tomó de los pies y acercó mi culo a él. Lo miré y vi en sus ojos como disfrutaba.

-Que culo más rico, bebé –dijo. Y sentí derretirme al escuchar “bebé”. Esa palabra tenía un efecto afrodisiaco en mí-. Y es sólo mío ¿verdad?

-Mmm… Sí –respondí en un gemido, debido a que sus manos amasaban mis nalgas.

-Eso quería escuchar, bebé. Eres sólo mío –y dejó caer su mano, que al contacto con mi piel, rompió el aire en un feroz azote.

-¡Ah!... –chillé.

-Di que eres mío –me ordeno. Yo estaba extasiado, y todos mis sentidos estaban concentrados en lo que hacían sus manos en mi culo-. ¡Dilo!

-Soy ¡Ah!... Soy tuyo –le dije. Y su mano cayó en forma de caricia. Mis nalgas ardían, pero se sentía delicioso su tacto.

Ambas manos capturaron cada nalga, y luego procedieron a separarlas. Sentí el aire acariciar mi ano, provocando que se contrajera de forma refleja. A Alexander le encantó.

-Sí, bebé. Me encanta como boquea por atención. Me quieres dentro –decía. Y por momentos sentía que hablaba con mi culo y no conmigo.

Sentí que escupió a la altura de mi coxis, y luego sentí correr su saliva hasta el comienzo de mi ano. Su dedo ayudó a esto, rozando esa zona y facilitando que su saliva empapara mi agujero. Temblé al sentir su dedo frotar ese lugar. Mis caderas automáticamente se movieron siguiendo el tacto de sus dedos, buscando más presión. Noté que Alexander sonrió con satisfacción.

Hizo presión, y lentamente su dedo índice se comenzó a hundir entre mis pliegues. Fue glorioso volver a sentir eso nuevamente. Sólo que ahora se sentía mucho mejor, porque ya no existía el miedo y la incertidumbre, sólo el placer… hasta el momento. El segundo dedo no se hizo esperar, aunque definitivamente Alexander se estaba tomando su tiempo. Con sus dedos masajeaba mi interior lentamente, sin dejar ningún centímetro sin tocar. Y mi pene vibraba cada vez que tocaba esa zona erógena de mi interior.

Pero pronto la paciencia se le comenzó a agotar. Me tomó por la cadera y me hizo levantar bien mi culo. A continuación se levantó y escupió en su mano, para luego llevar esa saliva hasta su pene. Luego volvió a escupir y llevó esa saliva hasta mi ano, introduciendo sus dedos. Rápidamente los sacó y los reemplazó con su miembro. Chillé cuando su glande entró de forma tan abrupta. No me dolió (debido a su forma peculiar), pero sentí una ligera molestia y un poco de ardor.

-Me encanta como me aprietas, bebé –dijo. Yo mordí mis labios.

Siguió metiendo su miembro, pero esta vez continuó de forma más pausada, para no lastimarme con su grosor. Ambos gemimos cuando por fin estuvo completamente dentro de mí. Era deliciosa la sensación de estar totalmente relleno de él, y notar toda la longitud de su verga con cada espasmo de mi recto.

Sus manos tomaron mis caderas, y comenzó su vaivén. Al poco rato, toda la habitación se inundó del golpeteo de nuestras carnes al chocar. Mientras más subía su intensidad, más subía el volumen de mis gemidos.

-Ah… Mm… Aahh… -me quejaba.

-Oh, sí. Gimes tan delicioso, bebé –disfrutaba Alexander-. Gime más.

Sacaba su miembro hasta su glande, y luego empujaba con fuerza. Eso, obviamente, arrancaba gemidos y chillidos, tanto de dolor como de placer. Mi pene palpitaba cada vez que su verga llegaba a las profundidades de mi recto, y ya tenía formada una mancha de humedad sobre la cama de tanto pre semen que liberaba.

-Cambiemos de posición –dijo. Y salió de mí, para subirse a la cama. Sentí mi interior muy vacío, y me disgustó. Por lo que rápidamente obedecí para volver a tenerlo dentro. Nos terminamos de quitar la ropa, y volvimos a la acción.

Se recostó en la cama y me pidió que me sentara sobre él. Con su mano acomodó su pene en dirección al techo, para dejarlo en correcta posición para que yo pudiera capturarlo con mi culo. Sentí eterna la bajada mientras me sentaba sobre su pene, pero fue delicioso volver a tenerlo dentro. Me dispuse a tomarme unos segundos para volver a acostumbrarme, pero Alex no tenía los mismos planes e inmediatamente comenzó a taladrarme. Un chillido ahogado quedó a medio salir.

Me costó retomar la respiración, pues Alexander no aminoró las embestidas. Al contrario, las aumentó, ya que mi dolor provocaba que mi ano se contrajera, y eso lo excitaba aún más. Me dejé caer sobre su duro abdomen, buscando consuelo en su protección mientras me taladraba sin piedad. De alguna forma mis caderas se movían en respuesta a sus embestidas, ya que el dolor estaba de la mano con el placer.

-Eres una putita… Mmm… Mí putita… -decía. Y me encantaba que me marcara como suyo. Me hacía sentir tan especial…

Busqué su mirada- Sus ojos grises estaban envueltos en placer y lujuria. Su cabello castaño estaba húmedo y sus mejillas sonrojadas. Su frente estaba arrugada debido al esfuerzo, y eso sólo lo hacía ver más sexy y masculino. Sus labios se veían tan eróticos, suaves y gruesos, que todo mi cuerpo ansiaba por tocarlos. Pero cuando intenté acercarme a ellos, sentí nuevamente su rechazo.

Su mano tomó mi nuca y guio me cabeza hasta su tetilla. Me conformé con eso, y mientras me taladraba, chupé y mordí sus perfectas tetillas, aprovechando también de besar sus pectorales. Pronto lo oí gruñir de placer, y descubrí que sus tetillas eran su punto débil. Mientras mi boca se ocupaba de una, mis dedos le daban atención a la otra. Como consecuencia, sus gemidos aumentaron y los gruñidos animales llenaron la habitación.

Eso fue música para mis oídos, y comencé a correrme sobre su abdomen. Varios disparos de semen quedaron secuestrados entre nuestros cuerpos.

-Dios, me correré –dijo.

Me volteó y se salió de mí. Su pene, rojo y casi a punto de reventar, fue capturado por su mano y comenzó a masturbarlo. Con su mano libre me tomó del pelo y me llevó hasta su glande. En un repentino movimiento encajó su verga en mi boca y comenzó a penetrarme con brutalidad. Explotó en mi garganta justo cuando un par de lágrimas cayeron de mis ojos debido a la brutalidad de la mamada. En un par de segundos sentí mi boca llena de su leche, y quedé sorprendido por tal cantidad.

El líquido viscoso y caliente, descendió por mi esófago, y un fuerte y amargo sabor quedó impregnado en mis papilas gustativas. Cuando terminó de vaciarse, salió de mi boca y por fin pude volver a respirar.

-Wow… Siempre quise hacer eso –dijo jubiloso.

Se recostó a mi lado y miró al techo con una radiante sonrisa de satisfacción. Aclaré mi garganta y recuperé mi patrón respiratorio normal. Alexander me miró y me secó las lágrimas. Sonrió condescendiente y me envolvió por el cuello con su brazo izquierdo, llevándome hasta su pecho. Mi corazón cosquilleó ante esa muestra de interés. En el fondo temía que sucediera lo que la vez anterior y se levantara de forma fría e indiferente. Acarició mi nuca.

-Eso fue genial ¿no crees? –me preguntó.

-Sí –respondí extasiado por su tacto. Fascinado de escuchar su corazón tan cerca.

-¿Ves que es genial? Yo lo disfruté mucho –dijo-. ¿Aceptas entonces la propuesta?

-Creo que sí -.

-Esto quedará entre tú y yo -.

Estuvimos unos minutos más en esa posición, y luego se levantó. Fuimos al baño, nos aseamos y luego nos vestimos. Lo acompañé hasta la entrada, pero se detuvo en la puerta. Me dio la mano para despedirse y luego me agarró el trasero.

-Esto es mío, que no se te olvide –me guiñó el ojo y luego desordenó mi cabello. Salió por la puerta con una sonrisa de oreja a oreja, dejándome con las mejillas sonrojadas.

Lo vi subirse al auto, tan liviano y relajado, justo cuando una idea nacía en mi cabeza. ¿Será que puedo conseguir que sea mío? ¿Podré lograr que me quiera como yo lo quiero, y no sólo ser un juguete? Quizás el sexo sea el camino. Es decir, usarlo como método para conquistarlo. Había ocurrido un gran cambio en comparación con la primera vez, y era perfectamente posible que, a medida que continuáramos con eso, Alexander pudiera acercarse más y más a mí. Podía suceder ¿verdad? El sexo era la llave ¿cierto?

La respuesta a esas preguntas era evidente… sólo que, en ese momento, yo no la vi.

Los votos y los comentarios se agradecen