El hermano de mi mejor amiga (Parte 10)
El destino está escrito, y tarde o temprano se cumplirá. Cuando asumes eso, te das cuenta que eres el espectador de tu propia vida.
No podía creer lo sorpresivo de todo esto. Salí de la casa con el llanto atorado en la garganta, sin comprender por qué todo tenía que volver arruinarse cuando todo parecía estar bien. Simplemente había sido la calma antes de la tormenta… Y vaya que se avecinaba una gran tormenta.
Por el camino y todavía con el torbellino de emociones encima, le mandé un confuso mensaje a Martina. Necesitaba en quién apoyarme. Necesitaba que alguien me diera una explicación. Necesitaba un abrazo y que me dijeran que todo iba a estar bien y que esto sólo era una broma pesada. Porque estaba en el punto en que de verdad parecía una broma, una locura. Jamás pensé que don Fernando se lo tomaría a mal, pues siempre le caí bien. Además de que pensaba que ya era obvio lo que sucedía entre Fernando y yo.
-Quizás para él no era obvio –me dijo Martina cuando llegó a consolarme-. Él es médico, y pasaba muy poco tiempo en casa, por lo que no los veía como su madre o tus padres.
-Lo llamaré –dije de pronto-. Llamaré a Fernando. Necesito saber qué pasó.
Pero la llamada no fue respondida. Eso sólo aumentó mi ansiedad y nerviosismo.
-La imagen de la cachetada se me repite en todo momento –le decía a mi amiga-. Si hubieses visto su cara… Fue terrible.
-Lo lamento tanto –suspiró Martina-. Espero que Fernando esté bien. Por lo demás, no creo que te tengas que preocupar.
-¿No? ¿En serio? Su padre me odia.
-Ya, sí. Pero no lo verás nunca. No es como que pueda vigilarlos –explicó-. Además, tus padres, y seguramente su madre, los apoyan. Simplemente no tienes que meterte en su casa mientras esté él.
-No pienso pisar esa casa nuevamente. No quiero meter en problemas a Fernando.
-¿Pero entiendes lo que digo? –preguntó.
-Creo que sí –respondí-. Esto no es el fin. De todas formas lo veré en el colegio.
-Exacto. No todo está perdido –me animó-. No serán la primera pareja que sale a flote a pesar de que no todos estén de acuerdo con la relación. Mientras ustedes se quieran y luchen por estar juntos, podrán superar todo.
-Tienes razón –me erguí-. Don Fernando no me espantará.
-Así se habla.
Pero la seguridad se disipó cuando no lo vi llegar a clases el lunes. Intenté llamarlo pero su celular no funcionaba. La ansiedad aumentó y hasta Alexander se dio cuenta.
-¿Todo bien en el paraíso? –preguntó. Si bien se mantuvo al margen de nuestra relación con Fernando, siempre actuaba como si sólo estuviésemos jugando a ser novios.
-La verdad es que no –respondí-. Me preocupa que no haya venido hoy.
-¿Discutieron?
-No, no. Pero… Bueno, su padre no está de acuerdo con que estemos juntos-.
-Oh, eso no es bueno –dijo, aunque no sentía que lo lamentara con sinceridad.
Me tenté con ir a su casa después de clases, pero no quería meterlo en más problemas. Esperaría hasta el día siguiente, y si no recibía noticias suyas, pensaría en contactarlo de alguna otra forma. Llegué a mi casa, me cambié ropa y dudé sobre si ir o no a las clases de box. Mi ánimo no era el mejor, pero pensé que quizás podría aparecer allí. Lo dudaba, pero no perdía nada con intentarlo.
Al llegar, me presenté con Jean, la persona que me estaba enseñando y que era amigo de Fernando. Era un hombre verdaderamente intimidante; casi un metro noventa de altura, una espalda fibrosa y alucinante, con unos bíceps que daban miedo. Pero contrastaba con una personalidad amistosa, pacífica y generosa. Un hombre muy educado y con mucha paciencia, que siempre tenía una palabra de ánimo para quienes lo necesitaban.
-No, Diego, no lo he visto –respondió cuando le pregunté-. En la mañana intenté llamarlo porque había quedado en traerme un mix musical para el entrenamiento, pero no logré comunicarme. ¿Está todo bien con él?
-Espero que sí –contesté.
Me miró de forma preocupada pero no preguntó más. Inmediatamente comenzamos con el calentamiento y posteriormente pasamos a lo que nos convocaba. Después de todo, no había sido una mala decisión ir ese día al gym, pues me sirvió para despejar la mente y olvidar un poco lo que estaba pasando.
-Muy bien, Diego. Creo que es suficiente por hoy –dijo Jean. Mientras yo sudaba a mares, él apenas se había despeinado un poco-. A pesar de que no llevas mucho tiempo, hay una gran evolución en ti. Tus músculos comienzan a desarrollarse y a tomar firmeza.
-Sí, lo he comprobado –dije con orgullo. Si bien nunca estuve gordo, mis músculos nunca estuvieron marcados. Pero ahora ya comenzaban a dibujarse muy tímidamente en mi abdomen, y podía sentir mi culo más respingado que antes-. Gracias por la ayuda y por la paciencia.
-No me lo agradezcas. Todo esto es esfuerzo tuyo –me dio una palmada en el trasero y me guiñó el ojo de forma amistosa.
Su turno había acabado (el gimnasio era de su tío, y le ayudaba algunas horas por la tarde), por lo que me acompañó hasta los camarines y se metió a las duchas conmigo. Siempre solía hacerlo, pues todas las veces con Fernando íbamos en el mismo horario. Sólo que, anteriormente, no me había fijado precisamente en su cuerpo desnudo. Comprobé que, pese a ser musculoso (porque muchas veces sucede que los hombres musculosos suelen tener un pene pequeño), su pene no era para nada diminuto. Al contrario, se veía largo y muy grueso, y de color moreno. Aunque estaba dormido podían apreciarse perfectamente sus venas envolviéndolo. Además, el hecho de que lo llevara completamente depilado, lo hacía ver todavía más monstruoso.
Aparté la vista para no despertar alguna sospecha incómoda y me giré para darle la espalda. Noté que se giró al escuchar mi movimiento, y de reojo noté que me dio una rápida mirada al culo. Pero sólo fue eso, una simple mirada y volvió a lo suyo. Fui el primero en salir, y cuando él apareció yo ya estaba saliendo para irme.
-Nos vemos la próxima, amigo. Si ves a Fernando, le dices que me llame ¿ok? –dijo mientras llegaba con la toalla envuelta a su cintura.
-Sí, claro. Nos vemos –me despedí.
Llegué a casa y tiempo después llegaron mis padres. Rápidamente descubrieron que algo me sucedía. Habían estado muy sobreprotectores después de lo sucedido con Miguel (aunque no sabían la historia completa), y estaban muy atentos a todo lo que hacía. Luego de unas cuantas preguntas, terminé por contarles lo sucedido en casa de Fernando. Ambos se sorprendieron por la reacción que había tenido su padre, y también lucían muy enfadados por el trato que había tenido él conmigo.
-Creo que tendré que intercambiar algunas palabras con él –dijo mi padre.
-No, papá. Eso sólo empeoraría las cosas.
-No puedo permitir que te hable de esa forma.
-Pero ya es pasado. Fue cosa del momento, se dejó llevar por la rabia. Es mejor dejarlo estar.
-Sí, es lo mejor –coincidió mi madre-. No vale la pena dejarse llevar por palabras necias y sin sentido. De todas formas, tienes que estar tranquilo. Puede ser que más adelante él cambie de opinión. No es poco común que estas noticias no se tomen muy bien a la primera. Es una conversación que Fernando debe tener con su padre, y estoy segura que con el tiempo lo aceptará.
-Eso sí. El amor por los hijos te hace replantear muchas cosas –continuó mi padre-. Al principio le costará asimilarlo, pero cuando se dé cuenta que el amor es más grande, y que la felicidad de su hijo es lo primero, recapacitará.
Esperaba de todo corazón que así fuera. Los abracé y les agradecí por sus palabras y apoyo. Esa noche me fui a dormir más tranquilo, aunque en la mañana el nerviosismo continuaba pulsando mi pecho. Llegué al colegio buscándolo con la mirada, y grata fue mi sorpresa cuando allí estaba, buscándome entre la multitud que entraba junto conmigo.
Corrí hacia él para abrazarlo con fuerza, como si no nos hubiésemos visto desde hace años. Fue majestuoso sentir sus brazos rodeándome y su cuerpo pegado al mío. Su olor invadió mis fosas nasales y la satisfacción me hizo erizar la piel. Cuando iba a hablar, sentí un cuerpo saltar sobre nosotros y que nos hizo trastabillar. Era Martina, quién nos abrazaba con alegría.
-Que alegría verte –le dijo a Fernando.
-Me tenías muy preocupado –le dije mientras acariciaba su mejilla. Aún tenía la marca de la brutal cachetada, pero ya apenas era perceptible.
-Lo sé, lo lamento. Papá me quitó todo. Me dejó incomunicado –explicó-. Y no quiso que viniera al colegio ayer, porque el golpe todavía estaba muy marcado. Además, tampoco le hacía ilusiones que me encontrara contigo. Mamá ayudó a que me dejara venir hoy.
-¿Estás bien?
-Ahora sí. Mejor que nunca –me besó-. Mientras estemos aquí, estaremos seguros.
-Aww… Se ven tan lindos –observó Martina.
Alexander pasó, nos saludó con la mirada y continuó sin detenerse. Estuve toda la mañana adherido a Fernando. No quería perder ningún segundo de estar a su lado. Su padre le había puesto un horario restringido de llegadas, para asegurarse que apenas saliera del colegio se fuera a la casa. Su madre, una bella persona, le daba secretamente una hora extra para llegar sin que su padre se enterara. Agradecía con la vida ese gesto, pues así podíamos estar solos y hablar sin las miradas de los estudiantes del colegio. Por una hora podíamos ser una pareja normal.
-Mi padre me odia –me dijo una semana después-. Me mira diferente, me trata diferente, es un infierno. Ni siquiera puedo usar Wikipedia sin su vigilancia.
-Todavía es muy reciente –le dije-. Poco a poco se irá dando cuenta. Quizás deba ir a intentar hablar…
-¡No! Ni se te ocurra acercarte a él –me advirtió preocupado. Me asusté ante la preocupación de su rostro-. No sabes cómo se pone, Diego… Desde ése día, apareció un lado de él que desconocía totalmente.
-Fernando, no creo que se atreva a hacerme daño. Sólo hablaremos.
-Por favor, Diego, no vayas –me pidió suplicante.
-Bueno, bueno. Está bien –lo tomé de las manos-. ¿Tu papá… Te ha hecho algo? ¿Te ha vuelto a pegar?
-… -me miró unos segundos-. No, nada de eso. Sólo hemos tenido algunas discusiones. Por cierto, creo que ya es hora. Tengo que irme.
Miré el reloj y no pude creer lo rápido que había pasado el tiempo. Lo abracé y besé con intensidad, procurando dejar grabado mis labios en su boca. Cuando nos despedimos, corrí hasta mi casa para alistar mis cosas he ir a entrenar. Apenas llegaba, Jean me recibía para preguntarme por Fernando. No estaba muy contento que dejara de ir a entrenar, pero entendía que no era culpa de Fernando, si no de su padre.
Luego de unos minutos me encontraba haciendo sentadillas cuando oí una rasgadura. Me quedé congelado cuando mi di cuenta que el sonido provenía de mi short.
-¡Rayos! –dije. Jean se acercó para preguntarme qué sucedía-. Creo que se rajó mi short.
Jean giró y vio que había una gran apertura justo entre mis nalgas, que terminaba casi donde estaban mis huevos.
-Vaya, creo que los estropeaste –rio-. Supongo que es una buena señal. Tu culo está aumentando de tamaño.
-¿Buena? Ya era grande, y nunca se me había estropeado la ropa.
-Pero ahora es músculo y fibra –dijo mientras me palmeaba las nalgas-. Trabajo duro. Tienes que comprarte una ropa más ad hoc a la ocasión. Algo que resista.
-Supongo. Bueno, tendré que irme. No puedo seguir entrenando así.
-Pero si apenas hay gente –dijo Jean-. Nadie te verá.
-Sí, pero de todas formas creo que no tengo muchos ánimos –y era cierto. La conversación con Fernando me había dejado bastante preocupado.
-Está bien. Vamos a las duchas.
Desde que había visto de reojo su pene, intentaba evitar mirarlo a toda costa. Porque definitivamente me ponía nervioso su calibre, además de que sentía que si posaba la vista me iba a ser difícil apartarla. Por otra parte, no quería hacerlo sentir incómodo ni nada parecido.
Entré a la ducha primero que él para que cuando llegara no tuviera que verlo. Me duchaba rápido para minimizar nuestro tiempo a solas y no intercambiar muchas palabras y no delatar mi nerviosismo en la voz. Pero ese día, Jean andaba conversador.
-Vaya culo ¿eh? –bromeó cuando entró.
-No me hace gracia –aunque igual reí-. Creo que tendré que renovar mi closet. Mis pantalones me están quedando ajustados.
-¿Y eso es malo?
-Pues sí, se me marca mucho el culo.
-Repito: ¿Eso es malo?
-Bueno, no lo sé. Me incomoda.
-No tendría que ser incomodo tener algún atractivo, ni deberías ocultarlo. No es motivo de vergüenza –me aconsejó. Me giré para verlo, y quedé levemente sorprendido de que estuviera de frente a mí.
-Gra… Gracias –dije de forma entrecortada y me giré. Obviamente eso no pasó inadvertido.
-¿Todo bien? –preguntó.
-S… Sí –respondí.
-¿Por qué te giraste tan rápido?
-Estás desnudo.
-Bueno, sí. Es una ducha. Lo hacemos todas las semanas.
-Sí, pero… Ya sabes –hubo un silencio un poco incómodo.
-¿Te pongo nervioso? –preguntó… Y su boca estaba a centímetros de mi oído. El jabón resbaló de mis manos y toda mi piel se erizó.
-Jean…
-¿No lo vas a recoger? –sentí la risa dibujándose en su rostro. Su pene se apegó a mi cuerpo. Por su altura, su miembro queda en mi espalda baja, justo donde estaría el elástico de mi bóxer. La noté gruesa, caliente, larga, y eso que estaba flácida.
Me giré rápidamente, lo miré (hacia arriba) con seriedad. La punta de su pene chocó bajo mi ombligo.
-Me tengo que ir –le dije.
-¿Qué? Pero… -su sonrisa se apagó-. Pensé que…
-¿Qué pensaste? –el hecho de que hubiese retrocedido me impulsó a mantener firme mi carácter.
-Creí que eras gay, ya sabes. Pensé que entre tú y yo… -retrocedió otro paso-. Pensé que teníamos química sexual… Ya sabes… ¿No eres gay?
-Sí, lo soy. Pero estoy saliendo con Fernando.
-¿Fernando es gay? –preguntó impactado-. Oh, vaya. Lo siento mucho. Creo que confundí todo.
-Me parece que sí –coincidí. Me había relajado un poco. No era un acosador sexual como pensé. Lucía avergonzado y arrepentido.
-Creí que te iba este rollo y… Bueno, lo lamento. No quise ofenderte.
-Está bien, no te preocupes –le dije-. Me sentí un poco incómodo solamente.
-Sí, me imagino. Lo lamento tanto, debí darte un susto horrible.
-Pues tu cuerpo… Es un poco intimidante –me sonrojé al verlo de nuevo.
-Pues el tuyo es muy lindo, por cierto. Estás muy bien equipado –me sonrojé aún más.
-Gracias.
-¿Todo bien? Espero no haber arruinado la amistad. Te prometo que esto no se repetirá.
-Bueno, está bien. No te preocupes.
-No le digas a Fernando ¿Sí? O me matará.
-Tranquilo. No le diré nada.
-Genial.
Me reí por el extraño momento y me fui a cambiar. Al rato llegó él.
-Pensé que ya te habrías ido –dijo cuando se sentaba junto a mí.
-Me da vergüenza irme con el short roto. ¿Tienes algo que pueda poner para disimular?
-Creo que no –se levantó y abrió un casillero-. Pero tengo esto, quizás te sirva.
-Oh –era un short. Suyo, obviamente. Lo reconocía de días anteriores.
-Siempre hay que tener repuestos.
-Sí, ahora lo entiendo –lo recibí-. ¿Me entrará? Tu eres más grande que yo.
-Pues tu culo no digamos que es muy pequeño, amigo –bromeó-. Además, es elasticado.
Me puse el bóxer y luego el short. Y, en efecto, era elasticado. No me quedaba igual de ajustado que a él, pues sus piernas eran enormes, pero lo suficiente como para que sintiera que me quedaban bien. Le agradecí, y me fui.
Pese a toda la confusión, mi cuerpo estaba ajeno a mi mente y había reaccionado de otra forma. Habían pasado varios días desde la última vez que había follado, y ya mis hormonas reclamaban por un buen orgasmo. Mi culo quería sentirse lleno debido a que la última vez que habíamos follado mi trasero no había participado, así que estaba desesperado por atención.
Al otro día comprobé que él se sentía igual que yo. Nos estábamos besando, y poco a poco el beso se fue haciendo más intenso…
-Okay, chicos. Creo que ya es suficiente –dijo Martina. Mientras nos besábamos habíamos comenzado a frotarnos muy intensamente.
-Perdón –dije mientras me separaba.
-Para la próxima consigan habitación.
-Si tienes algo en mente, nos avisas –bromeó Fernando.
-De hecho… -sonrió por lo bajo-. Conozco un lugar para que desaten las paciones, y me dejen ajena a sus gestos de amor.
-¿Sí? ¿Dónde? –preguntó mi chico con entusiasmo. Martina me miró y rápidamente entendí a lo que se refería.
-El baño del pre-escolar –dijimos al mismo tiempo.
-interesante… -sus ojos se iluminaron.
-¿Irán ahora? –preguntó Martina.
-No creo. Tenemos poco tiempo –respondió Fernando.
-¿En el próximo receso?
-Tampoco.
-Pero sí tendrán para hacerlo como diez minutos –dijo Martina-. Porque el receso dura quince.
-Por eso, muy poco tiempo.
-¿En serio? ¿Poco? –preguntó con una gota de impresión en su voz.
-Me gusta tomarme mi tiempo –alardeó Fernando.
Decidimos esperar hasta el final de clases y aprovechar esa hora extra que nos daba su madre para ponernos manos a la obra. Las miradas durante la mañana eran atrevidas y deseosas. Aprovechábamos cada minuto para besarnos y tocarnos. Martina decía que parecíamos animales en celo. Pero era inevitable, nuestra atracción era impresionante y nuestros cuerpos se necesitaban.
Por fin el timbre sonó.
-¿Te vas sola? –le pregunté a mi amiga.
-Hace días que me voy sola –respondió-. Alexander suele llegar a casa un poco más tarde. No sé en qué andará.
Nos despedimos y corrimos hasta el baño. Teníamos exactamente una hora, y no sólo porque Fernando tuviera que irse, si no porque después comenzarían a llegar los del pre-escolar. Apenas cerré la puerta atacó mi cuerpo. Nuestras mochilas volaron por el lugar al igual que nuestros suéteres. Algunos recuerdos aparecieron en forma de destellos mientras pisaba los lugares que antes había pisado con Alexander. De alguna manera, eso sólo me encendió más.
Fernando estaba ansioso, salvaje, desesperado por mi cuerpo. Me tocaba cada centímetro, mientras quitaba mi ropa. En un parpadeo me encontré desnudo, sentado sobre el lavamanos. Me miró de pies a cabeza y se saboreó los labios. Estiré mis manos, pues me causaba ansiedad ver el bulto entre sus pantalones y necesitaba ver el miembro que mi culo tanto extrañaba.
Cuando lo liberé a través del cierre de su pantalón, me incliné dócilmente para sostenerlo entre mis dedos. Estaba caliente y palpitante, listo para ser llevado a mi boca. Su frenillo ya estaba sano y tenía una pequeña cicatriz. Cuando retraje el prepucio su aroma masculino aderezado con sus hormonas, inundó mi nariz. Aspiré el elíxir de la vida, y me acerqué para saborearlo.
-Una… maravilla –jadeó Fernando cuando mi boca rodeó su glande.
La cerámica del piso estaba helada, pero el calor de mi cuerpo era más intenso y pronto la temperatura se reguló. Le tomé su mano y la coloqué en mi nuca para que me ayudara a marcar el ritmo. Me gustaba que fuera dominante, aunque muchas veces no le salía a la primera y tenía que ayudarlo. Solía decirme que me quería tanto que no siempre se sentía bien haciendo de dominante. Pero cuando lo hacía, lo llevaba muy bien.
-Eso… Trágatelo todo –me decía, mientras conseguía que todo su miembro entrara en mi boca, y mi nariz chocara contra su pubis.
Me detenía disfrutando su glande en mi tráquea, sintiendo como mis pulmones lloraban por respirar, y observando cómo su rostro explotaba de gusto. Me tomó de los hombros y me levantó para besarme. Mi saliva caía por mi barbilla y mis ojos estaban enrojecidos por el esfuerzo. Y cada beso que me daba me recompensaba por el sacrificio.
-Eres delicioso ¿sabes? –me dijo mientras me acariciaba-. El mejor regalo que me ha dado la vida.
-Wow, esas son palabras mayores –le dije. A veces me sorprendía el calibre de sus palabras.
-Es que así lo siento. Desde que apareciste en mi vida, todo cambió –sus ojos me miraban casi con devoción-. Incluso ahora, cuando todo está mal en casa, siempre eres la luz que me impulsa. A veces siento que mi día no tiene sentido si no estás conmigo.
Sentí mis mejillas enrojecerse. Pese a que yo no era muy cursi, sus palabras tiernas siempre conseguían excitarme. Lo cual no era muy tierno, pero simplemente causaban ese efecto en mí. Como agradecimiento quería descender a su pene y drenárselo por completo.
Pero cuando me disponía a bajar para hacerlo, me volteó y me empotró contra el mesón. El mesón donde alguna vez Martina nos encontró follando con Alexander, ahora volvía a ser utilizado con motivos sexuales. Separó mis piernas y comenzó a comerse mi culo con desesperación. Succionaba mi centro y mordía mis nalgas causando que gimiera de placer. Su boca lamía desde la base de mi pene hasta mi cuello, dejando todo un camino de saliva en mi espalda. Estaba empeñado en saborearme por completo.
Su boca hacía un ruido de succión cuando jugaba con mis testículos, y se sumaba con los frecuentes azotes que dejaba caer contra mis nalgas.
-Que culo tan firme –me elogió mientras lo apretaba como si fuera Slime.
-Métemela ya –le pedí. Movía mi trasero con desesperación, buscando que fuera llenado por fin.
-Calma, pequeño, calma –dijo muy cerca de mi oído, mientras su erección se acunaba entre mis nalgas, frotando mi agujero.
Hizo unos movimientos con su cintura y luego se apartó. Separó mis nalgas y coló un dedo en mi interior. Mi culo rápidamente respondió abrazando al intruso con desesperación. Anhelaba volver a sentirse lleno y extrañaba la presencia de Fernando.
-Uhmm. Caliente, estrecho y jugoso –decía-. Justo lo que mi pene necesita.
-Quiero más –le pedí.
Sacó su dedo y metió su lengua. Mis piernas temblaron. Continuó con dos dedos. Era gracioso como mi culo se movía al compás de sus dedos, buscando más y más estímulos.
-¿Más? –preguntó.
-Sí, por favor –contesté.
Metió un tercer dedo, el cual entró apretadísimo. Gemí por el dolor, pero eso solo me encendía más. Sus dedos se movían con torpeza debido al poco espacio, y no dejaba de encantarme.
-¿Todavía más?
-¡Sí! –supliqué.
Sentí que sacó sus dedos y luego metió un dedo de cada mano en mi culo, para posteriormente abrir mi agujero. El ardor y el dolor se propagaron, junto con la sensación de estar abierto. Su lengua se metió con facilidad, lubricando mi interior y luego me soltó. Cuando iba a pedir más, su pene entró de golpe haciéndome ver puntitos de colores. Esta vez la entrada fue perfecta y sin incidentes, pues se había asegurado de obtener una buena dilatación.
De un segundo a otro volví a sentirme lleno. Su esponjoso glande se frotó por mis paredes, acariciándome tiernamente desde dentro. Gimió al igual que yo cuando nos volvimos a sentir conectados. Se detuvo a desabrochar su pantalón (pues sólo había sacado su pene por el cierre) y al cabo de unas cuentas embestidas conseguí acostumbrarme al dolor. Pronto mi culo estaba listo para la follada.
-Que delicia –decía-. Mi pene se siente muy a gusto.
Me besó el cuello mientras me taladraba, a la vez que sus manos recorrían mi vientre. Mis gemidos aumentaban junto con sus embestidas, y su mano se fue hasta mi boca para silenciarme como si sus dedos fueran un biberón. Los saboreé, y sentí en ellos el sabor de mi interior. Pero mis gemidos no se detuvieron, al contrario, incrementaron cuando su otra mano comenzó a masturbarme. Ahora sus dedos en mi boca simplemente evitaban que fueran más evidentes, pero en ningún momento se silenciaron por completo.
Salía y entraba de mi culo como si su pene ya fuera parte de la casa y no sólo un invitado. Siempre acompañado de algún sonido producido por el vacío y la entrada de aire cada vez que la sacaba por completo. Fernando sentía mucho morbo haciéndolo, y disfrutaba mirar cómo quedaba mi agujero cada vez que salía su pene de allí.
-Cariño, tu culo me pide más ¿le doy? –preguntó cuándo salió y vio mi ano boquear.
No esperó respuesta. Inmediatamente introdujo todo su miembro, provocando un nuevo quejido. Mi pene vibraba cada vez que lo hacía, llenando su mano de pre-semen. Y pronto le avisé que mi orgasmo estaba por llegar. Rápidamente salió de mí y me volteó, para dejarme sobre el mesón y meterse entre mis piernas. Tomó su pene y lo guio hasta mi entrada, justo a la vez que tomaba mi miembro y comenzaba a batirlo con fuerza.
Tuve que cubrir mi boca, porque su paja intensa y sus embestidas asesinas, me estaban llevando a otro planeta. Su glande golpeando mi próstata y su mano exprimiendo mi verga, en poco tiempo consiguió que explotara de placer. Ambos admiramos los contundentes chorros que saltaron por los aires y cayeron sobre su mano, mi abdomen, pecho y parte del mesón.
-Tenías mucha carga –bromeó mientras golpeaba con delicadeza mis testículos.
-Eso… parece –dije mientras intentaba modular, pues mi respiración estaba agitada, sumado a que sus embestidas no se detuvieron.
-¿Podrás tú con lo que yo tengo almacenado? –preguntó mientras comenzaba a jadear de esa forma inconfundible que indica la proximidad de un orgasmo.
Para mi sorpresa, salió nuevamente de mí. Me hizo girar sobre el mesón y dejó mi cabeza colgando justo frente a su babosa erección. Abrí la boca y la dejó entrar hasta el fondo de mi garganta, dejando sus testículos a la altura de mis ojos. Mi cuerpo se removió ante ese movimiento, pero conseguí acostumbrarme.
Puso sus manos sobre el mesón, y comenzó a penetrar mi boca. Debido al entrenamiento que había tenido con Alexander, se me hacía más fácil conseguir soportar todo el pene de Fernando. Ruidos ahogados salieron de mi garganta que se mezclaban con el sonido de la saliva. Fernando, por su parte, me hacía el coro con sus gemidos y jadeos de placer. Gruñendo y disfrutando de cómo mis fauces ordeñaban su mástil de carne juvenil.
Su glande pulsaba en lo profundo de mi boca, y poco a poco liberó la carga de sus bolas. Con cada chorro veía cómo sus testículos se recogían, a la misma velocidad que mi ano boqueaba. Mi boca se fue llenando de su semen que inmediatamente fui tragando para lograr respirar. Era asombroso que su leche tuviera un sabor dulce y suave, a diferencia del semen de Alexander. Supongo que se debía a que la vida que llevaba Fernando era mucho más sana, y me gustaba, porque era todo un placer saborearlo.
Sus disparos de semen interminables culminaron con un largo jadeo de satisfacción.
-Casi… casi me ahogas… ¿de dónde sacas tanto? –pregunté mientras terminaba de tragar e intentaba normalizar mi respiración.
-Pues de aquí –dijo mientras envolvía sus testículos con su mano.
Me ayudó a asearme y a limpiar la escena del crimen. Luego recolectó mi ropa (pues yo era el único desnudo), y me vestí. Salí del lugar intentando no hacer evidente el cojeó que llevaba posterior a la follada, disimulando el escozor que sentía en mi culo. Los dos nos despedimos con una radiante sonrisa que demostraba la satisfacción que sentíamos en ese momento.
A pesar de que habíamos conseguido aplacar nuestro fuego, con el correr de los días nos dimos cuenta que no era suficiente. También queríamos salir a pasear, ir a comer, o ir al cine. Salir con nuestra amiga y compartir algún fin de semana. Pero no podíamos, lo cual poco a poco comenzaba a apagar a Fernando.
-Perdón por hacerte pasar por esto –me dijo un día, luego de que salimos de clases. Faltaban dos semanas para el término del año escolar.
-No es culpa tuya, Fernando.
-Sabía que papá no reaccionaría bien. Siempre sospeché sobre su homofobia pero tenía la fe que conmigo sería diferente.
-No vale la pena lamentarse –le acaricié la mano-. Hay que agradecer el tiempo que tenemos ahora.
-Sí… Antes de ayer estuvo a punto de descubrirme, pues llegó antes a casa. Por suerte no sospechó nada, ya que estaba ocupado con una investigación. Pero –suspiró-, ¿Qué haremos cuando las clases terminen?
Se hizo el silencio. No había respuesta para eso. La única razón por la que nos podíamos ver era porque estábamos en clases. Había esperado que la locura de su padre se hubiese solucionado en el corto plazo, pero hasta el momento no habían luces de algún cambio.
-Tendremos que ingeniárnosla –le dije-. Ya idearemos un plan.
-Será un verano horrible sin ti –me dijo triste-. Espero que los días pasen rápido para volver de nuevo a clases.
Nos quedamos abrazados, sintiendo nuestros cuerpos, almacenando los recuerdos y sensaciones para cuando llegue el verano. Reclamé sus labios y respiré de su boca, alimentando mi alma y mi corazón. Extrañaría estos momentos, pero por suerte aún faltaban varios días, lo que me relajaba un poco.
Miró su reloj y comprobó que, tristemente, era hora de irse. Nos levantamos (estábamos sentados bajo la sombra de un árbol) y me abrazó apretadamente, sin dejar espacio para el aire entre nosotros. Me besó la frente y luego tomó rumbo a su casa.
Caminé en la dirección contraria, pero me detuve cuando sentí a alguien venir tras de mí. Me giré cuando oí que los pasos estaban muy cerca, y me sorprendí cuando vi a Fernando… Don Fernando. Venía con la furia llameando de sus ojos, causando que todo mi cuerpo entrara en pánico. Era verdaderamente intimidante, sobre todo porque yo era un muñeco de trapo al lado de él.
-¡Te dije que te alejaras de él! –me gritó. Retrocedí hasta golpear el tronco de un árbol. Miré alrededor pero Fernando ya había torcido en la esquina y no estaba en nuestro campo de visión.
-¡Suélteme! –le grité. Lo empujé, pero no se movió ni un centímetro.
-Aléjate de mi hijo –ordenó apuntándome con su dedo-. Déjalo tranquilo.
-Mientras su hijo me quiera, no lo dejaré –le respondí manteniéndome firme.
-Él no te quiere. No sabe lo que quiere. Es un adolescente estúpido –hablaba desfigurando toda su cara-. Está confundido.
-¡Hey! –gritó una voz. Mi cuerpo vibró de inmediato al reconocer el timbre de voz de Alexander-. ¿Qué sucede aquí?
-Nada que te importe –le espetó don Fernando. Lo miraba con desprecio, intentando intimidarlo. No sabía que Alex no se intimidaba con nada.
-¿Todo bien? –me preguntó Alexander, sin apartar la vista de mi agresor. Su rostro era amenazante.
-Sí, todo bien –respondí. No quería empeorar la situación, y sabía que con Alexander allí todo podía salir mal.
-¿Estás seguro? –insistió.
-Sí, Alex. Puedo defenderme solo –le dije.
-Sé que puedes –coincidió.
-Sólo estamos hablando –le expliqué.
Don Fernando miraba a Alexander desafiante, pero no decía nada. Seguramente no quería entretener a Alex para que se retirara lo antes posible. Al lado de Alex, don Fernando ya no se veía tan grande.
-En dos horas iré a tu casa –me informó. Asentí. Le dio una última mirada asesina a don Fernando y luego se fue.
-Creo que es mejor que usted también se vaya –le pedí.
-No hasta asegurarme que no te acercarás a mi hijo.
-Entonces estaremos aquí toda la tarde porque no me alejaré de él –lo desafié-. Su hijo y yo… nos queremos mucho, somos pareja.
-¡No! Mi hijo no es gay –exclamó-. Tu… Tu sólo eres un culo fácil donde deslechar. Un culo bastante femenino, por lo demás. Sólo por eso está contigo.
-No le permito que me trate de esa forma –di un paso hacia adelante-. Si yo fuera eso para él, no me besaría como él lo hace ni me tocaría como él lo hace. No me cuidaría como él lo hace y… Y tampoco me entregaría el culo, como hace un tiempo lo hizo. Acéptelo, señor. Su hijo es tan homosexual como yo, aunque sea masculino. Porque una cosa no tiene nada que ver con la otra. Y, por lo demás, agradecería que no se fijara tanto en cómo es mi culo.
-Eres un insolente –me dijo mirándome con desprecio.
-Y usted un…
-No te atrevas –amenazó.
-¿O qué? –lo miré desafiante, pese a que me sacaba varios centímetro de estatura de ventaja-. ¿Acaso usted solamente tiene derecho a insultarme? Pues no. Usted es un troglodita y un anticuado. Un cerdo homofóbico, que es incapaz de aceptar que su hijo es feliz con otro hom…
La frase fue interrumpida por una fuerte cachetada acompañada de un furioso “¡Cállate! “. Sentí el ardor en mi rostro de forma instantánea. Pese a que intenté interceptar su mano, su fuerza era mucho más que la mía, por lo que no fue suficiente para frenar la cachetada, la cual me lazó al suelo. Cuando me recuperé del golpe y lo miré hacia arriba, descubrí que ya no estaba en mi campo de visión, sino que en el suelo… con Alexander sobre él.
-¿Cómo se atreve a ponerle la mano encima? –le decía mientras lo tomaba desde el cuello de la camisa. Don Fernando intentaba moverse, pero Alexander era mucho más ágil y experto en lo que respecta a peleas callejeras.
-¡Suéltame! –se quejaba. Pero sus palabras se silenciaron cuando Alexander le acertó un puñetazo en el rostro.
-¡Alexander! Suficiente. Déjalo –le pedí-. Él no vale la pena.
Por suerte me obedeció y se levantó. Sin decir nada más, me tomó del brazo y me arrastró fuera de allí. Sólo vi que don Fernando se levantaba y escupía un poco de sangre en el suelo. Caminamos por un par de calles mientras me tironeaba enojado, hasta que me detuve y me solté. Pero antes de que pudiera decirle algo, fue él quien habló:
-¿En qué pensabas? –me preguntó. Si bien antes me sentía molesto, cuando lo vi a los ojos me di cuenta que me miraba igual a cómo lo hacía mi papá. Estaba preocupado por mí.
-Lo siento. No pensé que reaccionaría así –me disculpé, aunque no estaba seguro si tenía que hacerlo.
-Menos mal intervine sino quizás qué cosa te hubiese hecho.
-Puedo defenderme –le dije.
-Pues dile eso a la cachetada que tienes marcada en la cara –me espetó. Bajé la vista. Tenía razón, me lo había ganado por altanero. Sus ojos se suavizaron-. Sé que puedes, Diego. Pero ahora batallaste con un pez muy grande.
-Sí, lo sé. Tienes razón –sentí mis ojos húmedos-. Es que ya estoy aburrido de sentirme débil. No necesito que me protejan, quiero hacerlo sólo.
-No te protejo porque lo necesites –me dijo mientras me abrazaba-, lo hago porque yo lo necesito. No puedo soportar que te hagan daño… No lo permitiré.
Sentí algo extraño en mi pecho cuando dijo eso. Respiré profundo y recobré la compostura.
-Gracias por… -una idea cruzó mi mente-. ¿Qué hacías por ahí?
-Eh… ¿Qué? –preguntó con nerviosismo.
-Ya lo escuchaste. ¿Qué hacías allí? Tu casa no queda en esa dirección y hace una hora que terminaron las clases –inquirí.
-Eh, bueno… Yo supongo que es coincidencia –respondió nervioso, dándome la espalda. Lo rodeé para buscar su mirada. Estaba sonrojado. Me causó cierta ternura.
-Alexander…
-¡Está bien! Sólo no pienses que soy raro o un acosador –pidió mientras mordisqueaba sus uñas con nerviosismo-. Yo… Bueno, lo que sucede es que…
-¿Nos espías? –lo apuré.
-Sí. Es decir, no. ¡No! Nada de eso. Más bien, los vigilo –se dio cuenta que tampoco sonaba muy… ¿normal?-. Me quedo después de clases para ver que todo vaya bien.
-¿Nos vigilas? ¿Desde cuándo? –pregunté sintiéndome un poco acosado-. ¿Por eso Martina se ha estado yendo sola a casa?
-Bueno, sí… creo –respondió. ¿Cree?-. Aunque tan sola no se va –agregó. Y ante mi gesto de sorpresa agregó-: Debes hablarlo con ella… Y, bueno, lo hago desde que comenzaron a venir aquí. Pero, no entiendes, no lo hago de voyerista. Lo hago porque no quiero que te suceda nada malo.
-¿Y con Fernando me va a suceder algo malo? –pregunté.
-No, espero que no. O lo asesinaré –contestó-. Pero, a lo que voy –continuó cuando vio mi cara de espanto- es que antes él te iba a dejar a casa. Y ahora no, por lo que me preocupaba que durante el trayecto… no lo sé, Diego. Me siento culpable por no haberte protegido antes y de esta forma intento compensarlo.
-¿Siendo un guardaespaldas voyerista?
-Supongo –bajó la mirada-. En mi mente se veía mejor. Mi intención sólo era asegurarme que estuvieras bien. Nunca intervine… Bueno, salvo ahora. Supongo que en parte cumplí mi objetivo ¿no?
Me sonrió, pero no le respondí la sonrisa. Todo era muy freak.
-¿Estás enojado? –preguntó.
-No lo sé –respondí-. Necesito pensar.
-Está bien –se giró y caminó abatido en dirección a su casa.
-¡Alexander! –le grité. Se volteó-. Gracias.
Me dio una media sonrisa y continuó su camino. Pese a que me disgustaba que nos hubiese estado espiando, no podía negar que había servido de ayuda. Y pronto mi mente cambió de pensamiento. El padre de Fernando se había enterado que nos estábamos viendo a escondidas, y posiblemente en ese mismo momento estaba encarando a su hijo.
Entré en pánico cuando llegué a casa, y el hecho de que no existiera forma de comunicarme con Fernando sólo hacía crecer más mi terror. Un terror que se extendió por varios días. No fue al colegio incluso el día en que se debía rendir el último examen de biología. Eso fue suficiente como para que con Martina comenzáramos a plantearnos la idea de ir sin más a su casa.
-No estoy segura de que sea una buena idea –dijo mientras el profesor de Biología. Estábamos repasando los contenidos que habían sido evaluados en el examen del día anterior.
-Es obvio que no es una buena idea –coincidí-. Pero es peor quedarse aquí y esperar a que suceda algo.
-Silencio, chicos –nos dijo el profesor.
-¿Y si lo empeoramos? –preguntó mi amiga en susurro.
-¿Crees que puede estar peor esto? Su padre me cruzó la cara de un golpe. Fernando no viene a clases hace días. Estamos completamente incomunicados –argumenté-. Necesito saber que está bien. La última vez, su padre no lo dejó venir por la marca que le quedó en el rostro debido al golpe. Tengo miedo de qué tan grave fue lo que le hizo ahora como para que necesite más días para sanar.
-¿Crees que su padre lo golp…?
-¡Martina! ¡Fernando! Ya les dije que se callaran –nos regañó el profesor-. ¿Qué es lo tan importante que tiene que decirse que no puede esperar al recreo?
-Hablábamos de Fernando, profesor –dijo Martina-. Estamos preocupados porque no ha venido.
-Seguramente está ocupado con la mudanza –observó el profesor.
-¿Qué mudanza? –pregunté sintiendo como si un puño hubiese golpeado mi estómago.
-Su mudanza… ¿No sabían? –preguntó sorprendido-. Ayer, cuando vino…
-¿Vino ayer? ¿A qué hora? –pregunté desesperado sintiendo que mi cuerpo temblaba.
-Vino a dar el examen, durante la tarde, después de clases –contesto-. Su padre habló con la directora porque estaba teniendo problemas, y se iban a mudar…
Mi mente dejó de escucharlo. La palabra “mudanza” se repetía en mi mente con un eco desesperante. Miré a Martina y me devolvió una mirada de sorpresa, sin tampoco comprender lo que estaba sucediendo. ¿Tan grande era la intolerancia del padre de Fernando para llegar a estas instancias? Obligando a su familia a huir, y destruir el corazón de su hijo… Era un ser humano sin alma.
-Tengo que ir –le dije a Martina ignorando la mirada confusa del profesor.
-Apenas terminen las clases…-.
-No, ahora –le corté-. Su casa es enorme, deben estar allí todavía. No voy a esperar más.
-Oye, espera un momento –dijo nuestro profesor mientras tomaba mis cosas y me levantaba del asiento bajo la mirada atónita de todos-. Espera, Diego. ¡Diego!
Corrí sin prestar atención a los llamados. En mi mente sólo existía Fernando y en lo pronto que quería llegar a su casa para arreglar todo esto. Porque esto debía tener un arreglo… Esto tenía que solucionarse.
-Martina, ¿Tú también? –escuché al profesor gritar. Y a continuación salió mi amiga por la puerta en mi misma dirección. Los salones contiguos se alborotaron al oír el escándalo, y rápidamente salió Alexander cuando oyó el nombre de su hermana.
-¿Dónde vas? –preguntó preocupado.
-Fernando… Mudanza… Diego –dijo Martina mientras corría. Las palabras inconexas fueron suficientes para que Alexander entendiera la idea.
Lo último que vi al salir del colegio fue a Alexander asentir y luego entrar a su salón. Con mucho esfuerzo Martina consiguió alcanzarme. Ninguno de los dos teníamos un plan, simplemente queríamos llegar e improvisar. En el trayecto oí a Martina hablar por teléfono, pero no estaba pendiente de lo que decía, en mi mente sólo se repetía «Mudanza. Mudanza. Mudanza».
-¿Con quién te estás yendo después de clases? –le pregunté a mi amiga. Necesitaba distraer mi mente y recordé lo que su hermano había sugerido la última vez.
-¿Cómo? –preguntó Martina, fingiendo que no había entendido la pregunta.
-Alexander dijo que no te estabas yendo sola –aclaré.
-Yo… bueno… Estoy en algo con alguien –respondió nerviosa-. No creí que Alexander se diera cuenta. Y ahora me extraña el hecho de que no haya dicho nada.
-¿Alguien? –pregunté-. ¿Quién?
-Gonzalo –contestó. Me sorprendí. Y también encontré extraño que Alexander no se hubiera opuesto a eso-. Supongo que entenderá que es un buen chico y quizá sea por eso que no ha intervenido.
-¿Por qué no nos contaste? –le pregunté.
-Porque recién estamos saliendo y no quiero hacerme expectativas –respondió-. Además, ustedes tenían otras cosas que los ocupaban.
Sin darme cuenta, habíamos llegado. Sentí mi garganta apretarse en el momento que vi la casa tan tranquila y calmada. Miré a Martina y comprendí que ambos compartíamos el temor de haber llegado demasiado tarde.
-Diego… Creo que…
-No te atrevas a terminar esa frase –le advertí.
-Pero… ¿Dónde vas? –me preguntó cuando decidí entrar a golpear la puerta.
-No me iré sin antes comprobar que ya no está –le dije con decisión.
Mi corazón palpitó con violencia cuando golpeé la puerta. Un silencio espantoso tuve como respuesta. Martina tocó el timbre cuando mi fe se comenzaba a apagar. Mi corazón volvió a latir cuando unos pasos se oyeron caminar hacia la puerta. Supe de inmediato que no era Fernando.
-¿Qué haces aquí, Diego? -preguntó con sorpresa la madre de mi chico.
-¿Se mudarán? –pregunté con rabia-. ¿Dónde está Fernando?
-Diego, tienes que irte –me dijo con premura, mientras miraba con susto dentro de la casa-. Es peligroso que…
-No me iré. ¿Dónde está Fernando? –pero no esperé a recibir respuesta. Siguiendo mi corazón, entré a la casa y comencé a llamarlo. Mi voz rebotó por la habitación vacía, pues los muebles ya habían sido llevados. Inmediatamente escuché ruido en la cocina y a los segundos vi a Fernando asomarse por la puerta, mientras me miraba con ojos de terror.
No me importó verlo así de asustado. Corrí hacia él para abrazarlo y besarlo, y sentirlo cerca de mí. Pero justo cuando su aroma comenzaba a entrar en mis fosas nasales y su calor empezaba a envolverme, apareció su padre con un rostro psicópata. Fernando se apartó de mí y me empujó para que saliera de la casa.
-¿Qué mierda haces acá? –dijo don Fernando mientras yo salía por la puerta.
-¡No puede hacer esto! –le grité.
-Diego… -gimió Fernando. Sus ojos estaban rojos y ojerosos, evidencia del infierno que tuvo que estar pasando.
-¡No le hables! –le gritó su padre a todo pulmón, haciendo que Fernando diera un salto de pánico. ¿Qué le había hecho? Estaba roto, disminuido, acabado…
-Fernando, es suficiente –intervino su esposa con nerviosismo-. No hagas un escándalo.
-¿Escandalo? ¿Qué quieres que haga? ¿Dejar que este maricón entre a mi casa como si se tratara de la suya?
-No le hables así… -dijo Fernando con una voz apenas audible.
-¡No puede llevarse a Fernando de esta forma! –lo encaré.
-Yo hago lo que quiero, y tú no puedes evitarlo –una sonrisa macabra se deslizó por su comisura.
-Mire a su hijo… ¡mírelo! ¿Lo ve feliz? –intervino Martina.
-Lo estará. Él entiende que todo lo estoy haciendo por su bienestar –argumentó-. Cuando sea grande y haya terminado esta etapa de confusión, se dará cuenta que le hice un bien.
-¿Usted es estúpido? Es increíble que un médico como usted tenga tan poca capacidad neuronal para entender algo tan simple como el amor. El amor entre dos hombres.
-¡Cállate, asqueroso! El amor entre hombre existe como el de un padre a un hijo o como el de hermanos. Lo tuyo… lo que la gente como tu hace es una abominación –decía con una mueca de asco-. Es algo que sólo puede suceder entre un hombre y una mujer.
-Diego, por favor, vete –dijo Fernando con tristeza-. No lo harás cambiar de opinión.
-Pero, Fernando…
-Perdóname, por favor. Pero no podemos hacer nada… ya está todo hecho –su voz se quebró-. Estarás mejor lejos de mí. No quiero que sufras por mi culpa.
-No, hijo. Tu estarás mejor sin él –intervino su padre.
-¡No! No te vayas, por favor –suplicaba-. Si quiere no me acerco más a él… Le prometo que no lo volveré a molestar… Me conformaré con sólo poder mirarlo de lejos, pero no se lo lleve.
-No. No quiero que lo mires o lo toques… No quiero que compartan el mismo aire, ni siquiera quiero que lo pienses –dijo secamente-. Desde que te conoció mi hijo cambió.
-Yo no lo cambié. Así es él. Esa es su verdadera forma. Acéptelo.
-No lo haré ni ahora, ni nunca –dio un paso hacia mí-. Nos iremos, y no puedes hacer nada para evitarlo.
-Es un monstruo… -gemí.
-¿Qué dijiste? –me preguntó mientras daba otro paso en mi dirección.
-Dijo que es un monstruo, creo –contestó Alexander. Me giré sorprendido.
-¿Qué haces tú aquí? –preguntó don Fernando.
-Quería asegurarme que todo estuviera tranquilo –respondió petulante, provocando el odio del padre de Fernando.
-Aquí no hay nada que ver. Tus amigos ya se iban.
-Genial –dijo Alexander.
-No, yo no me iré.
-Diego, no hagas esto más difícil –dijo Fernando, con sus ojos rojos y las lágrimas deslizándose por sus mejillas-. No tienes que pasar por esto.
-No quiero que me dejes –le supliqué-. Por favor, no lo hagas.
-No quiero dejarte –me dijo mientras corría a abrazarme-. Pero no tengo otra opción.
-¡No lo toques! –dijo su padre mientras lo tomaba del brazo y lo apartaba de mí.
-¡Hey! Cuidado con tocarlo –advirtió Alexander cuando vio que el padre de Fernando se aproximaba a mí.
-¿Y qué si lo hago? –preguntó amenazante.
-Ya sabe lo que pasará –contestó Alexander, burlándose por lo que había sucedido la última vez.
Don Fernando se acercó con malas intenciones a Alexander, pero me interpuse en medio de ambos ante la sorpresiva mirada de éste último.
-No se atreva –le advertí-. Su problema no es con él.
Le mantuve la mirada con firmeza. Retrocedió hacia la casa y miró a Alexander.
-Llévatelo de mi casa –le ordenó. Alexander me tomó del brazo.
-¡Fernando! –protesté-. ¡No me dejes!
-Diego… -miró a su padre, y corrió hacia mí. Me tomó de la nuca y me dio un beso tan intenso que sentía que se llevaba parte de mi alma con él. Bebí de él, y lloraba mientras lo hacía. Don Fernando corrió espantado a separarnos mientras su esposa lloraba en la puerta, pero Alexander lo empujó haciendo que cayera. Preciados segundos ganamos con eso, que usamos para memorizar el beso, el sabor y las sensaciones. Un beso amargo y dulce a la vez. Un beso que jamás olvidaríamos.
-Te mataré –dijo don Fernando cuando quitó a Alexander de su camino y se abalanzó hacia mí. Pero Fernando se volteó y le dio un feroz puñetazo en el pómulo dejándonos a todos sorprendidos.
-¡Vete! –me dijo. Luego me susurró-: Te prometo que nos volveremos a ver algún día.
-Fernando…
-¡Vete, Diego!
Martina me tomó de la mano y me sacó de allí, mientras Alexander se nos sumaba en la huida…
Esa misma tarde Fernando se fue de la ciudad. Lo supe al otro día, cuando en el colegio nos comunicaron que el padre de Fernando había sido llamado para un nuevo trabajo en otra ciudad y como el año escolar prácticamente había acabado, habían decidido irse. Martina y yo sabíamos que la razón era menos democrática de lo que parecía, y estaba seguro que los profesores igual lo sabían.
Tuve que salir al baño para poder llorar sin que los ojos de mis compañeros cayeran sobre mí. Rápidamente mi mejor amiga llegó a consolarme, provocando que mis lágrimas cayeran como cascadas sobre sus hombros. Todo era tan injusto. Sentía que unas garras despedazaban mi pecho y no podía respirar. Caí al suelo sintiendo que todo el mundo se me venía abajo. Mi visión se volvió borrosa, y me sentí caer en un hoyo frío y desolado. Los brazos de Martina me envolvían pero no los sentía. Sólo sentía que moría y que no podía dejar de llorar.
Martina comenzó a gritar al ver mi estado, y pronto los profesores se acercaron a comprobar lo que sucedía, junto con algunos alumnos curiosos. Fue mi primera crisis de pánico. Mis padres tuvieron que retirarme del colegio después de que la enfermera verificara que todo estuviese bien. No despegaron sus ojos de encima de mí durante toda la tarde. Sentí su apoyo y su amor. El día anterior les había contado lo sucedido en casa de Fernando, y no habían estado de acuerdo con lo que hice, aunque podían entenderlo.
Me encerré en casa para conseguir digerir todo lo que estaba pasando. Le pedí a Martina que no fuera verme, necesitaba estar solo para llorar, pensar y enojarme. Mis emociones estaban revueltas, mis ojos dolían y estaban hinchados. Mi garganta estaba rasgada y mi voz apenas era audible. Mis nudillos casi estaban en carne viva, y mis padres comenzaron a preocuparse aún más por mí.
-Diego… -susurró mi madre por la puerta-. Tienes una visita.
-No quiero ver a nadie, mamá –le respondí. Estaba sobre la cama, con pijama, en un estado de sopor. Toda mi habitación apestaba porque llevaba días sin ducharme y con la misma ropa-. Además, le dije a Martina que no viniera hasta que yo la llamara.
-Ya, pero no es Martina –dijo dubitativamente-. Es Alexander. Lleva días viniendo. No te lo quería decir, pero siempre viene a preguntar por ti. Y creo… creo que es buena idea que hables con él.
-Pero… -estaba sorprendido por lo que ella me acababa de confesar.
-Habla con él, por favor –me pidió-. Te hará bien interactuar con alguien más y no estar torturándote con lo mismo.
-Está bien –Su mirada de preocupación me hizo sentir culpable. Y cuando acepté, inmediatamente sus ojos se iluminaron.
Escuché cuando lo invitó a pasar, y luego sentí sus pasos seguros llegar hasta mi habitación. Llegó con una luz primaveral que me encegueció. Llevaba una camiseta sin mangas de color gris, y un short de mezclilla azul. Su pelo destellaba vida, y su piel se veía tan tersa comenzando a tomar un brillo dorado. Me sentí shockeado al ver el contraste que había entre él y yo. Tomando conciencia que sólo yo y mi habitación estábamos sumidos en una niebla depresiva pero el resto del mundo brillaba con el sol. Pero pese a que todo en él irradiaba vida, sus ojos grises me miraban con tristeza y preocupación.
-Hola, Diego –me dijo lentamente. Su voz gruesa y poderosa entró por mis oídos haciendo vibrar mi cuerpo.
-Hola, Alexander –respondí-. ¿Qué haces aquí?
-Quería verte –contestó. Se encontraba parado bajo el umbral de la puerta, sin atreverse a acercarse-. Me tienes muy preocupado.
-Estoy bien –respondí.
-No, no lo estas –quiso avanzar pero dudó. Lo miré y me senté en la cama, golpeando el costado para que se sentara junto a mí. Caminó con inseguridad, lo cual en él era impensado. Se sentó junto a mí, dejando un espacio prudente de distancia-. ¿Cuándo planeas salir? Martina está muy preocupada por ti.
-No lo sé. No tengo ánimos de nada –le respondí.
-Encerrándote aquí no conseguirás nada –me dijo-. Fernando ya se fue, y no volverá. Es duro, lo sé… Sé lo que es perder a quien amas… Pero el tiempo ayudará.
-Yo no lo perdí. Me lo quitaron… Me lo arrebataron… -contesté enojado.
-independiente de cómo fue ¿qué ganaras quedándote aquí?
-Lo mismo que ganaré estando a fuera o dónde sea: nada. Nada. Porque no me lo devolverán.
- No, en ningún escenario te lo devolverán, tienes razón. Pero, por lo menos afuera, ganarás vivir. Podrás continuar. Tu vida no se acaba ahora.
-¿Y qué quieres? ¿Qué salga y olvide todo? No puedo superar esto tan rápido –lloré.
-Nadie te pide que lo superes. Es obvio que no lo olvidarás de la noche a la mañana –dijo mientras me acariciaba el pelo-. Pero haz el intento de seguir. No te encierres ni te tortures. El dolor no se irá, sí, pero no te dominará, y poco a poco lo dominarás tú y podrás seguir. Pero pelea por eso, no te rindas. Nosotros te apoyaremos. Ya has llorado y te has lamentado por casi dos semanas. Si sigues así, te hundirás en un hoyo en el que cada vez te costará más salir.
-Es difícil –sollocé.
-Lo sé, Diego. Pero tú eres capaz de todo.
-¿Cómo está Martina? –le pregunté luego de un rato de silencio.
-Bien, creo estaba con… bueno, ya sabes.
-¿Gonzalo? –pregunté.
-Sí… -asintió de mala gana. No le gustaba que estuviese con él, pero respetaba la decisión de su hermana. Esperaba que Gonzalo no metiera la pata, porque no le convenía hacer enojar a Alexander-. El lunes es la última semana de clases, así que no están haciendo nada en el colegio. Sólo preparando una convivencia, creo.
-Tú ya saliste ¿verdad? –y luego una conexión neuronal se hizo en mi cerebro-. ¡Es cierto! Los de último curso salen antes. Se me olvidaba que te licencias.
-Sí, por cierto, quiero verte ahí –me dijo. Dudé, no estaba seguro de querer salir a un evento tan público-. Será el miércoles, a las 7 de la tarde. Aún falta para eso. Pero quiero verte ahí, por favor. No sería lo mismo si no estás para aplaudirme –sonreí.
-Lo pensaré –respondí. Me miró un poco compungido por no haber oído una respuesta positiva. Pero no insistió.
-Está bien –contestó-. Bueno, me tengo que ir. Me alegra haberte visto.
-Gracias por venir –le dije. En cierto modo, me sentía mejor. Haber hablado con alguien más que sólo mi propia mente, me ayudó a despejar mis ideas y a quitarle presión a mi cerebro.
-Prométeme que saldrás de esto –me dijo-. Quiero ver al Diego de siempre otra vez.
-Eso Diego ya no existe –respondí de forma sombría.
-Pues que salga uno mejor –dijo con una firmeza intimidante. Se negaba a verme morir.
Lo abracé. Un impulso me empujó a hacerlo. Inmediatamente sus bíceps me envolvieron y todo su cuerpo me recibió. Sentí que con ese abrazo mi energía oscura se disipaba. Me sentí seguro y contenido. Sentí que todo estaría bien.
-Perdón por estar hecho un asco –le dije cuando me separé de él.
-No me importa. Por un abrazo así aguantaría que estuvieses envuelto en fuego incluso –dijo. Y luego se fue dejándome con una cosquilla en el pecho que no logré descifrar.
Si bien ese día mi ánimo mejoró, durante la noche tuve un sueño que me hizo amanecer con una terrible angustia. Alexander intentó verme ese día, pero lo rechacé, y también lo hice al día siguiente. Había vuelto a caer en ese hoyo de tristeza.
Llegó el miércoles, y apenas había conseguido tener fuerzas para levantarme a orinar. Estaba en el baño cuando sentí que la puerta fue golpeada. Escuché que mamá fue a abrir, e inmediatamente escuché la voz de Alexander.
-¿Puedo hablar con él? –preguntó. ¿Qué hacía aquí? Eran las 6:30pm y su ceremonia era a las 7pm.
-Lo siento, Alexander –le dijo mi madre apenada. Salí sigilosamente del baño hasta el pasillo-. No quiere nada con nadie.
-Entréguele esto, por favor –escuché que dijo con voz quebrada. Espié desde el pasillo y vi que de sus ojos caían un par de lágrimas-. Por último que le quede de recuerdo.
Mamá lo recibió y luego Alexander se giró. Iba perfectamente peinado y con el uniforme impecable. Cuando mamá cerró la puerta me vio en el pasillo. Lucía apenada por ver a Alexander así. Su sorpresa no superaba la mía. Me sentía muy mal de ser quien provocara que él se sintiera de esa forma. Me tendió lo que Alexander le había entregado. Era un sobre con la invitación para la ceremonia. En la hoja del programa había una foto con toda la promoción de estudiantes, y pude distinguir en la fila del final a Alexander. Su sonrisa perfecta y su porte resaltaban de entre todos sus compañeros. Me miraba con ojos alegres y brillantes. Sentí orgullo al verlo ahí, y una lágrima se deslizó por mis mejillas.
-Tengo que ir –le dije a mi mamá-. Tengo que verlo. Es importante para él.
-No tienes que decírmelo –contestó mi madre, quién me miraba feliz por la decisión que había tomado-. Tienes que ducharte inmediatamente. Plancharé tu ropa mientras tanto.
-Sí… Sí –reafirmé-. Iré. Voy a ducharme.
Corrí a la ducha mientras mi mamá se dirigía a mi closet para buscar el outfit adecuado para la ocasión. Una vez aseado, procedí a cepillar mis dientes y luego corrí hasta mi habitación. Mamá había preparado un pantalón azul marino y una camisa blanca con una corbata azul. Encontré que era demasiado formal para la ceremonia, y ese pantalón se me ceñía demasiado al cuerpo, pero no tenía tiempo para cambiarlo. A las 7:15 iba saliendo de mi casa.
Papá condujo a toda marcha hacia el lugar de la ceremonia. Mi corazón palpitaba con adrenalina, pues porque si pasaban por orden alfabético, el apellido de Alexander estaría dentro de los primeros. Eran casi las 8 de la noche cuando llegué hasta el auditorio. Escuché los aplausos y vítores del alumno que recibía su diploma y tomaba la foto de rigor.
Corrí por el pasillo justo cuando el nombre de Alexander era mencionado. Se levantó cabizbajo y caminó a recibir su diploma.
-¡Alexander! –le grité mientras llegaba a la primera fila, entre saltos y empujones-. ¡Alexander!
Sus ojos me buscaron entre la multitud y su rostro se iluminó al instante. La sonrisa llenó su cara y su mirada emitió un resplandor que de seguro se vio fabuloso en las fotos que fueron tomadas. Unos brazos me envolvieron y casi caí. Martina me saludaba con emoción mientras me llevaba a una silla que tenía mi nombre en el respaldo.
-Nunca perdió la esperanza –me dijo cuando se dio cuenta que vi mi nombre allí.
Me senté. Estaba cansado por toda la odisea que había hecho para haber llegado a allí. Me sorprendí al ver al padre de Alexander, quien me saludó con un gran abrazo. Martina se sentó junto a mí y comenzó a observarme. Alexander igual lo hacía, incluso sus padres lo hacían. Me sentí un poco incómodo, pero mi corazón se sintió cálido cuando vi la cara de felicidad que tenía. Me alegraba no haber arruinado su día.
Me abrazó efusivamente cuando la ceremonia acabó.
-Perdón por no traerte un presente –me disculpé, pues todos llevaban flores o paquetes de regalos.
-Viniste… Es el mejor regalo –me dijo. Sus padres lo miraban como si alguien hubiese usurpado la identidad de su hijo. Martina les hizo un gesto para que no interrumpieran el momento.
-No podía perdérmelo –le sonreí.
Luego de algunos abrazos y felicitaciones, salimos del lugar.
-¿Irás a cenar con nosotros? –me preguntó-. Mis padres prepararon una mini celebración.
-Eh, no lo sé –dudé.
-Diego, tienes que ir sí o sí –dijo don Sebastián-. No aceptaré un no por respuesta. No te veo desde hace muchos años. Y, por lo que veo, has conseguido civilizar a mi hijo. Me tienes que contar cómo lo lograste.
-Papá… -advirtió Alex.
-Vamos, Diego. Aunque sea un ratito –me pidió Martina.
-Bueno, está bien –acepté.
Y ese fue el primer paso para salir del hoyo. La cena estuvo genial, llena de risas y de recuerdos. Sus padres hicieron algunas preguntas sobre Alexander y yo, las cuales no tuvieron respuestas debido a lo complejo que era explicarlo. Sólo dejamos claro que no estábamos juntos, aunque existía un gran cariño entre nosotros. Sus padres nos miraron de forma picaresca pero no dijeron nada más.
Los días pasaron y poco a poco, y con ayuda de Alexander y Martina, fui saliendo de mi encierro. Habían días buenos y días malos, pero Alexander siempre estuvo ahí. Su apoyo fue fundamental y su cariño me levantó. Fue así que conocí a un nuevo Alexander. Uno que expresaba sus sentimientos, que me hacía sentir protegido y que era honesto. Para el resto de la gente seguía siendo el mismo, pero conmigo derribaba todas las murallas. Era el Alexander que siempre soñé.
El día de año nuevo, cuando nuestras familias decidieron cenar juntas, fue cuando comprendí la mirada que sus padres habían hecho hace unas semanas atrás. Con Alexander cada vez estábamos más cerca, y todos ya intuían que dentro de poco íbamos a terminar juntos. A nadie pareció importarle que Alexander de pronto se volviera gay, y pronto todo el mundo nos quería ver como pareja, ya que les encantaba verlo en esa faceta enamoradiza. Y en el fondo yo sabía que por el camino en que íbamos terminaríamos juntos, sólo que no estaba preparado para eso. El recuerdo de Fernando todavía era muy reciente.
Pero en un abrir y cerrar de ojos llegamos a finales de Enero. Alexander cumplía los 19 años e hizo una celebración en su casa. Para ese entonces, Martina ya estaba en algo más serio con Gonzalo, y Alexander había limado asperezas con él, por lo que lo había invitado a su fiesta. Mientras yo charlaba con ellos, Alexander apareció de pronto y me pidió que lo acompañara al segundo piso. Entramos a su pieza y una vez que estuvimos solos, se confesó ante mí:
-Te quiero demasiado, Diego. Ya no aguanto estar cerca de ti sin poder decírtelo –me tenía las manos sujetadas y me miraba con intensidad. Yo me encontraba mudo-. Ver a Martina y a Gonzalo juntos me empujó a dar este paso. Yo quiero tener eso contigo. Nunca había entendido lo que es querer a alguien hasta ahora. Literal siento que podría donarte cada uno de mis órganos si fuese necesario.
-Eso es un poco extraño…
-Lo sé, pero lo haría. Daría un brazo, una pierna… lo que sea. Me importas más tú que cualquier cosa que me pudiese pasar –decía. Sentí un flashback doloroso, de cuando Fernando me confesó lo que sentía por mí-. Desde que me di cuenta lo que significabas para mí, no he parado de hacer hasta lo imposible para que estés bien. Cada sonrisa tuya, cada vez que te escucho reír, cada vez que tus ojos me sonríen, siento que mi pecho va a explotar de alegría. Es como esa bocanada de aire que das cuando sales del agua después de estar mucho rato aguantando la respiración. Pero la sensación solo es comparable si hubieses estado horas sin respirar, y de pronto por fin entrara aire a tus pulmones.
-No sé cómo puedes sentir tantas cosas por mí, Alexander. Soy un lío de persona.
-Diego, si no te amas a ti mismo…
-… ¿nadie me amará? –completé.
-No. Si no te amas a ti mismo, nunca vas a entender por qué alguien te ama –y de pronto sentí un golpe de entendimiento-. Ojalá pudiera entregarte mis ojos para que te veas como yo te veo. No sabes el dolor que me causa que no te des cuenta de lo maravilloso que eres.
-Alexander… -mis ojos se humedecieron por lo que sus palabras me hacían sentir. Y era curioso cómo su lado cursi se mezclaba con su lado bestial. Era como si el agua y el aceite se juntaran y formaran caramelo. Así era Alexander.
-Eres maravilloso, Diego. Que nunca se te olvide. Y de verdad me harías el hombre más feliz si… -respiró-. ¿Quieres ser mi novio? Sin mentiras, sin secretos… Quiero hacerlo bien.
-Yo… No lo sé…
-Sé que no soy la mejor persona… Sé que soy un asco y que no te merezco y…
-No digas eso, Alexander. Tú has cambiado mucho. Vales el triple de lo que antes valías. Y para mí… -le tomé las manos-… tú eres mi héroe personal. Eres mi protector. Estoy aquí gracias a que no me abandonaste. Y sí, Alexander, quiero ser tu nov…
No terminé la frase pues se lanzó sobre mí para abrazarme. Sentí que el aire se iba de mis pulmones debido a la fuerza de su agarre. Pude sentir que todo su cuerpo estaba emocionado por la respuesta y a través de su piel me transmitía su felicidad. Al instante quise más… necesitaba más. Quería volver a sentirme vivo, y ese abrazo encendió una parte de mí que llevaba meses en estado de hibernación.
Sin mediar palabra capturé su boca. Se sorprendió ante ese movimiento, pero de inmediato tomó las riendas. Supuse que no se había atrevido a dar el paso primero, pues temía que de alguna forma me pudiese sentir presionado. Agradecí eso, ya que me dio la valentía para ser yo quién atacara primero. Y vaya que valió la pena. Sentí que en cada beso me transmitía vitalidad al cuerpo. Con cada caricia me sentí de él… me sentí seguro y cuidado. Un beso tierno pero violento, exactamente como Alexander era. Un beso que saciaba mi lado romántico y mi lado salvaje.
Al instante despertó una parte que tenía dormida. El calor surgió desde el infierno y comenzó a apoderarse de mi cuerpo. Desde mi pecho se extendió hasta mis dedos, acelerando mi pulso y mis respiraciones. Quería gritarlo. Quería explotar en fuego para renacer de las cenizas.
Alexander ya me llevaba ventaja. Me comía la boca con intensidad, mientras su paquete duro se clavaba en mi abdomen. Con cada beso y caricia me decía que necesitaba con urgencia estar dentro de mí, llenarme en todo el amplio sentido de la palabra. Y yo también lo necesitaba. Me urgía dejar todo atrás y dar este nuevo paso. Me urgía volver a ser el chico que era antes. Necesitaba volver a ser feliz.
Mordí su labio con provocación mientras sus ojos de lince hacían contacto con los míos. Era una declaración de guerra que desataría un apocalipsis sexual. Se apartó de mí y tomó su teléfono. Marcó un número que no tardó en contestar.
-Martina, estaremos ocupados. Que nadie entre a la habitación –y luego colgó. Por un momento había olvidado que abajo había una pequeña fiesta en honor a su cumpleaños.
A continuación me miró, y sin despegar la vista se quitó la camisa que llevaba, botón por botón. Sentí la necesidad de levantarme de la cama y lanzarme a lamer su pecho. Cuando se la quitó por completo me la tiró a la cara. Me la saqué de encima, y al volver a mirar me encontré que comenzaba a quitarse el pantalón. Su pene, grueso y asesino, se marcaba a través de la tela, consiguiendo asomar un milímetro de su glande por el borde del pantalón. Sentí que mi boca se humedecía.
Repitió la misma acción con el pantalón una vez que se lo quitó. Luego siguió con su bóxer, el cual prácticamente no estaba cumpliendo su función, pues la mitad de su verga había conseguido liberarse. Se acercó a mí, completamente desnudo, con su pene al tope de duro y apuntando al cielo. Me incorporé hasta tener su miembro frente a mí. Sentí su aroma de macho, y sentí su calor en mi rostro. Iba a abrir mi boca para cazarlo, pero rápidamente me empujó hacia atrás y atacó mi ropa.
Sus manos estaba en todo mi cuerpo, y en un pestañeo me encontré desnudo sobre su cama. Miró mi cuerpo, estudiando cada centímetro en un proceso de reconocimiento.
-Te ha hecho muy bien el gimnasio –me dijo mientras se saboreaba.
Sin decir nada más, separó mis rodillas y hundió su cara entre mis muslos.
-¡Ah! –gemí. Fue un gemido intenso y sorpresivo. Mi corazón palpitó tan rápido que me asusté. Alexander estaba haciéndome una mamada.
Sentía que me iba a correr sólo por lo impensado y morboso que era lo que estaba sucediendo. Alexander devorando mi pene… Y lo hacía bastante bien. Gemí otra vez. No podía parar de mirar cómo sus labios se aferraban a mi verga, y cómo sus mejillas se hundían cuando succionaba. Era un sueño. Aferré su cabeza con mis muslos pues el gusto que sentía en ese momento hacía que me retorciera de placer.
-Eres delicioso, bebé –me dijo. Y me corrí al instante. Una corrida que estuvo guardada en mis testículos por más dos meses. Disparos espesos y gruesos, que me cortaron la respiración por algunos segundos. En menos de cinco minutos Alexander me había hecho eyacular-. ¿Lo hice bien?
-Perfecto… -respondí mientras jadeaba. En su rostro se formaba una sonrisa orgullosa, sintiéndose victorioso por lo que había conseguido. Ni yo podía creerme lo que había sucedido. Pero Alexander tenía algo que simplemente hacía que mi cuerpo respondiera a cualquier cosa que él hiciera.
-¿Me detengo? –preguntó con sonrisa traviesa.
-No… -contesté.
Limpió mi verga y luego sostuvo mis rodillas, para luego llevarlas hasta mi pecho. Rugió cuando mi culo quedó en su cara. Literal lo hizo. Podía sentir lo mucho que estaba disfrutando en ese momento, y lo mucho que deseaba volver a estar conmigo.
-¡Por Dios! ¡Que culazo! –festejó-. Está mejor de lo que recordaba. ¡Dios! Quiero reventarte el orto, bebé –soltó. De inmediato mi cuerpo vibró ante sus palabras. Y luego lo volvió a hacer cuando su lengua barrió desde mi coxis hasta mi escroto, como si mi culo fuese una paleta de helado-. ¡Uff! Te quiero tanto, bebé. No sé qué haría sin ti.
Y ese era Alexander. En un segundo me decía lo mucho que quería romperme el orto y al siguiente me podía decir lo más tierno del mundo. Mi cuerpo hacía cortocircuito con él. En un mismo instante podía encender mi corazón y mi pene, provocando que cayera rendido a sus pies. Éramos tal para cual.
Gemí cuando enterró su cara en mi culo. Fue maravilloso sentir esas cosquillas recorriendo mi cuerpo. Sentía como la tensión se iba y sólo quedaba el placer. Quería tenerlo dentro, necesitaba que fuéramos uno.
-¡Ah! ¡Por favor! ¡Métela! –gritaba con descontrol. Levantó su rostro de entre mis nalgas y me miró. La saliva perlaba su boca y parte de sus mejillas. Sentía la humedad en mi piel y la viscosidad en mi ano.
-¿Estás seguro? –preguntó.
-Sí… Quiero tenerte dentro –le rogué. No aguantaba más. Sentía mi cuerpo en llamas.
-Dolerá… -advirtió.
-Rómpeme –le pedí. No me reconocí en ese momento. Estaba hablando la parte de mi cuerpo que había reprimido por un tiempo preocupante para un adolescente en el peack hormonal.
Su rostro se transformó cuando me oyó decirlo. La bestia poseyó al humano, y por fin fue libre de hacer lo que quisiera, sin represión. Se acercó a mí y tomando su pene desde la base apuntó a mi cara. Adoré volver a ver esa verga majestuosa. Se veía más grande y gruesa que nunca. Extrañé su forma peculiar, con un glande pequeño y con un tronco que gradualmente iba enanchando.
Abrí mi boca y la recibí. Y tragué… tragué y seguí tragando. Gimió de excitación cuando por fin su verga desapareció por completo en mi boca. Lo miré a los ojos mientras sentía que mi garganta se iba a rajar, y me alimenté del brillo de lujuria que en su mirada destellaba. La asfixia y la sensación de que mis ojos estallarían, eran insignificantes a comparación con el gozo que le estaba entregando a Alexander. Valía la pena totalmente.
-Eres un grande, bebé. Contigo me gané la lotería –dijo cuando sacó su pene, dejándome respirar y toser. Pero a continuación volvió a meterlo en mi boca y la comenzó a follar. Cerré mis ojos con fuerza, aguantando valientemente toda la longitud de su pene. Los ruidos guturales, sólo conseguían excitarlo más... y también a mí. Pues mi pene estaba duro y mojado, sólo a causa de la mamada.
Salió de mi boca luego de unos segundos. Luché por respirar mientras la tos me invadía. Gran cantidad de saliva caía por mi mentón y cuello. Así mismo se encontraba su pene, cubierto por una capa viscosa de saliva que goteaba hasta el suelo. Volvió a su antigua posición mientras yo me recuperaba. Y apenas lo hice, yo mismo abrí mis nalgas para ofrecerle mi agujero. Lo quería dentro de mí con urgencia, aunque aún estuviese mareado por la intensa mamada.
-¡Ah! –gemí, cuando su glande entró sin aviso-. ¡Ah!... ¡Oh!... ¡Ay! ¡Dios!
Gritaba sintiendo cómo la parte gruesa de su miembro abría mi ano con violencia. El dolor alrededor de mi ano fue ten intenso y a la vez tan placentero, que no sabía si llorar o gemir. Alexander estaba en otro planeta, disfrutando de la presión en su verga. Sintiendo cómo su miembro obligaba a mi ano abrirse, y viendo cómo yo gemía y me retorcía. Una vorágine de placer. Fue una delicia volver a sentirme lleno, y volver a sentir que mi agujero se estiraba hasta límites preocupantes.
-¡Oh! Mmm… Ya está todo dentro –me dijo-. ¡Mierda, Diego! Cómo aprietas… ¡Uff!
No esperó a que me acostumbrara y rápidamente comenzó a follarme. Chillé apenas empezó. El dolor sólo endulzaba mi placer, el cual se intensificó cuando su boca comió la mía. Su lengua entraba hasta mi garganta, ahogando mis gritos de gozo. El calor de su piel sobre la mía, su olor masculino, su lengua en mi boca, su pene dentro de mí… Me sentía en el paraíso.
El sudor nos bañaba en esa noche de verano. El olor a sexo inundaba la habitación. Nuestros pechos en contacto latían uno frente a otro. Sus ojos mirándome fijamente mientras me rellenaba, alimentándose de mí disfrute. Tan tierno y a la vez tan bruto. Sacaba su miembro y lo metía de golpe solo para ver los gestos de dolor/placer que yo ponía.
Al cabo de un rato, salió de mí y se acostó boca arriba. Me levanté con las piernas temblando y me ubiqué sobre él. Sentía mi ano tan abierto que pensé que jamás volvería a cerrarse otra vez. Y el aire fresco que entraba en él me producía escalofríos. Tres de mis dedos entraban casi sin esfuerzo, y al salir venían con un preocupante tinte rojizo. Pero no me detuve a analizarlo, y de inmediato me senté sobre su pene para cabalgarlo.
Nos besamos para acallar nuestros gemidos mientras me taladraba con potencia. El choque de su glande contra mi próstata me producía punzadas de dolor y placer, que poco a poco me llevaban de nuevo al orgasmo. Sus manos se posaron en mi cintura para empujarme aún más adentro su verga, produciendo que el ruido de nuestras carnes chocando llenara la habitación.
Mordí su cuello para silenciar mi grito desgarrador de placer cuando el clímax comenzó a propagarse desde mi ano hasta mi glande. . Mi ano se cerró a tal punto que la presión alrededor de su pene me causó dolor. Alexander gimió tanto por el placer como por la mordida que le estaba propinando. Sin la necesidad de tocarme, y solo por el trabajo de su miembro en mi culo comencé a correrme. Los chorros de semen salieron desde mi pene y salpicaron su abdomen y pecho, mientras clavaba mis dientes en su piel para reprimir mis ganas de gritar.
-¡Mierda! ¡Mierda! –repetía Alexander.
Acto seguido, noté que su pene comenzaba a convulsionar dentro de mí. Sus brazos me envolvieron y me aprisionaron contra él con fuerza. Sus embestidas se hicieron rápidas y profundas. Sólo sentía su pene entrando y saliendo, sumado a sus gruñidos salvajes en mi oído.
-¡Mierd… Ah! ¡Oh! ¡Dios! –exclamó.
Lentamente sus estocadas se fueron enlenteciendo. Su pene palpitó unos segundos más y luego sentí que se iba desinflando. Pese a que ambos nos habíamos corrido, no me soltó y nos mantuvimos abrazados. Su pene salió de mi agujero, y sentí que su leche salía como un río. Mi ano boqueaba abierto, sin ser capaz de cerrarse, quedando por varios segundos con forma de “O”, sintiendo el aire acariciar mi interior.
Cuando descansamos lo suficiente, decidimos que era momento de volver a la fiesta. A duras penas conseguí recostarme en su costado. Sobre su abdomen había un charco de semen, al igual que en su pubis, sólo que esta última tenía un color rojizo. Mis piernas dolían, y sentía que mi trasero ardía como el infierno. Me quejé cuando intenté sentarme sobre la cama.
-Tú me lo pediste –dijo Alexander mientras se mordía el labio-. Fue sin piedad.
-Creo que no podré caminar –sonreí. Y no paré de hacerlo. De pronto un ataque de risa me dominó. Era tan irreal lo que estaba sucediendo.
-Amo cuando ríes –me dijo.
Me acerqué a él y lo besé. Sus brazos me rodearon y el calor que me transmitía me hacía sentir en el paraíso. Estar entre sus brazos era mi hábitat natural, y no había lugar en el mundo dónde pudiera estar más cómodo.
-Feliz cumpleaños –le dije mientras me acurrucaba sobre su pecho.
De pronto sentí mi celular vibrar sobre el mueble que estaba al lado de la cama. Era un mensaje de un número desconocido:
“Hola?? Diego?? Estás? Soy Fernando. Contesta, por favor”
Sentí agua fría caer por mi cuerpo. El destino es una perra.
¿Fin?
(Gracias por llegar hasta aquí. Definitivamente esta historia se volvió una de mis favoritas. Espero que la hayan disfrutado al igual que yo lo hice. Estoy ansioso de leer sus comentarios, porque sé que el final no era lo que todos esperaban)