El hermano de mi mejor amiga...
Nunca intercambiamos palabras, pero si otra cosa...
Siempre recuerdo aquella vez, pués fue la que más me excitó, aunque ni siquiera supe nunca su nombre...
Yo era muy joven y quería probarlo todo, hacerlo todo, lamerlo todo...
Mi mejor amiga se llamaba Victoria, era una chica que resaltaba en todo: en notas, en hermosura...pero para mí lo que más me gustaba de su amistad era su hermano. Aquel chico rubio de ojos azules, musculoso y un poco más alto que yo, que siempre me miraba cada vez que iba a la casa de mi amiga, pero nunca hablé con él.
Un día me quedé a dormir en su casa, y a la noche, fui al baño, que quedaba al lado de la habitación de aquel chico de ojos azules. Al salir, le eché un vistazo, sólo por curiosidad. Lo que ví me hizo mojarme un poco: él dormía sólo con una fina sábana, y completamente desnudo, se podía notar que su "parte" era muy grande, y yo no podía parar de mirar. Estuve un rato hasta que me decidí y entré a aquel cuarto. Tenía miedo, pero sabía bien lo que quería hacer. Me arrodillé en frente de él, dejando su pene delante mío, sólo cubierto por una sabana. Le miré a la cara, y le toqué el pecho. No se movió. Seguí hasta un poco debajo de su ombligo, destapando lentamente su cobertura, y acariciándole suavemente su piel. Él soltó un sonidito, me dió la sensación de que se despertada, desesperación, pero no pasó nada. Me detuve un poco y seguí hasta que llegué hasta su pene. Lo destapé y se paró al instante. Me sonrojé mucho al verlo, pero lo deseaba demasiado como para detenerme: lo agarré con las dos manos desde abajo, y lamí suavemente la punta. Él soltó un gemido. Me excitaba tanto que él disfrutara de lo que yo le hacía, que seguí lamiendo la punta un poco más, hasta que me decidí a metermelo en la boca. Me lo metí hasta la mitad, cuando sentí algo en mi cabeza que hacía presión hacia abajo: su mano.
Hizo que se me saltaran las lágrimas, pues no me lo esperaba. Estaba muerta de miedo, pero se me pasó al instante, por las ganas de seguir dándole placer. Me lo saqué de la boca, y lo miré: sus ojos azules brillaban y me miraban con una cara que me pedía que siga. Y seguí. Por un rato.
Cuando iba a quitármelo de la boca, su mano me empujó de nuevo hacia abajo, y un líquido blanco y caliente me llenó; y él solyó un orgasmo ahogado. Ya estaba a punto de correrme, pues me escitaba al máximo saber que él disfrutaba de lo que yo le hacía.
Me levanté y me agarró de la cintura y me sentó encima de él, y me desvistió rápidamente. Me acercó a su cara y me besó. Fué ese el beso más romántico y erótico que tuve en toda mi vida. Luego me agarró de nuevo de la cintura y me penetró con fuerza. Yo le miraba a sus ojos, y él a los míos. Veía su expresión de placer, y me hacía querer seguir toda la noche. Me empecé a mover más y más rápido y disfrutaba. Hasta que los dos soltamos un orgasmo que podría despertar a todos en la casa, y mágicamente lo no hizo, y nos corrimos a la vez. Nos quedamos inmóviles mirándonos a la cara por un rato. En ese momento sentía como si nos fuéramos a derretir el uno en el otro.
Luego nos dimos otro beso, esta vez más largo, combinado con nuestras respiraciones profundas. Nuestros cuerpos mojados se encontraron por última vez, y luego me levante y fuí rápidamente al baño a ducharme.
El resto de la noche no dormí, ya sea por excitación o por miedo a que alguien sepa de lo que había pasado. Al día siguiente nos encontramos en el desayuno, pero no nos dijimos una sola palabra. Sólo intercambiamos miradas, con los mismos ojos que se habían encontrado la noche anterior.