El hermano de mi cuñada

En El cuñado de mi hermana era la versión del hombre adulto: aqui la misma historia de sexo,obsesión y sexo pero contada por un chico de 18 años.

Yo me crié en el campo, entre vacas, toros, novillos, pollos, cerdos, gansos, pájaros. Mi horizonte fue la llanura interminable de la pampa húmeda argentina, con sus inmensas extensiones de tierra cultivada, o de pastoreo, con ese cielo tan azul, tan diáfano y tan limpio, y mi mar, o lo que yo fantaseaba era el mar, era una laguna que quedaba a media legua de la tranquera, entre pajonales, y cañaverales...

Mi mundo fué durante mucho tiempo, una estancia. Como se llaman acá a las haciendas. Yo soy el hijo menor de los patrones. El benjamin mimado de mi mamá, una señora de la alta oligarquía argentina, de esa quasi-casta con veleidades de aristocracia europea, trasplantada al fin del mundo. Clase social dueña de la tierra, de sus riquezas, del poder y de la falsa moral, una "elite" codiciosa, conservadora y soberbia. Mi madre es una mujer prejuiciosa y despreciativa, y auque lo niegue: lo mide todo según el largo del apellido. Soy tambíén el hijo rebelde y distanciado de mi papá, un hombre tan buen mozo como serio, un ingeniero de apellido menos aristocrático, importado de una gran ciudad, pero que se adaptó muy bien a la vida burguesa, bucólica y placentera, a los privilegios, las costumbres, a los prejuicios de esa sociedad rural, tan cerrada y chata, prisionero como está en un matrimonio por interés y sin amor.

A mis 18 años, nunca había tenido buena relación con mi viejo y menos a partir del día que en reunión familiar, y harto de vivir entre tanta mentira, anuncié que era gay y que no me importaba si eso les gustaba o no. Que no tenían la culpa de lo que yo sentía ni de mi opción de vida, y que quería irme del pueblo para seguir estudiando y "vivir mi vida" en una gran ciudad, como Buenos Aires.

Mi madre, más devota del "Opus Dei" que de Cristo, (pero que no ha hecho los votos, pues la pobreza más que la castidad, la espanta horriblemente) se persignó y cerró los ojos, y creo que se puso a orar una letanía de rezos por su hijo descarriado, blasfemo, inmoral y pervertido, por su hijo homosexual. Yo. Mi padre, sin decir una palabra, rojo de vergüenza, se puso los anteojos para cubrir sus ojos húmedos y sin mirarme siquiera, salió como disparado del cuarto, para tomar aire en la galería de atrás, allií dónde tenía su sillón hamaca y dónde fumaba sus habanos.

Mi hermano Ricardo el digno heredero, occidental y cristiano, de mis padres, primero me miró con un desprecio inmenso y luego comenzó a decir estupideces para calmar a mi madre, de cuya fortuna personal .dependía, tratando de convencerla de que lo mío no era definitivo, que quizás yo estaba confundido, que a mi edad ocurren esas indefiniciones., las malas amistades, la excesiva sensibilidad. Mi madre lloraba, y besaba la enorme cruz que le cruzaba el pecho como una cicatriz.

  • Toby vos no me podés hacer esto a mí. Yo no parí hijos para que me salieran putos, puuuutos – decía a los gritos la noble señora, tan piadosa, tan religiosa y compasiva (para afuera). Lo gritaba sin mirarme.

  • En mi familia nunca se vió algo así –añadía con cara de asco. . ¿Qué dirán mis amigas, cuando se sepa?- se preguntaba envuelta en su chal de la India, rascando con sus largas uñas pintadas de rojo sangre, la palma de su mano y al hacerlo sonaban sus muchísimas pulseras de oro. Sus esclavas las llamaba.. Yo era su hijo de la vejez, nacido de un "descuido" a sus 43 años y mi confesión, le caía como un acto de crueldad, un tiro en las tripas, una trompada al corazón, y también como una llamada de atención sobre su inminente decadencia En su mundo burgués y perfecto, un mundo ideal y sin cambios, yo era algo asi como un grano, purulento y ajeno, una hierba mala que crecía en su jardín perfecto, una bofetada de una realidad que ella desconocía, que nunca hubiera querido conocer , ni nombrar: un toque de atención sobre un mundo en crisis, "ganado por la perversión diabólica que todo lo estaba invadiendo".

Esa noche hice mis valijas. Tenía un amigo en Buenos Aires, Miguel, un actor joven, que había nacido en un pueblo vecino y a quien había conocido hace años. Aprovechando su apostura masculina entre agreste y brutal, había aparecido en algunos avisos publicitarios, y programas de la TV y ahora estaba sin demasiado trabajo.

Preparé dos buenas valijas con toda mi ropa, algunos libros, mi equipo de música más pequeño, mis discos, y por supuesto mis raquetas de tenis, palos de golf, pesas y otras cosas que creía indispensables. Yo también era un burgués. "Puuuuuuto" como decía mi madre, pero muy burgués.

Como se había armado un operativo para impedir mi huída a toda costa (la gorda mujer del comisario de policía, era también del Opus, amiga de mi madre y de tan devota, era amante de un cura libertino de gran barriga y maneras ordinarias). . Por eso guardé bajo llave las valijas llenas en mi placard y vestido con mis ropas de trabajo pretexté ir al médico en el pueblo, pero en realidad me tomé el ómnibus a Buenos Aires.

Miguel era más alto, mayor que yo, más varonil, marcado y atlético, y cuando lo vi por primera vez a los 15 años, me enamoré perdidamente de él. El era descarado, desenvuelto, extrovertido, desafiante, exhibía su sexualidad, su cuerpo, su desnudez sin ningún pudor. Me calentaba. Lo veía dando vueltas por el campo como un potrillo alzado y al rato no resistía las ganas de pajearme, pensando en él. Su madre lavaba ropa para afuera, y su padre era un borracho que cada tanto desaparecía por largo tiempo.

El, percibiendo el efecto que producía en mí, me empezó a mirar, a buscar, a perseguir, a acorralar como a una presa apetecible; y también como a un bicho raro. Su mirada era negra y brillante, lasciva, voluptuosa, sensual, burlona, atrevida, carnal, intencionada.. Sus ojos no eran grandes pero si profndos y curiosos. Su mirada derribaba las barreras sociales y económicas. Su entrepierna escondía un tesoro de sexo desconocido, una pija y unos huevos que de solo imaginárlos me hacían delirar de calentura. Yo comencé a seguirlo por todas partes, seducido por su sexualidad tan masculina, sudorosa y desafiante. Me convertí en una mosca atrapada en su telaraña. De hijo del patrón me convertí en el esclavo.

Comenzamos a encontrarnos a la hora de la siesta en la orilla de vegetación mas tupida la laguna, primero casi por casualidad y luego con intención de vernos, y una tarde calurosa de verano como tantas otras que vinieron después, mientras cantaban las cigarras, y los pajaritos cansados reposaban en las ramas de los árboles, nos bañamos en bolas, nos secamos al sol entre los yuyos verdes.y mirando al cielo entre las copas de los árboles.

El se levantó y caminó unos pasos hasta la zona con más vegetación , donde los matorrales y las cañas eran más altos, alrededor de la laguna y yo me quedé observándolo fascinado con sus piernas cubiertas de un ligero vello, con su enorme pija oscura y venosa, gruesa: pija de adulto, moviéndose, de izquierda a derecha, su pubis coronado por su frondoso vello público, su culo fuerte y redondo, y sus bolas llenas de leche asomándose por debajo del orto..No estaba acostumbrado a ver porongas grandes como esas, con esos huevos colgando, Ni culos como ese, fuerte, duro como una roca, culo redondo y lampiño, parado y gordo , marcado por dos hendiduras que lo hacían aún más masculino e impenetrable.

Lo seguí hasta el lugar donde puso el toallón, y se recostó bajo unos árboles añosos y un pasto alto y fuerte. Me buscó con los ojos y cuando me vió, blanco, desnudo, lampiño, adolescente, con mi pija chiquita y asustada entre las piernas, temblando y con los pies ardiendo por el calor del sol en la maleza, me indicó que me acercara, que me recostara a su lado en mi propio taallón. Yo no quería acercarme pero el insistió y no sin cierto temor me acosté a su lado, cerca de su cuerpo de hombre, de su calor, del olor ácido de su piel, de sus sobacos, de su ingle oscura, de su pubis inquietante cubierto de vello espesos y bajo el sol, su verga gorda, grande y oscura, ya erecta que le apretaba el vientre de tabla de lavar.

Me quedé alli, con los ojos cerrados, respirando fuerte, anticipándome al peligro de ese macho desnudo, muy conciente de su poder, que me tenía dominado. En ese instante, senti el roce de su mano por mi espalda, la cercanía de su piel caliente sobre mis piernas, su aliento húmedo, agitado y arrebatado contra mi cara, mis orejas, el peso de sus muslos fuertes apretándose a los míos, sus brazos estrechándome contra su cuerpo desnudo. Sin mediar palabra alguna, el buscó mi boca con su lengua , provocándome, haciéndose desear, pues por momentos me tocaba y por momentos rehuía mis labios, hasta que su boca se apoderó de la mía y su lengua gruesa y caliente, entró entre mis labios, en un beso lascivo, lleno de pasión, saliva y deseo.

  • Guacho, como me calentás, me dijo después, cuando mi boca se abría ante su pija enorme y erecta, que goteaba leche. Seguí asi, si así´, chupámela, seguí lindo…. Sacame toda la leche bebé…, Si, asi , seguí ahh, ahhh, ahh…..

Con idas y venidas la historia se convirtió en algo así como un romance, algo medio turbio, clandestino y sombrío, en el que la tremenda calentura que teníamos el uno por el otro, nos llevó a hacer locuras, como desaparecer por días, en un viaje no planeado, coger por horas en medio del campo, chuparnos mutuamente la pija en un remate de ganado, seducir peones aparentemente machitos, y hasta compartir los favores del encargado de un campo, que quedaba en una isla.

Cuando me aparecí en Buenos Aires, en el departamento que Miguel compartía con un flaco que vendía seguros, me recibió con cierta frialdad, como se recibe a alguien de un pasado remoto que uno quiere olvidar (habían pasado solo dos años desde que nos habíamos separado). Esa noche dormí en un sillón incómodo rodeado de ropa sucia, con una gata negra y gorda, aullando a cada rato, entre paredes descascaradas y húmedas.

Me volví a casa a la mañana siguiente, con la cola entre las patas, para recibir toda clase de recriminaciones, acusaciones y amenazas.. Mi hermano dejó de hablarme. Mi madre se persignaba cuando me veía. Mi padre se mantenía en silencio. Yo también me callé la boca. Tendría que ver cómo arreglaba mi vida. Volví a la rutina.

Unos días después, mi cuñada Patricia tocó a la puerta de mi cuarto. Le abrí, la hice pasar, y ella cerró la puerta y se sentó en mi cama. Me miró a la cara como nunca lo había hecho antes. Me dijo muchas cosas, entre otras, que ella entendía lo que me pasaba. Que no sólo me entendía sino que me respetaba por mi coraje. Que no podía colocarse a toda la familia en contra suya y que por eso no había hablado hasta ahora ni tomado partido.. Que supiera que ella era mi aliada secreta. Que siempre sería mi amiga. Que confiara en ella, pues lo tenía todo arreglado para que yo me fuera a vivir a Buenos Aires, a una casa que ella había heredado con su hermano menor Ignacio, y ya radicado allí siguiera mis estudios de Agronomía Que no dijera nada, pero que Ignacio había podido convivir muy bien con su problema.

Me quedé pensando largas horas, sobre qué significaba todo esto. Claramente me daba cuenta que mi cuñada había intercedido ante mis viejos, para que me dejaran ir a vivir en lo de su hermano en la capital y que de esa manera, se salvarían mejor las apariencias.

Lo que yo no tenía claro era qué "problema" había convivido con Ignacio.

Las malas lenguas decían que el tipo era un don Juan, que le agradaban mucho la joda, la vida nocturna, la diversión, las mujeres. Que le gustaba vivir bien, y que gastaba mucho dinero en mujeres, autos, fiestas, viajes, ropa, regalos costosos y una vida de lujo. En el mundo machista en que el se movería, eso no debería ser un problema. Es más, se sobrevalora al que se coge a todas las minas que puede, el que se voltea a cuanta hembra se le cruza por su camino. El playboy es un personaje muy bien visto en ciertos círculos.

  • Mi hermano es gay, como vos y está muy solo. Me dijo Patricia cuando la fui a buscar al jardín a la mañana siguiente, pidiéndole aclaraciones. Yo me quedé con la boca abierta: el gran playboy de Buenos Aires, era gay, trolo, puto, comilón. Y yo no lo sabía. Parece que el tipo lo había ocultado con un toldo enorme, de donjuanismo, de mujeres, romances y conquistas. Pero no obstante tanta demostración de virilidad y desenfreno, era como yo, un gay solitario, pero que había sabido manejar bien "su problema".

Aterricé en Buenos Aires, con la mayor curiosidad. Quería comenzar a disfrutar de la ciudad y sus placeres, vivir mi vida, conocer hombres, coger lo más posible, adquirir experiencia. Y en el interín de tanto sexo estudiar Agronomía. Y en los tiempos de descuento, vigilar al "puto" del hermano de mi cuñada. Pero el hombre propone y Dios dispone.

Desde el momento que puse un pie en el chalet de dos plantas de Ignacio, y lo volví a ver con otros ojos, me enamoré.de él Si, se que suena ridículo. Que un chico de 18 años, con poca experiencia y criado en el campo, pueda enamorarse a primera vista,de un cuasi cuarentón, pero fue así. Seré cursi, chabacano, tonto, pero apenas lo ví, con sus ojos brillantes, su pelo negro, sus labios finos, su barba de un día, su eterno bronceado, su cuerpo esbelto, me caí de culo de la emoción. Me temblaron las piernas, las bolas, las pestañss, y hasta las tetillas se endurecieron.

Sus piernas fuertes, la forma rotunda de su culito, la manera de caminar, el orgullo de su bulto nunca ocultado del todo por sus pantalones impecables, me pusieron a mil. Los primeros días fueron una condena. Al rato de hablar con él, tenía que ir al baño para hacerme una paja. Ay papito me matás , pensaba yo mientras mi mano agarraba mi pija y la recorría de arriba abajo, hasta acabar con chorros largos y copiosos.

Claro que yo, aún asi iba en ventaja. El pretextaba delante mío ser un heterosexual triunfador en la vida y yo sabía que era tan gay como yo, y que aquella aureola de triunfo ya no existía., o que se había ido desvaneciendo con el tiempo. Ignacio rondaba los cuarenta años ya, y aunque su enorme apostura, lo hacía parecer inmensamente atractivo, algunas canitas le besaban las sienes y la nuca y unas arrugas finas le recorrían inexorables el costado de sus ojos. Y yo, pajerito del campo, putito calentón como era, me moría por el, cada día. Pero en silencio.

Nos hicimos amigos, era común vernos juntos. Y salvo algún fin de semana, en que el salía, compartíamos una vida tranquila y hogareña, ordenábamos comida, mirábamos DVD de películas de toda clase, escuchábamos música, y yo lo miraba emocionarse con alguna escena, disimular esa emoción, mover su cuerpo, sus largas piernas, sus brazos peluditos, su increíble cuerpo, y la pija me saltaba en el boxer enloquecida y mojada al máximo.

Pero el no soltaba prenda. Si percibía el impacto que me causaba, lo disimulaba totalmente. Ignacio no hacía nada que pudiera resultar sospechoso: no me buscaba con ojos de deseo, no me miraba casi y cuando lo hacía era con amabilidad contenida, como si no quisiera que ninguna nota discordante delatara que yo podía gustarle, atraerle., que entre nosotros pudiera haber algo más que una amistad impuesta por las circunstancias familiares y la convivencia.

Por supuesto que yo seguía viendo a Miguel, pero casi no había sexo entre nosotros. No podía compararse con Ignacio, su forma de ser, su manera de hablar, su simpatía arrolladora, su conversación sobre temas de la vida que nunca habían pasado por mi cabeza. Nadie podía compararse a Ignacio, y a la inmensa seducción que precipitaba mi deseo.

Una noche Miguel me vino a ver, para decirme que había conocido a alguien, un productor de telenovelas, un vejestorio desagradable según yo recordaba de alguna foto de revistas, que le prometía (a cambio de sus favores) conseguirle papeles en grandes producciones de la televisión y convertirlo en una estrella. Miguel me dijo que no podríamos vernos por lo menos no como algo más que amigos. Se iba a vivir al lujoso piso del productor. Comenzaba en la cama de ese tipo, su camino al éxito. Me impactó su ambición a toda prueba y su abandono, pero no se me morí de pena como Ignacio interpretó después. Exageré quizás, no lo sé, tengo algo de teatral y melodramático..

Ignacio me vió muy mal esa noche, y me preguntó que me pasaba, no dije nada y me volví a mi cuarto, pero al llegar a la puerta de mi habitación, no pude contener un acceso de llanto. ¿Qué me pasaba? ¿Lloraba por que había perdido a Miguel, o porque me había enamorado locamente de un tipo como Ignacio, mayor que yo, de vuelta en muchas cosas de la vida, pariente político de mi hermano, o sea un imposible? El vino tras de mi, y yo me dejé caer sobre sus hombros y seguí llorando inconsolablemente.

Entramos a mi dormitorio. Estaba oscuro, y por la ventana entraba una corriente de aire frío, y casi sin querer comencé a percibir su cuerpo, su perfume, la luz fortísima de sus ojos, el calor de sus manos, y tuve ganas de llorar y de gritar, y de decirle que se fuera y también que se quedara. Tuve deseos de decirle que sabía su verdad, y que yo era igual a él, con casi veinte años menos. Pero el me acunó hasta calmarme Yo no quería mirarlo, no quería que el supiera que mas allá de la desilución por Miguel, estaba angustiado por ese deseo loco que tenía por él, un deseo incontenible a que me abrazara y me besara y me diera todo el afecto que guardaba en algún lado,

Ya más tranquilo, le conté todo lo que yo había callado hasta ese momento, que era gay, que mi cuñada Patricia me había enviado a vivir con él, que todos sabían de su condición y de lo bien que "había manejado su problema". También que me había involucrado con Miguel, que me habían abandonado, y que no sabía que hacer con mi vida. En la oscuridad del cuarto el parecía despertarse de un largo letargo: "mi verdad" exponía también su mentira. Los dos éramos gays, y la familia lo sabía.

Se quedó perplejo y silencioso. Había una carga emocional que invadía el cuarto en sombras, y cuando mis lágrimas se terminaron de secar en su camisa, el se levantó y yo me incorporé y los dos como impulsados por una piedad enorme, por una compasión inmensa del uno por el otro, nos abrazamos y casi por impulso nos besamos en la boca. Sus labios estaban secos y ardían y yo sentí que con ese beso me abría el corazón por primera vez.

Ya nada sería igual entre nosotros. El cuñadito de su hermana sabía su verdad y encima se declaraba gay sin ningún tapujo. Cuando él salió de mi cuarto, apagué la luz del velador y escuché a lo lejos el ruido de la ducha en su baño. El cansancio me ganó y me quedé dormido y cuando desperté, tenía mucho frío y me incorporé para buscar algún abrigo pero al hacerlo, las ganas de estar con el me ganaron. Como un sonánbulo abrí la puerta de mi pieza, y caminé el corredor, tocando las paredes para orientarme hasta la suya. Como si fuera un sueño me deslicé dentro de su cuarto, y completamente loco, me tiré en su cama, el parecía dormir y a lo lejos se escuchaba una musiquita dulzona.

Tras la sorpresa, se dió vuelta para mirarme, y cuando vi sus ojos llenos de lágrimas, yo no pude ocultar las ganas de besarlo, de tocar su cuerpo desnudo bajo las sábanas, de besar su boca, su cara cubierta con una sombra de barba, sus ojos y ante mi pasión arrolladora el intentó detenerme, advertirme, quizás para disuadirme en mi locura. Pero lo abracé y me abrazó, y ese abrazo se hizo carne, y deseo, y calentura. Lamí su boca, primero su labio superior y luego sus dientes, su lengua, su labio inferior, y busque deseperado su respuesta, la devolución de ese beso salado, de ese beso desesperado y ansioso. El tomó mi cabeza, acarició mis cabellos, me dijo cosas que no escuché, y devolvió mis besos contagiado de mi locura, como un adolescente caliente, que se encuentra en carne y hueso con el objeto de su obsesión.

Acaricié su espalda, sus hombros, la parte posterior de su cuello, mientras sus manos hacían espejo a mis caricias sobre mi cuerpo, pero con más intención, con más coraje, recorriendo también mi culo , la raya de mi culo, la suave piel de mis nalgas sin vello, y esas manos calientes parecían haber estado allí siempre, ser el envoltorio faltante de mi culito , el envoltorio caliente de mi deseo.

Lo fui desnudando y se que el no se acuerda, como su ropa fue saltando por el aire y como yo iba besando cada parte de su anatomía que quedaba expuesta. Su pecho, sus tetillas, la fina línea de vello que se perdía en su bajo vientre, su ombligo, el hueso de sus caderas, el interior de sus músculos, y por fin su enorme pija y sus huevos. Mi lengua pintaba de goce, cada centímetro de su verga, despertando sus suspiros y la crispación de sus pies. Besé su cabecita, ese hongo encantado, que introduje luego en mi boca, como una fruta salvaje y quemante, dura y fuerte, y definitivamente mía.

Después, mucho después, nuestras manos se adueñaron de la pija del otro y mientras subían y bajaban apuradas, tratando de brindar el mayor placer , yo buscaba su boca en la oscuridad, y encontraba aquellos en sus labios, en su lengua, esos besos tantas veces reprimidos.

Quise besar su cuerpo, sus brazos, sus dedos, la dulce suavidad de su pecho, sus tetillas, sus orejas, calentarlo con mis besos chiquitos y torpes, hacerlo gemir de deseo, gritar de ganas, hasta que el no pudo mas, y con una fuerza desconocida, me fue bajando en la cama hasta que colocó mis piernas temblorosas sobre sus hombros fuertes, y apoyando su cuerpo sudoroso y caliente, me penetró con fuerza pero lentamente, pacientemente y la fue metiendo de a poco, sin apuro, y yo suspiraba, desfallecía, me abría al gozo de esa pija enorme que iba oradando poco a poco el tunel de mi placer, poco a poco, como una daga afilada y fuerte, que derribaba todas mis barreras, saltaba todas las tranqueras, cortaba todos los alambres , destruían todas las malas experiencias.

No me sentí redimido, esa pija que se me hundía en mi carne, no era el agua bendita que me salvaría de los pecados. No hacía falta. Esa verga era la libertad. Los dos nos hacíamos libres, mientras su leche tanto tiempo guardada se estrellaba potente contra el látex de su preservativo, contra los muros del pasado, contra toda una historia de mentiras.

Después me dormí en sus brazos y desde entonces su pecho es mi almohada y su corazón la caja de resonancia de mis sueños.

galansoy

Este relato es la versión por el otro protagonista , de El cuñado de mi hermana., y cuenta esta historia de amor, sexo y obsesión, desde la persepectiva de un muchacho joven. Un abrazo a todos y si les agrada comentenlo y califíquenlo.