El heredero

Ella era la última hija de un duque. Él, el heredero de un condado ni muy rico ni muy grande. Las costumbres de la época los unieron. Aparecerá otra persona… Para la época, se trata de alguien insignificante, pero cambiará la historia de todos.

HACIA LA CONDENA:

Uno de Mayo del año del señor de mil cuatrocientos diez.

  • Leonor, ¿Estás lista? -oigo a mi madre gritar abajo, al pie de la escalera.

No respondo pero empiezo a bajar… Llevo lista desde el alba. Camino firme porque prefiero no pensar… Salgo al patio donde ya me espera un carro. Subo y me siento. Mi madre me despide sin mucha ceremonia.

El carro echa a andar. Detrás va otro lleno de ropajes y algunos útiles. Nos escoltan diez hombres con cota de malla y lanzas. Voy sola en el carro. Soy la hija menor y no quieren gastar mucho en mí. Una dote pequeña y me envían sin doncellas al castillo no muy grande de un conde ni muy rico ni muy poderoso. Básicamente, se libran de mí y él casa a su hijo. Un tipo que no conozco pero que será un bruto sucio, con olor a sudor, y que se pasará el día cazando y la noche bebiendo vino. Lo peor es que me penetrará salvajemente para hacerme engendrar a algún futuro conde. Siglo XV y parece que estamos en el año mil, amañando matrimonios.

Si al menos hubieran enviado conmigo a una doncella tendría con quien llorar un poco mis penas. Llevo años oyendo que ya soy muy mayor para casarme que no encuentran casa noble que me quiera. Se supone que esto es tener suerte, que al menos evitará que tenga que ingresar en un convento.

Avanzamos por el camino dejando atrás los campos verdes y hermosos del feudo de mi padre. El gran castillo ducal, mi casa durante veinte años, queda atrás. Sus nueve orgullosas torres dibujan su silueta en el horizonte.

Enfilamos el norte. Cruzamos un río por un viejo puente. Ascendemos, pasamos entre montañas. Atravesamos zonas más agrestes, bosques, zonas secas…

Entramos en un valle, estrecho y verde. Bordeamos un río.

  • Ya estamos en el condado del oso, señora -me dice el jefe de los soldados.

Asiento intentando sonreír. La verdad es que el paisaje no es feo. Es salvaje, imponente. Las montañas de piedra nos rodean. El río corre caudaloso, frenético. Hay mucho pasto. También es tierra verde pero es un verde más intenso, más oscuro, es hierba mojada, hoja de roble…  Veo rebaños. Veo tierras trabajadas. También hay bosque. Al poco tiempo, vemos una colina que domina el valle. Se yergue sobre un meandro del río, en la orilla opuesta, es claramente la mayor altura de la comarca. Sobre ella se distingue una construcción de piedra. Podría ser una fortaleza. Desde aquí parece minúscula.

Según vamos avanzando, se va definiendo mejor. Destaca una gran torre de planta cuadrada, coronada por enormes almenas. No se distingue mucho el resto…

Cruzamos el río por lo que parece un puente de piedra de factura romana. Tres arcos semicirculares. Al otro lado comienza la ascensión por un camino serpenteante. Al poco de comenzar a subir, veo claramente el castillo. Está defendido por una muralla irregular, que se ajusta a la forma natural de la montaña. En las esquinas hay pequeñas atalayas redondas, no merecen el nombre de torres, aunque por su lugar de construcción esta fortaleza parece de muy difícil asalto.

Por momentos, perdemos la vista del castillo y después la recuperamos. Es lo que tienen los caminos de montaña. El camino, en su tramo final se va como enterrando entre dos taludes laterales. A la vuelta de una curva nos encontramos con una imponente construcción que parecía estar todavía terminándose. Se trata de un corto tramo de muralla entre las dos paredes de piedra. Sin duda se ha erigido como defensa ante un posible ataque. Hay un arco central flanqueado por dos torres redondas de gran diámetro pero de la misma altura que el muro.

Hay un par de soldados vigilando y un grupo de obreros rematando la obra. Mi escolta habla con los soldados y nos dejan pasar saludando.

Llegamos a la puerta del castillo. Se entra por un curioso bastión: una muralla que rodea un pequeño patio cuadrado. Hay que entrar por un lateral y girar un ángulo recto para pasar otra puerta y acceder al patio. No sé quién diseñó esto pero es una trampa mortal para posibles invasores.

Mi madre me reñía si me veía leer libros sobre guerras y castillos pero a mi siempre me encantaron… aunque no sean cosa de mujeres.

En el centro del patio había un edificio principal, rectangular, tres plantas, unido a la gran torre del homenaje y un montón de casitas de una planta y buhardilla apoyadas en la parte interior de la muralla.

Paran el carro junto al edificio principal. Veo varias personas esperando. Trago saliva y bajo al suelo… Una mujer bajita y gruesa, más baja y más gruesa que yo (que peso ciento treinta libras para cinco pies de altura), se presenta como mi futura suegra y me presenta a Hernando.

Hernando… ¡¡¡Hernando!!! No, no me lo había imaginado así. Casi me saca la cabeza pero no es el norteño monstruoso que me imaginaba. Fuerte pero de hombros caídos. Pelo negro y liso, piel clara, ojos entre marrón y verde oscuro. Me toma de las dos manos y las besa con delicadeza. Noto sus manos firmes pero suaves. No, no me disgusta este hombre… podría ser mucho peor.

  • Vuestro castillo parece inexpugnable -le digo, por hablar de algo.
  • En esta región puede haber problemas en cualquier momento. Mi padre me hizo caso y estamos acabando de construir una puerta en el barranco.
  • La he visto, diez hombres podrían defenderla contra mil.
  • No creo que tanto… Pero, ¿Os gustan las fortalezas?
  • Siempre me han gustado. ¿Vuestro padre, el conde?
  • En las montañas cazando. Nunca pierde una oportunidad de cazar osos y hoy era buen día.

Bueno… parece que la condena no va a ser tan terrible. Me gusta el carcelero.


HA MUERTO EL CONDE, VIVA EL CONDE:

Día de la boda. Iba a ser una gran fiesta. Ahora es casi una reunión de fantasmas. Hace dos días celebramos un funeral. El de mi padre. Descuartizado por un oso. Su pasión por la caza acabó con él… Sí, me caso siendo ya no el heredero, sino el nuevo conde.

Inés nos sirve el vino durante el pequeño banquete. ¡¡¡Ehhh!!! Leonor pone ojos de fuego al ver como la miro. ¿Estará celosa? Me conoció esta misma semana. Los matrimonios de la nobleza son contratos político-económicos. No recuerdo a mi padre durmiendo con mi madre. Esta noche veremos si podemos ser algo más que compañeros de trabajo.

Llega la noche… El vino me nubla un poco la vista pero aun estoy en mí. Mi madre se ha trasladado al mi cuarto. Deja a Leonor sus aposentos y a mí el de mi padre. Habitaciones separadas… un cordel del que tirar para que suene una campana al lado de su lecho, ella responde de igual modo cuando está lista. Todo pensado para un matrimonio falso, de cónyuges que no duermen juntos, que se ven cuando el hombre decide para procrear. Puedo tomar amantes si quiero, ella hará que no lo sabe.

Llego a mi cuarto… Hoy es la primera noche. Hoy seguro debo llamarla. Debo penetrarla y manchar de sangre las sábanas. Las mujeres las encontrarán mañana y todos sabrán que el matrimonio se ha consumado.

Me quito toda la ropa, visto sólo una túnica. Creo que ella ya estará lista, no quiero agobiarla. Tiro del cordel y espero…

Contesta enseguida… Acudo a su cuarto. Entro despacio pero decidido. Ahí está… tumbada sobre la cama. ¿Qué? Viste un camisón sin mangas, con un enorme orificio redondo en la entrepierna.

  • No, Leonor, no… No sé qué te han enseñado pero no quiero una monja en la cama.

Ella se queda callada, no esperaba esa respuesta. Con delicadeza la siento en la cama. Y la beso… la beso con lengua hasta el fondo. Al principio, escapa un poco… pero acaba rendida en mis brazos. Le acaricio las mejillas, juego con su pelo. La levanto y la desnudo… el camisón sale fácil, ella me ayuda levantando los brazos.

Yo me desnudo al tiempo que la contemplo… Una mujer de corta estatura pero de cuerpo firme. Hombros anchos, fuertes… piernas firmes, muslos anchos, culo generoso, cadera ancha, un poco de barriguita en el ombligo y dos senos enormes, triunfantes. Cara redonda, infantil, pelo negro largo que cae sobre los hombros y por detrás llega hasta la parte central de la espalda.

La rodeo con mis brazos y beso sus pezones suavemente. Siento su piel… cálida, suave… Nos tumbamos desnudos, entrelazados en la cama. Acaricio su culo, acaricio su sexo. La masturbo lentamente mientras la beso en la boca, mientras le lamo los pezones. Siento como se retuerce, como gime… como, por momentos, me abraza con fuerza, me araña la espalda.

La comienzo a penetrar con mucho cuidado… Sé que es virgen y le va a doler un poco. Comienzo un movimiento rítmico hacia adelante y atrás. Voy poco a poco aumentando la velocidad y la fuerza. No dejo de acariciarle los senos, no dejo de besar su boca.

Noto un poco de resistencia… Empujo, cede… ella chilla un momento… Después me pide más, me lo pide a gritos. Empujo sin miedo, dentro fuera, dentro fuera… Terminamos los dos en un gran orgasmo, con los ojos cerrados, con las bocas abiertas ahogando un grito.

  • Me habían dicho que esto era un sacrificio -me dice.
  • ¿Y qué piensas ahora?
  • Que me gusta. Me gusta más que… más que...
  • ¿Qué?
  • No debo decirlo -dice ruborizada.
  • No lo contaré…
  • No…
  • ¿Jugabáis con vuestro sexo vos sola?
  • A veces sola…
  • Y… ¿Con otras chicas?
  • Con la doncella que limpiaba mi cuarto… Seguro que no diréis nada.
  • Seguro…
  • Mi padre la mataría… me tocaba con mucho cuidado para no romperme la tela.
  • ¿La que yo acabo de romper? -le pregunto, señalando las pequeñas manchas de sangre sobre las sábanas.
  • Sí… Pero, contéstame tú ahora, ¿Tú has hecho esto antes con otras muchachas?
  • Sí…
  • ¿Con la chica que servía el vino?
  • Sí… Inés, se llama Inés.

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Pues parece que mi matrimonio va a ser algo más que de conveniencia. Llevamos ya dos años. Dos años durmiendo juntos. Un embarazo… una hija. Dos años revisando lo que había hecho mi padre… y aguantando al pesado de su administrador. Higinio empezó pensando en manipularme, me trataba como un niño. Pero lo tuve fácil… siempre lo escucho, pero aunque tenga veintidós años, el Conde soy yo. Mía es la última palabra.

Mejoré las condiciones de los campesinos y aumentó la recaudación de diezmos. Permití un día de comercio en todas las aldeas a cambio de cobrar derechos a los feriantes y hacen cola por venir.

Se ha rematado la obra en la puerta que defiende el camino y estamos fortificando el puente con una torre a cada lado. Cobramos peaje sólo a los forasteros. También estamos trabajando en el regadío.

Ahora debo hacer algo con la administración de justicia. Mi padre se limitaba a hacer lo que le “salía en ese momento”... a veces era ahorcar a un ladrón de poca monta, enviar a las mazmorras a un asesino o mandar azotar a quien había cogido una manzana del árbol equivocado.


EL PEOR DÍA DE LA VIDA DE INÉS:

Vaya día… Toda la jornada trabajando en la cocina. Al menos mañana hay romería en la aldea de Fuente Clara… podré ir y pasarlo bien. Bueno, desde que llegó la condesa yo no lo paso muy bien. Parece que me hace trabajar de más a propósito… Sabe que Hernando y yo nos conocimos de muy niños. Jugamos juntos de niños… Jugamos juntos con catorce años y perdimos la virginidad juntos… Sí, pero a los dieciséis lo armaron caballero, ese mismo año fue a la guerra y entonces comprendí que era el heredero. El futuro conde. Ahora es el conde… Y parece mejor señor que su padre… que no es difícil, pero parece que le gusta dormir con su mujer… Algo raro en un conde.

Cuando ya me retiro, veo aparecer a la condesa Leonor. ¡¡¡Oh no!!! seguro que me manda algo para que no me aburra… ¡¡¡Cómo no!!! Me hace trasladar un montón de cacharros. El último es un enorme jarrón de porcelana, pesa como un muerto…

  • Venga ánimo, tú puedes… -me dice socarrona.

¡¡¡Crassss!!! sí… lo he tirado… se ha hecho añicos. No sé qué pasará ahora pero nada bueno.

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Mierda… La jefa de servicio ha llamado a los guardias. Me han atado las manos como a una ladrona. Me han traído a la sala de la justicia. Ahí, en esa silla se sienta Hernando y castiga las faltas. La condesa Leonor e Higinio están esperándolo… Espero que no se pase conmigo mucho…

Ahí está, intento hablar. No me dejan. Hablarás cuando se te pregunte, dice Higinio. Me ponen de rodillas.

Hernando se sienta. Me mira… Le cuentan todo a su manera. Él me vuelve a mirar.

  • ¿Fue a propósito? -me pregunta.

¡¡¡Dios!!! No puedo mentirle, a él no… Confieso que fue a propósito. Estaba cansada y harta pero lo dejé caer…

Higinio inmediatamente se coloca en la oreja de Hernando. Oigo bien lo que dice… pide que me azote. Noooo… aun con sólo diez azotes las marcas duran toda la vida. Las heridas a veces se complican, se pudren… puede hasta ser mortal.

Veo como Hernando piensa un momento… Empieza a hablar:

  • No…. vamos a dejar los azotes. No deja de ser una falta leve.
  • Oficial -dijo dirigiéndose al jefe de los soldados.
  • Sí, señor…
  • En las caballerizas hay un pequeño espacio cuadrado inutilizado.
  • Sí… es apenas un cuadrado de diez pies de lado. No se puede usar con los caballos. Está lleno de cajas viejas, sacos de esparto y basura inservible.
  • Pues lo vamos a convertir en una celda y va a servir para castigar faltas leves. Limpiadlo. Cubridlo con paja limpia. Haced leña con las cajas. Quiero que las mujeres conviertan los sacos en camisones sin mangas. ¿En alguna parte quedan muchos cepos metálicos, grilletes y bolas de preso que trajo mi padre de la guerra?
  • En la entrada de las mazmorras, oxidándose…
  • Que el herrero almacene y catalogue todo. Que limpie el óxido con una lija, no quiero que un prisionero se corte y se envenene. Cuando tengáis un camisón de esparto y un cepo de hierro preparados, se los ponéis a Inés y la encerráis.
  • Inés, -dijo, dirigiéndose a mí con voz firme- falta leve pero no puede quedar sin castigo. Una semana en la nueva celda de sanción, encadenada a una bola de cincuenta libras con un cepo de hierro.

Aquello no parecía tan terrible como el látigo, pero tampoco iba a ser agradable. Mientras preparaban todo, me llevaron al cepo del patio. Era un cepo de manos, la parte inferior sujeta al suelo por un soporte de madera firmemente clavado en el suelo. La parte superior es desmontable. Lo cambian según el tamaño de las muñecas del preso. Tienen que usar la de agujeros más pequeños. Me aprisionan con el cepo y lo aseguran con un candado. Si me fueran a azotar, romperían la camisa y comenzarían… Allí en el centro del patio, veo como trabajan preparando mi pequeña cárcel.

Ya de noche, veo venir a los soldados, me liberan del cepo y me llevan hacia las cocinas. Allí está la jefa de servicio y una compañera… Bueno, una traidora que le lame el culo todo el día. Entre las dos, me desnudan y me ponen el “vestido” que han fabricado. Es solamente un saco de arpillera con tres agujeros mal rematados. Uno para la cabeza, dos para los brazos. Es corto, creo que se me va a ver todo. La jefa remata la labor atándome las manos, lo hace fuertemente, con saña… veo como disfruta. Nunca le caí bien… Siempre temió castigarme porque sabe que tenía el favor de Hernando.

Vuelven a entrar los soldados y me llevan al reducido habitáculo… La paja es nueva pero huele a humedad y a la mierda de los caballos cercanos. La habitación es un cuadrado con dos puertas… una al patio, otra hacia el resto de las cuadras. Ambas con puertas de reja. Veo la que lleva al establo cerrada con cerrojo y candado.

Tienen un artilugio metálico en el suelo. Lo veo y comprendo con miedo su utilidad. Me sujetan los pies con él.

Me parece peor que llevar grilletes con cadena. La barra rígida limita mucho mis movimientos. Encima han unido el candado a una cadena gruesa, cadena que termina en una enorme bola de hierro. No sé el peso pero nunca podría levantarla…

Al menos me desatan las manos y me dejan una jarra de barro con agua…

  • No la rompas -me dice uno de los soldados, pongo mala cara, no estoy para bromas.

Al irse, cierran la puerta del patio con cerrojo y candado.


PRIMERA NOCHE EN LA CÁRCEL:

Llego a la zona de alcobas. ¡¡¡Ehhh!!! lo temía… Leonor me echa la bronca. No le gustó que “perdonara” a Inés. No la he perdonado. La he castigado a una dura sanción… pero no hay manera. Los celos la sacan fuera de sí… la hubiera azotado ella misma.

Hoy no me deja dormir con ella. Me voy a la otra estancia. Duermo un rato… pero despierto pronto. Cansado de dar vueltas miro por la ventana… En el patio arden varios pebeteros sujetos a las paredes que usamos como alumbrado. Allí enfrente está la nueva celda improvisada. Inés estará dentro… encerrada, inmovilizada por un cepo de hierro.

Cedo a la tentación… Bajo al patio. Le pido la llave de la puerta al soldado de guardia. Le pido que se vaya. Entro sigilosamente… veo a Inés tumbada sobre la paja, no sé si duerme. No duerme, se vuelve al oír mis pasos. Se asusta al principio, se sienta en el suelo. Yo me siento junto a ella. Se apoya en mi regazo. La noto temblando, débil, indefensa pero cálida, agradable.

La rodeo con el brazo y le acaricio el pelo. Ella comienza a susurrar:

  • Sé que fue culpa mía pero no podía más… Tu mujer siempre me presiona, siempre me pide más. Busca humillarme, hacerme saber que ella es la condesa.

No digo nada… Yo ordené que la castigaran, ahora la liberaría. No puedo hacer eso… “puedes ser benévolo pero el castigo dictado debe cumplirse hasta el final”, eso decía mi padre con mucha razón.

Cuando nos dimos cuenta, nos estábamos besando… como cuando éramos adolescentes que follaban a escondidas. Le quito el camisón de arpillera (bueno, el saco con agujeros) y veo su cuerpo tumbado sobre la paja… Es pequeña, más baja que Leonor, unas dos pulgadas menos. Delgada, mucho más delgada. Tetas más pequeñas pero las recuerdo firmes… Y siguen estando firmes. Beso sus pezones, beso su ombligo… llego a su sexo, beso su sexo… chupo su clítoris… húmedo, salado… Lo chupo lentamente mientras ella se retuerce. Sus pies se retuercen en el cepo, intentan liberarse. No tengo esa llave.

Le beso el cuello, le mordisqueo los hombros… Intento penetrarla. No, por delante no puedo… La coloco de lado… desde atrás si puedo. Ella separa las piernas lo que puede. Comienzo a entrar… a entrar y salir… Al tiempo la masturbo con los dedos… Llegamos ambos al clímax juntos.

  • Perdóname, creo que me pasé con el castigo -le digo.
  • El látigo sería peor. Esto al menos no deja marcas.
  • Pero una semana es mucho tiempo.
  • Aguantaré… no te preocupes.
  • Pero…
  • ¿Pero qué?
  • Si vuelves al servicio será lo mismo. Te daré unas monedas te puedo buscar una casa para trabajar.
  • ¿Me estás echando?
  • Si te quedas, esto se repetirá...

LA PARTIDA DE LADRONES:

Han pasados dos años más. A Leonor se le pasó el enfado. De nuevo durmiendo juntos. Otra hija. No consigo un heredero varón. Tampoco me importa mucho… puede haber una Condesa del Oso. Ironía que mi padre muriera por culpa del animal que llevamos orgullosamente en nuestro escudo.

Tras eliminar la salvaje costumbre del látigo, tuvimos que revisar las mazmorras. Las limpiamos por primera vez en mucho tiempo, eso evitará contagios. También revisamos el libro de condenados. Había personas acusadas de robar comida en el mercado… los liberé. Otros estaban condenados por delitos graves y allí siguen. Hemos escrito un código. El delito leve se pena con unos días con el cepo de hierro, el grave implica ser llevado a las mazmorras… para siempre, no hay salida. Los muy graves siguen significando la horca.

Apenas ha habido criminales este tiempo… Algún delito leve. He hecho una lista de los delitos con su gravedad. Cuando aparece algo nuevo lo apunto…

Hace tiempo que algo malo pasa. Ha aparecido una banda que asalta en los caminos. Atacan a personas a pie, a caballo, a comitivas poco escoltadas. Roban oro, armas, leña. comida… lo que encuentren. Roban a ricos, pobres… Ayer mataron a un hombre. Debemos hacer algo.

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Llevamos casi la mitad del camino. Seguimos de lejos al cebo. Un carro típico de noble rico sin escolta. Cuando lo asalten, descubrirán a cuatro soldados armados dentro. Tocarán el cuerno y correremos al galope para reforzarlos.

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Oímos la señal… Espoleo al caballo. Vamos a toda velocidad… Ahí está el carro. Dos bandidos caídos en el suelo. Otro lucha con los soldados. Ruido de cascos… hay criminales huyendo.

Corremos tras ellos. Yo y diez hombres más… Llegamos a un claro del bosque… no hay escondite. Allá van… dos caballos y dos jinetes. Falta poco para cogerlos.

Mis hombres saltan sobre el primero. Luchan en el suelo…

Salgo tras el otro… Parece un hombre muy pequeño y menudo. Su caballo flaquea… Estoy a su altura. Me pongo en pie sobre la silla. Salto sobre él, puñal en mano…

Rodamos por el suelo. Se resiste. Lo golpeo, lo sujeto en el suelo… se resiste, no es fuerte pero sí luchador. Puñal en el cuello, se paraliza, se rinde… le quito el pañuelo de la cara.

  • ¿Qué?

¡¡¡Es una mujer!!! ¡¡¡Inés!!!


JUICIO Y MAZMORRA:

¡¡¡Ahhh!!! Me han atado las manos a la espalda y me han puesto una cuerda al cuello. No es sólo una cuerda… es una soga, un nudo de horca. Una vez apretado no retrocede, sólo se puede quitar cortando.

No, aún no me van a ahorcar o eso creo… Un soldado lleva el extremo de la soga. Me conduce a pie hacia el castillo. El carro que asaltamos va delante. Ahí van los cadáveres de mis compañeros. Tres muertos en combate con los soldados. Orduño y yo fuimos unos cobardes. Teníamos los dos únicos caballos y al ver gente de armas huimos a todo galope. Enfrentarnos a paisanos o a criados armados que defienden sin ganas a su amo se nos da bien, los soldados son otra cosa.

Orduño el tuerto es el terror del valle… Bueno, lo era. Mucho más fiera en los caminos que en la cama. Ahora camina cojeando a mi lado. Se hizo daño al caer del caballo. Va atado igual que yo… Yo estoy magullada, con varias rozaduras, pero parece que nada grave.

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Nos apresaron por la mañana. Es media tarde… Estamos en la celda que yo “estrené”, vigilados constantemente. Ahora parece que nos llevan al salón de justicia. Seguimos con la soga al cuello… No está apretada pero a mí empieza a ahogarme. Es posible que en poco tiempo las usen para colgarnos. Ahí… justo delante del cepo donde me sujetaron está el patíbulo. Es solamente un conjunto de dos columnas de piedra separadas unos siete pies. Entre las columnas se sujeta una gruesa viga de roble, a unos ocho pies del suelo.

Estamos ante Hernando. No veo a Higinio ni a Leonor. Seguimos con las manos sujetas atrás, dos soldados sujetan las sogas como si fuéramos dos perros.

Un oficial relata los robos de nuestra partida. En al menos dos de ellos hubo heridos, en otro un muerto. Hay testigos, víctimas de los robos. Orduño confiesa todo… incluido el asesinato. Yo no niego nada… colaboré en todos, acabo gimiendo que yo no derramé sangre.

La sentencia no se hace esperar: Orduño va a la horca, yo a las mazmorras. Ejecución inmediata de las sentencias.

Me obligan a verlo. Colocan un taburete bajo la viga del patíbulo. Suben a Orduño… Desde donde estoy lo veo temblar como un junco al viento. Un hombre usa una escalera para atar la soga al gran larguero de madera. La tensa, él ya debe estar sintiendo un poco de presión en el cuello. Retiran la escalera, se apartan todos un poco. El hombre que ató la cuerda, un tipo muy moreno de aspecto siniestro, se acerca al taburete. Apoya su pie en él…

De una patada lanza el soporte rodando por el suelo. ¡¡¡Ahhh!!! Debe ser terrible. Veo a Orduño retorcerse, abrir la boca y sacar la lengua en un intento inútil por sobrevivir. Durante un tiempo interminable lo veo convulsionarse. Luego nada… inmóvil, silencio…

Por alguna razón me llevan a las cocinas. Conozco el lugar… Vale, ya sé. La jefa de servicio y su lameculos me esperan con un “vestido saco”. Me desatan… pero, inmediatamente, me desnudan. Por eso me han desatado. Me obligan a vestir un saco abierto por los dos lados. Han puesto dos cordeles atados a modo de tirantes. Me extraña el “modelo”, conocí el camisón pero este es diferente.

  • Es distinto para que no cree problemas con las pulseras -me dice.
  • Pulseras de hierro de una libra de peso -insiste ante mi cara de asombro.

Me sacan a empujones de aquella pequeña estancia, los soldados esperaban impacientes. Salimos al patio… anochece. Me llevan al edificio principal. Entramos por la misma puerta que lleva a la sala de la justicia.

Justo antes de esa sala, torcemos a la derecha. Esa zona no la conozco. Entramos en una sala oscura, sin ventanas, iluminada solamente por pebeteros colgados en la pared.

Dios… veo una gran estantería de madera. Allí hay un gran almacén de objetos terribles. Grilletes, bolas, cepos, candados…

En la sala está el verdugo que acaba de colgar a Orduño. Bajo pero ancho, parece muy fuerte. No viste de soldado, lleva una túnica oscura. Piel muy morena, pelo negro y escaso.

  • Bienvenida, soy el maestre de las mazmorras, a veces también verdugo -me dice.
  • Dejadme coger vuestras muñecas un momento.

Los soldados me sujetan los brazos, uno a cada lado. El hombre me agarra ambas muñecas a la vez. Sin mucha fuerza pero rodeándolas con sus manos. Sus manos son recias, duras, desagradables…

Lo veo rebuscar en su estantería… Señala una especie de mesa de piedra a los soldados y me conducen allí colocándome las manos sobre ella.

Noto un puñal por dentro mientras veo al tipo rebuscar y oigo ruido metálico. Por fin viene con un par de grilletes. No quiero mirarlo. Cierro los ojos y siento el brazalete metálico en mi muñeca derecha. Oigo como el tipo se aparta… Abro los ojos, en la pared opuesta hay una chimenea con fuego. Calienta un remache… se pone guantes de cuero y lo trae con pinzas de herrero. Vuelvo a cerrar los ojos. Siento calor, oigo martillazos, fuertes, rotundos… Oigo agua y el calor me sube hasta la cara…

Abro los ojos… el vapor blanco, caliente me empaña los ojos. Ha vertido agua para enfriar el remache. Todavía está rojo… No ha tocado mi piel pero noto el calor en mi mano.

Vuelve a la chimenea… El soldado a mi izquierda coloca el segundo grillete en mi muñeca. Dejo los ojos abiertos… aguanto las lágrimas. Veo como coloca el remache al rojo, como lo golpea con un gran mazo para aplastarlo y soldarlo al cierre del grillete. Lo enfría con agua.

Después de terminar su trabajo, el verdugo tira un poco por los grilletes para comprobar que están seguros… no salen. Ya no saldrán nunca.

  • Tenéis las muñecas muy pequeñas, era mi par más pequeño.

Por un momento, los soldados me sueltan. Miro hacia mis manos e intento separarlas… tengo como un palmo de espacio entre ellas.

  • De rodillas -dice el verdugo.

Los soldados me vuelven a agarrar y me arrodillan sobre una gran piedra plana, a modo de tarima. No me dejan mirar pero el proceso es el mismo. El hombre comprueba el tamaño de mis tobillos.

  • Tobillos pequeños -dice.

Oigo el tintineo de las cadenas cuando vuelve.

  • Tengo un par de tobillo pequeño, aunque la forma del pie es distinta. Aunque os pusiera uno grande no escaparíais -añade.

Me obligan a mirar hacia adelante… Me quedo mirando fijamente a una gruesa puerta de madera que hay en la pared del fondo.

Noto el grillete en el primer tobillo, noto el calor del remache, tiemblo hasta el tuétano cuando golpea y oigo el sonido del agua que se evapora al instante. Con el otro tobillo ocurre lo mismo.

Me levantan, no me agarran, me siento débil, indefensa… veo mis manos, veo las cadenas colgando de mis pies.

  • Coged una bola -le dice el carcelero a los soldados.

Veo como entre ambos sujetan una gran bola de hierro, como la que usaron en mi primer castigo. El verdugo abre la puerta del fondo.

  • Señora por aquí -dice.

Me extraña que diga “señora” y no prisionera, ladrona, perra, puta… o algo peor. Desde luego es un respeto sarcástico pero no se le nota, parece un paje hablando con una duquesa.

Comienzo a andar… me pesan los grilletes. Me obligan a dar pasos cortos, a caminar despacio… Agradezco que no tengan prisa. Lentamente paso por la puerta. Una oscura escalera desciende hacia un mundo negro y húmedo.

El carcelero va delante con una antorcha. Los dos soldados van detrás con la bola.

Llegamos a un pasillo de unos siete pies de ancho. Las paredes son de piedra irregular. El techo es una bóveda baja, serán siete pies en el punto central más alto y poco más de cinco en los extremos.

  • Las mazmorras son realmente un pasillo subterráneo que rodea todo el edificio. No hay celdas. Colocamos a cada huésped en un lugar del que no puede moverse mucho, para eso es la bola.

Estoy aterrada, hay otros prisioneros tirados por el suelo. Todos hombres, realmente ya no eran hombres. Estaban flacos, demacrados, balbuceaban cosas ininteligibles cuando pasábamos. Todos encadenados como yo. Todos unidos a una pesada bola, con un gran candado que unía los grilletes de sus pies a la cadena de ésta.

Vamos caminando lentamente. En la pared derecha que debía ser la exterior hay minúsculos tragaluces redondos. No podrían llamarse ventanas… Son pequeños agujeros practicados en el muro, perforando hacia arriba. No tienen reja y no la necesitan. Apenas cabría mi pequeña mano por uno de ellos. A esta hora casi no entra luz pero deben de ser la única iluminación y ventilación disponible.

El suelo es de tierra cubierta de paja. El aire no parece saludable. El olor es horroroso… una mezcla de humedad, miseria y excrementos humanos.

Creo que conté ocho personas y unos treinta pasos cuando el hombre vuelve a hablar.

  • Ya hemos dejado atrás a todos los prisioneros. Por ser vos una dama, os dejo elegir lugar.

La pregunta me ha cogido de sorpresa. Creo que no voy a poder hablar…

  • Podemos ir un poco más lejos -me sorprendo emitiendo una voz débil y entrecortada.
  • Lo entiendo, preferís estar lejos de estos desgraciados -responde.
  • Vamos… torcemos la esquina y todo el pasillo será vuestro.

Una vez doblada la esquina pido ser colocada justo debajo de un tragaluz. Los hombres ponen allí la pesada bola. El carcelero la une a mis grilletes con un gran candado.

Todos se van y yo me siento en el suelo… El hombrecillo me prometió traer agua. Pasa un buen rato pero trae una jarra con agua, un trozo de pan, una manta y un cubo con un poco de agua en el fondo.

  • ¿Y el cubo?
  • Para tu mierda, perra ladrona…

¡¡¡Ehhh!!! Ahora ya no me ha tratado tan bien… Y aquí me quedo, creo que para siempre, sufriendo lo peor de todas las cárceles: la soledad… Fue en ese momento cuando me dí cuenta de que tenía los ojos y las mejillas empapados de lágrimas.

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No sé cuánto tiempo llevo aquí ya… Al menos un par de meses. El carcelero me trae pan duro y agua todos los días. A veces, me sorprende con algún “menú especial”... Puede que al principio estuviera bueno pero sé que las sobras se la dan a los cerdos… esto son las sobras de las sobras.

El cubo de la mierda lo vacía cuando va por la mitad o más… El olor es nauseabundo pero la mayor parte del tiempo casi no lo noto. Siempre me dedica insultos y malas palabras.

  • ¿Por qué me tratasteis bien a mi llegada y ahora me insultais a diario? -me atreví a preguntarle.
  • Siempre trato a los que llegan como marqueses. Eso hace más fácil el proceso de poneros las cadenas. Una vez cierro el candado ya no sois personas. Os encerramos aquí porque el conde no se atrevido a ahorcaros y a mí no me dejan mataros.

La mínima ventana me permite saber cuando es de día. El haz de luz circular cae como un rayo sobre el oscuro pasillo. No da mucha iluminación pero algo es algo. Si me pongo de pie, mis ojos casi llegan al orificio… mi nariz puede respirar aire no viciado.

Me paso el día asustando a los ratones. Ya me han mordido varias veces y debo marcarles el territorio.

Empieza el verano, hace calor… el vestido de saco y los grilletes son más incómodos todavía con el sudor. Aparte de los ratones, hay moscas, mosquitos y todo tipo de bichos por el suelo.


AMA Y ESCLAVA:

He tenido que viajar al feudo vecino. El rey nos ha reunido para explicarnos la importancia de estar preparados para la defensa. Se temen ataques normandos. Llevo una semana aquí… un poco excesivo… y si atacan en ausencia de todos los señores de la región.

Hoy volvemos… Leonor me preocupa. Su segundo parto fue muy duro, sangró mucho… El médico me dijo que era probable que no engendrara más. Ella no lo sabe… a lo mejor lo sospecha.

Nuestras habitaciones ocupan una planta de la gran torre. No quiere salir de allí. No quiere que nadie entre allí salvo dos doncellas de confianza.

No sé si le conviene estar una semana sola… Espero encontrarlo todo bien…

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Al llegar subo a su alcoba… toco la puerta, entro.. ¡¡¡Ehhh!!! ¿Qué pasa aquí?

  • Perdona, me sentía sola y me hice traer compañía -me dice-.
  • Lástima que sea una ladrona, pero me siento como una dómina romana con su esclava -sigue.

Inés estaba allí… Llevaba los grilletes de la mazmorra. Vestía algo un poco más fino que el saco de los prisioneros. Había una mesa llena de comida, algunos platos con restos… También había varias jarras. Olía a vino. Ellas también… Leonor siguió hablando… Siempre le afectó mucho el alcohol. Al segundo vaso de vino, ya estaba borracha.

  • Al principio odiaba a esta mujer. Ella te tuvo antes que nadie. Todavía te gusta, veo como la miras. Ayer pensé en subirla para que sea nuestra esclava. Allí en el calabozo no es útil a nadie. La han subido, bañado, le hemos tenid que cortar el pelo… estaba llena de piojos y pulgas. Mis doncellas le han hecho un vestido de lino. Abierto arriba y abajo, con tirantes sujetos con botones. Le haremos un par de ellos más… Los podrá poner y quitar llevando las pulseras de hierro.

Al decir eso agarró los grilletes por la cadena y tiró para acercarla. Entonces siguió hablando:

  • Vas a seguir llevando esto hasta que mueras. Te he sacado de ese pozo inmundo pero ahora soy yo la carcelera.

Me fijo en la cara de Inés… No parece muy feliz… También huele a vino pero ella lo aguanta mucho mejor. En las fiestas del servicio beben y bailan sin parar. Me sentí mal al condenarla… ¿Se unió a los criminales porque yo la eché?

  • Llegas a tiempo de ver como la castigo -dice Leonor.
  • Puedes comer algo mientras -continúa.

Estoy asustado pero también curioso, me siento y veo como Leonor la desnuda soltando los tirantes del vestido. Ella se desnuda también y comienza a besarla en la boca. Inés sentada en la cama y Leonor inclinada sobre ella. Leonor le besa los pezones, le lame el ombligo. No sé si Inés finge o realmente disfruta, pero me está empezando a gustar el espectáculo.

Le besa la vulva… la chupa, la disfruta… Ahora seguro que Inés no finge, gime, convulsiona, intenta estirarse… no puede mucho, pero disfruta. La veo llegar al orgasmo en medio de un gran chillido.

Ahora Leonor reclama su parte… se sienta ella en la cama e Inés se arrodilla delante. Veo como empieza a chupar… Lo hace con los ojos cerrados, no sé si le gusta pero seguro que lo prefiere a la mazmorra.

Leonor disfruta, le masajea el pelo, pero la insulta. La llama perra, puta, ladrona… Inés sigue… parece que los insultos le dieran fuerza.

  • Para, para, para -grita Leonor.
  • Ven, ahora necesito aquí un hombre -dice dirigiéndose a mí.

Bueno, vale… me desnudo y yazgo sobre ella en la cama… Me han puesto muy caliente. Tengo la polla como una viga… La penetro sin más y comienzo a empujar. Le manoseo las tetas… las aprieto, las beso… Llegamos los dos enseguida… Nos tumbamos ambos en la cama, boca arriba.

Inés se tumba al lado de la cama, encima de una enorme piel de oso que hace de alfombra. No sé qué ha hecho Leonor aparte de cortarle el pelo y darle de comer, pero se ha vuelto sumisa como un perrito.

Estoy cansado del viaje, tengo sueño… Leonor está ya roncando… ¡¡¡Qué capacidad para dormir ha tenido siempre!!! Además, el vino ayuda mucho.

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Despierto… Leonor duerme. Hace un poco de frío… Un pebetero arde lentamente iluminando un poco la habitación. ¿Dónde fue Inés?

Hay un poco de luz en la ventana… Luz de luna. Inés está asomada. Me acerco por su espalda. Su cuerpo ha sufrido en la mazmorra… delgada, con marcas por el cuerpo.

La cojo por los hombros… Por un momento siente temor, pero se le pasa, se apoya sobre mí… me gusta, es suave, cálida, como yo la conocí. Desde atrás le acaricio las tetas, la beso en el cuello, la masturbo lentamente con los dedos.

Allí, apoyada en la ventana, la penetro desde atrás… con cuidado, despacio. La sigo masturbando mientras entro. Entro y salgo.. entro y salgo… Sigo hasta eyacular. Ella gime y convulsiona…

  • Como cuando adolescentes -le digo.
  • Hay cosas que han cambiado -ella se da la vuelta y me muestra sus cadenas.

Me callo, me cuesta dar una respuesta… ya sigue ella.

  • Al salir de aquí tenía mucha rabia. No me presenté en el nuevo trabajo. Me fui de fiesta por ahí con el dinero que me diste. Conocí al tuerto… creo que ya sabes el resto.

Sigo sin hablar.. y sigue diciendo ella lo que pienso.

  • Robamos y hasta matamos. El castigo fue justo. Pensé que iba a morir ahorcada como Orduño. La mazmorra es el peor castigo que existe… La hora te mata rápido… unos instantes de agonía.
  • No sabes cómo es… ninguna persona viva lo sabe. Esos instantes se alargan como días, tal vez más…
  • En la mazmorra te ves a tí misma morir poco a poco. Mira mis marcas… mordeduras de rata, picotazos de insectos… Calor en verano, frío en invierno… Humedad, pan duro, comida podrida los días de fiesta. Antes o después enfermaré y moriré allí, sujeta como un perro. Tu mujer está un poco loca pero le chuparé el coño lo que haga falta con tal de no volver allí. Ella quiere ser mi ama, yo seré su esclava si no me hace de nuevo, vivir enterrada en vida.

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Curiosa situación… Llevo un mes viviendo una especie de trío sexual. No es que me queje. Tengo a dos hermosas hembras a mi disposición, pero es raro… Leonor es muy inestable. Cualquier día puede querer ejecutar a Inés.

Leonor quería enviar a Inés a la mazmorra cuando se cansaba de ella y luego mandarla a buscar otra vez. Le convencí que mejor buscarle una “cárcel” más cercana. Hemos vaciado un pequeño almacén de tres pies de ancho por seis de fondo. Allí coloqué la piel de oso en el suelo para que duerma. No hay ventanas, he hecho cambiar la puerta de madera por otra de reja. Le he dado un candado y su llave a Leonor… puede encerrarla y liberarla cuando quiera. Inés siempre obedece… Yo tengo otra llave. A veces abandono la cama de Leonor y visito a Inés de madrugada. Otra veces Leonor se enfada y me envía a dormir a mi alcoba. También acabo visitando a Inés.

Inés ha empezado a tener náuseas por la mañana y a sentir los pechos duros y dolorosos. Sus pequeñas tetas se han hinchado, están redondas y hermosas. Todo parece indicar que está encinta.

Leonor quiere que tenga un niño para hacerlo pasar por hijo suyo. No es mal plan porque nadie entra en esta planta de la torre salvo dos doncellas de su confianza. Pero no sé qué hará después del parto… Ni sé qué hará si es una niña. Puede hasta matarla. He escondido un martillo y un cincel para romper los grilletes cuando llegue el parto.

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Han pasado ocho meses. Inés está muy cerca del parto. Llevar cadenas en las manos nunca es cómodo pero con esa barriga es una tortura. Un día pillé a Leonor de buenas y me dejó quitárselas… Por la tarde se arrepintió pero no podía bajarla, ni traer un herrero. No quiere que nadie sepa del embarazo de Inés.

Esa noche, me pidió que se los pusiera a ella. De alguna forma fácil de quitar pero quería saber lo que se siente. A falta de un remache caliente atravesé los agujeros con un alambre y lo retorcí varias veces sobre sí mismo. Luego me pidió sexo… No podía quitarle la ropa con es puesto… la rompí… La rompí y follamos salvajemente sobre el suelo de piedra. Luego quiso quedarse encadenada toda la noche y así fue.


VIKINGOS:

Los consejeros del rey debían exagerar un poco, o eso pensamos todos. Pasó el verano y el invierno (el embarazo de Inés entero) y nadie vio un normando ni de lejos.

Pero no se equivocaban tanto… Primavera y recibimos noticias de una gran flota vikinga remontando el río desde el mar. Debemos prepararnos...

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Hemos recibido noticias de su ataque a los feudos vecinos, aquellos situados río abajo. También recibimos a gente que venía huyendo.

Llegarán por el río… Al llegar al puente no podrán seguir, sus drakkars no podrán pasar por debajo y menos sobre los bancos de arena que hay tras los pilares. Tendrán que desembarcar en la otra orilla. Del lado del castillo no hay más que una pared de piedra. Justo enfrente hay una playa de tierra y barro. Encallarán las naves y pondrán pie en tierra.

El puente está fortificado. Una torre en cada orilla. Lo superarán pero perderán tiempo y hombres. Tendrán que subir la montaña a pie, no traen caballos. Se encontrarán con una puerta fortificada cuando el camino se estrecha… También la superarán, pero ahí perderán mucho más. Los acabaremos teniendo en la puerta de la muralla. Esa ya no la atravesarán… O ese es el plan.

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Apenas ha amanecido… Suena un cuerno en la terraza de la torre. Es la señal. Subo corriendo… Ahí están… No consigo ver el agua del río. Las embarcaciones no lo permiten. Van remando rítmicamente, río arriba. Han empezado a desembarcar… Hay pequeñas catapultas en las torres del puente, tenemos bolas de paja empapadas de aceite mineral. Prendidas son una bola de fuego. Pero disparar a los barcos es un blanco difícil… Deben esperar la acometida. ¡¡¡Dios!!! Frente al puente están formado más de dos mil infantes. Nosotros somos menos de quinientos. Debemos aprovechar las fortificaciones al máximo.

Desde la torre se oye la gran algarada. Todos a pie cargan como uno solo, armas en mano, vociferantes… No usan armas de asalto, no hay catapultas ni torres de asedio. Sólo llevan cuerdas de escalar. Confían en su número y su fiereza.

Los defensores del puente comienzan a lanzar las bolas de fuego. Caen de lleno en la masa humana… No la detienen pero sí le hacen perder efectivos.

Están más cerca… mis hombres comienzan a disparar con las ballestas. La posición elevada y la fuerza del disparo de las armas hacen que cada flecha sea casi un muerto seguro. Los caídos hacen tropezar a los que los siguen. Los siguientes los pisotean.

Aun así llegan al pie de la torre. Disparan flechas hacia arriba con arcos. Un arco es mucho menos eficaz que una ballesta, desde el pie de la torre es ineficaz.

Están golpeando el rastrillo con un ariete. No es una puerta, sino un rastrillo. Una enorme reja de hierro que se levanta con poleas y se puede dejar caer con violencia. Desde arriba les tiran aceite hirviendo.

Tras muchos golpes el rastrillo empieza a ceder. Con gran júbilo ven como los defensores de la primera torre la abandonan corriendo y se unen a los de la segunda.

Finalmente, el rastrillo cae, la horda comienza a cruzar el puente mientras son hostigados desde la segunda torre. Deben avanzar por un camino estrecho, las flechas y el aceite hirviendo matan a muchos. Algunos caen al río, otros mueren pisoteados.

El segundo rastrillo se dobla bajo los golpes. Los defensores vuelven a huir. Tenían caballos preparados tras la torre y suben a galope.

Desde nuestra posición apenas se ve lo que ocurre en la puerta del barranco. El plan era el mismo, resistir hasta que caiga la puerta y huir a galope. Además de los defensores en la puerta, hay ballesteros situados en los márgenes del barranco. Oímos ruidos de batalla pero no puedo verlo.

Vemos llegar a nuestros hombres a galope. La entrada en el castillo es una doble puerta. Pasada la primera hay que girar bruscamente a la derecha para entrar al patio principal. Antes hay un patio cuadrado de veinte pies de lado. Si parte del ejército enemigo queda atrapado en ese patio será una trampa mortal para ellos.

Cuando pasa el último de nuestros jinetes, bajamos el rastrillo de la segunda puerta. La primera permanece abierta. Todos los soldados escondidos tras las almenas.

Desde la torre veo llegar a la gran horda a pie. Dudan un momento ante la puerta abierta pero pasan muchos. Traen el enorme ariete para emplearlo contra la segunda puerta cerrada.

Entonces ejecutamos el plan. Dejamos caer con furia el rastrillo de la primera puerta. Veinte quintales de acero caen desde diez pies de altura. Los barrotes de hierro rematados en punta matan a varios enemigos. Inmediatamente, comienza una lluvia de flechas sobre todos los vikingos que entraron en el patio.

A los que quedaron fuera también los hostigamos con flechas y bolas de fuego.

Dejamos caer barriles de aceite hirviendo sobre el patio… Creo que todos los que entraron ahí están ya muertos. El enorme tronco reforzado con herrajes que servía de ariete, yace sobre ellos.

Afuera quedan muchos todavía… por primera vez parecen desorientados. Sus jefes entraron en la trampa. No tienen con qué atacar la puerta. Algunos lanzan flechas hacia arriba. Alguna incluso impacta en la gran torre.

Otros intentan lanzar las cuerdas para escalar la muralla. Llevan un gancho que se sujeta en el almenado. Son veinte pies de muralla. Los hombres hacen lo planeado… dejarlos escalar hasta media altura y cortar las cuerdas.

Por fin dejan de atacar. Los supervivientes se reúnen en el camino, a suficiente distancia para estar fuera de tiro. ¿Qué decidirán? Acampar para sitiarnos… es la única entrada. Hacer nuevos arietes cortando árboles e intentar un nuevo asalto.

Parece que acampan… Se les ve con cierta actividad. Seguramente están preparando arietes y escaleras.

Al anochecer cuando empieza a faltar la luz se oye un gran estruendo… Los normandos son pillados por sorpresa por nuestro contraataque. Descendemos por el camino a caballo. Comienzan a huir desordenadamente.

Al llegar a la puerta del barranco se encuentran una nueva sorpresa. No todos los defensores huyeron. Una reserva permaneció escondida dentro de las torres y ahora los recibe a flechazos.

Antes de la noche cerrada, todos los vikingos estaban muertos o eran prisioneros.


EPÍLOGO:

Logramos rechazar la invasión con pocas bajas. El rey concedió al condado el mando sobre nuevas tierras y permitió poner en el escudo la inscripción “Defensores del Reino”.

Una de las bajas fue Higinio… Nunca fue hombre de armas pero cuando la caballería se disponía a la carga final decidió unirse vistiendo una pesada coraza y montando un bravo corcel. El caballo lo tiró al suelo y murió del golpe en la cabeza.

Otra baja destacable fue… Leonor. Toda persona que no fuera a luchar debía recluirse en el edificio principal con todas las puertas y ventanas cerradas. En algún momento se apagaron las teas que alumbraban la habitación y agobiada por la oscuridad abrió las portezuelas de madera que protegían la ventana. Una flecha entró y se clavó entre sus senos… Le atravesó el corazón y murió en el acto.

Al volver de la batalla encontré a Leonor muerta y a Inés de parto… Había roto aguas y estaba chillando de dolor encerrada en su pequeña celda. Logré liberarla de los grilletes en los pies y llamar a las doncellas para que ayudaran en el parto.

Anuncié a todos que Leonor había muerto de parto al traer al mundo a un hermoso niño.

Inés fue indultada… es ahora mi copera personal...

Debido a mis nuevas tierras tengo ofertas de matrimonio de varias familias nobles. La verdad, de momento, me resisto…

Nota final

: he intentado que en todas las descripciones donde se habla de tamaños o pesos se usen unidades medievales: pies, libras… Lo malo es que dichas unidades podían variar mucho entre una región y la vecina. He supuesto que sus valores son equivalentes a las medidas británicas actuales. 1 pulgada = 2.5 cm, 1 pie = 12 pulgada (30.5 cm), 1 libra = 0.45 Kg. Leonor dice medir 5 pies (1.52 m) y pesar 60 libras (58.5 Kg)... recordad que la estatura de hombres y mujeres era mucho menor en la edad media. Inés mide dos pulgadas menos (1.47 m).

FIN