El helado

Sentado en la terraza de aquel bar, observaba como aquella belleza de intensos ojos azules, se comía el helado...

EL HELADO.

Sentado en la terraza de aquel bar, observaba como aquella belleza de intensos ojos azules, se comía aquel helado. Era una chica joven, tendría unos 20 años, el pelo rubio y esa inocencia que sólo se tiene a los 20 años. Miguel con 30 años ya, añoraba con frecuencia aquella edad, por eso de vez en cuando, se sentaba en la terraza de un bar y observaba las jóvenes que pasaban o se sentaban en alguna de las otras mesas. La chica no estaba sola, un joven de su edad se tomaba una cerveza, mientras ella seguía chupando el cucurucho. Miguel cerró los ojos por un instante, y se imaginó a aquella jovencita mamándole la polla. Volvió a abrirlos y vio que se había quedado sola en la mesa. Espero unos segundos por si el chico estaba dentro y volvía, al comprobar que no era así decidió acercarse.

¡Hola! ¿Estas sola?

Sí, estoy esperando a una amiga. – le respondió ella intentando deshacerse de aquel imbécil que la molestaba.

Perdona, pero es que llevo un rato observándote y quería decirte que eres muy guapa. Soy pintor y me encantaría dibujarte ¿si no te importa?

La muchacha lo miró a la cara por primera vez, seguía lamiendo el helado color marrón que llevaba en la mano.

¿De verdad quieres dibujarme? – le preguntó un poco incrédula.

Sí – respondió él - ¿puedo sentarme?

Bueno – accedió la jovencita.

Miguel se sentó junto a la joven y le preguntó:

¿Cómo te llamas?

Irene – respondió ella - ¿Y tú?

Miguel. ¿Te gustan los helados? – le preguntó.

Sí, los de chocolate.

¿Tienes novio?

No.

Tenía el camino libre, pensó Miguel, ahora sólo tenía que conquistarla, para lograr su objetivo. La muchacha se estaba terminando ya el helado.

¿Quieres tomar algo? ¿otro helado? – le ofreció Miguel.

Una coca-cola, por favor.

Miguel pidió al camarero que se acercara y le pidió una coca-cola y una cerveza, luego siguió hablando con la muchacha, tratando de ganarse su confianza y sonsacándole detalles sobre su vida, así supo que tenía 19 años, estudiaba magisterio, vivía con sus padres y tenía un hermano mayor. Una hora más tarde la chica dijo que tenía que irse a casa y Miguel le dio su tarjeta con su número de teléfono, luego se ofreció a acompañarla hasta su casa. Irene accedió.

Al llegar al portal ella le dijo:

Esta es mi casa.

Entonces, buenas noches. – le dijo Miguel y acercó sus labios a la dulce boca de la dulce muchacha y la besó.

Irene le correspondió en el beso, e incluso le rodeó el cuello con sus brazos.

Buenas noches – dijo ella cuando se separaron.

Luego dio media vuelta, abrió la puerta y entró, mientras Miguel se quedaba observándola desde la calle. Irene se dirigió al ascensor y entró absorta en sus pensamientos, acaba de ligar con un tío que tenía 11 años más que ella, casi no se lo podía creer.

Durante los siguiente días se vieron unas cuantas veces más, quedaban para tomar algo en el bar donde se habían conocido y Miguel iba preparando el terreno poco a poco, hoy un beso, mañana una caricia, así, poco a poco, paso a paso, le preguntaba cosas sobre su sexualidad y así supo que era virgen, y que lo único que había echo con un par de amigos había sido sexo oral.

Un día en que estaban en el bar Irene le dijo a Miguel:

El día que nos conocimos dijiste que querías dibujarme, ¿lo va a hacer algún día?

Miguel ya casi lo había olvidado.

Tienes razón. ¿Qué te parece si vamos ahora a mi casa y empezamos? – le propuso. Era el momento idóneo para pasar a la acción y su casa era el mejor lugar.

Bueno. – aceptó Irene emocionada.

Caminaron hacía la casa de Miguel, que estaba a pocos metros del bar, iban abrazados y Miguel de vez en cuando, se detenía para besar a su chica. Cuando llegaron Miguel la hizo entrar diciendo:

No es muy grande la casa, pero a mi me sirve.

Nada más entrar había una cocina-comedor, en un rincón había un caballete con un cuadro y junto a él una mesita con las pinturas y colgada del cuadro había una vieja bata llena de pintura. Tras el caballete había dos puertas, una era el lavabo y la otra la habitación.

Ven – le dijo Miguel a Irene llevándola a la habitación, la hizo entrar y le ordenó:

Desnúdate.

¿Me vas a dibujar desnuda?.

Sí, sólo si quieres.

Claro que quiero – le dijo ella empezando a quitarse los pantalones, Miguel entretanto buscó su libreta de dibujo entre los papeles que tenía en el escritorio.

Irene se desnudó completamente y le preguntó:

¿Dónde quieres que me ponga?

Miguel, con la libreta y un lápiz entre sus manos dijo:

Siéntate al borde de la cama.

Entonces salió de la habitación y volvió unos segundos después con un helado en las manos.

Toma – dijo dándoselo a Irene- chúpalo.

La chica le obedeció, abrió el helado, dejó el papel en la mesilla de noches y empezó a chuparlo, mientras Miguel se ponía frente a ella, a unos pocos metros y empezaba a dibujarla.

Perfecto, estás muy sexy – comentó Miguel, mientras dibujaba – Me estás poniendo a cien. Como me gustaría que ese helado fuera mi polla – le soltó mirándola fijamente a los ojos.

Pues acércate – añadió ella con una sonrisa pícara.

Miguel no se hizo derogar, dejó la libreta y el lápiz sobre el escritorio que tenía tras él y se acercó a Irene. Cuando estuvo frente a esta, Irene le bajó la cremallera del pantalón, le desabrochó el cinturón y el botón del pantalón y lo dejó caer al suelo, mordisqueó el erecto sexo por encima de los calzoncillos, sin dejar de mirar a Miguel a los ojos. Por fin lo había conseguido, pensó Miguel, aquella dulce boca iba a saborear su polla. La muchacha le bajó los calzoncillos y el pene saltó como si tuviera un resorte, quedándose erguido frente a la roja boca de la chica. Irene acercó sus labios al miembro y besó la punta con mucha suavidad, luego lo cogió por el tronco con su mano derecha, volvió a besarlo, lamió la punta y resiguió el tronco con la lengua hasta la base. Chupó los huevos, primero uno y luego el otro, y volvió a ascender por el tronco hasta alcanzar la punta, que se metió en la boca y comenzó a chupar como si quisiera sacar algo de ella.

Miguel, excitado se abandonó a aquel placer. Sin duda la niña tenía madera de chupadora, pensó en su interior. Sus manos trataban de acariciar los desnudos pechos de la muchacha, mientras esta continuaba chupándole la polla, sin descanso. Cada vez se introducía un poco más, hasta que llegó a la mitad y continuó succionando, moviendo su lengua alrededor del erecto miembro. Miguel estaba a punto de correrse, se movía levemente, casi imperceptiblemente de modo que su polla follara la dulce boquita de aquella preciosa muchachita.

¡Oh, me voy a correr! – le avisó a Irene, está apartó la boca y acercó sus pechos, para que Miguel la llenara con su leche.

Cuando Miguel terminó de correrse, cogió un pañuelo y limpio el pecho de la muchacha, luego arrodillándose frente a ella, la besó con ternura. Muy despacio, la acostó sobre la cama, separó sus piernas suaves con delicadeza, y empezó a besarla, desde las rodillas, ascendiendo por los muslos poco a poco, beso a beso, hasta alcanzar el tierno sexo femenino. Lo lamió muy suavemente, e Irene se estremeció arqueando la espalda sobre la cama. Un nuevo lametón provocó otro estremecimiento en la muchacha, que gimió excitada. Miguel se aplicó a lamer el tierno sexo, introduciendo su lengua en la femenina vagina. Lamió el clítoris y lo chupeteo con ímpetu provocando una nueva convulsión en la muchacha que gritó de placer. Estaba a punto de correrse y Miguel lo notó, por lo que decidió dedicarle su atención a otra parte de su cuerpo, y se dirigió a los pechos. Empezó a lamerlos, haciendo círculos hasta llegar al pezón, que lamió con mucha suavidad y luego mordió.

Irene gimió de nuevo, estaba muy excitada, sentía su sexo más húmedo que nunca y pensó que Miguel era el único hombre que había logrado llevarla hasta el límite del placer. Aquellos mordiscos sobre sus pezones, la estaban volviendo loca, sentía que iba a correrse en cualquier momento y repentinamente, Miguel dejó de lamer sus senos. Sintió que volvía a chupar su húmedo sexo y que introducía su lengua en su vagina. Irene gimoteaba excitada, loca por el placer que estaba sintiendo, necesitaba llegar hasta el final, liberar todo aquel placer que se agolpaba en su sexo, en su cuerpo, en su interior. Su cuerpo se convulsionaba una y otra vez, cada vez con más fuerza. Mientras la lengua de Miguel no paraba de moverse en su interior, hacia un lado, hacia otro; hacía fuera, hacia dentro; picoteando sobre su punto g. Ya sólo se oían los gemidos de Irene en la habitación y Miguel continuaba dándole placer, tratando de que alcanzara el orgasmo.

En un último estremecimiento, Irene logró correrse y lanzó un sonoro gemido que resonó en todo el piso, dejándose vencer sobre la cama. Miguel se acostó entonces junto a su musa y la besó en los labios con dulzura.

Te quiero – le dijo.

Yo también te quiero. – le respondió ella.

Se quedaron abrazados unos minutos, hasta que Irene pensó que debía ser ya tarde, porque estaba oscureciendo.

Tengo que irme – le dijo a Miguel.

Sí, será mejor que te vayas.

Irene se vistió, se despidió de su novio con un dulce beso en la boca y salió del piso. Miguel se quedó en la cama acostado pensando que el primer objetivo estaba logrado, ahora le tocaba el siguiente: su virginidad.