El hechizo de Claudia

Claudia tiene un amor platónico, pero no puede estar con esa persona por diversos motivos, pero un libro que perteneció a su difunta abuela quizá tenga la solución.

Claudia bien podría ser la típica chica perfecta de instituto. Para comenzar, era bastante atractiva: pelinegra de ojos lilas, con una carita de ángel y un cuerpo sexy, de tetas medianas pero de culo respingón cortesía de ser la estrella del equipo escolar de natación, además de que su familia era un tanto acomodada. Pero su perfección no se quedaba solo en lo físico, económico y atlético, también en lo académico, llegando a ser sin problemas la primera de su clase.

A tanta perfección uno pensaría que a Claudia solo le faltaría tener por novio al capitán del equipo de futbol para ahora sí ser su arquetípica chica popular de película de drama escolar, pero la verdad es que ella seguía siendo soltera y no precisamente porque le faltaran pretendientes, sino porque su corazón ya estaba ocupado y por desgracia para ella, por alguien que ya no podría corresponderle y eso la deprimía.

Se encontraba tumbada en su cama pasando en su teléfono las fotos que tenía de su amor platónico, suspirando al saber que ya no podría tenerle. Pero en lugar de tener la foto de algún estudiante universitario, algún profesor o incluso alguna estrella pop de moda, lo que se veía era algo más bien sorprendente: las fotografías de una mujer pelirroja, de hermosos ojos verdes enmarcados por unos lentes negros, con un cuerpo curvilíneo, pechos grandes y caderas anchas. La profesora de literatura de su escuela.

Así era, Claudia era lesbiana y se había enamorado de la profesora Martha, ¿y cómo no hacerlo? Cuando ella era una sexy pelirroja con el cuerpo más escultural que ella hubiera visto nunca y además, los pies más hermosos de la vida, y ella debía saberlo por la manía que tenía de usar siempre sandalias que dejaban a la vista sus piecitos y sus uñas siempre pintadas de brillantes colores.

Durante una larga temporada Claudia se había limitado a contemplar a su amor platónico desde lejos, hasta que se enteró de algo: la profesora tenía novio. Y ahí no paró la cosa: poco tiempo después se comprometieron, se casaron, ahora estaban en su luna de miel y pronto regresaría a clase donde ahora tendría que ver todos los días al amor de su vida siendo felizmente casada, presumiendo ese estúpido anillo en su dedo como recordatorio de que ya jamás podía tenerla.

—Soy tan miserable… —gimió.

—¿Todavía sigues con eso? —dijo alguien en la entrada de su cuarto.

Claudia se sobresaltó, se apuró a apagar la pantalla de su teléfono y se giró hacia el lugar desde donde había salido la voz y ahí, recargada en el marco de la puerta, vio a Lorena, su hermana mayor, quien era todo lo contrario a ella, siendo el estereotipo de la chica mala del colegio: rubia, malvada, estúpida y con un cuerpo mucho más sexy que el suyo que según los rumores (aunque ella sabía que eran verdad) usaba para conseguir lo que quería, desde favores de los alumnos hasta buenas calificaciones.

—¿Qué no sabes tocar? —preguntó Claudia ceñuda.

Lorena solo sonrió un poco y dijo:

—Solo venía a decirte que te toca limpiar la bodega.

—Según recuerdo, mis papás dijeron que eso te tocaba a ti por castigo por reprobar matemáticas —replicó Claudia. Era una mala suerte que el profesor de matemáticas de Lorena de ese año fuera mujer heterosexual.

La rubia se encogió de hombros y dijo:

—No me apetece hacerlo, tengo una salida con el capitán del equipo de futbol esta noche y tengo que prepararme. Así que pensé que mi hermanita querida podría hacerme el favor a menos que quiera que mis papás se enteren de que se masturba con las patas de la profesora de literatura.

Claudia resopló. Lorena sabía su secreto, no era especialmente molesta con ella al respecto, pero sabía usar esa información para chantajearla cuando era especialmente necesario para ella, como cuando no quería hacer tareas como esa de limpiar la bodega de la casa.

—Está bien, lo haré… —dijo Claudia resignada.

Lorena sonrió burlona y dijo:

—¡Muchas gracias hermanita! ¡Sabía que podía contar contigo! —y salió de la recámara.

Claudia torció la boca, pensando que a mal paso darle prisa. Se levantó y salió de su habitación para ir a la bodega.

En realidad, lo que llamaban bodega no era tal; solía ser la recámara de su abuela, pero una vez esta falleció a la familia no le quedaron ganas de limpiar su habitación y poco a poco la fueron llenando de cosas que ellos “de momento” no sabían dónde poner, hasta que para cuando se dieron cuenta, el cuarto ya estaba tan lleno de tiliches que prefirieron empezar a usarlo como bodega, aunque eso sí, de vez en cuando era trabajo de un miembro de la familia limpiar un poco para que no se saturara de cosas.

Claudia llegó a la bodega y la abrió, siendo recibida por un montón de cosas apiladas. La muchacha entró y empezó a evaluar por donde comenzar y decidió iniciar por el closet. Abrió la puerta de madera y se puso a sacar las cosas que estaban en el interior, pero al tratar de descolgar unos viejos abrigos, movió unas cajas de más y estas cayeron al suelo.

Resopló al ver que tenía más trabajo y se agachó para recoger el contenido de la caja, pero se dio cuenta de que eran cosas de su abuela.

Ella y su abuela nunca habían sido muy cercanas, en el tiempo que la había conocido siempre le pareció una mujer extraña y por eso mismo nunca le interesó conocerla más, por lo que esas cosas le parecían de lo más insignificante, hasta que…

—¿Y esto? —dijo tomando una especie de libro que estaba bajo algunas de las otras pertenencias de su abuela.

Era un libro algo extraño, con una pasta que parecía de piel negra y con extraños símbolos arcanos pintados por toda su superficie. Lo abrió y las hojas amarillentas le delataron como era un tomo bastante antiguo. Estaba escrito en español, así que consumida por la curiosidad empezó a leer el contenido y se sorprendió por lo que descubrió:

—Un libro de brujería —dijo en voz baja.

Así era. El libro estaba lleno de instrucciones para realizar diversos hechizos: atraer la fortuna, hacer limpias, enviar maleficios a los enemigos… pero fue uno que encontró a mitad de este el que puso una sonrisa en sus labios y algo de humedad en su coño.


Las clases ya habían y la profesora Martha se encontraba en un salón vacío revisando unos exámenes. Si bien podía hacer eso en su casa, como acababa de regresar de su luna de miel el trabajo se le había juntado y prefería adelantar lo más posible para no llegar a su casa a seguir trabajando.

Ese día llevaba un vestido naranja de una pieza a juego con su cabello pelirrojo, unas sandalias doradas que dejaban a la vista sus uñas de los pies pintadas de color rosa y en el dedo anular de su mano izquierda, un arcillo dorado que indicaba que no hacía mucho se había casado con Julián, su novio por seis meses.

La mujer se dio un momento para pensar en su marido. Aunque la luna de miel había terminado, la miel no, y no podía esperar a llegar a casa, cocinarle la cena como la amorosa esposa que era y al final, tener algo de intimidad. Sonrió al recordar lo buen amante que era Julián.

—¿Profesora Martha? —le llamó alguien desde la puerta, haciendo que la pelirroja se sobresaltara al salir de sus fantasías tan abruptamente.

Martha se giró hacia la puerta y ahí se topó con Claudia. La muchacha había sido su alumna el semestre pasado y aunque claramente era una de las mejores estudiantes de la escuela, a veces no le gustaba la forma en la que la chica le miraba. No obstante, fuera de eso esta no le había dado motivos para ser hostil con ella, por lo que sonrió y dijo:

—Oh, Claudia, buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarte?

Claudia sonrió y mientras avanzaba hacia ella, con una sonrisa en la cara dijo:

—Bueno profesora, me enteré que justo acababa de regresar de su luna de miel y apenas hasta ahora tuve tiempo de venir a darle la bienvenida.

—Muy amable de tu parte Claudia —respondió la profesora regresando la sonrisa.

Claudia se paró al lado de la profesora y preguntó:

—¿Y qué tal la luna de miel?

La profesora respondió:

—Bastante bien. Nos paseamos por la playa, fuimos de compras, me llevó a cenar… básicamente como si fuéramos novios, pero ya como marido y mujer.

La profesora miró a Claudia y por un breve segundo le pareció ver un pequeño tic de molestia cruzando el ojo derecho de la alumna, pero de inmediato desechó esa idea como un invento de su imaginación.

—Bueno profesora —dijo Claudia manteniendo su sonrisa—, me alegro que se la haya pasado bien en su luna de miel y una vez más, bienvenida de vuelta a la escuela.

Y tras decir eso, colocó su mano derecha sobre el hombro de la profesora, y ahí empezó todo.

Martha puso recta su espalda y abrió los ojos de sobremanera, intentó decir algo pero su boca no se movió y poco a poco sus pensamientos fueron tragados por una bruma que dejó su mente en blanco mientras el color de sus iris poco a poco iba cambiando a color lila.

La sonrisa amable de Claudia cambió a una malévola al ver a la profesora rígida cual maniquí, retiró su mano del hombro de la pelirroja para ver su palma y ver ahí dibujados una serie de glifos arcanos.

—Funcionó —dijo de forma maligna y sin ningún atisbo de duda en sus palabras, después de todo ella ya había probado la efectividad de ese hechizo antes, no por nada Lorena había accedido a limpiar la bodega de la casa, darle un masaje y a olvidar que ella se masturbaba con fotos de las patas de la maestra.

El hechizo que había encontrado en el libro de su abuela era uno que garantizaba el control sobre la mente de una persona, lo único que hacía falta era dibujar una serie de glifos en la palma de la mano y ponerla en un punto específico del cuerpo de la víctima, en este caso, el hombro. Al leer ese texto Claudia no le había dado crédito a lo que presumía el libro, pero decidió darle una oportunidad y tras hacer varias pruebas para aprender a dibujarse los glifos y hacer la prueba con Lorena, bueno… el resto era historia y ahora estaba ahí, con la mujer de sus sueños bajo su completo control.

—Martha… ¿me oyes? —dijo casi con un gemido al tratar de controlar la excitación que sentía por la situación.

—Sí —respondió Martha con una voz monótona.

Claudia tragó saliva, expectante por lo que iba a ocurrir a continuación.

—Cuando chasquee mis dedos, vas a salir de este trance, pero solo recordarás que yo soy tu ama y que tú eres mi sumisa y obediente esclava, ¿entendido?

—Sí… —volvió a responder Martha de forma monótona.

—Aquí vamos —dijo Claudia ya sin poder contenerse—. Una… dos… ¡Tres!

Y chasqueó los dedos. En ese momento los ojos de Martha brillaron de un color lila, luego la docente recuperó la vida en todo su cuerpo, miró a Claudia y de inmediato se puso de rodillas con la frente pegada al suelo y con una voz sumisa, dijo:

—¿Cómo puede servirle su esclava, mi ama?

Claudia pudo sentir como su coño se humedeció completamente y sus pezones erectos casi perforaban su sostén. La mujer de sus sueños ahora era suya. Bien podría haber saltado sobre ella ahí mismo y follarla, pero necesitaban más privacidad. Su casa estaba lejos y el motel más cercano también… en eso se sintió tonta: Martha vivía cerca de la escuela.

—Dime esclava, ¿tú casa está sola en este momento? —preguntó.

—Sí mi ama —respondió Martha de inmediato—, mi marido no regresará hasta en la noche.

Claudia asintió, pero había algo que no le había gustado en esa declaración.

—Muy bien esclava, pero de ahora en adelante, quiero que te refieras a tu marido como “el idiota”, ¿de acuerdo?

—Sí mi ama, de ahora en adelante Julián será el idiota.

Claudia sonrió por la situación.

—Entonces de pie esclava, vamos a tu casa.

—Sí mi ama —respondió Martha poniéndose de pie.

Alumna y maestra salieron del salón de clases y caminaron por el campus hasta el estacionamiento de la escuela hacia el auto de la profesora. Martha condujo un par de calles y en unos cinco minutos se detuvo frente a una pequeña casita de dos pisos, entraron a ella y Claudia observó la decoración de la pequeña sala que les recibió.

—Así que este es tu nidito de amor, ¿eh?

—Así es ama, yo y el idiota la pagamos juntos —respondió la esclavizada profesora.

Claudia sonrió contenta de que su esclava se refiriera a su marido como el idiota tal y como le había ordenado. Pero se había acabado el tiempo de juegos y había llegado la hora de hacer a lo que había ido… pero primero:

—Dime esclava, ¿tienes algún juguete sexual? —se le salió preguntar, no aguantando la tentación de saber si su maestra tendría esa clase de aficiones.

—Sí ama —respondió la esclava sin dudarlo.

Una sonrisa se curvó en los labios de Claudia.

—Muéstrame —ordenó.

Martha guió a su ama hasta su recámara donde Claudia miró la cama tamaño matrimonial donde sabía que no tardaría en hacer suya a la profesora. La hipnotizada mujer mientras tanto llegó al closet y abrió una puerta pequeña de uno de los costados.

—Aquí están mis juguetes, ama —presentó Martha.

Claudia se acercó a ver y levantó las cejas, sorprendida por lo que veía: estaba en lo que bien podría ser un closet en miniatura, pero en el tubo se podían ver una gran cantidad de trajes y en el piso, estaba una caja con muchos juguetes sexuales.

—Joder Martha, pensé que tendrías unos juguetes como cualquier mujer, pero no esperaba tantos.

—Al idiota y a mí nos gusta follar mucho, ama.

Claudia frunció los labios ante la imagen mental de su amada profesora follando con aquel idiota mientras llevaba uno de esos trajes, pero de inmediato sacudió la cabeza para sacar eso de su mente y enfocarse en el presente.

—Bien, elegiré un conjunto para ti mi adorada esclava —dijo mientras pasaba los trajes hasta llegar a uno que le interesó: uno que era de esos que solo eran unas tiras de cuero que pasaban por los pechos y los muslos. Se lo dio a su esclava y con un “sí ama”, esta captó que se lo tenía que poner.

Claudia se alejó un poco para disfrutar del espectáculo de la profesora desnudándose para ponerse ese pequeño traje de cuero negro, pero al llegar a la ventana, un sonido le llamó la atención: el de un auto estacionándose.

Se giró a ver y en efecto, había un auto detrás del de Martha, pero le llamó mucho la atención el hombre alto, delgado y rubio que bajó. Ella lo conocía de las veces que había estado stalkeando el perfil de Martha: era Julián, su marido.

—¡Me dijiste que llegaría hasta en la noche! —le soltó Claudia a su esclava.

Mientras esta se estaba quitando el sostén, respondió:

—A veces al idiota lo dejan salir temprano de la oficina, ama.

Claudia se mordió el labio. No solo ese idiota le había arruinado la tarde que tenía planeada, ahora tenía que pensar en algo para salir de ahí sin que se notara todo lo que había hecho. En eso miró su mano y vio que todavía tenía los glifos. Una sonrisa se dibujó en sus labios al ya saber qué hacer.


Julián entró a su casa y dejó su maletín en uno de los sillones. Mientras se aflojaba la corbata, al haber visto el auto de su mujer afuera y encontrarse con la puerta sin seguro, sabía que ella estaba ahí, por lo que con toda la seguridad del mundo llamó:

—Martha, ¿dónde estás?

—Estoy en la recámara, ven por favor —le respondieron.

Sin la menor sospecha de nada, Julián subió las escaleras hasta llegar a su habitación, abrió la puerta y antes de que pudiera decir algo, se quedó sin palabras por lo que vio: tumbada en la cama, sin nada más que aquel traje de tiras de cuero y masturbándose, estaba Martha.

Julián sonrió y dio unos pasos al interior de la habitación.

—Joder Martha, no es que me queje, ¿pero qué cele…?

El hombre no pudo terminar su pregunta, porque en ese momento sintió una mano en su hombro, trató de girarse para ver quién era quien le había tomado, pero su cuerpo no le respondió, y cuando trató de preguntarse qué era lo que estaba pasando, vio todos sus pensamientos engullidos por una densa niebla que dejó su mente en blanco y fuera de ahí, un cuerpo rígido como de estatua, con sus iris de un color lila.

Claudia sonrió al ver al hombre y dijo:

—Y con esto se arregla el problema. Buen trabajo ayudándome a capturarlo.

—Un placer servirle para atrapar al idiota, mi ama —respondió Martha sin dejar de masturbarse.

Claudia sonrió por la vista, pero antes había cosas qué hacer.

—Muy bien imbécil, podría castigarte por haberte robado el amor de Martha que me corresponde, podría hacer que fueras y te suicidaras o que te cambiaras de sexo y fueras a conseguir trabajo en un burdel barato… pero todavía no soy una mente del mal, me conformaré con algo más mundano.

Y tras decir eso, fue al closet de los juguetes sexuales de la pareja y tomó un traje que había visto: uno de mayordomo, se lo entregó a Julián y dijo:

—Quiero que salgas de aquí y te pongas este traje, hasta nuevo aviso, eres mi mayordomo. Quiero que te vayas a hacer el quehacer y la cena y no nos molestes para nada, ¿entendido?

—Sí ama —respondió Julián con una voz monótona mientras tomaba el traje y salía de la habitación para darle privacidad a las dos mujeres.

Claudia vio al hombre salir de la habitación y con eso resuelto, se giró para ahora sí centrarse en lo que todo ese tiempo había estado esperando.

Se trepó a la cama con Martha, le quitó su mano para que se dejara de masturbar y le abrió las piernas, para admirar ese hermoso coño de cabellos naranja que ya estaba algo húmedo por la breve masturbación que su dueña le había dado. Aspiró el aroma de los fluidos de su profesora y Claudia se detuvo para pensar que esa cueva olía exactamente como la había imaginado, ¿pero sabría igual? Era el momento de averiguarlo: sin ninguna ceremonia enterró su cabeza entre las dos piernas de la maestra y comenzó a besar y a lamer ese coño sintiendo cosquillas por el rose de sus vellos con sus labios, pero a ella no le importó, lo único que quería era deleitarse con el sabor y con el olor.

Luego empezó a bajar hasta sus labios rosados, los besó con algo de timidez como si ese fuera su primer beso y luego empezó a juguetear con su lengua hasta que con ayuda de sus manos separó esos dos pliegues de carne para contemplar el rosado interior de la maestra y beber sus babas directamente de la fuente, disfrutando además del calor que emanaba de la vagina de la profesora, mientras esta lo único que podía hacer era empezar a gemir por el servicio que estaba recibiendo.

Después de un momento de estar bebiendo los jugos de la profesora, Claudia decidió pasar a admirar otra cosa que le enloquecía de ella y empezó a besar sus piernas hasta que llegó a los pies de esta, tan blanquitos como sus pompis. Una vez más se detuvo a aspirar el olor de estos, que emanaban un olor parecido al sudor pero un poco más agrio, a ella no le importó y comenzó a lamer esos pies, tanto en la planta como entre los dedos y a estos últimos de tanto en tanto los chupaba, pero al disfrutar de esos piecitos, una nueva idea le pasó por la cabeza.

Dejó en paz el cuerpo de su esclava para bajarse de la cama y empezar a desnudarse, hasta que sus pechos de pezones marrones y su coño depilado a razón de que así nadaba mejor, ya todo húmedo por la experiencia, quedaron al aire.

Ya desnuda, Claudia se volvió a subir a la cama y se tiró boca arriba al lado de su esclava, con las piernas bien abiertas.

—Muy bien esclava, quiero que me masturbes, pero usando solo tus hermosos pies.

—Sí mi ama —respondió Martha levantándose de la cama para ponerse de pie sobre esta, enfrente del coño ansioso de su dueña.

Tener a la pelirroja de sus sueños, vestida con ese traje que solo eran tiras de cuero negro, con su coño todo mojado y además, apunto de masturbarla, era una visión que casi le arrancó un orgasmo a Claudia, pero si eso no lo hizo, definitivamente pasó en cuanto la profesora puso su pie sobre el coño caliente de su alumna, pues la pelinegra se retorció víctima de un potente orgasmo que empapó el pie de la pelirroja, pero aún así esta no se detuvo y continuó masajeando el coño y el clítoris de su alumna con la planta del pie haciendo que esta se retorciera todavía más en la cama, disfrutando de orgasmo tras orgasmo.

Después de venirse por tercera vez, Claudia tuvo suficiente y gritó:

—¡Basta esclava! ¡Basta!

Y tras recibir la orden, Martha detuvo su masajeo y quitó el pie de la concha de su dueña solo con un:

—Sí ama.

De su parte.

Claudia se dio un momento para recuperar el aliento. Había sido una faena bastante movida, pero ella todavía tenía ganas de más. Recordó los juguetes sexuales de su esclava y dijo:

—Espera aquí Martita.

—Sí ama —respondió la esclava sin moverse de su lugar.

Como pudo, Claudia se levantó de la cama y fue hasta el pequeño closet para revisar la caja con los juguetes sexuales. Empezó a revolverlos hasta que encontró un juguete que le llamó la atención, lo tomó y mostrándoselo a la esclava, preguntó:

—¿Por qué tienes esto?

Lo que Claudia sostenía en la mano, era un dildo a dos puntas.

—Antes de conocer a Julián me gustaba experimentar ama —respondió la esclavizada mujer— y salí con algunas chicas.

Esa declaración hizo enojar más a Claudia. Si ese imbécil de Julián no se le hubiera aparecido a Martha, quizá ella sí habría tenido una oportunidad con ella. Bueno, eso ya no importaba, ahora ya los tenía a los dos bajo su voluntad y podía jugar cuanto quisiera con su amada.

—Muy bien esclava, vas a recordar viejos tiempos con este juguete. Acuéstate en la cama.

—Sí ama —respondió Martha siguiendo la orden que le habían dado.

Claudia se volvió a subir a la cama, frente a la mujer que esta vez había dejado su cueva abierta. La muchacha la observó con un amor al recordar que hacía poco se la había comido. Resistió la tentación de volverlo hacer y decidió mejor hacer eso que ahora quería realizar. Tomó el dildo y se insertó dentro de su coño una de las puntas, sintiendo como ese pedazo de goma le abría sus ya dilatadas y lubricadas paredes vaginales, luego se acostó sobre la cama y con cuidado empezó a meter la otra punta en el coño de su maestra, tarea que logró gracias a su buena puntería y a que así como la suya, la vagina de Martha ya estaba bien lubricada.

Claudia se quedó un momento así, asimilando que ahora ella y su amada pelirroja estaban conectadas por ese pedazo de goma y la sola idea hizo que su cadera empezara a moverse sola para que así, el consolador entrara y saliera del coño de ambas, masturbándolas.

Pronto, la habitación se llenó con el sonido de ambas mujeres que estaban disfrutando del tratamiento. Claudia no cabía en sí misma ni de la felicidad ni de la calentura, por lo que movía sus caderas a gran velocidad, lo que propició que pronto comenzara a sentir que se venía otro orgasmo.

—¡Cuando sientas que me corro, tú también córrete! —ordenó la muchacha.

—¡Sí ama! —gimió Martha con los ojos casi en blanco por el placer que estaba recibiendo.

El orgasmo llegó para ambas con una explosión de placer que recorrió como un terremoto sus cuerpos y provocó que terminaran acostadas en una mancha húmeda de su propio placer.

Cuando la faena terminó, Claudia lo único que podía era quedarse quieta en la cama, jadeando y diciendo:

—Eso… eso fue… incre… increíble…


La noche ya había caído y en la cocina de la casa del matrimonio de Martha y Julián la cena ya había sido servida, aunque la única que cenaba era Claudia, desnuda y usando a la pelirroja como silla, quien se limitaba a tener un vibrador metido en el culo.

A su lado estaba Julián, con el rostro inexpresivo y todavía con el traje de mayordomo.

—Tengo que aceptarlo —dijo Claudia bebiendo de copa de vino—, para ser un completo idiota, cocinas muy bien.

—Me alaga que mis habilidades culinarias le satisfagan, ama —respondió Julián, tieso como una estatua.

Claudia probó otro bocado y luego dijo:

—Saben, pensaba ya dejarlo nada más caer la noche, pero me he divertido tanto, ¿qué por qué no le seguimos? Mañana se reportan enfermos en sus trabajos y así tendremos todo un día de diversión.

—Sí ama —dijeron los esposos al unísono.

Claudia le acarició una de las nalgas a la mujer que estaba usando como taburete y dijo:

—Te voy a sacar hasta las ideas, mi putitia.

—Sí ama —respondió Martha con una sonrisa en los labios—, eso me encantaría.

Claudia sonrió y luego miró a Julián.

—Y tú imbécil, seré buena contigo y dejaré que te masturbes mientras ves como me follo a tu esposa.

—Muchas gracias ama —agradeció el hipnotizado hombre.

Claudia sonrió. Tenía una noche muy larga por delante.

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