El Harem (4)

La historia del harem del sultán de Fayuma.

IV

Tres días, tan sólo, transcurrieron desde la conversión de Isabel hasta que se dio a conocer la nueva boda del sultán. La noticia recorrió todo Fayuma en tan sólo unas horas.

Karimé corrió hacia la jaima de Zaira y Amina.

  • ¿Os habéis enterado?

  • Nos lo acaba de decir nuestra criada, es increíble- contestó Zaira.

  • Es más que increíble. Creo que mi hermano ha perdido definitivamente la cabeza. Alzid montará una rebelión militar y le degollarán. Y la verdad, no sé si eso es bueno o es malo.

  • Yo tampoco. Si destronan a Abdul seguramente nosotras corramos la misma suerte que él- afirmó visiblemente nerviosa Amina.

  • Queréis calmaros las dos- Zaira intentó tranquilizar a Karimé y a Amina- No pasará nada. Esa tal Isabel es sólo un capricho sexual de Alzid. No se arriesgará a iniciar una rebelión contra Abdul por una cristiana, nadie le apoyaría.

  • Pero ya no es cristiana- terció Amina.

  • Todo el mundo en Fayuma conoce la historia de esa mujer. Siempre será considerada como cristiana. Además creo que la jugada ha sido perfecta para Abdul. Ahora la gente pensará que Alzid ha sido humillado, perderá prestigio y credibilidad para oponerse al sultán.

  • Pero mi hermano es incapaz de tejer tamaña estrategia.

  • Tu hermano lo único que quiere es poseer a Isabel, seguro que no se ha detenido a pensar en las consecuencias, ni en la buenas ni en las malas.

  • Pero al final siempre se sale con la suya.

  • Bueno, mirad el lado bueno ya seremos cuatro para repartirse a Abdul, con lo cual tocaremos a menos- dijo riéndose Zaira y añadió- y además hay una más para nuestros juegos.

Karimé y Amina se quedaron mirando a Zaira con cara de incredulidad, ¿Cómo podía ver siempre el lado positivo de las cosas? En cualquier caso las ocurrencias de Zaira divirtieron a las otras dos y terminaron riéndose con ella.

Donde no se escuchó ninguna risa fue en el despacho de Alzid. Su primer impuso al conocer la noticia fue coger su espada y degollar al sultán, pero finalmente supo contenerse. Debía pensar en los pasos a dar. Abdul le había engañado y humillado. No podía tolerarlo. Pero no le dio mucho tiempo a meditar su venganza, por la puerta de sus aposentos entró pálida y desencajada Isabel.

  • Alzid tienes que impedirlo- dijo prescindiendo de cualquier forma de saludo.

  • Abdul es un mezquino. No se merece pertenecer a su familia. Le mataré con mis propias manos.

  • No, eso acabaría contigo- dijo Isabel abrazándose al hasta ahora su amante.

Isabel se dio cuenta de que Alzid estaba fuera de sí. No era lo más conveniente, debían pensar algo en frío. Ella nunca estuvo enamorada del general pero sí le valoraba como amante. Le estimaba además como hombre inteligente. Ahora se veía fuera de su protección y en manos del repulsivo sultán.

  • Escucha Alzid, debemos hacer algo, por ti y por mí, pero meditándolo con calma. Debe de haber una solución, pero si tomas una decisión dominado por la ira las consecuencias pueden ser terribles para ti.

  • La única solución es la muerte de Abdul.

  • No, morirías tú también.

  • ¿Y qué sugieres?

  • Esperar es lo único que podemos hacer hasta que llegue una oportunidad.

  • ¿Esperar? ¿Eso es todo lo que se te ocurre?- Alzid elevó el tono- ¿Acaso tú lo deseas? Quizá todo esto lo habéis tramado los dos juntos. Qué mejor para tus aspiraciones que ser la esposa del sultán. Siempre te ha gustado estar en la cama de los poderosos.

Isabel se asustó. Alzid estaba fuera de sus casillas y se estaba poniendo muy agresivo. Le habló pausadamente para intentar calmarle.

  • Alzid, por favor, bien sabes cómo trata Abdul a sus mujeres, como abusa incluso de su hermana ¿Crees que yo sería capaz de entregarme a él? Yo amo la libertad y casarme con el sultán es peor que estar encarcelada de por vida.

Las palabras de Isabel hicieron efecto en Alzid. Se dio cuenta de su sinceridad.

  • Esta bien. Pues esperaremos pero sabe bien Alá que me vengaré de Abdul por lo que me ha hecho. Nadie humilla al general Alzid, ni siquiera el sultán.

Afortunadamente para Alzid el sultán, en un una decisión inéditamente racional, decidió no festejar su nuevo casamiento. La ceremonia fue íntima y a ella sólo asistieron los contrayentes, un imán y Karimé como testigo. Alzid pudo librarse así de acudir a una ceremonia que hubiera supuesto su humillación pública o de dar rienda suelta a los peligrosos comentarios que habría provocado su ausencia.

Abdul estaba eufórico. Estaba perdidamente obsesionado con su nueva esposa. El día de su boda había perdido el interés incluso en Karimé. Inmediatamente después de la ceremonia. Arrastró a Isabel a sus aposentos, quería poseerla de inmediato.

  • Muy bien Isabel, ya eres mía. Ahora veremos si una europea está a la altura de las mujeres de Fayuma.

Abdul de un tirón rompió el vestido de seda que Isabel había utilizado para su desposamiento. Se abalanzó sobre ella y la besó baboseando su cara. Isabel no pudo evitar mostrar el asco que le provocaba la situación. El gesto no le pasó inadvertido a Abdul y abofeteó con fuerza a la aragonesa.

  • Sucia mujer ¿Acaso ahora te asquea un sultán? Te has acostado con media Fayuma y ahora te haces la remilgada. No me provoques.

Isabel se dio cuenta de que corría peligro físico. El sultán se estaba mostrando incluso más sádico de lo que ella había previsto. Decidió intentar controlar la situación.

  • Ni mucho menos es asco amado sultán. Estoy deseando que me poseas. Lo que ocurre es que me ha sorprendido su pasión- dijo intentado mostrarse sugerente en el tono de voz y mientras terminaba de quitase los pocos ropajes que los tirones de Abdul no habían podido arrancar.

  • Muy bien, Esa debe ser tu actitud hacia mí- sentenció Abdul mientras se desnudaba sin mayores trámites.

Una vez ambos despojados de sus vestimentas Abdul no pudo evitar detenerse unos instantes a admirar el cuerpo de la europea. A sus 22 años estaba en plena plenitud. El pene de Abdul estaba completamente erecto y no tardó en abalanzarse de nuevo hacia ella. Se colocó encima queriendo penetrarla sin mayor dilación.

Isabel se asustó de nuevo. Sabía que su vagina estaba seca y que el pene del sultán a pesar de su escaso tamaño la desgarraría en caso de ser penetrada tal y como pretendía el sultán. Se armó de valor y utilizó todo su poder de seducción, al menos para ganar tiempo.

  • Sultán, me halagáis con tanto furor, pero por favor dejad que este acto dure lo más posible, dejadme ofrecerle otros placeres antes de poseerme.

Abdul casi no escuchó lo que le dijo Isabel, pero aún así intuyó que le estaba proponiendo algo.

  • ¿Qué queréis?

  • Dejadme lamer su miembro sultán.

A Abdul le sorprendió esa actitud. Nuca antes ninguna mujer le había sugerido algo en la cama. No sabía como tomárselo si como una afrenta o como una buena propuesta. Finalmente su cerebro se dejó llevar por la excitación.

  • Está bien- dijo colocándose boca arriba sobre el lecho.

Isabel se trasladó hasta ponerse a la altura de la verga del sultán. Lamió su escroto y muy poco a poco fue subiendo por la base del pene. La respiración de Abdul se agitaba a cada paso de su nueva esposa. Cuando Isabel se introdujo el falo en la boca y lo lamió intensamente con la lengua. El sultán no pudo evitar que su cuerpo temblara. Abdul estaba disfrutando de las artes amatorias de la aragonesa. Le estaba chupando el pene de forma magistral. Notaba como el placer iba en aumento.

Cuando estaba a punto de retirar la boca de la aragonesa para evitar ya la eyaculación notó de repente una sensación nueva. ¡Le estaba introduciendo un dedo en el ano! La sensación fue, además de novedosa, intensa. Potenció las dosis de placer provocadas por la lengua de Isabel y su verga estalló.

El semen sorprendió a Isabel que no se esperaba una eyaculación tan rápida. El primer chorro llegó hasta el fondo de su garganta y casi se atraganta pero no se atrevió a detener la succión. El resto del semen se lo tragó también pero ya de forma más controlada y siguió lamiendo hasta que Abdul de un manotazo la apartó de su verga.

Abdul estaba descolocado. Esta mujer se había atrevido a penetrarle su ano con el dedo. Su primera reacción fue la de pegarla, pero por otro lado, era innegable que la experiencia le había gustado, había sido uno de sus más intensos orgasmos. Decidió dejarlo pasar. Había sido demasiado agradable como para reñir a la nueva esposa.

Isabel no supo que hacer, se dirigió hacia Abdul para besarle pero éste de un manotazo la rechazó. Abdul había gozado pero se había quedado sin penetrarla. El sultán era consciente de sus limitaciones y sabía que ahora debía esperar bastante tiempo hasta que su verga estuviera lista para nuevos envites. Decidió dormir. Ordenó a su esposa que le despertara pasada una hora.

Isabel recibió con alivio la orden de Abdul. Se quedó tumbada en la cama un buen rato mientras escuchaba los ronquidos del sultán. Así transcurrió media hora, meditando sobre como podría hacer del encuentro con Abdul algo mínimamente agradable. Había comprobado ya la nulidad como amante del sultán y sabía que cuando despertara ya nada la libraría de ser penetrada.

Isabel pensó que lo mejor era humedecer su concha para soportar las próximas embestidas. Se mojó sus dedos e inició un leve masaje en sus labios. Fue introduciendo los dedos poco a poco. Sin pretenderlo había iniciado una masturbación. Se frotó el clítoris. Pensaba en Alzid, en que era él quien la tocaba con sus expertas manos, nada parecidas a las de Abdul. Se excitó y siguió rozándose, penetrándose con sus dedos y masajeándose el clítoris. Con la otra mano se pellizcaba un erecto pezón. Sus suspiros se mezclaban con los ronquidos de Abdul.

Fue precisamente la fuerte respiración del sultán lo que le hizo recapacitar. Estaba excitada y se acercaba el momento en que debía despertarle. Había que aprovechar el momento. Se abalanzó sobre el flácido pene de Abdul y de nuevo se dispuso a chuparlo. Se lo metió entero en la boca y pudo comprobar como se iba endureciendo con Abdul todavía dormido. Pero la sensación fue mayor que el sueño, el sultán despertó y miró a su mujer de nuevo con su miembro en la boca.

Abdul se mostró encantado con la forma en que Isabel había quebrado su sueño. Se colocó en mejor posición para disfrutar de la lamida. Ahora podría aguantar más, entre otras cosa por el reciente orgasmo y porque se estaba orinando. De hecho la presión de su vejiga le impedía disfrutar con mayor intensidad de las hábiles maniobras bucales de Isabel.

Ante esas sensaciones a Abdul se le ocurrió una perversa idea. Pidió a su mujer que se bajara de la cama y se arrodillara en el suelo. Cuando ella estuvo en esa posición Abdul se pudo de pie, colocando el pene a la altura de la boca de Isabel. Pidió que la abriera. Isabel pensó que quería que siguiera lamiendo su falo pero Abdul con un manotazo brusco la corrigió de su error. Vio como Abdul cerraba los ojos y al instante los abría. Casi al mismo tiempo un chorro amarillo brotó del pene. Estaba orinando en su boca.

  • Quiero que lo bebas todo- ordenó el sultán.

Isabel estaba repugnada por aquello pero no se atrevió a desobedecer a Abdul. Tragó como pudo los orines aguantándose las arcadas. Afortunadamente la micción fue corta. La erección de Abdul impidió que saliera más líquido. Cuando terminó la lluvia, Isabel escuchó la risa del sultán.

  • Jajaja, eres tan sucia como pensaba.

Levantó a Isabel y sin ningún interés por limpiarla la colocó a cuatro patas sobre la cama. Abdul situó su miembro junto a la abertura vaginal e inició la penetración. Afortunadamente para Isabel todavía conservaba la humedad y la dilatación de su excitación previa. El pene entró fácilmente, pero Isabel intuyó que ahora la eyaculación no iba ser tan corta.

Sin embargo tampoco duró mucho. A Abdul le había excitado enormemente orinar sobre su esposa. Se corrió a los pocos minutos mientras pellizcaba y abofeteaba las nalgas de Isabel.

Cuando todo terminó Isabel se sintió más sucia que nunca y no sólo por tener la cara llena de los orines de Abdul. Había estado con muchos hombres antes pero nunca ninguno, ni siquiera los más rudos, le habían tratado así. Pero no tuvo mucho tiempo para pensar. Abdul enseguida dio nueva órdenes

  • Ve a lavarte y envía a un criado para que limpie la cama y la habitación. Yo voy a comer algo.

Aquella noche Isabel todavía fue penetrada otra vez por Abdul. Sin duda, fue el peor momento. Isabel ya no se esforzó en intentar complacerle ni mucho menos en excitarse ella misma. Abdul la tomó montado encima de ella. Tras la eyaculación del sultán la joven aragonesa sintió dolorida su vagina. Afortunadamente Abdul se durmió y por esa vez la dejó en paz.

CONTINUARÁ

NOTA: ESTA SERIE HA SIDO ESCRITA ENTRE SUPERJAIME Y OTRA AUTORA. YA SE PUBLICÓ BAJO SU NOMBRE Y AHORA SE PUBLICA CON EL MÍO.

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