El Harem (3)

La historia del harem del sultán de Fayuma.

III

Los meses fueron pasando y Karimé se fue haciendo la idea de su nueva condición de esclava de su hermano, a pesar de que él cada día acrecentaba su cruel personalidad. Paradójicamente la desgracia de la hermana del sultán supuso un cierto alivio para las esposas de Abdul. El sultán demostró sus claras preferencias por poseer a su hermana en detrimento de Zaira y Amina. Ellas supieron suplir el desinterés de su esposo con sus noches pasionales a las que se solía sumar Karimé en cuanto su hermano la dejaba libre.

Sin embargo el destino se suele impacientar con la monotonía. Abdul, sin apaciguar su obsesión por Karimé, meditaba la posibilidad de sumar una nueva esposa al harem. Dos eran las razones que le motivaban. Una la de ser dueño de otra joven y bella mujer y la otra obtener descendencia. Hasta ahora a pesar de sus cópulas diarias ninguna de sus esposas, ni su hermana con quien obviaba cualquier prevención, había quedado embarazada. Al sultán no se le había pasado por la cabeza que la responsabilidad de la incapacidad procreadora fuera de él. Lo tomaba más bien como una señal de Alá. Si sus mujeres no le habían dado hijos es por que debía seguir buscando a la madre del futuro sultán de Fayuma. Y a ello se dispuso.

Sus asesores le sugirieron que aprovechara para pactar alianzas con los territorios vecinos o con ricos emiratos y para ello le ofrecieron una amplia lista de posibles candidatas, bellas y jóvenes princesas de aquellas tierras. Pero la miras políticas de Abdul eran demasiado limitadas como para detenerse en esas complicadas tramas político-matrimoniales. Su nueva obsesión la halló en su propio sultanato. Y quizá de todas las mujeres de Fayuma se fijó en la menos indicada para desposarse con un sultán.

Isabel era una mujer única en Fayuma, quizá única en toda el mundo conocido. Para empezar no era musulmana, era cristiana. Sus cabellos rubios y su blanca tez contrastaban con el resto de pobladores del lugar. Sus ojos azules maravillaban a los fayumos y su esbelto cuerpo con unos senos perfectos y un trasero envidiado dejaba fascinado a todo varón. Si había logrado sobrevivir en aquellos áridos territorios fue gracias a su considerable fortuna material, a su descrita belleza y a sus habilidades sociales. El pasado de Isabel era, en verdad, una incógnita, sin embargo, los rumores y leyendas que circulaban en torno a ella sugerían que había llegado a Fayuma como viuda de un rico comerciante europeo, concretamente del reino de Aragón. El adinerado occidental fue asesinado por beduinos que asaltaron su caravana cuando atravesaba el desierto. Isabel, en esa misma escaramuza, fue capturada y convertida en esclava. Pero no era Isabel una mujer que se dejara vencer por la fuerza del sino. Logró escapar y refugiarse en Fayuma. Allí se valió de su belleza y exotismo para encontrar protectores. A cambio, posiblemente de favores sexuales, logró la ayuda necesaria para iniciar su propio negocio, un taller de remiendos en donde empleaba a cuatro muchachas.

Isabel logró así amasar una considerable cantidad de dinero. Una hito para una mujer en Fayuma y algo inimaginable para una cristiana. Ella supo manejar las influencias necesarias para que aquello fuera posible. El hecho de ser cristiana la incapacitaba para el matrimonio pero ello no impedía ser deseada por todo hombre del sultanato. Isabel supo elegir a sus amantes. Por su lecho pasaron los más poderosos hombres de Fayuma, comerciantes, soldados, alguaciles, consejeros del Sultán y por fin el general Alzid, el verdadero hombre fuerte de aquel territorio.

Alzid era un militar joven cuya meteórica carrera se debió a que el viejo sultán Ahmed descubrió en él una combinación de talento estratégico y político. Ya en aquellas épocas Alzid no ocultaba su antipatía hacia Abdul. Una vez que éste heredó el sultanato el general manejó los hilos necesarios para alzarse con el poder. Como ya se contó anteriormente, Abdul no estaba interesado en la política y por tanto cedió la ejecutoria del gobierno a una terna de generales que encabezaba Alzid. A sus 40 años era por tanto el verdadero gobernante de Fayuma e Isabel su protegida y su amante.

Con el pacto entre el sultán y el ejército Fayuma gozó de un periodo de estabilidad política y de ausencia de conspiraciones. Sin embargo Abdul era un hombre rencoroso. Cierto es que no aspiraba a ser un gobernante, él tenía bastante con poseer a sus hembras cuando le viniera en gana, pero en el fondo, quería dejar claro a su rival Alzid quien era el verdadero Sultán. Y encontró, precisamente gracias a sus deseos sexuales, la fórmula para llevar a cabo su venganza. Quiso que Isabel fuera su siguiente esposa. Sería una jugada maestra, gozaría de la bella cristiana, un placer hasta ahora inaccesible para el sultán y al tiempo humillaría al poderoso general.

Abdul había pensado en los riesgos, pero sabía que Alzid tendría difícil convencer a su ejercito para que se revelara contra el sultán por el hecho de que éste despojara al general de su amante, una cristiana con fama de impúdica. Abdul no dejaba de ser el legítimo gobernante de Fayuma y heredero de una sagrada casta familiar. Los soldados necesitarían un motivo más sólido para sumarse a una conspiración Existía otro impedimento para sacar adelante su plan, ni el propio sultán podía casarse con una mujer no musulmana. Pero para eso había solución.

Una mañana Abdul visitó el despacho de Alzid. Fue una sorpresa para el general, el sultán no solía visitar aquellas dependencias del palacio. Por un lado sabía que no era bien recibido y por otro, Abdul no tenía excesivo interés en los asuntos que allí se discutían y tramitaban. Aún así el militar recibió al sultán cortésmente, como manda el protocolo, al fin y al cabo no dejaba de ser oficialmente el dueño del sultanato de Fayuma.

  • Sultán es un honor recibir su presencia. ¿A qué se debe la visita?

  • Bueno querido Alzid, me gusta de vez cuando saber como van mis territorios.

  • Bien sabe el sultán que gozamos actualmente de un periodo de paz, calma y prosperidad en Fayuma. Pero si así lo desea le ampliaré cualquier aspecto concreto que vuestra excelencia quiera conocer. ¿Quizá está interesado en la contabilidad del sultanato?- dijo Alzid con disimulado tono irónico sabedor de la nulidad de Abdul en lo que a gestión monetaria se refiere.

  • Me basta con vuestra palabra querido general. Sin duda Fayuma sigue estando en buenas manos- dijo Abdul mostrando una cínica sonrisa ante Alzid.

El militar creyó entonces saber a qué se debía la visita del sultán. Seguramente querría hablar de su nueva esposa. Hasta ahora Abdul había rechazado todas las propuestas sobre princesas. Quizá, pensó Alzid, había recapacitado y al fin aceptaría una de aquélla jóvenes como nueva componente del harem.

  • Quizá el sultán quiera hablar de su futuro y nuevo casamiento.

  • Bueno, no es ese el asunto que me ha traído hasta aquí, siempre y cuando no haya alguna novedad al respecto- dijo Abdul con una sonrisa pícara en su boca.

  • Siento decirle que no, señor, ya le hemos hablado de todas las jóvenes solteras y nobles de allende nuestras fronteras.

  • Bueno, ya hablaremos de ese asunto. El caso, querido Alzid, es que he venido para otra cosa. Verás, se acerca mi primer aniversario como sultán. Quisiera organizar algún fasto que otro para el pueblo y de paso conceder alguna distinción a los ciudadanos más serviciales del Fayuma e indultar a algún pobre ladrón. Eso siempre gusta al pueblo llano.

  • Sin duda en una buena idea sultán- dijo Alzid amable aunque suspicaz ante esa pequeña intromisión en los asuntos del gobierno. Alzid decidió tomar la iniciativa para dejar claro quien era el que mandaba en Fayuma- Convocaré una reunión de los principales generales en la que decidiremos quienes son los fayumos que se merecen tales distinciones y se lo comunicaremos a su excelencia en cuanto se haya tomado esa disposición.

  • Claro, claro, Alzid, por supuesto que los generales elegirán acertadamente a esas personas. Lo dejo por tanto en sus sabias manos- Abdul mostró así que su intención no era la de oponer la mínima resistencia al gobierno militar.

  • Gracias Sultán ¿Su excelencia desea debatir algún asunto más? - Preguntó Alzid con clara intención de dar por terminada la conversación.

  • No, eso es todo, general- Abdul hizo un gesto de despedida y se dio media vuelta pero cuando estaba apunto de salir del despacho de Alzid interrumpió su caminar- Bueno sí, hay otro pequeño asunto relacionado con lo anterior.

  • Vuestra excelencia dirá- dijo Alzid intentando disimular su impaciencia con el sultán.

  • Verás Alzid. Estoy contento con la marcha de Fayuma y sé que lo tengo que agradecer a tus dotes como administrador.

  • Gracias sultán- respondió sorprendido ante el halago Alzid.

  • Por eso quiero proponer algo que sin duda deseas pero que por tu humildad nunca os atreveréis a plantear.

Alzid se quedó perplejo. No tenía ni la más mínima idea sobre lo que tramaba Abdul.

  • Verás Alzid he oído hablar de esa belleza cristiana, que vive en nuestro país, Isabel creo que se llama.

Alzid continuó en silencio, disimulando su malestar porque el sultán nombrara a su amante. Mantenían una discreta relación, sin embargo, todo Fayuma sabía que la cristiana era la protegida del poderoso general.

  • Creo que esa joven cristiana ha sacado adelante ella sola un prospero taller de tejedoras que ha dado trabajo a algunas de las mujeres más pobres de Fayuma.

  • Así es, señor.

  • También sé que Isabel es una gran amiga vuestra- Abdul continuó sin mirar a Alzid pero dejó ver una sonrisa maliciosa en sus labios- Y quizá por eso no os atreváis vos mismo a plantear lo que yo os propongo. En reconocimiento a la labor de esta mujer en Fayuma, pero también, querido Alzid, como muestra de mi agradecimiento a tu labor, deseo que Isabel se convierta a la religión musulmana. Yo mismo presidiré junto con las autoridades religiosas la ceremonia- Ahora Abdul si que escrutó con la mirada la reacción de Alzid pero éste permanecía impasible escuchándole- Estarás conmigo, querido general, en que la conversión de Isabel supone todo ventajas. Si lo deseas la amistad que mantenéis podrá ir a más y casarte con ella. Y aunque ese no sea tu deseo, siendo musulmana la vida en Fayuma para Isabel será mucho más fácil. Además si es el propio sultán quien apadrina esa conversión nadie osará oponerse.

  • Eso es cierto, sultán.

  • Pues bien, si estás de acuerdo, enviaré un escrito a los generales para que se lea en la reunión que mantendréis y si ninguno se opone, Isabel se convertirá en una sierva de Alá.

  • Agradezco en lo que a mí me concierne el detalle de su excelencia.

  • Soy yo quien debe agradecerte tantas cosas, Abdul. En fin ahora sí te dejo, no debo entretenerte más porque seguro que debes tener entre manos importantes asuntos de estado.

  • Adiós excelencia.

Alzid se quedó pensativo. ¿A qué venía esa propuesta de Abdul? No tenía ninguna duda de que mentía sobre sus motivaciones. Era consciente de que la antipatía era mutua, por tanto le resultaba increíble que el sultán pudiera pensar en un gesto de agradecimiento hacia él. Seguro que había algo oculto. Pero ¿qué? Quizá una operación para desprestigiarle por su relación con la cristiana. Pero eso era algo inútil, todo el mundo sabía ya que se acostaba con Isabel como otros muchos lo habían hecho antes. Alzid consideró que Abdul no era tan inteligente como para tramar alguna conspiración contra él. Llegó a la conclusión de que quizá sus razones eran simplemente las de agasajarle y tenerle contento para que en ningún momento se planteara destronarle como sultán. En cuanto a la conversión de Isabel era sin duda una buena noticia. No tenía, de momento, intención de casarse con ella pero lo cierto es que con su nueva condición de musulmana se libraría de más de un comentario de sus compañeros militares.

Alzid tenía razón en sus reflexiones sobre la capacidad conspiratoria de Abdul. La escasa inteligencia del sultán no llegaría muy lejos intentando desalojar del poder a Alzid. Pero sí erraba en otro aspecto, subestimaba a Abdul en sus ansias por poseer a mujeres. Todo los pensamientos de Abdul estaban encaminados a tomar a cada hembra que se le antojara. Por su cargo normalmente eran presas fáciles, salvo en el caso de su hermana con quien, como saben, tuvo que ingeniarse otro maquiavélico plan. Ahora se había obsesionado con la cristiana Isabel y había trazado otra estrategia para casarse con ella. Abdul era capaz de todo, incluso de pensar, con tal de aplacar sus deseos sexuales.

Así se llegó al aniversario de la coronación de Abdul. Se decretaron cinco jornadas de fiesta, organizaron bailes y danzas en las calles, tres presos, tres ladronzuelos de poca monta, fueron indultados y se otorgaron distinciones a varios generales y a comerciantes de Fayuma. El último de los actos de celebración fue una ceremonia religiosa en la que Isabel se convirtió en sierva de Alá. Abdul la presidió tal y como había prometido mientras Alzid era testigo discreto del evento. Lo que desconocía el general es que los planes del sultán estaban saliendo tal y como había previsto, a pesar, incluso, de su escaso talento.

CONTINUARÁ

NOTA: ESTA SERIE HA SIDO ESCRITA ENTRE SUPERJAIME Y OTRA AUTORA. YA SE PUBLICÓ BAJO SU NOMBRE Y AHORA SE PUBLICA CON EL MÍO.

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