El Harem (2)

La historia del harem del sultán de Fayuma.

II

Abdul a sus 21 años ostentaba, al menos nominalmente, todo el poder del sultanato de Fayuma. Pero liberado como estaba de las tareas ejecutorias de la administración, dedicó prácticamente todo su tiempo a los placeres carnales. Poseía como esposas a dos de las más bellas mujeres nunca conocidas en las fronteras marcadas por el desierto de Salima. Pero su gran fantasía y ambición era otra. Abdul guardaba un oscuro secreto. Estaba obsesionado con su hermana Karimé.

Con su padre vivo Abdul nunca había osado importunar a su hermana. Él era muy consciente de que Ahmed habría incluso ordenado asesinarle si se hubiera atrevido a acosar a Karimé. Pero ahora las cosas habían cambiado, él era el sultán y su hermana no era más que una súbdita obligada a obedecerle.

No había transcurrido un mes desde la muerte de Ahmed cuando Abdul ordenó llamar a su hermana para que acudiera a sus aposentos privados. Se había pensado muy bien lo que iba a decirle a Karimé y creía tener todos los cabos muy atados.

Cuando la bella hija de Ahmed entró en el despacho de su hermano hizo una protocolaria reverencia. Abdul lo interpretó como una buena señal. Su hermana con ese simple gesto reconocía qué él era el sultán y ella una vasalla, con sangre real, sí, pero una sierva al fin y al cabo. Abdul ordenó a los criados que abandonaran el lugar para dejar solo a los dos hermanos.

  • ¿Por qué has mandado llamarme, hermano?- Preguntó Karimé en cuanto salieron los sirvientes.

  • Querida Karimé, a partir de ahora debes llamarme tanto en público como en privado, Sultán, no hermano. Una princesa como tú debe saber guardar las formas. Si no ¿qué pensarán mis vasallos?

Karimé no contestó, se limitó a asentir con la cabeza y a intentar disimular el asco que le provocaba su propio hermano. Su padre nunca le había hecho llamarle por su rango, ni siquiera en público. Y ahora su hermano recién legado al trono anteponía el protocolo sobre los lazos familiares.

  • Pero no es para eso para lo que te he hecho llamar. El motivo es otro Karimé- Tras estas palabras, Abdul, dejó una pausa cuyo fin era provocar la ansiedad de su interlocutora.

  • Vos diréis sultán- dijo Karimé en un cierto tono sarcástico del que su hermano no llegó a percatarse.

  • Verás, hermana. Las cosas van a cambiar en el sultanato. Nuestro padre, ya anciano, había dejado paralizados algunos asuntos de estado que yo ahora me veo obligado a resolver.

  • ¿Qué asuntos son esos que tanto le preocupan sultán?

  • Son asuntos graves, muy graves, querida hermana. El gran emir Meníferes, codicia parte del negocio de nuestra familia o lo que es lo mismo, desea colocar a Fayuma bajo el yugo de su espada.

A Karimé le dio un vuelco el corazón. Meníferes. Sólo escuchar el nombre la aterraba. Era famoso por su crueldad. Había hecho asesinar a todos sus rivales políticos y a sus familias o aquellos de los que simplemente sospechaba que no eran sus partidarios. Había sometidos a pueblos y reinos enteros, castigándolos tras la conquista con matanzas masivas de hombres, niños y mujeres. No se conformaba, además, hasta destruir sus tierras convirtiéndolas en áridos bancales. Era conocida también la barbarie llevada a cabo en su propio palacio. Se había casados con más de 20 mujeres y las había hecho asesinar a todas según se iba cansando de ellas. Normalmente las degollaba después de cada parto. Y a éstas eran a quienes sonreía la suerte porque aquellas que no podían darle hijos eran torturadas antes de morir lapidadas.

  • Eso es terrible, es la peor desgracia para Fayuma- dijo prácticamente llorando Karimé.

Abdul se sonrío para sus adentros. El plan estaba funcionando. Había logrado asustar a Karimé y ahora vendría lo peor.

  • Verás hermana. Meníferes nos ha propuesto un acuerdo. Está dispuesto a dejar en paz el sultanado de Fayuma a cambio de que nosotros le compensemos.

  • ¿Y qué es lo que pide para ello?

Abdul se mantuvo en silencio, como reflexionando lo que iba a decir a continuación. Levantó la cabeza y mirando directamente a Karimé le espetó...

  • Quiere desposarse contigo.

El estómago de Karimé se encogió y se estiró punzando desde dentro, el corazón se alteró hasta el máximo de lo humanamente tolerable y de sus poros emanó un extraño sudor frío. Era la peor noticia que sus oidos podían haber escuchado. Karimé se quedó sin habla. De sus ojos brotaron lágrimas. Intentó decir algo pero simplemente no pudo.

Abdul la miraba sabedor de que su plan estaba funcionando.

  • Es la única opción que nos da.

  • Eso no es posible... me matará.

  • Eso sólo lo sabe Alá, querida hermana.

  • No puedes entregarme, tú sabes como trata a sus mujeres, ninguna ha sobrevivido.

  • Karimé, el futuro de Fayuma está en juego y mi responsabilidad es garantizar la seguridad del sultanato.

Karimé cayó de rodillas, llorando y sin poder contener los temblores.

  • En todo caso hermana, hay una alternativa. Quizá la tenga en cuenta por ser tu sangre de mi sangre.

  • ¿Cuál es esa alternativa?- acertó a preguntar Karimé, mínimamente esperanzada, mientras continuaba llorando de rodillas frente a su hermano.

Abdul estaba cada vez más convencido de salir victorioso de la trampa que le tendía a su hermana. Al tiempo que la observaba comprobaba también que ella estaba dispuesta a acceder a cualquier cosa con tal de evitar ser entregada a Meníferes.

  • Verás hermana. Mis espías me han informado de que Meníferes no pasa por su mejor momento. Sus cofres están vacíos. Quizá por eso nos haya amenazado. Él suele salirse con la suya solamente provocando el miedo en sus rivales sin necesidad de lucha. Muchos de los pueblos ahora en su poder se rindieron sin ofrecer resistencia. Pero mis informadores dicen que ahora no tiene dinares suficientes como para pagar un ejército capaz de invadirnos. Por otro lado mis generales aseguran que con las defensas construidas por nuestro padre Ahmed y con nuestro dominio del desierto seríamos capaces de derrotar a las tropas de Meníferes.

Karimé levantó la cabeza. Era posible salvarse. No estaba todo perdido. Ahora por fin divisaba la esperanza. Su hermano, su odiado hermano le mostraba un camino que hasta unos segundos antes creía inexistente. Sin embargo no se atrevió a decir nada. No confiaba en Abdul y sabía que era capaz de ofrecer agua a un sediento para luego derramarla sin dejar mitigar sus ansias. Podría estar jugando con ella.

  • Pero querida hermana esos son sólo especulaciones. Es muy peligroso arriesgarse a una guerra contra Meníferes. Si finalmente se planteara la batalla, el pueblo no comprendería como yo, su sultán, no he sido capaz de sacrificar una vida a cambio de la de todos ellos.

Karimé seguía callada. Se esperaba algo así, pero no pudo evitar que las lágrimas volvieran a regar sus ojos.

  • Sin embargo tú eres mi hermana y estoy dispuesto a corre el riesgo que se presenta.

Karimé miró a su hermano y de rodillas como estaba, casi como un impulso se abalanzó hacia sus pies...

  • Hermano... sultán, no te arrepentirás, haré lo que sea por ti, Seré siempre tu hermana fiel.

  • Bien, me gusta tu actitud, no es mal comienzo- dijo sonriendo Abdul disfrutando del, cada vez más, inminente éxito en la caza de su presa- Sin embargo, Karimé. Mi decisión puede ser fatal para Fayuma, por lo tanto, no bastará con que seas mi hermana fiel. Estoy dispuesto a no entregarte a Meníferes pero a cambio tú tendrás que aceptar ciertas compensaciones.

  • ¿Qué es lo que quieres?- dijo desconfiando de su hermano pero al tiempo aliviándose de que nada sería peor que su entrega al depravado enemigo.

  • Si yo no te entrego a Meníferes tampoco te podrás casar con ningún otro hombre. Porque un desposamiento tuyo supondría tal afrenta que Meníferes no se detendría hasta darnos muerte a ti y a mí.

  • Estoy dispuesta a no desposarme con ningún hombre.

  • Ya, ya lo sé, pero eso no es suficiente. Verás, aunque tú no lo creas, yo te quiero, hermana, te quiero mucho. Es más, me atreveré a confesártelo. Te deseo. Siempre te he deseado.

Karimé se dio cuenta en ese momento de que su hermano iba a intentar sacar aprovecho de todo aquello.

  • Karimé yo te voy a proponer un trato. Si aceptas no serás entregada. Y el trato es el siguiente: A partir de ahora me pertenecerás, no ya como hermana menor o súbdita, sino como mujer. Cumplirás todos mis deseos sean cuales sean, y aceptarás todo lo que disponga. En definitiva, hermana, tu cuerpo pasará a pertenecerme.

La joven se quedó sin saber que responder, llorando y de rodillas miraba a su hermano. Le estaba pidiendo que se convirtiera en su esclava. Y muy bien sabía Karimé que eso incluía ser poseída por su hermano.

  • Eso... no... no puede ser, sultán- balbuceó.

  • Bien. Pues ya sabes cual es la otra opción- respondió Abdul endureciendo su tono.

Karimé se quedó unos segundos mirando al suelo. Sus opciones eran las de ser entregada a un sádico que le iba a vejar, torturar y matar o someterse a su hermano, a un ser en cuyo cerebro sólo había cabida para la lujuria y la carne. Karimé se acordó de sus amigas, las esposas de Abdul. Ellas lo soportaban. Cumplían con su esposo para luego desahogarse en juegos en los que ella misma participaba. Disfrutaban además de lujos y de cierta libertad en palacio. Karimé sabía que su hermano a pesar de su libinidosa personalidad no era un amante incansable. Sus cuñadas le habían contado lo poco que duraban las prácticas sexuales. Abdul era un sádico, una pervertida mente, sí, pero torpe. Si en lugar de varón hubiera sido mujer habría sido repudiada por incapaz.

La opción le asqueaba, pero era la única.

  • Esta bien, aceptaré lo que me pidas- dijo sollozando.

Abdul no pudo evita sonreír al escuchar la respuesta que tanto había estado esperando. Por fin iba ser dueño de su hermana. La mujer de sus fantasías desde niño. Iba a gozar de Karimé y no tenía intención de esperar para ello. Su pene había reaccionado sólo de ver a su hermana arrodillada y sometida ante él. Su erección era máxima y estaba dispuesto a aplacar semejante estado de excitación.

  • No esperaba menos de ti hermana. Y ahora, para sellar esta entrega, quiero que demuestres lo que has dicho.

Abdul se levantó la túnica y le mostró a Karimé la verga. De su glande ya emanaban gotas de deseo. Karimé no supo que hacer. Se quedó mirándola, era el primer miembro masculino que veía en su vida y aunque sus cuñadas le habían informado de todas las prácticas sexuales posibles, se quedó paralizada sin caer en la cuenta de cómo debía obrar. Ante su falta de iniciativa Abdul se irritó. Abofeteo a su hermana, gritando:

  • Estúpida hembra ¿Es que aún no sabes qué hay que hacer con esto que te muestro? Métetela en la boca y chupa.

Karimé obedeció dolorida por la bofetada que acababa de recibir en la cara. Todavía sollozando cogió el pene de su hermano y se lo introdujo en la boca. Por instinto, movía la cabeza, llevándose el falo hasta casi la garganta para después sacarlo hasta la punta. Así una y otra vez. El sabor le daba asco y el olor más, pero al mismo tiempo aquel trozo de carne en su boca le causaba contradictorias sensaciones, se sentía caliente por dentro. Los jadeos de Abdul que muy pronto empezó a escuchar, no hicieron sino aumentar su temperatura. A los pocos minutos su hermano tembló, aumentó sus gemidos y Karimé recibió un líquido caliente que se adentraba en su boca, con su sabor entre áspero y dulce. Escuchó como Abdul le dijo.

  • Trágatelo todo, furcia, quiero que te lo tragues todo.

Karimé obedeció e hizo esfuerzos por ingerir el líquido de su hermano. A los pocos instantes Abdul retiró la verga de su boca y se colocó sus ropas.

  • Bien hermana. Esto es sólo el principio pero has obedecido bien. Si continúas así nunca te entregaré a Meníferes. Ahora retírate.

Abdul expresaba en su cara el triunfo de su, por otro lado, inusual ingenio. La falsa amenaza de los deseos de Meníferes había dado el resultado previsto. Qué ingenua su hermana. Para que querría el despiadado emir el sultanato de Fayuma, tan alejado de todo y tan escaso en riquezas. Y cómo ha podido creerse Karimé que Meníferes la deseara como esposa. Su hermana era bella, sí, muy hermosa, pero su fama no había sobrepasado el desierto de Salima y al emir le sobraban las damas a sacrificar. El caso es que la presa había picado en el cebo y ahora su hermana atendería todos sus deseos.

Karimé se apresuró a incorporarse y a salir de la habitación. No se detuvo hasta llegar a sus aposentos. Se sentía indignada, sucia y humillada y al mismo tiempo tan caliente como cuando jugaba con Amina y Zaira. Se desnudó rápidamente y se dispuso a masturbarse como nunca antes lo había hecho, frotándose compulsivamente su clítoris. Llegó a un rápido orgasmo que repercutió en todo el resto del cuerpo.

Tras aliviar su excitación, no tardó Karimé en acudir a la jaima de Amina y Zaira. Quería compartir con ellas su desgracia, escuchar sus consejos. Les contó todo lo que había ocurrido, el chantaje al que le sometió su hermano y su primera exigencia, la de lamer el miembro viril de Abdul.

  • Tu hermano es un ser execrable- afirmó Amina- Qué lejos están todavía sus límites.

  • ¿Y dices qué te excitó lamer su verga?- Preguntó pizpireta Zaira.

  • Fue algo extraño. Sentí asco pero al mismo tiempo no pude evitar que mi cuerpo reaccionara así.

  • No debes castigarte por eso. Es normal. A mí tu hermano me provoca tanta repugnancia como a ti. Pero no puedo evitar calentarme cuando estoy con él.

  • Yo solamente me excito cuando fantaseo con otros hombres-opinó Amina.

  • Debes aprender a soportarlo. No es tan malo como puedas pensar. En cualquier caso debes prepararte para tu desfloramiento- dijo Zaira poniéndose seria.

  • ¿Y cómo he de hacerlo?

  • Todas las noches o a Amina o a mí nos hace llamar al atardecer. Estoy segura que esta noche serás tú la elegida. Debemos lubricarte bien y hacer que desees ser poseída.

  • Falta poco ya para la hora, quizá deberíamos empezar- añadió Amina.

Las dos esposas de Abdul la rodearon con una sonrisa. Lentamente iniciaron la ceremonia de desnudarla. Zaira la tumbó sobre la cama y Amina se acercó hasta su boca para besarla. Zaira lamió lentamente su clítoris mientras la otra morita no dejaba descansar la lengua de Karimé. Al rato cambiaron de lugar. Amina se dedicó a comer los jugos de su amiga mientras que Zaira mordisqueaba sus pezones. Karimé se removía azotada por el placer que le proporcionaban sus dos amigas.

La ceremonia amorosa de las tres se detuvo cuando escucharon desde la torre un sonido hondo y grave. La llamada a la oración desde el alminar de la mezquita de Fayuma.

  • Ya es la hora. Abdul no tardará en llamarte debes volver a tus aposentos- dijo en tono presuroso Amina.

Pero Karimé no atendía a razones, las caricias de sus cuñadas la habían dejado extasiada.

  • No paréis. No podéis dejarme así.

  • Claro que podemos. De hecho es lo que debemos hacer. De esa manera el deseo se apoderará de tu cuerpo y podrás disfrutar incluso con tu hermano

Mientras Zaira le daba explicaciones, Amina la vestía. Karimé se dejaba hacer todavía sin ser consciente de qué es lo que ocurría. Una vez vestida las dos esposas besaron a Karimé y la apremiaron para que acudiera a su jaima. No sin antes dar un último consejo

  • Sobre todo no dejes de tocarte hasta que estés con Abdul, pero no llegues al final. Debes prolongar el deseo y mantener húmeda tu hendidura.

Karimé se mantuvo en un estado de semiinconsciencia. Acató las recomendaciones de Zaira y Amina y no dejó de masturbarse. Hasta que al final ocurrió lo previsto. Un criado de Abdul entró en su jaima para informarla de que el Sultán requería su presencia. Afortunadamente Karimé estaba tapada con una sábana y el sirviente no pudo descubrirla en pleno proceso de tocamientos.

Abdul recibió a su hermana con una sonrisa, saboreando, disfrutando de su triunfo sobre Karimé. La encontró más bella que nunca. A sus 18 años, la princesa gozaba de su plenitud corporal. Lo primero en lo que se fijó Abdul fue en los pechos, no muy grandes pero sí bien formados y recios. Su figura se iba estrechando hasta las caderas curvadas que presentaban las largas piernas de Karimé. Sus sandalias dejaban ver unos pies perfectamente formados, con equilibrio entre los dedos y una planta rosada. Su cabello ondulado con tonos castaños llegaba hasta los hombros pero permitía admirar el dulce y encantador rostro de la joven en el que destacan sus ojos verdes. Se deleitó Abdul con aquella visión como quien se muestra orgulloso ante un ganado bien criado. Su hermana permanecía callada con la mirada baja esperando las órdenes del sultán. Ignoraba Abdul el estado de excitación en el que se encontraba Karimé, ni mucho menos provocado por su presencia sino por la hábil preparación de Amina y Zaira. En cualquier caso, el que Karimé deseara estar o no con él, le traía sin cuidado

Abdul se acercó a su hermana. Tocó su cabello. Karimé, a pesar de su excitación, no pudo evitar una sensación de repulsión al notar las manos de su hermano, el sultán, en su cabeza. Abdul la rodeó fijándose en su trasero firme y macizo. Sin previo aviso cogió a la princesa la levantó por las axilas y de un empujón la arrojó sobre la cama. Karimé no se lo esperaba y no pudo reprimir un leve grito de sorpresa ante el impetuoso empellón de su hermano.

Abdul agarró la túnica de Karimé por los hombros y de un fuerte estirón se la sacó. Inmediatamente con la misma poca delicadeza arrancó sus enaguas dejando a la bella joven completamente desnuda sobre la cama y tumbada boca abajo.

  • Muy bien hermana. Ha llegado tu momento. Espero que estés a la altura de la ocasión.

Karimé no respondió y se preparó para lo peor. La brutalidad de su hermano había prácticamente mitigado su ardiente estado inicial. Abdul se desnudó rápidamente. Se dirigió hacia ella, levantó su trasero y sin mayor paso previo procedió a introducirle su verga. Afortunadamente para Karimé todavía conservaba húmeda la concha. Las primeras embestidas no revistieron mayor dificultad para Abdul. Karimé acalorada no recibía placer pero su cuerpo de nuevo contradecía sus pensamientos. El fuego se encendía e incluso de su boca se oyó un leve gemido similar al de los ecos que causa el placer. Pero Abdul endureció sus arremetidas hasta romper el himen de su hermana. El dolor se hizo insoportable y aquellos primeros jadeos mutaron en alaridos de dolor. Abdul no se compadeció de ella a pesar de la sangre que manaba de su vagina y las lágrimas de sus ojos. Los síntomas del dolor de Karimé no hicieron sino aumentar la excitación del sultán. Agarró fuerte de las caderas a su hermana y con todas sus ganas continúo el empalamiento. Su fogosidad era mayor que nunca, y por esa causa, su ya habitual celeridad en concluir el acto amatorio fue ese día más presta incluso. Abdul descargó potentes chorros de semen en el interior de su hermana gritando de placer, mientras, Karimé se congratulaba de la incapacidad como amante de su hermano. Su suplicio había sido extremadamente breve.

Karimé permaneció tumbada con la cabeza empujando el colchón de plumas de su hermano, sin atreverse a mirarle. Se sentía dolorida y sucia, con los líquidos de su propio hermano en el interior de su cuerpo mezclados con su sangre. Y al mismo tiempo, su excitación se mantenía, su cuerpo le pedía más. Sufría por no atreverse a llevar la mano a su dolorida raja y terminar lo que su hermano había dejado inconcluso.

Abdul se tumbó boca arriba junto a su hermana, con gesto de satisfacción y sin dejar de manosear el culo de Karimé. Los dos permanecieron callados. Cuando Abdul consideró que había descansado bastante se levantó del catre. Karimé giró su cabeza para vigilar sus movimientos. Abdul estaba buscando algún objeto en sus baúles. Sacó una larga cuerda y miró a su hermana. Karimé no tardó en darse cuenta que la noche no había terminado

Abdul la ató de pies y manos. Cada extremidad a un lado de la cama. Una vez la tuvo inmovilizada se vistió para al momento informar a su hermana:

  • Así te quedarás aguardando mi vuelta. Voy a reponerme con algo de comida, hermana. No hace falta que te levantes- dijo riéndose ante ésta última ocurrencia.

Karimé se quedó sola, atada y dolorida. La excitación ya había desaparecido por completo. El odio y el asco hacia su hermano regresaron a un primer plano. No sabía qué es lo que la esperaba pero estaba segura de que nada agradable.

Transcurrieron un par de horas hasta que Abdul regresó. Saludo a su hermana con un nuevo ejemplo de su chabacano humor.

  • Bien hermana, veo que has cumplido mis órdenes y no te has movido en todo este tiempo.

Karimé desde su postura no pudo ver a su hermano. Desconocía cuales eran sus propósitos ni sus movimientos. Se mantuvo en silencio. No había abierto la boca desde que entrara en la jaima de Abdul. No tardó en escuchar su voz de nuevo.

  • Querida Karimé, hasta ahora has acatado bien mis órdenes y tu sumisión hacía mí ha sido la deseada. Sin embargo quiero ofrecerte una muestra de lo que puede suponerte la desobediencia.

Se hizo el silencio. Karimé, sin poder controlar sus sensaciones, comenzó a temblar. No sabía a qué se refería su hermano. Se sentía indefensa atada como estaba de pies y manos, y el no ver los movimientos de Abdul no hacía sino aumentar su estado de ansiedad. Al instante comprobó que esos temores eran fundados.

Una quemazón rápida pero extremadamente intensa atacó su nalga. Sin todavía poder ser consciente de lo que ocurría recibió una nueva dosis de tan dolorosa sensación. Ahora sí se había dado cuenta de lo que pasaba. Su hermano estaba azotándola. Un tercer latigazo le resultó insoportable y emitió un quejido agudo que no sirvió ni para aplacar el sufrimiento ni para invocar un sentimiento de clemencia en Abdul. Así llegó hasta cinco. Karimé sentía sus nalgas ardiendo, irritadas por los cinco golpes de fusta recibidos. Se quejaba dolorida pero no tuvo tiempo de recuperarse. Su hermano le estaba amarrando la cintura y obligando a incorporar el culo. Karimé se dejó hacer, se colocó en la postura que le reclamaba Abdul y casi al instante pudo advertir la punta del pene presionando su agujero más estrecho. Estaba claro, su hermano estaba intentando ahora penetrarla por atrás. Karimé agachó la cabeza sabedora de que cualquier resistencia era inútil.

Tras varios intentos fallidos Abdul por fin pudo entrar en el ano de Karimé. El dolor se le hizo insoportable a la joven. Abdul con su salvajismo habitual se dedicó a embestir con todas sus fuerzas a su hermana, pellizcando las nalgas o abofeteándolas con la palma de su mano. Transcurrió más tiempo del esperado hasta que Abdul de nuevo derramó su semen en el culo de su hermana. Cuando por fin se retiró de su ano Karimé estaba agotada y lastimada. Se consoló pensando que tras esta tortura el sultán la permitiría regresar a sus habitaciones, pero no fue así.

  • Muy bien hermana, te has portado bien esta noche. Por haberlo hecho así te permitiré hoy dormir en mi cama- dijo Abdul como quien perdona a un reo su condena.

El sultán desató a su hermana y se colocó junto a ella en la cama. Karimé no quiso ni mirarle. A los pocos minutos escuchó como su hermano respiraba prácticamente a modo de ronquidos. Karimé tardó bastante más en conciliar el sueño. Sin embargo agotada por el largo día de sexo y vejaciones finalmente cayó exhausta junto a Abdul.

CONTINUARÁ

NOTA: ESTA SERIE HA SIDO ESCRITA ENTRE SUPERJAIME Y OTRA AUTORA. YA SE PUBLICÓ BAJO SU NOMBRE Y AHORA SE PUBLICA CON EL MÍO.

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