El hábito no hace al monje
quiero compartir una experiencia con todos vosotros.nada tiene que ver con sexo,erotismo o ramanticismo. solo pretendo probar fortuna en otras categorias
21-07-10
Me eduqué en un colegio femenino religioso.
De los de misa cada recreo en los días de Mayo por ser el mes de la virgen; de los de confesión obligatoria con el padre José Mari una vez al mes.
De los de interminable rosario con las hermanas del centro
Gustaba la hermana remedios, directora del centro, de organizar tómbolas para recaudar dinero; unas veces para los negritos del África, otras para los niños huérfanos de Mongolia.
Y el famoso DOMUND ! Recolecta obligatoria para todas las niñas del colegio!.
Salíamos los fines de semana con nuestra hucha y las pegatinas a solicitar del viandante un poco de empatía por todos los que necesitaban de nuestra ayuda en los países del tercer mundo!.
Los recreos del medio día_ dos horas y media_ los pasamos encerradas en la biblioteca del centro, desde que comenzábamos el 4º curso de EGB y hasta que salíamos en bachiller.
De obligada lectura eran los libros de santos y santas, mártires de otras décadas que dedicaron su vida al sacrificio y a penitencias y de quienes debíamos aprender.
Así pues, no es de extrañar, que al cumplir mis catorce años, estuviera convencida de que la llamada de Dios en mi se había producido.
Tampoco había mucho mas; salías del colegio fascinada con la idea de servir a Dios, o servir a un esposo!.
Especialmente durante el último curso, la hermana Begoña, tutora de clase, alababa públicamente mis muchas virtudes y cualidades y en los ratos en los que no acudíamos a misa ,no rezábamos el rosario y no leíamos la santa vida de algún mártir, soportaba estoicamente el discurso en el que se me convencía de mi aptitud para ser religiosa.
Y lo creí.
Tanto, que solicité mi entrada en el convento de santa clara, en la misma ciudad donde había vivido mis 15 primeros años.
Me llamo Audrey no es un nombre muy común y menos aun en el año en que nací (1967); la explicación deriva de algo sencillo: mi madre adoraba a Audrey Hepburn, la actriz, hasta el extremo de ponerle su nombre a la única hija que tuvo.
Como en la España de entonces era difícil ciertas licencias, prácticamente tuvo que sobornar al hombre del registro civil para poder ponerme ese nombre ,no sin antes ceder y colocarme el María por delante y prometerle encarecidamente que usaría este para referirse a mi.
Evidentemente nunca lo hizo.
Soy totalmente antagonista a dicha actriz. Rubia, de ojos azules siempre asustadizos, de formas redondas y nada dignas de mención y bajita de estatura.
Parezco una mujer frágil, delicada, pero en el fondo nada mas lejos de la realidad.
He de decir que en casa no recibieron muy bien la noticia de mi vocación, aun que tampoco les llegó por sorpresa ya que mi fe estaba latente en mi actitud.
Mamá lloró y suplicó que lo pensara bien antes de coger los hábitos.
Papa, en cambio, se recluyó en su interior y aun que disgustado, nunca hizo un comentario en contra de mi decisión.
Esa actitud me dolió, pero yo había ya tomado la determinación de ofrecer mi vida al señor.
Ingresé en la orden a los diez y seis años, llena de ilusión y expectativas dispuestas a disfrutar del noviciado.
Un noviciado es un período de prueba que las congregaciones y órdenes religiosas ponen como preparación inmediata antes de hacer los primeros votos (obediencia, castidad, pobreza). Suele estar comprendido entre lo 6 meses y los dos años, aunque también depende mucho de la situación personal de cada uno.
El Mio duró dos años.
Las condiciones eran extremas, mas para una joven acostumbrada a una vida confortable y cómoda.
En este periodo se nos permitía llevar el pelo largo aun que siempre recogido en trenza o moño, pero por supuesto nada de ostentación de riqueza materia l(pendientes, medallas u otras joyas).teníamos que ser comedidas, silenciosas, serviles y agradecidas.
Las novicias, un pequeño grupo de siete de edades entre mis dieciséis, a los veintitrés, caminábamos siempre cabizbajas y nunca hablábamos si no nos preguntaban antes.
Nos ocupábamos obedientemente a limpiar, cuidar la huerta y servir y atender a las hermanas mayores.
En la congregación éramos un total de 19 mujeres de diferentes edades.
Nos levantábamos a las 5 de la mañana para nuestras oraciones, después volvíamos a las celdas y poníamos orden en nuestros escasos bienes: un camastro con una vieja colcha, una mesilla con la biblia y una lámpara de mesa.
No había más; algunas habitaciones disponían de ventana, pero curiosamente las novicias teníamos habitáculos sin ventilación ni calefacción.
Nos retirábamos tarde, pues aun que cenábamos temprano, antes de ir a descansar debíamos rezar el rosario en la hermosa capilla del convento y nunca terminábamos antes de las doce de la noche!.
En verano se agradecía retirarse en oración a nuestra celda,, pero el invierno se convertía en una tortura.
Pasábamos horas tiritando de frío intentando entrar en calor de cualquier manera y resultaba siempre tarea imposible.
Personalmente intentaba desvincular cuerpo y mente, de manera que me refugiaba en mil plegarias y rezaba a veces durante toda la noche ante la imposibilidad de conciliar el sueño por la frigidez que adoptaban mis articulaciones debido a las temperaturas gélidas que me lo impedían.
Las hermanas mas jóvenes nos trataban con cariño, pero las veteranas recelaban y jamás lo comprendí.
A las del noviciado nos trataban con cierto desden y se nos exigía una rectitud que rayaba el limite.
Así, por ejemplo, como dije anteriormente no se nos permitía entablar conversación entre nosotras, bajo pena de aislamiento casi carcelario en nuestra habitación.
Recuerdo en una ocasión en la que al tropezar con una de mis compañeras novicias, me disculpé con una ligera sonrisa y se me castigó por mostrarme demasiado afectuosa, lo que podía inducir a "sospecha de inclinación indecorosa con personas del mismo sexo!".
El comité de ética, presidido por la hermana paulina abadesa del convento y secundada por la hermana Juana y la hermana Matilde, las más veteranas, consideró oportuno retirarme de mis compañeras durante seis días hasta recapacitar, orar y pedir perdón por mis pensamientos "pecaminosos".
Este perdón se debía pedir públicamente en el comedor con todas reunidas.
Comencé a cavilar sobre estas cuestiones ya que hablar de ellas era ciertamente imposible!
No se nos permitía cuestionarnos nada, opinar sobre nada, protestar sobre nada, por que el comité enseguida nos tachaba de soberbia, vanidad o altanería!
No tardé mucho en descubrir que esa vida no estaba hecha para mí.
Yo quería servir a dios, es cierto, pero no desde el sacrificio estéril o desde la oración baldía, si no, desde el amor al prójimo y servicio a la comunidad.
Ante estas inquietudes y desde la inocencia que me daba la edad decidí solicitar una entrevista con la hermana abadesa y hacerle partícipe de mis dudas.
Fruto de esa conversación se me recluyó nuevamente en mi celda por un periodo de un mes y se me privó de todo alimento ajeno a un plato diario de arroz hervido y un huevo duro.
Según el comité, pecaba de ambición, soberbia, rebeldía y menosprecio por la labor que Dios nos encomendaba a las madres Clarisas.
Cuantas noches en vela pasé llorando!.
Cuanto sufrimiento intentando mirar en mi interior para vislumbrar aun que fuese un poco de lo que se me acusaba, sin resultado!!!
Durante el tiempo que duró mi aislamiento, mi apariencia física sufrió un penoso cambio.
Adelgacé mucho, mis ojos perdieron su brillo natural velándose de una tristeza que quedaría ya de por vida y acompañados por unas ojeras oscuras que me envejecían notablemente.
Pero mas dañado salió mi espíritu.
No comulgaba con la política del convento.
Servir a dios debía ser un acto voluntario y amoroso y sin embargo no veía ni servidumbre ni amor dentro de esos muros.
Se respiraba resignación, pero no hacia nuestro señor, si no, hacia las normas absurdas que en el se encontraban.
Comencé, en mi segundo año de noviciado a observar a mis compañeras y en ninguna de ellas vi nunca un atisbo de serenidad o felicidad.
Estábamos tan agotadas y tan temerosas de incumplir alguna norma, que no nos daba la cabeza para más.
Tomé la decisión de abandonar el convento tras un suceso que me resultó cuando menos insultante.
La hermana Asunción, que había prometido sus votos un año antes de mi entrada y yo, estábamos arreglando la huerta.
Una mala jugada quiso que mi cabello quedara enredado en un zarzal y ante la imposibilidad de liberarme, solicité ayuda a la hermana.
Si, es cierto que sentí su titubeo antes de decidirse a echarme una mano.
Después olvidamos por un instante donde estábamos y comenzamos a reír con cierto pudor, al comprobar que el desenredo de mi cabello resultaba un galimatías. Mis manos y las suyas intentaban zafar el cabello de entre brazal
Sólo cuando escuchamos un escandaloso grito nos dimos cuenta de que estábamos rodeadas de todas las hermanas y novicias del centro.!!!
Unas nos miraban con ojos desorbitados, otras, demostraban su asustada reacción esquivando la mirada o abriendo mucho los ojos...y la abadesa la abadesa parecía estar poseída por el mismito diablo!!!!.
La penitencia impuesta por el comité consistió en el traslado inmediato de la hermana Asunción a otro centro,.
Durante seis años debía dedicar su tiempo a limpiar los retretes y a caminar sin alzar la vista, sin dirigirle la palabra a nadie y sin recibir visitas.
He de decir que durante el periodo de noviciado y hasta la ceremonia de vesticion (paso de novicia a hermana), ninguna de nosotras teníamos permitido recibirlas.
Para ejemplarizar a las demás hermanas se lo obligó a si mismo a taparse la cara con un velo durante el periodo de penitencia.
Fue acusada de aptitud indecorosa, provocación a conducta sexual enfermiza, falta de respeto y carencia de valores morales.
Yo corrí otro tipo de suerte.
Me raparon la cabeza, me impusieron como penitencia dormir en el suelo y alimentarme nuevamente de arroz, un pocillo al día, despojándome del "lujo" del huevo duro y me confinaron nuevamente en mi habitación.
Recé, recé y pedí al señor que me liberara de tal tormento.
Así pasaron seis meses más.
Cuando por fin pude disfrutar nuevamente de la luz del sol, mí salud ya estaba deteriorada y yo era un cadáver andante pálido, delgadísimo y ojeroso.
Tres semanas después debía ser mi celebración de vesticion, me armé de valor y fui a hablar con la madre abadesa.
Durante mi encarcelación fui tomando conciencia de que mi vocación no era tanto por la llamada de dios, como por la estricta y constante educación recibida en el colegio.
Tomé conciencia de la manipulación que durante años había padecido en el centro escolar.
Le hice saber que no tomaría lo hábitos.
Por supuesto intentó persuadirme haciéndome creer lo válida de mi presencia en la congregación, etc., etc. pero estaba convencida de que de seguir allí, me hubiera muerto en vida!
Se lo comenté y con cierto aire ofendido me dijo que todo lo padecido era fruto de mi mala actitud y por gracia de dios para hacer de mi una esposa digna de cristo!.
Dos días después de esta conversación salí definitivamente de aquel lugar.
Cuando lo comuniqué a mis padres, creo que sintieron un gran alivio, pero cuando vieron cómo era mi aspecto dieron gracias a dios de poder contarlo.
Veinte años después mi vida ha dado un giro enorme.
Soy enfermera, trabajo en el departamento de oncología infantil. Estoy felizmente casada y tengo dos hijos.
Cuando echo la vista atrás doy gracias a la experiencia que viví, pues aprendí que hay muchas maneras de servir a los demás sin necesidad de estar recluida y escondida del mundo.
No pretendo hacer crítica ni juicio alguno.
Cada uno haga con su vida lo que desee y siempre es mejor una actitud positiva en cuanto a servir a dios y a su semejante en la forma que crea o sienta mejor, que quedarse de brazos cruzados.
Solo deseaba espantar fantasmas del pasado.