El GUITARRISTA y la GRUPI TETONA

Después de triunfar sobre el escenario, Alan rebusca entre el público con la esperanza de localizar a la chica que le gusta. Cuando ya está a punto de perder la esperanza, el destino le favorece y la magia no tarda en aparecer entre ellos.

Los focos le deslumbran. El calor del bullicio le abrasa. La música le ensordece. Alan está tenso y concentrado para no equivocarse de notas. Apenas tiene tiempo de observar la multitud. Durante el concierto, imagina que Sara le está mirando mezclada entre la gente, pero realmente no cree en ello. Es una pena, porque el público está entregado y todo está saliendo a pedir de boca. El repertorio se termina sin casi darse cuenta. No lo parece, pero han estado casi una hora.

Al terminar, recogen ágilmente dado que hay más músicos esperando para tocar. Mientras tanto, el otro grupo afina y el técnico hace algunos retoques a los volúmenes. Los Inviernos llevan sus instrumentos al camerino. Alan va derecho a la ducha para quedarse bien limpio y fresco después de tanto sudar la camiseta en el escenario. Fue buena idea traerse ropa de repuesto. Sale bien guapo y perfumado, con unos pelos estudiadamente alborotados.

Ojea la muchedumbre, esperanzado con encontrarse a aquella chica de nuevo, pero no la ve. Cabizbajo se mezcla entre la gente. Alguien desconocido le felicita, pero la mayoría no le reconoce, con poca luz y sin la guitarra colgada en el hombro… Todo el mundo se fija más en el cantante.

El segundo grupo no es tan bueno, pero tienen recursos interesantes y una cantante buenorra; aun así, Alan no siente demasiado interés en su figura porque sigue embriagado por la presencia ausente de Sara.

Esa chica le ha robado el corazón, hace pocas horas. Ella estaba, junto con su amiga Anna, paseando a un perro. Cuando el chico la ha visto, el tiempo se ha ralentizado; sus pupilas se han dilatado y su corazón ha quedado oprimido por la presión de un puño de ansiedad. No solo se trataba de su incontestable belleza; era también su manera de andar, su risa, su voz, sus femeninas poses, su alegre actitud mientras jugaba perrunamente con su amigo Canino… Solo por una vez en su vida, Alan ha roto su infranqueable timidez y ha hablado con ellas. Torpemente, las ha invitado al concierto de esta noche.

Cuando ya lleva casi una hora de pie, sometido a los decibelios de "Fuego de Cobertura", sus oídos piden un descanso, y decide ir al lavabo. Sus pasos caminan sobre un manto de resignación.

Debería estar más contento, pues acaba de triunfar en un conciertazo; aun así, siente una extraña presión en el pecho. A pesar de lo engañoso de la sensación, sabe que no es amor. Lo que ocurre es que Sara está tan buena que le ha quitado el hipo de golpe, ocurre que lleva un puñado de años sin mojar y que esa austeridad le pesa mucho más en primavera, ocurre que es tan tímido que nunca habla con chicas y que la única vez…

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-Hola, Alan-   esa voz tan tenue y suave le arranca de cuajo toda su frustración.

-!Hola, Sara!-   responde él con gran sorpresa.

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Se produce un breve silencio. El encuentro ha sido casual,   pues ella justo salía del lavabo de las chicas. Está radiante, se ha cambiado la ropa y va levemente maquillada. Aún le parece más hermosa bajo las luces coloreadas del pasillo. De fondo suena una de las baladas que están tocando sobre el escenario.

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-Sonáis muy bien, ¿eh? Me ha gustado mucho el concierto-  dice ella sin acabar de definir su sonrisa.

-Ah. ¿Estabas ahí? No veía nada con los focos-   sin saber cómo contener los nervios.

-Ya te dije que igual venía-  replica ella en voz baja.

-¿Y Anna? ¿No ha venido?-   continua Alan frotándose la cabeza.

-No. Le ha entrado perrera; además: me ha dicho que eras un plasta y que seguro que le entrarías de nuevo-  añade clavándole la mirada.

-!Pero si ella ni siquiera me gusta!-   exclama Alan a la defensiva.

-!Aaaah! Entonces ibas a por mí-   contesta ella con una sonrisa pícara.

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Alan se siente descubierto y por un momento no sabe cómo reaccionar. Finalmente, se le ocurre una genialidad:

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-Si te digo la verdad, quien realmente me pone es Sultán, pensarás que soy un enfermo zoofílico, pero…-

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La chica suelta una carcajada espontánea. Alan siente que ha asestado un buen golpe de efecto con esa broma y aquella cara tan chistosa que ha puesto.

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-Estos que tocan ahora no me gustan tanto. Yo me voy. ¿Tú qué haces?-  mientras empieza a irse.

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Alan no está dispuesto a que sus dudas lo arrinconen de nuevo, por enésima vez en su vida, y contesta rápidamente:

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-Me voy contigo-   con firmeza.

-!Anda!-   replica ella con una cara sorprendida pero animada.

-Espérame a la salida unos minutos que voy a despedirme de la gente-

-Vale-   susurra ella guiñándole el ojo.

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Alan camina dignamente, pero tiene ganas de correr y de saltar como un crío. El corazón le late intensamente. Se ha revertido, completamente, su estado de ánimo de hace apenas unos minutos.

Tenía que quedarse a dormir en casa de un colega, pero, depende de cómo vaya la noche, es posible que decline ese privilegio. Les comunica el cambio de planes a sus compañeros, y se niega a justificarse bajo una lluvia de interrogantes y de miradas cómplices y tendenciosas.

Por fin se reúne con Sara en la salida:

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-Ya estoy aquí. ¿A dónde vamos?-   pregunta con energía.

-No sé, yo me iba a dormir a mi casa-   responde con las cejas levantadas.

-Vale-   susurra   -Me parece bien el plan-   con expresión expectante.

-!Noo0! Tú no vienes. Estoy viviendo con mi padre y si traigo a un chico me mata-

-Ah, pensaba que vivías sola. ¿Cuántos años tienes?-   con un tono menos travieso.

- D iec i nue v e añ i tos, s olo-   con voz infantil de víctima inocente.

-!Ah! Vale. ¿Estás estudiando, todavía?-

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Alan se siente torpe y piensa que la conversación está derivando en algo aburrido y normal cuando debería ser divertida y transgresora.

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Suenan las llaves y el mecanismo de la cerradura. Una puerta, especialmente voluminosa, se cierra tras ellos. No es un ruido anormal, pero emergiendo den el silencio nocturno se convierte en todo un estruendo. La chica teclea para desactivar la alarma:

“Tip – tip – tititiiip”

Alan y Sara susurran y no dejan de reír.

Se silencian el uno al otro constantemente:  "S s sssh / Sssh"

Finalmente, ella encuentra el interruptor. Unas luces cálidas parpadean un instante antes de estabilizarse para iluminar un gran espacio muy elegante y serio: parquet, butacas de piel y, tras el mostrador de recepción: mesas, archivos, ordenadores, cuadros de arte moderno, alguna que otra estatua…

No hay despachos. Todo se resume en una extensa sala común con diferentes zonas. Hasta cierto punto, resulta sorprendente que ni tan solo haya columnas con tanta extensión de techo. Algunas plantas, junto con una inmensa pecera, afirman que el trabajo severo no está reñido con la naturaleza. Los ventanales son inmensos, pero desde el centro de la sala solo parecen grandes imágenes del negro infinito de la noche.

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-¿Así que aquí es donde trabajas?-   susurra Alan.

-Sí. ¿A que mola? Estoy en recepción, de prácticas, para terminar la FP-   casi inaudible.

-!¿Y por qué hablamos en voz baja si no hay nadie más en todo el edificio?!-   pregunta . a todo volumen.

-Sssh / S s sssh-   coinciden de nuevo justo antes rompiendo a reír abiertamente.

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Se acercan al cristal, apoyados el uno en la otra, con paso titubeante. No hay duda que su estado no es muy sobrio.

Son cerca de las dos y han pasado mucho rato bebiendo apalancados en una plaza cerca del edificio. Los lateros inmigrantes son impulsores del alcoholismo a bajo precio, y la pareja no se ha resistido a sus ofertas. Los dos, solos, se han estado contando cosas cada vez más absurdas y remotas.

Sara le enseña las vistas desde treinta pisos de altura. La ciudad se somete a sus pies y millones de lucecitas parecen querer competir con las estrellas, definiendo el vasto relieve de la civilización.

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-¿Y cuántos abogados trabajan aquí?-   pregunta Alan para interaccionar fluidamente.

-Muchos, y muy caros, no te imaginas la pasta que se mueve en esta planta-   intenta dar gran dimensión a sus palabras, pero bañadas en alcohol, estas resultan graciosas.

-Vaya. Sí. Ya sabía que era un edificio emblemático de Fuerte Castillo, pero no había caído en la cuenta de lo que se podía estar cociendo dentro-   comenta repasando la estancia con la mirada.

-Los casos más importantes se manejan en este edificio. No de particulares, sino de grandes disputas entre multinacionales. Algunos de los juicios que se tratan aquí traen perjuicios o beneficios de miles de millones a las empresas-

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Sara le habla en voz baja, como si estuviera contando una historia de terror, mirándole fijamente a los ojos. Alan, superada la intimidación inicial de tan incisiva actitud, se siente cómodo aguantándole la mirada; como si se tratara de un ancla que le mantiene unido a ella mientras la escucha.

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-¿Y tú qué haces trabajando en un sitio como este? ¿Te han cogido porque estás muy buena?-  pregunta sin bromear.

-!Qué dices, idiota! !Este es un sitio muy serio!-   protesta indignada.

-Sara, este lugar parece requerir una seguridad excepcional. Un sitio inaccesible para borrachos como nosotros que deambulan de madrugada-  replica desarmando la indignación de la chica.

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Ella sonríe y, sintiéndose descubierta, afirma tímidamente:

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-Es que mi padre es un socio fundador y principal del bufete, me llamo Sara Belmonte, . te suena?-

-Ah. De "Cabrero y Belmonte abogados". Ahora caigo-  dice con los ojos hacia arriba.

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Se han sentado en un sofá tan cómodo que parece pecaminoso. Debe estar pensado para retener a los clientes indecisos. Es marrón, ancho y muy blando.

Sara lleva botas de piel con tacones, tejanos oscuros y ajustados, y una especie de blusa, con brillanteces y barias capas desiguales de fina tela, que se ciñen a su cuerpo marcando una figura de formas generosas. Se ha alisado el pelo y solo lleva un poco de sombra de ojos que resalta el azul de su mirada, y un brillo de labios que convierte su boca en algo muy apetitoso.

Las emociones de Alan están flotando en alcohol, pero su pensamiento se desarrolla con cierta fluidez. El mundo le da vueltas, pero no se siente mareado. Todo coge una dimensión mística a su alrededor. El espacio atípico donde se encuentran;  la iluminación cuidada y omnipresente, sin ningún foco localizable; la noche que, a tanta altura, se ve tan inmensa y silenciosa; la suave voz de Sara contándole las intimidades de su vida…

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-…y entonces me dijo: "eso lo has decidido tú, aunque no lo sepas" ¿Te lo puedes creer? Una rabia… o sea, que me daba la culpa a mí. Parecía que le tuviera que pedir perdón yo a él por haberse acostado con un montón de zorras a mis espaldas, y yo estaba rabiosa y le dije que se fuera al cuerno y entonces…-

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Alan consigue mantener la atención el tiempo justo para entender que Sara habla de un exnovio, pero un deseo atronador le ensordece y le empuja a silenciar esa húmeda boca con un apasionado beso. Ella parece asustada por tan inesperada iniciativa, pero, tras un pequeño espasmo inicial, no opone resistencia alguna, y deja que su nueva amistad nocturna saboree sus labios con brillo sabor a fresa.

El los muerde y, tras unos instantes, responde a la intrusión vocal de Sara propiciando un duelo de lenguas. Mientras tanto, ella ya está encima de él y le agarra la cabeza como si de un alimento se tratara y sin dejar de comerle la boca.

La calentura de la chica empieza a desbocarse cuando nota las manos de Alan trepando por su cintura hacia sus pechos a un ritmo prudente pero decidido.

Para sorpresa de él, tras infiltrar sus dedos en aquella extraña tela multicapa no encuentran la frontera física de un vulgar sujetador, sino que acarician unas sublimes tetas del todo libres.

Ella se despega de su boca para desprenderse fácilmente de tal maravilla textil. El torso de Sara queda desnudo y, recuperando el aliento, mete las manos bajo la camiseta de Alan para igualar la situación. Acto seguido, acaricia sus potentes pectorales.

Él se deja tocar con la mirada de bobo fijada en aquellas imponentes glándulas mamarias. Nunca en su vida se habría atrevido a soñar semejante par de tetas en sus manos y se siente el ser más afortunado del mundo; tanto es así que no puede evitar pronunciar unas palabras de dudosa pertinencia:

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-Seguro que aquí todos quisieran follarte, todos los abogados y auxiliares que hay-   sugiere entre suspiros.

-… !Pues claro! ¿Tú no has visto lo buena que estoy? Aquí y en todas partes. Cuando voy por la calle sé que me podría follar a quien quisiera, pero no lo hago-

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Alan está un poco intimidado por estas palabras, pero no duda de su certeza. Ella puede tener a quien quiera y él es un negado, pero aquí están. Entre besos y magreos prosigue la conversación:

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-Y cómo te sientes trabajando en un sitio sabiendo que todos quisieran follar contigo-   Insiste.

-Ja j a, no lo pienso casi nunca, además, no me pongo tan guapa para venir a recepción. Voy mucho más recatada, sino el bufete empezaría a perder casos y todo se iría al garete. Jaja, vaya rima-

-Estás tan buena que no lo puedo creer-

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Mientras siguen sumergidos en un mar de besos, Alan es víctima de ciertos temores. Esta ocasión puede que no se repita. Tiene la oportunidad de echar el polvo de su vida y no quiere meter la pata, pero la sobredosis de alcohol y su larga era de sequía sexual amenazan con jugarle una mala pasada.

El factor que más le atemoriza podría desequilibrante: Sara está tan buena, tan buena, tan…

“Y si me corro antes incluso de penetrarla. Sería tan decepcionante...”

Decide dejar de lado esos pensamientos y disfrutar de lo que está ocurriendo. Al fin y al cabo, tiene comprobado que lo que mejor le va a su "miniyó" es que no le preste atención. La presión le puede, pero, si lo ignora, es posible que aquel pequeño pueda cumplir con su función. Es un buen pollón lo que ahora mismo lucha por participar en la fiesta, preso por un pantalón oscuro del tipo pirata.

Sara se ha percatado del entusiasmo de ese inquieto invitado. No tarda en liberarlo y prestarle la atención que reclama agarrándolo con fuerza.

Alan no se siente muy potente. Sabe que no está tan duro como debería, y, aun así, nota cercano el orgasmo.

Entusiasmada, le sacude la polla con fuerza y convicción.

“¿Cómo negarme?”

Sara se muerde el labio al tiempo que gime contenidamente. Él se siente muy avergonzado frente al inevitable desenlace e intenta oponerse:

- No , no, Sara, que me corr0-  sin gritar, pero con toda su urgencia.

No consigue detenerla y, preso de un poderoso orgasmo, con cara de susto y las manos agarrando con fuerza el sofá, observa cómo la joven afronta la crisis amorrándose ágilmente a su incontinente miembro viril. Se lo mete todo dentro hasta el fondo mientras Alan se corre gimiendo holgadamente. Por un momento, todas sus emociones, positivas y negativas, se desprenden de su mente disueltas en una viscosa solución que se vierte enérgicamente y a borbotones dentro de la boca de la chica, quien no deja perder ni una gota e ingiere todo el flujo.

El momento se dilata en el tiempo de tal modo que esa poya disfuncional pierde todo su vigor antes de acabar de eyacular. Es tan caudalosa la corrida que, notando su pene ya flácido, siente como si estuviera meándose en la boca de la chica. Aun así, la sensación de desahogo es tremenda y, víctima de su propio estado de embriaguez, cae dormido por unos momentos.

Al recuperar la conciencia se encuentra confuso, tumbado ya en la vertical del ancho sofá, y, notando una cálida y húmeda sensación en su entrepierna, baja la mirada para encontrar a la muchacha, completamente desnuda, relamiendo con avidez sus huevos sin dejar de masajearle el pene.

Afortunadamente, este no presenta su mínima versión y se deja mimar con cierta consistencia. Hay mucha humedad por ahí abajo. Sara no practica la más mínima contención salival, cosa que es motivo de honda satisfacción para el chico. “Como más babas mejor”

Todavía desorientado, Alan nota como todo vuelve a girar a su alrededor. Está lo bastante lúcido para entender que no hay nada perdido, aún, y que depende de él que esta siga siendo una noche memorable. La joven emprende un camino ascendente con su lengua como si de la ruta babosa de un caracol se tratara: estomago, pecho, cuello y labios hasta que, sin dejar de subir, alcanza a restregar sus preciosos pechos por la cara de su galán, quien los estruja con entusiasmo.

Alan decide dejar de momento a su blanda extensión en el banquillo, confiando que se reponga en pocos minutos. Con un pibón así, jadeando sin prenda alguna encima de él, se pondría duro hasta un oso amoroso.

En un amplio repertorio de caricias mutuas, Sara restriega su coño mojado con eses pedazo de carne que ya se está desperezándose. Puede que aún esté resacoso, pero su consistencia creciente hace más notorios los roces y presiones, y, así mismo, los roces y presiones más notorios acrecientan su consistencia. Es un círculo vicioso que se desenvuelve remojado por una mezcla de saliva y flujos vaginales.

La chica se mueve como si ya lo tuviera dentro y empieza a gemir sugerentemente. La confianza y el optimismo se apoderan de Alan, pues cada vez duda menos de su virilidad. Su tranca ya está lista y Sara lo sabe.

Sin detener su balanceo lujurioso, se ralentiza y adapta el gesto para propiciar una suave penetración. Esa polla venosa y enrojecida recibe una cálida bienvenida en las entrañas de Sara. Alan visita otro nivel de su propia existencia.

La arrolladora energía sexual de la muchacha se destapa como un volcán en erupción. Todo se acelera violentamente. Los jadeos de la chica retumban abiertamente en ese amplio espacio, desafiando la solemnidad del recinto. Hasta el sofá parece disfrutar del acontecimiento que está soportando y suena en respuesta de algunos movimientos.

Tal intensidad carnal de tan hermosa doncella habría pulverizado, en pocos segundos, la erección del más potente semental, pero Alan ya no es el chico temeroso del primer orgasmo. Se siente poderoso y consigue domar a su jinete. Ella sigue moviéndose salvajemente encima de él, notando el tránsito de esa poderosa polla en su interior.

Alan no emite sonido alguno y disfruta escuchando como ella gime. Las ondas y la emoción que transporta aquella voz le estimulan tanto como el enérgico contacto cutáneo o la deslumbrante visión de tan preciada chica. Olfatea su arrebatador perfume sin dejar de saborear sus besos y su piel para completar la percepción del momento más intenso de su vida.

La suma de sus sentidos se convierte en una multiplicación sensorial que dispara su emoción distorsionándola místicamente.

Sara no afloja y sigue follándolo enérgicamente. Sus jadeos se van volviendo más rápidos y agudos a medida que un poderoso orgasmo se apodera de ella.                      Se contrae evidenciando su implosión de placer más silenciosa de lo que cabía esperar, pero no por ello menos notoria.

Sigue moviendo levemente sus caderas mientras se reclina sobre él, restregando las tetas sobre esos musculosos pectorales. El sonido de su voz expresa mejor que cualquier palabra el enorme placer que aún colea en su ser.

Alan siente que ha logrado algo que, para él, es aún más valioso que su propio gozo. La femenina respiración de Sara, más pausada, aún es muy profunda y gobierna en parte los contoneos de la chica, quien vuelve a compartir su aliento etílico y sus dulces besos con su afortunado amante.

El no decae y sigue tan cachondo como minutos antes, pero, en parte, agradece la pausa. Tanta locura persistente lo había dejado algo alienado; algo aturdido, y ese relajamiento le hace recobrar la sobriedad de sus emociones.

Las caricias se vuelven más emotivas, los jadeos más sutiles… Sara sigue moviendo el culo circularmente sentada sobre el regazo de un Alan alucinado que sigue contemplando el balanceo de esas pálidas tetas que se han vuelto relucientes por el sudor.

No hace calor, más bien lo contrario, pero es que, si la actividad desbocada de tantos minutos extenuantes la hubieran tenido dentro de un iglú, en el polo norte, este se hubiera derretido.

Sara sigue llenando su pecho con hondas inspiraciones cuando contacta visualmente con los ojos de su amante de nuevo:

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-¿Quieres cambiar?-  pregunta con una voz tan suave que parece fuera de contexto.

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Alan lo piensa, por un momento, y mueve la cabeza negativamente. Nunca quisiera cambiar.

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-¿Tú?-   pregunta gentilmente.

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Ella le contesta del mismo modo esgrimiendo una sonrisa llena de felicidad. Vuelve a inclinarse sobre él, le agarra del pelo y girándole la cabeza le mete la lengua en la oreja haciéndole sentir algo nuevo otra vez. Él cierra los ojos y enfoca su percepción en ese punto. Siente el cálido aliento, nota la humedad y escucha el sonido de aquella lengua mojada mezclado con nuevos y sutiles gemidos a todo volumen, por la proximidad.

Se arranca un balanceo más rítmico. Esta vez, aun estando debajo, es Alan quien lleva la voz cantante y quien empuja con más energía. Ella soporta con gran placer esas embestidas mientras siente como unas manos fuertes recorren todo su cuerpo. Saliendo del cansancio, Sara va retomando su virulenta pasión sexual. Asiente con la cabeza, abriendo mucho los ojos, con la mirada perdida. Lo está notando otra vez.

Alan se envalentona y, sintiéndose arropado por la actitud de la ardiente chica, contribuye como el que más al subidón.

Unos gemidos desinhibidos, fruto del gozo más extremo, vuelven a apoderarse de cada rincón de la enorme sala, incomodando a los inertes elementos que la mueblan.      Hasta los peces parecen prestar atención a tan libidinosa carnalidad.

Alan la penetra como si la estuviera apuñalando despechadamente. La tensión se eleva por las nubes, y hasta el chico se deja ir en algunos gemidos incontenibles de última hora. Sara clava la mirada en los ojos del chico, dejándole notar que en pocos segundos coronará su nueva cumbre emocional. Consecuentemente, Alan siente legitimado el orgasmo arrollador que se apodera de su ser.

Los dos se cogen de las manos. Todo se difumina entrelazando emociones cegadoras.

Poco a poco, las miradas de ambos recobran su sentido y se encuentran fijadas la una con la otra.

El mundo vuelve a aparecer poco a poco a su alrededor.

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[EL GUITARRISTA Y LA GRUPI TETONA]

-por GataMojita-