El guante
Una mirada entre las pestañas de sus ojos bajos le advirtió que el sexo de su amo había despertado. Duro y erecto, se erguía como un peligroso carnívoro a punto de saltar sobre su presa.
EL GUANTE
Nicole, miró a su amo y señor que tendido en el gran lecho la observaba. Desnudo, las piernas semiabiertas, relajadas. Su poderoso falo aún fláccido, las manos bajo la nuca y una leve sonrisa de expectación en la boca.
De pie ante la cama Nicole llevó sus manos enguantadas a la espalda y empezó a desabrocharse los diminutos botones nacarados del vestido blanco de muselina que él le había regalado. El blanco radiante, purísimo, del vestido realzaba su tez morena, contrastaba con el pelo negro recogido en un moño suelto, iluminaba los grandes ojos castaños. La postura un tanto forzada de sus brazos levantaba sus pechos en ofrenda. Lentamente, botón a botón, el vestido fue aflojándose sobre su cuerpo, Primero el cuello dejó de sufrir el apretado abrazo del encaje que le rozaba la barbilla, después los hombros finos y cremosos, mas tarde los pechos dejaron de apretarse contra el vestido y las mangas, ligeras y flotantes resbalaron por sus brazos. Alcanzó el último botón en la cintura y con un ligero encogimiento de hombros, dejó que el vestido se deslizara por su cuerpo hasta el suelo. Dio un paso saliendo del charco de encaje a sus pies. Una mirada entre las pestañas de sus ojos bajos le advirtió que el sexo de su amo había despertado. Duro y erecto, se erguía como un peligroso carnívoro a punto de saltar sobre su presa.
El parecía fascinado por las formas de su cuerpo ceñido en blanco virginal. Sus pechos, se apretaban contra el borde del corsé, la breve cintura dolorosamente estrechada por las cuerdas tirantes que la ajustaban, las ballenas marcando el camino desde las caderas hasta su pecho. Los rizos sedosos de su sexo, brillantes de humedad, los muslos cremosos oscuros, cruzados por las tiras que sujetaban en su lugar las medias blancas, sus pies enfundados en diminutas zapatillas de baile y los largos guantes ajustados, blancos, de seda, abrazando como una segunda piel desde sus dedos hasta más arriba del codo. Agitó su cabellera consiguiendo que las flojas orquillas cayeran al suelo, y el pelo se derramara acariciando su espalda y sus pechos. Permitió que largas hebras oscuras ocultaran en parte su cara y miró a su señor entre las largas pestañas.
Despacio, empezó a sacarse uno de los guantes, estirando suave de las puntas de seda que dibujaban sus dedos liberando lentamente el codo, el firme y suave antebrazo, la pequeña mano morena. El continúo sin moverse, expectante, sus grandes manos ocultas.
Y ella ella las echaba de menos, su valor, ese que le había hecho obedecer a su amo, se estaba terminando. Nunca había tomado ella la iniciativa. Siempre habían sido sus manos, sus susurros, su boca la que le había guiado en el camino hacia su propia sensualidad. Nicole se había dejado conducir a aquel mundo tomada de su mano, sintiendo que cada roce de su lengua, de sus dedos, de su cuerpo le hacían olvidarse más y más de la estricta educación marcada por su madre viuda, por las largas horas de trabajo en su pequeña aldea, las tardes de rezo y los domingos de misa. La imagen de su madre mirándola con desaprobación cruzo su mente. Sólo la intervención de la madre de su amo, cuando la suya murió la salvo del destino ya trazado. El noviciado y el convento.
Tomó aire, esta vez él no la ayudaría. Arrojó el guante sobre el montón de blanco abandonado en el suelo, y caminó junto a la cama donde la esperaba su señor. Inclinándose ligera sobre él, acaricio con su mano aún enguantada las largas piernas, los músculos duros y tensos de su amo. El calor ardiente de la piel de su señor atravesó el frío brillo de la seda. Alcanzó la palma de su mano, alejó de ella cualquier pensamiento que no fuera, una vez más, complacerlo. Llegó a su falo, su polla, como él le había enseñado a llamarlo. La rodeo con su mano, pequeña, blanca, sedosa, formando un nido de suavidad. Sin dejar de acariciarla, se subió al gran lecho, abriendo las piernas, las rodillas, al montarse sobre él. Sabiendo que a su amo le gustaba contemplar su cuerpo, su sexo abierto y mojado Escucho la respiración agitada del hombre, sintió en su cuerpo la tensa energía en la quietud de su señor. Continuó el lento y moroso recorrido de la seda sobre su polla, desde la base hasta la punta, arrastrando la tersa suavidad de la piel hasta cubrir el glande. Una gota de humedad se extendió sobre el blanco prístino del guante. Nicole sonrió. Su amo estaba satisfecho
En el silencio, rompiendo sus pensamientos, la voz de su amo se alzó.
―Nicole, acaríciate. Con la mano desnuda. Recorre tu cuello, tu clavícula. Así, que baje hacía tus pechos. Así, Nicole, imagina que es mi mano. Demórala en tus pezones. Puedo ver como se fruncen bajo tus dedos, como se yerguen y endurecen. Mírame mientras lo haces ¿Te sonrojas? Mi niña mía, me tienes en tus manos. Mi sexo en una, mi deseo en la otra. Siento en mis dedos tu piel sedosa, el tacto rugoso de tus pezones excitados. Eso es, continúa. Baja la mano por el corsé, despacio. Que bella se ve tu mano obediente. Tan morena, tus dedos menudos y dulces. Así, un poco más, lentamente, quiero verla acariciar los rizos de tu sexo. ¿Notas mi polla, niña mía? El calor de tu mano ha entibiado la seda, la suavidad del guante y tu calor. Cada vez está más dura. ¿La sientes?... Te desea, te busca, te huele Desea hundirse en tu cuerpo. Envolverse en ti, empapada y húmeda, mojada en tu deseo por mí. Empuja, ansiosa, contra la seda de tu mano. Acaricia mis testículos, así, están llenos de leche, por ti. Deseando derramarse sobre tu cuerpo, llenarte Pero aún no, mi pequeña. Quiero verte, abre más tus piernas para mí. Quiero ver tu mano desnuda perdiéndose en tu sexo. ¡No! No cierres los ojos. Eso es, sigue mirándome. Mira mis manos atadas a la nuca por mi propia voluntad. Conteniéndose. Muriéndose por tomarte de la cintura y alzarte contra mi polla. Por tomarte de las caderas y apretarte contra mí. Pero aún no, niña mía.
La respiración de Nicole se aceleraba. Las sensaciones de su cuerpo, abierto, impúdico ante la mirada de su amo, quemaban sus entrañas. El roce de sus muslos entre las piernas cada vez más abiertas, siguiendo sus indicaciones, los latidos de su corazón repercutiendo cada vez más rápido en sus sienes, su cuello, sus pechos el fuego ardiente que se extendía desde su estómago, recorriendo cada fibra de su cuerpo, reuniéndose y concentrándose en su sexo, quemante, pulsante, deseoso de las manos, de la boca, de la polla de su amo La mano enguantada recorría la pesada suavidad de los testículos, llenos para ella, la firmeza de su tronco, la mojada textura del glande. Alzó la mano hasta su boca, hasta su nariz oliendo el almizclado aroma único de su amo, lamiendo las manchas de humedad sobre la tela. Observó entre sus pestañas los ojos dilatados de su amo, la expresión casi dolorosa de su cara. Los dientes apretados, los labios contraídos en una mueca feroz de deseo. Hundió los dedos de su mano desnuda en su coño abierto y mojado, deseando que fuera él quien entrará violentamente en su cuerpo. Sintiéndose él, fundiéndose en él. Sintiendo su mirada ardiente derramándose sobre su cuerpo. Poseída, penetrada por sus ojos, su voz, su mente.
― ¡Joder, Nicole! Ya no puedo contenerme. Necesito tocarte, sentir la calentura de tu piel, necesito tu sexo abrazándome. Ahora, niña mía, poséeme, fóllame
Nicole jadeo cuando las manos de su señor, por fin, se aferraron a sus caderas. Los dedos lacerando la carne tierna. Obligándole a situarse sobre él. Una sonrisa íntima, secreta cruzó sus labios y cerró los ojos. Noto en su cuerpo la invasión deseada de su amo, acogiendo a su señor, exigente y duro, abriéndose camino en su interior, abrió las piernas, los muslos aún más, apretándose, frotándose sobre él. Inclinó la cabeza ante las primeras embestidas de su amo, fuertes, poderosas, las caderas de él se alzaban, arqueándose, llenándola más y más. Se dejó caer sobre el cuerpo de él, sintiéndolo a través del rígido corsé. El amo, busco su culo con las manos, estrellándola contra él, ansioso, bañándose en el hirviente mar interior en que se había convertido el sexo de Nicole. Ella buscó su boca con los dedos desnudos, esos que sabían a ella. Y él, los absorbió, los lamió. Llenándose con su olor, su sabor.
―Ahora, Nicole, me vuelve loco sentir tus fluidos mojándome la polla, los huevos, las piernas, sentirme empapado de ti Eso es, Nicole, córrete, córrete para mí.
La voz de su amo, su orden, recorrió su cuerpo, sintió la vibración en la punta de sus dedos envueltos en su saliva, apresados de nuevo por sus labios, mordidos apenas por sus dientes, tocó sus pezones en contacto con la piel de su pecho, arrasó sus entrañas, deshaciéndolas en ondas líquidas expandiéndose hasta su sexo, que se contraía contra la polla de su señor.
Fin.