El gran sábado de Maite (3 - Final)

Con demasiado alcohol y una incontinencia extrema, Maite se presta a prácticas sexuales que no hubieran pasado nunca por su cabeza. Los resultados y la resaca del día siguiente no le apartan de su lúbrico camino.

FINAL DEL ANTERIOR CAPÍTULO:

A la chita callando, Laura y su nana habían dado buena cuenta de sus respectivos dos negros de cuota. La chica por sus dos agujeros inferiores en un gran sándwich y la abuelita consiguiendo que las dos pollas se vaciasen juntas en su recto. Realmente la abuela estaba pletórica en su empeño de resarcirse de las carencias sexuales de sus últimos años.

Cada una satisfizo su ansia de semen bebiéndose los manantiales que segregaban las cavidades de la otra. Pero no hartas siguieron comiéndose los coños incestuosamente hasta regalarse cada una con un orgasmo adicional.


El escenario orgiástico descrito se desarrollaba en un limitado espacio del salón de la casa de Laura en el que imperaba las nueve pieles negras sobre tres blancas. Pero en un apartado rincón los dos hermanos blancos y la preñadita llamaban aveces la atención del resto a causa de sus jueguecitos.

La ninfa preñada estaba a cuatro patas con su formidable barriga rozando el suelo mientras los dos hermanos se pasmaban viendo como se entregaba a continuos orgasmos mientras ellos removían en su culo y coño el doble consolador, curvado para la tarea, que, poco antes, había parecido imposible de absorber por los culos de las dos macizas y recias Yolanda y Maite.

Conscientes de que sus desfallecidas pollas no serían capaces de satisfacerse en los dilatados agujeros de la niña encinta cuando le sacaran el tremendo juguete, optaron por follarle la boca agarrándola de las orejas y, primero uno y después el otro, los dos hermanos dejaron su pobre producción en el estómago de la niña, por dos veces frustrada en su derecho a un orgasmo al menos. No tuvo más remedio que retorcerse en su embarazosa situación y mover ella misma el juguete para obtener su premio. Cuando la niña preñada obtuvo su merecido premio todos los blancos se asombraron de que aquella tan callada criatura hasta entonces estallase en una apoteósica demostración de su orgasmo.

Todo el mundo coincidió en establecer una tregua para recuperarse y se dedicaron a la bebida, con perniciosos efectos para Maite como después se verá. El alcohol produjo otras consecuencias además de la obnubilación mental, como fueron las ganas de mear.

Uno de los negros propuso, vista la escasez de esperma, utilizar el dorado líquido con las hembras, las cuales se prestaron alborozadamente. Salieron todos juntos al jardín para no manchar el salón y las chicas se arrodillaron para ser bañadas. Pero no era esa de intención de los negros. Alguien volvió de la cocina con unos embudos. Maite y Yolanda fueros colocadas a cuatro patas con un embudo en el ano, Laura y su abuela boca arriba con otro en el coño y la chica preñada quedó de rodillas.

Las cuatro golfas recibieron en sus agujeros las copiosas meadas de los negros y de Tomás y Julio. Según terminaban de mearlas por los embudos, la preñada limpiaba las pollas de las gotas residuales.

Sin dejarlas levantar, los agujeros que contenían los dorados caldos fueron taponados con enormes calabacines, salvo el de Laura que, no entrenada para tanto, fue taponada con un pepino.

Mientras las chicas esperaban tres negros fueron a la cocina, volviendo al poco con un pistón de hacer churros y un par de botellas de cava. Destaponadas los agujeros de las cuatro que contenían las orinas, Yolanda y Maite recibieron en sus intestinos el contenido del pistón de churros, consistente en un batido de plátano y fresas, mientras que lauar y su abuela recibieron a presión en sus interioridades el cava bien agitado. Tras los cual volvieron a ser taponadas con las verduras.

Colocaron a las cuatro mujeres alrededor de la preñada y las destaponaron para que la bañasen con las mezclas de sus entrañas. La chica quedó cubierta por las mezclas y las otras mujeres fueron invitadas a limpiarla con la lengua, tarea a la que se abalanzaron entre risas y refregándose ellas también.

Terminada la cochina juerga fueron duchadas con la manguera del jardín entre gritos y aspavientos por el agua fría. Ma ite y Yolanda no pusieron inconveniente en recibir la manguera por el ano para ser bien limpiadas. La preñada también fue aseada también así, pero Laura y la abuela se negaron con la excusa de una cistitis dada la temperatura del agua. Subieron al baño a hacerse una ducha vaginal.

Todos siguieron bebiendo y Maite empezó a pedir más polla con la disculpa de que Laura y su abuela se habían cepillado a dos negros y Yolanda a tres quitándole uno a ella.

Para animar a alguno se puso ante los hombres, que estaban sentado en los sofás y butacas del salón, y a cuatro patas sobre el suelo empezó a mostrar su atributos con movimientos procaces e insinuantes. Maite gemía como una perra en celo pidiendo polla a gritos y esa escena le dio una idea a Laura.

Salió al jardín y regresó con los dos perros.

  • Maite, aquí tienes pollas para calmar debidamente tus ardores de perra en celo.

Todos aplaudieron alborozados la idea de Laura, menos Maite que quedó confusa y reticente a prestar sus agujeros a un chucho. Pero la abuela la animó mediante una sorprendente declaración de que ella ya se lo había montado con perros en sus buenos tiempos y que estaba dispuesta a ayudarla con uno y hacérselo ella con el otro.

Los hombres ya no estaban dispuestos a perderse aquel espectáculo y amenazaron a Maite con aparearla con el perro por las malas si se oponía.

La idea de ser follada por un animal repugnaba a Maite en lo físico, pero el hacerlo delante de tanto espectador le producía un morboso atractivo que fue la sensación que la condujo a aceptar el apareo.

Tras unos tragos para darse ánimos se puso disposición de la abuela quien la preguntó qué agujero prefería. Seleccionó el ano, que le parecía menos peligroso para recibir el esperma de un animal. Mientras, al abuela había vendado diestramente las patas de los canes.

La lasciva abuelita puso a Maite a cuatro patas, comenzó a lamerle el ano para lubricárselo y después seleccionó al chucho más tranquilo al que comenzó a acariciar por la tripa hasta que apareció el rojo pene, momento en el que se lo introdujo sin empacho en la boca hasta que consiguió una espectacular trempada del bicho. Lo condujo hasta Maite logrando que lamiera su coño y después lo montó sobre ella introduciendo el pene en el ojete de Maite con gran habilidad.

La infame abuelita permitió que el vástago del perro entrase totalmente en el agujero de Maite y, recomendándole que se travajase el clítoris la abandonó a su suerte para entregarse ella misma al otro perro.

Con igual destreza que la empleada con Maite, la sorprendente abuelita pronto tuvo alojado en su coño el pene del otro chucho y se entregó a darse placer retorciéndose su clítoris.

Entre el profundo silencio de los espectadores, concentrados en el espectáculo, pronto comenzaron a oírse los gemidos de las dos maduras incontinentemente entregadas a la lujuria. Maite se sorprendió y asustó cuando el bulbo de su amante se expandió dentro de su ano, pero la abuela le dijo que no pasaba nada y que obtendría más placer. Así fue. Los roncos alaridos de placer cuando comenzaron a obtener orgasmos produjeron cierta envidia en las otras hembras.

Maite aún obtuvo otro orgasmo cuando su perro ya pugnaba por desengancharse de ella, pero ese orgasmo no se lo proporcionó la tranca del chucho, si no el morbo de constituirse en el objeto de la atención de todos en aquella situación tan escabrosa y perversa.

Terminada su acción zoofílica las dos mujeres subieron al baño a limpiarse, quedando Maite atónita cuando, sentada en el bidet, contempló cómo la abuela se metía dentro de la vagina la alcachofa entera de la ducha para eliminar los restos de semen del animal.

Al bajar se encontraron con que la juerga seguía y esta vez era la chica preñada la que había sido entregada a un perro. Maite siguió bebiendo mientras observaba a la dulce niña siendo apareada con aquella bestia y el alcohol ya empezó a manifestar todos los efectos.

Fue consciente entre su nebulosa cerebral de que alguien comentaba la lascivia e intemperancia de aquellas hembras comparando las cualidades, mencionando uno de los negros que Maite sería tan apetitosa como Yolanda, mucho más joven, si estuviera decorada como ella con sus anillos y tatuajes.

Con la lengua estropajosa pidió su amante que la anillase y la tatuase como a Yolanda, deseo al que se apuntó la abuela.

  • ¡ Dios mío, Maite! ¡Qué has hecho!

Entre la neblina de su resaca, aguijoneada por dolores en todo el cuerpo, Maite a duras penas podía regresar a la realidad. En unos segundos fue consciente de estar en su casa, en la cama con su marido y que era este el que gritaba, pero no entendía nada de lo que decía ni cual era la causa de sus innumerables dolores.

Lentamente recordó la noche anterior y comprendió que debía tener unas tremendas agujetas, pero ello no explicaba el dolor de su clítoris y sus pezones. Debía haber abusado y los tendrá en carne viva de tanto uso. Se llevó las manos s los pechos y encontró algo que no debiera estar allí. Pidió ayuda a su vociferante marido para levantarse y, a trompicones se acercó al espejo del baño.

Mostraba unos anillos en los pezones de un tamaño y grosor más que estimable. Tatuajes sobre las tetas, en la panza y en el monte de Venus. Bajo éste otro enorme anillo perforando de pleno su clítoris, no su capuchón, si no el sensible botoncito. Sus labios mayores estaban también perforados brutalmente y cerrados por un candado que impedía el acceso a su agujero.

Del candado pendía un sobrecito atado con una goma elástica que retiró y pidió leer a su marido mientras se daba la vuelta en el espejo comprobando que sus riñones y sus nalgas no se habían librado de extensos tatuajes.

La congoja evaporó la resaca y se puso a llorar. ¿Cómo la había podido Tomás hacer eso?. Pero recordó que estaba borracha. Lo mismo lo había exigido ella.

Luis su marido leyó la nota del sobre:

"Tu has sido quien pidió todo eso estando borracha como una cuba, pero no te preocupes, los tatuajes son temporales, se borrarán. Lo del candado es una broma mía. Cuando puedas follar otra vez me llamas, tengo la llave y los sustituimos por las dos enormes argollas de titanio que elegiste del catálogo."

El saber que los tatuajes se desvanecerían calmó un tanto la angustia de Maite, pero fue consciente de sus dolores y de las explicaciones que debía a su marido. Éste también se había calmado algo al leer la nota. Se había imaginado que su mujer jamás volvería a poder ir a la playa ni vestirse más que como una monja para siempre. Sobre todo ocultar su aspecto a sus hijos.

Maite regresó a la cama y no se levantó en dos días. Dos semanas después, ansiosa de follar y con su marido deseando hacerlo, ya que su aspecto le subyugaba, Maite llamó a Tomás.

  • Buenas tardes Luis, como está usted.

  • Bien, bien, anda, quítale el candado a esta putona que me la quiero cepillar. Me encanta como está decorada.

  • Si le parece bien nos la beneficiamos los dos a la vez.

  • ¿Qué te parece la idea cariño?.

  • Me encanta. ¿Quien quiere mi culo y quién mi coño?

EPÍLOGO.

La abuela, también borracha, fue decorada como Maite aquella misma noche. Un mes después se había divorciado e incorporado a la pandilla de los negros como mascota, ya que la chica preñada expulsó su bastardo y, como sus tetitas daban poca leche, fue abandonada por la pandilla en favor de la interesante y lúbrica abuela, muy apreciada por el morbo de llevara una vieja en la panda.

Maite siguió con su amante Tomás y la pandilla de éste a la que se incorporó también su marido. Participaban ocasionalmente en fiestas conjuntas con la panda negra y la lozana hembra no dejó de sorprender a propios y extraños con sus atrevidas proezas sexuales.

Tomás, aunque se casó con Laura, nunca impidió a ésta tener relaciones con quien quisiera.

Yolanda se colocó en un burdel donde obtiene suculentos ingresos para su hermano. En el mismo burdel trabajan la niña preñada y su madre.

FIN

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